31. Dejar de ser la “experta” es tan liberador

Por Zhang Wei, China

Fui subdirectora del departamento de ortopedia en un hospital. Durante cuatro décadas estuve totalmente dedicada a mi trabajo y tenía una amplia experiencia clínica. Tanto los pacientes como mis colegas reconocían mi experiencia médica y adonde fuera me admiraban y me respetaban. Sentía que destacaba entre los demás y que era superior al resto. Tras aceptar la obra de los últimos días de Dios Todopoderoso, vi que algunos hermanos y hermanas servían como líderes de iglesia y diáconos y a menudo compartían la verdad con otros para resolver los problemas. Otros hermanos y hermanas hacían tareas relacionadas con textos o producían videos. Yo los envidiaba y sentía que la gente debía admirarlos por realizar estas tareas. Miraba con desdén los deberes de acogida o de asuntos generales porque sentía que eran comunes y anónimos. Pensaba: “Yo nunca podría realizar esa clase de deberes. Tengo una posición social y buena educación. Mi deber tiene que coincidir con mi identidad y mi estatus”.

Después del Año Nuevo chino de 2020, una líder de la iglesia me dijo: “Hay unas hermanas que están haciendo tareas relacionadas con textos que no tienen un lugar seguro donde quedarse. Tu creencia en Dios no es muy conocida, así que tu casa sería un lugar relativamente seguro. ¿Podrías acoger a estas hermanas?”. Pensé: “Estoy dispuesta a cumplir con mi deber, pero ¿cómo puede rebajarse una subdirectora como yo, experta en mi campo, a acoger hermanos y hermanas, trajinar con ollas y sartenes, esclavizada sobre una cocina caliente todos los días? ¿No es lo mismo que ser una niñera?”. No estaba dispuesta. Pensé: “Cualquier deber es más digno que el de acogida. Como sea, tienen que asignarme un deber que tenga estatus o que requiera de alguna habilidad. Así no perderé mi dignidad. ¿Acoger a las hermanas no es desperdiciar mi talento? Si mis amigos y mi familia supieran que abandoné mi estatus de experta para quedarme en casa a cocinar para otros, ¿se burlarían de mí?”. Cuanto más lo pensaba, más frustrada me sentía. Pero en ese momento, la iglesia necesitaba con urgencia una casa de acogida. Así que aunque ese deber no me gustaba, no pude negarme en un momento tan crítico. Eso denotaría falta de humanidad. Luego, se me ocurrió que mi estatura era pequeña y que tenía poca comprensión de la verdad. Pero si interactuara con estas hermanas que hacen tareas relacionadas con textos, podría aprender de ellas. Entonces quizás la iglesia me asignaría también ese deber. Acoger a las hermanas era algo temporal. Además, en ese momento, los beneficios económicos del trabajo en el hospital no eran tan buenos, y no quería ir a trabajar. Así que renuncié a mi puesto y asumí en seguida mi deber de acogida.

Anteriormente, siempre estaba ocupada trabajando y casi nunca cocinaba. Pero para asegurarme de que las hermanas comieran comidas deliciosas, me aboqué a aprender a cocinar. Sin embargo, después de preparar la comida, no quería llevarla a la mesa porque siempre sentí que esa era una tarea de servir a otros. Cuando trabajaba en el hospital, otras personas cocinaban para mí. Cuando yo llegaba, los colegas de todos los departamentos se levantaban para hablarme. Era valorada allá donde fuera. Pero ahora, todos los días tenía puesto un delantal y ropa manchada con aceite y limpiaba ollas y sartenes grasientas, mientras que las hermanas estaban sentadas frente a sus computadoras con la ropa limpia. Sentía un dolor en el corazón, una sensación de agravio y pensé: “‘Los que se esfuerzan con su mente gobiernan al resto, y los que se esfuerzan con sus manos son los gobernados’ y ‘Dios los cría y el viento los amontona’. Cocinar y ser anfitrión es un trabajo físico y no está al mismo nivel de lo que hacían las hermanas”. Cuanto más lo pensaba, peor me sentía. Era como llevar una carga pesada que no podía soltar y no quería cumplir con ese deber a largo plazo. Pensé: “Escribí artículos médicos y me elogiaron en mi campo. Mi redacción no puede ser muy mala. Si puedo escribir un par de buenos artículos de testimonios vivenciales, quizás la líder verá que tengo talento y me asigne tareas relacionadas con textos”. Entonces empecé a levantarme temprano y acostarme tarde para escribir artículos vivenciales. Las hermanas los leyeron y dijeron que mi redacción era buena. Yo estaba encantada y le mandé los artículos a la líder. Esperé y esperé, pero la líder no me asignó tareas relacionadas con textos. Estaba tan decepcionada que poco a poco perdí el entusiasmo por escribir artículos.

A los pocos días, me enteré de que la iglesia necesitaba personal para producir videos, y pensé: “La producción de videos es una función que requiere ciertas habilidades. Es una oportunidad y si puedo aprender a producir videos, tendré una habilidad especializada”. Entonces empecé a levantarme temprano y acostarme tarde otra vez para aprender a producir vídeos. Pero como soy más mayor, no podía trabajar lo suficientemente rápido como para seguir el ritmo de los jóvenes. Así que esa esperanza también se desvaneció. Me sentí desanimada. Parecía que no estaba destinada a obtener un deber más “de alto nivel” y estaba atada a las labores físicas. Me sentí despreciada y durante varios días no comí ni dormí bien. Me olvidaba de lo que estaba haciendo mientras cocinaba y no podía concentrarme en nada. A veces me cortaba mientras picaba los vegetales o me quemaba la mano. Se me caían los platos, las cucharas y las tapas al suelo y eso hacía un ruido terrible que me sobresaltaba. Cuando las hermanas escuchaban el alboroto, dejaban lo que estaban haciendo y venían corriendo a ayudarme a limpiar. Cuando vi cómo estaba afectando a las hermanas mientras cumplían con su deber, me sentí muy culpable. En medio de mi angustia, le oré a Dios: “Oh Dios, tener que acoger siempre a estas hermanas me hace sentir inferior a otras personas. Me siento agraviada y no puedo someterme. No sé cómo superar esto. Por favor, guíame”.

Luego, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Sea cual sea tu deber, no discrimines entre lo superior y lo inferior. Supongamos que dices: ‘Aunque esta tarea es una comisión proveniente de Dios y la obra de Su casa, si la hago, la gente podría menospreciarme. Otros llevan a cabo una obra que les permite destacar. Se me ha asignado esta tarea que no me permite destacar, sino que me hace trabajar entre bastidores, ¡es injusto! No haré este deber. Mi deber tiene que hacerme destacar ante los demás y permitirme forjarme un nombre, y aunque no me forje un nombre o me haga destacar, aun así, debería poder recibir algún beneficio de él y sentirme cómodo físicamente’. ¿Es aceptable esta actitud? Ser quisquilloso es no aceptar cosas de Dios; es tomar decisiones de acuerdo con tus propias preferencias. Esto no es aceptar tu deber; es rechazarlo, es una manifestación de tu rebeldía contra Dios. Tal quisquillosidad es adulterada con tus propias preferencias y deseos. Cuando consideras tus propios beneficios, tu reputación y otras cosas similares, tu actitud hacia tu deber no es de sumisión(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el adecuado cumplimiento del deber?). Lo que exponían las palabras de Dios era un perfecto reflejo de mi propio estado. Me consideraba una experta con un estatus alto que era valorada y admirada allá donde iba. Por eso sentía que sobresalía entre la multitud. Cuando me asignaron la tarea de hospedar a las hermanas, sentí que perdía mi estatus de “experta” y que eso era injusto. A través del juicio y la exposición de las palabras de Dios, Me di cuenta de que la razón por la que menospreciaba tanto el trabajo de acogida era que siempre veía los deberes desde el punto de vista de un no creyente. Veía los deberes en términos de altos o bajos, estableciendo una jerarquía. Estaba feliz de llevar a cabo cualquier deber que me otorgara reconocimiento y fama, pero menospreciaba los deberes de bajo perfil. Como estaba condicionada por esas opiniones, cumplía con mi deber a regañadientes y hasta consideré abandonarlo. Me dí cuenta de que en el cumplimiento de mi deber no consideré las intenciones de Dios en absoluto. Claramente, lo importante para mí era destacar y perseguir la reputación y el estatus. Fue la gracia de Dios lo que me dio la oportunidad de llevar a cabo mi deber, pero yo escogía según mis propias preferencias personales. Carecía de todo sentido de razón. Cuando me di cuenta, me sentí en deuda con Dios y resolví en silencio tranquilizar mi mente e intentar cumplir con mi deber lo mejor posible.

Después de eso, comí y bebí las palabras de Dios conscientemente y le oré por mi estado y pude calmarme y acoger a las hermanas. Pero lo que sucedió a continuación volvió a conmocionarme. Una de las hermanas a las que estaba hospedando fue elegida como líder de la iglesia. Realmente la envidié y pensé: “Veo que las personas que hacen trabajos relacionados con textos son valoradas. Están bien consideradas y destacan e incluso pueden ser líderes de la iglesia. Pero mírame a mí, acogiendo a las hermanas, ¿qué oportunidad tengo de sobresalir? Todos los días me pongo un delantal y huelo a aceite y humo de la cocina. Cada vez que salía a comprar alimentos, temía que me reconociera algún conocido y me preguntara por qué una médica buena como yo con tanto talento para la medicina no estaba trabajando. Así que cuando salía, iba con la cabeza gacha, caminaba cerca de la pared y trataba de pasar inadvertida. Cuando llegaba a casa, por fin suspiraba aliviada. En el pasado, siempre me ponía delante y muchas veces subía a un escenario a hablar. Y allá adonde iba, todos tomaban la iniciativa de estrecharme la mano. Pero ahora no quería que nadie me viera y, cuando iba a comprar verduras, tenía ganas de escabullirme”. Cuanto más lo pensaba, más sufría. No podía evitar pensar en mi gloria pasada en la vida secular y especialmente echaba de menos títulos como “experta”, “directora” y “profesora”. No podía evitar recordar a los líderes que me admiraban, colegas que me elogiaban y pacientes que me rodeaban con palabras de agradecimiento. Eso me hacía sentir que vivía una vida decente y digna. Sentía que había caído desde la cima del mundo hasta lo más bajo y me preguntaba cuándo terminaría mi deber actual. No podía evitar sentirme triste. Veía que las hermanas disfrutaban sus comidas, pero yo no tenía ganas de comer y pronto perdí bastante peso. Luego recibí una llamada inesperada del director del hospital invitándome a volver a trabajar. Eso volvió a desestabilizarme y pensé: “Sería mejor volver a trabajar, vivir la clase de vida donde la gente me admira y recuperar mi prestigio como experta. Pero acoger es importante. Tengo que estar en casa y proteger la seguridad de las hermanas. Si volviera a trabajar, no podría llevar a cabo este deber”. Rápidamente oré a Dios: “Oh Dios, no puedo olvidarme del estatus y la gloria de mi pasado. Por favor, guíame para conocerme y someterme”.

Mientras buscaba, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Pensad en ello: ¿cómo debéis abordar el valor, el estatus social y los antecedentes familiares del hombre? ¿Cuál es la actitud correcta que deberíais tener? Primero de todo, a partir de las palabras de Dios, debéis ver cómo Él aborda este asunto; solo así podréis comprender la verdad y no hacer nada que vaya en contra de ella. Entonces, ¿cómo considera Dios los antecedentes familiares de alguien, su estatus social, la educación que recibió y la riqueza que posee en la sociedad? Si no ves las cosas según las palabras de Dios y no puedes ponerte de Su lado y aceptar las cosas de parte de Dios, entonces la forma en que las ves estará ciertamente muy alejada de las intenciones de Dios. Si no hay mucha diferencia, tan solo una pequeña discrepancia, eso no es un problema; pero si la forma en que ves las cosas va completamente en contra de las intenciones de Dios, entonces no se ajusta a la verdad. En lo que a Dios respecta, lo que Él da a las personas y cuánto les da depende de Él, y el estatus que estas tienen en la sociedad también está ordenado por Dios y de ninguna manera es obra de la propia gente. Si Dios hace que alguien padezca el dolor y la pobreza, ¿significa eso que esa persona no tiene esperanza de salvación? Si tiene una valía y una posición social bajas, ¿no la salvará Dios? Si tiene un estatus bajo en la sociedad, ¿lo tiene también ante los ojos de Dios? No necesariamente. ¿De qué depende esto? Depende de la senda que esa persona recorra, de lo que persiga y de su actitud hacia la verdad y hacia Dios. Si alguien tiene un estatus social muy bajo, una familia muy pobre y un bajo nivel de educación, pero cree en Dios de manera sensata, ama la verdad y las cosas positivas, a los ojos de Dios, ¿es su valor alto o bajo, es noble o humilde? Es valioso. Viéndolo desde esta perspectiva, ¿de qué depende el valor de alguien, independientemente de que este sea alto o bajo, noble o humilde? Depende de cómo te ve Dios. Si Dios te ve como alguien que persigue la verdad, entonces tienes valía y eres valioso: eres un recipiente valioso. Si Dios ve que no persigues la verdad y que no te entregas sinceramente a Él, eres despreciable y careces de valor: eres un recipiente insignificante. No importa cuán educado seas o cuán alto sea tu estatus en la sociedad, si no persigues ni entiendes la verdad, tu valía nunca podrá ser alta; incluso si muchas personas te apoyan, te alaban y te adoran, sigues siendo un desgraciado deleznable. Entonces, ¿por qué ve Dios a las personas de esta manera? ¿Por qué a una persona tan ‘noble’, con un estatus tan alto en la sociedad, con tantas personas que la alaban y la admiran, e incluso con un prestigio tan elevado, Dios la considera insignificante? ¿Por qué la forma en que Dios ve a las personas es totalmente contraria a la opinión que estas tienen de los demás? ¿Acaso Dios se pone a sí mismo en contra de la gente adrede? En absoluto. Es porque Dios es verdad, Dios es justicia, mientras que el hombre es corrupto y no tiene ni verdad ni justicia, y Dios mide al hombre según Su propio criterio y Su criterio para medir al hombre es la verdad(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 7: Son perversos, insidiosos y falsos (I)). Las palabras de Dios iluminaron mi corazón. La causa principal de mi sufrimiento era que no veía las cosas según las palabras de Dios y la verdad. En cambio, usaba el punto de vista de Satanás para clasificar los deberes como altos o bajos, con una jerarquía de rangos. Usaba el estatus social, la reputación, la educación y los logros profesionales como criterios de éxito. Dominada por estas perspectivas, me veía como alguien superior y noble. Sentía que era una experta con estatus y buena posición que sobresalía entre la multitud y era mejor que los demás. Incluso después de creer en Dios, mantuve ese punto de vista. Por eso consideraba importantes funciones como las de líder y trabajador y las que requerían aptitudes superiores. Pero las tareas de acogida o de asuntos generales no eran importantes para mí y sentía que eran puestos de bajo estatus que no coincidían con mi posición social. Cuando la líder me pidió que acogiera a las hermanas, no pude someterme. Cuando cumplía con mi deber, extrañaba mi anterior prestigio y no podía comer o dormir bien. Estaba angustiada y perdí mucho peso. Era insoportablemente doloroso. Pero a través de la exposición y el juicio de las palabras de Dios, vi Su rectitud. A él no le importa si alguien tiene un estatus alto o bajo, ni sus cualificaciones o logros educativos. A Dios le importa si las personas persiguen la verdad y qué senda eligen. No importa si tienen un estatus alto o si sus logros académicos y reputación son importantes, si no aman la verdad y le tienen aversión, son despreciables a los ojos de Dios. Dios valora a quienes persiguen y obtienen la verdad, aunque no tengan estatus. Aprendí que no importa cuántas personas me apoyan y elogian ni lo alto que sea mi estatus, si no puedo someterme a Dios y cumplir el deber de un ser creado, soy completamente inútil.

Luego, me pregunté por qué a pesar de saber claramente que tenía un punto de vista equivocado, no podía evitar perseguir deberes que fueran más prestigiosos y me hicieran destacar. Buscando, vi un pasaje de las palabras de Dios que decía: “Satanás usa fama y ganancia para controlar los pensamientos del hombre hasta que todas las personas solo puedan pensar en ellas. Por la fama y la ganancia luchan, sufren dificultades, soportan humillación, y sacrifican todo lo que tienen, y harán cualquier juicio o decisión en nombre de la fama y la ganancia. De esta forma, Satanás ata a las personas con cadenas invisibles y no tienen la fuerza ni el valor de deshacerse de ellas. Sin saberlo, llevan estas cadenas y siempre avanzan con gran dificultad. En aras de esta fama y ganancia, la humanidad evita a Dios y le traiciona, y se vuelve más y más perversa. De esta forma, entonces, se destruye una generación tras otra en medio de la fama y la ganancia de Satanás(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). A través de la exposición de las palabras de Dios, vi que Satanás me estaba victimizando y atando a través de la fama y la ganancia, y me tenía prisionera. Desde que era joven, acepté las cosas que me inculcaban mis padres, que me enseñaban en la escuela y que impartía la sociedad secular, como “El hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo” “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela” y “Los que se esfuerzan con su mente gobiernan al resto, y los que se esfuerzan con sus manos son los gobernados”. Muy pronto, estas filosofías y falacias satánicas habían arraigado en mi corazón. Esto me llevó a considerar la fama y la ganancia como los objetivos correctos en la vida, y a sentir que si los lograba, otras personas me admirarían y me apoyarían. De modo que ya fuera en la escuela, en la sociedad o en la iglesia, valoraba el rango y el estatus. Trabajé mucho para desarrollar habilidades especializadas con la esperanza de lograr un estatus y un prestigio mayores dentro del grupo. Sentía que esa era la única clase de vida que reflejaría el valor de mi existencia. Cuando no podía lograr la fama y el estatus, sentía que el futuro se veía sombrío, miserable, y era apática respecto a cumplir con mi deber. El estatus, la fama y la ganancia eran como grilletes que me controlaban todo el tiempo, por eso no podía evitar apartarme de Dios y traicionarlo. También me di cuenta de que aunque acoger a las hermanas me parecía algo vulgar, ese entorno me ayudaba a reconocer que tenía una visión falaz sobre lo que debía perseguir y a poder perseguir la verdad al cumplir con mi deber y desprenderme de los grilletes de la fama y la ganancia. Una vez que comprendí las buenas intenciones de Dios, le agradecí desde el fondo de mi corazón y me llené de remordimiento. Le oré: “Oh Dios, gracias por establecer este entorno para revelar mi punto de vista equivocado sobre qué perseguir. Quiero arrepentirme y dejar de perseguir el estatus y la reputación. Quiero someterme y cumplir bien con mi deber”. Luego rechacé amablemente la oferta del hospital y seguí quedándome en casa y llevando a cabo mi deber.

Después, leí dos pasajes más de las palabras de Dios: “¿Qué tipo de persona quiere Dios? ¿Quiere una persona con grandeza, famosa, noble o increíble? (No). Entonces, ¿qué tipo de persona quiere Dios? (Alguien con los pies plantados con firmeza en el suelo que cumple con su rol de ser creado). Sí, ¿y qué más? (Dios quiere una persona honesta que lo tema y evite el mal, y se someta a Él). (Alguien que permanezca junto a Dios en todos los asuntos, que se esfuerce por amar a Dios). Esas respuestas son también correctas. Se trata de alguien con Su mismo corazón y Su misma mente(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Un carácter corrupto solo se puede corregir aceptando la verdad). “En última instancia, que las personas puedan alcanzar la salvación no depende del deber que lleven a cabo, sino de si pueden comprender y obtener la verdad y de si son capaces de finalmente someterse a Dios por completo, de ponerse a merced de Su instrumentación, no tener consideración hacia su propio futuro y destino, y convertirse en seres creados aptos. Dios es justo y santo y estos son los estándares que usa para medir a toda la humanidad. Recuerda: estos estándares son inmutables. Fíjalos en tu mente y no pienses en ningún momento en buscar otra senda para perseguir algo que no es real. Los requisitos y las pautas que Dios tiene para todos los que desean alcanzar la salvación son inalterables para siempre. Son los mismos seas quien seas(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Me di cuenta de que Dios no quiere personas nobles. Él quiere personas que puedan cumplir bien con el deber de un ser creado con los pies bien asentados en la tierra. Yo tenía cierta identidad y estatus en el mundo secular. Sin embargo, mi comprensión de la verdad era demasiado superficial. Ser líder u obrero o hacer tareas relacionadas con textos requiere comprensión de la verdad y no puede hacerse solo por tener estatus, conocimiento y educación. Debería ser sensata y cumplir con cualquier deber que sea capaz de realizar. Como mi casa era adecuada para acoger, debería alojar a las hermanas de una manera razonable y hacer todo lo posible por perseguir la verdad. Esa era la razón que debería poseer. No importa qué deber llevemos a cabo; aunque los títulos y las tareas sean diferentes, la identidad y la esencia de un ser creado no cambian. Antes tenía una opinión exagerada de mí misma y me creía muy noble. Siempre me veía como una médica experta y renombrada, como si fuera mejor que los demás. Sentía que acoger a hermanos y hermanas tenía un estatus bajo y anhelaba un deber más prestigioso y prominente. El césped del jardín del vecino siempre me parecía más verde y no podía mantener los pies sobre la tierra y cumplir bien con mi deber. En mi corazón, incluso me oponía a Dios. Era arrogante hasta el punto de ser totalmente irracional. Pensé en Job, que era el más grande de todos los hombres de Oriente. Él tenía un estatus alto y mucho renombre, pero no se veía a sí mismo en términos del estatus ni le importaba el prestigio que le daba. Independientemente de que tuviera estatus o no, Job pudo temer y honrar a Dios. Job era racional. Aunque no puedo compararme con Job, quiero seguir su ejemplo e intentar ser un ser creado cualificado. Cuando dejé de perseguir la fama, la ganancia y el estatus, mi actitud cambió. Vi que todos los deberes son importantes y hasta indispensables. Si nadie realiza la tarea de acogida, los hermanos y hermanas no podrían tener un entorno adecuado donde sentirse tranquilos y llevar a cabo su deber. A partir de entonces, hice un esfuerzo consciente por rebelarme contra mí misma y me dediqué a preparar buenas comidas y proteger la seguridad de las hermanas para que pudieran cumplir con su deber en paz. Poco a poco, dejé de sentir una brecha de estatus entre nosotras y cantaba himnos para mí misma mientras cocinaba. Cuando terminaba mi trabajo, oraba-leía las palabras de Dios, aquietaba mi corazón y reflexionaba sobre lo que había ganado a través de mi experiencia. Luego escribía mis artículos vivenciales. Todos los días vivía una vida gratificante. Siento que esta es una manera pacífica de vivir y mi corazón se ha liberado.

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