32. Cómo debería tratar mis transgresiones
En 2020, cumplía mi deber mientras perseguía la fama y el estatus atacando y excluyendo a los demás, lo que trastornó y perturbó el trabajo de la iglesia e hizo que me destituyeran. Me sentía muy negativa y pensaba en cómo pude haber cometido un mal tan grande como para que me expulsaran y creía que no tenía esperanzas de ser salva. Más tarde, los líderes vieron que había reflexionado y que entendía mi comportamiento y la senda en la que estaba, por lo que dispusieron que volviera a cumplir mis deberes. Me sorprendió mucho. Al ver que la casa de Dios todavía me daba la oportunidad de cumplir mis deberes, se me llenaron los ojos de lágrimas y se me llenó el corazón de gratitud hacia Dios. Decidí de corazón: “Debo cumplir mis deberes de forma adecuada para compensar mis transgresiones anteriores y no puedo perseguir la fama y el estatus ni recorrer la senda equivocada como antes”.
Más tarde, me pusieron a cargo del trabajo evangélico de dos iglesias. Al principio, no captaba los principios de predicar el evangelio y tuve muchos problemas y dificultades en mi trabajo, los cuales no sabía cómo resolver. Por lo tanto, oré a Dios en mi corazón y, siempre que tenía tiempo, me esforzaba para pensar las cosas y buscar los principios. Durante las reuniones, escuchaba a los hermanos y hermanas compartir lo que habían experimentado y conseguido al predicar el evangelio. Sentía envidia y pensaba que, mientras Dios guiaba a los demás mientras cumplían sus deberes, yo era diferente, ya que era alguien que había cometido serias transgresiones. Sentía que, dado que Dios aún me daba la oportunidad de arrepentirme, tenía que esforzarme más que los demás y no podía cometer más errores. Iba y venía entre las iglesias todos los días e, incluso cuando me daban ataques de vértigo, seguía haciendo mis deberes sin descanso y pensaba: “Siempre que me esfuerce más en mis deberes y no cometa maldades ni cause trastornos, puedo compensar mis transgresiones anteriores y aún tener la oportunidad de ser salva”. Después de un tiempo, el trabajo evangélico del que era responsable comenzó a mostrar algunos resultados y los nuevos fieles pudieron asistir a las reuniones con normalidad. Cuando hablé sobre lo que había conseguido al predicar el evangelio durante ese tiempo, el supervisor estuvo de acuerdo con mi plática y me sentí muy feliz. Pensé: “He trabajado arduamente en mis deberes y he obtenido el reconocimiento de los hermanos y hermanas. También he obtenido esclarecimiento en la plática durante las reuniones y puedo sentir que el Espíritu Santo me guía. Siempre que mantenga mi estado actual, cumpla mis deberes con diligencia y aún mejor, no cause trastornos ni perturbaciones y organice más buenas obras, con el tiempo, puede que Dios no tenga en cuenta mis transgresiones anteriores”. Más tarde, los líderes dispusieron que me hiciera cargo del trabajo evangélico de más iglesias y me enteré de que algunas de esas iglesias estaban muy lejos de mi hogar. Pensé en que tenía mala salud y en que seguramente acabaría exhausta si seguía así, así que pensé en contarles a los líderes mi situación. Pero luego pensé: “Si rechazo mis deberes, ¿cómo me verá Dios?”. Así que no dije nada. Después, para familiarizarme con el trabajo más rápidamente, trabajaba desde sol a sol y me obligaba a hacerlo incluso cuando me sentía mal. A veces, pedía a las hermanas que me llevaran en sus bicicletas para poder asistir a las reuniones. Como me solía quedar despierta hasta tarde, mi salud se deterioró aún más. Me sentía débil en todo el cuerpo, tenía flojera en los brazos y piernas y solo podía apoyarme en el cabecero de la cama para obligarme a asistir a las reuniones. La verdad era que me sentía muy débil y quería volver a casa a recuperarme, pero al ver que el trabajo de la iglesia requería la colaboración de las personas, me sentía preocupada y pensaba: “Si vuelvo a casa a recuperarme y abandono mis deberes en este momento crítico, ¿cómo me verá Dios? ¿Tendré aún un buen futuro? ¿Tendré aún la posibilidad de ser salva?”. Así que, por muy difíciles que fueran las cosas, seguía cumpliendo mis deberes. Más tarde, mi afección mejoró de a poco gracias al tratamiento.
Unos meses después, me seleccionaron supervisora del trabajo evangélico. Cuando afronté ese deber, me preocupaba que mi mala salud significara que no estaría a la altura, pero luego pensé: “Si puedo cumplir bien con mis deberes hasta cuando estoy enferma, quizás Dios perdone mis transgresiones anteriores y entonces tendré la oportunidad de ser salva”. Con esto en mente, estuve dispuesta a asumir este deber. Una vez, los líderes me notificaron que debía asistir a una reunión, pero, la tarde antes de la reunión, mi afección empeoró de forma repentina. Tenía un fuerte dolor de estómago, sentía todo el cuerpo débil, me dolía la cabeza y apenas podía moverme. El médico me dijo que debía ponerme un suero y guardar reposo en cama. En ese momento, no sabía qué sentir y me preguntaba: “¿Por qué he vuelto a empeorar de mi enfermedad? Tengo muchos deberes ahora. Las hermanas con las que trabajo están ocupadas predicando el evangelio todos los días, pero en un momento tan crítico, no soy capaz de cumplir mis deberes. ¿Está Dios usando este entorno para revelarme y descartarme? Si realmente no puedo cumplir mis deberes, ¿qué futuro tendré?”. Solo pensarlo me hizo sentir muy angustiada, como si Dios me hubiera abandonado. Debido al suero, empecé a sentirme aturdida y, esa noche, caí en un sueño profundo. A la mañana siguiente, mientras reflexionaba sobre este asunto en mi corazón, pensé de repente en las palabras de Dios: “Durante el amargo refinamiento, el hombre puede caer más fácilmente bajo la influencia de Satanás, así que, ¿cómo debes amar a Dios durante tal refinamiento? Debes armarte de determinación, poner tu corazón delante de Dios y consagrarle el tiempo que te queda. No importa cómo te refine Dios, debes ser capaz de poner la verdad en práctica para satisfacer las intenciones de Dios y asumir la responsabilidad de buscarlo a Él y de buscar la comunión. En momentos como estos, mientras más pasivo seas, más negativo te volverás y más fácil te será retroceder” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo experimentando el refinamiento puede el hombre poseer el verdadero amor). Las palabras de Dios me permitieron entender que, cuanto más padezca uno el dolor del refinamiento más debe buscar la verdad y la intención de Dios. No podía seguir pensando en mi futuro y destino, sino que tenía que orar más a Dios. Independientemente de que tuviera un buen futuro o destino, estaba dispuesta a poner mi corazón ante Dios y a someterme, independientemente de cómo Él obrara. Sentí como si Dios me estuviera observando, esperando que me levantara y siguiera adelante. Mi corazón se calmó de a poco, y me sentí más tranquila y dispuesta a buscar la verdad en ese entorno.
Un día, leí un pasaje de las palabras de Dios y obtuve cierta comprensión sobre mi estado. Dios Todopoderoso dice: “Pablo no conocía su propia esencia ni corrupción y, mucho menos, su propia rebeldía. Nunca mencionó su desafío despreciable hacia Cristo ni se arrepintió demasiado. Solo ofreció una breve explicación y, en lo profundo de su corazón, no se doblegó totalmente ante Dios. Aunque cayó en el camino de Damasco, no examinó lo profundo de su ser. Se contentó simplemente con seguir obrando y no consideró que conocerse a sí mismo y cambiar su viejo carácter fueran los asuntos más cruciales. Se conformaba con simplemente hablar la verdad, con proveer para otros como un bálsamo para su propia conciencia y con no perseguir más a los discípulos de Jesús para consolarse y perdonarse por sus pecados pasados. La meta que perseguía no era otra que una corona futura y una obra transitoria, la meta que perseguía era la gracia abundante. No buscaba suficiente verdad ni buscaba progresar más profundamente en la verdad, la cual no había entendido previamente. Por consiguiente, se puede decir que su conocimiento de sí mismo era falso y que no aceptaba el castigo ni el juicio. Que fuera capaz de obrar no significa que poseyera un conocimiento de su propia naturaleza o de su esencia; su atención solo se centraba en las prácticas externas. Además, no se esforzaba por el cambio, sino por el conocimiento. Su obra fue, por completo, el resultado de la aparición de Jesús en el camino a Damasco. No fue algo que él hubiera decidido hacer en un principio ni fue una obra que ocurriera después de que aceptase la poda de su viejo carácter. Independientemente de cómo obrara, su viejo carácter no cambió y, por tanto, su obra no expió sus pecados pasados, sino que únicamente desempeñó cierto papel entre las iglesias de la época. Para alguien como él, cuyo viejo carácter no cambió —es decir, que no obtuvo la salvación y que, además, no tenía la verdad— era absolutamente incapaz de llegar a ser uno de los aceptados por el Señor Jesús. […] Él siempre creyó: ‘Soy capaz de obrar, soy mejor que la mayoría de las personas; soy considerado con la carga del Señor como nadie más y nadie se arrepiente tan profundamente como yo, porque la gran luz resplandeció sobre mí y la he visto; por tanto, mi arrepentimiento es más profundo que cualquier otro’. En ese momento, esto es lo que él pensaba en su corazón. Al final de su obra, Pablo dijo: ‘He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, y me está guardada la corona de justicia’. Su lucha, su obra y su carrera fueron enteramente en aras de la corona de justicia y él no avanzó de forma activa. Aunque no fue indiferente en su obra, puede decirse que la realizó simplemente con el fin de compensar sus errores y las acusaciones de su conciencia. Él solo esperaba completar su obra, terminar su carrera y pelear su batalla lo más pronto posible, de forma que pudiese obtener la tan anhelada corona de justicia cuanto antes. Lo que él anhelaba no era reunirse con el Señor Jesús con sus experiencias y su conocimiento verdadero, sino terminar su obra lo antes posible con el fin de recibir las recompensas que esta le había ganado cuando se encontrase con el Señor Jesús. Él usó su obra para consolarse y para hacer un trato a cambio de una corona futura. Lo que buscaba no era la verdad ni Dios, sino únicamente la corona. ¿Cómo puede una búsqueda así cumplir con el estándar? Su motivación, su obra, el precio que pagó y todos sus esfuerzos, sus maravillosas fantasías lo impregnaron todo, y él trabajó en total acuerdo con sus propios deseos. En la totalidad de su obra, no hubo la más mínima voluntad en el precio que pagó; simplemente estaba cerrando un trato. No hizo sus esfuerzos voluntariamente para cumplir con su deber, sino para conseguir el objetivo del trato. ¿Hay algún valor en tales esfuerzos? ¿Quién elogiaría sus esfuerzos impuros? ¿Quién tiene algún interés en ellos? Su obra estaba llena de sueños para el futuro, de planes maravillosos y no contenía una senda para cambiar el carácter humano. Así pues, gran parte de su benevolencia era fingida; su obra no proveía vida, sino que era un simulacro de civismo; era el cumplimiento de un trato. ¿Cómo puede una obra así llevar al hombre a la senda de la recuperación de su deber original?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). Dios puso al descubierto que Pablo no entendía de verdad sus actos malvados pasados cuando persiguió al Señor Jesús y arrestó a Sus discípulos ni comprendía realmente la esencia de su resistencia a Dios. Se limitaba a reconocer que estuvo equivocado y que no haría esas cosas para resistirse a Dios en el futuro. Luego intentó expiar sus pecados mediante aparentes actos de sacrificio, entrega y trabajo arduo. Al final, hasta afirmó que había una corona de justicia reservada para él. Me di cuenta de que los actos de sacrificio y entrega de Pablo no mostraban cómo un ser creado debería cumplir su deber ni tampoco un arrepentimiento genuino, sino, más bien, mostraban un intento de usar su trabajo para expiar sus pecados e intercambiarlo por una corona de justicia. Eso era una hipocresía y un intento de engañar a Dios y negociar con Él. Reflexioné sobre mis deberes pasados, cuando perseguía la reputación y el estatus, trastornando y perturbando el trabajo de la iglesia y cometía transgresiones, pero no reflexionaba profundamente sobre ellas ni las reconocía, ni solía sentirme en deuda con Dios o con mis hermanos y hermanas. Solo veía el daño que había causado al trabajo de la iglesia y la repercusión que había tenido en mis hermanos y hermanas. Me di cuenta de que me había resistido a Dios y enfrentaría Su castigo si seguía así, y me asusté. Así que, cuando retomé mis deberes, trabajé arduamente y me entregué, acepté cualquier deber que la iglesia me diera y me entregué a ese deber. Hasta seguía cumpliendo mis deberes cuando estaba tan enferma que apenas podía mantenerme en pie. Todos mis sacrificios eran para expiar mis pecados, con la vana esperanza de que un día pudiera intercambiarlos por el perdón y las recompensas de Dios. Me di cuenta de que mis sacrificios, entrega y trabajo arduo no eran sinceros, y mucho menos eran cumplir el deber de un ser creado. Al igual que Pablo, mis actos estaban destinados a expiar mis pecados, compensar mis transgresiones pasadas y, en última instancia, obtener un resultado y destino favorables. Usaba aparentes sacrificios, entrega y trabajo arduo con la vana esperanza de intercambiarlos por la gracia y las bendiciones de Dios, un buen resultado y destino, lo que resultaba en una relación completamente interesada con Dios. Reflexioné sobre cómo mis trastornos y perturbaciones pasadas casi hicieron que me expulsaran, porque, desde que empecé a creer en Dios, había perseguido la fama, el beneficio y el estatus. Vi que Xiaoyu, la hermana con la que colaboraba, era mejor que yo, lo que me hacía sentir empequeñecida y como si me hubieran arrebatado mi halo. Eso provocó que tuviera celos de ella, la rechazara y juzgara. Sabía que acababan de elegir líder a Xiaoyu, y que ella no estaba familiarizada con el trabajo, así que, cuando los líderes superiores nos notificaron que debíamos asistir a reuniones para analizar los problemas de la obra, me aseguré de que ella asistiera. Pensé que haría el ridículo si no podía decir nada durante la reunión y que los líderes verían que no era tan buena después de todo, lo que le impediría ser la protagonista. Cuando Xiaoyu señaló mis problemas de trabajo, sentí que había quedado mal, pero, en lugar de reflexionar sobre mí misma, saqué partido de su corrupción y la difundí por todos lados para hacer que los demás la aislaran. Más tarde, tuve problemas de seguridad y solo podía cumplir mis deberes en casa. Como Xiaoyu iba todos los días a trabajar, los hermanos y hermanas estaban dispuestos a compartir con ella, lo que me hizo sentir aún más intensamente que me había robado el protagonismo, y mis celos se intensificaron, junto con mis prejuicios hacia ella. Cuando llegó la elección anual de la iglesia, saqué partido de los problemas de Xiaoyu para magnificarlos y afirmé que no era apta para participar en la elección. De esta manera, esperaba asegurarme de que nadie amenazara mi estatus. Interrumpí el proceso electoral y perjudiqué mucho a Xiaoyu. Estos actos revelaron mi carácter malévolo y demostraron que estaba en la senda de un anticristo. No reflexioné sobre estos asuntos para reconocer mi naturaleza satánica que se oponía a Dios ni me arrepentí o cambié. En cambio, busqué expiar mis transgresiones a través de un aparente sufrimiento y entrega, con la esperanza de intercambiarlos por un buen destino. En secreto, estaba tratando de negociar con Dios y esto era, en esencia, un intento de engañarlo. Seguir por esa senda no me permitiría expiar mis pecados, sino solo acumular actos malvados y, al final, Dios me castigaría por resistirme a Él. Al reflexionar sobre la senda que había recorrido al creer en Dios durante muchos años, de repente sentí que mi búsqueda a lo largo de los años había sido completamente absurda y, en ese momento, sentí asco y odio hacia mí misma. Solo quería darme un manotazo fuerte en la cabeza. ¡Por qué no me había limitado a perseguir la verdad!
Más tarde, leí más de las palabras de Dios y obtuve cierta comprensión sobre mi naturaleza-esencia. Dios dice: “Estos días, la mayoría de las personas se encuentran en este tipo de estado: ‘Con el fin de ganar bendiciones, debo entregarme por Dios y pagar un precio por Él. Para conseguir bendiciones, debo abandonarlo todo por Dios; debo completar aquello que Él me ha confiado, y cumplir bien con mi deber’. Este estado está dominado por la intención de obtener bendiciones, lo que es un ejemplo de entregarse por completo por Dios con el propósito de obtener Sus recompensas y ganar una corona. Tales personas no tienen la verdad en su corazón y, sin duda, su entendimiento solo consiste en unas pocas palabras y doctrinas de las que presumen por todas partes. La suya es la senda de Pablo. La fe de tales personas es un acto de labor constante y, en lo más profundo, sienten que cuanto más hagan, más quedará probada su lealtad a Dios; que cuanto más hagan, con toda certeza Dios estará más satisfecho, y que cuanto más hagan, más merecerán que se les otorgue una corona ante Dios y mayores serán las bendiciones que obtengan. Piensan que si pueden soportar el sufrimiento, predicar y morir por Cristo, si pueden sacrificar su propia vida, y si pueden acabar todos los deberes que Dios les ha encomendado, entonces serán aquellos que obtienen las mayores bendiciones, y sin duda se les concederán coronas. Es exactamente lo que Pablo imaginó y buscó. Es la senda exacta por la que transitó, y fue bajo la guía de tales pensamientos que trabajó para servir a Dios. ¿Acaso esos pensamientos e intenciones no surgen de una naturaleza satánica? Igual que los seres humanos mundanos, que creen que mientras estén en la tierra deben buscar el conocimiento y, después de obtenerlo, pueden destacar entre la multitud, convertirse en un oficial y tener estatus. Piensan que, una vez que tienen estatus, pueden concretar sus ambiciones y llevar sus negocios y prácticas familiares a cierto nivel de prosperidad. ¿Acaso no siguen todos los no creyentes esta senda? Los que son dominados por esta naturaleza satánica solo pueden ser como Pablo en su fe. Ellos piensan: ‘Debo desecharlo todo para entregarme por dios. Debo ser leal a dios y, al final, recibiré grandes recompensas y coronas’. Esta es la misma actitud que la de las personas mundanas que buscan cosas mundanas. No difieren en absoluto y están sujetas a la misma naturaleza. Cuando las personas tienen ese tipo de naturaleza satánica, en el mundo buscarán obtener conocimiento, aprendizaje, estatus y destacar entre la multitud. Si creen en Dios, buscarán obtener grandes coronas y grandes bendiciones. Si las personas no persiguen la verdad cuando creen en Dios, con toda seguridad tomarán esta senda. Este es un hecho inmutable, es una ley natural. La senda que toman los que no persiguen la verdad es diametralmente opuesta a la de Pedro” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo caminar por la senda de Pedro). Vi mi estado como Dios lo había puesto al descubierto. Había abandonado todo para cumplir mi deber en aras de obtener bendiciones, sufrí y pagué un precio para ganarlas, seguí haciendo mi deber mientras estaba enferma e hice todo lo posible por cumplir bien con mi deber, con el objetivo de recibir bendiciones. Actuaba con especial obediencia y sumisión con tal de recibir bendiciones, y todo lo que hacía lo impulsaba mi deseo de obtenerlas. Cuando trastornaba el trabajo de la iglesia en mi deber, creía que había dejado manchas y cometido transgresiones ante Dios y pensaba que enfrentaría Su castigo si no las enmendaba. Por lo tanto, no me atrevía a descuidar mi deber. Cuando sentía vértigo mientras cumplía mi deber, tomaba medicamentos y pensaba que eso era ser leal a Dios. Cuando veía ciertos resultados en mi deber y que Dios me guiaba, sentía que las bendiciones estaban a mi alcance, por lo que me entusiasmaba aún más por mi deber y solía trabajar sin quejarme hasta cuando estaba enferma. Ese sufrimiento se convirtió en mi capital y creía que, después de todo lo que había dado, Dios debería darme Su aprobación y Su gracia. Pero más tarde, cuando mi enfermedad empeoró, me sentí abatida y comencé a quejarme. Pensaba: “¿Por qué estoy tan enferma cuando quiero cumplir mi deber? Si no puedo cumplir mi deber, ¿cómo puedo ser salva?”. Mis transgresiones pasadas parecían un abismo profundo entre Dios y yo, lo que me hacía sentir que mis posibilidades de obtener la salvación eran remotas y pensaba que solo cerraría esa brecha si trabajaba más para enmendarlas, lo que me permitiría volver a obtener la misericordia y la salvación de Dios. En ese momento, me di cuenta de que no entendía en absoluto la verdad ni tenía una verdadera comprensión de Dios. Creía erróneamente que, cuanto más sufre alguien al cumplir su deber, más puede satisfacer a Dios. Por eso, no descansaba ni siquiera cuando mi cuerpo estaba al límite y pensaba que, si trabajaba mientras estaba enferma, Dios vería mi sufrimiento y me daría Su aprobación y Sus bendiciones. La verdad es que Dios no hace grandes exigencias a las personas. Él solo les pide que cumplan sus deberes dentro de sus capacidades. Sin embargo, era como si hubiera tenido pensamientos confusos y practicaba sin cesar según mis nociones e imaginaciones hasta agotar mi cuerpo más allá de su límite. Aun así, culpaba a Dios por no protegerme y le echaba toda la culpa. ¡Qué irrazonable era! ¡Estaba haciendo acusaciones infundadas! También me di cuenta de que la enfermedad que enfrentaba no era la manera en que Dios me descartaba, sino más bien un reflejo de mis intenciones y mi senda equivocadas. Dios estaba usando este entorno para revelar mi corrupción y mis deficiencias y permitirme reconocerme a mí misma y hacer introspección. Dios me estaba salvando. Pero, no busqué lo que Dios quería decirme, sino que lo malinterpreté y me quejé de Él. Realmente me faltaba conciencia y razón. Mi corazón se sintió profundamente arrepentido y clamé a Dios en oración: “Dios, durante este último año, has dispuesto circunstancias para purificarme y salvarme, pero no he buscado Tu intención en absoluto. En cambio, siempre he perseguido bendiciones y hasta te he malinterpretado. He sido muy egoísta y despreciable y te debo tanto. Estoy dispuesta a arrepentirme y cambiar”.
Más tarde, escuché un himno de las palabras de Dios, que me fue de gran ayuda.
El éxito o el fracaso depende de la búsqueda del hombre
1 Como ser creado, el hombre debe procurar cumplir con el deber de un ser creado y buscar amar a Dios sin hacer otras elecciones, porque Dios es digno del amor del hombre. Quienes buscan amar a Dios no deben buscar ningún beneficio personal ni aquello que anhelan personalmente; esta es la forma más correcta de búsqueda. Si lo que buscas es la verdad, si lo que pones en práctica es la verdad y si lo que obtienes es un cambio en tu carácter, entonces, la senda que transitas es la correcta.
2 Si lo que buscas son las bendiciones de la carne, si lo que pones en práctica es la verdad de tus propias nociones y no hay un cambio en tu carácter ni eres en absoluto sumiso a Dios en la carne, sino que sigues viviendo en la vaguedad, entonces lo que buscas te llevará sin duda al infierno, porque la senda por la que caminas es la del fracaso. Que seas perfeccionado o descartado depende de tu propia búsqueda, lo que equivale a decir que el éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine
Escuché el himno una y otra vez, y mi corazón se sintió más alegre. Me di cuenta de que a Dios no le importa cuánto trabajo hace una persona ni la magnitud de su aparente sufrimiento, sino si una persona persigue amar y satisfacer a Dios, si cumple su deber según los principios-verdad y si su carácter corrupto ha cambiado. Como Pedro, que persiguió la verdad y finalmente llegó al punto de amar a Dios al máximo y obedecerlo hasta la muerte, y vivió así la semejanza adecuada de un ser creado. Esto es lo que Dios aprueba. Pero, si alguien persigue bendiciones constantemente, se centra solo en trabajar y sufrir por Dios, no busca la verdad ni actúa según los principios en sus deberes y hasta puede exigirle cosas a Dios y negociar con Él, sin cambiar su carácter corrupto, entonces estará en una senda hacia el fracaso. También entendí que la obra que Dios hace hoy es restaurar la conciencia y la razón de la humanidad para que las personas puedan escuchar las palabras de Dios, obedecerlo y adorarlo. Esta es la semejanza adecuada de un ser creado. Al reconocerlo, me sentí aliviada y entendí cómo debía proceder en los próximos pasos de mi senda. Más adelante, al desempeñar mi deber, reflexionaba conscientemente sobre mí misma cada vez que enfrentaba algo y consideraba las opiniones incorrectas que tenía y las actitudes corruptas que había revelado. También me sinceraba sobre mi estado con las hermanas con las que colaboraba y buscaba las palabras de Dios para practicar y entrar en ellas. A través de esta práctica, obtuve cierta comprensión sobre mis actitudes corruptas y los resultados de mi trabajo mejoraron.
Más tarde, me pregunté cómo me habían limitado siempre mis transgresiones y cómo debía tratar este asunto. Un día, me encontré con un pasaje de las palabras de Dios y encontré una senda de práctica. Dios Todopoderoso dice: “Con toda seguridad, hay muchas personas que han cometido alguna que otra transgresión, ya sea grande o pequeña, pero lo más probable es que sean muy pocas las que hayan cometido transgresiones graves, del tipo que traspasa los límites morales. No vamos a hablar aquí de aquellos que han cometido varias otras transgresiones, solo hablaremos de lo que deben hacer aquellos que han cometido transgresiones graves y del tipo que traspasa los límites morales y éticos. En cuanto a los que han cometido graves transgresiones, y con eso me refiero a las que traspasan los límites morales, esto no implica ofender el carácter de Dios y vulnerar Sus decretos administrativos. ¿Lo entendéis? No hablo sobre transgresiones que ofenden el carácter de Dios, Su esencia o Su identidad y estatus, y tampoco me refiero a transgresiones que blasfeman contra Él. A lo que me refiero es a transgresiones que traspasan los límites morales. Hay también algo que decir sobre cómo estas personas que han cometido transgresiones semejantes pueden resolver su emoción de abatimiento. Hay dos sendas que pueden tomar, y es una cuestión simple. Primero, si en tu corazón sientes que puedes desprenderte de eso que hiciste, o tienes la oportunidad de disculparte ante la otra persona y compensarla, entonces acude a compensarla y disculparte, y a tu espíritu regresarán sentimientos de paz y tranquilidad. Si no cuentas con la oportunidad de hacer eso, si no es posible, si de verdad llegas a conocer tu propio problema en el fondo de tu corazón, si te das cuenta de lo grave que es esto que has hecho y sientes verdaderos remordimientos, entonces debes acudir ante Dios para confesarte y arrepentirte. Cuando piensas en lo que has hecho y te sientes incriminado, ese es el momento preciso en el que debes acudir ante Dios para confesarte y arrepentirte, y debes manifestar tu sinceridad y verdaderos sentimientos para recibir la absolución y el perdón de Dios. ¿Y cómo puede Él absolverte y perdonarte? Eso depende de tu corazón. Si confiesas con sinceridad, reconoces realmente tu error y tu problema, reconoces lo que has hecho; ya sea una transgresión o un pecado, adoptas una actitud de sincera confesión, sientes un odio sincero hacia lo que has hecho y de verdad te transformas, si nunca vuelves a hacer ese mal, entonces, acabará por llegar un día en el que recibirás la absolución y el perdón de Dios. Es decir, Él ya no determinará tu desenlace en función de las cosas ignorantes, estúpidas e impuras que hayas hecho antes. Cuando alcances este nivel, Dios se olvidará por completo del asunto; serás igual que las demás personas normales, sin la menor diferencia. Sin embargo, la premisa para esto es que debes ser sincero y tener una sincera actitud de arrepentimiento, como David. ¿Cuántas lágrimas lloró David por la transgresión que había cometido? Innumerables. ¿Cuántas veces lloró? Incontables. Las lágrimas que lloró pueden describirse con estas palabras: ‘Todas las noches inundo de llanto mi lecho’. No sé lo grave que es tu transgresión. Si es realmente grave, es posible que tengas que llorar hasta que tu cama flote en el agua de tus lágrimas; es posible que tengas que confesarte y arrepentirte hasta ese nivel para poder recibir el perdón de Dios. Si no lo haces, me temo que tu transgresión se convertirá en un pecado a ojos de Dios, y no serás absuelto de ella. Entonces te hallarías en problemas y carecería de sentido decir nada más sobre esto. Por tanto, el primer paso para recibir la absolución y el perdón de Dios es que seas sincero y tomes medidas prácticas para confesarte y arrepentirte de verdad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). Las palabras de Dios me permitieron entender que, al tratar mis transgresiones, primero debo ir ante Dios, confesarme y reflexionar sobre mí misma. Luego debo buscar la verdad sobre mis transgresiones para lograr entenderme y odiarme de verdad a mí misma, de modo que realmente pueda arrepentirme. Como David, quien, después de cometer una transgresión, pudo lamentar su acción de forma genuina, arrepentirse ante Dios y no volver a cometerla. ¡Ese arrepentimiento con un corazón sincero era tan valioso! No podía evadir más mis transgresiones. Tenía que confesar mis pecados ante Dios y arrepentirme para asegurarme de no que volvería a cometer esos actos en el futuro. Más tarde, cuando veía que perseguía la fama y el estatus en mi deber, oraba a Dios y le pedía que me maldijera y castigara para poder dejar de actuar según mis actitudes corruptas. A través de esta práctica, mi determinación de rebelarme contra mi carne se fortaleció. En el pasado, me preocupaba mucho cómo me percibían los demás y siempre quería proteger la imagen que tenía en el corazón de los demás. Pero ahora me sincero y expongo mi corrupción de forma consciente y, a través de esta práctica, mi corazón se siente tranquilo y en paz. Cuando enfrento problemas en mi deber, ahora soy capaz de buscar conscientemente las palabras y los principios de Dios, ya no me limitan mis transgresiones pasadas y mi corazón se siente mucho más libre.
Esta enfermedad reveló mis opiniones falaces y me hizo ver la senda equivocada que había tomado en mi fe. Si no fuera por estas circunstancias, no habría ganado ninguna conciencia de mí misma, habría seguido por esa senda y, en última instancia, no habría logrado nada y habría sido descartada. De ahora en adelante, estoy dispuesta a practicar según las palabras de Dios y a cumplir el deber de un ser creado para satisfacer Su corazón y retribuir Su amor.