80. Lecciones aprendidas de una enfermedad
A finales de 2022, cuando desperté una mañana, de pronto me sentí mareada. Pensé que era porque me había levantado demasiado rápido, así que cerré los ojos de inmediato, y, al cabo de un rato, la sensación disminuyó. Sin embargo, en la noche, volví a tener mareos de a ratos, unas cuatro o cinco veces, y comenzó a preocuparme que pudiera tener alguna enfermedad. En el hospital, descubrieron que tenía la presión arterial me subía hasta 195 mmHg. Me quedé en shock, y pensé: “Siempre me he sacrificado y me he esforzado en mi fe durante estos años sufriendo mucho, y Dios me ha mantenido con buena salud. ¿Cómo puede ser que mi presión arterial sea tan alta de repente?”. De camino a casa, me sentí apesadumbrada. Pensaba en cómo mi padre había fallecido después de haber quedado medio paralizado y postrado en cama durante más de diez años debido a un derrame cerebral por presión arterial alta. Pensé: “Con mi presión arterial tan alta, ¿qué pasaría si terminara como mi padre? Necesito cuidar bien mi salud. No puedo sobrecargarme tanto de trabajo. Si mi salud empeora y no puedo cumplir mi deber, ¿no me volvería inútil? ¿Qué pasaría si muero y pierdo mi oportunidad de salvación?”. Vivía en un estado de pánico y preocupación. Más adelante, en las reuniones, siempre que los hermanos y hermanas hablaban de remedios para la presión arterial alta, los probaba inmediatamente en casa. Controlaba mi presión arterial cada mañana y cada noche, y no me atrevía a olvidarme de tomar la medicación para esta. Prestaba especial atención a mi dieta y pensaba constantemente en cómo mejorar mi salud. Después de un tiempo, mi presión arterial se estabilizó y mis mareos desaparecieron. Pensé: “Necesito seguir mejorando mi salud y no trabajar tan arduamente como antes para que mi condición no empeore. Mientras me mantenga saludable y pueda cumplir mi deber, tendré una oportunidad de salvación”. Más adelante, aunque parecía estar cumpliendo mi deber, me sentía desmotivada por dentro, y, en los tiempos difíciles, mi primera preocupación era mi salud. Durante el día, encontraba problemas en la iglesia durante las reuniones, y pensaba en buscar la verdad para resolverlos por la noche. Pero cada vez que veía que se estaba haciendo tarde, me preocupaba que quedarme despierta pudiera subirme la presión arterial, así que me apresuraba a descansar. En una iglesia de la que era responsable, algunos recién llegados no habían asistido a las reuniones durante tres meses. Quería ir a regarlos y apoyarlos, pero, como trabajaban durante el día, solo podía ir a regarlos por la noche, y, si iba, me afectaría el descanso. Además, apoyar a los recién llegados no sería eficaz con solo una o dos rondas de charla, y requeriría mucho tiempo y energía. Me preguntaba si mi cuerpo podría soportarlo. Si me cansaba demasiado y mi presión arterial subía, ¿qué haría si sufría un derrame cerebral y quedaba paralizada como mi padre? Con esto en mente, delegué a estos recién llegados a otros hermanos y hermanas para que los apoyaran. Durante ese tiempo, aunque cumplía mi deber, vivía en constante angustia y preocupación.
Una vez, en una reunión, un líder me preguntó si podía supervisar el trabajo evangélico. Pensé: “Mi presión arterial todavía está un poco alta y puedo predicar el evangelio, pero manejar las responsabilidades de un supervisor implica mucho trabajo. ¿Cómo se las arreglará mi cuerpo?”. Rápidamente, le dije al líder: “Tengo demasiado alta la presión arterial, y mi cuerpo no puede arreglárselas, así que no puedo cumplir con este deber”. El líder me pidió que lo analizara más. Esa noche, cuando estaba acostada en la cama, daba vueltas y no podía dormir. Sabía que la expansión del evangelio necesitaba cooperación urgentemente, pero me preocupaba la gran carga de trabajo y las numerosas preocupaciones de ser supervisora. Temía que trabajar demasiado podría empeorar mi condición y causarme un derrame cerebral, y que incluso si no moría, podría terminar paralizada, así que me pregunté de qué serviría si no podía cumplir mi deber en el futuro. Después de pensarlo, decidí que cuidar mi salud era más importante, y cuando volví a ver al líder, puse excusas para eludir la responsabilidad. Un día, me encontré con un pasaje de las palabras de Dios que me conmovió profundamente. Dios dice: “Hay otro tipo: los que se niegan a cumplir deberes. No quieren hacer nada, sea lo que sea lo que la casa de Dios les pida que hagan, ya sea cualquier tipo de trabajo, cualquier deber, en asuntos importantes o poco trascendentes, incluso algo tan simple como transmitir un mensaje ocasional. Ellos, que se proclaman a sí mismos creyentes en Dios, no pueden ni siquiera hacer tareas para cuya realización se podría buscar la ayuda de un no creyente. Esto es rechazo a aceptar la verdad y a cumplir un deber. Por mucho que los hermanos y hermanas los exhorten, se niegan y no lo aceptan; cuando la iglesia dispone algún deber para que lo cumplan, lo ignoran y ponen muchas excusas para rehusarlo. Son personas que se niegan a cumplir deberes. Para Dios, estos individuos ya se han retirado. Su retirada no es una cuestión de que la casa de Dios los haya echado o los haya quitado de su lista; se trata más bien de que ellos mismos no tienen una fe real; no se reconocen a sí mismos como creyentes en Dios” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 12: Quieren retirarse cuando no tienen estatus ni esperanza de recibir bendiciones). Después de leer las palabras de Dios, mi corazón dio un vuelco, y pensé: “¡No me había dado cuenta de que negarse a cumplir el deber era un asunto tan serio que podía llevar a que Dios me descartara! Ahora que el trabajo evangélico necesita personas que colaboren, debería considerar el corazón de Dios y asumir los deberes de supervisión, y hacer lo que se supone que debo hacer, pero sigo eludiendo mi deber debido a la preocupación de que mi salud pueda fallar. ¿No es esto también negarme a cumplir mi deber? Entonces, ¿no me descartará Dios por esto también?”. Pensar eso me dio mucho miedo. Sentí que todo había terminado para mí y que no quedaba ninguna posibilidad de salvación, y me arrepentí de haber rechazado mi deber en primer lugar. Pero lo hecho, hecho estaba, como la leche derramada que no se puede recuperar. Mi corazón se hundió inmediatamente en la boca del estómago, y me sentí completamente abatida. Durante esos días, sentía el corazón pesado, como si estuviera aplastado por una piedra. Me di cuenta de que mi estado no era el correcto, así que oré a Dios: “Dios, no debí haber rechazado mi deber. Estoy dispuesta a someterme y buscar Tu intención”.
Un día, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Cuando Dios pone a alguien en evidencia, ¿cómo debe esa persona lidiar con ello y qué elección ha de hacer? Ha de buscar la verdad y en ningún caso debe atolondrarse. Es bueno para ti experimentar el juicio y castigo de Dios, y percibir tu corrupción tal como es en realidad, ¿por qué eres negativo entonces? Dios te pone en evidencia a fin de que obtengas un entendimiento de ti mismo y para salvarte. En realidad, el carácter corrupto que revelas surge de tu naturaleza. No es que Dios quiera ponerte en evidencia, pero si no lo hace, ¿acaso no seguirás revelando el mismo carácter corrupto? Antes de que creyeras en Dios, Él todavía no te había puesto en evidencia, por tanto, ¿no fue todo lo que viviste un carácter satánico corrupto? Eres alguien que vive conforme a un carácter satánico. No deberían sorprenderte tanto esas cosas. Cuando revelas un poco de corrupción, te da un miedo atroz y crees que supone tu fin, que Dios no te quiere y que todo lo que has hecho no sirve para nada. No exageres. Dios salva a los humanos corruptos, no a los robots” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo identificar la esencia-naturaleza de Pablo). El recordatorio de las palabras de Dios me hizo entender que, al disponer los entornos y dejarme en evidencia, Dios no me estaba condenando ni pretendía descartarme, sino que, más bien, estaba usando el juicio severo de Sus palabras para hacer que buscara la verdad, reconociera cuáles eran los pensamientos, puntos de vista e intenciones erróneos que estaban adulterados dentro de mí y purificara y cambiara mi carácter corrupto. Eso era ser responsable de mi vida. Pero yo no había buscado la intención de Dios, y, cuando me enfrenté a las palabras de juicio severo de Dios, no había reflexionado sobre mí misma ni aprendido las lecciones. Había dudado de Dios y lo había malinterpretado pensando que Dios quería descartarme, lo que me había llevado a sentirme negativa y a emitir un veredicto sobre mí misma. ¡Me di cuenta de lo rebelde que había sido! No quería seguir así. Estaba dispuesta a buscar la verdad y aprender las lecciones en este entorno dispuesto por Dios.
Durante mi búsqueda, leí un pasaje de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Si una persona desea tener una vida valiosa y significativa, debe perseguir la verdad. Ante todo, debe tener una visión correcta de la vida, además de los pensamientos y puntos de vista adecuados sobre los diversos asuntos grandes y pequeños a los que se enfrenta en la vida y en su senda vital. Además, debe contemplar todos estos asuntos desde la perspectiva y la postura adecuadas, en lugar de abordar los distintos problemas con los que se encuentra en el transcurso de su vida o en su cotidianeidad haciendo uso de pensamientos y puntos de vista extremos o radicales. Por supuesto, tampoco debe contemplar estas cosas desde una perspectiva secular, y en su lugar ha de desprenderse de pensamientos y puntos de vista tan negativos e incorrectos. […] Por dar un ejemplo, digamos que una persona contrae cáncer y tiene miedo a morir. Se niega a aceptar la muerte y le ora a Dios sin cesar para que la proteja de ella y alargue su vida unos cuantos años más. Lleva consigo las emociones negativas de angustia, preocupación y ansiedad en su vida diaria […]. Al igual que otras personas, creía en Dios y desempeñaba su deber, y en apariencia, no parecía haber ninguna diferencia entre ella y las demás. Cuando sufrió la enfermedad y la muerte, oró a Dios y aun así no abandonó su deber. Siguió trabajando, incluso al mismo nivel que antes. Sin embargo, hay algo que la gente debe entender y comprender. Los pensamientos y puntos de vista que albergaba esta persona eran sistemáticamente negativos y erróneos. Con independencia de la magnitud de su sufrimiento o del precio que pagara al desempeñar su deber, albergaba estos pensamientos y puntos de vista erróneos en su búsqueda. Estaba siempre gobernada por ellos y cargaba con sus emociones negativas en su deber; buscaba ofrecer el desempeño de su deber a Dios a cambio de su propia supervivencia, de lograr su objetivo. El objetivo de su búsqueda no era entender o ganar la verdad, o someterse a todas las instrumentaciones y arreglos de Dios. El objetivo de su búsqueda era justo lo contrario. Quería vivir de acuerdo con su propia voluntad y requerimientos, para obtener aquello que deseaba buscar. Quería arreglar y orquestar su propio porvenir e incluso su propia vida y muerte. Y así, al final, el resultado fue que no obtuvo nada en absoluto. No obtuvo la verdad y, en última instancia, negó a Dios y perdió la fe en Él. Incluso cuando se acercaba la muerte, seguía sin comprender cómo debe vivir la gente y cómo un ser creado debe tratar las instrumentaciones y arreglos del Creador. Eso es lo más lamentable y trágico acerca de ella. Incluso al borde de la muerte, no entendió que, a lo largo de la vida de una persona, todo está bajo la soberanía y los arreglos del Creador. Si el Creador quiere que vivas, aunque te aqueje una enfermedad mortal, no morirás. Si el Creador quiere que mueras, aunque seas joven, sano y fuerte, cuando llegue tu hora, vas a morir. Todo se halla bajo la soberanía y los arreglos de Dios, esta es Su autoridad, y nadie puede elevarse por encima de ella. Esta persona no consiguió comprender un hecho tan simple, ¿no es eso lamentable? (Sí). A pesar de creer en Dios, asistir a reuniones, escuchar sermones y desempeñar su deber, a pesar de su fe en la existencia de Dios, se negó repetidas veces a reconocer que el porvenir humano, incluyendo la vida y la muerte, está en manos de Dios y no sujeto a la voluntad humana. Nadie muere sencillamente porque así lo quiera, y nadie sobrevive solo porque quiera vivir y tema a la muerte. No logró captar un hecho tan simple, no consiguió desentrañarlo ni siquiera cuando se enfrentó a una muerte inminente, y siguió sin saber que la vida y la muerte de una persona no están determinadas por sí mismas, sino que dependen de la predestinación del Creador. ¿Acaso no es algo trágico? (Sí)” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (6)). Después de leer este pasaje de las palabras de Dios, rompí a llorar. Había pensado que, al haber creído en Dios durante tantos años, había ganado algunas realidades-verdad, pero no me daba cuenta de que no había entendido en absoluto la soberanía de Dios y no sabía cómo experimentar Su obra. Cuando la enfermedad me atacó, no la había aceptado de parte de Dios, ni había buscado la verdad ni aprendido lecciones a partir de esta. En cambio, había vivido de acuerdo con los puntos de vista de los no creyentes, pensando que la enfermedad se debía al agotamiento y que necesitaba concentrarme en cuidar mi cuerpo, creyendo que solo cuidando mi cuerpo me recuperaría; de lo contrario, terminaría como mi padre y tal vez incluso moriría de esta enfermedad algún día. Para deshacerme de la enfermedad lo más rápido posible, me había apresurado a probar cualquier remedio del que escuchara. Había temido que la preocupación y el cansancio empeoraran mi condición, por lo que había evitado resolver problemas en mi trabajo y había pasado a otros a los recién llegados, a quienes se suponía que debía ayudar. Cada vez sentía menos la carga de mi deber. Cuando el líder quiso ascenderme para supervisar el trabajo, había rechazado esa tarea por temor a que la preocupación y el cansancio me subieran la presión arterial y me provocaran un derrame cerebral. Aunque creía en Dios, no había confiado en Su omnipotencia y soberanía, ni había tenido fe en que mi vida estaba en Sus manos. Mis pensamientos se habían centrado por completo en cómo mantener mi salud, como si la buena salud de las personas fuera únicamente el resultado de sus propios esfuerzos, y no tuviera nada que ver con la soberanía de Dios. ¡No me había comportado como un creyente en absoluto! Pensé en lo que Dios continuamente nos habla y nos enseña a ver a las personas y las cosas con Sus palabras como base, y con la verdad como criterio. En cuanto a mi salud, qué enfermedades sufriré, cuándo me enfermaré y cuándo moriré, Dios ha predeterminado todo esto. Si Dios quiere que muera, entonces no importa lo bien que me cuide, no puedo vivir, y si Dios quiere que viva, entonces, incluso si tengo una enfermedad grave, no moriré. Es como esas personas ricas que comen los mejores alimentos día tras día para mantener su salud, pero no pueden evitar la muerte cuando llega su hora, mientras que, de las muchas personas comunes que solo pueden sobrevivir comiendo comidas sencillas y frugales, bastantes llegan a vivir una larga vida. Incluso los no creyentes reconocen que la vida de las personas está predeterminada por el Cielo. Después de muchos años de creer en Dios y comer y beber tantas de Sus palabras, todavía carecía incluso de este entendimiento básico. ¡Mi fe era absolutamente patética! No había visto las cosas según las palabras de Dios ni había buscado la verdad. Había estado pensando constantemente en maneras de conservar mi salud, sin ningún lugar para Dios en mi corazón. ¿Qué me diferenciaba de los no creyentes? Dios permitió que esta enfermedad me sobreviniera con el propósito de hacerme buscar la verdad y aprender lecciones a partir de esta, purificar y cambiar las intenciones y los puntos de vista erróneos dentro de mí, y corregir mi camino errado. Esta era la salvación de Dios para mí. Si continuaba sin aprender las lecciones, entonces incluso si mi enfermedad se aliviaba, no ganaría ninguna verdad, y habría sido una experiencia en vano. Después de comprender la intención de Dios, dejé de sentirme tan constreñida por mi enfermedad como antes. Ajusté mi horario habitual de descanso y trabajo de manera apropiada, y mi mente comenzó a concentrarse en mi deber, de modo que cuando estaba muy ocupada, olvidaba que todavía estaba enferma. A veces incluso olvidaba tomar mi medicación o medirme la presión arterial, sin sentir molestias. En el fondo, me di cuenta de que, sin importar qué enfermedad padezca una persona, está en manos de Dios y que sus preocupaciones e inquietudes son innecesarias. En vez de cambiar algo, estas cosas hacen que uno sea presa del engaño y atormentada por Satanás, y viva en un sufrimiento mayor.
Más tarde, una hermana me recordó que, cuando nos enfrentamos a una enfermedad, si no estamos dispuestos a asumir deberes importantes, y vivimos en emociones negativas de angustia y preocupación, tiene que ver con nuestras opiniones sobre lo que debemos perseguir y nuestra intención de obtener bendiciones. A través del recordatorio de la hermana, busqué y reflexioné al respecto. Leí un pasaje de las palabras de Dios: “Antes de decidirse a cumplir su deber, en lo más hondo de su corazón, los anticristos están rebosantes de expectativas en lo que se refiere a sus perspectivas, a ganar bendiciones, un buen destino y hasta una corona, y poseen la máxima confianza en obtener estas cosas. Acuden a la casa de Dios para cumplir su deber con esas intenciones y aspiraciones. ¿Contiene, pues, su cumplimiento del deber la sinceridad, la fe y la lealtad genuinas que Dios exige? En este punto uno no puede atisbar aún su lealtad, fe o sinceridad genuinas porque todos albergan una mentalidad completamente transaccional antes de cumplir su deber; todos toman la decisión de llevar a cabo su deber movidos por intereses y partiendo también de la condición previa de sus desbordantes ambiciones y deseos. ¿Qué intención tienen los anticristos al cumplir su deber? Hacer un trato y llevar a cabo un intercambio. Cabría decir que estas son las condiciones que fijan para llevar a cabo su deber: ‘Si cumplo con mi deber, debo obtener bendiciones y alcanzar un buen destino. Debo obtener todas las bendiciones y los beneficios que dios ha dicho que están reservados para la humanidad. En caso de no poder obtenerlos, no cumpliré este deber’. Acuden a la casa de Dios para llevar a cabo su deber con esas intenciones, ambiciones y deseos. Parece como si tuviesen cierta sinceridad y, por supuesto, en el caso de nuevos creyentes que acaban de empezar a llevar a cabo su deber, también puede describirse como entusiasmo. Sin embargo, esto carece de fe genuina o de lealtad; solo hay un cierto grado de entusiasmo, no se puede calificar de sinceridad. A juzgar por esta actitud de los anticristos ante el cumplimiento de su deber, se trata de algo completamente transaccional y repleto de sus deseos de beneficios, tales como ganar bendiciones, entrar en el reino de los cielos, obtener una corona y recibir recompensas. Por eso desde fuera parece que muchos anticristos, antes de que los expulsen, están cumpliendo su deber e incluso que han renunciado a más cosas y sufrido más que la persona promedio. El esfuerzo que hacen y el precio que pagan están a la par de los de Pablo, y ellos también van de aquí para allá tanto como él. Eso es algo que todo el mundo puede ver. En términos de su comportamiento y de su disposición a sufrir y pagar el precio, no deberían quedarse sin nada. En todo caso, Dios no considera a una persona en función de su comportamiento externo, sino en base a su esencia, su carácter, lo que revela y la naturaleza y la esencia de cada una de las cosas que hace” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VII)). Las palabras de Dios exponían exactamente mi estado. Tras creer en Dios, sin importar qué deber la iglesia me asignaba, nunca lo eludía, y, a pesar de enfrentar obstáculos por parte de mi familia no creyente, persecución por parte del Partido Comunista y que el mundo me ridiculizara y me difamara, sin importar cuán difícil o miserable fuera, mi determinación de cumplir con mi deber nunca tambaleó. Así que creí que Dios seguramente recordaría todos mis sacrificios, pero tener presión arterial alta dejo en evidencia completamente mi deseo de bendiciones. Pensé que, mientras tuviera buena salud y pudiera continuar cumpliendo mi deber, había esperanza de salvación. Pero, cuando cumplir con mi deber requería sufrimiento y pagar un precio, me preocupaba que empeorara mi salud y muriera sin recibir bendiciones, así que cumplía mi deber de manera superficial, sin ninguna lealtad real. La razón de esto se debió completamente al control de pensamientos y puntos de vista satánicos como: “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda” y “Mientras hay vida hay esperanza”. Cuando me enfrenté a una enfermedad que tenía el potencial de poner en peligro mi vida, no estaba dispuesta a sufrir ni a gastarme, pasaba todo mi tiempo preocupándome por mi desenlace y mi destino, y cumplía mi deber de manera superficial y sin un sentido de la carga, e incluso lo rechazaba en ocasiones. Solía decir que estaba cumpliendo con mi deber para satisfacer a Dios, pero ahora me di cuenta de que el cumplimiento de mi deber estaba impulsado por un deseo de bendiciones. Aunque parecía hacer algunos sacrificios y gastarme como si fuera leal a Dios, en realidad, no era verdaderamente sincera con Dios. Todo era una cuestión de transacción y engaño. Vi que mi carácter era verdaderamente falso y perverso, y que mi sufrimiento y mis esfuerzos eran meros intentos de negociar con Dios. ¡Estaba recorriendo la senda de un anticristo! Pensé en que Dios se encarnó para hablarnos y brindarnos verdades en abundancia, en que nos ha dado tanto sin pedir nada a cambio y en que Su Amor y salvación son sinceros y genuinos, mientras que yo cumplía mi deber enteramente para mi propio beneficio y bendiciones, e incluso mi modesto esfuerzo era un intento de negociar con Dios. ¡Me di cuenta de lo egoísta y carente de conciencia que era! No podía seguir así. Tenía que arrepentirme de inmediato. Independientemente de si iba a recibir bendiciones o sufrir desgracias, tenía que someterme a la soberanía y los arreglos de Dios y cumplir bien mi deber.
Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Todo el mundo debe enfrentarse a la muerte en esta vida, o sea, la muerte es lo que todo el mundo debe afrontar al final de su viaje. Sin embargo, la muerte tiene muchos atributos diferentes. Uno de ellos es que, en el momento predestinado por Dios, habrás completado tu misión y Él traza una línea bajo tu vida carnal, y esta vida carnal llega a su fin, aunque esto no significa que haya terminado. Cuando una persona no tiene carne, su vida se acaba, ¿es así? (No). La forma en que existe tu vida después de la muerte depende de cómo trataste la obra y las palabras de Dios mientras vivías; eso es muy importante. La forma en que existas después de la muerte, o si existirás o no, dependerá de tu postura ante Dios y ante la verdad mientras estás vivo. Si mientras vives, cuando te enfrentas a la muerte y a todo tipo de enfermedades, adoptas una postura de rebeldía y de oposición ante la verdad y de sentir aversión por ella, entonces cuando llegue el momento de que tu vida carnal termine, ¿de qué forma existirás después de la muerte? Sin duda existirás de alguna otra forma, y no cabe duda de que tu vida no va a continuar. Por el contrario, si mientras estás vivo, cuando tienes conciencia en la carne, tu actitud hacia la verdad y hacia Dios es de sumisión y lealtad, y tienes una fe auténtica, entonces aunque tu vida carnal llegue a su fin, tu vida continuará existiendo en una forma diferente en otro mundo. Esta es una explicación de la muerte” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). ¡Después de leer las palabras de Dios, me sentí muchísimo más animada en mi interior! A partir de las palabras de Dios, comprendí que todos enfrentaremos la muerte, pero la naturaleza de cada muerte es diferente. Algunas personas persiguen la verdad y cumplen sus deberes con lealtad, e incluso, si mueren y su vida termina, no significa que no hayan recibido la salvación. Han finalizado la misión de su vida y regresado a Dios. Es vivir en otra forma. También comprendí que la salvación no está relacionada con la vida o la muerte, sino que depende de nuestra actitud hacia Dios y la verdad. Perseguir la verdad, enfocarse en manejar los asuntos de acuerdo con los principios-verdad y tener una verdadera sumisión y un genuino temor de Dios es el estándar para la salvación. Sin embargo, cuando me enfrenté a mi enfermedad, me regodeé en mi malestar, y no pude someterme a la soberanía y las disposiciones de Dios, y traté mi deber a la ligera o incluso lo rechacé. Aunque cuidara bien mi carne, sin perseguir la verdad ni cambiar mi carácter, no podía recibir la salvación. Estaba constantemente preocupada por mi enfermedad y no quería preocuparme ni agotarme al cumplir mi deber, mucho menos aceptar comisiones importantes. Aunque no me preocupaba demasiado ni pagaba un alto precio, no había cumplido con las responsabilidades que se esperan de un ser creado y había dejado atrás arrepentimientos y deudas irreparables. Pensar en eso siempre me perturbaba la conciencia. Solo en ese momento me di cuenta verdaderamente de que, independientemente de la condición física que tengamos a lo largo nuestra existencia, solo perseguir la verdad y hacer lo mejor que podamos para cumplir bien el deber da valor y significado a la vida, y que incluso si estamos enfermos o cansados, eso es mucho mejor que pasar toda la vida en el vacío. Al darme cuenta de esto, gané la motivación para cumplir mi deber y por dentro decidí perseguir la verdad y cumplir mi deber diligentemente, y que, si Dios me daba otra oportunidad, ya no haría caso a mi carne.
Tres meses después, el líder hizo arreglos para que yo supervisara el trabajo evangélico una vez más. Sabía que Dios me estaba dando la oportunidad de arrepentirme, y no podía seguir preocupándome por mi enfermedad, así que acepté ese deber. En el transcurso de la cooperación real del deber, enfrenté muchas dificultades y a veces me sentía un poco cansada, y todavía me preocupaba que mi cuerpo no pudiera seguir el ritmo, así que oré a Dios, y encomendé mi enfermedad en Sus manos. Independientemente de si mi enfermedad empeoraba, no quería retrasar más mi deber. Después de orar, dejé de sentirme constreñida en mi interior. Organicé un horario razonable de descanso y trabajo, y, cuando enfrentaba dificultades en el trabajo, discutía soluciones con las hermanas con las que cooperaba. Practicar así no fue tan agotador como había pensado, y descubrí que las cargas que Dios me dio estaban todas dentro de mi capacidad de soportar. Un día, vi a la hermana anfitriona midiéndose la presión arterial, así que me tomé la mía también, y para mi sorpresa, mi presión arterial era normal. ¡Agradecí a Dios desde el fondo de mi corazón!
Fueron las palabras de Dios las que corrigieron mis puntos de vista falaces sobre lo que debía seguir, y adquirí cierta comprensión y experiencia de la soberanía y preordenación de Dios. También comprendí que creer en Dios no debería consistir simplemente en buscar bendiciones, y que, solo si perseguimos la verdad, nos sometemos a las orquestaciones y disposiciones de Dios y cumplimos bien el deber de un ser creado, la vida puede ser valiosa y significativa. ¡Gracias a Dios!