Palabras diarias de Dios: Las tres etapas de la obra | Fragmento 43
11 Mar 2021
Cuando Jesús vino a realizar Su obra, fue bajo la dirección del Espíritu Santo; hizo lo que el Espíritu Santo quiso, y no fue según la Era de la Ley del Antiguo Testamento ni de acuerdo con la obra de Jehová. Aunque la obra que Jesús vino a llevar a cabo no fue cumplir con las leyes o con los mandamientos de Jehová, Su fuente era la misma. La obra que Jesús hizo representó el nombre de Jesús y la Era de la Gracia; la obra hecha por Jehová le representaba a Él y la Era de la Ley. Su obra fue la de un solo Espíritu en dos eras distintas. La obra que Jesús hizo sólo podía representar a la Era de la Gracia, y la de Jehová a la Era de la Ley del Antiguo Testamento. Jehová sólo guio al pueblo de Israel y Egipto, y todas las naciones más allá de Israel. La obra de Jesús, en la Era de la Gracia del Nuevo Testamento, fue la obra de Dios bajo el nombre de Jesús mientras guio la era. Si afirmas que la obra de Jesús se basó en la de Jehová, y que no llevó a cabo ninguna obra nueva, y que todo lo que hizo fue según las palabras y la obra de Jehová y las profecías de Isaías, entonces Jesús no fue Dios hecho carne. Si Él dirigió Su obra de esta forma, fue un apóstol o un obrero de la Era de la Ley. Si es como tú dices, Jesús no pudo abrir una era ni pudo hacer otra obra. Del mismo modo, el Espíritu Santo debe realizar principalmente Su obra por medio de Jehová; excepto a través de Jehová, el Espíritu Santo no podía realizar ninguna nueva obra. El hombre se equivoca al considerar la obra de Jesús de este modo. Si el hombre cree que la obra hecha por Jesús fue según las palabras de Jehová y las profecías de Isaías, ¿era Jesús entonces Dios encarnado o un profeta? Según este criterio, no hubo Era de Gracia y Jesús no fue la encarnación de Dios, porque la obra que realizó no podía representar a la Era de la Gracia, sino sólo a la Era de la Ley del Antiguo Testamento. Sólo pudo haber una nueva era cuando Jesús vino a hacer una nueva obra, a inaugurar una nueva era que rompía con la obra que había hecho con anterioridad en Israel; esta obra no la condujo según la que Jehová hizo en Israel ni con Sus viejas reglas o normas, sino llevando a cabo la nueva obra que debía hacer. Dios mismo viene a iniciar una era y también viene a poner fin a esa era. El hombre es incapaz de realizar la obra de comenzar una era y concluirla. Si Jesús no hubiera llevado a su fin la obra de Jehová después de haber venido, esto habría demostrado que era meramente un hombre y que no fue capaz de representar a Dios. Precisamente porque Jesús vino y acabó la obra de Jehová, continuó la obra de Jehová y, aún más, llevó a cabo Su propia obra, una nueva, esto demuestra que esta fue también una nueva era y que Jesús era Dios mismo. Hicieron dos etapas claramente distintas de obra. Una fase se llevó a cabo en el templo y la otra fuera de este. Una etapa consistió en dirigir la vida del hombre según la ley, y la otra en ofrecer una ofrenda por el pecado. Ambas eran inequívocamente diferentes; esta es la división de la nueva y la vieja era, ¡y no hay error en afirmar que son dos eras! La ubicación, el contenido y el objetivo de Su obra eran diferentes. Por ello, se pueden dividir en dos eras: el Nuevo y el Antiguo Testamento, es decir, la nueva y la vieja era. Cuando Jesús vino no entró al templo, lo que demuestra que la era de Jehová había acabado. No entró al templo, porque la obra de Jehová en este había terminado y no necesitaba realizarse de nuevo. Hacerlo sería repetirla. Sólo abandonando el templo, comenzando una nueva obra y abriendo un nuevo camino fuera de él pudo llevar la obra de Dios a su cénit. De no haber salido del templo para realizar Su obra, la obra de Dios nunca hubiera podido progresar más allá del templo y nunca hubiera habido nuevos cambios. Así, cuando Jesús vino, no entró al templo ni llevó a cabo allí Su obra. La realizó fuera de este y la hizo con libertad, guiando a los discípulos. Que Dios se marchara del templo para hacer Su obra significaba que Él tenía un nuevo plan. Su obra debía llevarse a cabo fuera del templo, y tenía que ser una obra nueva no limitada en su forma de implementarse. La llegada de Jesús puso fin a la obra que Jehová había realizado durante la era del Antiguo Testamento. Aunque llevaban nombres distintos, ambas etapas de la obra fueron realizadas por un mismo Espíritu, y la obra de la segunda fue la continuación de la primera. Al tener un nombre distinto y como el contenido de la obra era diferente, la era también lo fue. Cuando Jehová vino, fue Su era, y cuando vino Jesús, fue la suya. Así, cada vez que Dios viene, se le llama por un nombre, representa una era y abre una nueva senda; y en cada nuevo camino, adopta un nuevo nombre que demuestra que Dios es siempre nuevo y nunca viejo, y que Su obra está en constante progreso hacia adelante. La historia progresa siempre hacia adelante, y la obra de Dios también. Para que Su plan de gestión de seis mil años alcance su fin, debe seguir progresando. Cada día, cada año, Él debe realizar obra nueva; debe abrir nuevas sendas, iniciar nuevas eras, iniciar obra nueva y mayor, y junto con estas cosas, traer nuevos nombres y nueva obra.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La visión de la obra de Dios (3)
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