83. Consecuencias de la terquedad en el trabajo

Por Zhao Yang, China

Me eligieron líder de la iglesia en 2016. Al asumir aquel deber sentía mucha presión porque no comprendía la verdad ni tenía conocimiento de las cosas, por lo que, cuando los hermanos y las hermanas se encontraban con algún problema, no sabía cómo enseñarles la verdad para resolverlos. Tampoco sabía cómo considerar los principios verdad en los nombramientos o la elección de personas para ciertos deberes, así que oraba a Dios mientras buscaba esos principios. También consultaba con mis colaboradores cuando no entendía bien algo. Con el tiempo mejoré un poco mi capacidad de evaluar a personas y situaciones, y asignaba a los hermanos y las hermanas deberes adecuados a sus propios puntos fuertes. Una vez, un hermano con quien trabajaba trató de contarme que la hermana Xia Jing, líder de equipo, salía del paso en el deber y era muy pasiva. Según él, retrasaba el trabajo del equipo, y me sugirió que la relevara. Pensé: “Xia Jing tiene gran aptitud y mucha capacidad de trabajo, por lo que, pese a tener un carácter corrupto, si se le ayudara un poco más y fuera capaz de transformarse y hacer algunos cambios, no tendría ningún problema en el deber”. Así pues, expuse y analicé el estado de Xia Jing y la podé y traté con ella. Tras unas pocas sesiones de enseñanzas, vi que había cambiado un poco su actitud hacia el deber. Tomaba más la iniciativa y era más meticulosa. Poco después fue ascendida a un deber más importante. Me congratulé mucho por aquello, y pensaba: “Yo fui el que tuvo la gran idea. Está bien que no la destituyéramos; hemos logrado promover a alguien con talento en la iglesia. Por lo que parece, tengo cierto discernimiento”. A partir de entonces dejé de debatir los nombramientos y las destituciones con aquel hermano, pues creía tener más experiencia y, por ello, poder encargarme yo solo de cualquier cuestión. Pasaron volando dos años y era cada vez más experto en la organización del trabajo de la iglesia. Como creía que tenía discernimiento y era conocedor de las personas y las cosas, me volvía cada vez más arrogante.

Un día llegó una carta de un líder, que decía que la hermana Zhang Jiayi, de nuestra iglesia, había regresado tras ser destituida de su deber en otra iglesia. Yo tenía que organizar su asistencia a las reuniones. Pensé: “En mi trato anterior con Jiayi comprobé que era arrogante, tendía a reñir a la gente con condescendencia y era difícil llevarse bien con ella. Al parecer no ha cambiado realmente”. Poco después, llegaron tantos nuevos creyentes a la iglesia que necesitábamos con urgencia a gente para la labor de riego. El hermano Liu Zheng, que trabajaba conmigo, comentó que había estado en una reunión con Jiayi y había notado que, desde su destitución, ella había adquirido cierto autoconocimiento real y que también estaba algo arrepentida, aparte de haber regado a nuevos miembros anteriormente y ser muy eficaz. Sugirió que la pusiéramos a hacer algo de riego, mientras proseguía su introspección, para que no se retrasara nuestra labor. Cuando propuso a Jiayi, pensé: “¿Cómo podría funcionar eso? No la conoces bien, no es una persona que busque la verdad. Tú solo la oíste hablar de cierto entendimiento y crees que se ha arrepentido. Tu capacidad de evaluar a las personas y las situaciones es mala y no tienes el menor discernimiento”. Le dije con firmeza: “Conozco a Jiayi. Tiene un carácter arrogante y tiende a hacer reproches a la gente con condescendencia. Además, es difícil trabajar con ella. Siempre ha sido así, y no hay forma de que haya cambiado; si no, no la habrían destituido. No creo que sea adecuada. No podemos dejarle asumir ese deber”. Liu Zheng prosiguió: “No podemos ser demasiado exigentes. Es un poco arrogante, pero ha aprendido mucho de sí misma con esta experiencia de su destitución y ha sido capaz de arrepentirse de lo que hizo. Ahora habla con discreción y se lleva bien con los demás. Se ha transformado un poco su carácter arrogante. Hemos de tratar a la gente de manera correcta”. Me molesté un poco cuando me dijo eso. En mi opinión, él era nuevo en aquel deber, así que ¿qué podía saber? Simplemente debía estar de acuerdo conmigo. Así pues, le respondí con mayor énfasis: “Yo no juzgo a la ligera a la gente, pero entiendo que no es adecuada para ese deber y que no deberíamos ponerla a regar”. Liu Zheng no habló más, pues veía que estaba totalmente encerrado en mi opinión.

Poco después, como faltaba gente que regara, algunos nuevos creyentes se sentían débiles y negativos porque no habían recibido riego a tiempo, y no estaban asistiendo a las reuniones. Cuando una líder se enteró de lo que estaba pasando, fue con Liu Zheng a hablar con Jiayi. Cuando volvieron, Liu Zheng dijo: “Si bien Jiayi ha sido destituida, ella solo es arrogante y no ha cometido ninguna gran maldad. Ahora se conoce un poco y quiere arrepentirse y cambiar. Aún se la puede promover. No podemos juzgar a alguien para siempre por lo que haga una vez, sino que hemos de darle la oportunidad de arrepentirse. Lo hemos debatido, y Jiayi debe asumir la labor de riego”. Al oírlos recomendar otra vez a Jiayi para este ascenso, pensé: “Fui muy claro la última vez; además, ¿cómo ha podido cambiar en tan poco tiempo? Llevo mucho tiempo como líder y sé evaluar a la gente; entonces, ¿por qué no se fían de mí? ¡Así no se equivocarán!”. Así pues, volví a explicar mi postura muy categóricamente. En vista de la terquedad con que me aferraba a mi idea, la líder me señaló con dureza: “Hemos entendido a Jiayi. Hemos escuchado sus enseñanzas, hemos tenido un contacto real con ella y hemos visto que ha hecho algo de introspección y tiene cierto autoconocimiento. Deberíamos darle a la gente la oportunidad de arrepentirse. No podemos juzgarla por sus conductas del pasado. Alegas que es arrogante, pero ¿desde cuándo no permite la casa de Dios que se cultive a los arrogantes? Jiayi es adecuada para la labor de riego, una necesidad apremiante ahora. Tú sigues en tus trece e insistes en que no la utilicemos. ¿Esto no es ser terco y dictatorial? Los nombramientos de gente en la iglesia han de pasar por ti. Nadie puede cumplir con un deber sin tu autorización. Tienes demasiada arrogancia y santurronería. Al hacer lo que te place, ¿no ves que estás retrasando directamente la labor de la iglesia y la promoción de gente con talento?”. Me acongojó esta forma de tratarme de la líder, pero todavía me sentía algo reacio. Pensaba: “Juzgo bien a la gente, así que es imposible que me equivoque con Jiayi”. En ese momento, no podía seguir en desacuerdo. Por tanto, dije con desgana: “Como ambos habéis apreciado algún cambio en ella, démosle una oportunidad en el riego. La quitaremos si no funciona”.

Ya en casa, reflexioné sobre el trato de la líder hacia mí y me sentí muy molesto. Según lo que me había dicho, ¿no estaba yo cometiendo el mal y resistiéndome a Dios? Eso era gravísimo en esencia. No obstante, luego pensé que, si había meditado mi decisión de no nombrar a Jiayi para aquel puesto, ¿por qué decían eso de mí? ¿En qué demonios me había equivocado? Así pues, oré a Dios para buscar: “Dios mío, me cuesta aceptar la poda y el trato. No sé cómo comprenderme en esta situación ni en qué aspecto de la verdad debo entrar. Por favor, muéstrame el camino”. Después de orar leí estas palabras de Dios: “¿Qué supone ser ‘arbitrario e imprudente’? Supone actuar ante un problema como creas conveniente, sin un proceso de reflexión o búsqueda. Nada de lo que diga cualquiera te toca el corazón o te hace cambiar de idea. Ni siquiera aceptas la verdad cuando te la comunican, te mantienes en tus propias opiniones, no escuchas cuando otras personas dicen algo correcto, crees que eres tú el que tiene razón y te aferras a tus propias ideas. Aunque tu pensamiento sea correcto, deberías tener también en consideración las opiniones de otras personas. Y si no haces esto en absoluto, ¿acaso no es eso ser extremadamente santurrón? A las personas que son extremadamente santurronas y obstinadas no les resulta fácil aceptar la verdad. Si haces algo mal y te critican, diciéndote: ‘¡No lo haces conforme a la verdad!’, tú respondes: ‘Aunque sea así, lo voy a hacer igualmente’, y entonces encuentras alguna razón para hacerles pensar que es lo correcto. Si te lo reprochan, diciendo: ‘Es perjudicial que actúes así, y dañará la obra de la iglesia’, tú no solo no escuchas, sino que además no dejas de poner excusas como: ‘Yo creo que es la manera adecuada, así que voy a hacerlo así’. ¿Qué carácter es este? (Arrogancia). Es arrogancia. Una naturaleza arrogante te convierte en obstinado. Si tienes una naturaleza arrogante, te comportarás de manera arbitraria e imprudente e ignorarás lo que dicen los demás(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “Las palabras de Dios te muestran y señalan claramente cómo debes tratar a los demás; la actitud con la que Dios trata al hombre es la actitud que las personas deben adoptar en su trato de unos hacia otros. ¿Cómo trata Dios a todas y cada una de las personas? Algunas personas son de estatura inmadura o son jóvenes o han creído en Dios por poco tiempo, o no son malas por esencia naturaleza ni tampoco maliciosas, solo un poco ignorantes o carentes de calibre. O están sujetos a muchas restricciones, y todavía no comprenden la verdad ni han entrado en la vida, así que les resulta difícil abstenerse de hacer cosas estúpidas o cometer actos ignorantes. Pero Dios no se centra en la estupidez pasajera de las personas, sino que mira en sus corazones. Si están decididas a buscar la verdad, entonces están en lo correcto y, cuando tienen este objetivo, entonces Dios las observa, las espera y les da el tiempo y las oportunidades que les permitan entrar. No es que Dios las vaya a excluir por una sola transgresión. Eso es algo que la gente hace a menudo; Dios nunca trata así a la gente. Si Dios no trata así a la gente, ¿por qué la gente trata así a los demás? ¿Acaso no muestra esto su carácter corrupto? Este es precisamente su carácter corrupto. Debes ver cómo trata Dios a las personas ignorantes y estúpidas, cómo trata a los de estatura inmadura, cómo trata las manifestaciones normales del carácter corrupto del hombre y cómo trata a los que son maliciosos. Dios trata a distintas personas de diferentes maneras y también tiene varias maneras de gestionar las innumerables condiciones de las diferentes personas. Debes entender estas verdades. Una vez que has entendido estas verdades, entonces sabrás cómo experimentar los asuntos y tratar a la gente según los principios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para ganar la verdad, uno debe aprender de las personas, los asuntos y las cosas cercanas). Me puse a hacer introspección según lo revelado en las palabras de Dios. Creía que tenía cierta experiencia en general seleccionando y nombrando a gente y que había captado algunos principios. Sobre todo cuando le iba bien en el deber a alguien a quien yo hubiera elegido, creía de veras que tenía discernimiento y que podía evaluar a las personas y las situaciones. Lo consideraba mi capital, sentía gran autocomplacencia y no escuchaba sugerencias ajenas. Cuando Liu Zheng me instó a tratar a Jiayi de forma justa, me negué a hacerle caso. La encasillé según lo que había visto en ella anteriormente porque creía que era arrogante y no había forma de que cambiara, por lo que no podía asumir la labor de riego. De hecho, los requisitos de la casa de Dios son claros: siempre y cuando una persona pueda comprender las verdades de la visión y sea responsable en el deber, es posible promoverla y formarla. Incluso a aquellos que cometen transgresiones muy graves, si son capaces de aceptar la verdad, si pueden arrepentirse y transformarse, se les seguirá dando la oportunidad de cumplir con un deber. La casa de Dios siempre ha tratado a las personas en forma justa y equitativa. Sea cual sea el carácter corrupto de una persona o la forma en que haya perturbado la labor de la iglesia, siempre que no sea una persona malvada ni un anticristo, Dios salvará todo lo que pueda, y la iglesia le dará oportunidades para cumplir un deber y permitirle practicar. Así son Su amor y Su salvación. Yo no comprendía el carácter de Dios ni Sus intenciones al salvar al hombre, y tampoco entendía los principios para tratar a la gente en la casa de Dios. No me fijaba en los puntos fuertes de Jiayi, sino que simplemente me negaba a olvidarme de la corrupción que había revelado anteriormente, juzgándola de manera arbitraria y negándome a asignarle el riego de nuevos fieles. Por eso algunos nuevos creyentes no recibieron riego a tiempo y eso perturbó el trabajo de la iglesia. ¿No estaba cometiendo el mal? Lleno de pesar, me presenté ante Dios a orar: “Dios mío, soy demasiado arrogante y santurrón. No quiero seguir siendo terco en el deber. Quiero arrepentirme y transformarme”.

La siguiente vez que estuve en una reunión con Jiayi escuché su enseñanza. De veras tenía cierto autoconocimiento y arrepentimiento, y sentí aún más vergüenza y culpa. Cuando Jiayi asumió la labor de riego, se esforzaba y era responsable, y los hermanos y las hermanas regados por ella progresaban un poco. Posteriormente la promovieron a la gestión de la labor de riego de varias iglesias. Lo bien que lo hacía en el deber me hacía sentir todavía más abochornado. Detestaba lo arrogante que había sido, la forma arbitraria en que la había juzgado, al negarme a asignarle un deber y retrasar el trabajo de la iglesia. Comprendí que yo no tenía la verdad y no sabía evaluar a las personas y las situaciones. Había entendido algunas doctrinas y reglas gracias a toda mi experiencia, pero no basta con ellas para hacer bien el trabajo de la iglesia. Después de aquella incidencia, era más prudente al elegir gente, y cuando afloraba mi terquedad y quería tener la última palabra, oraba y me arrepentía, y escuchaba más lo que decían los demás. Creía haber logrado algunos cambios, pero, para mi sorpresa, luego pasó algo que me desenmascaró de nuevo.

Seis meses más tarde, la iglesia necesitaba urgentemente a dos personas para trabajar en los asuntos generales. Busqué y encontré a un par de hermanas responsables que sabrían encarar diversas situaciones, pero corrían ciertos riesgos de seguridad. Sin embargo, pensé que, como no iban a cumplir con el deber en su zona, no debería suponer un problema que asumieran ese deber. Se necesitaba a alguien con urgencia para la labor y, por el momento, no había candidatos mejores, así que decidí utilizarlas a ellas de momento y quitarlas cuando apareciera alguien mejor. Así pues, le conté a Liu Zheng que quería que la hermana Zhao Aizhen se ocupara de asuntos generales de la iglesia. Su respuesta fue: “Hemos de seguir firmemente los principios de selección de personas. No pueden trabajar en la iglesia si hay un problema de seguridad. Aizhen implica un riesgo de seguridad y no es adecuada para esta labor. Tenemos que regirnos por los principios”. En vista de que no estaba de acuerdo, discrepé de él: “No tenemos que preocuparnos tanto por eso. ¿No crees que tienes demasiado miedo? Cierto que la conocen como creyente en su ciudad, pero hace años que la policía no la tiene controlada. Además, tiene valor y sabiduría. Esto es lo que sé de ella. No creo que en este momento tengamos un candidato mejor. Nuestros asuntos generales requieren personal. No podemos seguir ciegamente las normas”. Me escuchó, e insistió: “Nombrar para este trabajo a alguien que suponga un riesgo vulnera los principios. Hay que priorizar la seguridad”. Ignoré por completo sus palabras e insistí en utilizar a Aizhen. Después ordené que otra hermana que también suponía un riesgo de seguridad, trabajara en los asuntos generales. Al poco tiempo, Aizhen, conocida por creer en Dios, empezó a estar bajo sospecha y vigilancia por parte de la policía del PCCh. Como visitaba con frecuencia las casas de algunos hermanos y hermanas, ellos también pasaron a estar bajo vigilancia y no podían cumplir con sus deberes con normalidad. La labor de la iglesia se vio sumamente obstaculizada.

Cuando la líder se enteró y supo que eso había sido causado por mi empeño en nombrar a alguien que suponía riesgos de seguridad, trató conmigo muy duramente: “Eres demasiado arrogante y terco. Siempre actúas arbitrariamente en el deber y vas en contra de los principios. Esta vez eso ha provocado graves perjuicios al trabajo de la iglesia. ¿Eso no es servirle a Satanás de esbirro y perturbar la labor de la iglesia? Basándonos en tu conducta sistemática, hemos decidido destituirte”. Esto me supuso una auténtica bofetada que me dejó totalmente atónito. Pensé: “Se acabó. He cometido una gran maldad. ¿Y si detienen a los hermanos y hermanas implicados? Si los detienen, realmente habré hecho algo horrible”. Cuanto más lo pensaba, más asustado estaba. Me mataba la culpa. La sentía como una puñalada al corazón y no tenía motivación para hacer nada de nada. Vivía con esta desdicha día tras día, orando a Dios y reconociendo mi acto malévolo una y otra vez: “Dios mío, soy demasiado arrogante y presuntuoso. Mi terquedad ha perjudicado de forma inaudita el trabajo de la iglesia. Estoy listo para aceptar el castigo que quieras imponerme. Solo te pido que protejas a esos hermanos y hermanas de la detención”. Más adelante supe que habían trasladado a tiempo a esos miembros de la iglesia y habían escapado a su captura. Por fin pude respirar aliviado.

Después de aquello, hice introspección. ¿Por qué era siempre tan terco en el deber? ¿De dónde provenía eso realmente? Leí estas palabras de Dios: “Si, en el fondo, realmente comprendes la verdad, sabrás cómo practicarla y obedecer a Dios y, naturalmente, te embarcarás en la senda de búsqueda de la verdad. Si la senda por la que vas es la correcta y conforme a la voluntad de Dios, la obra del Espíritu Santo no te abandonará, en cuyo caso serán cada vez menores las posibilidades de que traiciones a Dios. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; harían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibieras constantemente; te harían despreciar a los demás, no dejarían a nadie en tu corazón más que a ti mismo; te quitarían el lugar que ocupa Dios en tu corazón, y finalmente harían que te sentaras en el lugar de Dios y exigieras que la gente se sometiera a ti y harían que veneraras tus propios pensamientos, ideas y nociones como la verdad. ¡Cuántas cosas malas hacen las personas bajo el dominio de esta naturaleza arrogante y engreída!(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Con las palabras de Dios entendí que mi reiterada conducta arbitraria en el deber se debía a que me controlaba una naturaleza arrogante y engreída. A causa de semejante naturaleza, yo siempre me sobrevaloraba y me creía mejor que nadie, que tenía más razón que nadie, así que debía tener la última palabra en cuestiones de la iglesia. En cuanto me proponía algo, me negaba a verlo de otro modo y no escuchaba a nadie. Hasta quería que la gente obedeciera mis ideas como si fueran los principios verdad. Sabía que aquellas dos hermanas suponían sendos riesgos de seguridad y no eran adecuadas para trabajar en los asuntos generales, y yo mismo tenía dudas al respecto, pese a lo cual no fui capaz de hacerme a un lado y buscar la voluntad de Dios. Ignoré la reprobación y la guía del Espíritu Santo, y no escuché a Liu Zheng cuando intentó disuadirme. Tenía que salirme con la mía y, al final, causé un gravísimo perjuicio al trabajo de la iglesia. Ojalá hubiera tenido un mínimo deseo de buscar la verdad y someterme, y hubiera hecho caso a las sugerencias de Liu Zheng; no se habrían producido unas consecuencias tan terribles. Al percatarme de todo esto, sentí un pesar y una culpa enormes, y detesté mi arrogancia y mi terquedad. El Partido Comunista nunca deja de atentar contra la obra de Dios con toda clase de tácticas para oprimir y detener a Su pueblo escogido. Había vulnerado arbitrariamente los principios al nombrar para algunos deberes a personas que no estaban seguras, con lo que acabaron bajo vigilancia otros hermanos y hermanas. ¿No era eso ser cómplice de Satanás? Si esos hermanos y esas hermanas hubieran sido detenidos y encarcelados, las consecuencias habrían sido terribles. Esta idea me asustaba cada vez más. Entendí que las consecuencias de actuar con un carácter arrogante eran enormes. Yo había trabajado un poco y pensaba que era genial, así que no tenía muy en cuenta a los demás ni llevaba a Dios en el corazón. Ni siquiera me tomaba en serio los principios verdad y usaba cualquier trabajo que hubiera hecho como mi capital. Hacía lo que quería. Era tan arrogante que había perdido totalmente la razón. Pensé en todos aquellos anticristos expulsados de la iglesia. Eran sumamente arrogantes, dictatoriales y arbitrarios en el deber y perturbaban gravemente la labor de la iglesia. Al final, hicieron tanto mal que los apartaron de la iglesia. De no corregir mi carácter arrogante, no podría evitar hacer el mal y resistirme a Dios, y al final Él me descartaría. Percibí en mi interior lo terrible que era vivir en función de un carácter arrogante. Aunque había cometido una maldad tan grande, la iglesia no me había expulsado, sino que me había apartado. Dios incluso me había dado esclarecimiento y guía con Sus palabras: una oportunidad de hacer introspección y conocerme, de arrepentirme y cambiar. Realmente sentía el amor de Dios y tenía gran pesar. Quería arrepentirme y transformarme.

Después comencé a buscar conscientemente la manera de resolver el problema de tener un carácter arrogante, arbitrariedad y terquedad en el deber. Leí este pasaje de las palabras de Dios: “Entonces, ¿cómo corriges tu arbitrariedad e imprudencia? Supongamos que te ocurre algo y tienes tus propias ideas y planes. Antes de decidir qué hacer, debes buscar la verdad y debes al menos hablar con todos de lo que opinas y crees respecto a ese asunto, preguntarles si tus ideas son correctas y conformes a la verdad, y que lleven a cabo las comprobaciones por ti. Este es el mejor método para corregir la arbitrariedad y la imprudencia. En primer lugar, puedes aclarar tus puntos de vista y buscar la verdad, este es el primer paso a poner en práctica para resolver la arbitrariedad y la imprudencia. El segundo paso se produce cuando otros expresan opiniones contrarias: ¿cómo puedes practicar para evitar ser arbitrario e imprudente? Primero debes tener una actitud de humildad, dejar de lado lo que crees correcto y permitir que todos hablen. Aunque creas que lo que dices es correcto, no debes seguir insistiendo en ello. Esa es una suerte de paso adelante; demuestra una actitud de búsqueda de la verdad, de negarte a ti mismo y satisfacer la voluntad de Dios. Una vez que tienes esta actitud, a la vez que no te apegas a tus propias opiniones, debes orar, buscar la verdad proveniente de Dios y buscar un fundamento en Sus palabras; decidir cómo actuar según las palabras de Dios. Esta es la práctica más adecuada y precisa. Cuando buscas la verdad y planteas un problema para que todos comuniquen y busquen juntos, ahí es cuando el Espíritu Santo proporciona esclarecimiento. Dios da esclarecimiento a las personas de acuerdo con los principios, Él hace balance de su actitud. Si tú sigues en tus trece sin importar si tu punto de vista es adecuado o erróneo, Dios esconderá Su rostro de ti y te ignorará. Él te hará toparte contra un muro, te pondrá en evidencia y revelará tu feo estado. Si, por el contrario, tu actitud es correcta —ni empeñada en tener razón, ni santurrona, arbitraria e imprudente, sino una actitud de búsqueda y aceptación de la verdad, si comunicas esto con todos—, entonces el Espíritu Santo empezará a obrar entre vosotros, y quizá te guíe hacia la comprensión a través de las palabras de otra persona. A veces, cuando el Espíritu Santo te da esclarecimiento, te lleva a entender el quid de la cuestión con tan solo unas pocas palabras o frases, o proporcionándote una idea. En ese instante te das cuenta de que todo aquello a lo que te aferras está equivocado y justo entonces comprendes la forma más correcta de actuar. A esas alturas, ¿no has tenido éxito a la hora de evitar hacer el mal y al mismo tiempo cargar con las consecuencias de un error? ¿Acaso no es esto la protección de Dios? (Sí). ¿Cómo se logra eso? Esto solo se consigue cuando tienes un corazón temeroso de Dios, y cuando buscas la verdad con un corazón obediente. Una vez que has recibido el esclarecimiento del Espíritu Santo y has determinado los principios de tu práctica, esta concordará con la verdad, y serás capaz de satisfacer la voluntad de Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Tras leer esto, entendí que, para corregir la arrogancia y la terquedad, lo principal es tener un corazón temeroso de Dios y tener una actitud de búsqueda de la verdad. No puedo empeñarme en mi propio enfoque cuando se planteen las cosas, sino que he de debatirlas con mis hermanos y hermanas. Si trabajamos juntos en armonía, recibiremos la guía de Dios. Si alguien opina distinto, primero debo aceptarlo y luego orar a Dios, buscar la verdad y poner en práctica los principios. Si me obstino en aferrarme a mis ideas, es imposible que reciba la obra del Espíritu Santo. No tendré conocimiento de nada y perturbaré en mi deber. Recapacité sobre el mal tan grande que había cometido por ser tan arrogante y por no llevar a Dios en el corazón. Eso provenía del deseo de ser dueño y señor de todo, de no trabajar bien con los demás. Al comprenderlo, decidí en silencio dejar de ser tan obstinado cuando se plantearan las cosas, buscar los principios verdad y comunicarme mejor con los demás. Escucharía toda idea, de quien fuera, que se ajustara a los principios verdad.

Posteriormente, me eligieron como líder de un equipo dedicado a la labor de riego. Estaba muy agradecido y valoraba aquel deber. Me advertía de continuo que verdaderamente tenía que aprender de mi fracaso y que ya no podía dejar que mi naturaleza arrogante me volviera terco. Cuando surgían problemas, tomaba la iniciativa de consultarles a los hermanos y hermanas para debatir las cosas con ellos. Una vez, recibí una carta de un líder, en la que decía que teníamos que buscar a gente adecuada para la labor de riego. Al analizarlo, creí adecuada a la hermana Su Xing, pero, según las evaluaciones previas de los demás, ella era de naturaleza arrogante y no aceptaba los consejos y la ayuda de los hermanos y las hermanas. Debido a eso, supuse que no aceptaba la verdad, por lo que no era una persona digna de ser promovida. Mientras pensaba en eso, me di cuenta de que de nuevo estaba juzgando arbitrariamente a alguien y recordé unas palabras de Dios: “Si una persona no alcanza sus propias conclusiones, es una señal de que no es santurrona; si no insiste en sus propias ideas, es una señal de que tiene razón. Si además puede someterse, entonces ha logrado la práctica de la verdad(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La sumisión a Dios es una lección fundamental para alcanzar la verdad). Sabía que no podía empeñarme otra vez en tener la última palabra, sino que tenía que hablarlo con el hermano que trabajaba conmigo y escuchar sus sugerencias. Cuando le expliqué mi postura, me respondió: “Según estas evaluaciones, sí parece que Su Xing es muy arrogante, pero todo se basa en la corrupción que reveló en el pasado. No sabemos si ha logrado conocerse un poco. No deberíamos frenar a alguien con talento. Por tanto, que redacte un texto introspectivo y luego les pediremos opinión a los hermanos y las hermanas cercanos a ella. Nosotros podemos revisar todo esto para ver si es buena candidata a este deber. Este enfoque es mejor”. A mi parecer, esta sugerencia encajaba en los principios verdad. Si la juzgaba inadecuada para ser promovida solamente a partir de las opiniones anteriores de algunos hermanos y hermanas, sería demasiado arbitrario. Debíamos mirar qué clase de arrogancia tenía. Si era una arrogancia irracional y ciega y una negativa total a aceptar la verdad, realmente no debía ser promovida. Si era arrogante, pero tenía buena humanidad y podía aceptar la verdad y podía conocerse a sí misma y transformarse tras la poda y el trato, eso revelaría una corrupción normal. No podemos tratar cosas diferentes como lo mismo. Cuando recibimos la introspección de Su Xing y las evaluaciones de otros hermanos y hermanas, comprobamos que había cambiado un poco y había logrado cierta entrada, y que era alguien que podía aceptar la verdad. La recomendamos para aquella labor de riego. A partir de entonces, ya no he cumplido con mi deber de manera tan arrogante y terca como antes, no me limito a decidir yo solo, sino que escucho conscientemente las sugerencias ajenas y busco los principios verdad. Con esta clase de práctica, estoy tranquilo y no dudo. He podido lograr esta transformación gracias únicamente a leer las palabras de Dios.

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