68. La tortura sufrida entre rejas
Una mañana de noviembre de 2004, fui a casa de una hermana anciana para asistir a una reunión. Cuando estaba a punto de llamar a la puerta, esta se abrió de repente y un par de manos me agarraron y me arrastraron dentro. Un hombre me amenazó, mirándome muy fijo y hablando con una voz profunda, como un gruñido, me dijo: “¡Ni se te ocurra decir nada!”. Otro hombre me agarró del cuello y me pateó en la espinilla mientras me preguntaba que hacía allí y cuánta gente iba a venir. Me di cuenta de que estos hombres eran de la policía y, un poco nervioso, dije: “Solo he venido a traer agua y recoger la factura”. Uno dijo: “Eres Chen Hao, ¿verdad?”. Me pilló de improviso. ¿Cómo sabían mi nombre? Antes de que tuviera tiempo a reaccionar, empezaron a registrarme, me confiscaron un cuaderno y 600 yuanes que tenía en el bolsillo, y luego me esposaron. Oí a alguien decir: “Después de todo no ha sido mala idea hacer guardia en este lugar durante un mes”. Me di cuenta de que llevaban vigilando la casa desde hace tiempo. Cinco minutos después, llegaron tres policías de paisano. Uno de ellos me miró sorprendido y dijo: “¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué haces mezclándote con esta gente?”. Aquel hombre se llamaba Liu y su hermana pequeña era una compañera obrera en mi fe en el Señor Jesús. Era particularmente cruel y siniestro e hizo a sus subordinados sacarme de allí. Sentí miedo al pensar que cuando habían arrestado previamente a los hermanos y hermanas, a menudo les habían sometido a todo tipo de torturas y a algunos incluso los habían matado de una paliza. No sabía si la policía me torturaría o me mataría, así que le oré a Dios, le pedí que me protegiera y me diera fe y fuerza para mantenerme firme en mi testimonio de Él. Entonces pensé en que el Señor Jesús dijo: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). Así es, la policía solo me podía matarme físicamente, pero no podían robarme el alma. Con la guía de las palabras de Dios, me sentí algo menos asustado.
Después de eso, me llevaron a la comisaría de policía. Con un afectado tono sincero, el hombre llamado Liu les dijo a los policías que me entregaron: “No seáis muy duros con él. Es una persona honesta y lo conozco desde hace tiempo”. Entonces, con falsa sinceridad, me dijo: “Solo dinos lo que sabes. Un poco de práctica religiosa no es importante. Si te sinceras puedes irte a casa. Hace más de un año que no vas, ¿verdad? Piénsalo bien. Cuando llegue el momento, simplemente dinos lo que queremos saber y te garantizo que estarás bien”. Al oírle decir eso, vacilé un poco y pensé: “Puesto que nos conocemos bien y él es el jefe del equipo de investigación especial, tal vez si desvelo alguna información menos importante y me gano su confianza, me dejará ir”. Justo cuando estaba considerando esto, de repente pensé en las palabras de Dios: “En todo momento, Mi pueblo debe estar en guardia contra las astutas maquinaciones de Satanás […] para evitar caer en la trampa de Satanás, momento en el que sería demasiado tarde para lamentarse” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 3). Me di cuenta de que casi había caído en el astuto plan de Satanás. Este agente Liu era una persona taimada y maquinadora, ¿cómo iba a creerme lo que decía? Solo quería sacarme información sobre la iglesia y hacerme traicionar a Dios. Habiendo llegado a esta conclusión, mantuve la boca cerrada. Entonces otro agente me preguntó: “¿Dónde has estado evangelizando? ¿Con quién te has estado reuniendo? ¿Quién es tu líder? ¿Dónde guarda la iglesia el dinero?”. Pero daba igual cuánto insistiera, no dije ni una sola palabra.
Sobre las 3 de la tarde del mismo día, me transportaron al centro de detención del condado. Un agente de allí me llevó a una habitación y me ordenó que me quitara toda la ropa, levantara los brazos y diera vueltas en círculo. Como no hice eso último, me dio una patada y me dijo que hiciera tres sentadillas. Sentí rabia y humillación. Tras esto, me llevaron a una celda de la cárcel atestada con más de treinta reclusos en un espacio de menos de 20 metros cuadrados. En cuanto entré en la celda, dos reclusos me retorcieron los brazos tras la espalda, tiraron de ellos hacia arriba y me empujaron para que desfilara por toda la celda, y luego me patearon hasta tirarme al suelo. Me golpeé la frente con este y comencé a sangrar. Los reclusos se limitaron a reírse de mí y uno dijo: “Parece que el avión no ha colocado los frenos”. Otro dijo: “Tenemos mucho que enseñarte. Aprenderás con el tiempo”. Pensé: “Acabo de llegar y ya me están torturando así. ¿Cómo voy a sobrevivir aquí? ¿Seré capaz de soportarlo?”. Por dentro le oré a Dios, buscándolo para salvaguardar mi corazón y poder mantenerme firme en mi testimonio. Justo entonces, pensé en las palabras de Dios que dicen: “Es tremendamente difícil para Dios llevar a cabo Su obra en la tierra del gran dragón rojo, pero es a través de esta dificultad que Dios realiza una etapa de Su obra, para manifestar Su sabiduría y acciones maravillosas, y usa esta oportunidad para hacer que este grupo de personas sean completadas. Dios lleva a cabo Su obra de purificación y conquista mediante el sufrimiento, el calibre y todo el carácter satánico de las personas en esta tierra inmunda, para, de esta manera obtener la gloria y así ganar a los que dan testimonio de Sus hechos. Este es el significado completo de todos los sacrificios que Dios ha hecho por este grupo de personas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, me di cuenta de que Él está utilizando este ambiente para perfeccionar nuestra fe. Con el permiso de Dios, la policía me había arrestado y torturado. Él esperaba que me mantuviera firme en mi testimonio para humillar a Satanás. Era un verdadero honor tener la oportunidad de dar testimonio de Dios. Pensé en cómo el Señor Jesús fue crucificado para redimir a la humanidad y en cómo, después de que Dios se encarnara en los últimos días para salvarnos, fue sometido a la persecución del partido gobernante, a la calumnia y al rechazo del mundo religioso y sufrió toda clase de dificultades y humillaciones. Pero, a pesar de ello, Dios sigue expresando la verdad y nos sustenta. ¿Qué suponía este pequeño sufrimiento comparado con la oportunidad de seguir a Dios, buscar la verdad y que Él nos salve? Consciente de ello, me sentí un poco más fuerte y pensé: “No importa cuánto me torturen, no debo divulgar ninguna información sobre la iglesia ni traicionar a Dios”.
La mañana del cuarto día, la policía vino de nuevo a interrogarme. Me preguntaron respecto a varios detalles sobre la iglesia, me mostraron varias fotografías de personas y me pidieron que las identificara, diciendo que esta gente ya me había identificado a mí. Sabía que se trataba de otro de sus astutos planes, querían engañarme para que vendiera a mis hermanos y hermanas, así que los ignoré. Al final, viendo que no iba a decir nada, me mandaron de vuelta y me pusieron en una celda distinta. Al entrar, oí que el agente les decía a los reclusos: “Este es creyente. Aseguraos de ‘cuidar’ de él”. Entonces un joven recluso se acercó y me dijo que me iba a “limpiar las orejas”. Con ayuda de otro recluso, cada uno me tiró de una oreja en direcciones opuestas. Hice un intento de apartarlos de mí, pero me soltaron de repente y acabé cayendo al suelo. Cuando estaba a punto de levantarme, alguien me agarró de los hombros, impidiendo que lo hiciera. Entonces otro recluso se acercó diciendo que iba a “quitarle la corteza al árbol”. Me subió la pernera del pantalón y, con una mano, me apretó con fuerza la pierna mientras me frotaba vigorosamente la piel de la espinilla con la otra mano cubierta con una bolsa de detergente. Me frotó tan fuerte que, al poco, la pierna se me puso muy roja y empezó a picarme mucho por el dolor. El otro recluso que me agarraba no paraba de retorcerme la oreja. Me torturaron así durante más de veinte minutos. El dolor me punzaba la oreja y tenía la espinilla malherida y chorreando sangre. Después, el recluso joven me dio una fuerte patada que me envió dando trompicones hacia delante. Entonces me pateó en el estómago con tal fuerza que se me arqueó la espalda de dolor. Sentí que se me iban a desmoronar los órganos internos. Otro recluso se me acercó para patearme la espalda, y me envió trastabillado hacia un rincón, donde me pusieron una manta por encima y empezaron a patearme y darme puñetazos. Me dolía todo el cuerpo: tenía un corte en la frente y me manaba sangre de la nariz. Me frotaron el pelo con detergente y me obligaron a quitarme toda la ropa y a darme una ducha fría. Era diciembre y estaba nevando. El agua de la celda provenía del hielo derretido de las torres de agua y estaba muy fría. Me estaba congelando a causa del agua gélida y me temblaba todo el cuerpo. Después, un preso cogió medio vaso de detergente para la ropa disuelto en agua y dijo: “Parece que te estás congelando. Te hemos guardado medio vaso de ‘cerveza’. Venga, bebe”. Como no me lo bebía, me dijo: “¿Qué? ¿No es suficiente para ti?” y vertió más agua fría. La espuma del detergente rebosaba por los bordes del vaso. Al ver que seguía negándome a beber, me dijo: “Si no te lo bebes, ¿cómo vamos a hacer que ‘tires petardos’?”. Entonces, dos reclusos me inmovilizaron en una cama, me apretaron la nariz y me hicieron tragar el agua con detergente. Lo que querían decir con “tirar petardos” es obligar a una persona a beber el agua con detergente para luego golpearla y que la vomite. Me resistí furiosamente y grité: “¿Intentáis matarme? ¿Acaso aquí no se aplica la ley?”. Uno de los policías que hacían guardia me oyó gritar y ladró: “¿Por qué gritas? Solo te están dando una duchita, no te van a matar. Vuelve a gritar y mañana te tocará la porra eléctrica”. Sus palabras me llenaron de rabia. Todo mi cuerpo temblaba a causa del agua helada y en la piel me aparecieron sarpullidos por el frío. Justo cuando extendía una mano temblorosa para recoger mi ropa y ponérmela, un preso me tiró al suelo de una patada. Con la espalda arqueada por el dolor, intenté ponerme en pie, pero otros dos reclusos me inmovilizaron de inmediato contra la pared, momento en el que trece reclusos se abalanzaron sobre mí y comenzaron a golpearme como si fuera un saco de boxeo. Un preso que había sido condenado a muerte gritó: “Muy bien, dadle cada uno diez puñetazos”. Entonces se puso a un lado y contó los puñetazos de cada recluso. La agonía era tal que se me arqueaba la espalda, tenía un dolor insoportable en el pecho y el estómago y apenas podía respirar. Después, otro preso se acercó y me golpeó con fuerza en la nuca dos veces con sus esposas. Me mareé y me entraron náuseas, la habitación comenzó a dar vueltas, me empezaron a pitar los oídos y luego me quedé vomitando durante un buen rato. Acabé vomitando agua amarillenta. Me llevé las manos al pecho y no me atreví a respirar más hondo, ya que incluso la respiración me resultaba dolorosa. Al final, empecé a toser sangre y sentí que todo el cuerpo se me deshacía. Pensé para mis adentros: “Estos presos me van a matar a golpes, y ni mi familia sabe que me han detenido ni mis hermanos y hermanas saben a dónde me han llevado. Si efectivamente me matan y la policía se deshace de mi cuerpo en medio de la nada, nadie sabrá nunca lo que ha pasado”. Al darme cuenta de esto, me sentí muy asustado y débil, así que oré a Dios: “¡Oh, Dios! No puedo soportar esto mucho más tiempo. A este paso me torturarán hasta la muerte. Te pido Tu protección para poder soportar este dolor y tormento”. Justo entonces, pensé en las palabras de Dios que dicen: “Abraham ofreció a Isaac, ¿qué habéis ofrecido vosotros? Job lo ofreció todo, ¿qué habéis ofrecido vosotros? Muchas personas han dado su vida, han entregado sus cabezas y derramado su sangre con el fin de buscar el camino verdadero. ¿Habéis pagado ese precio?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La relevancia de salvar a los descendientes de Moab). Ante estas preguntas, me invadió la vergüenza. Recordé a los santos a lo largo de los tiempos. Por difundir el evangelio y dar testimonio de Dios, a algunos los mataron a pedradas, a otros los cortaron en pedazos o los ataron a unos caballos para arrastrarlos hasta la muerte. Ofrecieron sus preciadas vidas para mantenerse firmes en su testimonio de Dios. Pero tras ser arrestado, golpeado, torturado y sentir mi vida amenazada, yo me volví débil, negativo y me aferré cobardemente a la vida por miedo a morir. ¡Qué cobarde era! Pensé en lo inconcebible que era por mi parte no mantenerme firme en mi testimonio a Dios en este momento crucial, a pesar de disfrutar tanto del riego y el sustento de Sus palabras. Me sentí profundamente acusado y juré no ceder nunca ante Satanás, sin importar el tormento que me esperara. Solo cuando vieron que estaba inmóvil en el suelo, los reclusos dejaron al fin de golpearme.
Pasada una semana o así, el agente Liu vino de nuevo a interrogarme. En un tono de falsa sinceridad, me dijo: “Viejo amigo, hemos examinado los registros y no existe ningún comportamiento ilegal en tu historial. Tus padres se hacen mayores y tu hijo llora por ti. Todos esperan que estés en casa para las celebraciones de Año Nuevo. Piénsalo un poco más. Si nos dices lo que queremos saber sobre la iglesia, te dejaremos ir de inmediato”. Como no respondí, cambió de táctica y dijo: “Sabes, aunque no nos digas ni una palabra, podemos condenarte a entre 3 y 5 años de cárcel. Tienes que darte cuenta de que así son las cosas. No seas tan testarudo”. Cuando seguí ignorándole, me devolvió a la celda para que pensara en su oferta. De vuelta en ella, pensé en lo anciana que era mi madre, que no gozaba de buena salud. Si de verdad me condenaban a 3 o 5 años de cárcel, o incluso si moría en prisión, ¿quién cuidaría de mi madre? Mientras más lo pensaba, peor me sentía. Al final, comencé a pensar que tal vez podía revelar algo de poca importancia para impedir que me mandaran a prisión. Justo entonces, pensé en las palabras de Dios que dicen: “Ya no seré misericordioso con los que no me mostraron la más mínima lealtad durante los tiempos de tribulación, ya que Mi misericordia llega solo hasta allí. Además, no me siento complacido hacia aquellos quienes alguna vez me han traicionado, y mucho menos deseo relacionarme con los que venden los intereses de los amigos. Este es Mi carácter, independientemente de quién sea la persona” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Con las palabras de Dios, percibí que el carácter justo de Dios no admite ofensa. Dios detesta completamente a aquellos que se convierten en Judas, venden a la iglesia y traicionan a Dios, y Él jamás perdonará a tales personas. Entendí con claridad que el agente Liu era un hombre astuto y taimado, y que si revelaba la más mínima información, encontraría la manera de forzarme a seguir tirando del hilo. Aun así, me había creído realmente sus palabras endiabladas. ¡Qué necio fui! Por preocuparme de la familia, había considerado traicionar a Dios. Me di cuenta de que mi fe en Dios era realmente débil. Nuestros destinos están todos en manos de Dios. Suya era la última palabra sobre si me torturarían a muerte y qué le pasaría a mi familia. Debía dejarlo todo en manos de Dios y depender de Él para sobrellevar esta prueba. Cuando estuve dispuesto a someterme, los reclusos de la celda 8 dejaron de golpearme. Viendo que estos habían cambiado su actitud hacia mí, los agentes me transfirieron a la celda 10.
Los presos de la celda 10 me golpearon igual que lo hicieron los de la celda 8. Antes de tener ocasión de reaccionar, me pusieron una manta encima y comenzaron a patearme y darme puñetazos. Llamaban a esto “hacer albóndigas”. Cuando los reclusos estaban de mal humor, lo pagaban conmigo. Sufrí mucho y me sentía profundamente reprimido en ese entorno. Sobrevivir a cada día era una lucha, así que le oré a Dios, le pedí que me guiara y me diera fe. Una semana después, un recluso que estaba condenado a muerte me dijo: “Háblame de tu fe en el Señor y cántame tus himnos. Si no haces lo que te digo, te golpearé en la cabeza con estas esposas. No te atrevas a parar, ahora tu trabajo es hablar y cantar”. Entonces canté lo que me vino a la cabeza, y sin pensarlo siquiera, comencé a cantar un himno de las palabras de Dios ¿Habéis determinado las esperanzas de Dios sobre vosotros?: “¿Quién entre vosotros es Job? ¿Quién es Pedro? ¿Por qué he mencionado repetidamente a Job? ¿Y por qué me he referido a Pedro tantas veces? ¿Alguna vez habéis confirmado cuáles son Mis esperanzas sobre vosotros? Deberíais dedicar más tiempo a reflexionar sobre estas cosas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 8). Me fui emocionando a medida que cantaba. Pensé en que Job continuó elogiando el nombre de Dios incluso después de perder todas sus propiedades y tener todo el cuerpo lleno de llagas. Pensé en Pedro, que pasó toda su vida buscando el amor de Dios y sobrellevó innumerables refinamientos y dificultades, hasta que al final fue crucificado boca abajo en una cruz. Amó a Dios al máximo y se sometió a Él hasta la muerte. Ambos dieron un precioso testimonio de Dios y recibieron Su reconocimiento. Dios dice: “¿Quién entre vosotros es Job? ¿Quién es Pedro?”. A partir de las palabras de Dios, comprendí el sentido de Sus expectativas. Pensé: “Debo ser como Job y Pedro y dar testimonio de Dios”. Cantar ese himno me aportó una renovada dosis de motivación. Sentí que Dios estaba a mi lado y una renovada determinación para soportar todo el sufrimiento y mantenerme firme en mi testimonio. Después de eso, le conté al recluso que Dios goza de soberanía sobre todo, que castiga a los que hacen el mal y recompensa a los que hacen el bien, dando testimonio del justo carácter de Dios. También le conté la historia de Lázaro y el hombre rico. Le indiqué que los que hacen el mal sufrirán el castigo y serán arrojados al infierno para recibir el castigo después de la muerte. Dios ya ha venido a expresar la verdad y a realizar la obra de salvación de la humanidad, y la gente debe aceptar la verdad para liberarse del pecado con el fin de purificarse y entrar en el reino de los cielos. Después de oír todo eso, el preso suspiró y dijo: “¡Ya es demasiado tarde! Si hubiera conocido a alguien como tú antes, nunca habría llegado a este punto”. Otro compañero de celda, que era un profesor jubilado, también dijo con aprobación: “He conocido a otros creyentes como tú. Jamás he tenido noticia de que hicieran algo ilegal”. Luego comentó con rabia: “En China no existe la justicia ni el estado de derecho”. Después de eso, los presos de esa celda dejaron de golpearme. Sabía que era una señal de la misericordia de Dios y que se estaba compadeciendo de mí en mi debilidad. Cuando vi la omnipotencia y soberanía de Dios en acción, se redobló mi fe.
En diciembre de 2004, el PCCh me acusó de “proselitismo ilegal causando alteraciones en el orden social” y me condenaron a tres años de reeducación mediante el trabajo. Me puse furioso cuando me leyeron la sentencia; como creyente, caminaba por la senda correcta y nunca había hecho nada ilegal, sin embargo el PCCh me había impuesto una condena de tres años. ¡Son realmente malvados! Después, un pasaje de las palabras de Dios me vino a la mente: “En una sociedad oscura como esta, donde los demonios son inmisericordes e inhumanos, ¿cómo podría el rey de los demonios, que mata a las personas sin pestañear, tolerar la existencia de un Dios hermoso, bondadoso y además santo? ¿Cómo podría aplaudir y vitorear Su llegada? ¡Esos lacayos! Devuelven odio por amabilidad, empezaron a tratar a Dios como un enemigo hace mucho tiempo, lo han maltratado, son en extremo salvajes, no tienen el más mínimo respeto por Dios, roban y saquean, han perdido toda conciencia, van contra toda conciencia, y tientan a los inocentes para que sean insensibles. ¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). El PCCh dice promover la libertad de religión mientras reprime y persigue subrepticiamente a los cristianos, golpeando, torturando y encarcelando a los creyentes en Dios. Buscan el renombre mediante el engaño y son malvados de pies a cabeza. Al experimentar personalmente el arresto y la persecución del PCCh, pude reconocer su esencia demoníaca y que se opone a Dios. Esto fortaleció aún más mi decisión de seguir a Dios hasta el final.
En enero de 2005 me transportaron a un campo de trabajo y me destinaron a la imprenta. Debíamos trabajar 15 horas al día y a menudo solo nos daban 3 o 4 de descanso. Hacíamos horas extras 10 o 15 días de cada mes y a veces incluso teníamos que trabajar toda la noche. A medida que pasaba el tiempo, nuestra cuota de impresión aumentó de 3000 a 15000 placas. Por esto, tenía que cargar placas de impresión de aquí para allá todo el día y solía recorrer entre 10 y decenas de kilómetros diarios. Sostenía las pinturas con la mano izquierda mientras pincelaba sin cesar con la derecha. El olor a pintura me mareaba, me escocían los ojos, se me nublaba la vista y me costaba respirar. Durante todo el día, sufría un dolor constante e insoportable en los brazos, las piernas y los hombros, y estaba tan cansado que me hubiera podido dormir de pie. Recuerdo que una vez, estando resfriado y con fiebre, me mareé tanto que casi me caigo. Cuando el supervisor gerente lo vio, dijo que estaba intentando holgazanear y me dijo: “Si uso contigo mi porra aturdidora, acelerarás el ritmo”. Me acordé de un chico de diecisiete años que recibió una descarga eléctrica por no poder hacer trabajos forzados. Presentaba varias quemaduras en las orejas y varios parches de piel ennegrecidos por otras quemaduras. Al final, no pudo aguantar más y trató de suicidarse tragando clavos, pero no murió y le condenaron a un mes más de trabajos forzados. Sabía que esta gente eran demonios que nos matarían sin pestañear y que nunca nos dejarían descansar, así que simplemente tenía que apretar los dientes y seguir adelante. Debido a la excesiva carga de trabajo, se me deformaron los dedos y desarrollé quistes en los codos que se me hincharon hasta alcanzar el tamaño de una yema de huevo. También desarrollé una fuerte rinitis y a menudo me sentía mareado y sin aliento. La combinación de exceso de trabajo y falta de sueño me dejaba tan mareado que me tambaleaba al caminar y me parecía que podía caerme en cualquier momento. Aparte de nuestro trabajo, también nos obligaban a participar dos veces al mes en sesiones de lavado de cerebro patrocinadas por el PCCh. Las falacias y las ideas heréticas del PCCh me resultaban repulsivas y no tenía ningún deseo de escucharlas. Sufrí mucho en ese campo de trabajo y eché de menos los días de reunión y lectura de las palabras de Dios con mis hermanos y hermanas. Quería salir cuanto antes de aquella situación infernal e inhumana. Oré a Dios y le pedí que me diera fuerzas y me ayudara a superar ese entorno. Más tarde, me vino a la mente un himno de las palabras de Dios titulado Cómo ser perfeccionado: “Cuando te enfrentes a sufrimientos debes ser capaz de no considerar la carne ni quejarte contra Dios. Cuando Él se esconde de ti, debes ser capaz de tener la fe para seguirlo, de mantener tu amor anterior sin permitir que flaquee o desaparezca. Independientemente de lo que Dios haga, debes someterte a Su designio, y estar más dispuesto a maldecir tu propia carne que a quejarte contra Él. Cuando te enfrentas a las pruebas, debes satisfacer a Dios, a pesar de cualquier reticencia a deshacerte de algo que amas o del llanto amargo. Solo esto es amor y fe verdaderos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Al cantar ese himno, llegué a entender la intención de Dios y me sentí profundamente animado y dispuesto a someterme a esta difícil situación y depender de Dios y mi fe para salir adelante. En mis más de dos años en el campo de trabajo, desarrollé rinitis, bronquitis, artritis reumatoide, una hernia y problemas estomacales. Una vez que mi hernia empezó a darme problemas, un agente del campo de trabajo me llevó a la clínica; presencié cómo al médico que atendía allí se le rompía una aguja en el trasero de un preso y luego usaba unos fórceps sanguinolentos para extraerla. Me aterró ver aquello y no me atreví a regresar a esa clínica. Durante esa época, no podía andar más de unos pocos pasos sin sentir dolor por toda la zona inferior del abdomen. Cuando intenté forzar y hacer algo de trabajo, me parecía que me iba a asfixiar. A los agentes de la prisión les preocupaba que se les hiciera responsables si acababa muriendo, así que me llevaron al hospital en la ciudad del campo de trabajo para una revisión más detallada. Tras completar mi examen, el médico dijo con un poco de sorpresa: “¿Qué clase de trabajo has estado haciendo? ¿Cómo has esperado hasta ahora para recibir asistencia médica? Tu hernia necesita cirugía. Además, tanto el hígado como la vesícula están ligeramente dilatados, así que no estás capacitado para hacer trabajo manual. Si continúas trabajando, morirás”. Sin embargo, los agentes se limitaron a conseguirme unas medicinas y me trasladaron de vuelta al campo de trabajo. Estaba muy preocupado en ese momento porque sabía que todavía me quedaba otro año de condena y no estaba seguro de que fuera a sobrevivir. Después pensé: “En dos años de reclusión, la policía me ha torturado y casi me han matado a golpes, pero a pesar de todo lo que he sufrido, nunca he traicionado a Dios. Así que, ¿cómo es que he desarrollado esta enfermedad tan grave? ¿Podría ser mi destino morir en este campo de trabajo?”. En medio de mi sufrimiento, le oré a Dios: “¡Oh, Dios! ¿Qué haré ahora? Guíame, por favor”. Un tiempo después, me vino a la mente un pasaje de las palabras de Dios: “Deberías saber si existe fe y lealtad verdaderas dentro de ti, si tienes un registro de sufrimiento por Dios, y si te has sometido enteramente a Él. Si careces de estas cosas, entonces dentro de ti sigue existiendo rebeldía, engaño, codicia y descontento. Debido a que tu corazón dista mucho de ser honesto, nunca has recibido el reconocimiento de Dios y nunca has vivido en la luz” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Mientras reflexionaba sobre las palabras de Dios, recapacité sobre mí mismo. Ante la enfermedad y el dolor, me volví negativo y débil e incluso traté de discutir con Dios. Había abandonado mi juramento y me quejaba y rebelaba. ¿Dónde estaba mi sumisión? ¿Dónde estaba mi testimonio? Recordé que cuando el PCCh me persiguió y me torturó y estaba dolorido y débil, fueron las palabras de Dios las que me guiaron y me proporcionaron fe y fuerza. Dios también había obrado a través de personas, situaciones y cosas para abrirme una senda. Siempre estuvo a mi lado, cuidándome y protegiéndome. Su amor por mí era tan grande que supe que tenía que parar de malinterpretarle y de quejarme. No importaba la tortura o el sufrimiento que me esperara, no importaba si vivía o moría, ¡tenía que confiar en Dios para seguir adelante! Un mes después, la policía me asignó un trabajo diferente donde no tenía que caminar mucho y mi salud mejoró considerablemente. Le agradecí a Dios Su amor desde el fondo de mi corazón.
En el campo de trabajo a menudo cantaba himnos para mis adentros. El que tuvo un impacto más profundo en mí se titulaba ¿Qué habéis dedicado a Dios? Dice: “Abraham ofreció a Isaac, ¿qué habéis ofrecido vosotros? Job lo ofreció todo, ¿qué habéis ofrecido vosotros? Muchas personas han dado su vida, han entregado sus cabezas y derramado su sangre con el fin de buscar el camino verdadero. ¿Habéis pagado ese precio? En comparación, no sois en absoluto aptos para disfrutar de una gracia tan grande. No os tengáis en tan alta estima. No tienes nada de lo que jactarte. Una salvación y una gracia tan grandes se os dan gratuitamente. No habéis ofrendado nada; sin embargo, disfrutáis de la gracia libremente. ¿No os sentís avergonzados?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La relevancia de salvar a los descendientes de Moab). Cada vez que terminaba de cantar este himno, me sentía lleno de gratitud. Mi situación no era nada comparada con la de los santos de todas las épocas. Al experimentar la obra de Dios, todos ellos dieron un hermoso testimonio de Él y se ganaron Su aprobación. Ahora Dios me daba una oportunidad similar para dar testimonio: tal era Su amor por mí. Fueron las palabras de Dios las que me alentaron continuamente y me guiaron a través de ese largo y difícil encarcelamiento en el campo de trabajo. No hubiera podido prescindir de la guía de las palabras de Dios en tan horribles circunstancias.
En septiembre de 2007, cumplí mi condena y me liberaron del campo de trabajo. Al salir, me ordenaron que me presentara en la comisaría de policía local al volver a casa, ya que de lo contrario se anularía mi registro de residencia. También amenazaron con aplicarme una condena mucho más dura si me volvían a detener. Tras ser liberado, me marché de casa para poder seguir creyendo en Dios y cumpliendo con mi deber. Al haber sido detenido y perseguido por el PCCh, reconocí claramente su esencia demoníaca de resistencia a Dios. Cuanto más me perseguían, más me decidía a seguir a Dios, a cumplir con mi responsabilidad como ser creado y desempeñar bien mi deber para retribuir el amor de Dios. ¡Gracias a Dios!