Un día que nunca olvidaré

17 Ene 2025

Por Li Qing, China

Una mañana de diciembre de 2012, poco después de las nueve de la mañana, estaba divulgando el evangelio con algunos hermanos y hermanas cuando un coche de la policía se detuvo frente a nosotros. Sin mostrarme ninguna identificación, un agente me retorció los brazos y me metió de un empujón dentro del coche. También metieron a otra hermana y un hermano en el coche. El corazón me latía con fuerza y no sabía lo que la policía pensaba hacer conmigo. Pensé: “¿Y si no puedo soportar la tortura, me convierto en un Judas y traiciono a Dios?”. Le oré a Dios de inmediato para pedirle que me protegiera el corazón y le prometí que moriría antes que convertirme en un Judas y traicionar a mis hermanos y hermanas. Después de orar, dejé de sentirme tan nerviosa.

Cuando llegamos a la comisaría, nos apartaron y nos interrogaron por separado. Uno de los policías me interrogó con severidad. “¿Quién es tu líder? ¿Dónde vives?”. Dije: “No sé quién es el líder. No he infringido ninguna ley, ¿por qué me han arrestado?”. Se rieron a carcajadas y dijeron: “¿Qué sabes tú de legislación? ¿Has obtenido un permiso del gobierno central para divulgar el evangelio? ¿Te dio el visto bueno la Oficina de Asuntos Religiosos? Estabas haciendo obra misional ilegal y alterando el orden público. Deberíamos enviarte a la Oficina de Asuntos Religiosos para que se encargue de ti”. Otro agente dijo: “Si colaboras con nosotros, te dejaremos ir”. Yo simplemente los ignoré. Entonces, un agente que estaba de pie en la entrada entró corriendo a la habitación y me dio una fuerte patada en la pantorrilla derecha. Me dolió tanto que pensé que me había roto los huesos de la pierna. Me pateó con tanta fuerza que él mismo cayó al suelo y los demás agentes empezaron a reírse. Se levantó y, para desquitarse la rabia, me dio una bofetada en la cara. Me golpeó tan fuerte que me hizo ver las estrellas y me sentí tan mareada que casi me caigo al suelo. Al poco tiempo, se me empezó a hinchar el lado derecho de la cara. Luego volvió a darme otra fuerte patada en la pantorrilla derecha y me llevó a patadas hacia una esquina de la habitación. Entonces, se preparó con violencia para darme una patada en la parte baja de la espalda. Estaba muy asustada. ¿Qué pasaría si me daba una patada y me lesionaba la zona lumbar? Me puse a llorar. Justo entonces, algunos de los otros agentes lo sujetaron. Otro agente se digirió a mí en un tono más amable y me dijo: “Mira, cariño, no queremos tratarte así. Lo único que tienes que hacer es decirnos donde vives y te dejaremos ir”. Pensé: “Mis padres creen en Dios y están cumpliendo con sus deberes. Si les doy mi dirección, ellos también se verán implicados. Si los hermanos y hermanas están reunidos en mi casa y los arrestan a todos, habré cometido un mal”. Así que no les dije nada. Entonces, uno de los agentes le dijo al resto que saliera, porque quería hablar conmigo a solas. Me preguntó: “¿Quieres salir de aquí? Si es así, basta con que nos digas tu dirección. O puedes colaborar con nosotros y convertirte en nuestra informante. Infiltra los rangos más altos de la iglesia para nosotros y trabajaremos juntos. Si aceptas, te dejaremos ir”. Cuando vio que no le hacía caso, se le ocurrió otra idea y dijo: “Ahora mismo solo estamos nosotros dos aquí. Sé que probablemente no puedes acusar a otros miembros directamente a la cara, así que puedo ocultar tu identidad. Vamos a dar una vuelta en mi coche y tú te quedas dentro. Lo único que tienes que hacer es señalar con el dedo a uno de tus hermanos o hermanas. Si señalas a otro miembro para que reemplace, te dejaremos ir. ¿Qué te parece?”. Al ver el feo rostro de ese agente, sentí asco y pensé: “Puede que estemos los dos solos aquí, pero el Espíritu de Dios lo escruta todo. Puedes embaucar a las personas, pero nunca podrás embaucar a Dios. Si crees que voy a convertirme en una informante, delatar a mis hermanos y hermanas y traicionar a Dios, ¡te equivocas!”. Le respondí con firmeza: “¡No conozco a nadie!”. Entonces me amenazó y me dijo: “¿Estás tratando de proteger a alguien? ¿Tus padres también creen en Dios? Las personas que arrestamos contigo ya nos contaron todo sobre ti. Sabemos todo lo que necesitamos saber sobre ti. Te estoy dando la oportunidad de que confieses. Si no nos dices nada, no lo pasarás nada bien en la cárcel. Te harán beber agua con guindillas picantes, te apretarán los dedos con palillos de bambú, te clavarán agujas debajo de las uñas, te meterán palillos de bambú en los oídos y les dirán a las demás presas que te acosen. ¡Será un infierno en vida!”. Sus palabras me pusieron la piel de gallina y me sentí absolutamente aterrada. Pensé: “¿Será cierto que me delataron? Si la policía realmente me mete palillos de bambú en los oídos, ¿no me quedaré sorda? Apretarme los dedos con palillos de bambú, clavarme agujas bajo las uñas… Los dedos son muy sensibles, eso debe ser increíblemente doloroso. Si me mandan a la cárcel y me torturan, ¿podría una chica delgada y pequeña como yo soportar todo eso? ¿O moriría ahí? Solo tengo 20 años y mi vida apenas está empezando. ¡No quiero morir todavía! Tal vez pueda contarles algo trivial para responder a sus exigencias”. En ese momento, me sentí incómoda y lo tuve claro en el corazón: “Que me arresten y persigan es una prueba que debo superar. Si les cuento algo, seguro me harán más preguntas. Si son así de crueles con una chica joven como yo, ¡quién sabe lo brutales que serán con mis hermanos y hermanas! No puedo traicionar mi conciencia y pensar solamente en mí misma. No puedo convertirme en una lacaya de Satanás y traicionar a Dios. Tanto si los otros hermanos y hermanas me han traicionado como si no lo han hecho, debo mantenerme firme. Incluso si eso significa ir a la cárcel y que me torturen, no puedo traicionar a Dios”.

Tras eso, independientemente de cómo me interrogaran, siempre les decía que no sabía nada. Uno de los agentes se enfadó tanto que dio un puñetazo en la mesa y gritó: “¡Supongo que lo vamos a tener que hacer por las malas!”. Entonces, otro agente me puso las esposas, me agarró del pelo y tiró fuerte hacia atrás. A continuación, tres o cuatro agentes se me vinieron encima y empezaron a darme puñetazos y patadas. Sobre todo, me patearon las pantorrillas y me dieron puñetazos en la cabeza, el estómago y la parte baja de la espalda. Uno de los agentes me dio un puñetazo tan fuerte en el estómago que me encogí en un ovillo en una esquina de la habitación y rompí a llorar. Un agente me preguntó: “¿Estás lista para hablar?”. Lo miré con furia. Otro agente me agarró del cuello de la camisa, me golpeó la cabeza contra la pared y contra un armario de metal, y me estranguló el cuello. Me dolía tanto que apenas podía respirar. Solo cuando estaba a punto de desfallecer fue que el agente que estaba a mi lado le dijo que se detuviera. Me desplomé en el suelo, respirando con dificultad. Pensé en cómo la policía no se atreve a perseguir a las personas malvadas de la sociedad, pero cuando se trata de nosotros, los creyentes, nos torturan, nos golpean y hasta nos matan sin escrúpulos. Clamé por dentro: “¿Hay justicia en este mundo? ¿Cómo se atreven a llamarse la ‘policía del pueblo’?”. Justo entonces, recordé un himno de las palabras de Dios titulado: “Los que están en la oscuridad se deberían levantar”.

1  Durante miles de años, esta ha sido la tierra de la suciedad. Es insoportablemente sucia, la miseria abunda, los fantasmas campan a su antojo por todas partes; timan, engañan, y hacen acusaciones sin razón; son despiadados y crueles, pisotean esta ciudad fantasma y la dejan plagada de cadáveres; el hedor de la putrefacción cubre la tierra e impregna el aire; está fuertemente custodiada. ¿Quién puede ver el mundo más allá de los cielos? ¿Cómo podría la gente de una ciudad fantasma como esta haber visto alguna vez a Dios? ¿Han disfrutado alguna vez de la amabilidad y del encanto de Dios? ¿Qué apreciación tienen de los asuntos del mundo humano? ¿Quién de ellos puede entender las anhelantes intenciones de Dios?

2  ¿Por qué levantar un obstáculo tan impenetrable a la obra de Dios? ¿Por qué emplear diversos trucos para engañar a la gente de Dios? ¿Dónde están la verdadera libertad y los derechos e intereses legítimos? ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está el consuelo? ¿Dónde está la cordialidad? ¿Por qué usar intrigas engañosas para embaucar al pueblo de Dios? ¿Por qué usar la fuerza para reprimir la venida de Dios? ¿Por qué no permitir que Dios vague libremente por la tierra que creó? ¿Por qué acosar a Dios hasta que no tenga donde reposar Su cabeza? ¿Dónde está la calidez entre los hombres? ¿Dónde está la acogida entre la gente? ¿Por qué causar un ansia tan desesperada en Dios? ¿Por qué hacer que Dios llame una y otra vez? ¿Por qué obligar a Dios a que se preocupe por Su amado Hijo? En esta sociedad oscura, ¿por qué sus lamentables perros guardianes no permiten que Dios venga y vaya libremente por el mundo que Él creó? ¿Por qué no entiende el hombre, que vive en medio de dolor y sufrimiento? Por vuestro propio bien, Dios ha padecido gran tormento, con enorme dolor os ha dado a Su amado Hijo, Su carne y Su sangre, ¿por qué seguís haciendo la vista gorda? A plena vista de todos, rechazáis la venida de Dios y negáis Su amistad. ¿Por qué sois tan irrazonables? ¿Estáis dispuestos a soportar las injusticias en una sociedad oscura como esta?

[…]

La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)

En el pasado, no tenía ningún tipo de discernimiento sobre el PCCh. En sus libros de texto, el PCCh afirmaba que apoyaba la libertad de religión, así que me lo creía sin cuestionarlo e incluso lo elogiaba. Solo después de que el PCCh me persiguiera conseguí verlos tal como realmente son. El PCCh afirma que apoya la libertad religiosa para engañar al pueblo, pero lo cierto es que se opone frenéticamente a Dios y persigue a los cristianos. Dios Todopoderoso ha venido a expresar la verdad y a salvar a la humanidad de la corrupción, el tormento y la oscura influencia de Satanás, y a guiarnos por la senda correcta de la vida. Esto es algo increíble, pero el PCCh nos persigue y ordena a sus agentes que arresten y torturen especialmente a los creyentes en Dios. ¡El PCCh es verdaderamente malvado! ¡Es un demonio que odia y se resiste a Dios!

Luego, me esposaron durante media hora, me retorcían el brazo derecho por encima del hombro y me tiraban del brazo izquierdo por detrás, me hacían ponerme en cuclillas o de rodillas. Cuando no me arrodillé, dos agentes me sujetaron de los brazos y un tercero me dobló la pierna con su rodilla para obligarme a arrodillarme. Me torturaron hasta que terminé agotada y arrodillada en el suelo mirando la pared. Pensé que no me dejarían ir fácilmente si no conseguían obtener alguna información de mí sobre la iglesia. Solo llevaba allí dos horas y ya me habían torturado hasta dejarme exhausta y con todo el cuerpo dolorido. Me preguntaba cuánto más me iban a torturar y si iba a poder soportarlo. Me sentía como una ovejita que se había topado con una manada de lobos que la podían devorar en cualquier momento. Estaba muy afligida y asustada. Le oraba a Dios constantemente por dentro: “Querido Dios, siento que mi corazón es muy débil. No sé cuánto más puedo soportar. Dios mío, esta situación ha sucedido con Tu permiso, pero no entiendo cuál es Tu intención. Te ruego que me guíes”. Justo entonces, una oración de las palabras de Dios me vino a la mente: “Solo podrás ver a Dios desde el interior de tu fe. Cuando tengas fe, Dios te perfeccionará(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). De repente, todo me quedó claro. Dios esperaba que mantuviera mi fe en Él durante la persecución y la adversidad. Canté en la cabeza el himno “Las pruebas exigen fe”:

1  Cuando las personas atraviesan pruebas, es normal que sean débiles, internamente negativas o que carezcan de claridad sobre las intenciones de Dios o sobre la senda en la que practicar. Pero en cualquier caso, debes tener fe en la obra de Dios y, como Job, no debes negarlo. Aunque Job era débil y maldijo el día de su propio nacimiento, no negó que Jehová le concedió todas las cosas en la vida humana, y que también es Él quien las quita. Independientemente de las pruebas que haya soportado, él mantuvo esta creencia.

2  En tu experiencia, da igual cuál sea el tipo de refinamiento al que te sometas mediante las palabras de Dios, lo que Él exige de la humanidad, en pocas palabras, es su fe y su corazón amante de Dios. Lo que Dios perfecciona al obrar de esa manera es la fe, el amor y las aspiraciones de las personas. Dios realiza la obra de perfección en la gente y ellos no pueden verla ni sentirla; es en tales circunstancias en las que se requiere tu fe. Se exige la fe de las personas cuando algo no puede verse a simple vista, y se requiere de tu fe cuando no puedes abandonar tus propias nociones. Cuando no tienes clara la obra de Dios, lo que se requiere es tu fe y que adoptes una posición sólida y que te mantengas firme en tu testimonio. Cuando Job alcanzó este punto, Dios se le apareció y le habló. Es decir, solo podrás ver a Dios desde el interior de tu fe. Cuando tengas fe, Dios te perfeccionará.

La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento

Después de cantar el himno en silencio, se me llenó el rostro de lágrimas. Pensé en cómo Job pasó por su prueba en la que perdió a sus hijos y todas sus posesiones, se le cubrió de llagas todo el cuerpo y experimentó un dolor físico y emocional extremos. Frente a esta prueba, al principio, Job no entendía la intención de Dios y se sentía increíblemente angustiado y afligido, pero tenía un corazón temeroso de Dios. No persiguió a los ladrones ni se quejó. Primero se presentó ante Dios, le oró y lo buscó. Finalmente dijo: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová” (Job 1:21), y dio un rotundo testimonio. A través de esto entendí la intención de Dios. Dios está usando estas situaciones para perfeccionar mi fe. Debo aprender de la historia de Job y tener fe en Dios, orarle y confiar en Él para mantenerme firme en mi testimonio.

Después de mantenerme arrodillada durante más de diez minutos, la policía me ordenó que me pusiera de pie. Un agente alto me agarró del pelo y tiró hacia arriba, de modo que solo llegaba a tocar el suelo con la punta de los dedos de los pies. Sentía un dolor como si me hubieran arrancado el cuero cabelludo de la cabeza. Luego empezó a aplastarme los dedos del pie izquierdo con sus zapatos y a pisarme con todo su peso sobre los empeines de los pies. Me dolía tanto que pensé que me había roto los huesos de los pies, así que lo empujé. Al ver cuánto me dolía, volvió a pisarme en los empeines. Me empezaron a temblar las piernas y automáticamente me agaché, pero él me levantó de nuevo, me puso las manos contra la pared y siguió pisándome los pies. Esa fue la primera vez cuando pensé que prefería morir antes que soportar ese dolor. Fue solo cuando mi pie izquierdo hizo un sonido de un chasquido que finalmente se detuvo. Pensé que me había roto los huesos del pie, pero en realidad estaban bien. Sabía que Dios me estaba cuidando y protegiendo. Le agradecí desde el fondo de mi corazón. Luego un agente que parecía tener más de 20 años entró y me preguntó de forma seductora: “¿Cuántos años tienes? ¿Tienes novio? Si no quieres hablar, está bien. Pero cuanto antes hables, antes te dejaremos ir. Y por la noche vendré a verte”. Luego se acercó a mí y dijo: “¿Qué cosas crees que harían un chico y una chica solos en una habitación vacía?”. Me dijo muchas otras cosas sucias e indecentes. Luego entró una agente y dijo con una sonrisa gélida: “Si no habla, arránquenle toda la ropa y pónganla desnuda y de pie en una intersección concurrida con un cartel en el cuello para que todos la vean. Después suban sus fotos desnudas a Internet y ya veremos si se atreve a salir en público. ¡Será una deshonra para toda la vida!”. Mientras hablaba, me quitó las esposas y comenzó a quitarme mi abrigo de plumas. Estaba muy asustada. Pensé que ella me podía tener algo de compasión por ser mujer, pero resultó ser tan malvada como los agentes hombres. Otro agente empezó a frotarme la cintura con la mano y dijo: “Tienes un cuerpo bastante bueno”. Los demás agentes soltaron risas lascivas. El sonido de sus risotadas parecía que venía directamente del infierno. Me sentía tan asustada que estaba al borde del llanto y pensaba: “No hay nada que estos agentes no se atrevan a hacer. Si realmente me despojan de toda mi ropa, ¿cómo haré para seguir viviendo con semejante vergüenza? Sería mejor morir que tener que vivir con semejante humillación”. Vi que la ventana frente a la mesa no tenía barandilla y pensé en saltar por la ventana. Cuando se dieron cuenta de lo que estaba pensando, cerraron la ventana, así que me di la cabeza contra la pared lo más fuerte que pude. Un agente me apretó contra la pared para que no pudiera moverme y me gritó enfadado: “¿Deseas la muerte? ¡No te lo vamos a poner tan fácil! ¡Voy a hacer de tu vida un infierno en la tierra!”. Me quería morir, pero ellos no me lo permitían. Estaba en completa agonía. Justo entonces, me vino a la cabeza el himno de las palabras de Dios titulado: “Busca amar a Dios sin importar lo mucho que sufras”. “Durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y dejar que Él os instrumente; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio firme y rotundo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Entendí la intención de Dios. Dios quería que viviera para que diera testimonio de Él. Desear la muerte después de sufrir apenas un poco no era el comportamiento de alguien que ama a Dios. Era el comportamiento de una persona cobarde e inútil. ¡Debía seguir viviendo! Si realmente me despojaban de toda mi ropa y me exhibían desnuda, eso sería una evidencia de que persiguen a los cristianos. Tras pensar en esto, ya no deseé más la muerte. Luego, un oficial de apellido Xie me miró con lujuria y dijo: “Eres bastante atractiva. ¿Solo tienes 20 años? ¿Todavía no tienes novio? Me gustaría saber si aún eres virgen”. Mientras hablaba, se me acercó y apretó su cuerpo contra el mío, tocándome la cara y la barbilla. Me asusté y lo aparté. Él se trastabilló hacia atrás y se dio con el costado de la mesa. Entonces se enfureció, se me lanzó encima y me inmovilizó las manos contra la pared. Me besó por toda la cara y el cuello. Estaba tan alterada que grité. Algunos de los agentes que miraban se echaron a reír a carcajadas. Para protegerme de ser ultrajada, le di una patada y no dejé que se me acercara. Otro oficial empezó a tomarme fotos con su cámara. Dijo: “¿Cómo te atreves a golpear a un oficial?”. Eso me llenó de rabia. ¿Me estaban atacando entre todos y aun así me acusaban de golpearlos? ¿No estaban tergiversando la verdad? Pero también pensé: “Si me defiendo y ellos toman una foto, pueden publicarla en Internet y usarla para desacreditar e incriminar a la iglesia. ¿No humillaría eso a Dios?”. No quería darles nada que pudieran usar contra la iglesia, así que tuve que contener las lágrimas y soportar en silencio sus burlas. Al final, no lograron obtener la foto que querían, así que se marcharon.

El oficial Xie ordenó a otro agente que me pusiera las esposas y me mantuviera los brazos contra la pared. Me pisó los pies, desabrochó mi abrigo de plumas y empezó a tocarme por toda la espalda y la cintura. Tenía las manos y los pies completamente inmovilizados, así que no tenía forma de defenderme. Estaba tan angustiada que empecé a sollozar. El oficial Xie solo se detuvo cuando su novia entró a la habitación. Un poco más tarde, el oficial Xie volvió y se lanzó sobre mí como un poseso. No había nadie más en la habitación en ese momento. Me apretó las piernas juntas con fuerza y me puso sus brazos alrededor para tocarme por todo el cuerpo. Incluso me quitó los pantalones. Estaba aterrorizada y me sujeté con fuerza la pretina. Él me dio una violenta bofetada en la cara y di un chillido. Me tapó la boca y la nariz con la mano. No podía respirar y, cuanto más me resistía, más débil me volvía. Así era exactamente como había visto en la televisión que los violadores trataban a sus víctimas. Me sentía increíblemente aterrada y desesperada. Enfadado y exasperado, el oficial Xie gritó: “¡Grita! ¡Grita tan fuerte como puedas! ¡Veamos si tu Dios viene a rescatarte!”. Su desvergüenza y maldad me llenaron de furia. Le oré a Dios de inmediato: “Dios mío, no quiero que Satanás se aproveche de mí. Te ruego que me rescates, ¡por favor, rescátame!”. Justo cuando le estaba suplicando con urgencia a Dios, el oficial Xie levantó la mano con la que me había tapado la nariz y la boca, y tomé una gran bocanada de aire. Inmediatamente di un grito y varios agentes en la sala contigua me oyeron y entraron en la habitación. Solo entonces me soltó. Me desplomé en el suelo y pensé en lo que acababa de suceder. Si no hubiera sido por la protección de Dios, me habrían violado. Le agradecí a Dios con el corazón.

Ese día, al mediodía, entraron siete u ocho agentes. Cuando no colaboré con ellos, el jefe de la estación vino y me retorció la oreja mientras me pellizcaba la nuca. Me dolía mucho, así que agaché la cabeza. Se rio de mí y dijo: “Escondes la cabeza como una tortuga, ¿eh?”. Los demás también empezaron a burlarse de mí. Me rodearon y empezaron a empujarme como si fuera una pelota. Dos de los agentes incluso aprovecharon para pellizcarme el pecho y la cintura. ¡Eran una manada de bárbaros! Apreté los dientes de rabia y quise defenderme. Si no hubiera vivido todo esto por mi propia cuenta, nunca habría creído que estos eran los “policías del pueblo” que nuestros libros de texto y programas de televisión decían que “servían al pueblo” y “luchaban por la justicia”. Ya no pude soportarlo más y les grité: “¿Acaso los hombres de verdad intimidarían a una chica joven?”. Se detuvieron en cuanto se los dije. Poco tiempo después, un oficial me apuntó con una pistola a la sien y me amenazó: “¡Te podría disparar ahora mismo! Cuando atrapamos a creyentes como tú, podemos matarlos sin consecuencias. Podemos dispararles enseguida. Cuando te mueras, solo tenemos que sacarte y enterrarte. ¡Si quieres decir tus últimas palabras, hazlo ya!”. Mientras hablaba, cargó la pistola con una bala. Cuando vi que no estaba bromeando, me asusté tanto que se me pusieron las piernas como un flan. Pensé: “¿Realmente moriré tan joven? He tenido la suerte de encontrar a Dios, que ha venido a salvar a la humanidad, ¿y me voy a morir ahora, antes de ver cómo se divulga el evangelio del reino por todo el universo y de conseguir cambiar mi carácter corrupto? Eso es difícil de aceptar”. En ese momento, recordé cómo el Señor Jesús dijo: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno(Mateo 10:28). El gran dragón rojo solo me puede ultrajar y torturar la carne, pero no me puede destruir el alma. Perro que ladra no muerde. Por fuera, parece intimidante, pero no importa cuán frenético se ponga, siempre está en las manos de Dios. Sin el permiso de Dios, no se atrevería a hacerme nada. Pensé en cómo habían crucificado a Pedro cabeza abajo por Dios porque buscaba amarlo. Cuando lo crucificaron, oró a Dios y dijo: “¡Oh, Dios! Tu tiempo ha llegado ahora; el tiempo que Tú preparaste para mí ha llegado. Debo ser crucificado por Ti, debo dar este testimonio de Ti y espero que mi amor pueda satisfacer Tus exigencias y que se pueda hacer más puro. Para mí, poder morir por Ti hoy y ser clavado en la cruz por Ti, es reconfortante y tranquilizador, porque nada me es más grato que poder ser crucificado por Ti y satisfacer Tus deseos, y poder darme a Ti, poder ofrecerte mi vida(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). La oración de Pedro fue muy reveladora para mí. Sentí que me acercaba más a Dios y ya no temía a la muerte. Recordé cómo Dios me había estado protegiendo desde que me arrestaron y cómo fue la palabra de Dios la que me guiaba para desentrañar el plan de Satanás cuando él intentaba tentarme. Cuando me sentí débil, Él me dio fe y fortaleza. Cuando estuve en peligro, Dios me protegió para que Satanás no me pisoteara. Pedro se pudo someter a Dios y lo crucificaron cabeza abajo por Él. Yo no tenía la estatura de Pedro, pero estaba dispuesta a tomarlo como ejemplo. Morir por Dios hoy sería un honor para mí. Estaba profundamente conmovida por el amor de Dios y oré en silencio: “Dios mío, te debo mucho. En mi vida, nunca he perseguido la verdad con sinceridad ni he buscado amarte. Si tengo otra vida, continuaré creyendo en Ti, siguiéndote y retribuyendo Tu amor”. Algunos de los agentes vieron que estaba llorando y, al pensar que estaba asustada, dijeron: “Es tu última oportunidad. Si quieres decir unas últimas palabras, dilas ahora”. Les dije: “Todos vamos a morir en algún momento. Estoy muriendo porque me persiguen en nombre de la justicia, así que no me arrepiento de nada”. Tras decir eso, cerré los ojos y esperé a que me disparasen. El oficial se enfureció tanto que su mano comenzó a temblar y dijo: “¡Tus deseos son órdenes!”. Me dijo que girara la cabeza hacia un lado, luego me apuntó la pistola a la sien y disparó unos cuantos tiros, pero, por alguna razón, no me morí. Entonces me di cuenta de que había sacado la bala. Otro oficial dio un golpe sobre la mesa y dijo: “¿Te crees una heroína o qué? No importa lo que te hagamos, ¡no funciona nada!”. Me dieron con la pistola en la sien, me golpearon en la cabeza y dijeron: “¡Vamos, llora! ¿Por qué no lloras?”. Pensé en un himno que dice: “Tal vez me parta la cabeza y corra la sangre, pero el pueblo de Dios no puede perder el temple”. Antes, cuando tenía que enfrentar sus torturas y amenazas, solo lloraba sin parar para tratar de que se apiadasen de mí. No tenía fe en Dios en absoluto. Me arrastraba ante Satanás y me faltaba determinación. No podía seguir humillando a Dios con mi cobardía. Así que me sequé las lágrimas, apreté los puños y me decidí a luchar contra Satanás hasta el mismísimo final. Canté en la cabeza el himno: “Deseo ver el día en que Dios gane la gloria”. “Ofreceré mi amor y lealtad a Dios y cumpliré con mi misión para glorificarlo. Estoy decidido a mantenerme firme en mi testimonio de Dios y a no rendirme jamás a Satanás. ¡Oh! Tal vez me parta la cabeza y corra la sangre, pero el pueblo de Dios no puede perder el temple. La exhortación de Dios descansa en el corazón y yo decido humillar al diablo, Satanás. Dios predestina el dolor y las penalidades. Le seré fiel y obediente hasta la muerte. Dios nunca volverá a derramar una lágrima ni a preocuparse por mi culpa(Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos).

Algunos de los oficiales vieron que apretaba los puños con fuerza y empezaron a echar humo, diciendo: “¡Es más terca que una mula!”. Al ver que los policías estaban frustrados y no tenían más opciones, supe que esa horda de demonios y satanases había sido humillada y derrotada. Comprendí realmente lo que Dios quería decir cuando dijo: “Cuando las personas están verdaderamente preparadas para sacrificar su vida, todo se vuelve insignificante y nadie puede vencerlas. ¿Qué podría ser más importante que la vida? Así pues, Satanás se vuelve incapaz de hacer nada más en las personas, no hay nada que pueda hacer con el hombre(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Interpretaciones de los misterios de “las palabras de Dios al universo entero”, Capítulo 36). El talón de Aquiles del hombre es su miedo a la muerte. El diablo Satanás conocía mi talón de Aquiles y lo usó para amenazarme e intentar que dejara de creer en Dios y de seguirlo. Pero Dios ejerce Su sabiduría en función de los planes de Satanás. Cuando entregué mi vida a Dios, Satanás quedó impotente, fracasó y fue humillado.

Al mediodía, algunos de los oficiales fueron a comer, mientras tres se quedaron a vigilarme. Uno de ellos se me acercó y me preguntó con una sonrisa fingida: “¿Por qué no lloras?”. Le dije: “No tengo por qué llorar”. Dijo: “Si no lloras, ¡te daremos razones para que lo hagas!”. Mientras hablaba, tomó una botella negra. Me abrió los ojos a la fuerza y me roció un producto químico en la boca y los ojos, mientras otro agente me sujetaba los brazos y la cabeza. De inmediato, me empezaron a arder los ojos, que se me llenaron de lágrimas, y ya no fui capaz de mantenerlos abiertos. El producto químico me hacía arder de dolor las mejillas y la garganta también me ardía por lo que había tragado. Me dolía tanto que no podía ni hablar y no paraba de escupir. También me amenazó diciendo que el producto era un tipo de veneno que me mataría en media hora. El tercer oficial me agarró de las esposas y me llevó a otra sala. Para entonces ya podía abrir los ojos un poco, así que me rociaron con más del producto químico. Luego me esposaron con los otros hermanos y hermanas con los que me habían arrestado, encendieron un ventilador al máximo y abrieron todas las ventanas y la puerta. Él llevaba un abrigo grueso y tenía un calefactor en los pies. Se rio de buena gana y dijo: “Está calentito, ¿verdad?”. Era pleno invierno, por lo que se me helaron de inmediato las manos y los pies. En ese momento, oí cómo una de las hermanas empezaba a marcar un ritmo con los pies sobre el suelo y a cantar una canción en voz baja. Escuché con atención y me di cuenta de que estaba cantando un himno en alabanza a Dios. Comencé a golpetear también con el pie para seguirle el ritmo. Mientras cantaba, sentí que recuperaba la fuerza y pensé: “No importa cómo me torturen estos demonios, aguantaré, pase lo que pase. ¡Incluso si significa mi muerte, me mantendré firme en mi testimonio para satisfacer a Dios!”. Para mi gran sorpresa, nos soltaron alrededor de las tres de la tarde. Resultó que durante ese tiempo habían arrestado a tantos hermanos y hermanas que no quedaba espacio en el centro de detención ni en la cárcel. Cuando se dieron cuenta de que no estaban sacándonos información de valor, simplemente nos dejaron ir. Sin embargo, supe que eso se debía a la misericordia de Dios. Él nos había dado una escapatoria. Agradecí a Dios con el corazón.

Durante mi arresto y persecución por parte del PCCh, mi carne sufrió un poco y me humillaron, pero obtuve un verdadero discernimiento de la esencia malvada del PCCh. Vi con claridad que el PCCh no es más que un demonio que odia a Dios y se le resiste. Mientras el gran dragón rojo esté en el poder, Satanás está en el poder y maltrata y corrompe a todas las personas. Renuncié al gran dragón rojo con el corazón, me rebelé contra él y esperaba con ilusión el día en que Cristo y la justicia llegaran al poder. Esperaba que el reino de Cristo se hiciera realidad pronto, ¡y tenía aún más fe para seguir a Dios hasta el final!

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