3. Te arruinarás si eres tibio con tu fe
A principios de febrero de 2024, estaba haciendo un deber relacionado con textos en la iglesia. Al principio, estaba bastante motivada. Sentía que mi entrada en la vida era bastante superficial y que tenía deficiencias en todas las áreas, así que creía que, si practicaba mi deber relacionado con textos y comprendía más las verdades y principios, lograría crecer en la vida con mayor rapidez. Más adelante, la supervisora me hizo colaborar con una hermana llamada Qin Lan para gestionar el trabajo de revisión de sermones de un grupo y los estudios de sus miembros. Qin Lan llevaba más tiempo que yo en el deber relacionado con textos y entendía de los principios y de las habilidades profesionales. Estaba muy feliz, ya que trabajar con ella significaba que aprendería más cosas y crecería en mi deber con mayor rapidez. Como sabía que acababa de empezar a hacer ese deber, Qin Lan me orientaba de manera bastante detallada acerca de nuestro trabajo. Al revisar los sermones, primero me pedía mi opinión sobre ellos y, si había algo que no entendía, me hablaba de ello punto por punto. Yo estudiaba con dedicación, tomaba notas y me sentía bastante cómoda haciendo mi deber de esa manera. Más tarde, al revisar el trabajo, me di cuenta de que había muchísimo por hacer. Además de elegir los sermones, teníamos que mantenernos al tanto de las situaciones actuales de los miembros del grupo y de los progresos de su trabajo. Cuando los resultados de su trabajo empeoraban, teníamos que revisar todas las desviaciones y los problemas. También debíamos estudiar habilidades profesionales, cultivar el talento, etc. Pensé: “Gestionar todos estos proyectos distintos es muy complicado. ¿Cuánta reflexión y energía debo dedicarles? ¿Qué precio debo pagar para hacer bien todo este trabajo?”. Apenas lo pensé, tuve la impresión de que todo era demasiado complicado y demasiado agotador para mí. Cuando las hermanas y yo revisábamos las desviaciones en el trabajo, quería participar e involucrarme. Sin embargo, cuando me ponía a pensar en que era nueva en ese deber y no entendía las cosas, mientras que Qin Lan estaba familiarizada con todos los aspectos del trabajo, me parecía que era mejor confiar más en ella y me conformaba con desempeñar solo el papel de oyente. Cuando escribía las cartas sobre la corrección de las desviaciones, me limitaba a resumir los puntos principales que Qin Lan había mencionado, lo que me ahorraba muchos problemas. Cuando los resultados del trabajo empeoraban, las hermanas se preocupaban mucho, reflexionaban sobre sí mismas y resumían las desviaciones en su trabajo. Yo no me preocupaba, ya que pensaba que los resultados de nuestro trabajo no tenían nada que ver conmigo. Pensaba que, como yo era nueva en el deber, no entendía o no sabía hacer las cosas y veía los problemas de manera superficial y me conformaba con ser una típica subordinada. Cada día, me limitaba a revisar el trabajo de manera rutinaria sin pensar demasiado. A veces, incluso me empezaba a dar sueño antes de las 9 de la noche.
A principios de marzo, empecé a sentir un fuerte dolor en las rodillas y en el pecho durante varios días seguidos. Una hermana me advirtió lo siguiente: “Últimamente no has demostrado mucho sentido de la carga en tu deber. Ahora que has enfermado, puedes hacerte un autoexamen”. También usó la experiencia de otra hermana para compartir conmigo y me contó que esa hermana siempre había escuchado a los demás y dependido de ellos en su deber, no tenía opiniones propias y, más tarde, había sido destituida por no hacer su deber con eficacia. Solo después de que la hubieran destituido se arrepintió y comprendió la importancia de su deber. Me sentí bastante mal después de escuchar la charla de esa hermana y pensé: “¿No ha sido también así mi estado recientemente? No he querido preocuparme de nada y tan solo he actuado como una mandada”. Pensé en un pasaje de las palabras de Dios que había leído unos días antes: “” (La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (11)). Las palabras de Dios tuvieron un impacto profundo en mí. Él había puesto al descubierto mi situación exacta en mi deber. Aparentemente, hacía todo lo que la supervisora me decía, revisaba el trabajo y elegía los sermones, me encargaba de todo eso y no hacía el mal ni causaba perturbaciones. Sin embargo, tenía una actitud pasiva hacia mi deber. Había hecho trabajo relacionado con textos durante más de un mes y pasaba cada día confundida y sin tener sensación de urgencia. Simplemente actuaba como una subordinada en mi deber, usaba las opiniones de Qin Lan para responder a las cartas y no me involucraba en la revisión del trabajo. Cuando el trabajo no avanzaba, no me preocupaba ni me ponía nerviosa y simplemente ponía excusas como “no puedo hacerlo” o “no lo entiendo”. Tenía una actitud negligente hacia todo y carecía incluso del más mínimo sentido de la carga en mi deber. Quienes llevan una carga en su deber son capaces de tener en consideración las intenciones de Dios, piensan en cómo llevar a cabo el trabajo con rapidez y son capaces de buscar la verdad para resolver los problemas del trabajo, pensar en los asuntos correctos y tener una actitud proactiva. En cuanto a mí, solo pensaba en cómo evitar que mi carne sufriera. Dependía de la hermana con la que trabajaba para hacer todo mi trabajo y no cumplía con ninguna responsabilidad. Fue entonces cuando me di cuenta de que la advertencia de esa hermana contenía la intención de Dios. Si seguía con la misma actitud, sería muy peligroso y me condenaría a mí misma. Al comprenderlo, me sentí en crisis y oré a Dios arrepentida: “Dios mío, dependo demasiado de los demás y solo quiero ser una subalterna. Nunca estoy dispuesta a preocuparme por las cosas ni a sufrir y no tengo el más mínimo sentido de la carga en mi deber. Dios mío, no quiero quedarme en este estado de ‘tibieza’ y que me descartes. Quiero cambiar. Te ruego que me guíes”. Tras eso, cambié a conciencia mi actitud en mi deber, tenía presentes los asuntos importantes y dejé de quedarme dormida por las noches.
Pero como antes no me había encargado de hacer bien el trabajo ni había llevado una carga en mi deber, al poco tiempo me enfrenté a las consecuencias. El trabajo que supervisaba no producía ningún tipo de resultado y algunos hermanos y hermanas se volvieron negativos y pasivos en sus deberes. Como suelen decir: “cuando el jefe manda bien, huelgan las preguntas”. Unos días después, como nadie del grupo de estudio de habilidades profesionales del que yo me encargaba había conseguido avanzar, la supervisora puso a Qin Lan a cargo de esa tarea. Me sentí fatal cuando me enteré y me di cuenta de que no había establecido horarios para estudiar y de que me había limitado a esperar pasivamente a que Qin Lan se encargara. Por supuesto que Qin Lan tenía habilidades profesionales, pero yo ni siquiera había cumplido con mi responsabilidad de supervisión básica y de dar avisos al grupo. Si hubiera prestado un poco más de atención, asumido una carga un poco mayor y supervisado los estudios a tiempo, no hubieran reajustado mi deber. Dios me estaba revelando a través de ese asunto, por lo que me sentía angustiada, me recriminaba a mí misma y pensaba: “¿Cómo pude hacer mi deber de esta manera? ¿No estoy siendo poco confiable? ¿Dónde están mi integridad y mi dignidad?”. Más tarde, vi estos dos pasajes de las palabras de Dios: “” (La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (11)). “” (La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (11)). Tras leer las palabras de Dios, me sentí muy intranquila. Dios dijo que quienes son pasivos en su deber, no hacen lo que son capaces de hacer y actúan de manera superficial e irresponsable en su deber son personas que no realizan trabajo real, caminan por la senda de los anticristos y son condenadas por Dios. Reflexioné sobre esto y pensé: A pesar de cumplir con un deber, no me consideraba una miembro de la casa de Dios. No solo fui desleal en mi deber, sino que ni siquiera cumplí con las responsabilidades más básicas. La hermana con la que trabajaba compendiaba el trabajo para rectificar las desviaciones y cumplir mejor con nuestros deberes, pero yo no participaba ni preguntaba. No respondí con diligencia a las cartas y solo escribía en función de lo que decía la hermana, como si fuera un robot. Tampoco tomé en serio el estudio de las habilidades profesionales de cada uno y retrasé su avance. Todo eso se debió a que tenía miedo de poner empeño en mi deber y a que no asumía una carga. Cumplir con mi deber de esa manera era algo que Dios aborrecía y que repugnaba a las personas y estaba claro que no era digna de su confianza. Solo tenía en cuenta mi propia carne en todo lo que hacía, no quería poner empeño en mi deber ni pagar un precio y solo quería ser una subordinada y que me organizaran todo, sin tener en ninguna consideración el trabajo de la iglesia ni preocuparme por la intención de Dios. La actitud que tenía hacia mi deber decepcionó mucho a Dios. Dependía de la hermana con la que colaboraba para todas las cosas. Aunque mi carne se sintiera relajada, había perdido la oportunidad que Dios me había dado para preparar buenas obras y nunca la recuperaría. ¡Me sentí en deuda y arrepentida! La frase de las palabras de Dios que dice: “” me conmovió especialmente. Solía pensar que solo Judas y las personas que hacían el mal podían abrir la puerta del infierno, pero resulta que Dios había estado tomando nota de cada vez que yo codiciaba la comodidad, no conseguía asumir una carga en mi deber y me negaba a arrepentirme. Cada nota que Dios tomaba abría un poco más la puerta del infierno. La puerta del infierno se abre al no conseguir practicar la verdad de forma reiterada. ¡Es una consecuencia realmente aterradora! Al reflexionar al respecto, finalmente me di cuenta de que estaba en verdadero peligro, me sentí un poco arrepentida y pensé: “Dios aún me ha dado una oportunidad para arrepentirme. Tengo que aprovechar la oportunidad de cumplir con mi deber y compensar mis transgresiones”. Oré a Dios: “Dios mío, no tengo ni la más mínima humanidad o razón. Solo me importa codiciar las comodidades de la carne y no he cumplido con ninguno de los deberes que debería hacer bien. ¡Te he entristecido profundamente! Dios mío, sé que cumplir con mi deber de esta manera me destruirá y perjudicará el trabajo de la iglesia. Estoy dispuesta a arrepentirme y a aceptar Tu escrutinio. Te ruego que me disciplines y me permitas entenderme a mí misma y despojarme de mi carácter corrupto”.
Más tarde, pensé: “¿Por qué siempre tengo miedo de poner dedicación en las cosas y esforzarme mentalmente? ¿Cuál es la raíz de este problema?”. Leí dos pasajes de las palabras de Dios: “Las personas perezosas no son capaces de hacer nada. Resumido en dos palabras, son personas inútiles; tienen una discapacidad de segunda clase. Por muy bueno que sea el calibre de los perezosos, no es más que una fachada; aunque tienen buen calibre, no sirve para nada. Son demasiado perezosos, saben lo que deben hacer, pero no lo hacen y, aunque tengan conocimiento de que algo supone un problema, no buscan la verdad para resolverlo, y si bien saben qué dificultades deben sufrir para que el trabajo sea efectivo, no están dispuestos a soportar ese sufrimiento aunque merezca la pena, así que no pueden obtener ninguna verdad ni realizar ningún trabajo real. No desean soportar las penurias que a las personas les toca soportar; solo saben disfrutar de la comodidad, de los momentos de alegría y ocio, y de una vida libre y relajada. ¿Acaso no son inútiles? Las personas que no pueden soportar la adversidad no merecen vivir. Aquellos que siempre desean vivir la vida de un parásito son personas sin conciencia ni razón, bestias, y tales personas no son aptas siquiera para ser mano de obra. Como no pueden soportar la adversidad, ni siquiera cuando son mano de obra son capaces de hacerlo bien y, si desean obtener la verdad, hay incluso menos esperanzas de ello. Alguien que no puede sufrir y no ama la verdad es una persona inútil, no es apta ni siquiera para ser mano de obra. Es una bestia sin pizca de humanidad. A tales personas se las debe descartar, solo esto concuerda con las intenciones de Dios” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (8)). “¿Qué clase de persona es inservible? Los atolondrados, gente que se pasa los días sin hacer nada. La gente de este tipo no es responsable en nada de lo que hace ni se lo toma en serio; lo lía todo. No presta atención a tus palabras por más que compartas la verdad. Piensa: ‘Si yo quiero, actuaré así, por inercia. ¡Di lo que quieras! En cualquier caso, ahora mismo desempeño mi deber y tengo para comer, con eso basta. Al menos no tengo que mendigar. Si un día no tengo nada para comer, ya me lo pensaré entonces. El cielo siempre deja una salida para el hombre. Dices que no tengo conciencia ni razón y soy un atolondrado; bueno, ¿y qué? No he infringido la ley. A lo sumo, estoy algo falto de calidad humana, pero eso no me supone una pérdida. Mientras tenga para comer, está bien’. ¿Qué opinas de este punto de vista? Te digo que todas las personas atolondradas como esta, que pasan sus días sin hacer nada, están destinadas a ser descartadas y es imposible que alcancen la salvación” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (8)). Las duras palabras de Dios estimularon mi corazón adormecido y pusieron al descubierto la esencia de las personas perezosas. Esas personas no están dispuestas a sufrir ni a pagar un precio y siempre desean llevar una vida sin preocupaciones. Las personas perezosas no son capaces de lograr nada, por lo que les resulta aún menos posible alcanzar la verdad y la salvación. Dios dice que las personas perezosas son inútiles, que son bestias y que deben ser descartadas y yo estaba actuando exactamente como una persona inútil. No quería poner empeño en mi deber ni pagar un precio y vivía como un parásito, dependía de los demás para todo e iba a la deriva. Cuando comencé mi deber relacionado con textos, no tenía a nadie en quien apoyarme y fui capaz de confiar en Dios, estudiar con diligencia y conseguir algunos logros. Una vez que comencé a colaborar con mi hermana, dejé de ser tan diligente, me volví tibia en mi deber, no quise poner dedicación en el trabajo ni pagar un precio y solo buscaba pasar mis días en relajación y ocio. Como no tenía una carga en mi corazón, tampoco asumí ninguno de los trabajos que me habían asignado. Las otras hermanas se preocupaban por mí y tenían que asumir mi trabajo. Aun así, no tenía conciencia. Dependía por sistema de mi hermana. Incluso después de realizar el deber relacionado con textos durante más de un mes, seguía con la excusa de que acababa de llegar y no sabía hacer ciertas cosas o no podía hacerlas, por lo que no revisaba el trabajo. ¡Era tan desvergonzada! Vivía bajo la filosofía satánica de: “La vida es breve; disfruta mientras puedas”, y “Celebremos, porque no hay duda de que la vida es corta pero dulce”. Esas opiniones e ideas decadentes y depravadas me convirtieron en una degenerada. Solo pensaba en cómo evitar que mi carne sufriera y tuviera preocupaciones, pero no pensaba para nada en cómo cumplir bien con mi deber. Causé retrasos a un trabajo extremadamente importante. En esencia, estaba trastornando el trabajo de la iglesia y actuando como una lacaya de Satanás. Dios dice que los que toman a la ligera sus deberes son aún más patéticos que Judas y Él los aborrece y los odia. La naturaleza de una transgresión así es muy grave. Me sentí muy asustada cuando pensé en las consecuencias de todo esto. Una persona como yo no era digna de confianza y, si seguía dando tumbos, me destruiría. Pensé en cómo los cerdos esperan cada día en su pocilga a que venga su dueño a alimentarlos. Después de comer, duermen profundamente sin la más mínima preocupación, solo para que, luego, su dueño los sacrifique. Si seguía viviendo de esa manera y disfrutaba de los placeres de la carne, no me diferenciaría en nada de un cerdo y solo sería cuestión de tiempo que Dios me descartara. No quería seguir siendo perezosa e inútil, así que oré a Dios: “Dios mío, no quiero seguir dejándome llevar. Esta forma de vida es depravada y no tiene valor. Te ruego que me guíes para ser más diligente y cumplir con mi deber de manera adecuada”.
Más tarde, encontré una senda de práctica a través de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “” (La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (11)). Las palabras de Dios contienen Su intención y Sus exigencias y también nos indican la senda de práctica. Cumplir con nuestro deber como seres creados es fundamental. Solo al realizar nuestro deber según los principios, ser diligentes, pagar un precio y asumir una carga; es decir, únicamente al desempeñar el deber proactivamente de esta forma, podemos preparar buenas obras y estar de acuerdo con la intención de Dios. Si nos limitamos a cumplir con el deber para salir del paso y solo hacemos lo que nos piden, puede que eso no parezca una perturbación o un trastorno, pero no ponemos el corazón en el deber, así que Dios no nos alaba. Reflexioné sobre cómo había sido tibia en mi deber, no había conseguido hacer el trabajo que me habían asignado y había perturbado y trastornado mi deber. No solo no había preparado buenas obras, sino que también había cometido transgresiones. “Mi deber era elegir buenos sermones” ayudar a difundir el evangelio, dar testimonio de Dios y llevar a más personas ante Dios para que alcancen la salvación. Era una responsabilidad muy importante, por lo que era inaceptable holgazanear lo más mínimo. Acababa de empezar a practicar y aún tenía muchas deficiencias. Tenía que dedicar tiempo y esfuerzo a estudiar y reflexionar, así como cumplir mi deber de acuerdo con las exigencias y los principios de Dios. También debía aprender a preocuparme por el trabajo, informarme, tratar mi deber con responsabilidad y diligencia y asumir la carga de mi trabajo. ¡Solo eso estaría de acuerdo con las intenciones de Dios!
Tras eso, oré con frecuencia a Dios, me rebelé contra mi carne, dejé de actuar de forma tan tibia y desconsiderada y fui capaz de asumir mis responsabilidades de manera proactiva. También me di cuenta de que la iglesia no me había emparejado con mi hermana para que disfrutara de las comodidades de la carne, sino para que pudiéramos complementar nuestros puntos débiles y compartir ideas útiles. Realizar nuestro deber de esa manera reduciría nuestras desviaciones, beneficiaría a nuestro deber y también ayudaría nuestra entrada en la vida. Además, comencé a participar conscientemente en el trabajo de nuestro grupo, ponía empeño en revisar nuestro trabajo, expresaba algunas ideas y mis hermanas subsanaban mis deficiencias. Al colaborar de esa manera, nuestras pláticas se volvieron más refinadas y dirigidas, y el proceso también me permitió ganar cosas. He dejado de ser tan distraída y he aprendido a dedicarme a mi deber y a poner en práctica lo que sé. Ahora me siento más en paz. Después de un tiempo, dejé de sentirme tan confusa como antes, conseguí avanzar en la verdad y en las habilidades profesionales y pude sentir el esclarecimiento y la guía de Dios. ¡Gracias a Dios!