37. La experiencia de una octogenaria tras quedarse sorda
En 2005, cumplí sesenta y ocho años, y un día de primeros de octubre de ese año, una amiga me predicó el evangelio de Dios Todopoderoso de los últimos días. Al comer y beber las palabras de Dios, llegué a la certeza de que Dios Todopoderoso es el único Dios verdadero que salva a la humanidad, y acepté la obra de Dios de los últimos días. Menos de un año después de convertirme en creyente, el líder me encargó que gestionara los libros de las palabras de Dios de la iglesia. Pensé para mis adentros: “Ya que he asumido este deber, tengo que ser diligente y responsable. No debo cometer errores. Solo desempeñando bien mi deber podré ganar la salvación de Dios”. Después de eso, cumplí activamente con mi deber, organizaba y numeraba todos los libros, y lo anotaba todo claramente. Pensé: “Mientras me dedique plenamente a mi deber, no solo el líder y los hermanos y hermanas estarán complacidos, sino que seguramente Dios también estará satisfecho y me bendecirá”. La idea de ser bendecida y salvada en el futuro me hacía muy feliz. Dos años más tarde, el líder me encargó que llevara libros y cartas a dos iglesias cercanas. Aunque se trataba de una tarea un poco extenuante para alguien de mi edad, al pensar que la ejecución de este deber me permitiría satisfacer a Dios y obtener Sus bendiciones, y, sobre todo, al pensar en la belleza del reino en el futuro, me sentí particularmente dichosa, así que no me quejaba ni cuando estaba cansada.
Pasaron los años, llegó 2024, y ahora ya contaba la avanzada edad de ochenta y siete años. Mi salud se deterioraba año tras año, y padecía diversas dolencias, como latidos prematuros, hiperlipemia, hipertensión arterial y altos niveles de glucosa en sangre; además, tres años antes había desarrollado una enfermedad lumbar degenerativa, y cuando de verdad empeoró, me dolía tanto la parte baja de la espalda que no aguantaba de pie, y cada movimiento me producía un dolor atroz. Pero, siendo sincera, estas enfermedades no afectaban mucho a mi estado de ánimo, porque no me impedían cumplir con mi deber, y no afectaban mi búsqueda de la salvación a través de mi fe en Dios. Lo que me causaba más dolor era que me había quedado sorda de los dos oídos. No podía oír ninguna de las conversaciones normales de mi familia y tenían que gritarme al oído para que me enterara de algo. Mi familia me compró distintos tipos de audífonos, pero ninguno funcionaba mucho tiempo. Fui al hospital y me diagnosticaron pérdida de audición relacionada con la edad, que es incurable. Después de eso, me parecía estar viviendo en un mundo silencioso. No podía oír las enseñanzas ni los sermones de Dios, ni tampoco oía con claridad los himnos de las palabras de Dios. En las reuniones, no podía seguir lo que compartían los demás sobre sus experiencias o sobre su comprensión de la verdad de las palabras de Dios, tampoco distinguía lo que decían ni siquiera cuando intentaba leerles los labios. En vista de mi estado físico, la iglesia dejó de asignarme deberes. Sentía una profunda pena y lloraba incontables veces cuando estaba sola. Pensé: “Se acabó todo. Sin llevar a cabo ningún deber, ¿puedo seguir esperando bendiciones o un buen destino? ¿Se ha convertido todo en una ilusión? ¿Me ha abandonado Dios? Ahora que estoy sorda, ¿acaso no soy solo un adorno, una persona inútil? ¿Qué deber puedo hacer aún? Algunos ancianos del mundo no creyente viven más de cien años y gozan de buena vista y audición. Llevo dieciocho años siguiendo a Dios; y durante todo este tiempo, me he gastado con entusiasmo y he cumplido activamente con mis deberes. Fueran cuales fueran los deberes que la iglesia me encargara, siempre los hice con seriedad y responsabilidad, y nunca dejé que mi edad entorpeciera mis deberes. Así que Dios debería haberme bendecido y protegido y haber evitado que me quedara sorda. ¿Cómo he podido quedarme sorda? Ahora no puedo oír la voz de Dios ni cumplir con mis deberes. ¿Cómo puedo perseguir así la verdad? No tengo esperanza de salvación y la belleza del reino se ha vuelto inalcanzable. Todo ha acabado. Parece que Dios ya no me quiere. En fin, tengo casi noventa años y no sé cuántos días me quedan. Me iré apañando y afrontaré cada día como venga”. Vivía sumida en quejas y malentendidos sobre Dios, me sentía realmente negativa e inquieta. Empecé a distraerme con el teléfono para pasar el tiempo, y ya no quería orar ni leer las palabras de Dios. Mi hija, viendo mi mal estado, a menudo me gritaba al oído: “¿No sigues siendo creyente? ¿No deberíamos aceptar las situaciones que nos vienen de Dios? Que podamos ganar o no la salvación de Dios depende de si perseguimos la verdad. Dios ha pronunciado tantas palabras y expresado tanta verdad, que para cada problema, las palabras de Dios contienen una senda de resolución. Tu vista es buena, así que puedes leer más las palabras de Dios. Lee qué pide Dios a los ancianos y cuáles son Sus intenciones cuando nos sobreviene la enfermedad. Solo equipándonos con más verdades nuestros problemas podrán resolverse. ¿De qué sirve ser negativa y estar inquieta?”. Las palabras de mi hija me despertaron. Mi corazón se había alejado de Dios, yo estaba orando menos, no estaba concentrada cuando leía las palabras de Dios, y me pasaba el día con el teléfono para matar el tiempo. Estaba atrapada en la negatividad y no podía liberarme. Sabía que mi enfermedad estaba bajo la soberanía de Dios, pero no podía someterme. Entonces recordé una frase de Sus palabras: “El precepto más simple en la búsqueda de la verdad es que debes aceptar todo de parte de Dios y someterte en todas las cosas. Eso es parte de ello” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. ¿Por qué debe el hombre perseguir la verdad?). Comprendí que la intención de Dios es que aceptemos de Él todo lo que ocurre, y que debemos tener absoluta sumisión. Los hechos revelaron que no estaba sometiéndome a Dios y que no era una persona que persiguiera la verdad. Me postré ante Él y oré: “Oh, Dios, desde que perdí el oído, mi estado ha sido terrible. Siento que con mi sordera ya no puedo ganar la salvación ni bendiciones, y he estado viviendo en el dolor. Te he hecho peticiones irracionales y me he quejado de Ti. He carecido verdaderamente de conciencia y razón. Oh, Dios, por favor, esclaréceme y guíame para salir de este estado erróneo”.
Más tarde, reflexionando, me pregunté: “¿Por qué mi sordera me causó tanto dolor? ¿Por qué no podía tener un corazón de sumisión a Dios?”. Leí un pasaje de Sus palabras: “En su creencia en Dios, lo que las personas buscan es obtener bendiciones para el futuro; este es el objetivo de su fe. Todo el mundo tiene esta intención y esta esperanza, pero la corrupción en su naturaleza debe resolverse por medio de pruebas y refinamiento. En los aspectos en los que no estás purificado y revelas corrupción, en esos aspectos debes ser refinado: este es el arreglo de Dios. Dios crea un entorno para ti y te fuerza a ser refinado en ese entorno para que puedas conocer tu propia corrupción. Finalmente, llegas a un punto en el que preferirías morir para renunciar a tus propósitos y deseos y someterte a la soberanía y el arreglo de Dios. Por tanto, si las personas no pasan por varios años de refinamiento, si no soportan una cierta cantidad de sufrimiento, no serán capaces de deshacerse de la limitación de la corrupción de la carne en sus pensamientos y en su corazón. En aquellos aspectos en los que la gente sigue sujeta a la limitación de su naturaleza satánica y en los que todavía tiene sus propios deseos y sus propias exigencias, esos son los aspectos en los que debe sufrir. Solo a través del sufrimiento pueden aprenderse lecciones; es decir, puede obtenerse la verdad y comprenderse las intenciones de Dios. De hecho, muchas verdades se entienden al experimentar sufrimiento y pruebas. Nadie puede entender las intenciones de Dios, reconocer la omnipotencia de Dios y Su sabiduría o apreciar el carácter justo de Dios cuando se encuentra en un entorno cómodo y fácil o cuando las circunstancias son favorables. ¡Eso sería imposible!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Por medio del esclarecimiento y la guía de las palabras de Dios, me di cuenta de que siempre había creído en Dios por las bendiciones. Creía que, mientras hiciera correctamente mi deber, tendría esperanza de salvación. Para tener un buen destino y recibir bendiciones, aceptaría y obedecería, y trataría con diligencia cualquier deber que la iglesia me encargara. Aunque era vieja y gestionar los libros suponía un reto, nunca me quejé de las adversidades ni dejé que mi edad afectara a mi deber. Pero después de quedarme sorda, ya no podía oír las enseñanzas ni los sermones de Dios ni aprender los himnos de Su palabra, y cuando me reunía con otros hermanos y hermanas, no podía oír lo que compartían sobre su comprensión de las palabras de Dios. Así que sentía que cuando acepté esta etapa del trabajo, ya era vieja, y ahora que no oía nada, ganaría incluso menos verdades. En especial, cuando la iglesia dejó de encargarme deberes, me preocupó que ya no recibiera bendiciones, y me sentí realmente afligida. Dejé de orar y de buscar la verdad, y me limité a pasar el tiempo en el teléfono. Adopté una actitud negativa y de resistencia, solo trataba de ir apañándome. Si no hubiese quedado en evidencia por medio de esto, no habría reflexionado ni me habría conocido a mí misma, y seguiría pensando que desempeñaba bien mis deberes. Ahora veía que todo lo que hacía era en aras de mis bendiciones y un buen destino, y de ningún modo para satisfacer a Dios. Por medio de esta reflexión, me di cuenta de lo horrible y despreciable que era mi naturaleza. ¿Cómo podía llamarme ser humano? ¿Cómo pude haber tenido la frescura de decir: “He creído en Dios durante dieciocho años, así que Él debería bendecirme y protegerme”? Me sentí muy avergonzada. ¡Me había comportado con verdadero descaro! Mi carácter no había cambiado en lo más mínimo; mis dieciocho años de fe no importaban nada, aunque hubieran sido veintiocho o treinta y ocho, tampoco habría servido de nada.
Durante mis prácticas devocionales, leí este pasaje de las palabras de Dios: “¿En qué te basas tú, un ser creado, para imponer exigencias a Dios? La gente no está cualificada para imponer exigencias a Dios. No hay nada más irracional que imponer exigencias a Dios. Él hará lo que deba hacer y Su carácter es justo. La justicia no es en modo alguno justa ni razonable; no se trata de igualitarismo, de concederte lo que merezcas en función de cuánto hayas trabajado, de pagarte por el trabajo que hayas hecho ni de darte lo que merezcas a tenor de tu esfuerzo, esto no es justicia, es simplemente ser imparcial y razonable. Muy pocas personas son capaces de conocer el carácter justo de Dios. Supongamos que Dios hubiera eliminado a Job después de que este diera testimonio de Él: ¿Sería esto justo? De hecho, lo sería. ¿Por qué se denomina justicia a esto? ¿Cómo ve la gente la justicia? Si algo concuerda con las nociones de la gente, a esta le resulta muy fácil decir que Dios es justo; sin embargo, si considera que no concuerda con sus nociones —si es algo que no comprende—, le resultará difícil decir que Dios es justo. Si Dios hubiera destruido a Job en aquel entonces, la gente no habría dicho que Él era justo. En realidad, no obstante, tanto si la gente ha sido corrompida como si no, y si lo ha sido profundamente, ¿tiene que justificarse Dios cuando la destruye? ¿Debe explicar a las personas en qué se basa para hacerlo? ¿Debe Dios decirle a la gente las reglas que Él ha ordenado? No hay necesidad de ello. A ojos de Dios, alguien que es corrupto y que es susceptible de oponerse a Dios no tiene ningún valor; cómo lo maneje Dios siempre estará bien, y todo está dispuesto por Él. Si fueras desagradable a ojos de Dios, si dijera que no le resultas útil tras tu testimonio y, por consiguiente, te destruyera, ¿sería esta también Su justicia? Lo sería. Tal vez no sepas reconocerlo ahora mismo a partir de la realidad, pero debes entenderlo en doctrina. […] Todo cuanto Él hace es justo. Aunque los humanos no sean capaces de percibir la justicia de Dios, no deben juzgarlo a su antojo. Si alguna cosa que haga les parece irracional o tienen nociones al respecto y por eso dicen que no es justo, están siendo completamente irracionales. Tú ya ves que a Pedro le parecían incomprensibles algunas cosas, pero estaba seguro de que la sabiduría de Dios estaba presente y que esas cosas albergaban Su benevolencia. Los seres humanos no pueden comprenderlo todo; hay muchísimas cosas que no pueden entender. Por lo tanto, no es fácil conocer el carácter de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Al cavilar sobre Sus palabras, me di cuenta de que no entendía el carácter justo de Dios. Cuando Sus acciones se ajustaban a mis nociones, podía aceptarlas y decir que Dios era justo, pero en caso contrario, no podía aceptar Dios fuera justo. Siempre creí que, después de encontrar a Dios, no importaba qué deber me encargara la iglesia, podría someterme, y que hacía mis deberes con diligencia y nunca dejaba que mi vejez me retrasara, así que pensaba que Dios debería bendecirme y no haber permitido que me quedara sorda, y que solo de esa manera Él sería justo. Ahora que no podía hacer mis deberes a causa de mi sordera y que mi objetivo de recibir bendiciones no se cumplía, sentía que Dios no era justo. Pero después de leer Sus palabras, me di cuenta de que lo que yo creía no eran más que mis nociones y figuraciones, que no eran conformes a la verdad. Aplicaba el punto de vista mundano de “Cuanto más trabajas, más consigues; cuanto menos trabajas, menos consigues; sin trabajo, no hay recompensa” para medir el carácter justo de Dios. Mi punto de vista era erróneo. Las acciones de Dios, se ajusten o no a las nociones humanas, siempre albergan Sus buenas intenciones. Todas los actos de Dios hacia cualquier ser creado son justos. Porque la esencia de Dios es la justicia. No debo medirla según mis nociones. Dios dice: “A ojos de Dios, alguien que es corrupto y que es susceptible de oponerse a Dios no tiene ningún valor; cómo lo maneje Dios siempre estará bien, y todo está dispuesto por Él”. No soy más que un ser creado corriente, ¿qué derecho tengo a exigirle nada a Dios? Al pensar en mis exigencias irracionales a Dios, me sentía profundamente apenada y arrepentida, y las lágrimas me corrían por el rostro. Tenía 87 años y aún podía leer las palabras de Dios, esto ya suponía la gracia y la protección de Dios. A partir de entonces, ya no pude exigirle nada a Dios y tuve que someterme a Sus orquestaciones y arreglos.
Leí más de las palabras de Dios: “Yo decido el destino de cada persona, no con base en su edad, antigüedad, cantidad de sufrimiento ni, mucho menos, según el grado de compasión que provoca, sino con base en si posee la verdad. No hay otra opción que esta” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). De las palabras de Dios, comprendí que Él no juzga el destino de alguien en función de cuánto sufrimiento parece haber soportado ni cuánto ha hecho, sino de si su carácter ha cambiado. Durante todos estos años, aunque siempre había cumplido con mi deber y soportado adversidades, no sabía mucho sobre mi carácter corrupto, y cuando la obra de Dios no se ajustaba a mis nociones, aún me quejaba y me resistía a Él. Vi que después de todos estos años de creer en Dios, mi carácter aún no había cambiado; sin embargo, seguía esperando la salvación y un buen destino, lo cual no era más que un pensamiento ilusorio. Aunque me había quedado sorda, mi vista aún era buena y todavía podía leer las palabras de Dios, así que en el futuro, tenía que concentrarme más en ellas, buscar más la verdad para entender y resolver mi carácter corrupto y conseguir cambiarlo.
Más adelante, después de que una hermana escuchara mi experiencia, señaló que yo no había entendido la correlación entre hacer el deber de uno y recibir bendiciones o desgracias. Además, compartió un pasaje de las palabras de Dios para que lo leyera. Dios Todopoderoso dice: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él reciba bendiciones o sufra desgracias. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y no debe depender de recompensas, condiciones o razones. Solo entonces el hombre está cumpliendo con su deber. Recibir bendiciones se refiere a cuando alguien es perfeccionado y disfruta de las bendiciones de Dios tras experimentar el juicio. Sufrir desgracias se refiere a cuando el carácter de alguien no cambia tras haber experimentado el castigo y el juicio; no experimenta ser perfeccionado, sino que es castigado. Pero, independientemente de si reciben bendiciones o sufren desgracias, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes llevar a cabo tu deber solo para recibir bendiciones, y no debes negarte a actuar por temor a sufrir desgracias. Dejadme deciros esto: lo que el hombre debe hacer es llevar a cabo su deber, y si es incapaz de llevar a cabo su deber, esto es su rebeldía” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). Al leer y reflexionar, me di cuenta de que el deber de uno es una comisión asignada por Dios, y que es una responsabilidad del hombre ligada al deber, sin relación con el recibir bendiciones o desgracias. Cumplir con mi deber como creyente era una bendición y un honor, y solo persiguiendo la verdad y logrando un cambio en mi carácter mientras cumplía con mi deber podría ganar la aprobación de Dios. Si mi carácter no cambiaba, no importaba cuántos deberes hubiera hecho ni cuántos caminos hubiera recorrido, si no perseguía la verdad, todo sería en vano, y no alcanzaría la salvación. Pablo hizo más trabajo que nadie, pero su carácter no cambió. Sus sacrificios y esfuerzos en su trabajo no eran para satisfacer a Dios, sino para ganar coronas y recompensas. Esto era contrario a los requerimientos de Dios, por lo que caminaba por una senda de resistencia a Él. Como resultado, fue castigado y acabó en el infierno. Tuve que renunciar a mi intención de perseguir bendiciones, y empezar a perseguir la verdad, alcanzara o no un buen destino. Aunque ahora era sorda y temporalmente incapaz de hacer mi deber, aún podía practicar escribiendo testimonios vivenciales para dar testimonio de Dios. Leí estas palabras Suyas: “Dado que recibir bendiciones no es un objetivo adecuado al que la gente deba aspirar, ¿cuál es un objetivo adecuado? La búsqueda de la verdad, la búsqueda de la transformación del carácter y la capacidad de someterse a todas las instrumentaciones y disposiciones de Dios: estos son los objetivos a los que la gente debe aspirar” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo hay entrada en la vida en la práctica de la verdad). Tras leer las palabras de Dios, me presenté ante Dios en oración: “¡Oh, Dios! Durante muchos años, he hecho mis deberes solo para obtener bendiciones, caminando por una senda de resistencia a Ti. Estoy dispuesta a arrepentirme ante Ti, renunciar a mi deseo de bendiciones y centrarme en perseguir la verdad. Buscaré un cambio de carácter y me someteré a Tus orquestaciones y arreglos”. Después, comía y bebía las palabras de Dios todos los días, y escribía lo que llegaba a comprender sobre mi carácter corrupto. También veía vídeos de testimonios vivenciales para ver cómo experimentaban los hermanos y hermanas la obra de Dios. A veces, compartía con mi hija y cada día se me antojaba gratificante y significativo. Ahora, mi estado y condición son muy buenos, y ya no vivo en el dolor a causa de mi sordera. ¡Gracias sean dadas a Dios!