Una evaluación que me dejó en evidencia
Por Caitlyn, Estados UnidosA mediados de mayo de 2021, una líder de la iglesia vino de repente a hablar conmigo y me preguntó si conocía...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
En abril de 2020, de repente noté un día un terrible dolor en el lado derecho de la espalda. Creí que sería una distensión accidental, así que no me preocupé mucho y pensé que me pondría bien con un parche medicinal. Pero, para mi sorpresa, el dolor de espalda solo empeoró. Era como si me clavaran una aguja, un dolor punzante entre pecho y espalda. Cuando empeoraba, parecía que me desgarraba la carne y los huesos. El dolor era tan intenso que realmente no sé describirlo. Durante varias noches, incluso me dolía demasiado como para dormir. Sentía que ya no podía soportarlo y quería correr al médico, pero había quedado con gente para predicarle el evangelio. Sin duda, un chequeo retrasaría aquello. Pensaba ir unos días después, tras reunirme con ellos, y que, además, todo estaba en manos de Dios. Solo necesitaba seguir con mi deber, y quizá me sentiría mejor en cuestión de días. Así pues, me fortalecí ante el dolor y fui al hospital después de compartir el evangelio. El médico me dijo muy serio: “¿Por qué esperó hasta ahora para venir? Esto no es poca cosa. Es un herpes provocado por un virus; en caso de agravarse, hasta podría ser letal”. Estaba muy sorprendida. Jamás imaginé que fuera tan grave como para poder costarme la vida si no se trataba. Hacía unos años que compartía el evangelio y cumplía con el deber con energía; ¿cómo había podido agarrarme una enfermedad tan grave? En los últimos años, había hecho sacrificios y me había esforzado, y había sufrido y pagado un precio. Nunca había traicionado a Dios, ni siquiera cuando el Partido Comunista me detuvo y torturó brutalmente, y había seguido en el deber tras salir de la cárcel. Así pues, ¿cómo es que incluso me había enfermado? Cuanto más lo pensaba, más me angustiaba. Sentía que estaba a punto de llorar y tenía un vacío en mi interior.
En ese momento, estábamos ocupadísimos en la iglesia, por lo que continué en el deber durante el tratamiento. Cuando salía en bicicleta, cualquier bache me provocaba un dolor atroz. A veces me daba un repentino ataque de dolor y no podía quedarme quieta. Me acostaba cuando llegaba a casa después de mi deber, sin una pizca de fuerza y sin nada de ganas de hablar. Sabía que esto me estaba ocurriendo con el permiso de Dios. Oraba, buscaba y reflexionaba acerca de si había algo que yo estuviera haciendo que no se ajustara a la intención de Dios, y pensaba que, siempre y cuando viera mi error y siguiera en mi deber, tal vez podría recuperarme de la enfermedad. Sin embargo, enseguida se pasaron dos meses y yo no mejoraba. Estaba preocupada por el tiempo que llevaba esta enfermedad; ¿qué haría si no me mejoraba nunca? En los últimos años, nunca había dejado mi deber. No dejé de compartir el evangelio ni estando enferma; entonces, ¿por qué no me recuperaba? Cuanto más lo pensaba, más agraviada y afligida me sentía. Pensaba: “Si nunca me recupero, tal vez un día ya no podré cumplir con ningún deber y no podré preparar buenas acciones. ¿Podré ser salvada? ¿Sería en vano todo lo que había dado durante años? Debería reservar mi energía para mi salud y ver qué tal van las cosas con la enfermedad”. Después, ya no me volcaba tanto en el deber. En las reuniones grupales, preguntaba poco acerca de posibles destinatarios potenciales del evangelio y, si no había ninguno, me iba a casa a descansar. Me daba mucho miedo agotarme y ponerme peor. En aquella época estaba toda preocupada por mi enfermedad y muy deprimida. No recibía esclarecimiento de las palabras de Dios y mis charlas en las reuniones eran muy pobres. Me sentía muy distante de Dios. Con dolor, le oraba: “¡Oh, Dios mío! Soy muy desdichada a causa de mi enfermedad, tengo quejas y no tengo vigor para cumplir con el deber. Te pido que me esclarezcas para que entienda Tus intenciones. Quiero someterme, hacer introspección y aprender una lección”.
Buscando, leí las palabras de Dios: “Primero, cuando las personas comienzan a creer en Él, ¿quién de ellas no tiene sus propios objetivos, motivaciones y ambiciones? Aunque una parte de ellas crea en la existencia de Dios y la haya visto, su creencia en Él sigue conteniendo esas motivaciones, y su objetivo final es recibir Sus bendiciones y las cosas que desean. En sus experiencias vitales piensan a menudo: ‘He abandonado a mi familia y mi carrera por Dios, ¿y qué me ha dado Él? Debo sumarlo todo y confirmarlo: ¿He recibido bendiciones recientemente? He dado mucho durante este tiempo, he corrido y corrido, y he sufrido mucho; ¿me ha dado Dios alguna promesa a cambio? ¿Ha recordado mis buenas obras? ¿Cuál será mi final? ¿Puedo recibir Sus bendiciones?…’. Toda persona hace constantemente esas cuentas en su corazón y le pone exigencias a Dios con sus motivaciones, sus ambiciones y una mentalidad transaccional. Es decir, el hombre lo está verificando incesantemente en su corazón, ideando planes sobre Él, defendiendo ante Él su propio final, tratando de arrancarle una declaración, viendo si Él puede o no darle lo que quiere. Al mismo tiempo que busca a Dios, el hombre no lo trata como tal. El hombre siempre ha intentado hacer tratos con Él, exigiéndole cosas sin cesar, y hasta presionándolo a cada paso, tratando de tomar el brazo cuando le dan la mano. A la vez que intenta hacer tratos con Dios, también discute con Él, e incluso hay personas que, cuando les sobrevienen las pruebas o se encuentran en ciertas circunstancias, con frecuencia se vuelven débiles, negativas y holgazanas en su trabajo, y se quejan mucho de Él. Desde el momento que empezó a creer en Él por primera vez, el hombre lo ha considerado una cornucopia, una navaja suiza, y se ha considerado Su mayor acreedor, como si tratar de conseguir bendiciones y promesas de Dios fuera su derecho y obligación inherentes, y la responsabilidad de Dios protegerlo, cuidar de él y proveer para él. Tal es el entendimiento básico de la ‘creencia en Dios’ de todos aquellos que creen en Él, y su comprensión más profunda del concepto de creer en Él” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). Me sentí muy culpable al meditar las palabras de Dios. Vi que sencillamente no consideraba a Dios como tal en mi fe. Lo veía como una navaja multiusos, un cuerno de la abundancia, ya que creía que, mientras no dejara de esforzarme por Dios, seguro que Él me mantendría sana y salva, jamás afrontaría enfermedades ni tragedias y lograría escapar a toda clase de desastres y, al final, sería salvada y conseguiría un buen destino. En los últimos años, me había alejado de mi hogar y había dejado de lado mi carrera para cumplir con el deber, había sufrido y dado mucho y nunca me había echado atrás, ni siquiera cuando me detuvieron y torturaron. Pero cuando enfermé, sobre todo al ver que se alargaban mis problemas de salud, culpé a Dios y traté de razonar con Él. Hacía cálculos de todo mi sufrimiento a lo largo de los años, y pensaba que sería un desperdicio todo lo que había dado si no iba a ser salvada, y empecé a holgazanear en el deber. Entendí que en mi fe nunca pretendí recibir la verdad y someterme a Dios, sino intercambiar mi sufrimiento y esfuerzo por Su gracia y Sus bendiciones. ¿No lo estaba engañando y utilizando? A fin de salvar a la humanidad, Dios nos ha dado muchísimas palabras de riego y sustento. Sin embargo, yo no retribuía el amor de Dios; en cambio, trataba de negociar con Él. Cuando Él no satisfizo lo que yo quería, empecé a cumplir con el deber de manera superficial, sin preocuparme. No era nada sincera con Dios. ¡Realmente no tenía conciencia ni razón! Me presenté ante Dios a orar: “Dios mío, te he utilizado y engañado en mi fe. ¡Apenas soy humana! Quiero arrepentirme ante Ti. Te pido que me guíes”.
Posteriormente, leí la palabra de Dios: “En muchos casos, las pruebas de Dios son cargas que Él les da a las personas. Por muy grande que sea la carga que Dios te haya dado, ese es el peso que debes asumir, pues Dios te comprende y sabe que podrás soportarlo. La carga que Dios te ha dado no superará tu estatura ni los límites de tu resistencia, por lo que no hay duda de que podrás soportarla. Sea cual sea el tipo de carga, la clase de prueba, que Dios te dé, recuerda: tanto si comprendes las intenciones de Dios como si no, tanto si recibes esclarecimiento e iluminación del Espíritu Santo después de orar como si no la recibes, tanto si esta prueba es que Dios te está disciplinando como si es que te está advirtiendo, da igual que no lo entiendas. Mientras no te demores en cumplir tu deber y puedas atenerte a él con lealtad, Dios estará satisfecho y te mantendrás firme en tu testimonio. […] Si, en tu fe en Dios y tu búsqueda de la verdad, eres capaz de decir: ‘Ante cualquier enfermedad o acontecimiento desagradable que Dios permita que me suceda, haga Dios lo que haga, debo someterme y mantenerme en mi sitio como un ser creado. Ante todo, he de poner en práctica este aspecto de la verdad, la sumisión, debo aplicarlo y vivir la realidad de la sumisión a Dios. Además, no debo dejar de lado la comisión que Dios me ha dado ni el deber que he de llevar a cabo. Debo cumplir el deber hasta mi último aliento’, ¿acaso no es esto dar testimonio? Con esta determinación y este estado, ¿puedes quejarte igualmente de Dios? No. En ese momento, pensarás para tus adentros: ‘Dios me da este aliento, me ha provisto y protegido todos estos años, me ha quitado mucho dolor, me ha otorgado abundante gracia y muchas verdades. He comprendido verdades y misterios que la gente no ha comprendido durante varias generaciones. ¡He recibido tanto de Dios que debo corresponderlo! Antes tenía muy poca estatura, no entendía nada y todo lo que hacía hería a Dios. Puede que más adelante no tenga otra oportunidad de corresponder a Dios. Me quede el tiempo de vida que me quede, debo ofrecer a Dios la poca fuerza que tengo y hacer lo que pueda por Él para que vea que todos estos años en que me ha provisto no han sido en vano, sino que han dado fruto. Quiero reconfortar a Dios y no herirlo ni decepcionarlo más’” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El único camino posible es la lectura frecuente de las palabras de Dios y la contemplación de la verdad). Al meditar las palabras de Dios, pude comprender Su intención. Sin importar qué clase de adversidades afronte, todo lo permite Dios. Con esta enfermedad, Él me da una carga para que la lleve, la acepte y me someta a ella, y debo mantenerme firme en el testimonio. Me acordé de Pedro, que buscó satisfacer a Dios y someterse a Él. Padeció la enfermedad y vivió con privaciones, pero siempre fue capaz de aceptar tales cosas y jamás se quejó. Esas cosas jamás cambiaron su amor a Dios. Como Pedro, yo tenía que ocupar el lugar de un ser creado y aprender una lección de verdad a partir de esta situación. Seguía tomando medicación mientras cumplía con el deber y no me sentía tan limitada por la enfermedad. Tras unos meses de recuperación paulatina, desapareció la enfermedad. Le estaba muy agradecida a Dios.
En septiembre, un día llegué a casa de predicar el evangelio, y mi esposo me contó con tono serio que el día anterior había ido a un chequeo de rutina y el médico le había mandado volver al día siguiente para una resonancia. Esto me resultó muy inquietante, y me preguntaba si tendría algo grave. Esa noche estuve dando vueltas en la cama sin poder dormir. Trataba de consolarme pensando que probablemente no era gran cosa. También él era creyente y yo estaba cumpliendo un deber lejos de casa, así que Dios debía protegerlo. Al día siguiente lo acompañé al hospital. Fue impactante enterarnos de que él tenía cáncer de páncreas. Estaba completamente atónita con la noticia. Había oído que ese tipo de cáncer era muy difícil de tratar y que, si no se lo trataba a tiempo, podía avanzar muy rápido. Además, si era grave, podía ser mortal en cuestión de meses. Pensé que él parecía lleno de vida, pero tal vez no le quedara mucho tiempo. Sentí el cielo derrumbarse sobre mí. Pensé: “Apenas me he recuperado, y ahora mi marido tiene cáncer. ¿Por está sucediendo esto?”. Cada vez que pensaba en el cáncer de mi esposo, no hacía más que llorar. Oré a Dios con dolor para pedirle que velara por mi corazón y me guiara para que entendiera Su intención.
Leí las palabras de Dios: “En su creencia en Dios, lo que las personas buscan es obtener bendiciones para el futuro; este es el objetivo de su fe. Todo el mundo tiene esta intención y esta esperanza, pero la corrupción en su naturaleza debe resolverse por medio de pruebas y refinamiento. En los aspectos en los que no estás purificado y revelas corrupción, en esos aspectos debes ser refinado: este es el arreglo de Dios. Dios crea un entorno para ti y te fuerza a ser refinado en ese entorno para que puedas conocer tu propia corrupción. Finalmente, llegas a un punto en el que preferirías morir para renunciar a tus planes y deseos y someterte a la soberanía y el arreglo de Dios. Por tanto, si las personas no pasan por varios años de refinamiento, si no soportan una cierta cantidad de sufrimiento, no serán capaces de deshacerse de la limitación de la corrupción de la carne en sus pensamientos y en su corazón. En aquellos aspectos en los que la gente sigue sujeta a la limitación de su naturaleza satánica y en los que todavía tiene sus propios deseos y sus propias exigencias, esos son los aspectos en los que debe sufrir. Solo a través del sufrimiento pueden aprenderse lecciones; es decir, puede obtenerse la verdad y comprenderse las intenciones de Dios. De hecho, muchas verdades se entienden al experimentar sufrimiento y pruebas. Nadie puede entender las intenciones de Dios, reconocer la omnipotencia de Dios y Su sabiduría o apreciar el carácter justo de Dios cuando se encuentra en un entorno cómodo y fácil o cuando las circunstancias son favorables. ¡Eso sería imposible!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Hice introspección a la luz de las palabras de Dios. Cuando estaba enferma, gracias al juicio y la revelación de las palabras de Dios reconocí mi perspectiva equivocada de ir en pos de las bendiciones, y me dispuse a someterme mejorara o no. Creía haber renunciado a mi motivación por las bendiciones, pero cuando mi marido contrajo un cáncer, no pude evitar culpar y malinterpretar a Dios. Creía que Él debía protegernos por ser creyentes. Vi lo arraigado que estaba mi deseo de bendiciones. Si Dios no me hubiera revelado así, me habría costado reconocer la intención de ganar bendiciones y los deseos extravagantes que tenía profundamente arraigados en mi corazón, y habría sido aún más difícil que yo sea purificada y logre una transformación. Comprendí entonces que tenía que aprender una lección de la enfermedad de mi marido y dejar de culpar a Dios.
Calmándome, reflexioné acerca de por qué no pude evitar quejarme y malinterpretar a Dios cuando mi esposo contrajo un cáncer. Leí la palabra de Dios: “A los ojos de los anticristos y en sus pensamientos y puntos de vista, seguir a Dios debe tener algunos beneficios; si no hay beneficios, ni se molestan en moverse. Si no hay fama, ganancia o estatus de los que puedan gozar, si ninguno de los trabajos que realizan o de los deberes que cumplen les ganan la admiración de los demás, no tiene sentido creer en Dios y llevar a cabo sus deberes. Los primeros beneficios que deben ganar son las promesas y bendiciones de las que hablan las palabras de Dios, y también deben gozar de fama, ganancia y estatus dentro de la iglesia. Los anticristos piensan que al creer en Dios uno debe ser superior a los demás, debe ser admirado, ser especial; como mínimo, los creyentes en Dios deben disfrutar de estas cosas. De lo contrario, cabe cuestionarse si el Dios en el que creen es el Dios verdadero. ¿No es la lógica de los anticristos considerar que las palabras ‘Aquellos que creen en dios deben gozar de las bendiciones y de la gracia de dios’ son la verdad? Haced el intento de analizar estas palabras: ¿son la verdad? (No). Está claro que estas palabras no son la verdad, que son una falacia, que son la lógica de Satanás y que no guardan relación alguna con la verdad. ¿Acaso Dios dijo alguna vez: ‘Si la gente cree en Mí, de seguro será bendecida y jamás sufrirá tribulaciones’? ¿En qué parte hablan de esto las palabras de Dios? Dios jamás ha dicho palabras como esas ni hecho esto. Cuando se trata de bendiciones y tribulaciones, hay una verdad que buscar. ¿Cuál es el dicho sabio al que debería ceñirse la gente? Job dijo: ‘¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?’ (Job 2:10). ¿Son la verdad estas palabras? Son las palabras de un hombre; no pueden elevarse al nivel de la verdad, aunque en cierto modo se ajustan a ella. ¿En qué modo? Que las personas sean bendecidas o sufran tribulaciones está por completo en las manos de Dios, todo está bajo Su soberanía. Esta es la verdad. ¿Creen esto los anticristos? No. No lo reconocen. ¿Por qué no lo creen ni lo reconocen? (Creen en Dios para ser bendecidos; eso es lo único que quieren). (Porque son demasiado egoístas y solo persiguen los intereses de la carne). En su fe, los anticristos solo desean que los bendigan y no quieren sufrir tribulaciones. Cuando ven a alguien a quien han bendecido, alguien que se ha beneficiado, alguien a quien han concedido gracia y que ha recibido más gozos materiales, grandes ventajas, creen que ha sido cosa de Dios y, si no reciben tales bendiciones materiales, entonces no es la acción de Dios. Su lógica es: ‘Si realmente eres dios, entonces solo puedes bendecir a las personas; debes evitarles las tribulaciones y no permitir que afronten sufrimiento. Solo en ese caso tiene un valor y un sentido que la gente crea en ti. Si la adversidad sigue golpeando a las personas una vez que te siguen, si ellas siguen sufriendo, ¿qué sentido tiene que crean en ti?’. No admiten que todos los acontecimientos y las cosas están en las manos de Dios, que Dios es soberano sobre todas las cosas. ¿Y por qué no lo admiten? Porque los anticristos tienen miedo de sufrir tribulaciones. Solo quieren beneficiarse, aprovecharse, gozar de bendiciones; no tienen deseos de aceptar la soberanía ni la instrumentación de Dios, sino solo de recibir beneficios de Su parte. Este es el punto de vista egoísta y despreciable de los anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 10 (VI)). “Todos los humanos corruptos viven para sí mismos. Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda; este es el resumen de la naturaleza humana. La gente cree en Dios para sí misma; cuando abandona las cosas y se esfuerza por Dios, lo hace para recibir bendiciones, y cuando es leal a Él, lo hace también por la recompensa. En resumen, todo lo hace con el propósito de recibir bendiciones y recompensas y de entrar en el reino de los cielos. En la sociedad, la gente trabaja en su propio beneficio, y en la casa de Dios cumple con un deber para recibir bendiciones. La gente lo abandona todo y puede soportar mucho sufrimiento para obtener bendiciones. No existe mejor prueba de la naturaleza satánica del hombre” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios revelan la perspectiva de los anticristos sobre las bendiciones y las desgracias. Van en pos de las bendiciones en su fe y piensan que, por su fe, deberían recibirlas. Si no, creen que no tiene sentido tener fe y hasta pueden traicionar y dejar a Dios en un momento. Me di cuenta de que yo tenía la misma perspectiva de fe. Creía que, por haber hecho todos aquellos sacrificios, Dios debía bendecirnos a mi familia y a mí con seguridad y liberarnos de la enfermedad y las desgracias. Así, tanto si enfermaba yo como si lo hacía mi esposo, malinterpretaba y culpaba a Dios. Llegué a hacerle exigencias irracionales porque quería que nos curara mi virus y el cáncer de mi marido. En cuanto Dios no satisfizo mis deseos, ya no quise esforzarme en el deber. Mi perspectiva de fe había sido muy absurda. En verdad, Dios jamás ha dicho que no vayan a pasarnos cosas malas a los creyentes. Él lo gobierna todo. El nacimiento, la muerte, la enfermedad y la salud están en Sus manos; la gente no solo recibe de Dios bendiciones, sino también desgracias, y los creyentes no somos la excepción. El deber es la obligación más correcta y natural de un ser creado y no tiene nada que ver con recibir bendiciones o no. Pero yo estaba tan corrompida por Satanás que cosas como “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda” y “No muevas un dedo sin recompensa” eran venenos satánicos que regían mi vida. Pensaba constantemente en mis intereses, pues consideraba a Dios algo de uso propio. Quería usar mi sufrimiento, mis sacrificios y mi esfuerzo para engañar a Dios y así conseguir bendiciones. Cuando Dios hizo algo que puso en riesgo mis intereses personales, me invadieron las quejas y los malentendidos hacia Él, y llegué a razonar con Él y a oponerme a Él. ¿Qué clase de creyente era yo? ¡Era muy egoísta y despreciable! Pensé en Pablo: él también sufrió mucho por el Señor, pero no buscó la verdad ni el conocimiento de Dios en absoluto. Usó sus sacrificios, sus contribuciones y su esfuerzo solo para intercambiarlos por recompensas y una corona. Dijo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8). Lo que en realidad quiso decir con eso era que, si Dios no lo coronaba y lo recompensaba, Él no era justo. Quiso utilizar su esfuerzo y sufrimiento como un capital para presionar a Dios y resistirse a Él. Al final, Dios lo castigó. Me asusté mucho al percatarme de esto. Vi que no me había centrado en perseguir la verdad en mi fe, sino en ir en pos de la gracia y las bendiciones. Iba por una senda contraria a Dios. Así nunca recibiría la verdad ni se transformaría mi carácter corrupto. ¡Acabaría descartada! Más tarde leí otro pasaje de la palabra de Dios: “Puedes pensar que creer en Dios consiste en sufrir o en hacer todo tipo de cosas por Él; podrías pensar que el propósito de creer en Dios tiene como fin que tu carne esté en paz o que todo en tu vida funcione sin problemas, o que te sientas cómodo y a gusto con todo. Sin embargo, ninguno de estos son propósitos que la gente debería vincular a su creencia en Dios. Si crees por estos propósitos, entonces tu perspectiva es incorrecta y resulta simplemente imposible que seas perfeccionado. Las acciones de Dios, el carácter justo de Dios, Su sabiduría, Su palabra, y lo maravilloso e insondable que Él es, todas son cosas que las personas deben tratar de entender. Como posees este entendimiento, debes utilizarlo para librar a tu corazón de todas las demandas, esperanzas y nociones personales. Solo eliminando estas cosas puedes cumplir con las condiciones exigidas por Dios, y solo haciendo esto puedes tener vida y satisfacer a Dios. El propósito de creer en Dios es satisfacerlo y vivir el carácter que Él requiere, para que Sus acciones y Su gloria se manifiesten a través de este grupo de personas indignas. Esta es la perspectiva correcta para creer en Dios, y este es también el objetivo que debes buscar” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Las palabras de Dios me enseñaron lo que debía buscar. No debía ir en pos de las bendiciones ni de beneficios de ningún tipo dentro de mi fe, sino que debía aspirar a conocer y satisfacer a Dios para ser como Job, sin ninguna petición ni exigencia a Dios. Job creía que Dios le había dado todo cuanto tenía, así que, tanto si Dios le daba como si le quitaba, tuviera bendiciones o desgracias, Job se sometía a Él sin reservas y alababa Su justicia. Y cuando Satanás tentó a Job, cuando le robaron a este todas sus posesiones, murieron sus hijos y le salieron llagas en todo el cuerpo, jamás se quejó de Dios, y continuó alabando Su nombre. Hiciera lo que hiciera Dios, Job se mantenía en el lugar de un ser creado, se sometía a Él y lo adoraba. La fe de Job recibió el elogio de Dios. Al entender esto obtuve una senda de práctica. Mejorara o no mi esposo, tenía que someterme a Dios y cumplir bien con mi deber.
Después leí estas palabras de Dios: “Dios ya ha planeado completamente el génesis, el nacimiento, el tiempo de vida y el final de todos los seres creados, así como su misión en la vida y el papel que desempeñan en toda la humanidad. Nadie puede cambiar estas cosas, tal es la autoridad del Creador. El nacimiento de cada ser creado, su misión en la vida, cuándo finalizará su tiempo de vida, todas estas leyes han sido ordenadas hace mucho por Dios, al igual que ordenó la órbita de cada uno de los cuerpos celestes; cuál siguen, durante cuántos años, cómo lo hacen y qué leyes lo rigen. Todo esto fue ordenado por Dios hace mucho tiempo, sin que haya habido cambios en miles ni en decenas o cientos de miles de años. Está ordenado por Dios, y es Su autoridad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). En las palabras de Dios entendí que nuestro destino, nuestra longevidad y nuestro resultado están en manos del Señor de la creación. Nuestro nacimiento, muerte, enfermedad y salud los dispone el mandato de Dios. Dios ordena cuándo moriremos y nadie puede escapar a eso. Pero si el momento que Dios dispuso para nosotros aún no ha llegado, aunque contraigamos un cáncer, no moriremos. Esta es la autoridad de Dios y nadie la puede cambiar. Gracias a que comprendí eso pude relajarme un poco. Sabía que la salud de mi marido estaba en las manos de Dios y lo único que yo podía hacer era someterme a Sus disposiciones y cumplir bien con el deber.
Mi marido posteriormente recibió quimioterapia en el hospital durante un tiempo y, sorprendentemente, desaparecieron esas células cancerosas en la sangre. Los marcadores eran normales. Además, había desaparecido medio tumor. El médico señaló que era muy excepcional un caso así. Nuestro hijo dijo que el papá de un colega suyo había tenido el mismo cáncer. Recibió quimio una vez, no la aguantó y murió pocos meses después. Cuando mi esposo se recuperó tan pronto, le di muchas gracias a Dios. Lo que más me alegró fue que mi marido siempre había sido creyente de palabra, y siempre había ido en pos del dinero, pero, tras el cáncer, comprendió un poco la soberanía omnipotente de Dios y compartió el evangelio y dio testimonio de las obras de Dios con familiares y amigos.
Si bien pasar por esto fue doloroso para mí, logré entender un poco mi deseo de bendiciones y mi perspectiva incorrecta de búsqueda, y corregí los objetivos de mi búsqueda en la fe. A través de esta experiencia, aprendí todas estas lecciones. Comprobé que la obra de Dios de salvar a la humanidad es sumamente práctica.
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.
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