5. ¿“Ser estricta contigo misma y tolerante con los demás” es realmente una virtud?
Antes, siempre creía que debía ser tolerante y generosa con los demás, ser considerada con sus sentimientos y comprender sus problemas. Prefería sentirme incómoda a incomodar a los demás, porque pensaba que eso era lo que hacían las personas generosas, magnánimas y de buen corazón. Más tarde, cuando empecé a supervisar la producción de vídeo, sentía que, como líder del equipo, tenía que ser un buen ejemplo y adoptar un rol de liderazgo. Esperaba mucho de mí misma y sentía que no debía ser demasiado exigente y estricta con los demás miembros del equipo. Era lo más amable y generoso. Todos pensarían que era muy humanitaria y comprensiva, y causaría una buena impresión. Por eso, yo hacía personalmente todo el trabajo que podía por el grupo, y si el trabajo asignado a los demás era demasiado duro y no estaban dispuestos a hacerlo, lo hacía yo misma. Trataba, en la medida de lo posible, de no presionar a los demás para evitar que dijeran que era demasiado exigente y estricta. Aunque a veces pensaba que estaba asumiendo demasiado trabajo y que era agotador, seguía rebelándome contra mi carne y asumía todo el trabajo que podía para evitar que los demás tuvieran una mala opinión de mí.
Más adelante, se unieron nuevos miembros al grupo, que no estaban familiarizados con el trabajo y no tenían habilidades profesionales, de modo que tuve que revisar todos los vídeos que producían. A veces, también me buscaban para hablarme de sus problemas. Tan solo este trabajo ocupaba todo mi horario, pero además tenía otras tareas. Estas empezaron a acumularse enseguida, y todos los días estaba desbordada de trabajo. A veces, cuando me pedían que les ayudara a resolver problemas muy básicos, pensaba: “Podríais resolver este problema fácilmente si lo habláis, ¿por qué tenéis que acudir a mí para que lo resuelva todo?”. Pero luego pensaba: “Como me lo han pedido, si me niego, ¡parecerá que soy una irresponsable! Al fin y al cabo, les tomará tiempo tener que hablarlo también. Da igual, supongo que puedo encontrar tiempo para ocuparme yo”. Y así, accedía. Después, me di cuenta de que una hermana se limitaba a pasarme su trabajo por pereza y miedo a la responsabilidad. Al principio, me planteé hablar con ella, pero luego me preocupó que pensara que le pedía demasiado y cambié de opinión. A veces, cuando me daba cuenta de que los demás no tenían mucho trabajo, mientras que yo tenía varias cuestiones urgentes de las que ocuparme y estaba abrumada, quería delegar parte del trabajo para que pudiéramos adelantar trabajo. Pero después de darle vueltas, no me atrevía a pedírselo. Pensaba: “Si aumento su carga de trabajo, ¿no van a pensar que soy demasiado exigente y no les permito tener tiempo libre? Da igual, mejor lo hago yo”. Pero mientras lo hacía, sentía que era un poco injusto. Sobre todo cuando los veía relajarse mientras yo trabajaba sentía aún más resentimiento y los culpaba de su falta de trabajo. De alguna forma, no veían cuánto trabajo había por hacer. Pero me quejaba para mí misma y no decía nada en voz alta, preocupada de si decía algo parecería que no era buena persona y no era generosa. De forma que daba igual lo ocupada que estuviera, siempre intentaba hacer tanto como pudiera yo sola. A veces, cuando asignaba trabajo basándome en el horario del grupo, si me respondían bien, no pasaba nada, pero si parecían descontentos o se quejaban, dudaba de asignarles trabajo, y trabajaba toda la noche para acabarlo todo yo misma. En realidad, mientras trabajaba sentía que era injusto y me llenaba de resentimiento. Sentía que ese era su trabajo, pero era yo quien tenía que dedicarle más tiempo para hacerlo y a veces estaba tan ocupada que no tenía tiempo para las prácticas espirituales. Pero no me atrevía a quejarme en voz alta. Así que me consolaba, resignada, diciéndome: “Es mejor ser generosa y considerada, preocuparse por los demás y no ser tan mezquina, o parecerá que tengo un mal carácter”. Más adelante, todos los hermanos y hermanas de mi equipo dijeron que yo era responsable, capaz de soportar sufrimiento y pagar el precio, y que era amorosa y considerada con los demás. Tras oír estas valoraciones, sentí que a pesar de haber sufrido mucho, había valido la pena por recibir estos grandes elogios de todos. Pero como no actuaba según mis principios, complacía continuamente a la carne de los demás y asignaba el trabajo de forma poco razonable, el trabajo empezó a acumularse y nuestro progreso como equipo fue lento. Algunos de los hermanos y hermanas eran perezosos, no estaban motivados y se contentaban con limitarse a hacer su propio trabajo. Otros no oraban a Dios ni buscaban los principios-verdad cuando tenían problemas, ya que preferían depender de mí para solucionar sus problemas, lo que les impidió desarrollar sus habilidades.
Un día, nuestro supervisor vino a revisar nuestro trabajo y descubrió que el trabajo no se asignaba de forma razonable. Dijo que parte del trabajo podía asignarse a otros miembros y que debía pasar más tiempo haciendo mi propio trabajo como líder de equipo, que incluía revisar el progreso del trabajo y resolver cualquier problema de habilidades que surgiera. De esta manera, todos podían asumir parte de la responsabilidad y compartir la carga. Sabía que él tenía razón y que esta forma de asignar era positiva para el trabajo. Aun así, pensé que hacerlo de este modo era demasiado difícil, y oré a Dios y le pedí que me guiara para conocer mejor mi carácter corrupto. Durante las prácticas espirituales, buscaba palabras de Dios que fueran pertinentes para mi estado actual. Un pasaje me causó una profunda impresión: “‘Sé estricto contigo mismo y tolerante con los demás’, al igual que los dichos ‘no te quedes el dinero que te encuentres’ y ‘disfruta ayudando a otros’, es una de esas exigencias que la cultura tradicional hace respecto a la conducta moral de las personas. Del mismo modo, independientemente de si alguien puede alcanzar o ejercer esa conducta moral, sigue sin ser el criterio o la norma con que evaluar su humanidad. Puede que seas realmente capaz de ser estricto contigo mismo y tolerante con los demás y que te exijas un nivel de exigencia especialmente alto. Puede que seas muy puro y siempre pienses en los demás y muestres consideración hacia ellos sin ser egoísta ni buscar tus propios intereses. Puedes parecer especialmente magnánimo y desinteresado, y tener un gran sentido de la responsabilidad y la moral social. Tus allegados y las personas con las que te relacionas puede que perciban tus cualidades y tu noble personalidad. Es posible que tu comportamiento nunca dé a los demás motivos para culparte o criticarte, sino que suscite elogios profusos e incluso admiración. Es posible que la gente te considere alguien realmente estricto consigo mismo y tolerante con los demás. Sin embargo, estos no son más que comportamientos externos. ¿Son coherentes los pensamientos y deseos que habitan en lo más profundo de tu corazón con tales comportamientos externos, con estas acciones que vives externamente? La respuesta es que no, no lo son. La razón por la que puedes actuar así es que haya una motivación detrás. ¿Cuál es esa motivación exactamente? ¿Soportarías el hecho de que esa motivación viera la luz? Desde luego que no. Esto prueba que esta motivación es algo innombrable, algo oscuro y maligno. Ahora bien, ¿por qué esta motivación es incalificable y malvada? Porque la humanidad de las personas se rige y guía por sus actitudes corruptas. Es innegable que todos los pensamientos de la humanidad, tanto si la gente los expresa con palabras como si los manifiesta, están dominados, controlados y manipulados por sus actitudes corruptas. En consecuencia, todas las motivaciones e intenciones de las personas son siniestras y malvadas. Independientemente de que la gente sea capaz de ser estricta consigo misma y tolerante con los demás, o de que exteriorice esta moral a la perfección, es inevitable que esta moral no tenga control ni influencia sobre su humanidad. Entonces, ¿qué es lo que controla la humanidad de las personas? Sus actitudes corruptas, su esencia-humanidad que subyace oculta tras el postulado moral ‘sé estricto contigo mismo y tolerante con los demás’; esa es su auténtica naturaleza. La auténtica naturaleza de una persona es su esencia-humanidad. ¿Y en qué consiste su esencia-humanidad? Principalmente, en sus preferencias, sus búsquedas, su visión de la vida y su sistema de valores, así como su actitud hacia la verdad y hacia Dios, etc. Estas cosas son las únicas que representan verdaderamente la esencia-humanidad de las personas. Se puede decir con certeza que la mayoría de las personas que se exigen cumplir la norma moral de ser ‘estricto con uno mismo y tolerante con los demás’ están obsesionados con el estatus. Impulsadas por sus actitudes corruptas, no pueden evitar buscar prestigio entre los hombres, relevancia social y estatus a ojos de los demás. Todas estas cosas están relacionadas con su deseo de estatus y las buscan al amparo de su conducta moral. ¿Y cómo surgen estas búsquedas suyas? Provienen y son impulsadas enteramente por sus actitudes corruptas. Así pues, pase lo que pase, que alguien cumpla o no la moral de ser ‘estricto consigo mismo y tolerante con los demás’, y que lo haga o no a la perfección, eso no puede cambiar su esencia-humanidad. Esto implica que no puede cambiar en modo alguno su punto de vista sobre la vida o su sistema de valores, ni guiar sus actitudes y perspectivas sobre todo tipo de personas, acontecimientos y cosas. ¿No es así? (Así es). Cuanto más capaz es una persona de ser estricta consigo misma y tolerante con los demás, mejor sabe fingir, disfrazarse y desorientar a los demás con un buen comportamiento y palabras agradables, y más falsa y perversa es por naturaleza. Cuanto más es de este tipo de personas, más profundo se vuelve su amor y su búsqueda de estatus y poder” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Qué significa perseguir la verdad (6)). Vi que si eres “estricta contigo misma y tolerante con los demás” tienes una profunda obsesión con el estatus. Siempre buscan tener un lugar en el corazón de los demás. Esas personas tienen una naturaleza falsa y perversa y son hipócritas. Esta caracterización me hirió en lo más hondo. Pensé en cómo había asumido gran parte del trabajo del equipo como líder del equipo. Siempre tenía en cuenta los horarios de los demás, su carga de trabajo y qué dificultades afrontaban. Era muy bondadosa y considerada con los demás, y me aseguraba de que siempre estuvieran contentos. En la superficie, puede que pareciera comprensiva, pero en realidad solo actuaba así para mejorar mi reputación y mi estatus. Siempre me preocupaba decir o hacer algo que pudiera molestar a los demás y darles una mala impresión de mí. Llevaba más carga que los demás, era capaz de sufrir y pagar el precio, me mostraba tolerante, comprensiva y era capaz de comprometerme, pero el subtexto era que me creía mejor y más importante que los demás. Era comprensiva y tolerante con ellos y esto hizo que me admiraran y dependieran de mí. Esperaban que resolviera sus problemas y no confiaban en Dios para buscar la verdad y llegar a la solución. Me di cuenta de que Satán me había corrompido y estaba llena de actitudes satánicas. ¡Para nada era generosa ni magnánima! Cuando la hermana me pasaba trabajo, lo aceptaba contenta, pero en realidad estaba descontenta y, mientras trabajaba, estaba resentida con ella por no llevar esa carga. Tenía mucho trabajo y estaba bajo mucha presión, y aunque no decía nada y actuaba como si fuera generosa, por dentro sentía que era injusto y no quería sufrir ni pensar en nada más. Al asignar el trabajo, si una hermana se dejaba llevar por la carne y no quería trabajar mucho, no compartía la verdad para resolver su problema, sino que asumía su trabajo. En realidad, tenía mis opiniones sobre ella, y detestaba cómo su pereza significaba más trabajo para mí. Al reflexionar en todo esto, me di cuenta de que mi tolerancia de los demás era mentira, que era todo una farsa y que, en verdad, no me alegraba ayudarles. Era evidente que era una egoísta, pero actuaba como si fuera altruista de verdad: estaba engañando a todo el mundo. Solo tenía un motivo para mis acciones: quería ganar los elogios, el respeto y el reconocimiento de los demás. ¡Qué hipócrita y farsante era! La gente solo veía mis falsos actos, pero no veía mis pensamientos reales. Todos creían que tenía buena humanidad y era muy tolerante. ¿No les estaba engañando? Cuanto más lo pensaba, más indignada estaba conmigo misma. Vivía con una máscara, y no solo sufría muchísimo, sino que también retrasaba la obra de la iglesia. Estaba perjudicándome a mí misma y a los demás. Empecé a odiarme y quería arrepentirme y transformarme cuanto antes.
Más adelante, encontré otros dos pasajes de las palabras de Dios que me dieron una nueva perspectiva de mi estado. Dios Todopoderoso dice: “Algunos líderes de la iglesia, al ver a los hermanos o hermanas cumplir con sus deberes de forma superficial, no los reprenden, aunque deberían hacerlo. Cuando ven algo claramente perjudicial para los intereses de la casa de Dios, hacen la vista gorda y no indagan para no ocasionar la más mínima ofensa a los demás. De hecho, no están realmente mostrando consideración por las debilidades de la gente, sino que su intención es ganarse a la gente. Son completamente conscientes de ello, y piensan: ‘Si sigo así y no ofendo a nadie, me considerarán buen líder. Tendrán una buena opinión, positiva, de mí. Me reconocerán y les caeré bien’. Por mucho que se menoscaben los intereses de la casa de Dios, por más que se impida al pueblo escogido de Dios entrar en la vida o por más que se perturbe la vida de su iglesia, dichos líderes se aferran a su filosofía satánica y no ofenden a nadie. Nunca sienten un reproche en su corazón. Al ver que alguien causa trastornos y perturbaciones, a lo sumo, puede que mencionen brevemente este problema, así de pasada, y con eso basta. No hablan de la verdad ni señalan la esencia del problema de esta persona, y menos aún analizan minuciosamente su estado. Nunca comparten las intenciones de Dios. Los falsos líderes nunca exponen ni analizan minuciosamente qué tipo de errores comete la gente, o el carácter corrupto que revela a menudo. No resuelven ningún problema real, sino que siempre toleran la mala conducta y la revelación de corrupción de la gente, y siguen sin preocuparse por muy negativa o débil que esta se encuentre, simplemente predicando algunas palabras y doctrinas, haciendo algunas exhortaciones superficiales, tratando de evitar conflictos. Como consecuencia, los escogidos de Dios no saben reflexionar sobre sí mismos ni conocerse, no obtienen ninguna resolución sobre la revelación de su carácter corrupto, y viven rodeados de palabras, doctrinas, nociones e imaginaciones, sin ninguna entrada en la vida. Incluso creen de corazón que ‘Nuestro líder es incluso más comprensivo con nuestras debilidades que Dios. Nuestra estatura puede ser demasiado pequeña para estar a la altura de las exigencias de Dios, pero solo tenemos que cumplir las exigencias de nuestro líder; al someternos al líder, nos sometemos a Dios. Si, un día, lo Alto destituye a nuestro líder, nos haremos oír; para conservarlo y evitar que sea destituido, negociaremos con lo Alto y los obligaremos a acceder a nuestras exigencias. Así haremos lo correcto por nuestro líder’. Cuando la gente piensa así en su interior, cuando tiene tal relación con el líder y, en el fondo, siente dependencia, admiración y veneración hacia él, entonces llegará a tener una fe cada vez mayor en este líder; son las palabras de este líder las que quieren escuchar y dejan de buscar la verdad en las palabras de Dios. Este líder casi ha ocupado el lugar de Dios en el corazón de la gente. Si un líder está dispuesto a mantener dicha relación con el pueblo escogido de Dios, si recibe una sensación de gozo en su corazón y cree que el pueblo escogido de Dios debe tratarlo de esa forma, entonces no hay diferencia entre él y Pablo, y ya ha tomado la senda de un anticristo. El anticristo ya habrá desorientado al pueblo escogido de Dios, el cual carece totalmente de discernimiento” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 1: Tratan de ganarse a la gente).
“Podéis comparar esto con algunos de los anticristos y personas malvadas de la iglesia. A fin de consolidar su estatus y poder en la iglesia, y para adquirir mayor reputación entre los demás miembros, son capaces de sufrir y pagar un precio al cumplir su deber, e incluso puede que renuncien a sus empleos y familias y vendan todo lo que tienen para esforzarse por Dios. En algunos casos, el precio que pagan y el sufrimiento que padecen al esforzarse por Dios superan lo que puede soportar una persona normal; son capaces de adoptar un espíritu de abnegación extrema por mantener su estatus. Sin embargo, por mucho que sufran o paguen, ninguno de ellos protege el testimonio de Dios ni los intereses de la casa de Dios, ni practica según las palabras de Dios. El objetivo que persiguen es únicamente obtener estatus, poder y las recompensas de Dios. Nada de lo que hacen guarda la menor relación con la verdad. Independientemente de lo estrictos que sean consigo mismos y de lo tolerantes que sean con los demás, ¿cuál será su desenlace final? ¿Qué pensará Dios de ellos? ¿Decidirá su desenlace en función de las buenas conductas externas que tienen? Desde luego que no. La gente contempla y juzga a los demás en función de estas conductas y manifestaciones y, como no puede calar la esencia de otras personas, acaba engañada por ellas. A Dios, no obstante, nunca le engaña el hombre. Dios no elogiará ni recordará en modo alguno la conducta moral de las personas por haber sido capaces de ser estrictas consigo mismas y tolerantes con los demás. Por el contrario, las condenará por sus ambiciones y por las sendas que hayan tomado en pos del estatus” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Qué significa perseguir la verdad (6)). Al pensar en las palabras de Dios, vi con más claridad la naturaleza y las consecuencias de mis acciones. Para proteger mi reputación y mi estatus, siempre tenía en cuenta las dificultades de los demás y lo hacía todo yo sola. Como consecuencia, los hermanos y hermanas no podían cumplir con sus deberes con normalidad. Algunos cedían a la carne y no soportaban ninguna carga, otros estaban atascados admirándome y dependiendo de mí y me buscaban siempre que tenían un problema y eran incapaces de confiar en Dios y buscar la verdad para solucionar problemas. No había lugar para Dios en sus corazones. ¡Había hecho el mal! Cuando la hermana no estaba dispuesta a soportar una carga de trabajo y me la imponía a mí, si tan solo hubiera hablado con ella un poco y le hubiera hecho ver la naturaleza y las consecuencias de su estado actual, tal vez se habría rebelado contra la carne y habría confiado en Dios para resolver su problema. Esto provocaría un progreso en su vida y una mejora de sus habilidades profesionales. Pero yo solo tenía en cuenta mi propia reputación y estatus, y no hablaba ni daba consejos a mis hermanos y hermanas con actitudes corruptas. En apariencia, esta forma de actuar coincidía con las preocupaciones de la carne de las personas, pero no progresaban en la vida y se volvían cada vez más decadentes. ¡Estaba perjudicando a los demás al complacerlos continuamente! Nadie detectó mi comportamiento y les hice pensar que era una persona buena y afectuosa. ¡Qué farsante que era, los estaba engañando a todos! Por fuera, parecía que soportaba una gran carga en mis deberes y que podía sufrir y pagar el precio. La gente me veía como una buena persona, pero en realidad Dios me había condenado, porque mis acciones no eran para satisfacer a Dios, sino para proteger mi estatus en los corazones de la gente. No había hecho el mal de forma evidente, pero no había conducido a la gente hacia la realidad de las palabras de Dios, sino que la había conducido hacia la carne y ante mí. Trataba de ganarme a la gente y revelaba un carácter de anticristo. Al darme cuenta, vi que me encontraba en un estado muy precario. Cumplía con mi deber basándome en valores culturales tradicionales y recorría la senda de un anticristo.
Más tarde, me encontré con otro pasaje de las palabras de Dios, que me dio más claridad sobre mis problemas: “Sin importar a qué grupo pertenezcan enunciados sobre la conducta moral, todos exigen a la gente autocontrol —control de sus deseos y conductas inmorales— y que tenga unos puntos de vista ideológicos y morales favorables. Independientemente de cuánto influyan estos enunciados en la humanidad, y de si esa influencia es positiva o negativa, el objetivo de estos supuestos moralistas era, en pocas palabras, restringir y regular la conducta moral del pueblo proponiendo dichos enunciados para que la gente tuviera un código básico sobre cómo comportarse y actuar, sobre cómo contemplar a las personas y las cosas, y sobre cómo percibir su sociedad y su país. Desde un punto de vista positivo, la invención de estos enunciados de conducta moral ha contribuido hasta cierto punto a restringir y regular la conducta moral de la humanidad. Sin embargo, si nos fijamos en los hechos objetivos, ha llevado a la gente a adoptar pensamientos y puntos de vista falsos y pretenciosos, con lo que las personas influenciadas y educadas por la cultura tradicional son más insidiosas y traicioneras, se les da mejor fingir y son más cerradas de mente. Por la influencia y lo inculcado por la cultura tradicional, la gente ha ido adoptando esos puntos de vista y esos enunciados falsos de la cultura tradicional como cosas positivas, y adora como santos a esas lumbreras y grandes figuras que inducen a error al pueblo. Una vez inducido a error, a aquel se le queda la mente confundida, adormecida y embotada. No sabe lo que es la humanidad normal ni lo que deberían perseguir y obedecer las personas con una humanidad normal. No sabe cómo debe vivir la gente en este mundo ni qué forma o reglas de vida debe adoptar, y ni mucho menos cuál es el objetivo correcto de la existencia humana. Debido a la influencia, a lo inculcado y hasta al aislamiento de la cultura tradicional, se han suprimido las cosas positivas, las exigencias y las reglas de Dios. En este sentido, y en gran medida, los diversos enunciados de la cultura tradicional sobre la conducta moral han extraviado el pensamiento de la gente e influido profundamente en él, con lo que le han cerrado la mente y la han llevado por mal camino, alejada de la senda correcta en la vida y cada vez más lejos de las exigencias de Dios. Esto implica que, cuanto más influenciado estés por las diversas ideas y opiniones de la cultura tradicional sobre la conducta moral, y cuanto más tiempo te sean inculcadas, más te apartarás de los pensamientos, las aspiraciones, el objetivo de búsqueda y las reglas de vida que deben tener las personas con una humanidad normal, y más te apartarás del nivel que exige Dios a las personas. […] El pueblo escogido de Dios debe entender algo: la palabra de Dios es la palabra de Dios, la verdad es la verdad, y las palabras humanas son palabras humanas. Benevolencia, rectitud, decoro, sabiduría y fiabilidad son palabras humanas, y la cultura tradicional son palabras humanas. Las palabras humanas jamás son la verdad ni llegarán a serlo nunca. Esto es así” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Qué significa perseguir la verdad (8)). A través de las palabras de Dios me di cuenta de que los puntos de vista y las ideas que nos inculca la cultura tradicional son ridículos y absurdos y no concuerdan con la consciencia y la razón de las personas normales ni con la humanidad normal que Dios exige que viva el hombre. Equivocada e influenciada por esta idea tradicional de ser “estricta conmigo misma y tolerante con los demás” me volví atolondrada, equivocada y confundida. Pensaba que solo siendo tolerante con la gente, considerada en todos los sentidos y molestándome yo en vez de los demás, demostraría buen carácter, mente abierta y magnanimidad. No debería exigir demasiado de nadie ni ser demasiado estricta y debía evitar ser mezquina. Estas ideas estaban muy arraigadas en mi cabeza, controlaban mis palabras y acciones e influían en cómo interactuaba con los demás. Si lo pensaba, veía que mi tolerancia de los demás no era la indulgencia de la humanidad normal, sino una indulgencia que carecía de principios o estándares. Como líder de equipo, debería haber asignado de forma razonable el trabajo basándome en el horario general y las habilidades de cada miembro, para que todos participaran, tuvieran la oportunidad de poner en práctica sus deberes y demostraran sus habilidades. Solo así el trabajo del equipo progresaría con normalidad y mejoraría. Para los menos hábiles, de calibre promedio y lentos en la adquisición de conocimientos, podía basar la asignación del trabajo en su capacidad actual y sus dificultades. Debía asignarles el trabajo más fácil para asegurarme que lo harían bien y no forzarles a hacer nada de lo que no fueran capaces. En cuanto a los de buen calibre, capaces de aprender cosas nuevas y de entender los principios y las habilidades, podían recibir una cantidad más grande y razonable de trabajo, se les podía pedir que se esforzaran más en su trabajo y asumir una mayor carga, lo que les permitiría progresar más rápido. Si encontraban dificultades y se estresaban un poco, era normal y los impulsaría a depender más de Dios, mejorar sus habilidades y progresar más rápido. Es más, si alguien se enfadaba después de que le asignara el trabajo, podía hablar con él para ver si había dificultades reales o solo buscaba consuelo y no estaba dispuesto a sufrir y pagar el precio. Entonces podría manejar las cosas según la situación actual: así actuaría conforme a los principios-verdad. De hecho, la mayoría del tiempo asignaba el trabajo de forma razonable basándome en la situación de cada miembro del equipo. No exigía demasiado, no era muy estricta y los miembros de mi equipo podían ocuparse de sus tareas. Cuando a veces eran perezosos, no estaban dispuestos a pagar el precio ni se esforzaban por tener éxito, o temían aceptar responsabilidades y delegaban el trabajo en otros, debería haberles hablado y aconsejado para que se dieran cuenta de su carácter corrupto. En casos más serios, debería haberlos podado y no podía seguir consintiéndolos y tolerar su comportamiento sin ningún estándar de referencia. Al hacerlo, podía mantener el progreso normal del trabajo del equipo. Más adelante, encontré otros dos pasajes de las palabras de Dios que aclararon más la senda de mi práctica. “En todo lo que hagas, debes examinar si tus intenciones son correctas. Si puedes actuar conforme a los requisitos de Dios, entonces tu relación con Dios es normal. Este es el estándar mínimo. Observa tus intenciones, y si descubres que han surgido intenciones incorrectas, sé capaz de rebelarte contra ellas y actúa conforme a las palabras de Dios; así te convertirás en alguien que es correcto delante de Dios, que a la vez demuestra que su relación con Dios es normal, y que todo lo que haces es en aras de Dios y no en aras de ti. En todo lo que hagas y digas, sé capaz de enderezar tu corazón y sé justo en tus acciones y no te dejes llevar por tus sentimientos ni actúes conforme a tu propia voluntad. Estos son principios por los cuales los que creen en Dios deben conducirse” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Cómo es tu relación con Dios?). “Así pues, ¿cuáles son los principios-verdad que exige Dios? Que la gente sea comprensiva con los demás cuando estos se muestren débiles y negativos, que tenga consideración por el dolor y las dificultades de los demás, y entonces indague sobre estas cosas, les ofrezca ayuda y apoyo, y les lea las palabras de Dios para ayudarles a resolver sus problemas, con lo que les permite entender las intenciones de Dios y dejar de ser débiles, y los lleva ante Dios. ¿Acaso esta forma de practicar no concuerda con los principios? Practicar de esta manera está en consonancia con los principios-verdad. Naturalmente, las relaciones de este tipo guardan incluso mayor conformidad con ellos. Cuando las personas trastornan y perturban de manera deliberada, o son superficiales en su deber de manera intencionada, si te das cuenta de ello y eres capaz de señalarles estas cosas, reprenderlas y ayudarlas de acuerdo con los principios, esto concuerda entonces con los principios-verdad. Si haces la vista gorda o toleras su comportamiento y las encubres, e incluso llegas a decirles cosas agradables para elogiarlas y aplaudirlas, tales formas de relacionarte con la gente, de tratar los asuntos y de gestionar los problemas, están claramente en desacuerdo con los principios-verdad y no tienen ninguna base en las palabras de Dios. Así pues, estas formas de relacionarse con la gente y de gestionar los asuntos son claramente improcedentes, y esto realmente no es fácil de detectar si no se lo disecciona y discierne de acuerdo con las palabras de Dios” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (14)). Tras reflexionar sobre las palabras de Dios, sentí mucha más claridad. Como creyente, debía tener a Dios en mi corazón cuando hablaba y actuaba, y debía colocar mi corazón ante Dios para que lo escrutara. Es lo mínimo que debía hacer. Es más, mientras interactuaba con los demás y cumplía con mi deber, debía tener buenas intenciones, actuar según los principios-verdad, evitar hacer algo que perjudicara los intereses de la casa de Dios y siempre tener en cuenta la obra de la iglesia. Debía ayudar y apoyar a aquellos que eran negativos, débiles y afrontaban dificultades. Además, debía hablar, ayudar, aconsejar o desenmascarar a cualquiera que revelara su carácter corrupto, trastornara o perturbara a propósito la obra de la iglesia, en vez de tolerarlos o prolongar tontamente la buena voluntad. Al asignar el trabajo, no debía proteger mi propia reputación y solo tener en cuenta la carne y los sentimientos de los demás. Tenía que asignarlo de forma razonable basándome en los principios y el estado actual del equipo para asegurarme que el trabajo no se retrasara. Esta forma de practicar sería beneficiosa para la obra de la iglesia y todos los miembros. Después de aquello, cuando interactuaba con los hermanos y hermanas, practicaba ser honesta, decir lo que de verdad sentía y comunicarme con los demás cuando tuviera problemas. Al asignar el trabajo, lo hacía basándome en la situación actual de la gente para que todo el mundo participara. Destinaba a los miembros a ocuparse de problemas relativamente fáciles y solo me implicaba si no podían resolverlos. Cuando las personas estaban descontentas con su tarea y no querían pagar un precio mayor, hablaba con ellas sobre la voluntad de Dios, les hacía reflexionar y conocer su carácter corrupto, y rectificaba sus actitudes impropias. Cuando tenía más trabajo del que podía abarcar o tenía problemas, discutía con los demás sobre cómo asignar el trabajo de forma razonable para evitar retrasos y dejaba de asumirlo todo yo. Todos podían participar proactivamente en el trabajo y eran mucho más entusiastas en sus deberes. Nuestro progreso laboral mejoró mucho. Estaba mucho más tranquila. A veces aún muestro corrupción, pero soy capaz de practicar de acuerdo con las palabras de Dios. Solo con la guía de las palabras de Dios pude cambiar las cosas. ¡Gracias a Dios!