32. Aprendí de los fracasos ajenos
En octubre del año pasado destituyeron a dos supervisores de los trabajos en video. Fue porque nuestro líder había subrayado reiteradamente la importancia de este trabajo, pero ellos nunca tenían prisa. Solo atendían los asuntos generales y no resolvían ningún problema ni participaban en realidad en la producción de videos, lo que demoraba el trabajo. Muy enojado, el líder dijo que quienes eran como ellos eran resbaladizos e irresponsables, se libraban del trabajo y no eran aptos para ser supervisores, por lo que los destituyó. Me impactó escuchar esto. Creía que cumplían con su deber con normalidad. Aunque eran un poco ineficaces y pasivos y no llevaran una carga, eso no era un gran problema. Todo el mundo es así hasta cierto punto. ¿Realmente merecían ser destituidos por eso? Después, el líder nos preguntó cómo solíamos cumplir con el deber: ¿Nos exigíamos al máximo, lo dábamos todo y nos esforzábamos de verdad? ¿Procurábamos ser tan eficaces y productivos como nos fuera posible? Estas preguntas me pusieron tan nerviosa que no me atrevía a levantar la cabeza. Sabía que ni de lejos cumplía esos criterios, y oír que el líder decía que esos supervisores “se libraban”, “no tenían prisa” y “no llevaban una carga” me puso todavía más nerviosa. Me di cuenta de que yo también cumplía así con el deber. El líder me había mandado el seguimiento de los trabajos en video y, al comienzo, yo buscaba los principios, estudiaba las competencias pertinentes y pensaba en el modo de hacer rápido el trabajo. Sin embargo, días después empecé a pensar: “La producción de videos es muy compleja. Acabo de empezar y hay muchas cosas que aún no conozco; son inevitables los problemas. Haré lo que pueda. Al final, de todos modos, lo revisará el líder. Aunque haya problemas, lo entenderá”. Por tanto, cada día hacía las cosas de forma rutinaria. Afirmaba reconocer la urgencia del trabajo, pero, cuando el líder no nos presionaba, nuestro progreso se frenaba sin que yo me percatara. Tardábamos el doble en trabajos que podrían haberse hecho en una semana y yo dejé de hacer seguimiento al riego del que era responsable. A veces me sentía culpable, pero, como no se estaba demorando demasiado el trabajo, no me preocupaba. Más adelante, el líder me encargó otra labor y yo mantuve la misma actitud. Aunque aparentaba estar ocupada, no tenía sensación de apremio ni resolvía muchos problemas reales. A veces me preguntaba: “Si soy responsable de más trabajo, debería tener una agenda más apretada y más preocupaciones y debería sentir más estrés. ¿Por qué no me siento así? Al final del día me siento bastante relajada”. Pensé en planificar el tiempo de forma más sensata. Con una agenda más apretada, sería más eficaz y haría más trabajo. Sin embargo, reflexioné: “Ya estoy muy ocupada. ¿Por qué me exijo tanto?”. Por tanto, deseché la idea. No sentí apremio alguno en el deber hasta que no destituyeron a aquellos dos supervisores. El líder nos había fijado dos normas en el deber: exigirnos al máximo y darlo todo, y ser tan eficaces y productivos como nos fuera posible. Yo no estaba logrando nada de eso. En el deber era, sobre todo, escurridiza y negligente. No tenía lealtad, y no digamos veneración por Dios. Me atenazaba un temor incalificable. Si se enteraba el líder de mi actitud, ¿sería yo la siguiente persona trasladada o destituida? Si no me enmendaba, podría ser revelada en cualquier momento. Me presenté ante Dios a orar: “Dios mío, últimamente soy muy escurridiza en el deber. Temo ser revelada y descartada un día, pero ahora mismo estoy muy asustada y preocupada porque no conozco ni detesto realmente mi carácter corrupto. Por favor, guíame para conocerme y corregir mi estado incorrecto”.
Luego me pregunté: “¿Por qué la destitución de esos supervisores me asustó tanto e hizo que me guardara de Dios?”. Comprendí que, en parte, porque no había descubierto la esencia de sus problemas. Como sus problemas no me parecían tan graves, no pude aceptar verdaderamente lo que les pasó. Busqué las palabras pertinentes de Dios sobre este asunto. Dice la palabra de Dios: “Todos los escogidos de Dios actualmente están practicando cumplir con sus deberes, y Dios utiliza el cumplimiento de los deberes por parte de las personas para perfeccionar a un grupo y descartar a otro. Así pues, el cumplimiento del deber es lo que revela cada tipo de persona, y cada tipo de impostor, incrédulo y malvado es revelado y descartado en el cumplimiento de su deber. Los que cumplen fielmente con su deber son honestos; los que son sistemáticamente descuidados y superficiales son gente taimada y engañosa, y son incrédulos; y los que perturban y molestan al cumplir con sus deberes son malvados, y son anticristos. Ahora mismo siguen existiendo una gran variedad de problemas en muchos de los que cumplen con el deber. Algunas personas son siempre muy pasivas en su deber, siempre sentados y esperando y dependiendo de los demás. ¿Qué clase de actitud es esa? Es una irresponsabilidad. La casa de Dios ha dispuesto que desempeñes este deber y, sin embargo, lo meditas durante días sin hacer ningún trabajo concreto. No se te ve nunca por el lugar de trabajo y la gente no te encuentra cuando tiene problemas que ha de resolver. No soportas carga alguna en el trabajo. Si un líder te pregunta sobre este, ¿qué vas a decirle? Ahora mismo no desempeñas ninguna clase de trabajo. Eres muy consciente de que es tu responsabilidad, pero no lo haces. ¿En qué estás pensando? ¿No haces trabajo alguno porque eres incapaz de hacerlo? ¿O solo se trata de avidez de comodidad? ¿Qué actitud tienes hacia tu deber? Solo predicas letras y palabras de doctrina y solo dices cosas que suenan bien, pero no haces ningún trabajo práctico. Si no quieres cumplir con tu deber, deberías dimitir. No mantengas tu posición y te quedes sin hacer nada allí. ¿Acaso hacer eso no es infligir daño al pueblo escogido de Dios y comprometer el trabajo de la iglesia? Por la forma en la que hablas, pareces entender todo tipo de doctrina, pero cuando se te pide que cumplas con un deber, eres descuidado y superficial, no eres en absoluto concienzudo. ¿Es eso lo que significa dedicarse sinceramente a Dios? No tienes sinceridad hacia Dios, pero la finges. ¿Eres capaz de engañarle? En tu forma de hablar parece haber una gran fe; te gustaría ser el pilar de la iglesia y su roca. Pero cuando realizas una tarea, no eres más útil que una simple cerilla. ¿No es esto un abierto engaño a Dios por tu parte? ¿Sabes lo que resulta de intentar engañar a Dios? Que Él te deteste y te descarte. Todas las personas se revelan en el cumplimiento de su deber: basta con poner a una persona en un deber, y no tardará en revelarse si se trata de una persona honesta o de una embustera, y si es o no amante de la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se es honesto es posible vivir como un auténtico ser humano). La palabra de Dios lo aclaraba: aquellos que siempre son negligentes y escurridizos y se conforman con vivir a costa de la iglesia con lo poco que hacen tienen poca humanidad, son evasivos y taimados por naturaleza y no se esfuerzan sinceramente por Dios. Al final, todos ellos son descartados por Dios. Dios es justo. Él decide el fin de cada persona en función de su actitud hacia el deber. Me acordé de aquellos supervisores destituidos. Se encargaban de un trabajo importantísimo, pero solo asumieron el puesto de “supervisor”, no la carga, y, cada día, cumplían rutinariamente con el deber sin examinar por qué era su trabajo tan ineficaz, qué problemas tenían otros en el deber ni la forma en que ellos debían orientar o seguir el trabajo. Los demás no hacían más que recordarles que fueran más activos, que planificaran el trabajo con sensatez y aumentaran su eficacia. Prometían hacerlo, pero no cambiaban en nada. Eran pasivos y había que presionarlos para que trabajaran. En concreto, una de ellos hablaba bien y tenía talento y aptitud, pero, después de más de un mes como supervisora, aún no sabía lo básico del trabajo ni cómo asignarlo. Era muy negligente e irresponsable. Recordé lo claro que habla la palabra de Dios sobre las responsabilidades de los líderes y que nuestro líder nos había hablado a menudo de la importancia del deber. Ellos sabían todo esto, pese a lo cual fueron negligentes. No eran gente que amara ni buscara la verdad y no tenían veneración por Dios. Me acordé de que Dios señaló: “Si no te tomas en serio las comisiones de Dios, lo estás traicionando de la forma más grave; en esto eres más lamentable que Judas y debes ser maldecido” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Antes creía que los únicos que traicionaban a Dios eran los que no cumplían con su deber, pero en la palabra de Dios descubrí que, cuando la iglesia te encarga una tarea importante y tú eres perezoso y descuidado, tienes siempre una actitud superficial y perjudicas el trabajo, eso es negligencia y traición. El líder no fue duro al destituir a aquellos supervisores. Estuvo en la línea de la palabra de Dios y de los principios. Yo no había podido aceptarlo porque no veía las cosas según la palabra de Dios, lo que hizo que me guardara de Él. Era muy ignorante. Vi que mi conducta era muy parecida a la de ellos, por lo que debía reflexionar enseguida sobre mis problemas en el deber.
Descubrí posteriormente las palabras de Dios para practicar y entrar en relación con mi estado y mi actitud hacia el deber. Dice la palabra de Dios: “Si no eres diligente en la lectura de las palabras de Dios y no comprendes la verdad, no puedes hacer introspección; te conformarás con un mero esfuerzo simbólico y con no cometer ninguna transgresión, y utilizarás esto como capital. Te pasarás el día en un enredo, vivirás en estado de confusión, te limitarás a hacer las cosas según lo previsto, no te aplicarás, nunca usarás la cabeza y siempre serás superficial y descuidado. Así no cumplirás nunca con el deber a un nivel aceptable. Para poner todo tu esfuerzo en algo, primero debes poner todo tu corazón en ello; solo cuando primero pones todo tu corazón en algo puedes poner todo tu esfuerzo en ello y esmerarte. Hoy día, hay quienes han empezado a ser diligentes en el cumplimiento del deber y se han puesto a pensar en cómo llevar adecuadamente a cabo el deber de un ser creado para satisfacer el corazón de Dios. No son negativos ni perezosos, no esperan pasivamente a que lo Alto dicte órdenes, sino que toman la iniciativa. A juzgar por vuestro cumplimiento del deber, sois un poco más eficaces que antes, y aunque todavía no está a la altura, se ha dado cierto crecimiento, lo que es bueno. Sin embargo, no debéis conformaros con el estado de cosas, hay que seguir buscando, seguir creciendo; será entonces cuando cumpliréis mejor con el deber y alcanzaréis un nivel aceptable. Cuando algunos cumplen con el deber, nunca hacen todo cuanto está a su alcance ni lo dan todo; solo dan el 50-60 % de su esfuerzo, y únicamente hasta que terminan lo que estén haciendo. Nunca son capaces de mantener un estado de normalidad. Cuando no hay nadie que los vigile ni les brinde sustento, se relajan y flaquean; cuando hay alguien que les enseña la verdad, se animan, pero si no se les enseña la verdad durante un tiempo, se vuelven indiferentes. ¿Cuál es el problema de estas constantes idas y venidas? Que así son las personas cuando no han alcanzado la verdad: que todas viven por el entusiasmo, un entusiasmo sumamente difícil de mantener: han de tener a alguien que les predique y enseñe todos los días; una vez que no hay nadie que las riegue y provea y nadie que las sustente, se les enfría de nuevo el corazón, flaquean una vez más. Y cuando su corazón flaquea, se vuelven menos eficaces en el deber; si se esfuerzan más, la eficacia aumenta, el cumplimiento de su deber se hace más productivo y aprenden más” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. En la fe en Dios, lo principal es practicar y experimentar Sus palabras). “Algunas personas no llevan a cabo sus deberes de forma adecuada. Siempre intentan hacer tretas, como divertirse cuando deberían estar trabajando, dormirse hasta tarde, o hacer la vista gorda ante los problemas que ven y no mencionárselos a nadie. ¿Acaso estas no son cosas que haría una persona sin conciencia? Cuánto más se complican sus deberes, más se preocupan por sus asuntos personales. Tienen citas, juegan a videojuegos, leen revistas y noticias inútiles. Siempre tratan con cuestiones personales cuando se supone que deben estar haciendo sus deberes. ¿Tienen conciencia? (No). Si tuviera que hablaros de lealtad y obediencia absoluta, este sería un tema bastante pesado para vosotros, lo encontraríais muy difícil. Os haría sentir forzados y un poco incómodos. Pero ¿qué ocurre si os hablase sobre conciencia y humanidad? ¿Estáis equipados con esas dos cualidades? Si ni siquiera entendéis lo que es la conciencia y la humanidad, y el sentido que poseen las personas normales, si no sabéis comparar estas cualidades con vosotros mismos, si no sabéis cómo usarlas para regular vuestras mentes y limitar vuestra conducta, entonces amar y buscar la verdad está fuera de lugar, y todas vuestras acciones y conductas no tendrán nada que ver con la verdad. Dios busca beneficiarios potenciales de Su salvación entre aquellos que poseen humanidad, conciencia y sentido. Aquellos que no poseen estas cualidades distan mucho de ser capaces de comprender la verdad o de ponerla en práctica, y están aún más lejos de la salvación” (La comunión de Dios). Con las palabras de Dios aprendí que debemos tomar la iniciativa para cumplir adecuadamente con el deber. Debemos estar dispuestos a esforzarnos, sufrir y pagar un precio. También debemos esmerarnos en todo lo posible, volcarnos en ello, cumplir nuestras responsabilidades y lograr resultados, y no limitarnos a actuar por inercia. Así se cumple adecuadamente con un deber. Cuando el líder me puso a cargo de los trabajos en video, al principio yo quería mejorar en el seguimiento del trabajo y estudiaba mucho las competencias y los principios, pero, transcurrido un tiempo, los trabajos en video me parecieron difíciles. Acababa de comenzar, aún había muchas cosas que no sabía, y tenía que sufrir y pagar un precio, así que empecé a holgazanear y no completaba mi horario. Aunque cada día parecía ocupada, no trabajaba eficazmente ni hacía tanto trabajo de verdad. Hasta tenía tiempo de pensar en lo que comería o bebería y, cuando había tiempo, descansaba, salía a pasear o me divertía un poco. Tenía el cargo de supervisora, pero holgazaneaba más que nadie en el deber. Cuando me topaba con dificultades en el trabajo, no pensaba en buscar los principios ni a alguien que entendiera y me ayudara; aspiraba a lo “suficiente” y a “más o menos” y dejaba que el líder comprobara el resto. Como era negligente y no aspiraba a tener resultados reales en el deber, el líder siempre encontraba problemas en mi trabajo, que había que devolver para corregirlo, lo que demoraba nuestro progreso. No dedicaba todo mi esfuerzo a mi deber, y menos aún todo mi corazón. Lo hacía de forma descuidada y viciada y realmente no pagaba un precio. Aunque me esforzara algo, no obtenía resultados reales. ¿Qué tenía eso de cumplimiento del deber? ¡Era obvio que mentía y engañaba a Dios! Me sentí muy culpable cuando me percaté. La iglesia me estaba formando como supervisora con la esperanza de que fuera responsable e hiciera bien el trabajo d ela iglesia, pero yo holgazaneaba. La verdad, no tenía corazón. Me tomaba el deber como un incrédulo que trabaja para un jefe y prestaba un servicio mediocre. Rememoré un pasaje de la palabra de Dios: “La norma que Dios te exige en tu deber es que sea ‘adecuado’. ¿Cómo se ha de comprender el término ‘adecuado’? Significa que debes cumplir con las exigencias de Dios y satisfacerle, Dios debe calificar de adecuado tu trabajo y has de tener Su aprobación; entonces habrás cumplido adecuadamente con el deber. Si Dios dice que estás cumpliendo de manera inadecuada con tu deber, entonces, no importa cuanto tiempo lleves desempeñándolo y cuánto precio hayas pagado por él, sigue siendo inadecuado. ¿Qué consecuencia tendrá esto? Solo estarás prestando servicio. Solo un pequeño número de leales hacedores de servicio podrán sobrevivir a los desastres. Si no eres leal en el servicio que prestas, no tendrás esperanzas de sobrevivir. Dicho sin rodeos, serás destruido en los desastres” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el desempeño adecuado del deber?). Con la palabra de Dios me di cuenta de que ni siquiera alcanzaba el nivel más básico de conciencia en el deber. Dios odiaba esta actitud que me hacía indigna de la salvación. La destitución de aquellos dos supervisores era un aviso para mí. Descubrí que quienes son negligentes y descuidados en el deber no duran en la iglesia. Al final quedan revelados y descartados. Aunque yo cumplía con un deber en la iglesia, eso no significaba que lo cumpliera adecuadamente. Si no enmendaba mi estado cuanto antes, aunque la iglesia no me descartara, Dios sí lo haría. Eso lo decide el carácter justo de Dios. Al percatarme, oré a Dios: “Dios mío, no pago un precio real en el deber, soy muy negligente y siento muchísimo pesar. Ahora me doy cuenta de lo peligroso de mi estado y de que no puedo mantener esta actitud hacia el deber. Quiero arrepentirme dignamente y cumplir mi deber lo mejor posible”.
Luego me pregunté: “A veces sé lo importantes que son mis responsabilidades, pero normalmente no puedo evitar holgazanear y no quiero pagar un precio en el deber. ¿Cuál es el motivo?”. Leí la palabra de Dios. “¿Qué tipo de comportamientos y características muestran aquellos que son excesivamente vagos? En primer lugar, hagan lo que hagan, actúan de forma superficial, por inercia, pierden el tiempo, van a un ritmo pausado, se toman descansos y procrastinan siempre que sea posible. En segundo lugar, ignoran el trabajo de la iglesia. Para ellos, quien quiera aplicarse puede hacerlo. Ellos no lo harán. Cuando se aplican en algo, es por su propio beneficio y estatus, pues a ellos solo les importa poder disfrutar de los beneficios del estatus. En tercer lugar, son incapaces de aceptar que su trabajo se endurezca ni en lo más mínimo, se muestran muy reticentes y reacios a afrontar dificultades o a hacer sacrificios. En cuarto lugar, son incapaces de perseverar en su trabajo, siempre abandonan a medio camino y no pueden acabar nada. Hacer algo nuevo por un tiempo puede ser aceptable para ellos a modo de diversión, pero si algo requiere un compromiso a largo plazo y les mantiene ocupados, requiere pensar y fatigarse mucho, con el tiempo empiezan a quejarse. Por ejemplo, algunos líderes, al supervisar el trabajo de la iglesia, al principio lo ven como una novedad. Están muy motivados con su enseñanza de la verdad y cuando los hermanos y las hermanas tienen problemas, son capaces de ayudarles y resolverlos. Pero cuando surgen innumerables problemas y no consiguen resolverlos tras haber puesto su empeño durante un tiempo, son incapaces de seguir perseverando y desean cambiar a un trabajo más fácil. No quieren afrontar dificultades, y carecen de perseverancia. En quinto lugar, otra característica que distingue a las personas vagas es su falta de voluntad para hacer trabajo práctico. En cuanto empiezan a sufrir en sus propias carnes, ponen excusas y encuentran motivos para eludir su trabajo y holgazanear, asignándoselo a otras personas para que lo hagan en su lugar. Cuando esa persona termina el trabajo, ellos se llevan el mérito. Estas son las cinco características principales de las personas vagas. Deberíais observar si hay personas vagas entre los líderes y los obreros de las iglesias. Si encontráis algunas, destituidlas inmediatamente. ¿Las personas vagas pueden hacer una buena labor como líderes? Con independencia de las aptitudes que tengan o de su calidad humana, si son vagas, no podrán hacer bien su trabajo. Retrasarán el trabajo y el proyecto principal. El trabajo de la iglesia es polifacético, cada proyecto incluye muchas partes más pequeñas y requiere enseñar sobre la verdad para resolver los problemas a fin de hacerlo bien. Si no se actúa lo suficiente, el resultado distará mucho del deseado. Por tanto, líderes y obreros deben ser diligentes —tienen que hablar y trabajar mucho a diario para garantizar la eficacia del trabajo—. Si no hablan o no trabajan lo suficiente, no se obtendrán resultados. Por tanto, si un líder o un obrero es una persona vaga, en realidad, son falsos líderes e incapaces de hacer trabajo práctico. Las personas vagas no hacen trabajo práctico, ni mucho menos acuden ellas mismas a los lugares de trabajo y no están dispuestas a resolver problemas ni a involucrarse en un trabajo específico. No entienden ni comprenden en lo más mínimo los problemas de ningún proyecto. Simplemente salen del paso escuchando lo que los demás tienen que decir, comprendiendo superficialmente lo que pasa y predicando un poco de doctrina. ¿Podéis discernir este tipo de líder? ¿Podéis decir que son líderes falsos? (En cierta medida). Las personas vagas son superficiales y actúan por inercia en todos sus deberes. Sea cual sea el cometido, carecen de perseverancia, trabajan a trompicones y se quejan días enteros cuando padecen dificultades. Atacan a todo el que las critique o trate con ellas, como una arpía gritando por las calles, siempre queriendo descargar su ira, en lugar de hacer su deber. ¿Qué muestra el hecho de que no quieran hacer su deber? Muestra que no soportan una carga, no quieren asumir responsabilidades y son personas vagas. No quieren padecer dificultades ni hacer sacrificios. En concreto, si los líderes y los obreros no soportan una carga, ¿pueden cumplir las responsabilidades de un líder o de un obrero? En absoluto” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Al meditar la palabra de Dios, entendí por qué me faltaba perseverancia en el deber y por qué, tras un breve arrebato de celo, ya no quise pagar un precio por él. Principalmente, porque era muy perezosa y anhelaba en exceso la comodidad carnal. No aspiraba a la eficacia en el trabajo. Si no me presionaban ni trataban, no tenía prisa. No estaba nada dispuesta a dedicar energía mental a los asuntos de trabajo, siempre daba rienda suelta a mis deseos con la excusa de que acababa de empezar y le pasaba los problemas al líder. Pensaba para mis adentros: “Debemos divertirnos mientras sigamos vivos. Por muy urgente que sea el trabajo, no debemos maltratarnos ni fatigarnos. Mientras no sea descartada, me vale con esforzarme un poco y hacer algo de trabajo”. Como nunca aspiraba a progresar, avanzaba muy despacio. Pensé en mis hermanos y hermanas: algunos dedicaban mucho tiempo y energía a terminar sus tareas y siempre se concentraban en el deber. Ni siquiera después de acabar el trabajo dejaban de rumiar sobre si este contenía errores y sobre cómo podían hacerlo mejor. No pensaban más que en cómo cumplir bien con el deber. Hacían un trabajo correcto, tenían humanidad y se consagraban al deber. Recibían fácilmente la guía del Espíritu Santo en el trabajo y, con el tiempo, progresaban y lograban avances. Sin embargo, a mí me había puesto la iglesia a cargo de los trabajos en video, pero no tenía conciencia, mis ideas y mi búsqueda eran como las de un animal. Cuando tenía tiempo, pensaba en mis deseos carnales, y para nada en mi deber. Tenía un puesto, pero no hacía un trabajo práctico, lo que no solo nos impedía lograr buenos resultados, sino que, además, demoraba el trabajo. ¡Qué egoísta y despreciable! De continuar así, no podría asumir trabajo alguno, no lograría nada y estaría destinada a que me descartara Dios. Me presenté ante Dios a orar: “Dios mío, mi naturaleza abyecta es gravísima. Soy irresponsable y escurridiza en un trabajo tan importante y carezco de veneración por Ti. Antes ya sabía que mi abyección era grave, pero realmente no la detestaba. Ahora sé esto. Dios mío, quiero transformarme. Enmendar mi actitud hacia el deber y hacerlo bien. Te pido que me guíes para corregir mi carácter corrupto y vivir con semejanza humana”.
Después recordé otro pasaje de las palabras de Dios que había leído. “Como mínimo, debes tener la conciencia tranquila en el cumplimiento del deber y sentir al menos que te ganas tus tres comidas diarias y no las gorroneas. Esto se llama sentido de la responsabilidad. Tengas mucha o poca aptitud, y comprendas o no la verdad, debes tener esta actitud: ‘Ya que se me ha asignado este trabajo, debo tomármelo en serio; debo convertirlo en mi preocupación y hacerlo bien de todo corazón y con todas mis fuerzas. En cuanto a si sé hacerlo a la perfección o no, no puedo atreverme a dar una garantía, pero mi actitud es que haré todo lo posible por hacerlo bien y, desde luego, no seré negligente y superficial al respecto. Si surge un problema, debo asumir la responsabilidad en ese momento, aprender una lección de ello y cumplir bien con mi deber’. Esta es la actitud correcta. ¿Tenéis vosotros esa actitud? Algunas personas dicen: ‘No tengo que hacer necesariamente un buen trabajo en la tarea que se me ha asignado. Haré solo lo que pueda y el producto final será el que sea. No tengo que cansarme mucho, ni atormentarme con preocupaciones si hago algo mal, y no tengo que soportar tanto estrés. ¿Qué sentido tiene fatigarme tanto? Después de todo, siempre trabajo y no gorroneo’. Este tipo de actitud hacia el propio deber es irresponsable. ‘Si me apetece trabajar, trabajaré algo. Haré lo que pueda y el producto final será el que sea. No hay que tomarse las cosas tan en serio’. Estas personas no tienen una actitud responsable hacia su deber y carecen de sentido de la responsabilidad. ¿Qué tipo de persona sois? Si sois del primer tipo de persona, sois alguien con sentido y humanidad. Si pertenecéis al segundo tipo, no sois diferentes a los falsos líderes que acabo de analizar. Solo vais a la deriva: ‘Evitaré las fatigas y las dificultades y simplemente disfrutaré un poco más. Incluso si un día me destituyen, no habré perdido nada. Al menos, me habré beneficiado del estatus durante unos días, para mí no será una pérdida. Si me eligen como líder, así es como actuaré’. ¿Qué tipo de actitud tienen estas personas? Estas son personas incrédulas, que no buscan la verdad en lo más mínimo. Si de verdad eres responsable, eso prueba que tienes conciencia y eres razonable. No importa lo grande o lo pequeña que sea la tarea, no importa quién te la asigne, si la casa de Dios te la encomienda o un líder u obrero de la iglesia te la asigna, tu actitud debería ser: ‘Este deber que me han asignado es la exaltación de Dios y la concesión de la gracia. Debería asegurarme de que se haga bien conforme a los principios de la verdad. Pese a tener solo una aptitud promedio, quiero asumir esta responsabilidad y dar todo de mí para hacerlo bien. Si hago un trabajo deficiente, me responsabilizaré de ello, y si hago un buen trabajo, no me atribuiré el mérito. Esto es lo que debo hacer’. ¿Por qué digo que la forma en que una persona trata su deber es una cuestión de principios? Si de verdad tienes sentido de la responsabilidad y eres una persona responsable, entonces serás capaz de asumir el trabajo de la iglesia y cumplir el deber que se te encomiende. Si tienes una actitud descuidada con respecto a tu deber, tu visión sobre la fe en Dios no es adecuada, y tu actitud hacia Él y hacia tu deber es problemática” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Con la palabra de Dios comprendí que la gente responsable actúa diligentemente. Sin importar si le gusta el trabajo ni si se le da bien, e independientemente de su aptitud, lo aborda con honestidad y da tenazmente lo mejor de sí para llevarlo bien a cabo. Estas personas son de palabra y confiables y pueden recibir el visto bueno de Dios. En cambio, si una persona accede a asumir un deber, pero solo hace lo suficiente para quedar bien, y nada práctico, y no busca resultados ni eficacia, es como los gandules y ociosos del mundo laico. Es poco confiable e informal. Así había cumplido yo con mi deber. Siempre hacía caso a la carne y rara vez practicaba la verdad. Cada vez vivía con menos semejanza humana. Tenía que corregir mi actitud hacia el deber. Sin tener en cuenta mi capacidad de trabajo, la iglesia me había confiado esta tarea, así que debía intentar darlo todo para hacerla bien y dedicarle toda mi energía. Además, este es un momento crucial para cumplir con el deber. Si seguía haciendo menos de lo que podía y esperaba a que acabara la obra de Dios para esforzarme más, sería demasiado tarde para arrepentirse. Tras pensarlo, cambié mi agenda con el objetivo de hacer todo el trabajo que pudiera. Cuando tenía ganas de ser perezosa, oraba a Dios y recordaba Sus palabras, lo que me permitía estar vigilante y ser capaz de abandonar la carne. Le oraba antes de cada tarea para pedirle que velara por mí, mientras procuraba hacer un buen trabajo y no actuar por pura inercia. Esta práctica me hace sentir mayor tranquilidad.
Aunque quiero cumplir bien con el deber, a veces me quedo corta. Por ejemplo, un día estaba echando un vistazo al trabajo de riego; había un nuevo fiel que todavía tenía muchas nociones religiosas que el regante me pidió que le ayudara a corregir. Al principio, al pensar en las dificultades que afrontaba el regante, me dieron ganas de emplearme a fondo para ayudar sin importar cuánto lograra, pero, cuando realmente hablé con el nuevo fiel, yo solo tenía un conocimiento disperso de algunos problemas y no podía enseñarle con claridad. No pude evitar pensar: “Tengo un entendimiento superficial de la verdad; esto es todo cuanto puedo lograr. De todos modos, el líder hará seguimiento de esto. Que resuelva él estos problemas”. No obstante, el líder estaba ocupado y no podía venir, así que resolverlos era cosa nuestra. Supe que detrás de esta situación estaba la voluntad de Dios. Antes elegía tareas fáciles y simples en el deber y no me exigía al máximo ni lo daba todo en él. Esta vez no podía hacer caso a la carne ni buscar la comodidad. Tenía que hacer todo lo posible sin importar qué fuera capaz de lograr. Tras pensarlo, mi compañero y yo buscamos al regante para hablar con él, buscamos palabras de Dios y videos evangélicos sobre las nociones religiosas, tras cierto debate, a todos nos quedó más claro este aspecto de la verdad y, al final, se resolvieron los problemas del nuevo fiel. Con esta experiencia descubrí que puede que algunas cosas parezcan superar mi estatura, pero, si confío en Dios y de verdad pago un precio, puedo lograr resultados. Si me esfuerzo y, pese a ello, no llego, tendré la conciencia tranquila.
A base de fijarme en los fracasos de mi entorno, aprendí algunas lecciones, reflexioné sobre mi actitud hacia el deber y vi lo lejos que estaba de cumplirlo adecuadamente. Y comprobé lo arraigada que estaba mi naturaleza abyecta. Aunque ahora me arrepiento, todavía estoy lejos de las exigencias de Dios. Tengo que aceptar el escrutinio de Dios ¡y procurar cumplir adecuadamente con el deber!