Delante de la caída, la altivez de espíritu
Dios Todopoderoso dice: “La arrogancia es la raíz del carácter corrupto del hombre. Cuanto más arrogante es la gente, más propensa es a oponerse a Dios. ¿Hasta dónde llega la gravedad de este problema? Las personas de carácter arrogante no solo consideran a todas las demás inferiores a ellas, sino que lo peor es que incluso son condescendientes con Dios. Aunque algunas personas, por fuera, parezcan creer en Dios y seguirlo, no lo tratan en modo alguno como a Dios. Siempre creen poseer la verdad y tienen buen concepto de sí mismas. Esta es la esencia y la raíz del carácter arrogante, y proviene de Satanás. Por consiguiente, hay que resolver el problema de la arrogancia. Creerse mejor que los demás es un asunto trivial. La cuestión fundamental es que el propio carácter arrogante impide someterse a Dios, a Su gobierno y Sus disposiciones; alguien así siempre se siente inclinado a competir con Dios por el poder sobre los demás. Esta clase de persona no venera a Dios lo más mínimo, por no hablar de que ni lo ama ni se somete a Él” (La comunión de Dios). Al leer estas palabras de Dios, recuerdo algo que experimenté hace tiempo. Entonces era realmente arrogante y santurrona. Llevaba varios años como líder de la iglesia, había hecho algo de obra y sufrido un poco, y podía resolver algunos problemas prácticos en mi deber. Así que usé todo eso a mi favor y no me interesé en nadie más. Más tarde fui tratada y disciplinada y, mediante el juicio y las revelaciones de las palabras de Dios, obtuve al fin algo de entendimiento sobre mi naturaleza arrogante. Sentí remordimientos y me detesté. Empecé a centrarme en practicar la verdad y cambié un poco.
En 2015, asumí un puesto de liderazgo en la iglesia. Trabajaba conmigo la hermana Li, que recién empezaba a servir como líder. Los diáconos de la iglesia y los líderes de grupo eran bastante nuevos en la fe, así que su comunicación de la verdad era algo superficial. Yo pensaba: “Soy creyente y líder desde hace más tiempo que ustedes. Voy a tener un papel importante aquí para que todos vean la diferencia que da la experiencia”. Por lo tanto, me ponía al frente de cualquier asunto y siempre que un hermano o hermana flaqueaba o tenía dificultades en su deber, siempre que la obra de la iglesia se retrasaba, por espinosos que fueran los asuntos que mi compañera y mis colaboradores no podían resolver, yo daba un paso al frente para ocuparme de todo. La obra de la iglesia empezó a mejorar pasado un tiempo y el estado de los hermanos y hermanas había dado un giro. Todos hacían sus deberes correctamente. Además, compartían conmigo sus problemas y me pedían opinión. Estaba muy satisfecha conmigo misma y hablaba sin remilgos de toda la obra que había hecho, pensando: “Sin mi timón, la obra de la iglesia no progresaría tan bien. Sin mi comunicación, los estados de los demás no habrían mejorado tanto. Parece que poseo la realidad de la verdad y puedo hacer obra práctica”. La hermana Li tuvo que volver a casa para ocuparse de algunas cosas, así que tuve que asumir la obra de la iglesia yo sola. Al principio me sentía un poco estresada y tenía a Dios en el corazón todo el tiempo. Después de cada reunión hacía balance de cómo había ido, y me apresuraba a ofrecer apoyo al que se sintiera débil o negativo. Pasado un tiempo, noté que todos se reunían y cumplían debidamente con su deber, y toda la obra de la iglesia se desarrollaba sin problemas. Me sentía aliviada y no podía evitar sentirme muy satisfecha conmigo misma. Me parecía que había probado mi valía en todos mis años como líder, que había visto mucho y gestionado muchos problemas. Tenía amplia experiencia en la obra y podía ocuparme de todo sola. Creía de verdad que era un pilar de la iglesia. En especial durante esa época, cuando madrugaba y trabajaba hasta la noche, sin quejarme del cansancio o la dificultad, sentía que merecía reconocimiento. Sin darme cuenta, vivía en un estado de gran satisfacción personal y cada vez que leía las palabras de Dios juzgando y exponiendo a la humanidad, no me las aplicaba a mí misma. Cuando los hermanos y hermanas estaban en un mal estado, no comunicaba la verdad con ellos, sino que los desdeñaba y a menudo los regañaba, diciendo, “Han creído todo este tiempo, pero aún no buscan la verdad. ¿Cómo no cambiaron siquiera un poco?”. A veces, después de comunicar algo, los hermanos y hermanas decían que seguían sin saber qué hacer. Sin preguntarles por qué, yo solo les reprochaba, diciendo, “¡No es que no lo sepan, es que no quieren ponerlo en práctica!”. Los tenía a todos constreñidos y ya no se atrevían a hablarme de sus problemas.
Más tarde eligieron a la hermana Liu para trabajar a mi lado. Yo pensaba que, como ella llevaba poco tiempo en la fe, quizás no entendería algunas cosas incluso después de los debates, así que la última palabra en la mayoría de los asuntos de la iglesia, grandes y pequeños, debía ser mía. A veces tomaba una decisión y luego enviaba a la hermana Liu a aplicarla. Una vez, un líder nos pidió en una carta que recomendáramos a alguien para cierto deber. Sabía que estaba relacionado con la obra de la casa de Dios, así que requería debatirlo con mi compañera y colaboradores, pero luego pensé, “He cumplido con mi deber en la iglesia desde hace mucho. Lo sé todo sobre los hermanos y hermanas, está bien que decida yo”. Así que tomé la decisión sin discutirlo con la hermana Liu y luego hice que ella lo dispusiera todo. A pesar de que ambas servíamos como líderes, la estaba tratando como a una subordinada. A veces, cuando no se ocupaba bien de algo, yo me enfadaba. Ella vivía en la negatividad, le parecía no entender nada ni cumplir bien con su deber. Llegado un punto, sintió que yo la asfixiaba, pero yo seguía sin reflexionar sobre mí misma. Al contrario, creía más que nunca que poseía la realidad de la verdad y era capaz en mi labor, así que debía dirigir la obra de la iglesia. Me volví aún más imperiosa y arrogante. Cuando los colaboradores planteaban diversas sugerencias durante los debates, yo no buscaba en absoluto, sino que las rechazaba de plano. Pensaba: “¿Qué sabrán ustedes? ¿No sé más yo después de años de liderazgo?”. Terminé teniendo la última palabra sobre toda la obra de la iglesia. Más tarde, Dios hizo surgir situaciones para tratarme. No paré de toparme con trabas en mi deber. Me perdía citas y nombraba a gente que no seguía los principios. El líder señaló los errores en mi obra y me trató y podó. Aún con esto, yo seguía sin reflexionar. Creía que bastaba con prestar más atención. Un colaborador me advirtió, “¿No debería reflexionar sobre por qué han surgido estos problemas?”. Dije con desdén, “Nadie es perfecto, todos cometemos errores. No hay necesidad de reflexionar sobre todo”. Algunos hermanos y hermanas me preguntaron si estaba bien, y dije que sí, pero por dentro pensaba, “¿Por qué iba a estar mal? Y si mi condición era mala, podría lidiar con ello sola. No hace falta que se preocupen. He sido líder todo este tiempo, ¿acaso no entiendo la verdad mejor que ustedes?”. No importó cuánto me advirtieron, yo no escuché. Vivía por completo en mi carácter corrupto y mi espíritu se estaba oscureciendo. Empecé a quedarme dormida leyendo las palabras de Dios y no tenía nada que decir en la oración. Comenzaron a surgir cada vez más problemas en la iglesia. Estaba totalmente ciega. Me faltaba comprensión de muchos problemas y no sabía cómo lidiar con ellos. Al poco tiempo, se hizo una encuesta de opinión general en la iglesia, y los hermanos y hermanas dijeron que yo era muy arrogante y no aceptaba la verdad. Decían que era dictatorial, que regañaba a la gente y les constreñía. Terminé siendo apartada de mi puesto. Ese día, el líder compartió conmigo las evaluaciones de todos. Podía sentir a Dios descargar Su ira contra mí a través de los hermanos y hermanas que me exponían y trataban. Me sentí como una rata callejera que repugna a todo el mundo y hasta es rechazada por Dios. No entendía cómo había caído tan bajo. En mi dolor, me presenté ante Dios, buscando: “Oh, Dios, siempre he considerado que era responsable en mi obra en la iglesia, que tenía alguna realidad de la verdad. Nunca pensé que tendría tantos problemas como ahora. A ojos de los demás, soy una persona arrogante que no acepta la verdad. Dios, no sé cómo me volví así. Por favor, esclaréceme y guíame para conocerme a mí misma y entender Tu voluntad”.
Entonces leí estas palabras de Dios: “Sería mejor que dedicarais más esfuerzo a la verdad de conocer el ser. ¿Por qué no habéis encontrado el favor de Dios? ¿Por qué vuestro carácter es abominable para Él? ¿Por qué vuestro discurso despierta Su odio? Tan pronto como demostráis un poco de lealtad, os elogiáis a vosotros mismos y exigís una recompensa por una pequeña contribución; despreciáis a los demás cuando habéis mostrado una pizca de obediencia y desdeñáis a Dios después de llevar a cabo alguna tarea insignificante. […] Quienes cumplen su deber y quienes no; quienes lideran y quienes siguen; quienes reciben a Dios y quienes no; quienes donan y quienes no; quienes predican y quienes reciben la palabra, etcétera: todos esos hombres se alaban a sí mismos. ¿Acaso no os parece esto risible? Aunque sabéis perfectamente que creéis en Dios, no podéis ser compatibles con Él. Aunque sois plenamente conscientes de que no tenéis ningún mérito, de cualquier modo persistís en alardear. ¿Acaso no sentís que vuestro sentido se ha deteriorado al punto de ya no tener autocontrol?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Quienes son incompatibles con Cristo indudablemente se oponen a Dios). “No pienses que lo entiendes todo. Yo te digo que todo lo que has visto y experimentado es insuficiente para que entiendas siquiera una milésima parte de Mi plan de gestión. ¿Por qué actúas, pues, con tanta arrogancia? ¡Esa pequeña porción de talento y el conocimiento exiguo que tienes son insuficientes para ser usados por Jesús siquiera en un solo segundo de Su obra! ¿Cuánta experiencia posees realmente? ¡Lo que has visto y todo lo que has oído durante tu vida y lo que has imaginado, es menos que la obra que Yo hago en un momento! Será mejor que no seas quisquilloso ni busques fallas. Puedes ser todo lo arrogante que quieras, pero ¡no eres más que una criatura que no puede compararse siquiera con una hormiga! ¡Todo lo que hay en tu barriga es menos que lo que hay en la barriga de una hormiga! No pienses que, porque tienes algo de experiencia y antigüedad, esto te da derecho a gesticular salvajemente y hablar con grandilocuencia. ¿No son tu experiencia y tu antigüedad un resultado de las palabras que Yo he pronunciado? ¿Crees que fueron a cambio de tu trabajo y esfuerzo?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las dos encarnaciones completan el sentido de la encarnación). Las palabras de Dios revelaron precisamente mi estado. Estaba abatida, y solo entonces empecé a reflexionar sobre mí misma. Tras cumplir con mi deber como líder durante unos años, pensaba que al haber estado en esa posición por un tiempo comprendía más verdades y era más capaz que los otros, que era un pilar de la iglesia y la iglesia no podía prescindir de mí. Cuando obtenía algún logro en mi deber, creía que lo entendía todo, que tenía la realidad de la verdad, que era mejor que nadie. Pensaba que tener fe desde hace tiempo y algo de experiencia era mi boleto para ser arrogante, que estaba en un escalón más alto que los demás. No presté atención alguna a las sugerencias de mis hermanos y hermanas, y mucho menos las busqué o acepté. Incluso cuando se preocuparon por mí y por mi estado, me parecía que tenía mayor estatura que ellos, así que me podía encargar sola y no necesitaba de su ayuda. Cuando descubría sus defectos y dificultades, no comunicaba la verdad para ayudarlos, sino que los desairaba. A mis ojos nunca hacían lo correcto y los regañaba con dureza. Así, los hermanos y hermanas estaban constreñidos por mí y vivían en la negatividad. ¿Cómo iba a ser eso cumplir con mi deber? Era claramente hacer el mal. Solo revelaba un carácter satánico arrogante y engreído. Cuando Dios se hizo carne en los últimos días, expresando la verdad y obrando para salvar al hombre, hizo una gran obra pero nunca alardeó y no se presentó como Dios. En su lugar, se mantuvo humilde y oculto, realizó en silencio la obra de salvación. Entendí que Dios es muy humilde y amoroso, pero yo, tan profundamente corrompida por Satanás y llena de actitudes satánicas, me sobrevaloraba solo por tener fe desde hacía un tiempo, comprender más doctrinas y tener algo de experiencia en la obra. Me subí a mi pedestal y no quise bajar. Carecía totalmente de autoconocimiento, no sabía nada de mí misma, era irrazonablemente arrogante. Era horrible. Después de ser expuesta por Dios, vi al fin mi verdadera estatura. Si fui capaz de resolver algunos asuntos en mi deber, fue solo por obra del Espíritu Santo. Sin Su obra y guía, estaba totalmente ciega y no entendía nada. No podía ocuparme de mis propios problemas, y mucho menos de los de los demás. Aun así, me volví controladora en todo. Era realmente arrogante. En ese momento me sentí avergonzada por mi comportamiento.
Entonces leí estas palabras de Dios: “Si realmente posees la verdad en ti, la senda por la que transitas será, de forma natural, la senda correcta. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si existiera arrogancia y engreimiento en ti, te resultaría imposible evitar desafiar a Dios; te sentirías impulsado a desafiarlo. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; causarían que hagas alarde de ti mismo, que te exhibas constantemente y que al final te sentaras en el lugar de Dios y dieras testimonio de ti mismo. Finalmente, considerarías tus propias ideas, pensamientos y nociones como si fueran la verdad a adorar. ¡Ve cuántas cosas malas te lleva a hacer esta naturaleza arrogante y engreída! Para resolver los actos de su maldad, primero deben resolver el problema de su naturaleza. Sin un cambio de carácter, no sería posible obtener una resolución fundamental a este problema” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Tras leer las palabras de Dios, me di cuenta de que mi naturaleza arrogante era la raíz de mi maldad y mi oposición a Dios. Movida por mi naturaleza arrogante, me atribuí el mérito de la obra del Espíritu Santo en cuanto tuve un poco de éxito en mi deber, me exhibía como la niña bonita de la iglesia. Con descaro, me creía receptora de la salvación de Dios, pero no tenía ningún conocimiento de mí misma. En mi deber, hacía constante alarde de mi antigüedad, me creía mejor y más en lo alto que nadie, dominando siempre a los demás. Hasta usé las palabras de Dios para amonestar a los hermanos y hermanas, y cuando arreglaba la obra no discutía las cosas con la hermana que trabajaba conmigo. En su lugar, actuaba de forma autocrática y tenía la última palabra. Incluso tomé decisiones unilaterales en asuntos importantes para la obra de la casa de Dios. Para mí esa hermana no era más que un adorno y creé mi propio imperio en la iglesia. Debido a mi naturaleza arrogante, ignoré a todos los demás y no mantuve a Dios en mi corazón. No busqué los principios de la verdad cuando me enfrenté a un problema, e incluso tomé mis propias ideas como la verdad, haciendo que todos los demás me escucharan y obedecieran. Me recordó a cuando Dios le dio cierto poder al arcángel para manejar a los otros ángeles del cielo, pero este perdió toda razón en su arrogancia, al sentir que era algo especial y querer estar en igualdad de condiciones con Dios. Así, ofendió el carácter de Dios y Él lo maldijo y lo expulsó del cielo. Ahora, Dios me elevaba para obrar como líder, para que lo exaltara y diera testimonio de Él en todas las cosas, para que pudiera comunicar la verdad para resolver asuntos prácticos, ayudar a otros a entender la verdad y a someterse a Dios. Pero no busqué la verdad ni cumplí con mi deber de acuerdo con los requerimientos de Dios. En su lugar tomé el poder, me volví el centro, e hice que todos me escucharan y obedecieran. ¿En qué me diferenciaba del arcángel? Dios arregló situaciones para bloquear mi camino, y luego me advirtió a través de mis hermanos y hermanas, pero no lo acepté ni reflexioné sobre mí misma en absoluto. ¡Era tan rígida y rebelde! Cumplía con el deber con mi carácter arrogante, sofocando a mis hermanos y hermanas, haciendo que vivieran en la negatividad y no pudieran resolver sus dificultades. Tampoco hubo ningún progreso en la obra de la iglesia. ¡Todo ese mal hice bajo el control de mi arrogancia! Tengo una naturaleza tan terca y arrogante. Si Dios no me hubiera expuesto y tratado duramente a través de mis hermanos y hermanas, alejándome de mi deber, nunca habría reflexionado sobre mí misma. Si eso hubiera continuado, solo habría hecho más maldades. Habría ofendido el carácter de Dios, y luego habría sido maldecida y castigada por Dios, como el arcángel. En ese momento comprendí las amables intenciones de Dios. Él estaba haciendo esto para detener mi mala trayectoria y darme la oportunidad de arrepentirme. Era Dios protegiéndome y salvándome. Le di gracias a Dios de corazón.
Después de ser sustituida, la hermana Liu pudo llevar a cabo su deber con normalidad, y por lo que otros decían, aunque la líder recién elegida y los diáconos no eran creyentes desde hace mucho, nadie se aferraba a sus propias ideas cuando se debatía la obra, sino que oraban y se apoyaban en Dios, buscando juntos los principios de la verdad. Todos trabajaban juntos, y la obra de la iglesia se recuperó poco a poco. Estaba muy avergonzada de escuchar esto. Siempre pensé que la obra de la iglesia no podía continuar sin mí, pero los hechos me mostraron que toda la obra de la casa de Dios la hace y apoya el Espíritu Santo y no es algo que pueda hacer una sola persona. La gente solo cumple con su propio deber. No importa cuánto tiempo hayamos creído en Dios, siempre que confiemos en Él para buscar y practicar la verdad en nuestro deber tendremos la guía y las bendiciones de Dios. Cumplir con mi deber sin buscar la verdad, haciendo solo mi voluntad y siendo dictatorial era desagradable para Dios. Sin la guía de Dios, perdí la obra del Espíritu Santo y me volví inútil. No podía hacer nada. Solía ser ciegamente arrogante, actuaba con desenfreno, daba órdenes con arrogancia, constreñía y le hacía daño a los hermanos y hermanas, y había interrumpido la obra de la iglesia. Me sentía tan culpable y me lo reprochaba tanto. Le oré a Dios: “Dios, he estado tan ciega. No me he conocido a mí misma, siempre he creído que entendía más porque había sido líder desde hace más tiempo, así que era mejor que nadie. Mi arrogancia me guiaba a cumplir con mi deber, y eso interrumpió la obra de Tu casa. Oh, Dios, no quiero oponerme más a Ti, y deseo arrepentirme de verdad”.
Entonces leí esto en las palabras de Dios: “Debes saber qué tipo de personas deseo; los impuros no tienen permitido entrar en el reino, ni mancillar el suelo santo. Aunque puedes haber realizado muchas obras y obrado durante muchos años, si al final sigues siendo deplorablemente inmundo, entonces ¡será intolerable para la ley del Cielo que desees entrar en Mi reino! Desde la fundación del mundo hasta hoy, nunca he ofrecido acceso fácil a Mi reino a cualquiera que se gana mi favor. Esta es una norma celestial ¡y nadie puede quebrantarla! Debes buscar la vida. Hoy, las personas que serán perfeccionadas son del mismo tipo que Pedro; son las que buscan cambios en su carácter y están dispuestas a dar testimonio de Dios y a cumplir con su deber como criaturas de Dios. Solo las personas así serán perfeccionadas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). “Yo decido el destino de cada persona, no en base a su edad, antigüedad, cantidad de sufrimiento ni, mucho menos, según el grado de compasión que provoca, sino en base a si posee la verdad. No hay otra decisión que esta. Debéis daros cuenta de que todos aquellos que no hacen la voluntad de Dios serán también castigados. Este es un hecho inmutable” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Las palabras de Dios eran perfectamente claras. Dios no determina el desenlace de las personas según cuánto tiempo han creído, cuánto pueden predicar o cuánto han obrado, sino de si buscan la verdad, si han cambiado sus actitudes corruptas y pueden cumplir con el deber de un ser creado. Estas son las cosas más importantes. Nunca llegué a conocer el carácter justo de Dios. Había creído por un tiempo, tuve unos años de experiencia como líder y tuve algo de éxito en mi deber. Utilicé todo eso en mi favor. Pensé que, si seguía buscando de esa manera, sería salvada por Dios, así que no me centré en experimentar ser juzgada, castigada, tratada y podada por Dios. En particular, descuidé la búsqueda de la verdad en mi deber para resolver mis actitudes corruptas. Como resultado, mi carácter vital apenas cambió después de años de fe en Dios, y vivía por mi naturaleza satánica y arrogante, haciendo el mal y oponiéndome a Dios. Entendí que no podemos conocernos a nosotros mismos o arrepentirnos de verdad ante Dios si no buscamos la verdad en nuestra fe. No importa cuánta obra hayamos hecho, cuánto hayamos predicado, sin cambio en nuestro carácter vital seguiremos siendo condenados y eliminados por Dios. Esto viene determinado por el carácter justo de Dios y Su santa esencia. Tras entender la voluntad de Dios ya no puse a mi favor el tiempo que había creído o cuánta obra había hecho, pero empecé a centrarme en esforzarme en las palabras de Dios, reflexionando y conociéndome a mí misma, y buscando el cambio en mis actitudes satánicas.
Después de eso, me encargaron otro deber en la iglesia. Cuando obraba con hermanos y hermanas, era más humilde, y cuando planteaban diferentes puntos de vista, a veces sentía que tenía razón y quería que me escucharan, pero rápidamente me daba cuenta de que estaba mostrando de nuevo mi carácter arrogante, así que le oraba a Dios y me echaba a un lado para buscar la verdad junto a los hermanos y hermanas y resolver las cosas a través del debate. Todos los hermanos y hermanas decían que no era tan arrogante como antes, que era mucho más madura. Escuchar esta evaluación suya me resultó realmente conmovedor. Sabía que esto se había logrado por el juicio y el castigo de las palabras de Dios. Aunque no me he deshecho completamente de mi carácter arrogante y todavía estoy muy lejos de los estándares que Dios requiere, he visto el amor y la salvación de Dios. He visto que la obra y las palabras de Dios pueden transformar y purificar a la gente.
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