56. Cuando me enteré de la muerte de mi madre

Por Zhang Meng, China

Antes de que yo cumpliera un año, mi padre enfermó y murió. Mi madre tuvo que tener dos trabajos para criar a sus cinco hijos. Trabajaba de sol a sol todos los días y hacía tanto de madre como de padre para nosotros. Sentía dolor en el corazón, y prometí para mis adentros: “Cuando sea mayor, cuidaré de mi madre para que pueda vivir sin preocupaciones”. Para aliviar la carga de mi madre, la ayudaba con las tareas del hogar cuando volvía de la escuela. Sin embargo, tanto me amaba ella que no quería que ayudara en el hogar, sino que estudiara mucho. Le dije: “Estás agotada, ¿no te facilitaría un poco las cosas si yo te ayudara?”. Mi madre respondió: “No importa que esté cansada. Cuando ustedes sean mayores y me cuiden, ¿acaso no tendré una vida cómoda? Mira a tu prima, su madre murió siendo joven y su padre la crio él solo. Una vez que ella se casó, se hizo cargo por completo de su padre: de la comida, la ropa y todo lo que necesitaba. ¿Acaso ahora no vive cómodamente?”. Un día mi prima me dijo: “Los cuervos saben cómo alimentar a sus padres. Mi padre soportó todo tipo de adversidades para criarme. Si no lo cuido, yo sería peor que un animal, ¿no crees?”. En ese momento pensé que quería ser tal como mi prima y cuidar de mi madre cuando me hiciera mayor. Una vez que me casé, si bien no tenía un buen trabajo ni un buen salario, hice todo lo que pude para ayudar a mi madre desde el punto de vista material, y la llevaba a mi casa con frecuencia para cuidar de ella. Todos mis vecinos me elogiaban, decían: “Aunque su hija vive lejos, ella es la que más se ocupa de cuidar a su madre”. Y esto me hacía sentir muy bien. Creí que, como hija, debía actuar de ese modo y que solo así podía devolverle a mi madre toda su amabilidad.

En 1999, acepté la nueva obra de Dios. A partir de Sus palabras comprendí la intención apremiante de Dios de salvar al hombre y me uní a la predicación del evangelio. Hacia finales de 2003, me arrestaron mientras predicaba el evangelio. Cuando me liberaron, me obligaron a dejar mi hogar para trabajar y alquilé un sitio para evitar que la policía me persiguiera y vigilara. Más tarde me enteré de que la policía había ido a mi pueblo tres veces en seis meses y, en secreto, me había buscado y había preguntado dónde alquilaba la casa. Desde ese día comencé a vivir como vagabunda y ya no pude traer a mi madre a casa ni cuidarla como solía hacerlo. Sentía que tenía una gran deuda con ella. En especial al enterarme de que mi cuñada había abusado de ella cuando mi madre estaba enferma, y esto hizo que se me partiera el corazón y me angustiara. Incluso me arrepentí de haberme ido a predicar el evangelio. “Si no hubiera salido a predicar el evangelio, no me habrían arrestado y no habría tenido que irme de casa. Y habría podido estar a su lado y cuidarla”. Me di cuenta de que mi estado estaba mal, que predicar el evangelio era mi responsabilidad y misión. ¿Acaso arrepentirme de predicar el evangelio y de desempeñar mi deber no era una manifestación de traición a Dios? En una reunión, le conté a un líder sobre mi estado y el líder me mostró un pasaje de las palabras de Dios: “Todos viven en un estado sentimental, y, por ello, Dios no evita ni a uno solo de ellos y expone los secretos escondidos en el corazón de todos los seres humanos. ¿Por qué a las personas les es tan difícil separarse de sus sentimientos? ¿Acaso hacer esto sobrepasa los estándares de la conciencia? ¿Puede la conciencia cumplir la voluntad de Dios? ¿Pueden los sentimientos ayudar a las personas durante la adversidad? A los ojos de Dios, los sentimientos son Su enemigo. ¿No se ha expuesto esto claramente en las palabras de Dios?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Interpretaciones de los misterios de “las palabras de Dios al universo entero”, Capítulo 28). Luego de leer Sus palabras, me di cuenta de que realmente estaba viviendo en función de mis sentimientos, los cuales me habían cegado sin poder diferenciar lo correcto de lo incorrecto. Predicaba el evangelio para que las personas pudieran presentarse ante Dios y aceptar Su salvación. Esto era algo recto y el deber que debía cumplir. ¿Acaso no ha habido verdaderos creyentes desde tiempos remotos que dejaron todo atrás para seguir a Dios y entregarse para Él? Pedro, por ejemplo. Cuando el Señor Jesús lo llamó, de inmediato arrojó las redes y lo siguió. Al darme cuenta de esto he ganado más fe. Decidida a desempeñar bien mi deber y satisfacer a Dios, salí a predicar el evangelio una vez más.

Durante el otoño de 2015, una hermana de la iglesia me dijo que mi madre había muerto. Se me partió el corazón y me angustié al oírlo. Me esforcé por no llorar y pensé: “¿Cómo es posible que haya muerto? ¿Acaso se deprimió y enfermó porque no estuve a su lado y me echaba de menos y se preocupaba por mí? De no ser por la persecución del PCCh, habría podido estar a su lado y cuidarla más, darle comodidad en sus últimos años, y tal vez habría vivido unos años más”. Mientras más lo pensaba, más me afligía. Cuando salí de la casa de la hermana, las lágrimas me cubrieron el rostro. Mi madre había sufrido mucho para criarme, pero cuando enfermó y envejeció, no pude estar con ella ni cuidarla, ni siquiera pude acompañarla en sus últimos momentos. Al pensar en esto, lloré a lágrima viva y sentí mucho dolor. Me limpié las lágrimas y me subí a mi bicicleta y, mientras andaba, en mi mente se proyectaban como una película escenas de cómo mi madre se había esforzado por criarme. Sentí que tenía una gran deuda con ella, y mi madre había muerto antes de que yo tuviera la oportunidad de ser una buena hija. Ni siquiera pude acompañarla en sus últimos momentos. ¿Dirían otros que fui una mala hija, una miserable desagradecida? Cuando volví a mi casa de acogida, me sentía demasiado angustiada como para comer. La hermana de acogida me consoló y me dijo: “Cuánto vivirá cada persona está en las manos de Dios. Él es quien ordena cuándo alguien nace y muere. No estés tan triste. Sigue orando a Dios”. Luego de que me dijera eso, ya no sentí tanto dolor ni tanta angustia, pero mi corazón seguía sin poder calmarse al hacer mi deber, así que, oré a Dios. Le pedí que me librara de este estado negativo. Después de orar, leí un pasaje de Sus palabras: “Dios creó este mundo y trajo a él al hombre, un ser vivo al que le otorgó la vida. Después, el hombre tuvo padres y parientes y ya no estuvo solo. Desde que el hombre puso los ojos por primera vez en este mundo material, estuvo destinado a existir dentro de la predestinación de Dios. El aliento de vida proveniente de Dios sostiene a cada ser vivo hasta llegar a la adultez. Durante este proceso, nadie siente que el hombre esté creciendo bajo el cuidado de Dios. Más bien, la gente cree que lo hace bajo el amor y el cuidado de sus padres y que es su propio instinto de vida el que dirige este crecimiento. Esto se debe a que el hombre no sabe quién le otorgó la vida o de dónde viene esa vida, y, mucho menos, la manera en la que el instinto de la vida crea milagros(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). A partir de Sus palabras comprendí que Dios creó los cielos y la tierra, y todas las cosas, y que Él concede la vida al hombre. Por fuera, parecía que mi madre me había criado, pero, de no ser por el cuidado y la protección de Dios, no habría podido sobrevivir hasta ahora. Recordé que mi hija había contraído una enfermedad terminal cuando tenía cinco años. Yo estaba completamente desolada y quise donarle mis órganos. El médico nos dijo: “No servirá de nada. El tratamiento no la salvará. Es una enfermedad terminal y nadie puede salvarla”. Hace mucho tiempo Dios ordenó nuestras vidas y muertes, y nadie puede cambiarlo. El momento de la muerte de mi madre también estaba en Sus manos; Él lo había ordenado. Sin embargo, yo creí que ella había muerto por la depresión y enfermedad causadas por echarme de menos y preocuparse por mí. ¡No reconocí la soberanía de Dios! En especial, al pensar en el esfuerzo de mi madre para criarme hasta que fuera mayor después de la muerte de mi padre, en cómo había envejecido y enfermado sin que yo pudiera cuidarla, me sentí en deuda con ella, y mi corazón no podía calmarse al hacer mi deber. De hecho, la vida del hombre viene de Dios y todo aquello que disfruto, Dios es quien me lo concede. No me sentí en deuda con Dios por no hacer bien mi deber, sino que, al contrario, siempre me sentí en deuda con mi madre, hasta el punto de arrepentirme de cumplir con mi deber. ¡Realmente no merecía que me considerasen humana!

Más tarde, leí las palabras de Dios en las que Él compartía que “tus padres no son tus acreedores”, y mi punto de vista cambió. Dios Todopoderoso dice: “Analicemos el asunto de que tus padres te trajeran al mundo. ¿Quién eligió que te trajeran al mundo, tú o tus padres? ¿Quién eligió a quién? Si lo analizas desde la perspectiva de Dios, la respuesta es: ninguno de los dos. Ni tú ni tus padres elegisteis que ellos te trajeran al mundo. Si analizas de raíz esta cuestión, esto lo dispuso Dios. Dejaremos este tema de lado por ahora, ya que es algo fácil de entender. Desde tu punto de vista, naciste pasivamente de tus padres, sin tener otra opción al respecto. Desde la perspectiva de tus padres, te trajeron al mundo por su propia voluntad independiente, ¿verdad? En otras palabras, dejando de lado la disposición de Dios, en lo relativo a tu nacimiento, fueron tus padres quienes detentaron todo el poder. Eligieron traerte al mundo y lo decidieron todo. Tú no elegiste que ellos te dieran la vida, naciste de ellos pasivamente y no tuviste elección alguna al respecto. Así pues, dado que tus padres tuvieron todo el poder y optaron por hacer que nacieras, tienen la obligación y la responsabilidad de educarte, criarte hasta la vida adulta, proveerte de educación, alimento, vestimenta y dinero; esta es su responsabilidad y obligación, y es lo que les corresponde hacer. En tanto que tu postura fue siempre pasiva durante el tiempo que te criaron, no tuviste derecho a elegir: debían criarte ellos. Como eras pequeño, no tenías la capacidad de criarte solo, no te quedó más alternativa que recibir pasivamente la crianza de tus padres. Ellos te criaron tal como quisieron; si te daban buena comida y bebida, tú comías y bebías bien. Si te ofrecían un entorno vital en el que sobrevivías alimentándote de cizaña y plantas silvestres, así es como sobrevivías. En cualquier caso, durante tu crianza, tú eras pasivo y tus padres cumplían con su responsabilidad. Es igual que si tus padres cuidaran una flor. Si quieren cuidarla, deben fertilizarla, regarla y asegurarse de que reciba la luz del sol. Así pues, en cuanto a la gente, no importa si tus padres te cuidaron de manera meticulosa o si te dispensaron mucha atención, de todos modos, solo cumplían con su responsabilidad y obligación. Independientemente de la razón por la cual te criaron, era su responsabilidad; como te trajeron al mundo, debían hacerse responsables de ti. Sobre esta base, ¿se puede considerar como amabilidad todo lo que tus padres hicieron por ti? No, ¿verdad? (Así es). Que tus padres cumplieran con su responsabilidad contigo no constituye un acto de amabilidad. Si cumplen con su responsabilidad respecto a una flor o una planta, regándola y fertilizándola, ¿es eso amabilidad? (No). Eso dista aún más de ser amabilidad. Las flores y las plantas crecen mejor en el exterior; si se las planta en la tierra, con viento, sol y agua de lluvia, prosperan. No crecen tan bien cuando se las planta en macetas de interior, comparado con el exterior, pero, estén donde estén, igualmente viven, ¿no es así? Sin importar dónde estén, eso lo ha predestinado Dios. Eres una persona viva, y Dios se responsabiliza de cada vida, le permite sobrevivir y observar la ley que rige a todos los seres creados. Pero, como eres una persona, tú vives en el entorno en el que te crían tus padres, de manera que debes crecer y existir en él. Que vivas en ese entorno, en mayor medida, se debe a que Dios lo ha predestinado; en menor medida, se debe a la crianza de tus padres, ¿verdad? En cualquier caso, al criarte, tus padres cumplen con una responsabilidad y una obligación. Criarte hasta la vida adulta es su obligación y responsabilidad, y eso no se puede considerar amabilidad. Siendo así, ¿no se trata de algo que deberías disfrutar? (Sí). Es una especie de derecho del que deberías gozar. Te deben criar tus padres porque, hasta alcanzar la vida adulta, el papel que desempeñas es el de un niño que está siendo educado. Por lo tanto, ellos no hacen más que cumplir con una clase de responsabilidad contigo y tú solo la recibes, pero sin duda no recibes favores ni amabilidad de su parte. […] Criarte es la responsabilidad de tus padres. Ellos eligieron traerte al mundo, así que tienen la responsabilidad y la obligación de educarte. Al criarte hasta la vida adulta, cumplen con su responsabilidad y obligación. No les debes nada, así que no tienes que recompensarlos. No tienes que recompensarlos: esto muestra claramente que tus padres no son tus acreedores, y que no tienes que hacer nada por ellos en retribución de su amabilidad. Si tus circunstancias te permiten cumplir con algo de tu responsabilidad hacia ellos, pues hazlo. Si tu situación y tus circunstancias objetivas no te permiten cumplir con tu obligación hacia ellos, no es necesario que lo pienses demasiado, y no debes sentirte en deuda con ellos, porque tus padres no son tus acreedores(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). Las palabras de Dios me permitieron entender que Él es soberano sobre todas las personas que vienen al mundo y dispone de ellas. Dios también ordenó que yo naciera en esta familia. Más allá de todo el sufrimiento que soportara mi madre al criarme, esa era su responsabilidad, y no debía considerarlo un acto de bondad. Tal como Dios dijo: “Dado que tus padres tuvieron todo el poder y optaron por hacer que nacieras, tienen la obligación y la responsabilidad de educarte, criarte hasta la vida adulta, proveerte de educación, alimento, vestimenta y dinero; esta es su responsabilidad y obligación, y es lo que les corresponde hacer”. Pero yo no entendía la verdad y no veía las cosas según las palabras de Dios. Siempre creí que, al morir mi padre, mi madre se había convertido tanto en madre como en padre, que llevaba una vida frugal para que yo pudiera ir a la escuela, y se esforzó por criarme hasta que me hiciera mayor. Y creí que sin la protección y el cuidado atentos de mi madre, no sería quien soy hoy. Consideraba el cuidado de mi madre como un acto de amabilidad y siempre quise devolverle aquella amabilidad con que me había criado. Al enterarme de que había muerto, sentí mucha angustia y que no la había cuidado como correspondía. Ni siquiera pude acompañarla en sus últimos momentos, por lo que sentí que era una mala hija. Solo me sentía en deuda con ella y no tenía ánimo para hacer mi deber. Si seguía viviendo con ese sentimiento de deuda hacia mi madre sin ser capaz de desempeñar mi deber, verdaderamente carecería de conciencia y humanidad. Cuando pensé en la muerte de mi madre, aunque hubiera podido acompañarla hasta el final, no habría podido salvarla. Aunque otros me hubieran elogiado por ser una buena hija, ¿qué sentido habría tenido aquello?

Luego leí las palabras de Dios. Dios dice: “Debido al condicionamiento de la cultura tradicional china, según sus nociones tradicionales, el pueblo chino cree que se debe observar una devoción filial hacia los padres. Aquel que no cumple con la devoción filial es mal hijo. Al pueblo le han inculcado estas ideas desde la infancia y se enseñan en prácticamente todos los hogares, así como en todas las escuelas y en la sociedad en general. Cuando a una persona le han llenado la cabeza de esas cosas, piensa: ‘La devoción filial es más importante que nada. Si no cumpliera con ella, no sería buena persona; sería mal hijo y la sociedad me criticaría. Sería una persona carente de conciencia’. ¿Es correcto este punto de vista? La gente ha visto muchas verdades expresadas por Dios; ¿acaso Él ha exigido que uno demuestre devoción filial hacia sus padres? ¿Es esta una de las verdades que los creyentes en Dios deben comprender? No, no lo es. Dios solo ha hablado sobre ciertos principios. ¿Según qué principio piden las palabras de Dios que la gente trate a los demás? Ama lo que Dios ama y odia lo que Dios odia. Ese es el principio al que hay que atenerse. Dios ama a los que persiguen la verdad y son capaces de seguir Su voluntad; esas son también las personas a las que debemos amar. Aquellos que no son capaces de seguir la voluntad de Dios, que lo odian y se rebelan contra Él, son personas detestadas por Dios, y nosotros también debemos detestarlas. Esto es lo que Dios pide del hombre. […] Satanás usa ese tipo de cultura tradicional y esas nociones de moralidad para atar tus pensamientos, tu mente y tu corazón, lo que te vuelve incapaz de aceptar las palabras de Dios; tales cosas de Satanás te han poseído y te han hecho incapaz de aceptar Sus palabras. Cuando quieres practicar las palabras de Dios, estas cosas te perturban en tu interior, hacen que te opongas a la verdad y a Sus requisitos, y te vuelven impotente para librarte del yugo de la cultura tradicional. Tras luchar durante un tiempo, cedes: prefieres creer que las nociones tradicionales de moralidad son correctas y conformes a la verdad, así que rechazas o abandonas las palabras de Dios. No aceptas Sus palabras como la verdad y no piensas en absoluto en ser salvado, pues sientes que aún vives en este mundo, y solo puedes sobrevivir apoyándote en estas personas. Incapaz de soportar el rechazo social, preferirías renunciar a la verdad y a las palabras de Dios, abandonarte a las nociones tradicionales de moralidad y a la influencia de Satanás, y optarías por ofender a Dios en lugar de practicar la verdad. Decidme, ¿acaso no es el hombre digno de pena? ¿No tiene necesidad de la salvación de Dios?(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). “En el mundo de los no creyentes existe este dicho: ‘Los cuervos retribuyen a sus madres dándoles alimento, y los corderos se arrodillan para recibir la leche de sus madres’. También este otro: ‘Una persona no filial es peor que un animal’. ¡Qué grandilocuentes suenan estos dichos! En realidad, el fenómeno que se menciona en el primero se da en la realidad, es un hecho, los cuervos retribuyen a sus madres dándoles alimento y los corderos se arrodillan para recibir la leche de sus madres. Sin embargo, son simplemente fenómenos dentro del mundo animal. Forman parte de una especie de ley que Dios ha establecido para las diversas criaturas vivientes, y a la que se atienen todo tipo de seres vivos, incluidos los humanos. El hecho de que toda clase de criaturas vivientes acaten esta ley demuestra aún más que Dios las creó. Ninguna puede infringir la ley ni tampoco trascenderla. […] El hecho de que los cuervos retribuyan a sus madres dándoles alimento, y los corderos se arrodillen para recibir la leche de ellas, evidencia justamente que el mundo animal acata esta clase de ley. Este instinto lo poseen todo tipo de criaturas vivientes. Una vez que nace su descendencia, las hembras o los machos de la especie la cuidan y alimentan hasta que se hace adulta. Todas estas criaturas son capaces de cumplir con sus responsabilidades y obligaciones hacia sus retoños, y crían de forma concienzuda y dedicada a la nueva generación. Esto debería ser más patente si cabe en los seres humanos. La humanidad los considera animales superiores, pero, si no pueden acatar esta ley y carecen de tal instinto, entonces son inferiores a los animales, ¿verdad? Por tanto, más allá de cuánto te alimentaron tus padres durante tu crianza y cuánto cumplieron con sus responsabilidades hacia ti, solo estaban haciendo lo que les correspondía en el ámbito de las capacidades de un ser humano creado: era por instinto(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). Luego de leer Sus palabras, comprendí lo siguiente: la razón por la que sentía tanto dolor era que me había visto influenciada por ideas y puntos de vista como: “Una persona no filial es peor que un animal” y “Cría a tus hijos para que te mantengan en la vejez”. Creí que ser un buen hijo era algo perfectamente natural y justificado, y que no serlo era una traición y lo convertía a uno en algo peor que un animal. Tuve que huir y no pude cuidar de mi madre en casa, por lo que sentí culpa en mi conciencia y creí que estaba en deuda con ella. Además, tenía miedo de que las personas dijeran que carecía de conciencia y que era una mala hija. Por eso había sufrido tanto, no pude ser capaz de hacer mi deber en calma, y luego me derrumbé al enterarme de que mi madre había fallecido. Me di cuenta de que estas ideas de la cultura tradicional se habían implantado en mí, y consideraba que ser una buena hija era más importante que desempeñar mi deber como ser creado. Incluso llegué a arrepentirme por predicar el evangelio y hacer mi deber. ¿Acaso no había sido esto una manifestación de traición hacia Dios? Como la policía me había arrestado por predicar el evangelio, no pude volver a casa. Pero en lugar de odiar al PCCh, culpé a Dios porque creí que todo había sido a causa de predicar el evangelio. En verdad lo entendí todo mal y no pude distinguir lo que estaba bien de lo que estaba mal. Todo lo que tengo proviene de Dios. Él me ha cuidado y protegido todos estos años para que pudiera predicar el evangelio y cumplir con mi deber, perseguir la verdad y alcanzar Su salvación. No solo he sido desagradecida con Dios, sino que también lo culpé y lo malinterpreté, e incluso me arrepentí de hacer mi deber. ¡Realmente carecía de conciencia! Solo entonces comprendí que las ideas y puntos de vista como: “Una persona no filial es peor que un animal” y “Cría a tus hijos para que te mantengan en la vejez”, eran falaces y una manera en la que Satanás desorienta y corrompe a las personas. Ya no quería vivir en función de las ideas y puntos de vista de Satanás, sino que quería contemplar a las personas y las cosas, comportarme y actuar de acuerdo con las palabras de Dios.

Luego seguí leyendo las palabras de Dios: “Para empezar, la mayoría de la gente elige irse de casa para cumplir con su deber, en parte por las circunstancias objetivas generales que les obligan a dejar a sus padres. No pueden permanecer a su lado para cuidarlos y hacerles compañía. No es que elijan dejarlos voluntariamente; esa es la razón objetiva. Por otra parte, en términos subjetivos, no sales a cumplir con tu deber porque quisieras dejar a tus padres y escapar de tus responsabilidades, sino por la llamada de Dios. Para cooperar con la obra de Dios, aceptar Su llamada y cumplir los deberes de un ser creado, no tuviste más remedio que dejar a tus padres; no podías quedarte a su lado para acompañarlos y cuidarlos. No los abandonaste con la intención de eludir tu responsabilidad, ¿verdad? Una cosa es eso y otra haberlo hecho para responder la llamada de Dios y cumplir con tu deber; ¿acaso la naturaleza de ambas cosas no es diferente? (Sí). En tu corazón guardas apego emocional y piensas en tus padres; tus sentimientos no son vacíos. Si las circunstancias objetivas lo permiten y puedes permanecer a su lado mientras cumples con tu deber, entonces estarías dispuesto a hacerlo, a cuidar de manera regular de ellos y cumplir con tus responsabilidades. Pero esas circunstancias no se dan y debes abandonarlos, no puedes seguir a su lado. No es que no quieras desempeñar tus responsabilidades como hijo, es que no puedes. ¿No es diferente la naturaleza de esto? (Sí). Si dejaste tu hogar para eludir el deber filial y tus responsabilidades, es que no eres buen hijo y careces de humanidad. Tus padres te educaron, pero tú estás deseando levantar el vuelo y marcharte rápido y por tu cuenta. No quieres verlos y, si te enteras de que se hallan en dificultades, no prestas atención alguna. Aunque tengas los medios para ayudarlos, no lo haces, finges no haber oído nada y dejas que los demás digan lo que quieran sobre ti. Simplemente no quieres desempeñar tus responsabilidades. Esto es no ser buen hijo. ¿Pero estamos hablando ahora de lo mismo? (No). Mucha gente ha dejado sus condados, ciudades, provincias o incluso sus países para cumplir con el deber; ya se encuentran lejos de donde se criaron. Por si fuera poco, no resulta conveniente que permanezcan en contacto con sus familias por diversas razones. A veces preguntan por la situación de sus padres a gente que viene de la misma ciudad y se sienten aliviados al oír que todavía gozan de buena salud y les va bien. De hecho, no es que no seas buen hijo, ya que no has llegado al punto de carecer de humanidad, en el que ni siquiera te importan tus padres ni desempeñas tus responsabilidades hacia ellos. Eliges esto por varias razones objetivas, así que no es que no seas buen hijo(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (16)). “Como hijo, deberías entender que tus padres no son tus acreedores. Hay muchas cosas que has de hacer en esta vida, y todas ellas le corresponden a un ser creado, el Creador te las ha encomendado y no tienen nada que ver con retribuirles a tus padres su gentileza. Mostrarles piedad filial, retribuirles y devolverles su gentileza son cosas que no tienen nada que ver con tu misión en la vida. También se puede decir que no es necesario mostrarles piedad filial a tus padres, retribuirles o cumplir con ninguna de tus responsabilidades hacia ellos. En palabras sencillas, puedes dedicarte un poco a eso y al mismo tiempo desempeñar alguna de tus responsabilidades si las circunstancias lo permiten. Cuando no sea así, no hace falta que te empeñes en ello. Si no puedes desempeñar tu responsabilidad de mostrarle piedad filial a tus padres, tampoco es un gran error, solo contradice levemente tu conciencia, la moral y las nociones humanas. Pero al menos no va en contra de la verdad y Dios no te condenará por ello. Cuando entiendas la verdad, tu conciencia no recibirá ningún reproche por este motivo(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). A partir de Sus palabras, comprendí cómo los hijos deben tratar a sus padres. Mi madre no era mi acreedora. Llegué al mundo con una misión que cumplir, que es desempeñar el deber de un ser creado. Si las circunstancias y las condiciones lo hubiesen permitido, habría cuidado a mi madre y habría sido una buena hija y cumplido con las responsabilidades y obligaciones propias de un hijo. Si las circunstancias no lo permitían, no había necesidad de insistir en ello. Además, no es que no quise ser buena hija, sino que no pude volver a casa a cuidarla porque el PCCh me perseguía y andaba tras de mí. Yo no era una mala hija y no necesitaba preocuparme por lo que los demás pensaran de mí. Lo más importante era que debía someterme a la soberanía y los arreglos de Dios y cumplir bien con mi deber. Al entender esto, dejé de sentirme limitada y pude dedicar todo mi corazón a mi deber. Gracias al juicio y la exposición de las palabras de Dios comprendí algunos de mis puntos de vista falaces, entendí cómo relacionarme con mi madre de una forma que se ajustara a los principios-verdad, a no vivir sintiéndome en deuda con ella y a lograr sosegar mi corazón y desempeñar mi deber.

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