98. La persecución que he sufrido por la fe

Por Zhao Ming’en, China

Eran más de las 8 de una tarde de mayo de 2003 y acababa de llegar a casa de mi deber. Irrumpieron tres policías, me agarraron de los brazos y me esposaron. Mi corazón latía con fuerza por el miedo. Uno de ellos me registró y confiscó mi localizador. “¿Qué ley he infringido?”, pregunté. “¿Por qué me detienen?”. “El Estado no permite tu fe en Dios Todopoderoso”, replicó con gesto adusto. “Va contra la política del Partido Comunista. ¡Eso significa que estás detenida!”. Sin más explicaciones, me metieron en su coche. Apretujada en el asiento trasero, estaba nerviosa y asustada, y no tenía ni idea de las crueldades que me esperaban. Me preocupaba, dada mi escasa estatura, no poder soportar las torturas, y convertirme en una Judas que vendiera a los hermanos y hermanas. Recé en silencio a Dios una y otra vez, pidiéndole que velara por mí y me diera fe y fortaleza. Entonces recordé algo de la palabra de Dios: “Sabes que todas las cosas del entorno que te rodea están ahí porque Yo lo permito, todo planeado por Mí. Ve con claridad y satisface Mi corazón en el entorno que te he dado. No temas, el Dios Todopoderoso de los ejércitos sin duda estará contigo; Él guarda vuestras espaldas y es vuestro escudo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 26). La palabra de Dios reforzó mi fe y mi valor. Mi detención se había producido con el permiso de Dios y la policía estaba en Sus manos. Con Su respaldo, no tenía nada que temer. No sentí tanto miedo cuando lo pensé de ese modo, y resolví en secreto que, por mucho que me torturara la policía, nunca traicionaría a los hermanos y hermanas ni a Dios.

Cuando llegamos a la comisaría, una agente me desnudó para un cacheo y me llevó a otra habitación, esposándome a un tubo de calefacción con las manos a la espalda. Poco después de las once de la noche, la policía encontró en mi casa unos cuantos libros con la palabra de Dios y varios buscapersonas. El inspector jefe Li, de la Brigada de Policía Criminal, me preguntó con los localizadores en la mano: “¿Quién te los ha dado? ¿Con quién has estado en contacto?”. Como no respondí, me abofeteó con saña un par de veces. Veía las estrellas y la cara me ardía de dolor. Luego me dio un fuerte pisotón en los dedos gordos de los pies, que me dolieron como si me hubieran clavado una aguja. Me dolía tanto que sudé de repente por todo el cuerpo. Indignada, le dije: “Soy una creyente en el buen camino de la vida. ¿Qué ley infringe eso? ¿No está permitida por ley la libertad de credo en China? ¿Qué derecho tiene a detenerme y golpearme?”. Uno de los agentes me espetó: “¡Qué ingenua eres! La libertad de credo es una fachada para tranquilizar a los extranjeros. El Partido Comunista es ateo, ¡así que el país quiere reprimir y erradicar a los creyentes! Si no nos dices lo que sabes, mañana vas a estar muerta. Quizás hayas entrado aquí caminando, ¡pero saldrás con los pies por delante!”. En ese momento, salieron de la habitación. Pensaba que, como habían encontrado tantas cosas en mi casa, era imposible que me dejaran marchar sin más. No tenía ni idea de las torturas que me infligirían si callaba. Incluso dijeron que pronto estaría muerta, que iban a matarme. Esto me generó mucha ansiedad, así que recé una oración, pidiendo a Dios fe y fortaleza. A la mañana siguiente, cuatro agentes llegaron con una silla del tigre. El oficial Li me dijo con una mirada demoníaca: “¡Te voy a enseñar yo lo que les pasa a los que no hablan! ¡Hoy probarás la silla del tigre!”. Luego me empujaron hacia la silla y me esposaron con las manos dentro de los aros de metal, con las palmas hacia arriba. Estaba sentada en la silla con el cuerpo inclinado hacia atrás, los pies extendidos y tensionados hacia abajo y las esposas clavándose dolorosamente en las muñecas. Las manos pronto se me hincharon como globos. Se me pusieron moradas y se entumecieron por completo. Pasó el día. Se me congeló el cuerpo y las manos se me hincharon cada vez más. Cada vez estaba más preocupada y asustada: si esto seguía así, ¿se me quedarían las manos paralizadas? Y si así era, ¿cómo me las arreglaría después? Cuanto más pensaba en ello, más me angustiaba. No tenía ni idea de cuándo acabaría esta penuria. Recé: “Oh Dios, estoy sufriendo de verdad. Por favor, dame fuerzas y guíame para mantenerme fuerte”. Y entonces, pensé en algo que Dios había dicho: “Cuando las personas atraviesan pruebas, es normal que sean débiles, internamente negativas o que carezcan de claridad sobre las intenciones de Dios o sobre la senda en la que practicar. Pero en cualquier caso, debes tener fe en la obra de Dios y, como Job, no debes negarlo. […] Las personas necesitan fe durante los momentos de dificultad y de refinamiento, y la fe es algo que va seguido del refinamiento. El refinamiento y la fe no pueden separarse(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). La palabra de Dios me dio fuerzas: al atravesar este dolor y tormento, tenía que tener fe en Dios. La policía me torturaba, intentaba explotar la debilidad de mi carne para abatirme, para hacerme traicionar a Dios. Dios también estaba aprovechando esta situación para perfeccionar mi fe y mi determinación de soportar el sufrimiento. Absolutamente todo está en manos de Dios y bajo Su gobierno, también si las manos se me iban a quedar o no lisiadas. Tenía que tener fe en Dios y apoyarme en Él para mantenerme firme en mi testimonio para Él. Este pensamiento me hizo sentir más fuerte y, antes de darme cuenta, el dolor de mis manos desapareció. ¡Le di gracias a Dios desde el fondo de mi corazón!

La policía empezó a interrogarme de nuevo la mañana del tercer día. Uno de ellos me señaló y dijo: “No creas que no sabemos nada. Llevamos más de dos meses vigilando tu casa. Tienes mucho movimiento de gente yendo y viniendo”. Luego empezó a pasar revista de la ropa que llevaban las personas que habían ido a mi casa, de su estatura y del tipo de bicicleta que montaban. Me quedé de piedra. Habían tenido mi casa bajo vigilancia durante un tiempo, y las personas que habían descrito eran todos líderes o diáconos de la iglesia. No podía delatar a ninguno de los hermanos o hermanas, pero la policía ya tenía un buen conocimiento de la situación, y con toda seguridad no me dejarían ir si no les decía nada en absoluto. No tenía ni idea de las torturas que me tenían reservadas. ¿Tal vez debía decir solo un poco? Ya llevaba tres días detenida, así que mis propias hermanas debían de haberse enterado y debían de estar escondidas. Supuse que la policía no podría encontrarlas, así que dije: “Las visitantes eran mis hermanas”. Entonces el agente preguntó: “¿Son creyentes?”. Sin pensarlo mucho, respondí: “No son verdaderas creyentes”. Justo después de decir eso, la policía salió a buscar a mis hermanas. ¡Me sentí tan culpable! ¿Cómo podía haber confesado que eran creyentes? ¿Entregar a mis propias hermanas para sufrir menos yo no me había convertido en una Judas? Si las detuvieran y luego se implicara a otros hermanos y hermanas, ¿no causaría eso un daño mayor a la obra de la iglesia? Y aunque esta vez no las detuvieran, era imposible que la policía las dejara marchar sin más. Estaban destinadas a vivir una vida a la fuga. Cuanto más pensaba en ello, peor me sentía, y entonces recordé estas palabras de Dios: “Ya no seré misericordioso con los que no me mostraron la más mínima lealtad durante los tiempos de tribulación, ya que Mi misericordia llega solo hasta allí. Además, no me siento complacido hacia aquellos quienes alguna vez me han traicionado, y mucho menos deseo relacionarme con los que venden los intereses de los amigos. Este es Mi carácter, independientemente de quién sea la persona. Debo deciros esto: cualquiera que quebrante Mi corazón no volverá a recibir clemencia, y cualquiera que me haya sido fiel permanecerá por siempre en Mi corazón(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Las palabras de juicio de Dios me hicieron sentir aún peor. El justo carácter de Dios no tolera la ofensa. Dios desdeña a los que le traicionan. Había vendido a dos hermanas mías, con lo que me comporté como una vergonzosa Judas y perdí mi testimonio. Me odiaba por ser tan egoísta y vil, tan carente de humanidad. Recé y me arrepentí ante Dios de corazón, y juré que no traicionaría a ningún hermano ni hermana más, por mucho que la policía me interrogara y torturara. Esa tarde, el agente Li me trajo más de 13 fotografías para que identificara a las personas que aparecían en ellas. Dije que no reconocía a nadie. Luego sacó una foto de otra hermana y dijo: “La conoces, ¿verdad? Ha dicho que te conoce”. Pensé que aunque ella lo hubiera dicho, yo no podía decir que la conocía. Ya les había hablado de dos hermanas mías, así que no podía vender a nadie más y hacer que las torturaran como a mí. Repliqué con firmeza: “No la conozco”. El oficial Li gritó: “¡Si no hablas, mañana lo pasarás mal!”.

La tarde del cuarto día, entró un oficial cargado con cuatro listones de más de dos centímetros de grosor y treinta centímetros de largo, y cerró las rejas de las ventanas para que no pudiera ver nada en la habitación. Se me hizo un nudo en la garganta, el pulso se me aceleró y me flaquearon las piernas. No sabía qué medios iban a utilizar para torturarme ni si sería capaz de soportarlo. Clamé a Dios en mi corazón una y otra vez, pidiéndole que me protegiera para poder mantenerme fuerte. Poco después entraron seis agentes, me soltaron de la silla del tigre y me esposaron las manos a la espalda. Dos de ellos se colocaron junto a una mesa y me levantaron de las esposas mientras gritaban: “¡Habla! ¿Quién es tu líder?”. Tenía los pies despegados del suelo y la cabeza hacia abajo; mi cuerpo estaba suspendido en el aire y yo apretaba los dientes de dolor. Al ver que no decía nada, dos de los agentes empezaron a restregar con fuerza los costados de mis costillas con los listones mientras otros dos utilizaban otros listones para golpearme enérgicamente en brazos y piernas. Sentí como si me arrancaran la carne de la caja torácica y las piernas. Sudaba del dolor. Mientras lo hacían, gritaban: “¡Te pegaremos más fuerte si no hablas!”. Seguí apretando los dientes y no dije ni una palabra. Un par de agentes cogieron un objeto duro y me lo clavaron en las uñas de los pies, lo que me provocó un dolor agónico. Al mismo tiempo, apuntaron una potente luz hacia mis manos que hacía que las sintiera como si se estuvieran quemando, ardiendo de dolor. Sintiendo que físicamente no podía más, clamé a Dios una y otra vez, pidiéndole que me diera fuerzas. Cuando volvieron a tirar de las esposas hacia arriba, oí un crujido en los brazos y grité de dolor, y solo entonces me soltaron. Me habían tenido suspendida durante más de una hora. Después de que me bajaran, no sentía para nada las piernas. Me era imposible mantenerme en pie. Mis brazos y piernas estaban amoratados y me ardían de dolor. La carne alrededor de las costillas también se sentía como si estuviera ardiendo, y el dolor era insoportable. Me desplomé en el suelo sin poder moverme, sin fuerzas y como si me hubiera derrumbado por completo. Fue una agonía. La idea de no saber cómo me torturaría aún más la policía, o si podría soportarlo, me hizo sentir desgraciada y débil. Quería suicidarme mordiéndome la lengua para así al menos no vender a los hermanos y hermanas. Me mordí muy fuerte, pero era tan doloroso que no pude soportarlo. Entonces pensé que quizá podría arrancarme la úvula para que me fuera imposible hablar. Les dije que necesitaba ir al baño. En el aseo, el agente que me vigilaba oyó cómo me mordía la lengua y me daba arcadas y me dijo: “No hagas ninguna tontería”, luego me volvió a meter dentro y me esposó de nuevo a la silla del tigre. Solo entonces me di cuenta de que había estado a punto de hacer una tontería, y pensé en algo que dijo Dios: “Durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y dejar que Él os instrumente; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio firme y rotundo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). “No te desanimes, no seas débil; y Yo te aclararé las cosas. El camino que lleva al reino no es tan fácil. ¡Nada es tan simple! Queréis que las bendiciones vengan a vosotros fácilmente, ¿no es así? Hoy, todos tendréis que enfrentar pruebas amargas. Sin esas pruebas, el corazón amoroso que tenéis por Mí no se hará más fuerte ni sentiréis verdadero amor hacia Mí. Aun si estas pruebas consisten únicamente en circunstancias menores, todos deben pasar por ellas; es solo que la dificultad de las pruebas variará de una persona a otra(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 41). Comprendí por las palabras de Dios que, ante la crueldad de los demonios, la intención de Dios es perfeccionar nuestra fe y lealtad, y hacer que veamos claramente cómo el gran dragón rojo obra contra Dios y tortura a los seres humanos, para que lo odiemos y lo rechacemos desde el fondo de nuestro corazón y nos mantengamos firmes en nuestro testimonio para Dios frente a Satanás. Pero mi fe en Dios era demasiado escasa, y después de sufrir un poco de tormento quise escapar de él mediante la muerte. ¿Qué clase de testimonio era ese? Al pensar en ello de esta forma, ya no me sentía tan desgraciada y tuve más fe. No importaba cómo me torturaran, incluso hasta mi último aliento, yo quería apoyarme en Dios, mantenerme firme en mi testimonio para Él y avergonzar a Satanás. Nunca vendería a mis hermanos y hermanas ni traicionaría a Dios. Después de tomar esa decisión, la policía no volvió a interrogarme. A través de esta experiencia, comprobé la soberanía y la omnipotencia de Dios, y vi que el gran dragón rojo es solo un peón en Sus manos. Es una herramienta que Dios utiliza para perfeccionar a Su pueblo elegido. También vi que Dios estaba a mi lado durante todo este tormento. Siempre estuvo conmigo, guiándome y ayudándome con Sus palabras, dándome fe y fortaleza. Pude sentir el amor y la protección de Dios, y le di las gracias de corazón.

El Partido Comunista me condenó a tres años de reeducación mediante el trabajo por “alterar el orden social”. Tenía que hacer de 12 a 14 horas de trabajos forzados todos los días en el campo de trabajo, y tenía que trabajar aún más si no había completado mis tareas. Me asignaron a trabajar en una fábrica de pesticidas. Como no podía oler los pesticidas, tenía dolores de cabeza y náuseas todos los días, y no podía comer ni dormir bien. Solicité que me trasladaran a otra fábrica, pero la policía no dio el visto bueno. Entonces me sentía muy mal, y cuando pensaba en que tendría que pasar tres años allí, más de mil días y sus noches, no sabía cómo iba a superarlo. Cada vez que iba de camino al trabajo y veía a la gente fuera, libre y tranquila, mientras yo estaba como un pájaro enjaulado, me sentía sumamente desgraciada y tenía ganas de llorar. Otra hermana que trabajaba en la misma fábrica habló conmigo y cantamos juntas en voz baja un himno de la palabra de Dios Canción de los vencedores: “¿Alguna vez habéis aceptado las bendiciones que os han sido dadas? ¿Alguna vez habéis buscado las promesas que se hicieron por vosotros? Con toda seguridad, bajo la guía de Mi luz, os abriréis paso entre el yugo de las fuerzas de la oscuridad. En medio de la oscuridad, ciertamente no perderéis la guía de Mi luz. Con seguridad seréis los amos de toda la creación. Con seguridad seréis vencedores delante de Satanás. Con seguridad, cuando caiga el reino del gran dragón rojo, os erguiréis entre las grandes multitudes como prueba de Mi victoria. Con seguridad permaneceréis firmes e inquebrantables en la tierra de Sinim. A través de los sufrimientos que soportéis, heredaréis Mis bendiciones, y, con seguridad, irradiaréis Mi gloria por todo el universo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 19). Cantar este himno fue alentador para mí. Esta persecución me dio la oportunidad de dar testimonio para Dios: fue un honor para mí. El Partido Comunista quería destruir mi cuerpo y mi mente, para que traicionara a Dios porque no podía soportar el sufrimiento. No podía caer en su truco. Por muy desgraciada que me sintiera o por muy difícil que fuera, tenía que apoyarme en Dios, mantenerme firme y humillar a Satanás. A partir de entonces, por las tardes, esa hermana y yo tarareábamos juntas en secreto himnos de la palabra de Dios y compartíamos Su palabra siempre que teníamos ocasión. Poco a poco, dejé de sentirme tan desgraciada.

Más tarde vino a visitarme mi marido, y me di cuenta de que estaba mal de salud cuando vi que no era capaz de mover bien las piernas y los pies. Tras mi detención, a mi marido le costaba comer y dormir, temía que me torturaran, y acabó contrayendo una enfermedad cerebrovascular. Cuando fue al médico, le dijeron que había sufrido una atrofia cerebelosa que le había dejado parcialmente paralizado. Esto me rompió el corazón, y odié al Partido Comunista, esa jauría de demonios, con toda mi alma. Si no se dedicaran a detener y perseguir a los creyentes, a mí nunca me habrían detenido y mi marido no habría caído enfermo. Poco después, mi cuñado vino a verme y me dijo que el estado de mi marido había empeorado y que se había vuelto incontinente. Esto era muy angustioso, y lo único en lo que podía pensar era en cuándo saldría de la cárcel para poder volver a casa y cuidar de él. A finales de 2004, recibí una carta de la familia en la que me decían que había empeorado y había fallecido. Al enterarme de esto, sentí como si el mundo se me hubiera venido abajo. Estaba desesperada. El pilar de nuestra familia se había ido. Nuestro hijo aún estaba en la universidad y yo no sabía cómo le iba. Debido a la persecución del Partido Comunista, nuestra familia perfecta se había arruinado y mi marido había muerto. Me sentía muy débil y, sin darme cuenta, sentí que las quejas crecían dentro de mí. ¿Por qué siempre me ocurrían desgracias? ¿Por qué Dios no me protegía? En mi dolor, recordé estas palabras de Dios: “Si complaces las debilidades de la carne y dices que Dios va demasiado lejos, siempre sentirás dolor, estarás afligido, confundido respecto a toda Su obra, y parecerá que Él no se compadece en absoluto de las debilidades del hombre ni es consciente de sus dificultades. Por tanto, te sentirás siempre miserable y solo, como si hubieras sufrido una gran injusticia, y esta vez comenzarás a quejarte(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). La palabra de Dios reveló mi estado. Cuando falleció mi marido, no busqué la intención de Dios, sino que me dejé llevar por mi carne. Sentía que sin mi marido no había nadie que cuidara de nuestro hijo y culpaba a Dios. ¡Realmente no tenía conciencia! Era evidente que la persecución del Partido Comunista había destrozado a mi familia y había causado la muerte de mi marido, pero yo se lo achacaba todo a Dios. ¿Acaso no estaba distorsionando los hechos y era sumamente irrazonable? En ese momento vi que me faltaba mucha estatura y que no tenía auténtica fe ni verdadera sumisión a Dios. Recé por dentro: “Dios mío, al quedar en evidencia de esta manera, puedo ver lo rebelde que soy. Solo pienso en mi propia carne, y no comprendo en absoluto Tu corazón. Dios, por favor, guíame para someterme a atravesar esta situación, y para conocer Tu intención”. Entonces me vinieron a la mente estas palabras de Dios: “Eres un ser creado, debes por supuesto adorar a Dios y buscar una vida con significado. Si no adoras a Dios, sino que vives en tu carne inmunda, ¿no eres solo una bestia, vestida de humano? Como eres un ser humano, ¡te debes gastar para Dios y soportar todo el sufrimiento! El pequeño sufrimiento que estás experimentando ahora, lo debes aceptar con alegría y con confianza y vivir una vida significativa como Job y Pedro. […] Vosotros sois personas que buscáis la senda correcta, los que buscáis mejorar. Sois personas que os levantáis en la nación del gran dragón rojo, aquellos a quienes Dios llama justos. ¿No es esa la vida con mayor sentido?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Práctica (2)). Reflexionando sobre las palabras de Dios, comprendí que ser detenida por mi fe y sufrir de ese modo era ser perseguida en pos de la justicia, y que ese sufrimiento tenía sentido. A través de esta adversidad, vi mi propia rebeldía y corrupción, y mi auténtica estatura. Aprendí a discernir sobre la esencia demoníaca del gran dragón rojo: cómo odia y se resiste a Dios. Ese era el amor de Dios por mí. Pensé en Job, sometido a pruebas de enorme magnitud: le robaron cantidad de ganado y todas las posesiones de su familia, sus hijos murieron y le salieron llagas por todo el cuerpo. Sin embargo, no culpó a Dios ni dijo nada pecaminoso. Lo que dijo al final fue: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová” (Job 1:21).* Job dio un rotundo testimonio para Dios. Me sentí realmente conmovida y decidí seguir el ejemplo de Job, mantenerme firme en mi testimonio para Dios por mucho que sufriera. Al comprender esto, me presenté ante Dios e hice una oración de sumisión, dispuesta a dejar todo lo referente a mi familia en Sus manos y someterme a Su soberanía y Sus disposiciones.

Quedé en libertad a finales de diciembre de 2005. Mi hijo aún estaba en la universidad y estábamos muy mal de dinero, así que busqué trabajo. Pero poco más de un mes después, mi jefe me dijo: “La policía vino a hablar conmigo y me dijo que crees en Dios. Me han dicho que tengo que despedirte”. Me enfadé mucho al oír eso. Había salido de la cárcel, pero el Partido Comunista seguía sin dejarme en paz; seguían privándome de mi derecho a subsistir. ¡Eran realmente despreciables y malvados! Mi hijo debería haberse graduado en 2006, pero como yo había sido condenada a trabajos forzados por mi fe, la escuela se negó a expedirle el diploma, alegando que había suspendido una asignatura, aunque solo por unos pocos puntos. Así que tuvo que repetir un año de estudios. Pero al año siguiente volvieron a negarse a expedirle el diploma, con la misma excusa. Al ver que otros compañeros no habían aprobado dos o tres de sus asignaturas pero aun así se graduaron, le preguntó al respecto a su profesor, que le dijo: “¿No sabes que tu madre cree en Dios?”. No fue hasta entonces que nos dimos cuenta de que la universidad buscaba excusas para no darle el diploma a causa de mi fe. Al final, solo le dieron un certificado de asistencia. Sin un diploma le resultaba difícil encontrar trabajo y se sentía muy deprimido. Solo quería quedarse en casa todo el tiempo y ni siquiera quería hablar. Verle tan desdichado me entristeció mucho. Después de todos sus años de estudio se vio implicado porque yo había estado en la cárcel, y al final se vio privado de su diploma y le costaba encontrar trabajo. Sentí cierta debilidad en mi interior. Mi hijo también era creyente, así que rezamos y leímos juntos la palabra de Dios, y vimos esto: “En esta etapa de la obra se nos exige la mayor fe y el amor más grande. Podemos tropezar por el más ligero descuido, pues esta etapa de la obra es diferente de todas las anteriores. Lo que Dios está perfeccionando es la fe de las personas, que es tanto invisible como intangible. Lo que Dios hace es convertir las palabras en fe, amor y vida. Las personas deben llegar a un punto en el que hayan soportado centenares de refinamientos y en el que tengan una fe mayor que la de Job. Deben soportar un sufrimiento increíble y todo tipo de torturas sin dejar jamás a Dios. Cuando son sumisas hasta la muerte y tienen una gran fe en Dios, entonces esta etapa de la obra de Dios está completa(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (8)). Como había sido detenida y perseguida por el Partido Comunista, mi marido había muerto y mi hijo no encontraba trabajo. El Partido había cortado nuestra fuente de ingresos y quería utilizar esta situación para que yo culpara y traicionara a Dios. Pero Dios estaba utilizando esta situación para perfeccionar mi fe. Si aún era capaz de seguir a Dios y someterme a Él mientras sufría tanto dolor, eso demostraría que tenía verdadera fe. El Partido Comunista quería despojarnos de nuestro medio de vida, pero confiando en Dios en la vida y avanzando con Su sustento y guía aún podíamos salir adelante. Después de eso, mi hijo y yo leíamos con frecuencia y compartíamos la palabra de Dios, y poco a poco pudo salir de su estado de angustia. Dijo que veía claramente que todas estas desgracias eran causadas por el Partido Comunista; que es el Partido el que destroza vidas mientras que Dios trae misericordia y salvación; y que solo Dios puede traernos la luz, y que seguir a Dios es el camino correcto en la vida. Dijo que quería creer en Dios y seguirlo seriamente. Después, los dos nos dedicamos a buscar hierbas silvestres y setas para venderlas en el mercado y así poder asistir más fácilmente a las reuniones y cumplir con nuestro deber. Así, sin demasiado esfuerzo, podríamos conseguir el dinero suficiente para salir adelante.

Después de experimentar el encarcelamiento y la persecución por parte del Partido Comunista, vi plenamente su esencia demoníaca: cómo odia y se resiste a Dios. Afirma garantizar la libertad de religión, pero en secreto lleva a cabo detenciones masivas de cristianos, los tortura y los condena a prisión, al tiempo que oprime y persigue a sus familiares, con lo que destruye innumerables familias cristianas. Llegué a odiarlo y a rebelarme contra él de corazón, y sabía que me oponía irreconciliablemente a él. También experimenté personalmente el amor de Dios y la autoridad de Sus palabras. Cuando fui detenida y condenada a prisión, cuando murió mi marido, cuando mi hijo no pudo obtener su diploma universitario y cuando yo vivía inmersa en un sufrimiento sin salida, fueron las palabras de Dios las que me dieron fe y fortaleza, y me llevaron a superar la debilidad de la carne. Sin el cuidado y la protección de Dios, nunca habría llegado hasta aquí. Estoy verdaderamente agradecida por el amor y la salvación de Dios. No importa a qué tipo de opresión y adversidades me enfrente en el futuro, seguiré a Dios hasta el final.

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