71. ¿Es respetar a los mayores y amar a los pequeños el sello de una buena persona?
Nací en una familia china tradicional. Desde que era pequeña, mis padres me enseñaron a ser una niña bien educada, sensata y respetuosa, a saludar con respeto a mis mayores y a no ser descortés, de lo contrario, la gente diría que era una malcriada. Cuando empecé a ir a la escuela, los profesores nos solían decir que China siempre ha sido un país que da importancia a los rituales y las normas de conducta, y que las personas deben tener buenos modales al relacionarse con los demás. A menudo encontraba moralejas en mis libros de texto, como la del cuento de Kong Rong entregando las peras más grandes, y esas historias se me quedaron grabadas en la memoria. Pensaba que una persona debía seguir normas de conducta adecuadas, respetar a los mayores y amar a los pequeños; solo así podría ser una persona buena y bien educada. Siempre viví conforme a esa cultura tradicional, fui respetuosa y cortés con las personas mayores y nunca las ofendí. Incluso si en algún momento los veía hacer algo equivocado, jamás me atrevía a decírselo a la cara. Después de comenzar a creer en Dios y a cumplir con mi deber, en la iglesia, seguí viviendo de acuerdo con las ideas tradicionales de ser bien educada y sensata, respetar a los mayores y amar a los pequeños. Especialmente, en lo que se refiere al trato con los hermanos y hermanas mayores, nunca los llamaba directamente por su nombre, sino que siempre me dirigía a ellos con respeto, llamándolos “señora tal” o “señor cual” para que la gente pensara que yo era considerada y educada. Cuando trabajaba en equipo con algunos hermanos y hermanas mayores, y veía que tenían algunos problemas en sus deberes, no me atrevía a mencionárselos. Pensaba: “Estos hermanos y hermanas son de la generación de mis padres, y algunos de ellos tienen edad incluso para ser mis abuelos. Si les señalo sus problemas directamente, ¿no dirán que soy irrespetuosa y una malcriada?”. Por eso, casi nunca les señalaba sus problemas. Incluso si les decía algo, primero buscaba las palabras más adecuadas para hacerlo y les hablaba en tono amable para no herirles el orgullo. Como siempre me comportaba de manera refinada, culta y cortés frente a los hermanos y hermanas, todos pensaban que yo era madura y estable, y que tenía buena humanidad, mientras que yo pensaba que actuar de esa manera era practicar la verdad.
Más tarde, asumí el deber relacionado con textos en la iglesia. Una vez, la líder dijo que faltaba personal para el trabajo relacionado con textos. Dijo que un hermano llamado Wen Tao había cumplido antes dicho deber y que comprendía algunos de los principios, por lo que quería asignarle ese trabajo y me pidió que hablara con él. Cuando fui a hablar con Wen Tao, estuvo dispuesto a cumplir con este deber, aunque mencionó que su estado de salud era delicado y que no podía trabajar demasiado. Le dije que podíamos organizar su carga de trabajo de forma razonable en función de su estado de salud, para que pudiera mantener tanto su buena salud como su energía. Él estuvo de acuerdo. Sin embargo, solo habían pasado un par de días cuando la líder dijo que Wen Tao le había escrito una carta en la que decía que no se encontraba bien y que prefería predicar el evangelio a cumplir el deber relacionado con textos. La líder me pidió que volviera a hablar con Wen Tao. Pensé: “Cuando predica el evangelio, suele tener que ir de aquí para allá; ¿no sufrirá de todos modos? ¿Por qué está dispuesto a predicar el evangelio, pero no a hacer el deber relacionado con textos? ¿Estará pasando por algún tipo de dificultad? ¿O será que piensa que el deber relacionado con textos no le permitirá ocupar un primer plano?”. Quería hablar con él, pero también me preocupaba lo que podría pensar de mí si se lo decía a la cara. Quizás me tacharía de joven y arrogante, y diría: “Apenas acabas de empezar a creer en Dios y ya estás señalando mis problemas. ¡Estás siendo descortés e irrespetuosa!”. Por su edad, Wen Tao podía considerarse uno de mis mayores. Cuando lo veía, generalmente le decía “señor Wen”. Si esta vez le señalaba sus problemas a la cara, ¿no significaría eso que yo era malcriada e irrespetuosa? Al pensarlo, decidí que debía mantener la boca cerrada. Al día siguiente, cuando me reuní con Wen Tao, solo le hice algunas preguntas acerca de su estado y sobre si tenía alguna inquietud respecto a su deber, y luego le hablé basándome en mi propia experiencia. Al final, aceptó seguir haciendo el deber relacionado con textos.
Poco tiempo después, Wen Tao compartió su estado en una reunión y una hermana le señaló sus problemas. Le preguntó: “¿Existía alguna dificultad para que no estuviera dispuesto a hacer el deber relacionado con textos? ¿O había algún motivo detrás? ¿Se debe a que ese deber no es el centro de todas las miradas o a otra cosa?”. Gracias al comentario de esta hermana, Wen Tao comenzó a reflexionar y se dio cuenta de que su deseo de obtener reputación y estatus influía en su selectividad a la hora de cumplir un deber. Pensaba que predicar el evangelio lo pondría en el centro de todas las miradas, lo que haría que los hermanos y hermanas lo tuvieran en alta estima dondequiera que fuera, mientras que el deber relacionado con textos no le permitiría ser el centro de atención y nadie sabría cuánto se había esforzado. Esta era la razón por la que quería predicar el evangelio, un deber que lo pondría en un primer plano. Tras esto, Wen Tao comió y bebió las palabras de Dios, reflexionó e intentó conocerse a sí mismo, y se dio cuenta de que, al perseguir la reputación y el estatus, estaba recorriendo la senda de Pablo. Cambió la opinión errónea que tenía con respecto a cómo veía sus deberes y escribió un artículo de testimonio vivencial. Al enterarme de esto, reflexioné y pensé: “Yo también sabía que había una razón por la que Wen Tao no estaba dispuesto a hacer el deber relacionado con textos, entonces, ¿por qué fui tan lenta en reaccionar y tan reticente a señalarle sus problemas? ¿Qué es exactamente lo que me controló en aquel momento?”. Entonces, leí las palabras de Dios: “Si en la iglesia alguien es más viejo o cree en Dios desde hace muchos años, siempre deseas mostrarle respeto. Dejas que terminen de hablar, sin interrumpirlos aunque estén diciendo sandeces, e incluso aunque hagan algo incorrecto y deban ser podados, intentas mantener su reputación y evitas criticarlos frente a los demás, al pensar que, por muy irracionales o terribles que sean sus actos, todo el mundo debe tratar de perdonarlos y tolerarlos igualmente. A menudo enseñas también a los demás: ‘Debemos mostrar cierto respeto a la gente mayor y no menoscabar su dignidad. Nosotros somos aún gente joven’. ¿De dónde proviene ese concepto de ‘gente joven’? (De la cultura tradicional). Proviene del pensamiento de la cultura tradicional. Además de esto, en la iglesia se ha afianzado una tendencia: la gente, al encontrarse con hermanos y hermanas de mayor edad, se refiere a ellos afectuosamente como ‘hermano mayor’, ‘hermana mayor’, ‘tita’ o ‘tito’, como si fueran todos parte de una gran familia; se muestra un respeto adicional a esas personas mayores, lo cual hace que las personas más jóvenes causen inconscientemente una buena impresión en la mente de los demás. Estos elementos de la cultura tradicional están muy enraizados en los pensamientos y en la médula del pueblo chino, hasta el punto de que se difunden continuamente, dando forma al ambiente de la vida de iglesia. Dado que las personas a menudo están limitadas y controladas por estos conceptos, no solo los respaldan personalmente y trabajan mucho para actuar y practicar en esa dirección, sino que también aprueban que otros hagan lo mismo y les instruyen para que los sigan. La cultura tradicional no es la verdad; eso está claro. ¿Pero acaso el simple hecho de saber que no es la verdad es suficiente para las personas? Que no sea la verdad es un aspecto; ¿por qué deberíamos diseccionarlo? ¿Cuál es su origen? ¿Dónde radica la esencia del problema? ¿Cómo puede uno desprenderse de esas cosas? Diseccionar la cultura tradicional tiene como fin proporcionarte una comprensión novedosa de las teorías, pensamientos y perspectivas de este aspecto en lo más profundo de tu corazón. ¿Cómo se puede alcanzar esa comprensión novedosa? En primer lugar, debes saber que la cultura tradicional tiene su origen en Satanás. ¿Y cómo infunde Satanás estos elementos de la cultura tradicional en los seres humanos? En cada era, Satanás utiliza algunas figuras destacadas y grandes personajes para difundir esos pensamientos, esas supuestas máximas y teorías. Después, paulatinamente, esas ideas se sistematizan y concretan, aproximándose cada vez más a las vidas de las personas, hasta que terminan por extenderse entre la gente; poco a poco esas máximas, teorías y pensamientos satánicos se infunden en la mente de las personas. Tras ser adoctrinadas, las personas consideran que esos pensamientos y teorías provenientes de Satanás son las cosas más positivas que deben practicar y acatar. Seguidamente, Satanás usa esas cosas para aprisionar y controlar sus mentes. Generación tras generación, han sido educadas, condicionadas y controladas en esas circunstancias, y así hasta llegar a nuestros días. Todas esas generaciones han creído que la cultura tradicional es buena y correcta. Nadie disecciona los orígenes ni la fuente de esas cosas presuntamente buenas y correctas: eso es lo que otorga al problema toda su gravedad. Incluso algunos creyentes que han leído las palabras de Dios durante muchos años siguen pensando que esas cosas son correctas y positivas, hasta el punto de que creen que estas pueden sustituir a la verdad, a las palabras de Dios. Es más, algunos piensan: ‘No importa cuánto leamos de las palabras de Dios, puesto que vivimos en sociedad, no es posible deshacerse de las supuestas ideas y elementos tradicionales de la cultura, como las Tres Obediencias y las Cuatro Virtudes, así como de conceptos como benevolencia, rectitud, decoro, sabiduría y fiabilidad. Esto es así porque las hemos heredado de nuestros ancestros, que eran sabios. No podemos oponernos a sus enseñanzas solo porque creamos en Dios, y tampoco podemos alterarlas ni abandonarlas’. Estos pensamientos y esta conciencia existen en el corazón de todas las personas. Inconscientemente, todas ellas siguen controladas por estos elementos de la cultura tradicional y se rigen por ellos. Por ejemplo, cuando un niño ve que estás en la veintena y te llama ‘tío’, tú te sientes complacido y satisfecho. Si te llama directamente por tu nombre, te sientes incómodo, piensas que el niño es maleducado y habría que regañarlo, y tu actitud cambia. En realidad, tanto si te llaman ‘tío’ como si te abordan por tu nombre, eso no tiene ninguna relevancia respecto a tu integridad. Entonces, ¿por qué te disgustas cuando no te llaman ‘tío’? Porque estás dominado e influido por la cultura tradicional, que se ha enraizado preventivamente en tu mente y se ha convertido en tu patrón más básico para tratar con la gente, los acontecimientos y las cosas, y para evaluarlo y juzgarlo todo. Si tu patrón es incorrecto, ¿puede ser correcta la naturaleza de tus actos? Por supuesto que no” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 6). Las palabras de Dios pusieron al descubierto mi estado exacto. La cultura y las ideas tradicionales, como respetar a los mayores, amar a los pequeños y ser refinada y culta, me habían influenciado profundamente. Desde una edad temprana, la educación que recibí en casa y en la escuela me hizo creer que solo podía considerarme una buena persona si era respetuosa, culta y sensata, y que aquellos que llamaban a los ancianos directamente por su nombre y les faltaban al respeto eran unos malcriados y no se merecían que los demás los respetaran. Tanto cuando interactuaba con no creyentes como cuando hacía mi deber en la casa de Dios, siempre vivía de acuerdo con esas ideas tradicionales, las consideraba mis normas de conducta y creía que actuar de esa manera significaba que estaba practicando la verdad. Cuando interactuaba con hermanos y hermanas que eran mayores que yo, nunca los llamaba directamente por sus nombres, sino que me dirigía a ellos respetuosamente diciéndoles “señor” o “señora” para darles una imagen positiva de mí como persona bien educada. Cuando en ocasiones percibí algunas de sus revelaciones corruptas, debí haber sido honesta y habérselo mencionado para ayudarlos a buscar la verdad y resolver su problema. Sin embargo, para no destruir la imagen positiva que los hermanos y hermanas tenían de mí en sus corazones, nunca me atreví a señalarles esas cosas directamente. Pensaba que, si lo hacía, demostraría que era una malcriada y que no tenía buenos modales. Incluso cuando les decía algo, lo hacía dando rodeos y tocando el tema con tacto, lo que era totalmente ineficaz. Al igual que la última vez, cuando hablé con Wen Tao sobre este asunto relacionado con sus deberes. Había visto con claridad su problema al rechazar su deber, y debería habérselo señalado para ayudarlo a reflexionar y aprender lecciones. Sin embargo, para evitar que él pensara que yo era irrespetuosa y malcriada, me abstuve de decírselo directamente, me limité a mencionarlo de manera superficial a través de algunas palabras y doctrinas, y pensé que eso bastaría para resolver el problema. En realidad, no lo ayudé en lo más mínimo, ¡sino que lo estaba perjudicando! Finalmente vi con claridad que respetar a los mayores y amar a los pequeños no es la verdad, no es un principio de conducta ni una base para juzgar la humanidad de una persona.
Tras esto, leí más palabras de Dios: “¿En qué quiere Dios que se base el hombre para evaluar a los demás? ¿De acuerdo con qué quiere que el hombre contemple a las personas y las cosas? (Con Sus palabras). Quiere que el hombre contemple a las personas según Sus palabras. Concretamente, esto implica evaluar si una persona tiene humanidad según Sus palabras. Eso, en parte. Más allá de eso, se basa en si esa persona ama la verdad, si tiene un corazón temeroso de Dios y si es capaz de someterse a la verdad. ¿No son estos los aspectos concretos? (Sí). ¿Y en qué se basa el hombre para evaluar la bondad de otra persona? En si es culta y mesurada, en si se relame o tiende a hurgar los bocados cuando come, en si espera a que sus mayores se sienten antes de sentarse ella a comer. Utiliza estas cosas para evaluar a los demás. ¿Acaso utilizarlas no supone aplicar el criterio de conducta de ser culto y sensato? (Así es). ¿Son precisas esas evaluaciones? ¿Se ajustan a la verdad? (No). Es bastante obvio que no se ajustan a la verdad. ¿Y cuál es el resultado último de dicha evaluación? Que el que evalúa cree que todo aquel que es culto y sensato es buena persona y, si enseña la verdad, siempre le inculca a la gente esas reglas y enseñanzas familiares y buenas conductas. Y el resultado último de que inculque estas cosas a la gente es que hace que esta tenga buenas conductas, pero la esencia corrupta de esas personas no se transforma en absoluto. Esta manera de hacer las cosas se aleja mucho de la verdad y de las palabras de Dios. Esas personas tienen simplemente unas pocas buenas conductas. ¿Y pueden transformarse las actitudes corruptas que albergan con una buena conducta? ¿Pueden alcanzar la sumisión y la lealtad a Dios? Ni mucho menos. ¿En qué se han convertido estas personas? En unos fariseos, que solamente tienen una buena conducta externa, pero que, fundamentalmente, no comprenden la verdad y no son capaces de someterse a Dios. ¿No es así? (Sí). Fijaos en los fariseos: ¿no eran impecables en apariencia? Guardaban el sabbat; el sábado no hacían nada. Eran corteses cuando hablaban, bastante mesurados y obedientes a los preceptos, muy cultos, civilizados y eruditos. Como se les daba bien disimular y no temían a Dios en absoluto, sino que lo juzgaban y condenaban, al final Él los maldijo. Dios los definió como fariseos hipócritas, malhechores todos ellos. Del mismo modo, es evidente que las personas que aplican la buena conducta de ser culto y sensato como criterio propio de conducta y actuación no son personas que persigan la verdad. Cuando aplican esta regla para evaluar a los demás, comportarse y actuar, claro está, no persiguen la verdad; y cuando emiten un juicio sobre alguien o algo, el criterio y el fundamento de ese juicio no se ajustan a la verdad, sino que la quebrantan. En lo único que se centran es en la conducta de una persona, en sus formas, no en su carácter y esencia. Su fundamento no son las palabras de Dios ni la verdad; por el contrario basan sus evaluaciones en este criterio de conducta de la cultura tradicional de ser culto y sensato. A resultas de dicha evaluación, para ellos, una persona es buena y está en consonancia con las intenciones de Dios siempre y cuando tenga buenas conductas externas como la de ser culta y sensata. Cuando la gente adopta semejantes clasificaciones, es evidente que ha adoptado una postura contraria a la verdad y a las palabras de Dios. Y cuanto más aplica este criterio de conducta para contemplar a las personas y las cosas, comportarse y actuar, más se aleja de las palabras de Dios y de la verdad. Aun así, disfruta con lo que hace y cree perseguir la verdad. Al defender algunos enunciados buenos de la cultura tradicional, cree defender la verdad y el camino verdadero. Sin embargo, por mucho que se atenga a esas cosas, por mucho que se empeñe en ellas, a la larga no tendrá experiencia ni apreciación de las palabras de Dios, la verdad, ni se someterá a Dios lo más mínimo. Menos aún puede suscitar esto un temor sincero a Dios. Es lo que sucede cuando la gente defiende toda buena conducta como la de ser culto y sensato. Cuanto más se centra el hombre en la buena conducta, en vivirla, en aspirar a ella, más se aleja de las palabras de Dios, y cuanto más alejado está de las palabras de Dios, menos comprende la verdad. Es de esperar” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa perseguir la verdad (3)). A primera vista, parece que la cultura tradicional nos ayuda a ser personas bien educadas, sensatas y nobles, pero, en realidad, nos enseña a disfrazarnos, a guardar las apariencias y a mostrar una imagen superficial y falsa para engañar a las personas. Al vivir según esta cultura tradicional, solo podemos mostrar una apariencia temporal y falsa de buen comportamiento, pero no podemos resolver nuestras actitudes corruptas en absoluto. Si vivimos según la cultura tradicional, nunca podremos vivir conforme a la verdadera semejanza humana. Como creyentes en Dios, la exigencia que Él nos hace es: “Contemplar a las personas y las cosas, comportarse y actuar en todo de acuerdo con las palabras de Dios, con la verdad por criterio” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa perseguir la verdad (2)). Es decir, las personas deben hablar y actuar con un corazón temeroso de Dios, proteger la obra de la casa de Dios al hacer sus deberes, abrirse de manera pura y ser honestas cuando interactúen con los hermanos y hermanas, y ayudarse entre sí en la entrada en la vida. Esa es la humanidad y la razón que las personas deben poseer. Sin embargo, yo no me comportaba conforme a las exigencias de Dios, sino que consideraba la cultura tradicional que nos inculcó Satanás, como el hecho de ser bien educado, sensato, refinado y culto, como verdades a las que aferrarme y me comportaba bien de manera superficial para guardar las apariencias. Sobre todo cuando colaboraba con hermanos y hermanas mayores, y estaba claro que, por dentro, me desagradaban, seguía disimulando y, por fuera, era paciente y cariñosa con ellos, lo que utilizaba para desorientar a la gente y hacer que me vieran con buenos ojos. Cuando veía problemas en los deberes de los hermanos y hermanas, no se los señalaba ni los ayudaba, sino que siempre pensaba en sus sentimientos y temía herírselos si decía algo. Pensaba que actuar así significaba que respetaba a los hermanos y hermanas y que mostraba refinamiento, pero, en realidad, solo me comportaba así para forjarme una buena imagen de persona refinada y culta. ¿Cómo podía alguien como yo tener humanidad? Era egoísta y falsa, igual que los fariseos hipócritas que desorientaban a la gente. Vivía según esta cultura tradicional y cada vez era más insincera y falsa, sin ninguna conciencia ni razón. También llegué a entender que la práctica de la verdad que exige Dios no consiste en fingir tener un buen comportamiento, sino en ser capaz de hacer las cosas según los principios-verdad y en dejar de vivir de acuerdo con el carácter corrupto de cada uno. Por entonces, consideré erróneamente que la cultura tradicional de respetar a los mayores y amar a los pequeños era la verdad, con el pensamiento de que, siempre que me aferrara a esos buenos comportamientos superficiales, estaría practicando la verdad, y dejé las palabras y exigencias de Dios en un segundo plano. ¿Realmente creía en Dios? No importa cuánto me ciñera a esos buenos comportamientos; eso no significaba que estuviera practicando la verdad, y era imposible que recibiera la aprobación de Dios.
Más tarde, busqué una senda de práctica en las palabras de Dios. Leí las siguientes palabras de Dios: “¿Cuál debe ser la base del discurso y las acciones de la gente? Las palabras de Dios. Entonces, ¿cuáles son los requisitos y normas que Dios tiene para el discurso y las acciones de las personas? (Que sean constructivos para las personas). Exacto. Fundamentalmente, debes decir la verdad, hablar con honestidad y beneficiar a los demás. Como mínimo, tu discurso debe edificar a las personas y no engañar, inducir a error, burlarse de la gente, ridiculizarla, mofarse de ella, parodiarla, oprimirla, exponer sus debilidades o herirla. Esta es la expresión de una humanidad normal. Es la virtud de la humanidad. ¿Te ha dicho Dios lo alto que tienes que hablar? ¿Te ha exigido alguna lengua vehicular? ¿Te ha exigido una retórica florida o un estilo lingüístico elevado y refinado? (No). No hay ni un ápice de ninguna de esas cosas superficiales, hipócritas, falsas y sin beneficio tangible. Todas las exigencias de Dios son cosas que debería tener la humanidad normal, unos criterios y principios de lenguaje y conducta del hombre. Da igual dónde haya nacido alguien o qué idioma hable. En cualquier caso, las palabras que tú digas, su prosa y su contenido, deben ser edificantes para los demás. ¿Qué implica que sean edificantes? Implica que los demás, tras haberlas oído, las perciban sinceras, obtengan de ellas enriquecimiento y ayuda, comprendan la verdad y ya no estén confundidos ni sean propensos a que los desorienten. Así pues, Dios exige a la gente que diga la verdad, lo que piensa, que no engañe, induzca a error, se burle, ridiculice, se mofe, parodie, oprima a los demás o exponga sus debilidades ni los hiera. ¿No son estos los principios discursivos? ¿Qué significa decir que uno no debe exponer las debilidades de la gente? Significa no buscar defectos en los demás. No aferrarse a sus errores o faltas del pasado para juzgarlos o condenarlos. Esto es lo menos que debes hacer. Desde el lado proactivo, ¿cómo se expresa el discurso constructivo? Principalmente, se trata de animar, orientar, guiar, exhortar, comprender y reconfortar. Además, en casos especiales, se hace necesario sacar directamente a la luz los errores de otras personas y podarlas para que adquieran conocimiento de la verdad y deseen arrepentirse. Es entonces cuando se consigue el efecto pretendido. Esta forma de practicar beneficia enormemente a la gente. Le supone una verdadera ayuda y es muy constructiva, ¿verdad? […] Y, en resumen, ¿cuál es el principio que subyace al hablar? Es este: decir lo que hay en tu corazón, y hablar de tus verdaderas experiencias y de lo que realmente piensas. Estas palabras son las más beneficiosas para las personas, proveen para ellas, las ayudan, son positivas. Rechaza decir esas palabras falsas, esas palabras que no benefician ni edifican a las personas; así evitarás perjudicarlas o hacerlas tropezar, sumirlas en la negatividad y tener un efecto negativo. Debes decir cosas positivas. Debes esforzarte por ayudar a las personas tanto como puedas, para beneficiarlas, para proveer para ellas, para producir en ellas la verdadera fe en Dios; y debes permitir que se ayude a las personas, que ganen mucho a partir de tus experiencias de las palabras de Dios y de la forma en que resuelves los problemas, y que sean capaces de entender la senda de la experiencia de la obra de Dios y de entrar en la realidad-verdad, así les permitirás tener entrada en la vida y harás que esta crezca, todo lo cual es el efecto de que tus palabras tengan principios y resulten edificantes para las personas” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa perseguir la verdad (3)). A partir de las palabras de Dios entendí que los principios para interactuar con las personas no implican respetar a los mayores, amar a los pequeños ni ser cortés, como nos enseñó la cultura tradicional, ni tampoco tienen que ver con hablar de manera gentil, refinada o culta, sino que implican ver si lo que decimos es conforme a la verdad y resulta edificante para los hermanos y hermanas. En la casa de Dios, no se separa a los hermanos y hermanas según su estatus, ni se ordena a las personas por antigüedad en función de quién es la más mayor o quién lleva creyendo más tiempo en Dios. Tanto si los hermanos y hermanas son mayores como si son jóvenes, todos los que creen en Dios y cumplen con sus deberes tienen el mismo estatus. Cuando las personas perciben los problemas de los demás, pueden hablar sobre la verdad, ayudarse entre ellas y también señalarse los problemas directamente cuando sea necesario, así como hablar, orientar y podar de acuerdo con las palabras de Dios. Mientras uno tenga buenas intenciones y pueda beneficiar la entrada en la vida de los hermanos y hermanas, en lugar de aprovecharse de los demás o atacarlos de forma intencionada, es incluso correcto que use un tono más severo al hablar. Las personas que persiguen la verdad no desarrollarán prejuicios hacia mí solo por la manera en la que hable o el tono que use, ni me menospreciarán solo porque sea joven. Al contrario, aceptarán las cosas de parte de Dios, buscarán la verdad e intentarán comprender sus problemas. No hay razón para que albergue ninguna preocupación o recelo. La hermana que señaló los problemas de Wen Tao también era bastante joven y, cuando identificó un problema, fue capaz de abrirse de manera pura y hablar de ello, lo que ayudó a Wen Tao a entenderse a sí mismo. Wen Tao no se sintió ofendido solo porque esa hermana fuera joven, sino que aceptó lo que le dijo con una mentalidad abierta y también buscó la verdad, reflexionó y trató de conocerse a sí mismo, y experimentó auténticos beneficios. En cuanto a mí, vivía siempre conforme a la cultura tradicional, como respetar a los mayores y amar a los pequeños. Cuando percibí los problemas de Wen Tao, tardé en reaccionar y no me atreví a señalárselos, solo le dije algunas palabras insinceras y superficiales para disfrazarme y porque quería que él tuviera una buena impresión de mí. Mi manera de actuar no fue edificante para Wen Tao y no aportó ningún beneficio al trabajo de la iglesia. También llegué a entender que solo practicar conforme a las palabras de Dios está de acuerdo con Sus intenciones y beneficia el trabajo de la iglesia y la vida de los hermanos y hermanas. Tras lo sucedido, cuando percibía que los hermanos y hermanas revelaban corrupción o hacían cosas que vulneraban los principios en sus deberes, se lo señalaba y hablaba sobre las palabras de Dios para ayudarlos, independientemente de que fueran mayores que yo. Aunque, al principio, algunos hermanos y hermanas no eran capaces de reconocer sus problemas ni de aceptar mi ayuda, con el tiempo, gracias a comer y beber las palabras de Dios y a buscar y reflexionar, pudieron aceptar mis sugerencias, así como extraer algunas lecciones de ellas.
También hubo una época en la que vi que la líder parecía estar muy ocupada todos los días, pero, en realidad, su implementación del trabajo solo se limitaba a hacer las cosas de acuerdo con el procedimiento y a transmitir instrucciones. Ni siquiera pensaba en resolver los problemas evidentes que tenía el trabajo de la iglesia ni preguntaba realmente sobre el estado de los hermanos y hermanas. De seguir así las cosas, sería difícil que el trabajo de la iglesia lograra buenos resultados. Pensé: “Ya le mencioné este problema antes de forma indirecta, pero quizá no se dio cuenta de la gravedad del asunto. Quizá deba decírselo de nuevo”. Pero luego pensé en que esa líder tenía la misma edad que mi madre, que era una de mis mayores, y que la había tratado con respeto desde que era joven. Si la acusaba de no hacer obra real y de comportarse como una falsa líder, ¿no pensaría de mí que era irrespetuosa? Quizá sería mejor informar a los líderes de nivel superior y que fueran ellos los que hablaran con ella. Cuando se me ocurrió esta idea, pensé en las palabras de Dios: “Debes decir la verdad, hablar con honestidad y beneficiar a los demás. Como mínimo, tu discurso debe edificar a las personas” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa perseguir la verdad (3)). De repente, me di cuenta de que tenía una opinión incorrecta al respecto. Había percibido con claridad que la líder tenía problemas con su deber, y debía hacérselo saber para ayudarla a reconocerlos y a cambiar su rumbo de inmediato. Eso la beneficiaría tanto a ella como a la obra de la iglesia. Sin embargo, dudé y no me atreví a decírselo, ya que aún me regía por ideas tradicionales, como la de respetar a los mayores y amar a los pequeños, y vivía según las leyes de supervivencia de Satanás. Esa hermana no era consciente en aquel momento de los problemas que tenía y necesitaba que los hermanos y hermanas a su alrededor se los señalaran y la ayudaran con amor. Dado que yo me había dado cuenta de sus problemas, debía mencionárselos. En eso consistía realmente cumplir con mi responsabilidad. Tras esto, cuando volví a reunirme con la líder, encontré un pasaje de las palabras de Dios sobre el que hablar con ella, y le señalé que, debido a que solo celebraba reuniones y en realidad no resolvía los problemas, estaba transitando por la senda de una falsa líder. Después de leer las palabras de Dios, reconoció que mostraba manifestaciones de ser una falsa líder y reflexionó acerca de su consideración de la carne y sobre el hecho de que no quisiera preocuparse ni pagar ningún precio, y estuvo dispuesta a cambiar su rumbo. Tras eso, cambió un poco, fue más detallista en su trabajo y habló con los hermanos y hermanas y los ayudó para resolver algunos problemas. ¡Le di gracias a Dios con el corazón!
Al experimentar esto, vi que vivir según la cultura tradicional de Satanás puede hacer que aparentemos ser respetuosos y corteses, y ayudarnos a ganarnos el respeto de los demás, pero no cambia de ninguna manera nuestras actitudes corruptas. Al vivir acorde a ellas, uno lleva una máscara, se vuelve cada vez más hipócrita, y es insincero con las personas. Solo al contemplar a las personas y las cosas, comportarse y actuar conforme a las palabras de Dios y los principios-verdad puede alguien conseguir que todas sus acciones beneficien la obra de la iglesia y la vida de los hermanos y hermanas, y solo entonces podrá vivir conforme a la verdadera semejanza humana.