57. Ya no me siento angustiada debido a mi enfermedad
En diciembre de 2022, padecí una neuralgia del trigémino. Después de la cirugía, seguía con la parte derecha de la cabeza entumecida y a menudo me sentía mareada e incómoda. A veces, cuando caminaba, era como si estuviera borracha, y tenía tantos mareos que apenas podía mantenerme en pie. Los médicos decían que se debía a un riego sanguíneo insuficiente al cerebro. También me diagnosticaron una arteriosclerosis cerebral leve y me aconsejaron no hacer sobreesfuerzos ni trasnochar. Tras oír esto, pensé para mis adentros: “Dos de mis vecinos tuvieron hemorragias cerebrales por el endurecimiento de los vasos sanguíneos y acabaron en estado vegetativo y murieron poco después. ¿Y si un día me mareo, sufro una caída accidental, se me rompe un vaso sanguíneo y acabo en estado vegetativo?”. Pensé también en mis problemas de corazón y sentí que no debería sobrecargarme de trabajo en el futuro. Después de todo, si colapsaba por el sobreesfuerzo y no podía hacer mis deberes, ¿acaso no impediría eso mi crecimiento en la vida? ¿Cómo iba a lograr entonces la salvación? Por tanto, empecé a ejercitarme todos los días con la esperanza de recuperarme lo antes posible. En abril de 2023, más o menos me había recuperado, así que me presté voluntaria para asumir algunos deberes de asuntos generales de la iglesia. Las hermanas con las que cooperaba eran consideradas conmigo, solo me encargaban tareas ligeras y sencillas. Estaba muy contenta. Me parecía que mi deber era perfecto, que ni siquiera tendría que preocuparme ni hacer sobreesfuerzos, y que desempeñar este deber no demoraría mi búsqueda de la salvación.
En mayo de 2023, el diácono de asuntos generales y las hermanas con las que colaboraba no podían continuar haciendo su deber por motivos de seguridad, y de repente todas sus responsabilidades recayeron sobre mí. Sentí algo de reticencia, pensé: “Todavía no me he recuperado del todo y hay mucho trabajo. ¿Y si reaparece mi enfermedad, me mareo y me caigo en la carretera?”. Me di cuenta de que la iglesia no era capaz de encontrar a nadie que fuera apto para el trabajo de asuntos generales y que yo era la única familiarizada con esa labor, así que no podía negarme. Pensaba que, si cooperaba activamente en sostener el trabajo de la iglesia, Dios me protegería. Así que me sometí. Había mucho trabajo de asuntos generales con el que lidiar y me mantenía ocupada todos los días. Pasado algún tiempo, mis mareos empeoraron y a veces las extremidades no me respondían bien por la noche, después de hacer trabajo físico durante el día. Por si fuera poco, me dolía la hernia discal y la zona lumbar. Pensé para mis adentros: “Si sigo esforzándome de esta manera, ¿acabaré postrada en cama y en estado vegetativo como mis vecinos? Podría incluso perder la vida. Si ni siquiera puedo hacer deberes sencillos, ¿cómo voy a lograr la salvación? Pensaba que, al asumir responsabilidades, Dios me protegería y velaría por mí y me ayudaría a recuperarme rápido. Sin embargo, ahora, en lugar de mejorar, mi estado había empeorado. Parece que no puedo preocuparme demasiado por mis deberes, debería priorizar mi salud”. En aquel momento, la iglesia todavía no había elegido a un diácono para los asuntos generales y había que encargarse de algunas cosas con urgencia, pero pensé que ocuparme de ellas supondría agotamiento y esfuerzo, así que no estaba dispuesta. Pensaba: “Mi salud no es buena y, si colapso de agotamiento, no merecerá la pena. De todos modos, no soy la diaconisa de asuntos generales, así que debería priorizar mi salud”. Por consiguiente, solo consideré mi salud física y no me ocupé de esas cosas. Más tarde, solo después de que el líder hiciera seguimiento y preguntara sobre ello, trabajé al fin con unos pocos hermanos y hermanas para encargarme de ellos. Después de eso, el líder me pidió que me ocupara temporalmente de la vida de iglesia de cierto personal de asuntos generales. Me dije: “En realidad no entiendo a esta gente. Si el estado de una persona es malo, tendré que buscar verdades relevantes que compartir con ella y ofrecerle una solución. Mis deberes ya me dejan bastante exhausta, los mareos han empeorado últimamente y me duele la zona lumbar. Preferiría descansar en mi tiempo libre. ¿No sería incluso más agotador ser anfitriona en las reuniones con ella?”. Así que me rehusé y dije que no era supervisora. Luego me enteré de que una hermana entre ellos lo estaba pasando mal por enfermedad y su estado espiritual era malo. Me sentí un poco culpable. Disponía de algo de tiempo, pero simplemente me daba miedo agotarme en exceso y empeorar mi cuadro de salud. Como nunca resolvía mi estado, cada vez que los deberes eran más exigentes o hacía algo de trabajo físico y me sentía cansada o incómoda, me preocupaba y pensaba: “¿Estará empeorando de nuevo mi cuadro? ¿Y si un día me caigo de la bici y muero en la carretera?”. Mientras más lo pensaba, más miedo sentía. Temía que empeorara mi cuadro y eso me impidiera hacer mis deberes, o peor aún, perder la vida y la ocasión de salvarme. Así que no paraba de urgir al líder para que eligiera lo antes posible a un diácono para los asuntos generales. De esta manera, no tendría que preocuparme ni hacer sobreesfuerzos. Para mi sorpresa, un día de agosto de 2023, me eligieron diaconisa de asuntos generales. Al conocer esta noticia, sentí mucha reticencia, pensé: “Creía que con la elección de un diácono de asuntos generales podría volver a hacer deberes ligeros y sencillos como antes. No esperaba que me nombraran diaconisa de asuntos generales. El diácono de asuntos generales tiene que hacer seguimiento de todos los asuntos generales de la iglesia y a veces tiene que hacer también trabajo físico. Si mi salud se deteriora o incluso pierdo la vida, ¿cómo voy a lograr la salvación? De ninguna manera voy a hacer este deber”. Así que busqué una excusa, dije: “Mi calibre no está a la altura del deber de un diácono de asuntos generales”. El líder me habló de la intención de Dios, me pidió que buscara más. Me sentía un poco culpable y me di cuenta de que, si los hermanos y hermanas me habían elegido diaconisa, era con el consentimiento de Dios. No me podía resistir más, así que oré a Dios y lo acepté de momento.
Más adelante, me di cuenta de que mi enfoque constante en la enfermedad evidenciaba mi falta de entendimiento de la soberanía de Dios, así que busqué Sus palabras a este respecto. Un día vi un video de testimonio vivencial que contenía un pasaje de las palabras de Dios que me ayudó mucho. Dios Todopoderoso dice: “Luego están aquellos que no gozan de buena salud, tienen una constitución débil y les falta energía, que sufren a menudo de dolencias más o menos importantes, que ni siquiera pueden hacer las cosas básicas necesarias en la vida diaria, que no pueden vivir ni desenvolverse como la gente normal. Tales personas se sienten a menudo incómodas e indispuestas mientras cumplen con su deber; algunas son físicamente débiles, otras tienen dolencias reales, y por supuesto están las que tienen enfermedades conocidas y potenciales de un tipo o de otro. Al tener dificultades físicas tan prácticas, estas personas suelen sumirse en emociones negativas y sentir angustia, ansiedad y preocupación. ¿Por qué se sienten angustiados, ansiosos y preocupados? ¿Les preocupa que, si siguen cumpliendo con su deber de esta manera, gastándose y corriendo así de un lado a otro por Dios, y sintiéndose siempre tan cansados, su salud se deteriore cada vez más? Cuando lleguen a los 40 o 50 años, ¿se quedarán postrados en la cama? ¿Se sostienen estas preocupaciones? ¿Aportará alguien una forma concreta de hacer frente a esto? ¿Quién asumirá la responsabilidad? ¿Quién responderá? Las personas con mala salud y físicamente débiles se sienten angustiadas, ansiosas y preocupadas por estas cosas. Aquellos que padecen una enfermedad suelen pensar: ‘Estoy decidido a cumplir bien con mi deber, pero tengo esta enfermedad. Pido a Dios que me proteja de todo mal, y con Su protección no tengo nada que temer. Pero si me fatigo en el cumplimiento de mis deberes, ¿se agravará mi enfermedad? ¿Qué haré si tal cosa sucede? Si tengo que ingresar en un hospital para operarme, no tengo dinero para pagarlo, así que si no pido prestado el dinero para pagar el tratamiento, ¿empeorará aún más mi enfermedad? Y si empeora mucho, ¿moriré? ¿Podría considerarse una muerte normal? Si efectivamente muero, ¿recordará Dios los deberes que he cumplido? ¿Se considerará que he hecho buenas acciones? ¿Alcanzaré la salvación?’. También hay algunos que saben que están enfermos, es decir, saben que tienen alguna que otra enfermedad real, por ejemplo, dolencias estomacales, dolores lumbares y de piernas, artritis, reumatismo, así como enfermedades de la piel, ginecológicas, hepáticas, hipertensión, cardiopatías, etcétera. Piensan: ‘Si sigo cumpliendo con mi deber, ¿pagará la casa de Dios el tratamiento de mi enfermedad? Si esta empeora y afecta al cumplimiento de mi deber, ¿me curará Dios? Otras personas se han curado después de creer en Dios, ¿me curaré yo también? ¿Me curará Dios de la misma manera que se muestra bondadoso con los demás? Si cumplo con lealtad mi deber, Dios debería curarme, pero si mi único deseo es que Él me cure y no lo hace, entonces ¿qué voy a hacer?’. Cada vez que piensan en estas cosas, les asalta un profundo sentimiento de ansiedad en sus corazones. Aunque nunca dejan de cumplir con su deber y siempre hacen lo que se supone que deben hacer, piensan constantemente en su enfermedad, en su salud, en su futuro y en su vida y su muerte. Al final, llegan a la conclusión de pensar de manera ilusoria: ‘Dios me curará, me mantendrá a salvo. No me abandonará, y no se quedará de brazos cruzados si me ve enfermar’. No hay base alguna para tales pensamientos, e incluso puede decirse que son una especie de noción. Las personas nunca podrán resolver sus dificultades prácticas con nociones e imaginaciones como esas, y en lo más profundo de su corazón se sienten vagamente angustiadas, ansiosas y preocupadas por su salud y sus enfermedades; no tienen ni idea de quién se hará responsable de estas cosas, o siquiera de si alguien lo hará en absoluto” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Al compararme con las palabras de Dios, vi que era exactamente la clase de persona que Él describe. Después de que la cirugía me dejara físicamente débil y con mareos extremos, y desde que se me diagnosticó el riego sanguíneo insuficiente al cerebro y la arteriosclerosis cerebral leve, había vivido con constante angustia y ansiedad. Siempre estaba preocupada de que empeorara mi cuadro, de quedarme paralizada y postrada y no poder hacer mis deberes, lo que supondría perder la ocasión de salvarme. Después de empezar mi deber en los asuntos de la iglesia en particular, mi condición empeoró en lugar de mejorar. Me preocupaba que el sobreesfuerzo en mis deberes pudiera causar que un día colapsara y acabara en estado vegetativo, así que no estaba dispuesta a hacer deberes que requirieran esfuerzo y atención. Solo quería conservar mis fuerzas y descansar más. Ni siquiera quería lidiar con cosas de la iglesia e incluso era reticente a ser anfitriona de las reuniones con los hermanos y hermanas por miedo a agotarme. En consecuencia, no logré resolver a tiempo el estado de una hermana, lo que retrasó su entrada en la vida. En mi deber, siempre pensaba en mi cuerpo y quería hacer el menor esfuerzo posible para así proteger mi salud. No tenía ningún sentido de la responsabilidad hacia mi deber. Después de ser elegida diaconisa de asuntos generales, me inquietaba aún más el preocuparme hasta el punto de fatigarme y caer enferma, pues eso me haría perder la ocasión de salvarme y me sentía reticente. Caí incluso en el engaño y aseguré que no era apta para este deber debido a mi escaso calibre. En realidad, que mi estado empeore o no, que vaya a vivir o morir, todo está en manos de Dios. Pero vivía con ansiedad y angustia, y trataba de proteger mi cuerpo a mi manera. No confiaba en la soberanía de Dios y actuaba exactamente igual que una incrédula. Al darme cuenta de esto, estuve dispuesta a encomendar mi dolencia a las manos de Dios y a buscar la verdad para resolver mis problemas.
Después de eso, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Cuando Dios dispone que alguien contraiga una enfermedad, ya sea grave o leve, Su propósito al hacerlo no es que aprecies los pormenores de estar enfermo, el daño que la enfermedad te hace, las molestias y dificultades que la enfermedad te causa, y todo el catálogo de sentimientos que te hace sentir; Su propósito no es que aprecies la enfermedad por el hecho de estar enfermo. Más bien, Su propósito es que adquieras lecciones a partir de la enfermedad, que aprendas a captar las intenciones de Dios, que conozcas las actitudes corruptas que revelas y las posturas erróneas que adoptas hacia Él cuando estás enfermo, y que aprendas a someterte a la soberanía y a los arreglos de Dios, para que puedas lograr la verdadera sumisión a Él y seas capaz de mantenerte firme en tu testimonio; esto es absolutamente clave. Dios desea salvarte y purificarte mediante la enfermedad. ¿Qué desea purificar en ti? Desea purificar todos tus deseos y exigencias extravagantes hacia Dios, e incluso las diversas calculaciones, juicios y planes que elaboras para sobrevivir y vivir a cualquier precio. Dios no te pide que hagas planes, no te pide que juzgues, y no te permite que tengas deseos extravagantes hacia Él; solo te pide que te sometas a Él y que, en tu práctica y experiencia de someterte, conozcas tu propia actitud hacia la enfermedad, y hacia estas condiciones corporales que Él te da, así como tus propios deseos personales. Cuando llegas a conocer estas cosas, puedes apreciar lo beneficioso que te resulta que Dios haya dispuesto las circunstancias de la enfermedad para ti o que te haya dado estas condiciones corporales; y puedes apreciar lo útiles que son para cambiar tu carácter, para que alcances la salvación y para tu entrada en la vida. Por eso, cuando la enfermedad te llama, no debes preguntarte siempre cómo escapar, huir de ella o rechazarla” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Dios dice que la enfermedad no nos sobreviene para que vivamos siempre con ansiedad y angustia ni para hacernos intentar evitarla, sino para permitirnos extraer lecciones de ella, para conocer la corrupción, las impurezas y las malas intenciones que revelamos cuando ataca la enfermedad, para que podamos someternos a las instrumentaciones y arreglos de Dios. Al reflexionar sobre mí misma, vi que cuando me enfrentaba a la enfermedad, no paraba de preocuparme que hacer mis deberes y los sobreesfuerzos me dejara paralizada y postrada, y entonces no sería siquiera capaz de llevar a cabo deberes sencillos y perdería así la ocasión de salvarme. Después de eso, al realizar mis deberes siempre trataba de hacer el menor esfuerzo posible, e incluso cuando me eligieron diaconisa de asuntos generales, traté de ser falsa y evitarlo. Siempre me preocupaba la salud, me inquietaban mis expectativas y sendas futuras, no pensaba para nada en el trabajo de la iglesia. ¡Era tan egoísta y despreciable! Si no fuera por mi enfermedad, la rebeldía y corrupción en mi interior no se habrían revelado ni mucho menos purificado y transformado. Tenía que someterme a las instrumentaciones y arreglos de Dios y buscar la verdad para aprender una lección.
Luego leí este pasaje de las palabras de Dios: “¿Qué valor tiene la vida de una persona? ¿Sirve meramente para disfrutar de placeres carnales como comer, beber y divertirse? (No es así). Entonces, ¿qué valor tiene? Compartid vuestros pensamientos. (Para cumplir con el deber de un ser creado, esto es al menos lo que una persona debe lograr en su vida). Así es. Decidme, si las acciones y pensamientos diarios de una persona a lo largo de toda su vida se centran únicamente en evitar la enfermedad y la muerte, en mantener su cuerpo sano y libre de enfermedades, y en esforzarse por alcanzar la longevidad, ¿es este el valor que debería tener su vida? (No). Ese no es el valor que debe tener la vida de una persona. […] Cuando una persona viene a este mundo, no es para disfrutar de la carne, ni para comer, beber y divertirse. No se debe vivir para tales cosas, ese no es el valor de la vida humana ni la senda correcta. El valor de la vida humana y la senda correcta a seguir implican lograr algo valioso y completar uno o varios trabajos de valor. A esto no se le llama carrera, sino que recibe el nombre de senda correcta, y también se la denomina la tarea adecuada. Dime, ¿vale la pena pagar el precio con el fin de completar algún trabajo valioso, tener una vida significativa y valiosa, y perseguir y alcanzar la verdad? Si realmente deseas perseguir un entendimiento de la verdad, emprender la senda correcta en la vida, cumplir bien con tu deber y tener una vida valiosa y significativa, entonces no dudarás en emplear toda tu energía, pagar cualquier precio y entregar todo tu tiempo y el alcance de tus días. Si durante este periodo sufres alguna enfermedad, no tendrá importancia, no te aplastará. ¿Acaso no es esto muy superior a toda una vida de bienestar, libertad y ociosidad, nutriendo el cuerpo físico hasta el punto en el que esté bien nutrido y sano, y logrando en última instancia la longevidad? (Sí). ¿Cuál de estas dos opciones es una vida valiosa? ¿Cuál de las dos puede aportar consuelo y ningún remordimiento a las personas cuando al final se enfrenten a la muerte? (Vivir una vida con sentido). Vivir una vida con sentido. Eso significa que, en tu corazón, habrás obtenido algo y estarás reconfortado. ¿Qué pasa con los que están bien alimentados y mantienen una tez sonrosada hasta la muerte? No buscan una vida con sentido, así que ¿cómo se sienten cuando mueren? (Como si hubieran vivido en vano). Estas tres palabras son incisivas: vivir en vano” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (6)). Después de leer las palabras de Dios, entendí que es significativo y valioso ser capaz de creer en Él, seguirlo y hacer el deber de un ser creado en esta vida, así como hacer bien el propio deber y ganarse la aprobación del Creador, aunque implique sufrimiento y agotamiento. Si fracasara a la hora de hacer mi deber con esmero y solo buscara comodidad física, aunque conservara la salud y viviera hasta avanzada edad, habría malgastado mi vida y esta no tendría valor ni significado. La exaltación de Dios me hacía capaz de realizar el deber de diaconisa de asuntos generales. Aunque es posible que a veces conlleve preocupación y agotamiento, si pudiera hacer bien mi deber conforme a los principios, proteger bien los aspectos de la iglesia y conforme a los principios, y asegurar que las ofrendas y los libros de la palabra de Dios se conservaran sin perderse, entonces mi corazón estaría en paz y calma. Sin embargo, si solo me centraba en preservar mi salud, si no estaba dispuesta a hacer ninguna tarea que requiriera dedicación y esfuerzo, entonces, aunque lograra conservar la salud, si no lograba hacer mi deber bien y perjudicaba los intereses de la iglesia y dejaba atrás una estela de transgresiones y manchas ante Dios, al final Él solo me desdeñaría y perdería la oportunidad de salvarme. Al entender la intención de Dios, ya no quería vivir como antes. Quería hacer mi deber adecuadamente para satisfacerlo a Él. A veces, cuando se acumulaban las tareas, me seguía dando miedo tener que preocuparme demasiado y trabajar de más, pero oraba a Dios, dispuesta a someterme a las circunstancias que Él había instrumentado. Ya no me preocupaba que empeorara mi enfermedad o si iba a colapsar de agotamiento, y solo me centraba en cómo hacer bien mi deber.
Durante una reunión, me enteré de que otra hermana también estaba enferma, así que compartí mi experiencia con ella. Después escuchamos un himno de las palabras de Dios:
La duración de la vida del hombre ha sido predeterminada por Dios
[…]
2 Cuando las personas sufren una enfermedad, pueden acudir a menudo delante de Dios y asegurarse de hacer lo que deben, con prudencia y precaución, y cumplir su deber con mayor cuidado y diligencia que los demás. En lo que respecta a las personas, esto es una protección, no unos grilletes. Este es un método para tratarlo de manera pasiva. Además, Dios ha predeterminado la duración de la vida de cada persona. Una enfermedad puede ser terminal desde el punto de vista médico, pero desde la perspectiva de Dios, si tu vida debe continuar y aún no ha llegado tu hora, no podrías morir aún si lo quisieras.
3 Si Dios te ha encargado una comisión, y tu misión no ha terminado, no morirás ni siquiera de una enfermedad que supuestamente es fatal: Dios no te llevará todavía. Aunque no ores ni busques la verdad, o no te ocupes de tratar tu enfermedad o incluso si aplazas el tratamiento, no vas a morir. Esto es especialmente cierto para aquellos que han recibido una comisión de Dios. Cuando la misión de tales personas aún no se ha completado, sin importar la enfermedad que les sobrevenga, no han de morir de inmediato, sino que han de vivir hasta el momento final del cumplimiento de la misión.
[…]
La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte
A partir de las palabras de Dios, entendí que la duración de la vida humana está en manos de Dios, y que Él predestina la vida y la muerte. Incluso si la enfermedad es grave, si la vida de una persona no ha llegado a su fin, no va a morir aunque no tenga cuidados; pero si ha llegado su hora, aun con el mejor cuidado, morirá igual. Recordé que mi hermano sufrió una enfermedad cardiaca a raíz de una diabetes diez años antes. El hospital emitió avisos de su estado crítico varias veces, aseguraba que era imposible que se salvara. Sin embargo, tras descansar en casa durante un tiempo, su salud se recuperó poco a poco y hoy sigue vivo. Pero su hijo, un joven fuerte en la veintena, volvió a casa de permiso del ejército sintiéndose mal y le diagnosticaron una leucemia aguda en el hospital. Emplearon los mejores medicamentos y equipos, se consultó a los mejores especialistas, pero murió a la semana. Estos acontecimientos me mostraron que, sin duda, la vida y la muerte humanas las ordena Dios. Sin embargo, siempre me preocupaba que trabajar duro pudiera empeorar mi cuadro, así que elegía tareas ligeras y fáciles a la hora de hacer mi deber, pues pensaba que eso impediría que empeorara mi enfermedad. Esto mostraba que no creía que la vida y la muerte estuvieran en manos de Dios. En realidad, Dios ya ha predestinado la duración de mi vida y no hace falta preocuparse al respecto, ya que solo me limita y me hace daño, y me impide ser fiel a mi deber y hacer bien aquel que soy capaz de hacer bien. Entender esto me proporcionó fe. Entonces, me tomaba la medicación como siempre y hacía ejercicio cuando podía, y ya no me limitaba el miedo a la muerte. Aunque seguía ocupada con mis deberes a diario, no sentía que empeorara mi estado. De hecho, cada día me sentía más enérgica.
Luego, mientras le hablaba a una hermana de mi reciente estado, por medio de sus recordatorios, me di cuenta de que detrás de mis constantes preocupaciones y ansiedad estaba mi intención de recibir bendiciones. Leí estas palabras de Dios: “Muchos creen en Mí solo para que pueda sanarlos. Muchos creen en Mí solo para que use Mi poder para expulsar espíritus inmundos de sus cuerpos, y muchos creen en Mí simplemente para poder recibir de Mí paz y gozo. Muchos creen en Mí solo para exigir de Mí una mayor riqueza material. Muchos creen en Mí solo para pasar esta vida en paz y estar sanos y salvos en el mundo venidero. Muchos creen en Mí para evitar el sufrimiento del infierno y recibir las bendiciones del cielo. Muchos creen en Mí solo por una comodidad temporal, sin embargo, no buscan obtener nada en el mundo venidero. Cuando descargo Mi furia sobre las personas y les quito todo el gozo y la paz que antes poseían, tienen dudas. Cuando les descargo el sufrimiento del infierno y recupero las bendiciones del cielo, se enfurecen. Cuando las personas me piden que las sane y Yo no les presto atención y siento aborrecimiento hacia ellas, se alejan de Mí para en su lugar buscar el camino de la medicina maligna y la hechicería. Cuando les quito todo lo que me han exigido, todas desaparecen sin dejar rastro. Así, digo que la gente tiene fe en Mí porque Mi gracia es demasiado abundante y porque hay demasiados beneficios que ganar” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). “Todos los humanos corruptos viven para sí mismos. Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda; este es el resumen de la naturaleza humana. La gente cree en Dios para sí misma; cuando abandona las cosas y se esfuerza por Dios, lo hace para recibir bendiciones, y cuando es leal a Él, lo hace también por la recompensa. En resumen, todo lo hace con el propósito de recibir bendiciones y recompensas y de entrar en el reino de los cielos. En la sociedad, la gente trabaja en su propio beneficio, y en la casa de Dios cumple con un deber para recibir bendiciones. La gente lo abandona todo y puede soportar mucho sufrimiento para obtener bendiciones. No existe mejor prueba de la naturaleza satánica del hombre” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Dios deja en evidencia que creemos en Él con la intención de exigirle diversos beneficios. Detrás de esto hay impurezas y motivaciones. Al reflexionar sobre las palabras de Dios, vi que yo era precisamente la clase de persona que Él deja en evidencia. Creía en Dios para recibir bendiciones y gracia, trataba de hacer tratos con Él. Cuando encontré a Dios por primera vez, se me curó la rinitis alérgica, así que lo consideraba un sanador todopoderoso, que no solo es capaz de curar enfermedades, sino que también nos permite evitar el desastre, salvarnos y sobrevivir, así que estaba dispuesta a hacer mi deber con esmero. Después de esta cirugía cerebral, temí no poder ser capaz de hacer mis deberes y no salvarme, así que me ofrecí voluntaria para asumir deberes a pesar de mi debilidad. Pensaba que mientras pudiera hacer mi deber, habría esperanzas de salvación. Cuando el diácono de asuntos generales y las hermanas con las colaboraba se toparon con riesgos de seguridad y tuvieron que ocultarse, debería haber priorizado los intereses de la iglesia y asumir los deberes de asuntos generales que era capaz de gestionar. No obstante, temía que trabajar de más me dejara incapaz de continuar haciendo mis deberes y por eso perdiera la ocasión de salvarme, así que no quise cooperar. Incluso cuando me ocupé con reticencias del trabajo de asuntos generales, fue con la esperanza de que Dios me protegiera y me sanara pronto. Luego, mi enfermedad no solo no mejoró, sino que incluso empeoró, así que ya no quería pagar un precio y me volví pasiva en mi deber; a menudo instaba al líder a que encontrara pronto a un diácono de asuntos generales, para así poder regresar yo a un deber fácil. Noté que mi fe en Dios consistía solo en buscar Su gracia y bendiciones. Siempre quería obtener más de lo que daba y no pensaba en cómo hacer bien mi deber ni en considerar las intenciones de Dios. Mi naturaleza era muy egoísta y despreciable. Solo creía en Dios para obtener bendiciones y paz. Hacer deberes es la responsabilidad de un ser creado, pero solo creía en Dios para usar mis deberes a fin de obtener la salvación y sobrevivir. Esta clase de fe es un intento de engañar y manipular a Dios. No tenía en absoluto un corazón temeroso de Dios. ¡Dios odia y detesta ese comportamiento! Dios me ha dado la oportunidad de hacer mi deber, así que debería considerar Sus intenciones y asumir mis responsabilidades lo mejor que pueda. Con independencia del desenlace o del destino que Dios tenga para mí o mi condición física, ya no deseo negociar con Dios. Solo deseo cumplir bien con mi deber como ser creado.
Mediante esta enfermedad, he visto la salvación de Dios para mí. Él usó esta dolencia para guiarme a buscar la verdad, con lo que me permitió tener algo de entendimiento sobre mi carácter corrupto. ¡Sin duda, fue una bendición camuflada!