35. Por qué era tan arrogante
Un día, un par de líderes de la iglesia me plantearon una cuestión. Me dijeron que Isabella, quien estaba a cargo de la obra evangelizadora, no actuaba según los principios y no debatía nada con los líderes de la iglesia. Dijeron que ella simplemente reasignaba gente a predicar el evangelio al azar, lo que afectaba el trabajo actual del que los hermanos y hermanas se ocupaban en ese momento y perturbaba la obra de la iglesia. Sin pensarlo un momento, respondí: “Isabella debe de haber cambiado los deberes de la gente por necesidades del trabajo”. Una de las líderes me explicó: “A Isabella le falta aptitud y no es competente en el trabajo. No se está organizando bien al personal, y los demás no están contentos. Eso ha llevado a algunos a un estado negativo y ha afectado nuestra labor evangelizadora. ¿Acaso no está incapacitada para gestionar este trabajo?”. Me sentí muy molesta cuando oí que querían relevarla, y repliqué: “¿Qué? Si Isabella no se encarga de la obra evangelizadora, ¿van a poder encontrar a alguien mejor? ¿Tenemos a alguien adecuado? Estos problemas que comentan sí existen, sin duda, pero no son demasiado cruciales. Ella logra resultados en la obra evangelizadora; ¡no la podemos destituir por nimiedades! Hemos de proteger el trabajo de la iglesia”. Mientras refutaba a las líderes de la iglesia, pensaba que eran quisquillosas y que nadie es perfecto. Todos somos corruptos y tenemos defectos, así que ¿es correcto criticar a alguien por no hacer todo absolutamente bien? ¿Por qué no priorizaban los resultados del trabajo? ¿Y si la destituíamos y empeoraban los resultados de la obra evangelizadora? Eso podría dar la impresión de que yo no sabía hacer un trabajo real, como una falsa líder. Entonces, ¿qué opinarían de mí los demás? Y ¿me relevaría el líder principal cuando se enterara? Las dos líderes de la iglesia con las que hablaba se quedaron sin palabras con mi respuesta. Finalmente, una de ellas dijo: “Bueno, mantengámosla en el puesto por ahora”. Días después, el líder principal me contactó y me preguntó cómo iba Isabella en su deber. Le contesté: “Va bien. Tiene logros en su trabajo y realmente consigue que se hagan las cosas”. El líder me preguntó: “¿Y cuáles son estos logros que comentas? ¿Has examinado en detalle cuánta gente ha ganado con su obra evangelizadora? ¿Sabes que abulta las cifras? Tiene poca aptitud y le falta capacidad. No sabe resolver problemas. ¿Estás al tanto de eso? ¿Sabes que asigna a la gente sin observar los principios, lo que perturba la obra evangelizadora?”. Ante las sucesivas preguntas, me palpitaba el corazón y me quedé en blanco. Viendo que no era capaz de responder una sola pregunta, el líder prosiguió: “¡Estás muy convencida de que tienes razón! A las personas así les falta autoconocimiento. Si te conocieras de veras, ¿por qué no te rebelarías contra ti misma? ¿Por qué no te negarías a ti misma? Otros han planteado claramente este asunto, pero tú no lo has aceptado. Una actitud bastante arrogante, ¿no crees? ¿Tienes la realidad-verdad? Alguien que genuinamente tenga la realidad-verdad no cree siempre tener razón. Es capaz de escuchar cuando otros tengan razón. Es capaz de aceptar la verdad y someterse a ella. Es alguien con una humanidad normal. ¿Pero qué hay del tipo de persona que es increíblemente arrogante? ¿Puede aceptar la verdad? La gente que es arrogante no acepta la verdad y nunca se someterá a ella. No se conoce a sí misma, es incapaz de rebelarse contra sí misma y, en realidad, no sabe poner en práctica la verdad ni defender los principios-verdad. No sabe llevarse bien con nadie. Es gente cuyo carácter no se ha transformado. A partir de esto vemos que los arrogantes son viejos satanases no reconstruidos. Debes reflexionar acerca de si eres ese tipo de persona”. En ese momento quedé atónita, y después simplemente me quedé sentada, repasando en mi mente lo que me había dicho: no aceptan la verdad, jamás se someterán a la verdad, no saben llevarse bien con nadie, su carácter no se ha transformado y son viejos satanases no reconstruidos. Cuanto más lo pensaba, peor me sentía, y mis lágrimas fluyeron libremente. Con dolor, oré entre lágrimas: “¡Oh, Dios! Nunca pensé que fuera el tipo de persona arrogante y que no aceptaba la verdad. Te pido que me guíes para que haga introspección y me conozca”.
Un día leí estas palabras de Dios en mis devociones: “La arrogancia es la raíz del carácter corrupto del hombre. Cuanto más arrogante es la gente, más irrazonable es, y cuanto más irrazonable es, más propensa es a oponerse a Dios. ¿Hasta dónde llega la gravedad de este problema? Las personas de carácter arrogante no solo consideran a todas las demás inferiores a ellas, sino que lo peor es que incluso son condescendientes con Dios y no tienen un corazón temeroso de Él. Aunque las personas parezcan creer en Dios y seguirlo, no lo tratan en modo alguno como a Dios. Siempre creen poseer la verdad y tienen buen concepto de sí mismas. Esta es la esencia y la raíz del carácter arrogante, y proviene de Satanás. Por consiguiente, hay que resolver el problema de la arrogancia. Creerse mejor que los demás es un asunto trivial. La cuestión fundamental es que el propio carácter arrogante impide someterse a Dios, a Su soberanía y Sus disposiciones; alguien así siempre se siente inclinado a competir con Dios por el poder y el control sobre los demás. Esta clase de persona no tiene un corazón temeroso de Dios en lo más mínimo, por no hablar de que ni lo ama ni se somete a Él. Las personas que son arrogantes y engreídas, especialmente las que son tan arrogantes que han perdido la razón, no pueden someterse a Dios al creer en Él e, incluso, se exaltan y dan testimonio de sí mismas. Estas personas son las que más se resisten a Dios y no tienen un corazón temeroso de Él en absoluto. Si las personas desean llegar al punto de tener un corazón temeroso de Dios, primero deben resolver su carácter arrogante. Cuanto más minuciosamente resuelvas tu carácter arrogante, más tendrás un corazón temeroso de Dios, y solo entonces podrás someterte a Él y obtener la verdad y conocerle. Solo los que obtienen la verdad son auténticamente humanos” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me aportaron bastante esclarecimiento. Es cierto. La arrogancia es la raíz de la corrupción. Al ser arrogante, me consideraba mejor que los demás, y aún peor que eso, era ciega a Dios. Cuando surgían problemas, no me presentaba ante Dios y buscaba Su intención, ni buscaba los principios-verdad, sino que exigía imperiosamente que todos me escucharan. Recordé lo que me comentaron las líderes de la iglesia sobre Isabella. Refuté todo lo que dijeron sin reflexionar. Según ellas, Isabella no tenía principios y reasignaba gente al azar sin hablar con los líderes de la iglesia, lo que perturbaba tanto las cosas que la gente no sabía qué deber tenía que cumplir. Yo negué del todo este problema y no les hice ningún caso. Defendí totalmente a Isabella alegando que actuaba así porque la obra evangelizadora necesitaba gente con urgencia, y que era preciso. Las líderes de la iglesia respondieron que tenía poca aptitud, que le faltaba capacidad para el trabajo y que no era idónea para gestionar la obra evangelizadora. Yo no me informé de la situación real ni pensé si debía ser despedida o no según los principios. En lugar de eso, no estuve de acuerdo y me enfadé. Pregunté por qué Isabella no debía estar al mando, y pregunté a las líderes de la iglesia si podían encontrar un supervisor mejor que ella, y de este modo las intimidé para que guardaran silencio. Al plantear el asunto, las líderes de la iglesia eran responsables y defendían el trabajo de la iglesia, pero yo creía comprender la verdad mejor que ellas. Sentía que tenía más entendimiento, mientras que ellas solo tenían una comprensión superficial de la verdad y no veían las cosas de forma correcta, y por tanto, no tenía que hacerles caso. ¡Qué arrogante e imperiosa! Fui obstinada, me negué a aceptar la verdad; ni siquiera una sola afirmación correcta. Refuté todo lo que dijeron y discutí hasta que dejaron de expresar sus opiniones. Era arrogante más allá de toda razón y no tenía en absoluto un corazón temeroso de Dios. No utilizaba a la gente según los principios, ya había perjudicado el trabajo de la iglesia. No solo no reconocí mis errores, sino que arremetí contra ellas, acusando a las líderes de la iglesia de buscar culpables y de tratar a Isabella injustamente. ¿No era una vieja satanasa no reconstruida cuyo carácter no había sufrido la menor transformación? Así, ¿cómo podría llevarme normalmente con otra gente y cooperar en armonía? Me sentí muy mal al reflexionarlo de esa manera y oré a Dios, dispuesta a arrepentirme y a entender la situación de Isabella. Tras investigar realmente las cosas, me enteré de que Isabella mentía en sus informes y que hacía mal las cosas, y de que muchos nuevos creyentes no asistían a reuniones porque ella no había asignado a ningún regante. Para empezar, Isabella tenía poca aptitud, pero además era arrogante y dictatorial, y no hablaba de su trabajo con nadie. Cuando surgían problemas, no sabía resolverlos y no aceptaba sugerencias de nadie, por lo que durante mucho tiempo no se abordaron numerosos problemas, lo que entorpeció el avance de la obra evangelizadora. Ante estos hechos, por fin reconocí que había elegido a la persona equivocada. Cuando las líderes de la iglesia sugirieron sustituirla, no estuve de acuerdo y las intimidé para que se sometieran. Cuanto más pensaba en ello, peor me sentía, me odié por ser tan arrogante y por siempre dar por sentado que tenía la razón. Me presenté ante Dios en oración para pedirle que me guiara hasta comprender la esencia de mi problema.
Luego leí un pasaje de las palabras de Dios sobre mi problema de arrogancia. Dios Todopoderoso dice: “Ser arrogante y sentencioso es el carácter satánico más ostensible del hombre, y si la gente no acepta la verdad, no tendrá manera de purificarlo. Todas las personas tienen un carácter arrogante y sentencioso, y siempre son engreídas. Más allá de lo que piensen o digan, o de cómo vean las cosas, siempre creen que sus puntos de vista y sus actitudes son correctos, y que lo que dicen los demás no es tan bueno ni tan correcto como lo que ellas dicen. Siempre se aferran a sus opiniones y, sin importar quién hable, no lo escuchan. Aunque lo que esa persona diga sea correcto o concuerde con la verdad, no lo aceptan; solo aparentarán estar escuchando, pero en realidad no adoptarán la idea y, cuando llegue el momento de actuar, seguirán haciendo las cosas a su manera, creyendo siempre que lo que dicen es correcto y razonable. Es posible que lo que tú digas, en efecto, sea correcto y razonable, o que lo que hayas hecho sea correcto e irreprochable, pero ¿qué clase de carácter has revelado? ¿No es arrogante y sentencioso? Si no desechas este carácter arrogante y sentencioso, ¿no afectará el cumplimiento de tu deber? ¿No afectará tu práctica de la verdad? Si no resuelves tu carácter arrogante y sentencioso, ¿no te causará graves reveses en lo sucesivo? Sin duda que sufrirás reveses, eso es inevitable. Decidme, ¿puede Dios ver tal comportamiento del hombre? ¡Dios es más que capaz de verlo! Él no solo escruta las profundidades del corazón de las personas, también observa cada una de sus palabras y actos en todo momento y lugar. ¿Qué dirá Dios cuando vea este comportamiento tuyo? Él dirá: ‘¡Eres intransigente! Es entendible que puedas aferrarte a tus ideas cuando no sepas que estás equivocado, pero cuando claramente sí lo sabes y de todos modos te aferras a ellas, y morirías antes que arrepentirte, no eres más que un necio obstinado y estás en problemas. Si, más allá de quién formule una sugerencia, tú siempre adoptas una actitud negativa y reticente al respecto y no aceptas ni siquiera un poco de la verdad, y si tu corazón es completamente reticente, está cerrado y es despectivo, entonces eres muy ridículo, ¡eres una persona absurda! ¡Eres muy difícil de tratar!’. ¿En qué aspecto eres difícil de tratar? Porque lo que expresas no es un enfoque ni un comportamiento erróneo, sino que es una revelación de tu carácter. ¿Una revelación de qué carácter? Un carácter en el cual sientes aversión por la verdad y la odias. Una vez que se te ha identificado como una persona que odia la verdad, a ojos de Dios estás en problemas, y Él te desdeñará e ignorará. Desde la perspectiva de la gente, lo máximo que dirán es: ‘El carácter de esta persona es malo, es sumamente obstinada, intransigente y arrogante. Es difícil llevarse bien con ella y no ama la verdad. Jamás ha aceptado la verdad y no la pone en práctica’. Como mucho, todo el mundo hará esta valoración de ti, pero ¿puede eso decidir tu porvenir? La valoración que la gente hace de ti no puede decidir tu porvenir, pero hay algo que no debes olvidar: Dios escruta el corazón de las personas y, al mismo tiempo, observa cada una de sus palabras y actos. Si Dios te cataloga así y dice que odias la verdad, si Él no dice simplemente que tú tengas un carácter un poco corrupto o que seas un poco desobediente, ¿no es este un problema grave? (Es grave). Eso implica un problema, y este problema no radica en la manera en la cual la gente te ve o en cómo te valora, sino en la forma en la que Dios ve tu carácter corrupto de odio hacia la verdad. Así pues, ¿cómo lo ve Dios? ¿Dios simplemente ha determinado que odias la verdad y no la amas, y eso es todo? ¿Es tan simple como eso? ¿De dónde proviene la verdad? ¿A quién representa? (Representa a Dios). Meditad sobre esto: si una persona odia la verdad, desde la perspectiva de Dios, ¿cómo la verá Él? (Como Su enemigo). ¿No es este un problema grave? Cuando alguien odia la verdad, ¡odia a Dios!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se vive a menudo ante Dios es posible tener una relación normal con Él). La revelación de las palabras de Dios me impactó mucho. Descubrí la horrenda corrupción de mi arrogancia. Un par de hermanas me habían ofrecido unas sugerencias sobre alguien a quien yo había elegido, y yo simplemente no lo acepté, ya que creía tener razón. Ni siquiera les di oportunidad de hablar, sino que seguí reprendiéndolas e intimidándolas. Dije tantas cosas arrogantes que desistieron. Eso no era un simple error de enfoque y de conducta. Provenía de un carácter satánico de sentir aversión por la verdad y odiarla. Me sentí asqueada (fue como tragar algo realmente repugnante) cuando pensé en la forma en que había hablado y actuado al oponerme a esas líderes. Me sentí increíblemente avergonzada, como una tonta desgraciada. A ojos de Dios, sentir aversión por la verdad y odiarla es odiarlo a Él y ser Su enemigo, y todos los enemigos de Dios son diablos y satanases. El líder principal tenía toda la razón al exponerme como una vieja satanasa no reconstruida. Esa es mi esencia-naturaleza. Enfrentar los problemas con resistencia y negación; no aceptar la verdad; cumplir con mi deber de acuerdo con mi carácter corrupto y satánico. ¿Cómo podría esto no equivaler a resistirme a Dios, y cómo podría no ser podada por ello? En ese momento entendí que ser podada así era la justicia de Dios. Aunque ser expuesta y podada hirió mi orgullo y fue duro para mí, me ayudó a ver mi naturaleza arrogante y me dio un corazón relativamente temeroso de Dios.
Después leí más palabras de Dios que me aportaron mejor entendimiento y discernimiento sobre mi estado. Dios Todopoderoso dice: “Da igual lo que hagan, los anticristos siempre tienen sus propios objetivos e intenciones, siempre actúan de acuerdo con su propio plan y su actitud hacia los arreglos y la obra de la casa de Dios es: ‘Tú puedes tener mil planes, pero yo tengo una sola regla’; todo esto lo determina la naturaleza de los anticristos. ¿Pueden los anticristos cambiar su mentalidad y obrar de acuerdo con los principios-verdad? Eso sería del todo imposible, a menos que lo Alto les exija directamente que lo hagan, en cuyo caso, por necesidad, podrían hacer un poco a regañadientes. Si no hicieran nada en absoluto, quedarían en evidencia y se los despediría. Solo en estas circunstancias son capaces de hacer un poco de trabajo real. Esta es la actitud que los anticristos tienen respecto a hacer deberes. Esta es también la actitud que tienen hacia practicar la verdad. Cuando la práctica de la verdad les resulta beneficiosa, cuando todo el mundo les va a conceder su aprobación y a admirarlos por ello, seguro que acceden y realizan algunos esfuerzos simbólicos que los demás consideran casi aceptables. Si practicar la verdad no los beneficia, si nadie lo ve, y los líderes superiores no se dan cuenta, en esos momentos no hay ninguna posibilidad de que practiquen la verdad. Su práctica de la verdad depende del contexto y de la situación y calculan cómo pueden hacerlo de manera que sea visible para los demás y lo grandes que serán los beneficios; tienen una comprensión ingeniosa de estas cosas y se pueden adaptar a diferentes situaciones. Piensan en todo momento en su propia fama, ganancia y estatus, y no muestran ningún tipo de consideración hacia las intenciones de Dios, y de este modo se quedan cortos a la hora de practicar la verdad y defender los principios. Los anticristos solo prestan atención a su propia fama, ganancias, estatus e intereses personales, les resulta inaceptable no obtener ningún beneficio ni poder exhibirse, y la práctica de la verdad les resulta problemática. Si no se reconocen sus esfuerzos y su trabajo no se percibe, ni aunque lo realicen delante de otros, entonces no practicarán verdad alguna. Si el trabajo es organizado directamente por la casa de Dios, y no les queda otra opción que hacerlo, se plantean si eso beneficiará a su estatus y reputación. Si resulta bueno para su estatus y puede mejorar su reputación, ponen todo su empeño en esta tarea y hacen un buen trabajo; sienten que están matando dos pájaros de un tiro. Si no resulta beneficioso para su fama, ganancias y estatus y hacerlo mal podría acabar por desacreditarles, piensan en una manera o excusa para librarse de ello. Sea cual sea el deber que realicen los anticristos, siempre se atienen al mismo principio: han de obtener algo en cuanto a reputación, a estatus o a sus intereses y no deben incurrir en pérdidas. El tipo de trabajo que más les gusta a los anticristos es aquel en el que no tienen que sufrir ni pagar ningún precio y obtienen beneficios para su reputación y estatus. En resumen, no importa lo que estén haciendo, los anticristos consideran primero sus propios intereses y solo actúan una vez que lo han pensado todo bien; no se someten verdadera, sincera y absolutamente a la verdad sin compromiso, sino que lo hacen de manera selectiva y condicional. ¿Cuáles son las condiciones? Se trata de que su estatus y reputación estén a salvo y de que no deben sufrir ninguna pérdida. Solo después de que se satisfaga esta condición, decidirán y elegirán qué hacer. Es decir, los anticristos consideran muy seriamente la manera de tratar los principios-verdad, las comisiones de Dios y la obra de la casa de Dios o cómo ocuparse de las cosas a las que se enfrentan. No les importa cómo satisfacer las intenciones de Dios, cómo evitar dañar los intereses de Su casa, cómo contentar a Dios o cómo beneficiar a los hermanos y hermanas; esas no son las cosas que les interesan. ¿Qué les importa a los anticristos? Si su propio estatus y su reputación van a verse afectados y si su prestigio va a disminuir. Si hacer algo de acuerdo con los principios-verdad beneficia a la obra de la iglesia y a los hermanos y hermanas, pero puede provocar que su propia reputación se vea afectada y causar que mucha gente se dé cuenta de su verdadera estatura y sepa qué tipo de esencia-naturaleza tiene, entonces no cabe duda de que no van a actuar de acuerdo con los principios-verdad. Si piensan que hacer algo de trabajo real provocará que más personas piensen bien de ellos, los respeten y los admiren, que les dará incluso un mayor prestigio o hará que sus palabras tengan autoridad y causará que más personas se sometan a ellos, entonces elegirán hacerlo así. De lo contrario, nunca escogerán renunciar a sus propios intereses por consideración hacia los intereses de la casa de Dios o de los hermanos y hermanas. Esta es la esencia-naturaleza de los anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Las palabras de Dios me enseñaron que el hecho de que me resistiera y me molestara cuando otros me comentaron los problemas de Isabella y que no accediera a relevarla no se debía simplemente a que yo tuviera un carácter arrogante. Detrás se ocultaban mis motivaciones egoístas y ruines. Me negué a aceptar las sugerencias de esas dos líderes solo para poder proteger mi posición en la iglesia. Pero tenían razón sobre los problemas de Isabella. No era idónea como supervisora y ya estaba obstaculizando la obra evangelizadora. Yo debería haberla destituido inmediatamente, pero en cambio, busqué todo tipo de motivos para impedirlo y así mantener mi estatus. En consecuencia, las dos líderes de la iglesia no supieron cómo organizar las cosas adecuadamente, y esto obstaculizó aun más nuestra obra evangelizadora. Mi arrogancia, mi incapacidad para defender el trabajo de la iglesia y mi priorización de mi propio estatus personal tuvieron un impacto en nuestra obra evangelizadora y en la entrada en la vida de los hermanos y hermanas. Yo perturbaba la labor de la iglesia. Decía que defendía el trabajo de la iglesia, pero en realidad solamente defendía mi propio estatus. Mientras pudiera preservar mi posición en la iglesia, aunque alguien a quien hubiera elegido tuviera problemas y la labor de la iglesia se viera entorpecida, yo miraba para otro lado. Estaba dispuesta a que se resintieran los intereses de la iglesia si con ello podía preservar el estatus. ¿Esa no es la conducta de un anticristo? Con el juicio y la revelación de las palabras de Dios descubrí mi esencia-naturaleza, contraria a Él, y tuve claras mis propias intenciones viles. A esas alturas, sentí cierto miedo y estaba dispuesta a arrepentirme ante Dios, a dejar de hacer el mal y de resistirme a Él por arrogancia.
Una vez leí en mis devociones un pasaje de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Cuando otros expresan opiniones contrarias, ¿cómo puedes practicar para evitar ser arbitrario e imprudente? Primero debes tener una actitud de humildad, dejar de lado lo que crees correcto y permitir que todos hablen. Aunque creas que lo que dices es correcto, no debes seguir insistiendo en ello. Esa es una suerte de paso adelante; demuestra una actitud de búsqueda de la verdad, de negarte a ti mismo y satisfacer las intenciones de Dios. Una vez que tienes esta actitud, a la vez que no te apegas a tus propias opiniones, debes orar, buscar la verdad proveniente de Dios y buscar un fundamento en Sus palabras; decidir cómo actuar según las palabras de Dios. Esta es la práctica más adecuada y precisa. Cuando buscas la verdad y planteas un problema para que todos compartan y busquen juntos, ahí es cuando el Espíritu Santo proporciona esclarecimiento. Dios da esclarecimiento a las personas de acuerdo con los principios, Él hace balance de su actitud. Si tú sigues en tus trece sin importar si tu punto de vista es adecuado o erróneo, Dios esconderá Su rostro de ti y te ignorará. Él te hará toparte contra un muro para ponerte en evidencia y desenmascarar tu feo estado. Si, por el contrario, tu actitud es correcta —ni empeñada en tener razón, ni sentenciosa, arbitraria e imprudente, sino una actitud de búsqueda y aceptación de la verdad, si hablas sobre esto con todos—, entonces el Espíritu Santo empezará a obrar entre vosotros, y quizá te guíe hacia la comprensión a través de las palabras de otra persona. A veces, cuando el Espíritu Santo te da esclarecimiento, te lleva a entender el quid de la cuestión con tan solo unas pocas palabras o frases, o proporcionándote una idea. En ese instante te das cuenta de que todo aquello a lo que te aferras está equivocado y justo entonces comprendes la forma más correcta de actuar. A esas alturas, ¿no has tenido éxito a la hora de evitar hacer el mal y al mismo tiempo cargar con las consecuencias de un error? ¿Acaso no es esto la protección de Dios? (Sí). ¿Cómo se logra eso? Esto solo se consigue cuando tienes un corazón temeroso de Dios, y cuando buscas la verdad con un corazón sumiso. Una vez que has recibido el esclarecimiento del Espíritu Santo y has determinado los principios de práctica, esta concordará con la verdad, y serás capaz de satisfacer las intenciones de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me dieron una senda de práctica. Para no cometer el mal en el deber ni perturbar el trabajo de la iglesia, la clave es tener una actitud de búsqueda de la verdad cuando surjan problemas y un corazón temeroso de Dios, y ser capaz de cooperar con los demás; y, cuando encuentro opiniones distintas, dejarme de lado, orar y buscar. Es el único modo de recibir la obra del Espíritu Santo, hacer las cosas correctamente y minimizar los errores. Entender esto fue esclarecedor, y supe cómo actuar. Luego destituí a Isabella y se seleccionó a otro supervisor. Al cabo de un tiempo mejoró notablemente la obra evangelizadora. Yo me sentí todavía más arrepentida cuando vi estos resultados. Estaba disgustada por mi arrogancia anterior y por haber mantenido adrede en el puesto a Isabella, lo que perturbó la labor de la iglesia y supuso cometer una transgresión. Oré diciendo que estaba dispuesta a buscar la verdad en todas las cosas, a dejar de actuar según mis antiguos modos imperiosos y a dejar de vivir con un carácter tan arrogante.
En poco tiempo me encontré con otra situación. En un debate de trabajo con varios diáconos de evangelización, hice algunas sugerencias que fueron rápidamente descartadas por todos los demás. Me sentía algo humillada y me preguntaba si lo que había dicho estaba totalmente fuera de lugar. ¿Había razón en todo lo que habían dicho los demás? ¿Qué pensarían los demás de mí, como líder, si mis opiniones eran totalmente rechazadas? Seguramente pensarían que no entendía la verdad y que carecía de realidad. ¿Me escucharían después de eso? ¿Seguiría teniendo el prestigio de una líder a los ojos de la gente? Al pensar en esto, volví a tener el impulso de refutar lo que otros habían dicho para preservar mi reputación. Me sentí entonces muy culpable al saberme en un estado incorrecto. Oré a Dios en silencio: “¡Oh, Dios mío! Sé que tienen razón, pero siento que mi orgullo está herido y quiero preservar nuevamente mi posición. Por favor, vela por mí y ayúdame a aceptar las sugerencias correctas de mis hermanos y hermanas, siguiendo los principios-verdad y sin vivir según mi corrupción”. Tras orar, leí estas palabras de Dios: “Hay que discutir todo lo que se hace con los demás. Escucha primero lo que tiene que decir el resto. Si la opinión de la mayoría es correcta y coincide con la verdad, debes aceptarla y obedecerla. Hagas lo que hagas, no recurras a la grandilocuencia. Hacer eso nunca es bueno, en ningún grupo de personas. […] Debes compartir a menudo con los demás, haciendo sugerencias y expresando tus puntos de vista; este es tu deber y tu libertad. Pero al final, cuando hay que tomar una decisión, si eres tú el único que da el veredicto final, y haces que todos hagan lo que tú dices y sigan tu voluntad, estás vulnerando los principios. […] Si nada te queda claro y careces de una opinión, aprende a escuchar y obedecer, y a buscar la verdad. Tal es el deber que debes cumplir; es una actitud adecuada. Si no tienes opiniones propias y siempre tienes miedo de parecer tonto, de no poder distinguirte y de ser humillado; si temes que los demás te desdeñen y no tener ningún lugar en su corazón, y por eso siempre tratas de obligarte a ser el centro de atención y siempre quieres ser grandilocuente, haciendo afirmaciones absurdas que no se corresponden con la realidad, las cuales quieres que los demás acepten, ¿estás cumpliendo con tu deber? (No). ¿Qué estás haciendo? Estás siendo destructivo” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me dieron esclarecimiento. Estar en comunión con los demás y expresar opiniones y sugerencias formaba parte de mi deber y de mis responsabilidades, pero hacer que todos hicieran lo que yo quisiera y me escucharan era mera arrogancia. En los debates de trabajo, todos tienen derecho a expresar su opinión, y debemos hacer lo que concuerde con los principios-verdad y favorezca el trabajo de la iglesia. Esa es una actitud de aceptación de la verdad. Después empecé a centrarme en practicar la verdad, y cuando surgían opiniones distintas en los debates de trabajo, indagaba más en las ideas de la gente para alcanzar un consenso que luego pudiéramos aplicar. Recuerdo que una vez terminé de hacer algo yo sola y me sentía algo incómoda. A base de orar y recapacitar, me percaté de que no había hablado con mis compañeros para alcanzar un consenso y de que ese no era el enfoque correcto. Me sinceré con todos en comunión y les dije que era arrogante, que no había debatido nada antes de decidir, y que, había sido irracional en este punto. Dije que cambiaría y dejaría de hacer las cosas de esa manera. También pedí a todos que me ayudaran a vigilarme. Sentí que ponerme a un lado de esta manera y practicar la verdad me aportaron paz mental.
Lo practiqué en los debates de trabajo posteriores, y descubrí que manejaba mejor las cosas, sin que surgieran problemas particulares. Estaba muy agradecida a Dios. Con esto experimenté que, si no eres arrogante en el deber y cooperas bien con los demás, puedes ganar la obra del Espíritu Santo y es más probable que hagas las cosas. Ahora entiendo un poco mi carácter corrupto y arrogante. Sé practicar la verdad y me he transformado un poco. Este es el fruto de las palabras de Dios.