Un despertar en la cárcel
Soy un antiguo miembro veterano del partido comunista. En nuestra familia éramos campesinos pobres, pero el gobierno nos dio tierras y un nuevo hogar, así que sentí que debía estar agradecido con el partido comunista. Debido a la profunda influencia que tuvo en mí la propaganda del partido, crecí idolatrándolo y fui delegado del pueblo durante más de treinta años. Durante esa época, asumí grandes responsabilidades sin la más mínima queja y, a menudo, me vi obligado a descuidar las tareas en la granja de mi familia debido a mis deberes como delegado. Mis contribuciones al partido me granjearon mucho reconocimiento, por lo que me terminaron otorgando los títulos de “delegado destacado” y “miembro destacado del partido”. Después de recibir estos honores, mi lealtad al partido creció aún más. Después de entrar en la fe, pensé que no solo debía ser devoto en servicio de mi fe, sino que también debía seguir desempeñando bien todas mis labores dentro del partido. Fue solo después que el PCCh me arrestase y me persiguiese dos veces y que, en última instancia, me dejase lisiado permanentemente que yo, un antiguo miembro veterano del partido, finalmente entré en razón.
Llevaba solo un año en la fe cuando, en abril de 2004, la policía me arrestó por organizar una reunión con hermanos y hermanas. Dos oficiales me llevaron a una oficina del gobierno del municipio local y comenzaron a registrarme de inmediato. Uno de ellos me dijo: “Te conviene que nos cuentes todo con honestidad. Mientras nos cuentes con claridad en qué consiste tu fe en Dios Todopoderoso, podrás seguir sirviendo como delegado. De lo contrario, no nos culpes si tenemos mano dura contigo”. Pensé para mis adentros: “Lo único que hice fue organizar una reunión y leer las palabras de Dios. No hice nada ilegal. No solo eso, sino que he sido delegado durante años, me he esforzado al máximo por el partido y he trabajado duro, incluso si no siempre recibí mi reconocimiento. Teniendo en cuenta todo eso, estoy seguro de que no me harán nada”. Así que les respondí: “No es ilegal creer en Dios. No me importa si sigo siendo delegado o no”. Uno de los oficiales dijo entre dientes con crueldad: “Sigue siendo así de obstinado y verás cómo te tratamos”. Después, no solo allanaron mi casa, sino que incluso se llevaron a mi esposa, que estaba gravemente enferma. Pusieron mis certificados de “miembro destacado del partido” en el suelo y dijeron: “¿Cómo puedes creer en Dios siendo un miembro distinguido del Partido Comunista? ¡Eso se opone completamente al Partido Comunista!”. Esa tarde, la policía me separó de mi esposa para interrogarnos. En la sala de interrogatorios de la Brigada de Seguridad Nacional, el líder del escuadrón de seguridad me gritó agresivamente: “¿Quién es el líder de tu iglesia? ¿Con quién estás en contacto?”. Antes de que pudiera responder, me agarró del pelo y me estrelló la cabeza contra la silla. Caí al suelo, me sentí mareado y empecé a perder la conciencia. Sabía que el PCCh había autorizado a la policía a golpear a la gente con total impunidad, así que me sentí un poco asustado y preocupado por lo que podrían llegar a hacerme. Clamé a Dios y le pedí que me protegiera para poder mantenerme firme en mi testimonio. Tras mi oración, recordé un pasaje de las palabras de Dios: “Yo soy tu apoyo y tu escudo y todo está en Mis manos. ¿De qué tienes miedo, entonces?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 9). En efecto, no importaba lo violentos que fueran los policías, todos estaban en las manos de Dios. Dios era mi escudo, así que no tenía nada que temer. Mientras confiara sinceramente en Dios, no había ningún calvario que no pudiera superar. Las palabras de Dios me dieron fe y fuerza, y el dolor se volvió menos intenso. Tras encontrar los números de teléfono de hermanos y hermanas con códigos de área de otras provincias mientras revisaban mi teléfono, el oficial dijo: “Solo por esto te podrían dar entre ocho y diez años en la cárcel”. Pensé para mis adentros: “No estoy haciendo nada malo por creer Dios y no he infringido ninguna ley. ¿Qué ley dictamina que puedan sentenciarme a ocho o diez años? No importa la sentencia que me impongan, nunca traicionaré a mis hermanos y hermanas”. Al ver que no iba a decirles nada, los oficiales me llevaron al centro de detención.
Tras llegar al centro de detención, los oficiales me interrogaron constantemente y me presionaron para que traicionara a mis hermanos y hermanas, pero nunca me di por vencido. En mayo de 2004, un oficial me entregó una notificación de reeducación por medio de trabajo forzado y me dijo que la firmara. Se habían inventado un cargo de “alteración de la paz social” y me sentenciaron a dos años y medio de reeducación por medio de trabajo forzado. Me enfurecí y le demandé al oficial: “¿Qué ley he infringido por creer en Dios? ¿Por qué me han arrestado? ¿Y por qué me dan dado una condena tan dura?”. Pero él parecía deleitarse con mi sufrimiento y dijo: “¿Aún no admites que eres culpable? Supongo que has tenido suerte. Organizar una reunión equivale a amparar criminales y está en oposición directa al PCCh. Eso te convierte en un criminal político”. Esa noche, no pude dejar de preguntarme por qué me habían dado una condena tan dura solo por creer en Dios. Incluso si el gobierno prohíbe que los miembros del partido comunista practiquen una religión, ¿no deberían hacer una excepción conmigo, dado que fui delegado durante muchos años y recibí la distinción de ser un miembro destacado? Al darme cuenta de eso, me sentí muy decepcionado con el PCCh y me arrepentí de haber trabajado para ellos con tanta diligencia en el pasado. Los dos hermanos a los habían arrestado conmigo recibieron condenas aún más duras. Estaba furioso y no era capaz de entender por qué el PCCh odiaba tanto a quienes creían en Dios. Era tan difícil practicar nuestra fe en China que no era de extrañar que Dios dijera: “El gran dragón rojo persigue a Dios y es Su enemigo, y por lo tanto, en esta tierra, la gente es sometida a humillación y opresión debido a su fe en Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Solo comencé a tomar conciencia cuando los hechos se revelaron ante mí. Vi que el PCCh odia profundamente a Dios y se le resiste con desesperación. No importa cuánto sirvas al partido y te sacrifiques por él, mientras creas en Dios, no te dejarán en paz. ¡Son verdaderamente unos demonios que se resisten a Dios! En ese momento, un hermano habló en voz baja conmigo cuando el oficial se encontraba fuera y me dijo: “Dios ha permitido que nos arrestaran. Este terrible calvario tiene mejor capacidad de perfeccionar nuestra fe. Debemos confiar en Dios para mantenernos firmes en nuestro testimonio”. Entonces me di cuenta de que me habían condenado a la reeducación a través de trabajo forzado con el permiso de Dios. Él estaba usando ese calvario para perfeccionar mi fe. Una vez que entendí la intención de Dios, sentí una nueva determinación y me dejó de preocupar mi condena. Si tenía que cumplir dos años y medio, ¡pues que así fuera! Confiaba en Dios y creía que me daría la fuerza para mantenerme firme.
En el campo de trabajo forzado nos obligaban a trabajar como máquinas. Poco después de llegar, un oficial nos reprendió y nos dijo: “Según las reglas, tienen derechos humanos, pero la realidad es que no tienen ninguno en absoluto. ¡Obedezcan las órdenes y hagan lo que se les dice! Aquí no hay lugar para debates o negociaciones y no deben exigir ni pedir nada. No tienen permitido decir que no están de acuerdo, que han recibido una condena dura o que no deberían estar aquí. Y ni se les ocurra decir que ‘aquí no hay libertad’, que ‘la vida aquí es difícil’ o que ‘el trabajo manual es agotador’, etc. No se permite ninguna de esas frases. ¡Sigan órdenes!”. No había libertad en el campo de trabajo forzado. Tras mi primer mes allí, me asignaron a la fábrica de ladrillos. La temperatura en el horno de ladrillos rondaba los 50°C (122°F). Los ladrillos refractarios estaban al rojo vivo cuando los sacábamos del horno y no había forma de acercarse sin hacerse daño. Los oficiales nos obligaban a trabajar y nos hacían usar prendas harapientas de algodón empapadas de agua como mísera protección. La fábrica de ladrillos usaba carbón para cocer los ladrillos y toda la fábrica estaba llena de humo. Eso hacía que siempre estuviéramos sucios, malolientes y cubiertos de hollín de pies a cabeza. Eran especialmente estrictos con los creyentes en Dios. Todos los días nos obligaban a realizar trabajos sucios y duros durante más de diez horas seguidas. Si bajábamos el ritmo, los oficiales nos gritaban: “¡Trabajen más rápido, trabajen más rápido!”. Al final del día, estaba tan cansado y me dolía tanto la espalda que lo único que podía hacer era recostarme en el suelo, sin querer moverme. Además de eso, nunca teníamos suficiente para comer, así que me empecé a sentir cada vez más débil, me faltaban las fuerzas y me solía marear. Por la noche, me acostaba en la cama y pensaba: “El gran dragón rojo no nos trata como seres humanos y nos obliga a hacer este tipo de trabajo duro. Tengo más de cincuenta años. Si esto sigue así, ¡no sé si podré sobrevivir estos dos años y medio de confinamiento!”. Cuando pensaba en estas cosas, me deprimía un poco y entonces clamaba a Dios en voz baja para decirle: “¡Dios mío! La vida aquí es demasiado dura. Me preocupa que no sea capaz de sobrevivir. ¡Dios mío! Te ruego que me des fuerza y fe para que pueda sobrevivir este largo período en la cárcel”. Tras mi oración, me di cuenta de que las palabras de Dios son mi fuente de vida y que debía confiar en Sus palabras para perseverar. No tenía ningún libro de las palabras de Dios conmigo para leer y solo recordaba algunos himnos, por lo que me aseguraba de no olvidarlos. Por la noche, me tapaba la cabeza con la manta y mentalmente cantaba en silencio los himnos de Dios, contando con los dedos los himnos que recordaba. Cada vez que cantaba los himnos me sentía muy animado. Hay un himno que dice: “La fe es como un puente de un solo tronco: aquellos que se aferran miserablemente a la vida tendrán dificultades para cruzarlo, pero aquellos que están dispuestos a sacrificarse pueden pasar con paso seguro y sin preocupación” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Me di cuenta de que Dios estaba usando este calvario para perfeccionar nuestra fe. Creía que, con Dios de mi lado, no había dificultad que no pudiera superar. También cantaba este himno: “Dios experimenta el sufrimiento del hombre y lo acompaña cuando recibe su castigo. Piensa en la vida del hombre todo el tiempo. Solo Dios es quien más ama a la humanidad. Él soporta en silencio el dolor del rechazo y acompaña al hombre en la tribulación” (Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos, Qué maravilla que Dios Todopoderoso haya venido). El himno era muy alentador y conmovedor. A pesar de estar en la cárcel, Dios estaba conmigo y por eso tenía la fe y la fuerza necesarias para enfrentar esos dos años y medio de prisión. No importaba lo difícil o agotadora que fuera la vida, tenía que confiar en Dios para seguir adelante. Una vez cumplida mi condena, sabía que debía volver a casa, leer más de las palabras de Dios y practicar bien mi fe.
En junio de 2004, el clima se volvió extremadamente caluroso. Un día, me sentía un poco aturdido y mareado, y me faltaba fuerza en los brazos y las piernas. Mientras bajaba de una pila de ladrillos de más de un metro de altura, de repente perdí el equilibrio y caí estrepitosamente al suelo, cayendo de espaldas sobre una pila de ladrillos rotos. En el momento en que aterricé, sentí un dolor punzante en las nalgas y el muslo izquierdo. El dolor era tan intenso que me invadió un sudor frío, me empezó a palpitar el corazón, me hice un ovillo en el suelo y fui incapaz de ponerme de pie. Cuando un oficial me vio allí tirado, no se molestó en fijarse si me había pasado algo malo y solo me gritó: “¡Levántate y sigue trabajando!”. El dolor era tan fuerte que no podía moverme, por lo que seguí tirado en el suelo durante otros dos minutos hasta que conseguí recuperar el aliento. Tenía miedo de que me dieran una paliza, así que luché contra el dolor casi insoportable y me levanté lentamente del suelo para seguir trabajando. Esa noche, estaba recostado en la cama hecho un ovillo y retorciéndome de dolor. No me atrevía a mover la pierna izquierda lo más mínimo, donde sentía un dolor agudo, como si tuviera un hueso roto. Me dolía tanto que no pude dormir en toda la noche. Por ese entonces, nadie se preocupó por mí y me sentí completamente desolado. También estaba preocupado y pensaba: “Es una lesión grave. Si realmente quedo paralizado, ¿cómo haré para mantener a mi familia en el futuro?”. Cuanto más lo pensaba, peor me sentía, así que clamé a Dios con lágrimas en los ojos: “¡Dios mío! No sé si podré volver a ponerme de pie. Tú eres todo lo que tengo, te ruego que me des fe y fuerza”. Después de orar, recordé estas palabras de Dios: “La suerte del hombre está controlada por las manos de Dios. Tú eres incapaz de controlarte a ti mismo: a pesar de que el hombre siempre va apresurado y se ocupa de sus propios asuntos, sigue siendo incapaz de controlarse. Si pudieras conocer tu propia perspectiva, si pudieras controlar tu propio sino, ¿seguirías siendo un ser creado?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Restaurar la vida normal del hombre y llevarlo a un destino maravilloso). En efecto, nuestros destinos están todos en manos de Dios. Dios era quien decidiría si yo iba a quedar paralizado o no, así que no tenía sentido que me preocupara al respecto, ya que solo me haría sentir peor. Estaba dispuesto a ponerme en manos de Dios sin importar lo que pasara y sin importar realmente si llegara a quedar paralizado. ¡Seguiría a Dios hasta el final! Más tarde, solicité la baja por enfermedad a los oficiales, pero ellos rechazaron mi solicitud, así que no tuve más remedio que soportar el dolor bestial e ir cojeando a la fábrica apoyando la mano izquierda sobre el muslo izquierdo. Cuando uno de los oficiales de la fábrica me vio en esa condición, me espetó con crueldad: “¡Estás fingiendo una lesión para no trabajar! Creer en Dios es oponerse al PCCh, lo que te convierte en un criminal político. Ese es un crimen peor que robar. ¡Mereces que te atormenten!”. Estaba furioso. Me estaban atormentando y maltratando solo porque creía en Dios. Eran realmente personas terribles. Recordé el siguiente pasaje de las palabras de Dios: “¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado! […] ¿Por qué levantar un obstáculo tan impenetrable a la obra de Dios? ¿Por qué emplear diversos trucos para engañar a la gente de Dios? ¿Dónde están la verdadera libertad y los derechos e intereses legítimos? ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está el consuelo? ¿Dónde está la cordialidad? ¿Por qué usar intrigas engañosas para embaucar al pueblo de Dios? ¿Por qué usar la fuerza para reprimir la venida de Dios?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). “Ahora es el momento: el hombre lleva mucho tiempo reuniendo todas sus fuerzas; ha dedicado todos sus esfuerzos y ha pagado todo precio por esto, para arrancarle la cara odiosa a este diablo y permitir a las personas, que han sido cegadas y han soportado todo tipo de sufrimiento y dificultad, que se levanten de su dolor y se rebelen contra este viejo diablo maligno” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). A través de las palabras de Dios, reconocí la esencia demoníaca de la animosidad que tiene el PCCh contra Dios. El PCCh se presenta como grande, glorioso e infalible, afirma apoyar la libertad religiosa y los derechos e intereses legítimos, pero todo son palabras falsas y endiabladas. Tras haber experimentado personalmente cómo el PCCh me había arrestado y oprimido, pude ver cómo engañan y atacan con violencia a la gente. El PCCh es oscuro y malvado. Son demonios en el sentido más puro de la palabra. ¡Las palabras de Dios dejan todo esto en evidencia de manera muy precisa y práctica! La razón por la cual el PCCh arresta y maltrata con desenfreno a quienes creen en Dios es que quieren forzarlos a negar y traicionar a Dios, pero yo nunca me rendiría ante ellos. Me odiaba a mí mismo por haberme dejado engañar tan completamente por el PCCh y haberlo adorado a ciegas como si fuera un gran benefactor, y por haberle estado agradecido solo por haberme dado un poco de tierra. Dios ha creado todas las cosas, y dar la tierra también le corresponde a Él. ¿Cómo pude haber atribuido la gracia de Dios por error al diablo, Satanás? Solo entonces me di cuenta de que aquel a quien siempre había adorado y al que le había estado agradecido era un demonio que se resistía a Dios y estaba tratando activamente de arrastrarme al infierno.
Pasaron nueve días hasta que un médico de la prisión finalmente me examinó y diagnosticó que tenía una necrosis de la cabeza femoral. Cuando oí el diagnóstico, pensé de inmediato: “¿Es tan grave? Si realmente quedo paralizado, ¿no seré completamente inútil? ¡Mi vida entonces habrá terminado!”. El médico solo me dio una receta para que tomase un medicamento por unos días, pero no solo resultó completamente ineficaz, sino que me hizo sentir aún más dolor. Por ese entonces, ya no podía caminar. Cuando tenía que ir al baño, doblaba la cintura, me apoyaba en la pared y avanzaba a paso de tortuga. Un trayecto que antes tomaba solo un par de minutos, ahora me llevaba más de media hora. Dependía de que otros presos me trajeran comida y, cuando se les olvidaba, tenía que pasar hambre o beber un poco de agua para aliviar las punzadas de hambre. Me quedaba acostado en la cama, mientras las horas se me hacían eternas y me hundía en el sufrimiento. Pensé: “Los medicamentos no funcionan y no me permiten ir al hospital por más que mi afección sea así de grave. Quizás me acabe muriendo aquí…”. Cuanto más pensaba, peor me sentía y las lágrimas me brotaban de los ojos. Incluso pensé en poner fin a mi vida para acabar con todo. Entonces, de repente recordé que todo está en manos de Dios y que tenía que confiar en Él. Comencé a clamar a Dios constantemente y entonces recordé este himno de las palabras de Dios “El inicio de una enfermedad es el amor de Dios”: “No flaquees ante la enfermedad, sigue buscando una y otra vez y nunca te rindas, y Dios te iluminará y te esclarecerá. ¿Cómo era la fe de Job? ¡Dios Todopoderoso es un médico omnipotente! Vivir en la enfermedad es estar enfermo, pero vivir en el espíritu es estar sano” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Mientras reflexionaba sobre las palabras de Dios, mi corazón se llenó de fuerza. Sí, Dios es todopoderoso, y solo podría presenciar Sus obras si tenía fe en Él. Pero, sumido en mi sufrimiento, deseaba acabar con mi vida, no tenía verdadera fe en Dios y me había convertido en el hazmerreír de Satanás. Verdaderamente, tenía una estatura muy pobre. En los días siguientes, oré a Dios a menudo, tarareé himnos y me sentí alentado y conmovido. Poco a poco, el terrible dolor que atormentaba mi cuerpo parecía disminuir. Al duodécimo día, finalmente me llevaron a un hospital para hacerme más análisis. Debido a la gravedad de mi afección, me procesaron para darme la libertad temporal bajo fianza por motivos médicos. El oficial que me acompañaba presentó una declaración falsa que decía que me había caído de una silla vieja mientras veía la televisión en un aula. Cuando intenté aclarar que en realidad me había caído trabajando en la fábrica de ladrillos, el oficial frunció el ceño y me dijo: “No obtendrás la libertad por motivos médicos si insistes en contar esa historia. ¡Tendrás que seguir sufriendo en prisión!”. Me preocupaba que acabara paralizado si retrasaba el tratamiento por más tiempo, así que no tuve más remedio que firmar la declaración falsa. Tras regresar a casa, fui a que me hicieran una operación, pero, como el tratamiento se había demorado demasiado, acabé con una discapacidad permanente.
Cuando volví a casa del hospital, estaba postrado en cama, inmóvil y dependía de mi esposa para que me diera la comida y los medicamentos con una cuchara. Unas dos semanas después de regresar a casa, el secretario adjunto del partido del condado vino a visitarnos, me entregó dos papeles y me dijo con frialdad: “Tu membresía del partido ha sido revocada, firma aquí”. Pensé para mí mismo: “¡Bien, que revoquen mi membresía! ¡Sin duda ya no quiero sacrificar mi vida por el partido!”. Así que firmé con determinación los documentos de revocación. Pensé en los más de treinta años que había trabajado como delegado del pueblo. Había alabado al partido, me había esforzado al máximo y con lealtad y, a través de varios tipos de engaños, había esquilmado la riqueza que el pueblo se había ganado con esfuerzo. Había trabajado tanto que ni siquiera había tenido tiempo para ocuparme de los negocios de la granja de mi propia familia, lo que obligó a mi esposa a trabajar demasiado y se enfermó. Antes pensaba que, como miembro del partido, debía ser leal al partido. Si no hubiera tenido la experiencia de que me arrestaran, oprimieran, expulsaran del partido y despojaran de mi puesto de delegado, habría seguido dando todo lo que tenía al partido. A pesar de que había pasado por cierto sufrimiento y que me había quedado lisiada la pierna izquierda, había desentrañado la esencia demoníaca del PCCh que se resiste a Dios y ya no me desorientaba ni embaucaba. Odiaba y renunciaba al PCCh con todo mi corazón y me dedicaba por completo a Dios. ¡Todo se debía al amor y la salvación de Dios! Esa noche, cuando le conté a mi esposa todo lo que había descubierto y aprendido, y ella vio cómo había cambiado, se rio y dijo: “Antes querías seguir a Dios y permanecer leal al partido. Ahora que ya no formas parte del PCCh, podemos dedicar todas nuestras energías a perseguir la verdad y cumplir con nuestros deberes”.
Durante ese tiempo, mi esposa se vio obligada a encargarse de todas las tareas del hogar. Ella ya sufría de una grave enfermedad estomacal y ahora, además de eso, tenía la responsabilidad de cuidar de mí y hacer todas las tareas del hogar. A veces estaba tan cansada que, cuando venía a servirme la comida, veía cómo le temblaban las manos. Me dolía mucho ver así a mi esposa y, a menudo, no podía evitar llorar. Después de cuatro meses, seguía sin tener movilidad en la pierna y comencé a preguntarme si quedaría paralizado permanentemente. “Si realmente quedo paralizado, ¿cómo haré para seguir viviendo? ¿No significaría el fin de mi vida?”. Solía ser el pilar de nuestra familia, pero me volví completamente inútil y hasta dependía de mi esposa para que me ayudara a ir al baño. Me sentía tan mal por mi esposa y solo me había convertido en una carga para ella. Esos pensamientos me llevaron a pensar en poner fin a mi vida. Cuando mi esposa venía a darme de comer, no quería tragar la comida y pensaba en pasar hambre para morirme de inanición. En mi peor momento, clamé a Dios de forma reiterada, con lágrimas en los ojos y le dije: “Dios mío, estoy sufriendo amargamente ahora mismo. Te ruego que me muestres una senda, por favor, sálvame…”. Después de orar, recordé las palabras de Dios que dicen: “Durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y dejar que Él os instrumente; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio firme y rotundo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Las palabras de Dios me dieron fe y fuerza, y también me hicieron sentir avergonzado y apenado. Había querido acabar con mi vida tras experimentar apenas un poco de sufrimiento. ¿Qué clase de testimonio era ese? Pensé en cómo, cuando Job enfrentó la enorme prueba de perder a todos sus hijos y propiedades, con el cuerpo lleno de llagas, él siguió alabando el nombre de Dios y dio un glorioso testimonio a pesar de su gran sufrimiento. Sin embargo, yo me había vuelto negativo tras experimentar cierto sufrimiento por una afección. No busqué la intención de Dios; en su lugar, deseaba solo acabar con mi vida. Si Dios no me hubiera esclarecido en el momento justo, habría caído en la trampa de Satanás. Al darme cuenta de esto, disminuyó mi deseo de acabar con mi vida y me decidí a seguir a Dios hasta mi último aliento y dar testimonio de Él. Un mes después, de repente fui capaz de volver a levantar el pie izquierdo. Estaba tan feliz y emocionado que se me caían las lágrimas de los ojos y no paraba de dar gracias a Dios. Más tarde, poco a poco recuperé la capacidad de caminar. Nunca imaginé que podría volver a ponerme de pie. ¡Fue todo realmente gracias a Dios!
En 2008, bajo la consigna de “mantener la estabilidad social en preparación para los Juegos Olímpicos de Pekín”, el PCCh comenzó a reprimir a la iglesia y a arrestar a todo hermano o hermana que tuviera antecedentes penales. El día antes de los Juegos Olímpicos, dos oficiales del campo de trabajo forzado vinieron a mi casa y me dijeron que no había llenado los formularios de liberación del campo, por lo que tenía que ir con ellos para procesar la documentación necesaria. Me dijeron que todo el proceso no llevaría más de tres días, así que les creí y acepté ir con ellos. Para mi sorpresa, lo que se suponía que iban a ser tres días se convirtieron en cuatro meses de detención. Durante mi detención, los oficiales me obligaron a hacer doce horas de trabajo manual todos los días en una fábrica con mala iluminación. Si no terminaba a tiempo mis tareas, me castigaban. Debido a la lesión que aún tenía en la pierna izquierda, solo podía estar sentado durante unos veinte minutos antes de tener que ponerme de pie o, de lo contrario, se me bloqueaba la circulación en la pierna. Tenía que cambiar de postura constantemente para aliviar el dolor. Además, debido a que tenía que trabajar durante tantas horas en ese ambiente en penumbras, se me empezó a deteriorar gravemente la vista. Tras cuatro meses y solo después de que mi hija moviera todos los hilos, finalmente me liberaron y pude volver a casa. Al llegar, un oficial nos vinos a visitar y, con tono amenazante, comentó: “Te estamos vigilando de cerca. Si descubrimos que has estado practicando tu fe nuevamente, ¡te arrestaremos y recibirás una dura condena!”. Pensé para mí mismo: “Malditos demonios. Pueden controlar mi cuerpo, pero no pueden controlar mi corazón. ¡Aunque me vuelvan a arrestar, seguiré creyendo en Dios!”.
Pensé en cómo, a pesar de haberme deslomado por el partido durante más de la mitad de mi vida, aun así, me infligieron una lesión permanente e hicieron que desease terminar con mi vida en varias ocasiones. Fueron las palabras de Dios las que me dieron fe y fuerza, me rescataron del borde de la muerte paso a paso, me permitieron discernir la esencia malvada del gran dragón rojo y me mostraron que Dios es la fuente de la vida del hombre, que solo Dios puede ser la vida del hombre y que solo creer en Dios y seguirlo es de lo más significativo. El himno “La vida más significativa” lo expresa bien: “Eres un ser creado, debes por supuesto adorar a Dios y buscar una vida con significado. Como eres un ser humano, ¡te debes gastar para Dios y soportar todo el sufrimiento! El pequeño sufrimiento que estás experimentando ahora, lo debes aceptar con alegría y con confianza y vivir una vida significativa como Job y Pedro. Vosotros sois personas que buscáis la senda correcta, los que buscáis mejorar. Sois personas que os levantáis en la nación del gran dragón rojo, aquellos a quienes Dios llama justos. ¿No es esa la vida con mayor sentido?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Práctica (2)).
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