67. Tras mi diagnóstico de cáncer
En 1997, comencé a creer en el Señor Jesús porque no podía curarme de mi enteritis crónica, y después de encontrar al Señor, mi salud mejoró mucho. Dos años después, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, y desde entonces he realizado mis deberes en la iglesia. Sin siquiera darme cuenta, mi enteritis crónica se curó por completo. Me entregué con más entusiasmo a mis deberes y nunca evadí ni rechacé ninguno de los deberes que la iglesia me asignó. Ya fuera que mi marido tratara de impedírmelo o el Partido Comunista intentara arrestarme o perseguirme, jamás di marcha atrás y nunca postergué mis deberes.
Un día de mayo de 2020 sentí una molestia en el cuello, como si me estuvieran estrangulando, así que fui al hospital a hacerme un chequeo. Me diagnosticaron un nódulo tiroideo. Después del examen, el doctor dijo: “No es grave. Toma la medicación y ven a hacerte un chequeo cada seis meses. Siempre y cuando no haya nada anormal, no es necesario un tratamiento”. Al escucharlo pensé: “No es una enfermedad grave. En tanto me esfuerce en cumplir mis deberes, Dios me protegerá”. Así que tomé la medicación y continué realizando mis deberes, y mi enfermedad pareció atenuarse un poco. En 2023 mi estado empeoró. Cuando dormía, sentía una presión en el cuello y tenía dificultades para respirar. Se me hacía difícil hablar y tenía que esforzarme mucho para hacerlo. Después de un examen, el doctor dijo que mi cuadro estaba avanzando hacia un cáncer y que tenía que operarme. Pensé: “Actualmente, desempeño mis deberes como líder y estoy ocupada de la mañana a la noche todos los días. Gracias a mis esfuerzos y a mi entrega, Dios me protegerá y no se convertirá en cáncer”. Así que no tuve mucho miedo, y me sometí a la cirugía. Salió bien, y el segundo día después de la operación pude levantarme de la cama con la ayuda de mi familia. Lo percibí como el cuidado y la protección de Dios y le agradecí desde lo más profundo del corazón.
Quince días después, fui al hospital a recoger mis informes médicos. Vi que indicaban un tumor maligno, un cáncer, y me empecé a sentir angustiada, pensaba: “Entonces, ¡realmente tengo cáncer! Aunque me operaron, puede que algún día reaparezca o haga metástasis. ¿Significa eso que estoy a punto de morir? ¿Por qué Dios no me protegió? Al cumplir con mis deberes durante más de veinte años, sufrí mucho. He persistido en ellos a pesar de muchas situaciones peligrosas y difíciles. Entonces, ¿cómo es posible que haya contraído un cáncer? Si lo hubiera sabido, no hubiera renunciado a mi familia y a mi trabajo para llevar a cabo mis deberes. Pensé que podría obtener la salvación de Dios y un buen destino en el futuro, pero ahora que tengo una enfermedad terminal y podría morir, ¡ese buen destino está fuera de alcance!”. Cuanto más pensaba en ello, más desesperada y angustiada me sentía. Me sentía totalmente digna de lástima, y no podía evitar llorar. Durante los días siguientes, una palabra seguía resonando en mi mente: cáncer. Me sentía muy desanimada. No podía comer ni dormir, me dolían todos los huesos y mis brazos estaban adormecidos. Me presenté ante Dios para orar y le conté sobre mi estado con la esperanza de que me ayudara a comprender Su intención. Luego leí las palabras de Dios sobre cómo enfrentar la enfermedad. Leí un pasaje de las palabras de Dios y comprendí Su intención un poco más. Dios Todopoderoso dice: “Cuando Dios dispone que alguien contraiga una enfermedad, ya sea grave o leve, Su propósito al hacerlo no es que aprecies los pormenores de estar enfermo, el daño que la enfermedad te hace, las molestias y dificultades que la enfermedad te causa, y todo el catálogo de sentimientos que te hace sentir; Su propósito no es que aprecies la enfermedad por el hecho de estar enfermo. Más bien, Su propósito es que adquieras lecciones a partir de la enfermedad, que aprendas a captar las intenciones de Dios, que conozcas las actitudes corruptas que revelas y las posturas erróneas que adoptas hacia Él cuando estás enfermo, y que aprendas a someterte a la soberanía y a los arreglos de Dios, para que puedas lograr la verdadera sumisión a Él y seas capaz de mantenerte firme en tu testimonio; esto es absolutamente clave. Dios desea salvarte y purificarte mediante la enfermedad. ¿Qué desea purificar en ti? Desea purificar todos tus deseos y exigencias extravagantes hacia Dios, e incluso las diversas calculaciones, juicios y planes que elaboras para sobrevivir y vivir a cualquier precio. Dios no te pide que hagas planes, no te pide que juzgues, y no te permite que tengas deseos extravagantes hacia Él; solo te pide que te sometas a Él y que, en tu práctica y experiencia de someterte, conozcas tu propia actitud hacia la enfermedad, y hacia estas condiciones corporales que Él te da, así como tus propios deseos personales. Cuando llegas a conocer estas cosas, puedes apreciar lo beneficioso que te resulta que Dios haya dispuesto las circunstancias de la enfermedad para ti o que te haya dado estas condiciones corporales; y puedes apreciar lo útiles que son para cambiar tu carácter, para que alcances la salvación y para tu entrada en la vida. Por eso, cuando la enfermedad te llama, no debes preguntarte siempre cómo escapar, huir de ella o rechazarla” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Después de leer las palabras de Dios, mi corazón se sintió más iluminado. Resultó que esta enfermedad no significaba que Dios me estaba revelando y descartando, sino que estaba limpiando mi carácter corrupto y me estaba salvando. Pero no buscaba la intención de Dios y pensaba que contraer esta enfermedad significaba que Él me revelaba y me descartaba. Estaba sumida en la desesperación, y discutía con Dios y me quejaba de Él, e incluso lamentaba mis sacrificios y esfuerzos previos. ¡Me di cuenta de que de verdad carecía de conciencia! Ahora entendía que no importaba si mi enfermedad reaparecía o hacía metástasis ni hasta qué punto se desarrollara, todo contenía la intención de Dios. No podía seguir malinterpretando a Dios. Debía buscar la verdad para resolver mis problemas.
Recordé un pasaje de las palabras de Dios sobre cómo enfrentar la muerte de forma correcta. Lo busqué y lo leí. Dios Todopoderoso dice: “El asunto de la muerte es de la misma naturaleza que otros. No depende de la gente elegir por sí mismos, y mucho menos se puede cambiar por la voluntad del hombre. La muerte es lo mismo que cualquier otro acontecimiento importante de la vida: se encuentra por entero bajo la predestinación y soberanía del Creador. Si alguien rogara por la muerte, no moriría necesariamente; si rogara por vivir, tampoco viviría necesariamente. Todo esto está bajo la soberanía y predestinación de Dios, y lo cambia y decide la autoridad de Dios, Su carácter justo y Su soberanía y arreglos. Por tanto, imagina que contraes una enfermedad grave, una potencialmente mortal, no morirás necesariamente: ¿quién decide si morirás o no? (Dios). Él lo decide. Y puesto que Dios decide y nadie puede decidir una cosa así, ¿por qué las personas se sienten ansiosas y angustiadas? […] Lo que la gente debe hacer cuando se enfrenta al asunto de la muerte, que es sumamente importante, no es angustiarse, inquietarse ni temerla, pero ¿qué si no? La gente debe esperar, ¿verdad? (Sí). ¿Me equivoco? ¿Esperar significa aguardar la muerte? ¿Esperar a morir cuando nos enfrentamos a la muerte? ¿Es eso lo correcto? (No, la gente debe afrontarla con positividad y someterse). Así es, no significa esperar a la muerte. No te quedes petrificado ante la muerte y no emplees toda tu energía pensando en ella. No te pases el día pensando: ‘¿Moriré? ¿Cuándo moriré? ¿Qué haré después de morir?’. Limítate a no pensar en ello. Algunas personas dicen: ‘¿Por qué no pensar en ello? ¿Por qué no pensar en ello cuando estoy a punto de morir?’. Porque no se sabe si vas a morir o no, y no se sabe si Dios permitirá que mueras; se desconocen tales cosas. En concreto, no se sabe cuándo vas a morir, dónde morirás, a qué hora o cómo se sentirá tu cuerpo cuando eso suceda. ¿Acaso no te convierte en un necio devanarte los sesos pensando y reflexionando sobre cosas que desconoces y sintiéndote ansioso y preocupado por ellas? Puesto que te convierte en un necio, no deberías devanarte los sesos pensando en tales cosas” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). Después de leer las palabras de Dios, mi corazón se iluminó aún más. Cada uno de nosotros experimentará la muerte, y qué enfermedad contraigamos y el momento de nuestra muerte están todos predestinados por Dios. La vida y la muerte no se ven influenciadas por factores externos, sino que dependen únicamente de la soberanía y la predestinación de Dios. Él ha predestinado la duración de la vida de cada persona, y esto no depende en absoluto de su condición física ni de si padece una enfermedad grave. Pensé en mi madre, que había gozado siempre de buena salud, y terminó sufriendo una hemiplejia y falleció al cabo de unos pocos años. Sin embargo, una vecina mía, quien, según escuché, había tenido mala salud desde los cuarenta años, a menudo se enfermaba y no podía trabajar en el campo y solo podía cocinar y hacer las tareas del hogar, y ahora tiene más de noventa años. Esto muestra que Dios predetermina tanto la salud de una persona como su esperanza de vida, y que, aun sufriendo una enfermedad grave, si de acuerdo con Su predestinación no es su momento, no morirá. Al pensar en ello fui capaz de enfrentar mi propia enfermedad con calma.
Luego leí más palabras de Dios: “Decidme, ¿quién de entre los miles de millones de personas de todo el mundo tiene la bendición de escuchar tantas palabras de Dios, de comprender tantas verdades de la vida y de entender tantos misterios? ¿Quién puede recibir personalmente la guía y la provisión de Dios, Su cuidado y protección? ¿Quiénes están tan bendecidos? Muy pocos. Por tanto, que vosotros, que sois pocos, podáis vivir hoy en la casa de Dios, recibir Su salvación y Su provisión, hace que todo valga la pena, aunque fuerais a morir ahora mismo. ¿Acaso no sois muy bendecidos? (Sí). Mirándolo desde esta perspectiva, la gente no debe asustarse por el asunto de la muerte, ni debe sentirse constreñida por ella. Aunque no hayas disfrutado de la gloria y la riqueza del mundo, has recibido la compasión del Creador y has escuchado muchas de las palabras de Dios, ¿no es eso maravilloso? (Lo es). No importa cuántos años vivas en esta vida, todo vale la pena y no sientes remordimientos, porque has estado cumpliendo constantemente con tu deber en la obra de Dios, has comprendido la verdad, has entendido los misterios de la vida y has comprendido la senda y los objetivos que debes perseguir en tu existencia; has ganado mucho. Has vivido una vida que vale la pena” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). Que alguien tan insignificante como yo pudiera aceptar la obra de Dios en los últimos días es la exaltación de Dios. Después de creer en Dios durante más de veinte años, he disfrutado del riego y del sustento de Sus palabras en gran medida y de Su cuidado y protección, pero al enfermarme, aún malinterpretaba, me quejaba, discutía con Dios y me resistía a Él. Carecía por completo de testimonio y me había convertido en un emblema de vergüenza. Sentía un gran dolor, y pensaba que incluso después de haber creído durante tantos años en Dios, todavía no había entrado mucho en la realidad-verdad y que si moría solo dejaría atrás los remordimientos. Puesto que todavía estaba viva, sentí que debía perseguir la verdad con seriedad y, sin importar cuánto tiempo viviera, debía valorar cada día que tenía y llevar a cabo el deber de un ser creado adecuadamente sin quedarme con remordimiento alguno.
Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios y me conmovió profundamente. Dios Todopoderoso dice: “Muchos de los que siguen a Dios solo se preocupan por cómo obtener bendiciones o evitar el desastre. […] Esas personas solo tienen un simple objetivo al seguir a Dios, y es recibir bendiciones. No pueden tomarse la molestia de prestar atención a nada que no involucre directamente este objetivo. Para ellas, no hay meta más legítima que creer en Dios para obtener bendiciones; es la esencia del valor de su fe. Si algo no contribuye a este objetivo, no las conmueve en absoluto. Esto es lo que ocurre con la mayoría de las personas que creen en Dios actualmente. Su objetivo y su intención parecen legítimos porque, al mismo tiempo que creen en Dios, también se esfuerzan por Él, se dedican a Él, y cumplen su deber. Entregan su juventud, renuncian a su familia y su profesión e, incluso, pasan años ocupados lejos de casa. En aras de su meta máxima, cambian sus intereses, su perspectiva de la vida e, incluso, la dirección que siguen, pero no pueden cambiar el objetivo de su creencia en Dios. […] Por el momento, no hablemos de cuánto han dado estas personas. Sin embargo, su comportamiento es muy digno de nuestra disección. Aparte de los beneficios tan estrechamente asociados con ellos, ¿podría existir alguna otra razón para que las personas, que nunca entienden a Dios, den tanto por Él? En esto descubrimos un problema no identificado previamente: la relación del hombre con Dios es, simplemente, de puro interés personal. Es la relación entre el receptor y el dador de bendiciones. Para decirlo con claridad, es la relación entre un empleado y un empleador. El primero solo trabaja duro para recibir las recompensas otorgadas por el segundo. En una relación basada en los intereses no hay afecto, solo una transacción. No hay un amar y ser amado; solo caridad y misericordia. No hay comprensión; solo engaño y una indignación reprimida e inútil. No hay intimidad; solo un abismo que no se puede cruzar” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice III: El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios). Las palabras de Dios expusieron mi estado al pie de la letra. Después de creer en Dios y ver que Él sanó mi enfermedad, abandoné mi familia y mi carrera para cumplir con mi deber, e incluso ante la persecución de mi familia y el peligro de ser arrestada, no me vi afectada. No obstante, al enterarme de que tenía cáncer y ver destrozadas mis esperanzas de recibir bendiciones, discutí con Dios, me quejé de que no me había protegido y lamenté mis sacrificios y esfuerzos previos, y ya no quería orar a Dios ni leer Sus palabras. Solo entonces me di cuenta de que mi relación con Dios era puramente transaccional. Quería cambiar mis sacrificios y mis esfuerzos por un buen destino. Estaba intentando engañar y usar a Dios. ¡Era tan egoísta y despreciable! Una persona con humanidad no malinterpretaría ni se quejaría de Dios al enfrentar pruebas, sino que buscaría Su intención, e incluso al sufrir seguiría ocupando el lugar que le corresponde como ser creado y dejaría que Dios la orquestara según Sus deseos. Pero al mirarme a mí misma, di por sentadas toda la gracia y las bendiciones que Dios me había otorgado, y cuando algo no satisfacía mis exigencias, hacía responsable a Dios. De verdad carecía de humanidad y no merecía vivir. Incluso si Dios me destruyera, ¡sería Su justicia! Pero Dios aun así me dio la oportunidad de arrepentirme y usó Sus palabras para esclarecerme y guiarme a reflexionar sobre mí misma. Ya no podía malinterpretar a Dios ni quejarme de Él. Debía perseguir la verdad y cumplir mis deberes adecuadamente.
Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios y encontré algunas sendas de práctica. Dios Todopoderoso dice: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él reciba bendiciones o sufra desgracias. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y no debe depender de recompensas, condiciones o razones. Solo entonces el hombre está cumpliendo con su deber. Recibir bendiciones se refiere a cuando alguien es perfeccionado y disfruta de las bendiciones de Dios tras experimentar el juicio. Sufrir desgracias se refiere a cuando el carácter de alguien no cambia tras haber experimentado el castigo y el juicio; no experimenta ser perfeccionado, sino que es castigado. Pero, independientemente de si reciben bendiciones o sufren desgracias, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes llevar a cabo tu deber solo para recibir bendiciones, y no debes negarte a actuar por temor a sufrir desgracias. Dejadme deciros esto: lo que el hombre debe hacer es llevar a cabo su deber, y si es incapaz de llevar a cabo su deber, esto es su rebeldía. Es por medio del proceso de llevar a cabo su deber que el hombre es cambiado gradualmente, y es por medio de este proceso que él demuestra su lealtad. Así pues, cuanto más puedas llevar a cabo tu deber, más verdad recibirás y más real será tu expresión. Los que solo cumplen con su deber por inercia y no buscan la verdad, al final serán descartados, pues esas personas no llevan a cabo su deber en la práctica de la verdad y no practican la verdad en el desempeño de su deber. Ellos son los que permanecen sin cambios y sufrirán desgracias. No solo sus expresiones son impuras, sino que todo lo que expresan es malvado” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). A partir de las palabras de Dios, entendí que cumplir con nuestros deberes no tiene nada que ver con recibir bendiciones ni sufrir calamidades, y que es absolutamente natural y justificado que los seres creados cumplan con sus deberes e, independientemente de si tienen un buen desenlace o destino o de si pueden recibir bendiciones, deben cumplir con su deber. Además, las bendiciones son lo que las personas disfrutan como resultado de perseguir la verdad y de lograr un cambio de su carácter al cumplir con sus deberes y cuando finalmente Dios las salva. Si el carácter corrupto de una persona no cambia, al final, será castigada. A la luz de las palabras de Dios, vi cuán absurdas eran mis opiniones. Siempre pensé que, mientras más sufriera, me sacrificara y me entregara a Dios, me salvaría y recibiría el buen destino que Dios les otorga a las personas. Esto no era más que una ilusión de mi parte. Si solo cumplía mi deber sin examinar las impurezas presentes en él, no me enfocaba en perseguir la verdad y mi carácter corrupto jamás cambiaba, y cuando no recibía bendiciones incluso hacía responsable a Dios, al final, sería castigada por resistirme a Él. Al ver esto me di cuenta del gran peligro en el que me encontraba. Si continuaba recorriendo esa senda, ¡sería descartada sin ni siquiera saber por qué! Le agradecí sinceramente a Dios por permitir que esta enfermedad me ayudara a ver la senda equivocada que recorría en mi fe y cambiar de rumbo a tiempo. También comprendí que creer en Dios no debe consistir en perseguir bendiciones, sino en perseguir la verdad y un cambio de carácter, y en someterse a todos los arreglos de Dios. Al darme cuenta de esto, mi corazón se sintió aliviado y liberado de inmediato, y ya no lo limitaban la enfermedad ni la muerte. Si mi enfermedad reaparecía o hacía metástasis, estaba dispuesta a someterme a las orquestaciones de Dios. Independientemente de que mi enfermedad pudiera curarse o de que pudiera recibir bendiciones en el futuro, me esforzaría al máximo para cumplir con mis deberes adecuadamente. A partir de entonces, comencé a trabajar con los hermanos y hermanas para resolver dificultades y problemas en la divulgación del evangelio, y logramos algunos resultados. Más de diez días después, fui a hacerme otro chequeo médico e, inesperadamente, todos los valores eran normales.
Obtuve mucho de esta enfermedad. Observé mi verdadera estatura, y vi que había abandonado a mi familia y mi carrera todos estos años para recibir bendiciones, y únicamente por provecho. ¡Mi corazón sí que era terco! Dios me había dado mucha gracia y bendiciones, y había trabajado constantemente para salvarme, pero debido a esta única cosa que no satisfizo mis exigencias, discutí con Dios y lo hice responsable. Dios había pagado tanto por mí y, sin embargo, ¡no logró obtener mi corazón sincero a cambio! Al pensar en ello, me siento profundamente en deuda con Dios. No obstante, al mismo tiempo, estaba muy agradecida con Él, porque si no fuera por esta enfermedad, nunca me hubiera dado cuenta ni reflexionado sobre mí misma, habría seguido intentando engañarlo, extorsionarlo y establecer acuerdos con Él. Si Dios no me lo hubiera revelado, aún pensaría que podía salvarme. Pero ahora veo que mi estatura es patéticamente pequeña, ¡y que estoy muy lejos de lograr la salvación! Necesito comenzar de nuevo, pero esta vez usando la razón. Sin importar la manera en la que Dios me pruebe en el futuro, debo someterme a Sus orquestaciones, perseguir la verdad y buscar un cambio en mi carácter.