36. Torturado por repartir libros
Una noche de invierno de 2015, conducía a altas horas de la madrugada de camino a repartir algunos libros de las palabras de Dios. En una curva de una carretera de montaña, vi que, a lo lejos, la policía estaba registrando vehículos con tres patrulleros a los lados de la carretera. Me sobresalté: “¡Oh, no! Tengo más de cien libros en la camioneta. Si la policía los encuentra, estoy acabado”. Sin embargo, los faros son muy obvios de noche, así que si me detenía y daba la vuelta en ese punto, la policía sin duda se acercaría a hacer comprobaciones. Resulta que también nevaba en ese momento, el camino de montaña estaba resbaladizo y era estrecho, lo que hacía difícil dar la vuelta. No me quedaba otra elección que continuar. Con muchos nervios, oré enseguida a Dios, pidiéndole que protegiera mi corazón y me ayudara a calmarme. Recordé que también llevaba encima el teléfono utilizado para contactar con los hermanos y hermanas, así que aminoré la marcha de inmediato, destruí mi móvil y la tarjeta SIM, y luego los arrojé por la ventana. Cuando llegué junto a la policía, uno de ellos me preguntó qué llevaba en la camioneta. “Patatas”, dije. En ese momento, otros dos agentes se acercaron y se subieron a la parte trasera. Por el espejo retrovisor les vi alzar bolsa tras bolsa de esas patatas, descubrir las cajas escondidas debajo y sacar varios libros. Me empezó a dar vueltas la cabeza, y pensé: “Se acabó. Esta vez me han pillado. Estos libros de la palabra de Dios son muy importantes, muy preciados para nuestra búsqueda de la verdad. Tengo que protegerlos, aunque me cueste la vida. No puedo permitir que caigan en manos de la policía”. Así que puse el coche en cambio y pisé a fondo, con intención de salir de allí a toda prisa. Pero como la nieve hacía que la carretera fuera muy resbaladiza, las ruedas patinaron y me atasqué. Justo en ese momento, un agente extrajo algo de un patrullero, lo lanzó, y rompió mi parabrisas. Los dos agentes parados a cada lado de la camioneta se agarraron a las puertas y rompieron ambas ventanas, abrieron las puertas y empezaron a golpearme en la cabeza y el cuerpo con sus porras como locos, al tiempo que trataban de sacarme del vehículo. Uno lo consiguió y me lanzó de una patada al suelo, me esposó las manos a los pies, a ambos lados, y luego me dio una soberana paliza. Como era invierno, los agentes llevaban botas muy duras y pesadas. Cuando me pateaban, sentía cómo se me rasgaba la carne. Me metieron en un patrullero con las manos y los pies aún esposados, y me pusieron cabeza abajo en el espacio entre los asientos delanteros y traseros. Me parecía que el cuello se me iba a romper, sentía mucho dolor, tenía toda la ropa empapada en sudor.
Me encontraba en un estado de caos interno. No sabía a qué tipo de tortura me iba a someter la policía. ¿Me golpearían hasta matarme, me dejarían inválido? ¿Me condenarían a prisión? ¿Volvería a ver a mi familia? Mientras más lo pensaba, más me asustaba. Mientras pensaba todo esto, me di cuenta de repente de que, ante la opresión y las penurias, lo único que tenía en mente era mi propia carne y mi seguridad, no cómo mantenerme firme en mi testimonio para satisfacer a Dios. Dije rápidamente una oración: “Dios, tengo miedo de que me golpeen y me manden a prisión. Por favor, dame fe. Quiero mantenerme firme en mi testimonio para Ti”. Tras mi oración, recordé un himno de las palabras de Dios.
Las pruebas exigen fe
1 Cuando las personas atraviesan pruebas, es normal que sean débiles, internamente negativas o que carezcan de claridad sobre las intenciones de Dios o sobre la senda en la que practicar. Pero en cualquier caso, debes tener fe en la obra de Dios y, como Job, no debes negarlo. […]
2 […] Se exige la fe de las personas cuando algo no puede verse a simple vista, y se requiere de tu fe cuando no puedes abandonar tus propias nociones. Cuando no tienes clara la obra de Dios, lo que se requiere es tu fe y que adoptes una posición sólida y que te mantengas firme en tu testimonio. Cuando Job alcanzó este punto, Dios se le apareció y le habló. Es decir, solo podrás ver a Dios desde el interior de tu fe. Cuando tengas fe, Dios te perfeccionará.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento
Entonces pensé que quería seguir el ejemplo de Job y dejarlo todo en manos de Dios. Aunque había caído en las garras de la policía, sin el permiso de Dios no podrían arrebatarme la vida. Debía tener fe en Dios, y sin importar lo grande que fuera mi sufrimiento e incluso si acababa muerto, tenía que mantenerme firme en mi testimonio para Dios y humillar a Satanás.
Me llevaron a una comisaría, donde dos agentes me arrastraron cogiéndome cada uno de un pie. Tenía toda la espalda apoyada en el suelo y el peso de todo mi cuerpo reposaba en las esposas, que se me clavaban en la carne de las muñecas y los tobillos. Parecía que las muñecas se me rompían por la fuerza. Me arrastraron hasta una habitación donde me lanzaron a un rincón, como si fuera un saco. Todo mi cuerpo estaba dolorido, me costaba respirar. Un par de agentes vinieron pasado un rato y empezaron a patearme la cabeza y a pisotearme sin reparos, y uno dijo furioso: “¿Te crees tan importante que te atreves a repartir libros religiosos? ¡Te voy a dar una paliza de muerte!”. En las horas siguientes, los agentes de policía siguieron viniendo, dándome puñetazos y pateándome mientras me gritaban barbaridades. Con aquellas gruesas botas policiales, cada patada era terriblemente dolorosa. Esposado de pies y manos, no tenía manera de impedirlo. Tenía que aguantarlas sin remedio. Recordé estas palabras de Dios: “Deberías saber que estos son los últimos días. Los diablos y Satanás, como leones rugientes, acechan fuera buscando personas para devorar” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 28). La constitución de China garantiza claramente la libertad de culto, y lo único que yo estaba haciendo era repartir libros de las palabras de Dios. No había violado ninguna ley, pero la policía me había apresado y amenazaba mi vida con sus palizas. ¡El Partido Comunista es realmente un demonio que se resiste a Dios! Me golpeaban así para que me convirtiera en un judas y traicionara a Dios. No podía caer en los trucos de Satanás. Sin importar lo que sufriera, tenía que confiar en Dios, mantenerme firme en mi testimonio y avergonzar a Satanás.
Me golpearon hasta tal punto que me hallaba en un estado de semiinconsciencia la mayor parte del tiempo. No sé cuándo me quitaron las esposas, pero cuando recuperé el conocimiento, me di cuenta de que tenía la mano izquierda atada al pie izquierdo y la mano derecha atada al pie derecho. Había también una cuerda que pasaba por detrás de mi cuello y luego se enrollaba varias veces en mis muslos. Me habían atado como un nudo, y estaba apoyado contra un rincón. Me dolía todo el cuerpo, me costaba respirar y tenía la cabeza hinchada y dolorida. Los agentes seguían viniendo a golpearme, sin pausa. A veces se colocaban uno a cada lado de mí y me pateaban una y otra vez como una pelota de fútbol. Estaba aturdido. Cuando me golpeaban más suavemente, ya ni siquiera lo sentía. Si me golpeaban con fuerza en un sitio que ya tenía herido, sentía un escalofrío, como si me recorriera una corriente eléctrica. Cuando de vez en cuando recobraba el conocimiento, me daba cuenta de lo doloridas que tenía todas las partes del cuerpo. Tirado en el suelo helado, sediento, hambriento y todo dolorido, me preguntaba cuando la policía cesaría esta inacabable paliza. Me parecía que la muerte sería mejor que aquel tormento, porque al menos no tendría que sufrir de esa manera. En mi estado de aturdimiento y confusión, un himno llamado “Seguir a Cristo está ordenado por Dios” me vino de repente a la cabeza: “Dios ha ordenado que sigamos a Cristo y pasemos por pruebas y tribulaciones. Si verdaderamente amamos a Dios, debemos someternos a Su soberanía y arreglos. Pasar por pruebas y tribulaciones es ser bendecido por Dios, y Él dice que cuanto más escarpada sea la senda por la que caminamos, más se puede demostrar nuestro amor. La senda por la que caminamos hoy fue predestinada por Dios. Seguir al Cristo de los últimos días es la mayor bendición de todas” (Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos). Es cierto. Cuántas sendas debamos caminar y cuánto suframos en esta vida está todo predeterminado por Dios, nadie puede escapar de esto. Sufrir este tipo de opresión y penurias parecía algo malo en la superficie, pero de hecho era beneficioso para mi crecimiento en la vida y podía ayudar a perfeccionar mi fe. Había pasado por un número de situaciones peligrosas antes, así que pensaba que ya tenía estatura y fe, que podía sufrir y esforzarme por Dios. Sin embargo, cuando me enfrenté al brutal tormento de la policía, temía que me golpearan hasta matarme o dejarme inválido, que me condenaran a prisión. En lo único que pensaba era en mis propios intereses de la carne y mi propia seguridad. Cuando las cosas se pusieron muy dolorosas, incluso había deseado escapar a través de la muerte. Llegado ese punto, me di cuenta de lo escasa que era mi fe, que carecía de verdadera estatura e incluso carecía de amor a Dios. Esta dificultad y opresión me hizo además ver con mayor claridad la maldad y la brutal naturaleza demoniaca del gran dragón rojo. El Partido Comunista alardea de su libertad de credo ante los extranjeros pero, de hecho, frenéticamente arresta y persigue a los creyentes y los trata como enemigos. Todos fuimos creados por Dios, así que tener fe y adorar a Dios es correcto y natural, sin embargo, estos agentes de policía arrestan a los creyentes y nos conducen a las puertas de la muerte. ¡El Partido Comunista es ciertamente un demonio que se resiste a Dios! Había obtenido mayor discernimiento de la esencia del Partido Comunista. Pensé en algo que dijo Dios: “Dios enfrentó peligros varios miles de veces mayores que los de la Era de la Gracia, para bajar a la tierra donde mora el gran dragón rojo con el fin de llevar a cabo Su propia obra, poniendo todo Su pensamiento y cuidado, para redimir a este grupo de gente empobrecida, este grupo de personas envueltas en una montaña de estiércol” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (4)). Había leído esto antes, pero no tenía un entendimiento real de ello. Hasta este arresto, no aprecié personalmente lo extremadamente difícil que era para Dios trabajar en China para la salvación del hombre. Como un mero creyente que sigue a Dios y cumple con su deber, fui sometido a esta clase de maltratos brutales por parte del Partido Comunista. ¿Hasta dónde llevaría esta banda de demonios su brutalidad contra Dios encarnado? Pero incluso en un ambiente tan peligroso, Dios sigue expresando verdades, haciendo Su mayor esfuerzo por la salvación de la humanidad. ¡Su amor por nosotros es muy grande! Reflexionar sobre el amor de Dios me resultó increíblemente conmovedor y alentador. Resolví en silencio que, independientemente de las tácticas que empleara el gran dragón rojo para torturarme, me apoyaría en Dios y me mantendría firme en mi testimonio; si algún día salía con vida, continuaría siguiendo a Dios y cumpliría bien con mi deber para satisfacerlo. Me sentí mucho más tranquilo con la fe y la fuerza que me dieron las palabras de Dios. Ya no se me disparaba la imaginación, y aunque sufría físicamente, me sentía en paz en mi corazón.
Al cabo de un tiempo, no tengo idea de cuánto, un agente se acercó y me dio un par de patadas para ver si seguía vivo. Yo seguía atado y acurrucado en un rincón, y ni siquiera podía levantar la cabeza. Solo podía ver sus pies. El agente me preguntó: “¿Eres consciente de qué libros estabas repartiendo?”. Respondí: “Sí”. Entonces dijo: “¿Eres creyente?”. Respondí: “Lo soy”. Después de eso, siguió exigiendo una y otra vez que le dijera de dónde habían salido los libros, a dónde los llevaba, cómo contactaba a los demás, cuántos lotes de libros había repartido, etc. Al ver que me negaba a decir nada, se acercó, me dio un par de patadas y me dijo: “¡Será mejor que hables! Cuéntanos todo y te dejaremos ir sin más golpes”. Durante los días siguientes, me interrogaron con esas preguntas sin parar y, cuando no obtenían respuestas, me golpeaban una y otra vez. Recuerdo que en una ocasión, mientras me interrogaban, levanté la cabeza para ver qué aspecto tenían. Como consecuencia, un policía me dio un puñetazo en la cara y luego cogió una porra que estaba sobre una mesa y la utilizó para golpearme en el cuello. Quedé inconsciente en el acto. No tengo ni idea de cuántas veces perdí el conocimiento durante los días que estuve allí. No solo me golpearon, sino que también me humillaron, al no permitirme usar el baño. Una vez grité que me dejaran ir al baño, pero eso no hizo más que proporcionarme otra ronda de golpes. Un agente me dijo con malicia: “¡Cágate en los pantalones! ¡Méate en los pantalones!”. Luego se marchó. No me quedó más remedio que aguantar. Tenía el abdomen hinchado y dolorido, y más tarde se me entumeció hasta el punto en que yo ya no sentía nada. No supe cuándo perdí el control de la vejiga; solo noté que la parte inferior de mi cuerpo se mojaba y se enfriaba como el hielo. Fue muy degradante, increíblemente humillante.
No me dieron nada para comer después de la detención. Al principio estaba extremadamente hambriento, pero luego dejé de tener deseo de comida; lo único que sentía era dolor e incomodidad. Tenía los ojos tan hinchados que no podía abrirlos, pero sentí que alguien me abría la boca y echaba agua fría en ella. Al principio tenía sed, pero al tiempo no podía tragar más agua, por lo que me la metían en la boca por la fuerza. Carecía de fuerza por completo, y cuando me obligué a abrir los ojos un poco, apenas distinguí a un agente. Me golpeó en el pecho y ladró: “¿Vas a hablar o qué?”. Dije: “Te he dicho todo lo que te tenía que decir. ¿Qué más quieres que diga?”. Entonces empezó a darme puñetazos y patadas furiosas. Sentía como si me estuvieran arrancando la piel. Tras pegarme una docena de veces, me pateó directamente en el pecho; sentí como si me hubieran agarrado el corazón, y me dolió tanto que me quedé sin respiración. Entonces me cogió del cuello, me empujó contra la esquina y me golpeó con fuerza una y otra vez en la cabeza, el pecho y el abdomen. No tengo idea de cuántas veces me golpeó ni durante cuánto tiempo. Parecía que el tiempo transcurría muy despacio. Se volvía más loco a medida que yo perdía y recobraba el conocimiento, ahora insensible al dolor. Empecé a sentir que algo me subía desde el estómago, ya no pude aguantármelo y empezó a salir por mi boca. Apenas oí los gritos del agente: “¡Que venga alguien, está escupiendo sangre!”. Me desmayé después de eso, y no supe qué ocurrió. Cuando desperté, vi sangre por toda mi ropa. Estaba confundido y no supe cuándo volví a desmayarme. Cuando recuperé la conciencia, no me quedaban fuerzas para moverme, sentía como si fuera a romperme en pedazos. Pensaba que era probable que no sobreviviera, algo que me alteró mucho. Entonces algo de las palabras de Dios me vino muy claro a la mente. Dios dice: “Yo soy tu apoyo y tu escudo y todo está en Mis manos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 9). Así es. Todo está en manos de Dios, y Dios decide si voy a vivir o morir. Recordé que cuando se puso a prueba a Job, Satanás lo atacó, provocando que todo su cuerpo se llenara de forúnculos extremadamente dolorosos, pero Dios no permitió que Satanás le quitara la vida a Job, y Satanás no se atrevió a traspasar esa línea. Pensé en los días transcurridos desde mi detención. Aunque la policía me había golpeado sin parar y yo no sabía cuántas veces había perdido el conocimiento, seguía vivo, gracias enteramente al cuidado y la protección de Dios. Me di cuenta de que nuestras vidas y nuestras muertes están totalmente en manos de Dios, y si Él no lo permite, Satanás no puede quitarnos la vida. Las palabras de Dios me dieron fe y fuerza, y oré en silencio: “Dios, estoy listo para poner mi vida en Tus manos y someterme a Tu soberanía y Tus arreglos”.
Durante esos días estuve rondando entre la vida y la muerte. Mientras me enfrentaba a una posible muerte, lo que más me preocupaba eran mi mujer y mi hijo. En 2012, la policía acudió a mi casa para detenerme por mi fe, pero por suerte, ese día no estaba allí. Desde entonces, no me había atrevido a volver, y ya hacía tres años que no los veía. Pensé que, si moría, no podría volver a verlos. Llevaba años sin poder estar en casa para cuidarlos. No sabía cómo estaban y nuestro hijo seguía enfermo. ¿Cómo iban a salir adelante en el futuro? Este pensamiento me dio ganas de llorar, pero no me quedaban fuerzas para ello. Más tarde, pensé en un himno que cantaba a menudo llamado “Un lamento para un mundo lúgubre y trágico”: “La gente tiene sus remansos, pero Dios no tiene donde posar la cabeza. ¿Cuántos ofrecen todo lo que tienen? Dios ha probado suficiente de la frialdad del mundo y ha padecido todos los sufrimientos de este, sin embargo, le resulta muy difícil obtener la simpatía del hombre. Dios se preocupa constantemente de la humanidad, camina entre ella. ¿Quién muestra preocupación por Su seguridad? Él trabaja sin descanso de estación en estación, renuncia a todo por la humanidad. Nadie ha mostrado nunca interés por la comodidad de Dios. La gente solo sabe exigirle a Dios, pero no está dispuesta a pensar un poco más sobre Sus intenciones. La humanidad disfruta de felicidad doméstica, entonces, ¿por qué siempre hace que broten las lágrimas de Dios?” (Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos). Esta canción me conmovió mucho, y me sentí cuánto le debía a Dios. Para nuestra salvación, Dios se ha hecho carne y aparece y trabaja en este país del gran dragón rojo. Es reprimido y perseguido por el Partido Comunista, rechazado por esta generación y no tiene dónde descansar. Dios es el Señor de la creación; es supremo y muy honorable, pero soporta una enorme humillación por nuestra salvación, paga un precio muy elevado por nosotros. ¡Su amor por la humanidad es muy grande! Yo llevaba siendo creyente todos esos años y había disfrutado de mucho riego y sustento de Sus palabras, pero cuando me enfrentaba a la opresión y a las dificultades, no había lugar para Dios en mi corazón. No pensaba en cómo mantenerme firme en mi testimonio para Dios y avergonzar a Satanás, solo pensaba en la carne y en mi familia. Incluso me sentía agraviado por este sufrimiento. Me di cuenta de que no tenía ninguna consideración por las intenciones de Dios, era realmente egoísta y despreciable. De hecho, esta dificultad era beneficiosa para mi vida, me permitía ver mi propia corrupción y mis defectos y ayudaba a que creciera mi fe en Dios. Al reflexionar sobre el amor de Dios, me sentí muy conmovido y animado, y juré que viviría esta vida para Dios y para satisfacerlo a Él. No importaba cuánto tuviera que sufrir, incluso si significaba mi muerte, me apoyaría en Dios y me mantendría firme en mi testimonio para Él.
La policía utilizó tácticas duras y blandas en sus intentos de sacarme algo. Recuerdo que un día un agente me trajo medio cuenco de arroz y otro medio cuenco de tomates y me dijo: “Llevas días sin comer nada. Todo este sufrimiento y las palizas que te dan, ¿para qué? No es que hayas matado a nadie ni hayas prendido fuego algo. Has recibido tantas palizas… no vale la pena. Ahora hueles peor que un mendigo en la calle. Cuéntanos lo que sabes y no tendrás que sufrir más. Podrás volver a casa y estar con tu mujer y tu hijo”. Continuó diciendo: “¿De dónde sacaste esos libros? ¿Dónde los llevabas? Si respondes a una de esas preguntas, te dejaremos ir de inmediato”. Como seguía sin decir nada, me dio un par de patadas y me gritó: “¡Asqueroso montón de carne! ¡Veo que necesitas una buena paliza! Incluso ahora que apenas puedes hablar bien, sigues en silencio”. Pensaba que, pasara lo que pasara, no debía entregar a los hermanos y hermanas. No podía ser un judas y traicionar a Dios. Viendo que no iba a conseguir nada de mí, se dio la vuelta y se fue. Yo había estado atado de pies y manos todo el tiempo; estaba acurrucado en un rincón, soportando sus insultos y palizas. Al cabo de un rato empecé a sentirme increíblemente desgraciado y débil. Estaba gravemente herido por las palizas y a menudo perdía el conocimiento. Cuando estaba lúcido, oraba a Dios y a menudo era capaz de pensar en algunos pasajes de las palabras de Dios. Hubo dos citas de las palabras de Dios que me impresionaron especialmente. Dios dice: “La senda por la cual Dios nos guía no va directamente hacia arriba, sino que es un camino con curvas, lleno de baches; además, Dios dice que cuanto más escarpado es el camino, más puede revelar nuestro corazón amoroso” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (6)). “No temas, el Dios Todopoderoso de los ejércitos sin duda estará contigo; Él guarda vuestras espaldas y es vuestro escudo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 26). Cuando pensaba en las palabras de Dios, sentía que Él estaba allí mismo conmigo, guiándome. Las palabras de Dios me daban fe y fuerza y me permitían continuar. Dije una oración silenciosa: “¡Oh, Dios! Que siga vivo se debe por completo a Tu cuidado y protección. ¡Te doy las gracias!”.
Al día siguiente, la policía vio que estaba alcanzando mi límite, así que me llevaron a una habitación, me lavaron con una manguera y luego me trajeron un papel para que lo firmara. Tenía la vista muy borrosa y solo pude distinguir una de las líneas. Los delitos de los que me acusaban eran: transporte de contrabando, creencia en una secta y alteración del orden social. Cuando me negué a firmar, un agente me agarró la mano y me obligó a dejar una huella dactilar. Al cabo de un tiempo, no sé cuánto, me pusieron una capucha en la cabeza, me obligaron a entrar en un patrullero, me llevaron a un sitio cualquiera y me sacaron del coche. Cuando me paré y me quité la capucha, el patrullero ya estaba muy lejos. Di unos pasos y luego ya no tuve fuerzas para ir más lejos. Lo único que pude hacer fue sentarme junto a la carretera. Después de muchos contratiempos, acabé volviendo a la habitación que había alquilado. Caminar me resultaba extremadamente difícil, y para subir a un coche tenía que hacerlo poco a poco. También me había crecido la barba, así que el conductor pensó que era un anciano y se ofreció a ayudarme. Cuando más adelante miré un calendario, me di cuenta de que me habían torturado en aquella comisaría durante ocho días. Si no hubiera sido por la protección de Dios, no habría sobrevivido a aquello. Cuando volví al lugar donde me alojaba, lo único que pude hacer fue tumbarme en la cama; todo mi cuerpo estaba atormentado por el dolor. Por todo el cuerpo tenía manchas azules y moradas que parecían tumores al tocarlas. La más mínima presión sobre estos bultos resultaba increíblemente dolorosa. Me quedé tumbado, y hasta el décimo día no pude levantarme y caminar, y hasta el decimoquinto no tuve fuerzas para coger un libro de las palabras de Dios para leerlo. Al principio, ni siquiera podía leer una página entera porque me dolía la espalda al sentarme, y no tenía fuerzas para sostener el libro cuando estaba acostado. Solo podía leer durante tres o cuatro minutos seguidos.
Estaba sometido a una constante vigilancia desde mi liberación y la policía no paraba de llamar y acosarme. Recuerdo una vez que mi madre se puso enferma y volví a mi ciudad natal para verla. En consecuencia, al día siguiente la policía llamó y me preguntó por qué había vuelto a casa. Era muy duro para mí pensar en lo malherido que estaba, en que no podía tener contacto con mis hermanos y hermanas ni cumplir ninguna clase de deber. No sabía cómo iba a poder continuar así. Cuando más desgraciado me sentía, leí algo en las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Aquellos a los que Dios alude como ‘vencedores’ son los que siguen siendo capaces de mantenerse firmes en el testimonio y de conservar su confianza y su lealtad a Dios cuando están bajo la influencia de Satanás y mientras se hallan bajo su asedio, es decir, cuando se encuentran entre las fuerzas de las tinieblas. Si sigues siendo capaz de mantener un corazón puro ante Dios y tu amor genuino por Él pase lo que pase, entonces te estás manteniendo firme en el testimonio delante de Él, y esto es a lo que Él se refiere con ser un ‘vencedor’. […] Ofrecer un cuerpo espiritual santo y una virgen pura a Dios significa mantener un corazón sincero ante Él. Para la humanidad, la sinceridad es pureza, y la capacidad de ser sincero hacia Dios es mantener la pureza. Esto es lo que deberías poner en práctica. Cuando debes orar, oras; cuando debes reunirte en comunión, lo haces; cuando debes cantar himnos, cantas; y cuando debes rebelarte contra la carne, te rebelas contra ella. Cuando llevas a cabo tu deber no lo haces para salir del paso; cuando te enfrentas a pruebas, te mantienes firme. Esto es lealtad a Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes mantener tu lealtad a Dios). Las palabras de Dios me dieron fe y fuerza, e hicieron brillar mi corazón. Daba igual cómo me persiguiera el gran dragón rojo, daba igual que pudiera o no tener contacto con otros miembros de la iglesia o cumplir un deber, y daba igual qué resultado obtuviera: seguiría a Dios hasta el final.
Me quedaron un montón de problemas de salud por la brutal tortura policial. Un médico me dijo que tenía dañadas las válvulas del corazón, se había reducido el flujo de sangre a mi corazón, y mi hígado, vesícula biliar, bazo y riñones tenían problemas. Me dijo que prácticamente estaba hecho pedazos. Antes había tenido muy buena salud, pero ahora subir unos pocos escalones, aunque no llevara nada en las manos, me dejaba jadeando y con dolor en el corazón. Después de que me liberaran, me sentía como si me hubieran quitado la parte superior de la cabeza. Era muy doloroso y el menor contacto hacía que me doliera más. Tras tomarme más de 80 tabletas de medicina china, al fin se me pasó un poco el dolor de cabeza. Además, sentía que se me iba a salir el bajo vientre. Dolía terriblemente, y me pasé dos días orinando sangre sin parar. En esa época, no tenía dinero para visitar a un médico, y pensé que era probable que no sobreviviera, por lo que le oré a Dios: “Dios, si vivo o muero está por entero en Tus manos. Sin importar si sobrevivo o no, te doy las gracias”. Para mi sorpresa, tras tomar antiinflamatorios durante tres días, dejé de orinar sangre.
Aunque sufrí cuando fui arrestado y torturado por el Partido Comunista, en realidad gané mucho. Esos ocho días en el infierno me mostraron claramente que el Partido Comunista es un demonio que se opone a Dios. Soy un cristiano normal y corriente, que acata la ley y se ocupa de sus asuntos. Lo único que quiero es practicar mi fe, perseguir la verdad, obtener la salvación de Dios y cumplir bien con el deber de un ser creado lo mejor posible. Aun así, la policía del Partido Comunista me detuvo y estuvo a punto de matarme. El Partido Comunista quiere utilizar la persecución violenta y brutal para asustar a los creyentes, para que la gente no se atreva a tener fe y seguir a Dios, y así arruinar la obra de salvación de Dios. Pero mientras más lleva a cabo ese tipo de persecución, más percibimos su maldad y brutalidad, la odiamos y rechazamos, y más anhelamos la luz y la llegada del reino de Dios, el día en que la equidad y la justicia reinen en la tierra. Gracias a esto, también he experimentado el amor de Dios. Si no hubiera sido por la protección de Dios y la guía de Sus palabras, no habría podido salir con vida de esa morada de demonios. Le estoy agradecido a Dios desde el fondo de mi corazón, y quiero perseguir la verdad y hacer bien mi deber para retribuir el amor de Dios.