90. La policía exige dinero
Un día de julio de 2009, una hermana apareció en mi casa, muy apresurada, para decirme que el líder de nuestra iglesia había sido detenido y que la policía se había apropiado de una parte de los recibos del dinero de la iglesia. Al oír esto, me puse muy nerviosa, y pensé: “Mi familia guarda una porción del dinero de la iglesia. Mi nombre y el de mi marido figuran en los recibos. Si caen en manos de la policía, seguro que nos arrestan y nos confiscan el dinero”. Así que procedimos a toda prisa a transferir el dinero de la iglesia a otro lugar.
Unos días después, el jefe de seguridad pública del pueblo llevó a más de 20 agentes a hacer una redada en nuestra casa. Uno de los agentes sostenía un recibo y preguntó: “¿Han escrito esto? ¡Entregan ahora mismo los 250000 yuanes que guardan para la iglesia!”. Me entró un poco de pánico, así que inmediatamente oré en mi corazón a Dios: “Querido Dios, por favor dame fe y fuerza. No seré una Judas ni te traicionaré”. Después de orar, pensé en las palabras de Dios: “De todo lo que acontece en el universo, no hay nada en lo que Yo no tenga la última palabra. ¿Hay algo que no esté en Mis manos?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 1). Pensé: “Todo las cosas está en manos de Dios; debo confiar en Él para afrontar esta prueba”. Entonces, el policía nos presionó: “¿Quién les dio los fondos para que los guardaran? ¡Dennos el dinero enseguida!”. Yo estaba muy molesta, pensando: “El dinero es la ofrenda del pueblo escogido de Dios para Dios. ¿Qué derecho tienen ustedes sobre él? ¿Por qué debería entregárselo?”. Al ver que no hablábamos, un agente de policía agarró a mi marido por la cabeza y lo golpeó contra la pared mientras volvía a preguntar dónde estaba el dinero. Yo estaba enojada y molesta. Mi marido tenía algunos problemas de salud relacionados con un accidente de coche sucedido hace tiempo, así que no podía soportar ese tipo de abusos. El jefe de seguridad pública le dijo al agente: “Este no está bien y podría perder el sentido muy fácilmente”. Como no quería mancharse las manos con un asesinato, al final el agente se detuvo. Entonces me llevaron a otra habitación, me esposaron a una moto y me interrogaron con brusquedad: “¿Dónde pusiste los 250000? Si nos lo dices, no te arrestaremos y no se dañará tu reputación. Pero si no, ¡la vas a pasar muy mal!”. Como no respondí, más de diez agentes empezaron a registrar frenéticamente nuestra casa. Revisaron el interior y el exterior, todos los armarios y debajo de las camas, e incluso quitaron las tapas traseras del televisor y la lavadora para mirar dentro. Algunos agentes se arrastraron por el suelo dando golpes en las baldosas, mientras que otros se dividieron y dieron golpes en todas las paredes. Si les parecía que una zona sonaba hueca, la abrían para revisar. Poco después, oí a alguien gritar emocionado: “¡Lo hemos encontrado, lo hemos encontrado!”. Un agente se acercó corriendo con la bolsa llena de dinero en los brazos y acto seguido empezaron a contarlo. En total, encontraron 121500. Les dije a los agentes: “Son los ahorros de mi familia”. Pero me ignoraron. Como todavía no habían encontrado los 250000, siguieron buscando. Registraron todos los rincones. Desmontaron la casa del perro y destrozaron nuestra mesa de mármol. Incluso destruyeron la chimenea del tejado. Levantaron el piso de varias habitaciones y sacaron toda la tierra bajo los árboles del patio solo para buscar el dinero. Observé impotente cómo ponían toda la casa patas arriba. Me enfurecí. Ningún acto despreciable era demasiado bajo para el PCCh en su afán por apoderarse del dinero de la iglesia. ¡Vaya pandilla de demonios! Estaba enfadada, pero preocupada al mismo tiempo. Después de su accidente de coche, mi marido no pudo seguir realizando trabajos manuales pesados, por lo que yo me convertí en el principal sostén de nuestra familia. Durante esos años habíamos sido lo más frugales posible y trabajamos muy duro para ahorrar ese dinero. ¿Qué íbamos a hacer ahora que la policía se lo había llevado todo? Nuestro hijo ya era adulto y se estaba preparando para casarse. Ahora ni siquiera teníamos dinero para organizarle una boda. No tenía ni idea de cómo iba a afrontar este contratiempo. Lo único que podía hacer era orar a Dios y pedirle que me guiara. Después de orar, pensé en cuando Satanás tentó a Job. De la noche a la mañana, le quitaron todo su ganado que llenaba las montañas. La riqueza que había acumulado durante muchos años desapareció en un instante y sus diez hijos murieron. Además, se le llenó todo el cuerpo de llagas, pero nunca se quejó, e incluso dijo: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová” (Job 1:21).* Job pasó por una prueba muy grande, y se mantuvo firme en el testimonio y humilló a Satanás. El salvaje registro de nuestra casa por parte de los agentes y la confiscación de nuestro dinero fueron la tentación y el ataque de Satanás. Tenía que seguir el ejemplo de Job, confiar en Dios y servirme de mi fe para superar estas circunstancias. Pasara lo que pasara, no podía entregar el dinero de la iglesia y tenía que mantenerme firme en el testimonio para Dios.
La policía registró mi casa hasta las 2 o 3 de la mañana del día siguiente. Pasaron más de 7 horas registrando, pero no pudieron encontrar más dinero. Mi marido había quedado inconsciente por el golpe y a mí me llevaron al centro de recepción de la policía armada para interrogarme. Ya había cuatro o cinco policías vestidos de civil esperando en la sala a la que me llevaron. Eran tipos fieros, de aspecto desagradable, y me miraban con sonrisas siniestras. Estaba aterrorizada y me temblaban las manos descontroladamente. Me apresuré a orar a Dios y le pedí que me concediera fe. Después de orar, pensé en Daniel, que fue incriminado y arrojado al foso de los leones, pero gracias a la protección de Dios, los leones no se lo comieron. Todo está en manos de Dios. Satanás puede ser cruel y malévolo, pero Dios establece sus límites. Sin Su permiso, no podrían hacerme daño. Tenía que confiar en Dios y mantenerme firme en el testimonio. Entonces entró un comisario político de la Oficina de Seguridad Pública con un papel en la mano. Sin decirme siquiera lo que estaba escrito, me pidió que lo firmara. No quise firmar, así que cogió una porra de plástico de 30 centímetros y empezó a golpearme en las manos y en la boca. Después de unos pocos golpes, tenía ambas zonas hinchadas. Entonces les dijo a dos de los agentes que estaban a mi lado: “No la dejen dormir. En dos días tendrá una crisis nerviosa y entonces nos lo contará todo”. Luego se volvió hacia mí y me amenazó: “¡Si no nos dices dónde está el dinero, tiraré abajo tu casa!”. Aquello me preocupó mucho. El hogar que tanto nos había costado levantar había sido arrasado por la policía en cuestión de horas. Estos agentes eran crueles y capaces de todo: si no les decía dónde estaba el dinero de la iglesia, ¿derribarían de verdad mi casa? ¿Me torturarían hasta la muerte? Cuanto más lo pensaba, más miedo me entraba. Oré sin parar a Dios, y entonces me vinieron a la mente las palabras del Señor Jesús: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). Las palabras de Dios me dieron fe y valor. Mi vida estaba en manos de Dios. Por muy cruel que fuera la policía, solo podían dañar mi cuerpo y, sin el permiso de Dios, no podían hacerme nada. Si Dios permitía que la policía me quitara la vida y destruyera mi casa, yo estaba dispuesta a someterme. Al ser consciente de esto, no me sentí tan asustada. Los agentes me arrastraron hasta una silla y me esposaron a ella. En cuanto se me empezaban a caer los párpados, me daban una fuerte patada en las piernas. No pude dormir en toda la noche.
A la mañana siguiente, varios agentes se turnaron para interrogarme sobre la ubicación del dinero de la iglesia. Con cara de exasperación, el comisario me preguntó: “¿Qué ha pasado con el dinero que guardabas? En el recibo dice claramente 250000, ¿por qué solo apareció una parte? ¿Dónde está el resto del dinero?”. Bajé la cabeza y no dije nada. Siguió presionándome con urgencia: “¿Te has gastado el resto del dinero? ¡Dímelo!”. Pensé: “Nunca malversaríamos el dinero de la iglesia. Son las ofrendas hechas a Dios por Su pueblo escogido. ¡Las personas que malversan las ofrendas hechas a Dios son demonios y serán malditas y castigadas en el infierno!”. El comisario trató entonces de persuadirme en un tono más suave para que revelara dónde estaba el dinero. Me dijo: “Deberías decírnoslo, y ya está. En cuanto nos lo digas, podrás reunirte con tu familia”. Luego dijo: “Hice una parte del servicio militar por donde vives; somos prácticamente paisanos. Dínoslo ahora mismo y no tendrás ningún problema”. Pensé que estos agentes contaban con todo tipo de artimañas. No podía caer en sus trucos. Entonces otro oficial me preguntó: “¿No guardabas 250000? Solo quedan 121500, así que ¿cuántos años planeas tardar en devolvernos el resto del dinero? Si escribes una carta de garantía, te dejaremos ir a casa enseguida. ¿Qué dices?”. Al oír esto, me llené de ira y odio. ¿Estos oficiales nos habían robado todo nuestro dinero y encima querían un pagaré? ¡Era ridículo!
Hacia la 1 de la madrugada, la policía volvió a interrogarme una y otra vez sobre la ubicación del dinero de la iglesia, diciendo: “¿Sabes de dónde procede este dinero? Se trata de dinero ganado con esfuerzo por el pueblo, y debería ser devuelto al pueblo”. Al ver su fea cara, se me revolvió el estómago. Claramente, este dinero era producto del duro trabajo del pueblo escogido de Dios, que había recibido Su gracia y luego se la había ofrecido a Él. Era lógico que fueran ofrendas a Dios. Este dinero no tenía nada que ver en absoluto con “dinero duramente ganado por el pueblo”. ¿Acaso no era eso una mentira descarada? Esta manera de actuar de la policía del PCCh me permitió ver su malvado rostro con mucha mayor claridad. Me daban asco y los despreciaba. Entonces quise ignorarlos aún más. Como seguía sin hablar, dos agentes se turnaron para abofetearme en la cara más veces de las que pude contar. Me abofetearon hasta que acabaron agotados y entonces empezaron a golpearme con una carpeta de plástico. Me daba vueltas la cabeza, tenía la visión borrosa y un dolor punzante en las mejillas. Luego me aplicaron una descarga eléctrica en las esposas con una porra eléctrica. La electricidad recorrió todo mi cuerpo y pareció como si se me adormecieran todos y cada uno de los nervios. Sentí que estaría mejor muerta. Pero no se detuvieron. Me dieron patadas en las espinillas con la punta de sus botas de cuero y me pisotearon los pies con los tacones; era un dolor insoportable. Después de las palizas y la tortura, me sentí completamente agotada y noté que la cabeza me daba vueltas, como si estuviera al borde de la muerte. Oré sin cesar a Dios, suplicándole que me proporcionara la determinación para soportar el sufrimiento y mantenerme firme en el testimonio. Después de orar, me vino a la mente un himno de las palabras de Dios Cómo ser perfeccionado: “Cuando te enfrentes a sufrimientos debes ser capaz de no considerar la carne ni quejarte contra Dios. Cuando Él se esconde de ti, debes ser capaz de tener la fe para seguirlo, de mantener tu amor anterior sin permitir que flaquee o desaparezca. Independientemente de lo que Dios haga, debes someterte a Su designio, y estar más dispuesto a maldecir tu propia carne que a quejarte contra Él. Cuando te enfrentas a las pruebas, debes satisfacer a Dios, a pesar de cualquier reticencia a deshacerte de algo que amas o del llanto amargo. Solo esto es amor y fe verdaderos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Es cierto. Mi carne sufrió hasta cierto punto cuando me torturaron, pero Dios utilizó este sufrimiento para perfeccionar mi fe. Por mucho que la policía me torturara y me tratara con brutalidad, debía confiar en Dios y mantenerme firme en el testimonio para Él. Entonces un agente me ordenó que me pusiera de pie, pero mis manos estaban esposadas a los reposabrazos de la silla, así que me resultaba imposible. Lo único que pude hacer fue doblarme por la cintura con la silla de más de 15 kilos colgando de mis muñecas. El agente sacudió entonces la silla con fuerza, provocando que las esposas se me hundieran profundamente en las muñecas. Resultó increíblemente doloroso. Esbozó una sonrisa siniestra y dijo: “Esto es culpa tuya, no puedes culparnos a nosotros”. Cerré los ojos y traté de combatir el dolor. Mientras oía su risa desquiciada, desprecié a aquella jauría de demonios.
Para entonces, había estado esposada a esa silla durante todo un día y una noche. La cabeza me punzaba con fuerza y estaba mareada, y la espalda me dolía. Me estaba cayendo a pedazos y no sabía cuánto tiempo más podría aguantar. Clamé a Dios en mi corazón: “¡Querido Dios! No sé cuánto tiempo más podré aguantar. Por favor, dame fe y fuerza para mantenerme firme en el testimonio, no importa lo grande que sea la adversidad”. Después de orar, me vino a la mente un pasaje de las palabras de Dios: “Mi obra entre el grupo de personas de los últimos días es una empresa sin precedentes y, por tanto, para que Mi gloria pueda llenar el cosmos, todas las personas deben sufrir la última dificultad por Mí. ¿Entendéis Mi intención? Este es el requisito final que Yo hago al hombre; es decir, espero que todas las personas puedan dar un testimonio sólido y vibrante de Mí ante el gran dragón rojo, que puedan ofrecerse por Mí una última vez y cumplan Mis requisitos una última ocasión. ¿De verdad podéis hacerlo?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 34). Pude sentir la esperanza y el ánimo de Dios a través de Sus palabras. Debía dar testimonio ante Satanás en medio de estas dificultades. Debía soportar el dolor y el sufrimiento, mantenerme firme en el testimonio y humillar a Satanás. Con la guía de las palabras de Dios, sentí que Él estaba siempre conmigo y que el dolor había disminuido un poco. Después de una noche de tortura y golpes, me quedó todo el cuerpo maltrecho y magullado. Tenía la cara cubierta de moretones y los pies hinchados. Me encontraba increíblemente débil. El agente que trabajaba en el siguiente turno apenas era capaz de mirarme, y dijo: “Estos tipos se han pasado de la raya. Los campesinos ya tienen bastantes dificultades para ganarse la vida, y ahora les han robado todo ese dinero”.
Al tercer día, el comisario vino a interrogarme de nuevo sobre mi fe, así como sobre la ubicación de los 250000 yuanes. Le dije: “Ya retiraron los 250000 yuanes. El dinero que ustedes se llevaron era de mi familia”. El comisario se giró inmediatamente y le dijo a la persona que hacía el registro escrito: “No escribas eso”. Le pregunté: “¿Por qué no?”. Se enfadó y se levantó de la silla, dando un golpe en la mesa y gritando: “¿Quién está haciendo el interrogatorio aquí? ¿Cómo se llama la persona que se llevó el dinero? ¿Dónde se ha ido?”. Como yo seguía sin decir nada, me dijo con malicia: “Si no me lo dices ahora, me encargaré de que tus hijos nunca consigan un trabajo. ¡Tu familia nunca sobrevivirá a esto!”. Me preocupé mucho al oír aquello. Mis hijos eran todavía jóvenes; si de verdad el PCCh les impedía trabajar, ¿cómo se las arreglarían en el futuro? Después de orar, pensé en las palabras de Dios: “La suerte del hombre está controlada por las manos de Dios. Tú eres incapaz de controlarte a ti mismo: a pesar de que el hombre siempre va apresurado y se ocupa de sus propios asuntos, sigue siendo incapaz de controlarse. Si pudieras conocer tu propia perspectiva, si pudieras controlar tu propio sino, ¿seguirías siendo un ser creado?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Restaurar la vida normal del hombre y llevarlo a un destino maravilloso). Después de reflexionar sobre las palabras de Dios, me sentí mucho más anclada. El futuro de mis hijos estaba en manos de Dios. El gran dragón rojo no tenía nada que decir al respecto. Debía confiar en Dios para mantenerme firme en el testimonio. En cuanto al futuro de mis hijos y el destino de mi familia, Dios lo había predestinado hace tiempo. Estaba dispuesta a someterme a las orquestaciones y disposiciones de Dios.
Al día siguiente, trajeron a mi hijo, acompañado del jefe de seguridad pública. Cuando mi hijo vio mi cara toda magullada e hinchada, se puso a llorar y dijo: “Mamá, no te preocupes. No celebraremos la boda ahora y voy a buscar la manera de pedir dinero para sacarte de aquí”. Cuando le oí decir eso, me estremecí por dentro y me sentí muy mal. Después de eso, el comisario dio órdenes al jefe de seguridad pública, diciendo: “También tienes que ayudar a resolver este asunto del dinero”. Y luego, extrañamente, añadió: “¿Tienen algún pariente? Mira si pueden pedir dinero prestado a sus familiares”. El jefe de seguridad pública asintió y, al inclinarse, dijo: “Cuando vuelva, hablaré con su hermana y su hermano y conseguiré que su marido encuentre una manera”. Al ver lo codiciosos que eran, le contesté enfadada: “No tengo relación con mi hermano ni con mi hermana. No te pongas en contacto con ellos”. Otro agente gritó: “¿Acaso no dice el recibo 250000? Solo hemos encontrado 120000, así que, pase lo que pase, vas a tener que pagar la diferencia”. Estaba entre la espada y la pared y no tenía otras opciones, así que dije: “Entonces, vendan mi casa”. El jefe de seguridad pública me miró con desprecio y me dijo: “Tu casa no vale mucho. ¿De verdad crees que puedes compensar la diferencia vendiéndola?”. Al oír esto, el agente volvió a obligar a mi hijo a pedir dinero prestado. Mi hijo no tuvo más remedio que aceptar. Se marchó llorando. Estaba muy enfadada en ese momento: el gran dragón rojo es verdaderamente rastrero y despreciable. Siempre dicen que están a favor de la libertad religiosa, pero en realidad reprimen, arrestan y tratan con brutalidad a los fieles. Utilizan cualquier medio necesario para robar nuestro dinero, saquear las ofrendas de Dios y dejar a la gente en la miseria. Percibí claramente que el gran dragón rojo es solo un demonio que se opone a Dios y trata brutalmente a la humanidad. Todo esto reforzó mi decisión de seguir a Dios. No pude evitar empezar a cantar un himno en mi cabeza: “Tras pasar por pruebas y tribulaciones, finalmente desperté. Vi que Satanás es despreciable, cruel y malvado. Las llamas de la furia se han avivado en mi corazón. Juré dar mi vida para rebelarme contra el gran dragón rojo y dar testimonio de Dios” (Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos, Juré ser leal hasta la muerte para seguir a Dios). No importaba si Satanás me trataba con crueldad, me mantendría firme en el testimonio y lo humillaría.
En los días siguientes, utilizaron otra forma de tortura. Me esposaron a una silla y no me dejaron dormir ni comer mientras me interrogaban sin parar sobre dónde estaba el dinero. Era un manojo de nervios y estaba siempre en vilo, día tras día. Al octavo día, cuando el comisario seguía sin conseguir sacarme una palabra, volvió a traer a mi hijo y le aseguró que no me dejarían ir sino hasta que reuniera los 130000. Frunciendo el ceño con preocupación, mi hijo le dijo que no podía reunir esa cantidad. Yo le dije con rabia: “Somos una simple familia de campesinos y mi marido lleva muchos años enfermo, ¿de dónde vamos a sacar tanto dinero?”. Pero me ignoró y, mirando a mi hijo, le dijo: “Vuelve y busca la manera de conseguir el dinero”.
Al décimo día, se dieron cuenta de que no iban a conseguir nada valioso de mí, así que me dejaron ir a casa. Cuando me iba, también me advirtieron que más me valía que les diera el resto de los 250000 cuanto antes. Me dijeron también: “En cuanto a la persona que te pidió que guardaras los fondos, si nos dices quién es, te devolveremos tu dinero”. Pensé: “Saben que es el dinero de mi familia, que no es el dinero de la iglesia, y su intención es utilizarlo para intentar coaccionarme a fin de que venda a mis hermanos y hermanas. ¡No voy a permitirlo!”. Más tarde, me enteré de que mi hijo había entregado a la policía más de 80000 yuanes para que me liberaran.
Para empezar, no éramos adinerados, así que cuando la policía se llevó nuestros ahorros, nuestra vida se volvió aún más difícil. Yo ya sufría de temblores en las manos, y estos empeoraron después de ser torturada por la policía. Ni siquiera podía hacer la comida, y, mucho menos, salir a trabajar, y con mi marido se podía contar aún menos. Sin ninguna fuente de ingresos, apenas teníamos dinero para comprar verduras, fideos y productos de primera necesidad. Una vez, quise comprar papel higiénico, pero no tenía ni un centavo. El PCCh nos había dejado sin nada y ahora no disponíamos siquiera de lo mínimo para salir adelante. ¿Cómo íbamos a vivir así? Cada vez que pensaba en esto, me sentía muy deprimida. Además, la policía nos llamaba de vez en cuando para emplazarnos. Cada vez que sonaba el teléfono me ponía nerviosa y me deprimía. Para empeorar las cosas, nuestros familiares y amigos nos evitaban como si fuéramos la peste porque no querían verse implicados. Y la gente del pueblo siempre nos juzgaba. Me sentía muy angustiada y deprimida. Era más de lo que podía soportar, y me iba sola al campo a llorar. Mientras lo hacía, oraba a Dios, diciendo: “¡Querido Dios! Me siento muy débil en esta situación y no sé cómo debo superarla. Te ruego que me guíes y me des fe y fuerza”. Después de orar, pensé en un pasaje de las palabras de Dios: “La senda por la cual Dios nos guía no va directamente hacia arriba, sino que es un camino con curvas, lleno de baches; además, Dios dice que cuanto más escarpado es el camino, más puede revelar nuestro corazón amoroso. Sin embargo, ninguno de nosotros puede abrir una senda así. En lo que se refiere a Mi experiencia, Yo he caminado por muchas sendas rocosas y traicioneras y he soportado gran sufrimiento; en ocasiones, incluso he sufrido tanto dolor que he querido gritar, pero he caminado por esta senda hasta este día. Creo que esta es la senda que Dios dirige, así que soporto el tormento de todo el sufrimiento y sigo adelante, pues esto es lo que Dios ha ordenado; entonces ¿quién puede escapar a esto? No pido recibir ninguna bendición; todo lo que pido es poder ser capaz de caminar por la senda por la que debo caminar de acuerdo con las intenciones de Dios. No busco imitar a los demás, caminar por la senda que ellos recorren; todo lo que busco es poder cumplir con Mi lealtad para caminar por Mi senda designada hasta el final” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (6)). Mientras reflexionaba sobre las palabras de Dios, las lágrimas corrían por mi rostro. Me di cuenta de que creer en Dios y seguirlo en un país donde el PCCh está en el poder conlleva todo tipo de dificultades y opresión. Mi familia puede haber perdido sus ahorros y nuestras penurias llegaron a este punto porque fui arrestada y perseguida por el PCCh. Pero esto lo permitió Dios. Debía someterme y mantenerme firme en el testimonio para humillar a Satanás en esta situación.
En los días siguientes, mi marido y yo nos dimos mucho ánimo, a menudo cantando himnos juntos. Y más tarde, los hermanos y hermanas de la iglesia empezaron a ayudarnos. Algunos nos daban dinero, otros nos donaban cosas que necesitábamos. Otros, en cambio, compartían la verdad con nosotros, y nos brindaban ayuda y apoyo. El amor de Dios y Sus palabras nos guiaron durante esos días tan oscuros.