1. Aprendí cómo tratar correctamente mi deber

Por Liu Qiang, China

Nací en una familia rural común y corriente. Al hacerme mayor, siempre veía que mi madre cocinaba y limpiaba, mientras que mi padre nunca hacía ninguna tarea de la casa. Mi abuelo era igual. A veces, cuando mi abuela salía durante todo el día, mi abuelo prefería pasar hambre antes que cocinar, porque pensaba que cocinar era cosa de mujeres. Yo veía que en la mayoría de las familias “los hombres trabajaban fuera de casa y las mujeres se encargaban de los quehaceres domésticos”. Las mujeres cocinaban en casa mientras los hombres estaban ocupados trabajando fuera. Después de casarme, mi esposa naturalmente se hizo cargo de todas las tareas de la casa. A veces me pedía que hiciera alguna tarea, pero yo nunca estaba dispuesto y me sentía reacio a hacerlo. Siempre pensé que cocinar y hacer las tareas de la casa eran cosa de mujeres.

En el verano de 2020, el líder me dijo que un equipo necesitaba acogida con urgencia y me preguntó si estaba dispuesto a encargarme de esto. No dije nada, pero pensé: “Nunca cumplí un deber de acogida, ni siquiera sé cocinar”. Sin embargo, como era una necesidad urgente, acepté de todos modos. Mientras cumplía el deber de acogida, me pasaba el día en la cocina, lavando y limpiando, y pensaba: “Este es un deber para las hermanas; ¿por qué me han mandado a hacerlo a mí? Es muy vergonzoso para un hombre adulto tener que ir tantas veces al mercado a comprar verduras. ¡A veces hasta tengo que regatearles a los verduleros!”. Siempre que iba al mercado a comprar verduras sentía preocupación y temía que otros me menospreciaran. Entraba y salía con prisa para evitar quedarme por mucho tiempo. A veces, algunos hermanos comentaban que las verduras estaban demasiado saladas o muy sosas, y eso me avergonzaba y protestaba para mis adentros: “En casa es mi esposa la que se encargó siempre de las tareas domésticas y de cocinar, ¡no yo! Además, soy hombre y esas son tareas de mujer, así que es normal que no me salgan bien. ¿Por qué no pueden ponerse en mi lugar?”. No podía evitar sentirme un poco amargado y me preguntaba cuándo terminaría este deber. A menudo veía que los hermanos hablaban del trabajo y se reían, pero yo no podía ser feliz. Sentía que cargaba una roca pesada sobre la espalda y añoraba el día en que no tuviera que hacer más este deber. Por aquellos días, no ponía nada de empeño en la comida que cocinaba y hacía fideos todas las mañanas. Vi que nadie comía demasiado, pero nunca les preguntaba si estaban acostumbrados a la comida. En esa época había mucho repollo, así que me limitaba a hervirlo y, aunque los hermanos comían muy poco, no me importaba. Solo pensaba: “Lo cocines como lo cocines, el repollo nunca sabrá muy bien”. Luego, los hermanos fueron reasignados en sus deberes y se fueron, pero el supervisor me pidió que continuara con el deber de acogida. No podía entenderlo: “¿Por qué le siguen pidiendo a un hombre adulto que cumpla un deber de acogida? Cocinar, lavar y limpiar son cosas de las que suelen ocuparse las hermanas. ¿El resto no se preguntará por qué un hermano está haciendo este deber? ¿Cómo haré para superar esta vergüenza?”. Pensar esto me hizo sentir inferior. Durante ese período estaba en muy mal estado y sentía que mi imagen se había dañado. Sentía que, si abandonaba el deber de acogida, estaría actuando irrazonablemente. Sin embargo, si continuaba, no sabía cómo lo llevaría a cabo. En apariencia, cumplía mi deber, pero por dentro me sentía ahogado, no era proactivo y no prestaba atención a nada de lo que hacía. Veía que había que limpiar, pero no lo hacía, al punto que, varias veces, los demás ya no lo soportaban y ayudaban a limpiar. Tampoco secaba a tiempo la comida que enviaba la iglesia y, como resultado, se echaba a perder y había que tirarla. Cuando el líder se enteró de esto, me dijo: “La comida está toda mohosa. Si hubieras sido consciente, la habrías secado y te habrías asegurado de que la comida perecedera se consumiera a tiempo; así no se habría desperdiciado nada. Cuando tienes estos problemas, significa que debes reflexionar sobre tu actitud hacia el deber”. Cuando oí al líder decir esto, me sentí un poco culpable. La comida realmente se echó a perder por mi negligencia, pero luego comencé a excusarme: “En casa, siempre fueron mi mamá y mi esposa quienes secaban la comida y yo nunca tuve nada que ver. ¡Que me pidan hacer estas cosas es vergonzoso!”. Siempre sentí que me estaban humillando. No quería soportar la situación y esperaba que el líder me asignara otros deberes. Me volví tan negativo que no sabía qué decir cuando oraba a Dios y no encontraba la luz cuando leía Sus palabras. Estaba agotado a diario y me sentía ahogado.

Durante una reunión, una hermana notó que estaba en un mal estado y me recordó que hiciera introspección y aprendiera mis lecciones. Un día, leí un pasaje de las palabras de Dios: “¿Qué es el deber? La comisión que Dios confía al hombre es el deber que el hombre debe cumplir. Aquello que Él te confíe es el deber que debes cumplir. […] Uno debe encontrar y ubicar su propio rol y posición: eso es lo que hace una persona con razón. Luego, debe cumplir bien su deber con una actitud firmemente sensata para devolver el amor de Dios y satisfacerlo. Si uno tiene esta actitud al cumplir su deber, su corazón será firme y estará en paz, podrá aceptar la verdad en su deber y llegará gradualmente a cumplir su deber de acuerdo con los requisitos de Dios. Podrá deshacerse de su carácter corrupto, entregarse a todos los arreglos de Dios y cumplir su deber adecuadamente. Esta es la manera de ganar la aprobación de Dios. Si puedes esforzarte verdaderamente por Dios y cumplir tu deber con la mentalidad correcta, la mentalidad de amarlo y satisfacerlo, la obra del Espíritu Santo te conducirá y te guiará, estarás dispuesto a practicar la verdad y a actuar de acuerdo con los principios al cumplir tu deber y te convertirás en una persona que teme a Dios y se aparta del mal. De esta manera, vivirás plenamente una verdadera semejanza humana. Las vidas de las personas crecen gradualmente a medida que cumplen sus deberes. Aquellos que no cumplen los deberes no pueden obtener la verdad ni la vida, por muchos años que crean, porque carecen de la bendición de Dios. Dios solo bendice a aquellos que verdaderamente se esfuerzan por Él y cumplen sus deberes lo mejor que pueden. Sea cual sea el deber que cumplas, sea lo que sea lo que puedas hacer, considéralo tu responsabilidad y tu deber, acéptalo y hazlo bien. ¿Qué debes hacer para hacerlo bien? Hacerlo exactamente como Dios requiere: con todo el corazón, con toda la mente y con toda tu fuerza. Debes contemplar estas palabras y pensar en cómo puedes cumplir tu deber con todo el corazón(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). En las palabras de Dios vi que, sin importar qué comisión tengan asignada, las personas deben tratarla como su responsabilidad y su deber, y deben cumplirla con todo su corazón y toda su mente. Solo pueden ganar la aprobación de Dios cuando sus mentalidades se encuentran enfocadas en satisfacerlo con sus deberes. Pero yo pensaba que el deber de acogida era solo para hermanas y que, como yo era un hermano, no debería estar cumpliéndolo. Sentía que asignarme un deber de acogida era subestimarme y menospreciarme. Por tener un punto de vista tan equivocado, carecía de todo sentido de sinceridad y responsabilidad por mi deber. Cuando daba acogida a los hermanos, siempre les cocinaba fideos o repollo hervido, y veía que no les gustaba, pero en ningún momento pensé en cambiar las recetas para asegurarme de que comieran bien y estuvieran satisfechos. No limpiaba cuando era necesario y no me encargaba a tiempo de la comida que enviaba la iglesia, y terminaba echándose a perder. ¿Eso era cumplir mi deber con todo mi corazón y mis fuerzas? ¡Estaba siendo claramente negligente y superficial! No valoré la oportunidad que me dio la iglesia para cumplir mi deber y no dejé de quejarme, de resistirme y de actuar por inercia. ¡Esto realmente entristeció y desilusionó a Dios! Si no cambiaba, acabaría perdiendo mi oportunidad de cumplir mis deberes. Al darme cuenta de esto decidí que, a partir de entonces, estaría dispuesto a poner en práctica las palabras de Dios y cumplir mi deber de acogida con sinceridad. Entonces, comencé a aprender a cocinar, limpié más activamente e hice mi mejor esfuerzo para encargarme de todo lo que representaba cumplir bien mi deber de acogida.

Luego, leí algunas palabras de Dios y gané algo de entendimiento sobre la raíz de mi resistencia constante hacia la acogida. Dios Todopoderoso dice: “Si se os encargó cumplir un deber y en principio fuisteis incapaces de someteros, ¿hasta qué punto sois capaces ahora de hacerlo? Por ejemplo, pongamos que eres un hermano, si se te pide que prepares comida y laves los platos todos los días para los demás hermanos y hermanas, ¿te someterías? (Eso creo). Tal vez lo hicieras a corto plazo, pero, si se te pidiera que llevaras a cabo ese deber a largo plazo, ¿te someterías? (Podría someterme a veces, pero es posible que con el tiempo no pudiera hacerlo). Esto significa que no te has sometido. ¿Qué provoca que la gente no se someta? (Se debe a que albergan en su corazón nociones tradicionales. Creen que los hombres deberían trabajar fuera de casa y las mujeres ocuparse de las tareas domésticas, que cocinar es un trabajo de mujeres y que un hombre se rebaja por cocinar. Por eso no es fácil someterse). Eso es. Hay discriminación sexual en lo que respecta a la división de las labores. Los hombres piensan: ‘Nosotros deberíamos estar fuera de casa ganándonos la vida. Tareas como cocinar y lavar deben hacerlas las mujeres. A nosotros no se nos debería obligar a hacerlas’. Sin embargo, ahora se dan circunstancias especiales y se te pide que las hagas, así que, ¿qué haces? ¿Qué complejos debes superar para poder someterte? Este es el quid de la cuestión. Debes superar tu discriminación sexual. No existe ningún trabajo que deban hacer los hombres y tampoco otro que deban hacer las mujeres. No dividas las labores de este modo. El deber que cumple la gente no debe determinarlo su sexo. Puedes dividir las labores de esta manera en tu propia casa y en tu vida cotidiana, pero esto tiene que ver con tu deber, ¿cómo debes interpretarlo entonces? Deberías recibir este deber de Dios y aceptarlo, y cambiar los puntos de vista incorrectos que tienes dentro. Deberías decir: ‘Es cierto que soy un hombre, pero soy miembro de la iglesia y un ser creado a ojos de Dios. Llevaré a cabo lo que me encargue la iglesia; las cosas no se dividen en función del sexo’. Primero debes desprenderte de tus puntos de vista incorrectos, y luego aceptar tu deber. ¿Es aceptar tu deber verdadera sumisión? (No). En los días sucesivos, si alguien dice que tu comida está demasiado salada o que le falta sabor, u opina que algo no te salió bien y no quiere comérselo, o te pide que prepares algo nuevo, ¿lo podrás aceptar? Llegado ese punto, te sentirás incómodo y pensarás: ‘Soy un hombre con amor propio, ya me he rebajado a prepararle la comida a estos hermanos y hermanas, y aun así señalan todos estos problemas. No me queda nada de orgullo’. Llegado este punto, no te quieres someter, ¿verdad? (No). Esta es una dificultad. Cuando no te puedes someter, el motivo es que un carácter corrupto se está revelando y causando problemas, y eso te hace incapaz de practicar la verdad y someterte a Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo hay entrada en la vida en la práctica de la verdad). “Los hombres tienen estos pensamientos machistas y menosprecian determinadas tareas, como ocuparse de los hijos, ordenar la casa, hacer la colada y limpiar. Algunos tienen tendencias machistas muy marcadas y desdeñan estos quehaceres; no están dispuestos a encargarse de ellos o, si los realizan, es a regañadientes, temiendo que otros puedan tenerlos en menos consideración. Piensan: ‘Si siempre hago estas tareas, ¿no me volveré afeminado?’. ¿Qué pensamiento y punto de vista rigen esta observación? ¿Acaso no hay un problema en su manera de pensar? (Sí). Su modo de enfocar las cosas es problemático. Fíjate en ciertas partes del mundo donde los hombres siempre llevan delantal y cocinan. Cuando la mujer vuelve a casa de trabajar, el hombre le sirve la comida y dice: ‘Ven, come un poco. Está muy bueno; hoy he hecho tus platos favoritos’. La mujer ingiere con derecho la comida preparada, el hombre cocina con derecho y nunca se siente como un amo de casa. Cuando él se quita el delantal y sale a dar una vuelta, ¿acaso no sigue siendo un hombre? Es innegable que, en algunos lugares donde el machismo está particularmente extendido, el condicionamiento y la influencia de la familia han malcriado a estos hombres. ¿Este condicionamiento los ha salvado o, por el contrario, los ha perjudicado? (La respuesta es la segunda opción). Los ha dañado. […] Los pensamientos y los puntos de vista que inculcan los padres están relacionados con las reglas para vivir más básicas y simples, así como con determinadas ideas incorrectas sobre la gente. En resumen, todo esto constituye el condicionamiento familiar de los pensamientos de las personas. Independientemente del impacto que tengan en la vida de una persona a lo largo de su tiempo de fe en Dios y de su existencia, o de los problemas y las molestias que comporten, de manera intrínseca guardan cierta relación con la educación ideológica de los padres(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (14)). Después de leer las palabras de Dios, comprendí que la causa de sentirme reprimido y dolido al cumplir el deber de acogida y de mi falta de sumisión era la opinión falaz de que “los hombres deben trabajar fuera de casa y las mujeres deben encargarse de los quehaceres domésticos”. En casa, solíamos trabajar en el campo y, tanto mi madre como mi esposa, después de trabajar afuera, aún tenían que ocuparse de lavar la ropa, cocinar y alimentar a los animales cuando regresaban a casa. Estaban tan ocupadas que apenas podían mantener el ritmo. Yo veía esto, pero nunca ayudaba. Pensaba que lavar ropa, cocinar y hacer las tareas de la casa eran cosas de mujeres y que los hombres solo tenían que ganar dinero para mantener a la familia y trabajar fuera de casa. Pensaba que, si los hombres hicieran las tareas de la casa, serían vistos como inútiles y los menospreciarían. Al vivir con este punto de vista, casi nunca aportaba en las tareas de la casa y no cuidaba ni me preocupaba por mi familia. Después de encontrar a Dios, cuando me pidieron que cumpliera el deber de acogida, pensaba que limpiar, comprar verduras y cocinar eran tareas para las hermanas, y que los hermanos no deberíamos estar obligados a hacerlas. La influencia de esta mentalidad machista me volvió resistente y no fui aplicado en mi deber. Ir al mercado, regatear con los verduleros y comprar verduras baratas de buena calidad son cosas completamente normales. Pero yo siempre sentí que era embarazoso y temía que me menospreciaran. Cuando cocinaba, preparaba lo que tenía ganas sin considerar para nada si los hermanos estaban acostumbrados a ello. Como me resistía a mi deber de acogida, ni siquiera limpiaba cuando era necesario. ¡Carecía totalmente de humanidad y razón! Esta mentalidad machista había retorcido mis pensamientos por completo. Pensé en cómo los deberes provienen de Dios sin ninguna distinción de estatus, género o edad. Debía aceptar mi deber de parte de Dios, tratarlo como una responsabilidad que hay que valorar y amar, y dedicarme a él con lealtad para satisfacer a Dios. Pero yo vivía según la mentalidad de que “los hombres deben trabajar fuera de casa y las mujeres deben encargarse de los quehaceres domésticos”. Solo consideraba mis propios sentimientos y nunca lo que de verdad era mi responsabilidad y deber. Carecía de toda sumisión. ¿Acaso no me estaba oponiendo a Dios? Al darme cuenta de esto, me sentí profundamente arrepentido y culpable, así que acudí a Dios en oración: “Dios, la mentalidad de que ‘los hombres deben trabajar fuera de casa y las mujeres deben encargarse de los quehaceres domésticos’ me ha estado controlando. No he sido sumiso al cumplir mi deber de acogida y me he opuesto a Ti constantemente. ¡He sido tan insensato! Dios, estaba errado, pero estoy dispuesto a arrepentirme ante Ti”.

Luego, leí otro pasaje de las palabras de Dios y llegué a comprender el estándar de Dios para medir a las personas. Dios Todopoderoso dice: “Dios no tiene nada concreto que decir en cuanto a los géneros de la humanidad, porque tanto los hombres como las mujeres son creaciones de Dios y parten de Él. Por usar una frase que dice la humanidad, ‘Tanto la palma como el envés de la mano están hechos de carne’. Dios no siente ningún prejuicio especial hacia los hombres o las mujeres, ni tampoco hace exigencias distintas ni a uno ni a otro, ambos son lo mismo. Por tanto, Dios usa los mismos estándares para juzgarte, ya seas hombre o mujer; Él se va a fijar en el tipo de esencia-humanidad que tengas, qué senda recorres, qué postura adoptas respecto a la verdad, si la amas, si tienes un corazón temeroso de Dios y si puedes someterte a Él. A la hora de elegir a alguien y cultivarlo para que realice cierto deber o lleve a cabo cierta responsabilidad, Dios no mira si es hombre o mujer. Él promueve y utiliza a las personas, sea cual sea su género, fijándose en si poseen conciencia y razón, en si tienen un calibre aceptable, en si aceptan la verdad y en qué senda caminan. Por supuesto, cuando salva y perfecciona a la humanidad, Dios no se para a considerar su género. Si eres una mujer, Dios no considera si eres virtuosa, amable, dulce o tienes moral, o si te comportas bien, y no evalúa a los hombres en base a su virilidad y masculinidad; estos no son los estándares según los cuales valora a los hombres y a las mujeres(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa perseguir la verdad (7)). Por las palabras de Dios, vi que el carácter de Dios es justo y que Él no trata de forma distinta a las personas según su género. Cuando Dios creó a Adán y Eva, no los discriminó por género, y Su amor y cuidado hacia ellos fueron equitativos, sin favoritismos. Las palabras que Dios dice en los últimos días para salvar a la humanidad están dirigidas a todas las personas, sin importar su nacionalidad, raza o género. En mi experiencia, también vi que la casa de Dios no tiene en cuenta el género a la hora de ascender o emplear a las personas, sino que considera si la persona ama la verdad y posee conciencia y razón, y considera la senda por la que camina. No hay ninguna regla que diga que los líderes y obreros tienen que ser hermanos, ni que el deber de acogida tenga que ser cumplido por hermanas. Por ejemplo, conocía un hermano que también cumplía un deber de acogida y que, siempre que tenía tiempo, se centraba en leer las palabras de Dios. Durante las reuniones, se sinceraba y compartía su estado y sus dificultades; cuando enfrentaba dificultades, buscaba la verdad y se enfocaba en practicar de acuerdo con los principios-verdad. Este hermano cumplía su deber sin limitaciones de género. Luego comprendí que vivir con esta perspectiva absurda del machismo estaba mal y era extremo, y que se opone completamente a las palabras de Dios. Tras comprender estas verdades, gané algo de discernimiento sobre la mentalidad machista y estuve dispuesto a rechazarla de corazón. También pude aceptar por completo mi deber de acogida.

Luego, leí más de las palabras de Dios y tuve más en claro cómo cumplir bien este deber de acogida. Dios dice: “Los principios que debes entender y las verdades que has de poner en práctica son los mismos, con independencia de qué deber estés cumpliendo. Ya se te haya pedido que seas líder u obrero, o si estás cocinando como anfitrión o se te pide que te encargues de asuntos externos o hagas algo de trabajo físico, los principios-verdad que se deben observar a la hora de cumplir con estos diferentes deberes son los mismos, en cuanto a que deben basarse en la verdad y en las palabras de Dios. ¿Cuál es entonces el mayor y más importante de estos principios? El de consagrar el corazón, la mente y los esfuerzos a cumplir bien con el deber, y hacerlo con el estándar requerido. […] Por ejemplo, si estás al cargo de prepararles la comida a tus hermanos y hermanas, ese es tu deber. ¿Cómo has de tratar semejante tarea? (Debo buscar los principios-verdad). ¿Cómo haces tal cosa? Tiene relación con la realidad y la verdad. Debes pensar en cómo poner la verdad en práctica, cómo cumplirlo bien y qué aspectos de la verdad implica tal deber. El primer paso es saber esto antes que nada: ‘No estoy cocinando para mí. Lo que estoy haciendo es mi deber’. El aspecto aquí involucrado es la visión. ¿Qué hay del paso dos? (Debo pensar en cómo cocinar bien la comida). ¿Cuál es el criterio de cocinar bien? (Debo buscar los requerimientos de Dios). Eso es. Solo los requerimientos de Dios son la verdad, el estándar y el principio. Cocinar de acuerdo con los requerimientos de Dios es un aspecto de la verdad. Primero que nada, debes considerar este aspecto de la verdad y luego contemplar esto otro: ‘Dios me ha encargado este deber para que lo cumpla. ¿Qué estándar requiere Dios?’. Este fundamento es un requisito. Entonces, ¿cómo has de cocinar para cumplir con el estándar de Dios? La comida que prepares ha de ser saludable, sabrosa, limpia y no resultar dañina para el cuerpo; tales son los detalles relevantes. Mientras cocines de acuerdo con este principio, se preparará la comida de acuerdo con los requerimientos de Dios. ¿Por qué digo esto? Porque buscabas los principios de este deber y no has excedido el ámbito que ha delimitado Dios. Esta es la manera correcta de cocinar. Has cumplido bien con tu deber, y lo has hecho satisfactoriamente(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se buscan los principios-verdad es posible cumplir bien el deber). Por medio de las palabras de Dios vi que, sin importar el deber que hagamos, debemos practicar de acuerdo con los principios-verdad y dedicar nuestros corazones y esforzarnos en cumplirlo bien de acuerdo con las palabras de Dios. Por ejemplo, cuando cumplo mi deber de acogida, si la comida no está bien preparada y los demás no quieren comer o si les provoca efectos secundarios en su salud, quiere decir que no cumplí bien mi deber. En lo que respecta a la comida, tengo que secar lo que haya que secar y servir lo que haya que consumir rápidamente para evitar desperdicios. Es más, en China, el país que se opone a Dios con mayor severidad, siempre debemos mantenernos alertas en nuestro deber de acogida, prestar atención a las inmediaciones y garantizar la seguridad de nuestros hermanos y hermanas. Luego de comprender esto, cuando volví a comprar verduras en el mercado, pensé en cómo comprar productos económicos de buena calidad y no me importó lo que opinaran los demás. Le di prioridad a preparar comida sabrosa, nutritiva y saludable, y preguntaba a mis hermanos y hermanas o miraba tutoriales cuando había recetas que no conocía. Después de un tiempo, tanto la cocina como la limpieza de la casa mejoraron enormemente. Al tiempo, cooperaba con un hermano para reparar artefactos electrónicos y tomaba la iniciativa para cocinar y hacer las tareas de la casa. A veces, cuando los hermanos y hermanas venían a nuestra casa, no podían evitar elogiarnos y decían cosas como: “¡Su casa está tan limpia!” y “Esta comida se ve muy apetitosa”. Al escuchar estas cosas, agradecía a Dios de todo corazón.

Comprendí que los deberes son la comisión de Dios para la humanidad; son nuestra responsabilidad y una obligación que debemos cumplir bien, sin importar nuestro género. Debemos aceptarlos incondicionalmente y hacer nuestro mejor esfuerzo para cumplirlos bien. También comprendí que no importa qué deber realicemos, ya que lo que importa es que busquemos la verdad en nuestros deberes y resolvamos nuestras actitudes corruptas. Lo más importante es buscar practicar de acuerdo con los principios-verdad. Estos cambios y ganancias que obtuve fueron el resultado de la guía de las palabras de Dios. ¡Gracias a Dios!

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