Mis días agonizantes de no comprender a Dios
En 2017, me eligieron como líder de la iglesia. Al principio, logré algunos resultados en mi deber, pero más tarde, anhelaba la bendición del estatus y dejé de hacer trabajo real. Tampoco daba seguimiento al trabajo de la iglesia, poniendo como excusa que tenía pocas aptitudes y no comprendía las habilidades profesionales. Cuando la hermana Julia, una líder superior, me preguntó sobre el trabajo, no pude responderle en absoluto, ni entendía las dificultades reales que enfrentaban los hermanos y hermanas en el cumplimiento de sus deberes. Julia entonces señaló mis problemas para ayudarme, pero no mejoré. En algunas ocasiones, ella me dejó en evidencia frente a varios diáconos y dijo que no hacía trabajo real, que descuidaba mi deber, era demasiado falsa, y demás. Pensé que Julia estaba tratando de complicarme las cosas y avergonzarme delante de ellos, así que me resistí en mi corazón.
Una vez durante una reunión, encontré algunos errores en el trabajo de Julia, así que la juzgué delante de los hermanos y hermanas. Esto les hizo pensar erróneamente que ella era una líder falsa. Lo que hice perturbó el trabajo de la iglesia. Después de que el asunto saliera a la luz, me preocupaba que mi líder me podara y ajustara mi deber, así que me apresuré a pedir disculpas a Julia y me diseccioné y reflexioné sobre mí misma frente a los hermanos y hermanas. Pensé que este asunto pasaría así de fácil. Pero, para mi sorpresa, unos días después, mis líderes superiores se acercaron y me dijeron que mi falta de trabajo real era realmente negligente y que yo tampoco aceptaba que me podaran y socavaba a otros en secreto. Esto estaba trastornando el trabajo de la iglesia. Después de escuchar eso, me costó aceptarlo y seguí discutiendo en mi corazón: no era que no quisiera hacer trabajo real, sino que tenía muy pocas aptitudes para hacerlo. En cuanto a socavar en secreto a otros, ya había reconocido mi error. Me disculpé con Julia y diseccioné mi corrupción delante de los hermanos y hermanas. Entonces, ¿por qué seguirían aferrándose a este asunto? En ese momento, por mucho que compartieran conmigo, no podía aceptarlo. Por eso, al observar mi estado, una líder me leyó estas palabras de Dios: “Aquellos entre los hermanos y hermanas que siempre están dando rienda suelta a su negatividad son lacayos de Satanás y perturban a la iglesia. Tales personas deben ser expulsadas y descartadas un día. En su creencia en Dios, si las personas no tienen un corazón temeroso de Dios, si no tienen un corazón sumiso a Dios, entonces no solo no podrán hacer ninguna obra para Él, sino que, por el contrario, se convertirán en quienes perturban Su obra y se resisten a Él. Creer en Dios, pero no someterse a Él ni temerlo y, más bien, resistirse a Él, es la mayor desgracia para un creyente. Si los creyentes son tan casuales y desenfrenados en sus palabras y su conducta como lo son los no creyentes, entonces son todavía más perversos que los no creyentes; son demonios arquetípicos. Aquellos que dan rienda suelta a su conversación venenosa y maliciosa dentro de la iglesia, que difunden rumores, fomentan la desarmonía y forman grupitos entre los hermanos y hermanas deberían haber sido expulsados de la iglesia. Sin embargo, como esta es una era diferente de la obra de Dios, estas personas son restringidas, pues sin duda serán descartadas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). Cuanto más escuchaba, más miedo sentía en mi corazón porque sabía que juzgar a Julia en verdad había causado perturbaciones en el trabajo de la iglesia. Pero, al escuchar palabras como, “lacayos de Satanás”, “perturban a la iglesia”, “ser expulsadas” y “ser descartadas”, no me atrevía a reconocerlas porque temía que reconocerlas resultara en mi condena. Entonces, ¿cómo podría ganar la salvación? No quería aceptar esto, así que me quejé de la líder y pensé que estaba usando intencionalmente las palabras de Dios para atacarme y condenarme. Me puse muy emotiva y le dije: “¡No estás compartiendo la verdad para ayudarme a resolver el problema en absoluto! ¡Solo me estás atacando!”. Los líderes se dieron cuenta de que no me conocía a mí misma en absoluto y siguieron hablándome para ayudarme. También compartieron sus propias experiencias para ayudarme a entenderme a mí misma. Sin embargo, no importaba lo que dijeran, seguía sin entender. Eventualmente, cuando vieron que no estaba haciendo ningún trabajo real, que tampoco aceptaba la verdad y que ni siquiera tenía una actitud de arrepentimiento, los líderes superiores me destituyeron.
En ese momento, sentí que me desmoronaba. Pensé que había creído en Dios por más de diez años; no era una creyente nueva de apenas dos o tres años. La obra de Dios se acerca ahora a su final. Ya es el momento de poner en evidencia y clasificar a las personas de acuerdo a su tipo. En esta coyuntura crítica, fui puesta en evidencia como alguien que no aceptaba la verdad. ¿No significa esto que he sido descartada? Temía que, a partir de este momento, fuera inútil que me esforzara más en mi fe y que no tuviera futuro. Me sentía muy negativa. Mi estado empeoraba todos los días. Me sentía como una buena para nada que no podía hacer bien ningún deber. Me sentía constantemente abandonada por Dios, y mi corazón estaba lleno de temor e inquietud todos los días. A pesar de que los hermanos y hermanas seguían compartiendo conmigo sobre la intención de Dios e instándome a reflexionar sobre mí misma y a aprender de mi fracaso, yo creía obstinadamente que ya se me había puesto en evidencia como alguien que no perseguía la verdad. Pensé que sería una pérdida de tiempo seguir adelante. A partir de entonces, sin importar qué deberes me asignara la iglesia, los encaraba con negatividad y pasividad; era superficial y lograba pocos o ningún resultado. Finalmente, siguiendo los principios, mis líderes dejaron de asignarme deberes y me aislaron para reflexionar. En ese momento, mi mente se quedó en blanco. Se sentía como una sentencia de muerte. Me di cuenta de que estaba completamente acabada. Sin deberes, ¿cómo podría tener alguna esperanza de alcanzar la salvación? Durante esos días, vivía como un muerto viviente y, a menudo, sentía que había sido desdeñada por Dios. Me sentía demasiado avergonzada para orar y no me sentía digna de leer las palabras de Dios. En ese momento, había hermanos y hermanas que me apoyaban y me leían las palabras de Dios. Sin embargo, yo creía que Sus palabras eran para quienes perseguían la verdad, no para mí, así que no podía aceptarlas en absoluto. ¿No había dicho el Señor Jesús: “No des a los perros lo que es sagrado; no tires tus perlas a los cerdos?”. ¿Cómo podría Dios hablarle a alguien como yo? Durante ese tiempo, me sentía asustada e inquieta todos los días. Si Dios realmente me había abandonado, ¿cuál era el sentido de mi existencia? Podría simplemente morir por algún castigo cualquier día. Mi corazón estaba lleno de temor y atormentado todos los días. Más adelante, sucedió algo que me conmovió profundamente.
Encontré un trabajo de enfermería en el que mi empleador mostró buena humanidad y me cuidó bien en vida. Animada por esto, compartí el evangelio con mi empleador, quien aceptó alegremente el evangelio de Dios de los últimos días. Estaba muy emocionada. Mediante esta experiencia, me di cuenta de que Dios no me había abandonado, sino que seguía mostrando misericordia y salvándome. Abrumada por la culpa, clamé a Dios entre lágrimas: “Dios, no quiero seguir así de negativa. ¡Por favor, sálvame!”. Vi un pasaje de las palabras de Dios que dice: “Cuando algunos leen las palabras de Dios y observan que en ellas condena a la gente, desarrollan nociones y conflictos interiores. Por ejemplo, las palabras de Dios dicen que no aceptas la verdad, así que Él no te estima ni te acepta; dicen que eres un malhechor, un anticristo, que Dios se disgusta con solo mirarte y que no te quiere. Al leer estas palabras, la gente piensa: ‘Van dirigidas a mí. Dios ha decidido que no me quiere y, como me ha abandonado, yo tampoco voy a creer más en Él’. Hay quienes, al leer las palabras de Dios, con frecuencia tienen nociones y malentendidos porque Dios deja en evidencia los estados corruptos de la gente y dice ciertas cosas que la condenan. Se vuelven negativos y débiles porque creen que las palabras de Dios van dirigidas a ellos, que Dios está tirando la toalla con ellos y no los va a salvar. Se hacen negativos hasta derramar lágrimas y ya no quieren seguir a Dios. En realidad, esto es malinterpretar a Dios. Cuando no entiendas el significado de las palabras de Dios, no deberías tratar de describirlo a Él. No sabes a qué clase de persona abandona Dios, en qué circunstancias Él deja a la gente por imposible o de lado; todo esto tiene unos principios y un contexto. Si no tienes un entendimiento completo de estos asuntos precisos, serás muy propenso a la hipersensibilidad y te limitarás a una palabra de Dios. ¿No resulta esto problemático? Cuando Dios juzga a la gente, ¿cuál es el principal aspecto que condena de ella? Lo que Dios juzga y pone al descubierto es el carácter y la esencia corruptos de la gente, condena su carácter y su naturaleza satánicos, condena las diversas manifestaciones y conductas de su rebelión y oposición hacia Él, la condena por ser incapaz de someterse a Él, por oponerse siempre a Él y por tener siempre motivaciones y objetivos propios, pero dicha condena no implica que Dios haya abandonado a las personas de carácter satánico. […] Al oír una sola declaración de condena de Dios, piensas que, condenada por Él, la gente ha sido abandonada por Él y ya no se salvará, por lo que te vuelves negativo y caes en la desesperación. Esto es malinterpretar a Dios. A decir verdad, Dios no ha abandonado a la gente. Esta ha malinterpretado a Dios y se ha abandonado a sí misma. No hay nada más grave que cuando la gente se abandona a sí misma, como lo comprueban las palabras del Antiguo Testamento: ‘Los necios mueren por falta de entendimiento’ (Proverbios 10:21). No hay conducta más necia que cuando la gente se abandona a la desesperación. A veces lees palabras de Dios que parecen describir a la gente; en realidad no describen a nadie, sino que son expresión de las intenciones y opiniones de Dios. Son palabras de verdad y de principios, no describen a nadie. Las palabras pronunciadas por Dios en momentos de ira o cólera también plasman el carácter de Dios, estas palabras son la verdad y, además, pertenecen a los principios. La gente debe entenderlo. El objetivo de Dios al decir esto es que la gente comprenda la verdad y los principios; en absoluto se trata de circunscribir a nadie. Esto no tiene nada que ver con el destino y la recompensa finales de la gente, y ni mucho menos es su castigo final. Son meras palabras pronunciadas para juzgarla y podarla, son fruto de la ira por el hecho de que la gente no cumpla con Sus expectativas, y son para despertarla, para apremiarla, y salen del corazón de Dios. Sin embargo, algunos se derrumban y abandonan a Dios por una sola declaración de juicio Suya. La gente así no sabe lo que le conviene, es insensible a la razón, no acepta la verdad en absoluto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se resuelven las propias nociones es posible emprender el camino correcto de la fe en Dios (1)). Leía Sus palabras una y otra vez, incapaz de contener las lágrimas por la culpa. Sentía como si Dios me estuviera consolando cara a cara, en especial cuando Él dijo: “Son meras palabras pronunciadas para juzgarla y podarla, son fruto de la ira por el hecho de que la gente no cumpla con Sus expectativas, y son para despertarla, para apremiarla, y salen del corazón de Dios. Sin embargo, algunos se derrumban y abandonan a Dios por una sola declaración de juicio Suya. La gente así no sabe lo que le conviene, es insensible a la razón, no acepta la verdad en absoluto”. Las palabras de Dios me despertaron. Al reflexionar sobre mi actitud hacia Sus palabras, me di cuenta de que cuando el líder me leyó palabras de exposición y condenación de Dios, me sentí condenada. Mi corazón se resistía demasiado para aceptar el juicio y la exposición en las palabras de Dios. En ese momento, finalmente entendí que, aunque las palabras de Dios son duras, nos ayudan a conocernos a nosotros mismos, a arrepentirnos y a cambiar. El líder me dejó en evidencia porque la gravedad de mis acciones lo justificaba, pero mi carácter terco me impidió admitirlo. Incluso después de que me destituyeran, seguía sin entender y creía erróneamente que Dios me estaba poniendo en evidencia y descartando. Permanecía atrapada en un estado negativo renunciando a mí misma y sucumbiendo a la desesperación. Cuanto más reflexionaba sobre mí misma, más remordimiento sentía y odiaba mi terquedad y rebeldía. Me di cuenta de lo poco que realmente entendía la obra de Dios. Recordé Sus palabras que decían: “¿A través de qué método se logra el perfeccionamiento del hombre por parte de Dios? Se logra por medio de Su carácter justo. El carácter de Dios se compone, principalmente, de la justicia, la ira, la majestad, el juicio y la maldición, y Él perfecciona al hombre, principalmente, por medio de Su juicio. Algunas personas no entienden y preguntan por qué Dios sólo puede perfeccionar al hombre por medio del juicio y la maldición. Dicen: ‘Si Dios maldijera al hombre, ¿acaso no moriría el hombre? Si Dios juzgara al hombre, ¿acaso el hombre no sería condenado? Entonces, ¿cómo puede todavía ser perfeccionado?’. Esas son las palabras de la gente que no conoce la obra de Dios. Lo que Dios maldice es la rebeldía del hombre y lo que Él juzga son sus pecados. Aunque Él habla con severidad y de manera implacable, expone todo lo que hay dentro del hombre y a través de estas palabras severas pone al descubierto lo que es sustancial dentro del hombre pero a través de ese juicio le da al hombre un conocimiento profundo de la sustancia de la carne y, así, el hombre se somete delante de Dios. La carne del hombre es del pecado y de Satanás; es rebelde y es el objeto del castigo de Dios. Así pues, para permitirle al hombre conocerse a sí mismo, las palabras del juicio de Dios deben sobrevenirle y debe emplearse todo tipo de refinamiento; solo entonces puede ser efectiva la obra de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Ya había leído este pasaje muchas veces. ¿Por qué todavía no lograba entender la intención de Dios? En los últimos días, la obra de Dios busca purificar y salvar a la humanidad a través de palabras de juicio y castigo. Satanás ha corrompido profundamente a la humanidad hasta tal punto que, sin las palabras de juicio y exposición de Dios, nunca podríamos reconocer verdaderamente la esencia y la realidad de nuestra corrupción. Mucho menos podríamos lograr un arrepentimiento y una transformación genuinos. Sin embargo, creía falazmente que, cuando Dios nos juzgaba y ponía en evidencia, significaba la condena y el descarte eterno, por lo que nunca podríamos tener un buen final y destino. Mi comprensión era absurda y equivocada. Sabía muy poco acerca de la obra de Dios y Sus intenciones sinceras de salvar a la humanidad. Recordé lo que Él había dicho antes: “En todo momento, la intención de Dios de salvar al hombre nunca cambia” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Hasta ese momento me di cuenta de lo prácticas que eran esas palabras. Dios salva a la humanidad al máximo y no renunciará fácilmente a nadie a menos que ellos mismos elijan abandonar la búsqueda de la verdad. No podía evitar preguntarme honestamente: “Si Dios no quisiera salvarme por mis acciones, ¿no me habría descartado ya? Si eso fuera cierto, ¿sería necesario que Él me juzgara y me dejara en evidencia, arreglara las circunstancias para revelar mi corrupción, y me guiara y esclareciera para reflexionar y entenderme a mí misma? Los hermanos y hermanas me podaron y me advirtieron para ayudarme a mejorar y reflexionar sobre mí misma. ¿No fueron estas acciones exactamente la salvación práctica y genuina de Dios? Sin embargo, no entendía las maneras en las que Él salva a la humanidad, ni reconocí Su amor. En cambio, malinterpreté a Dios y vivía en negatividad y resistiéndome a Él. ¡Cuán irrazonable era!”. Mientras pensaba en esto, mi corazón entumecido finalmente comenzó a sentir algo, y lamenté profundamente mis acciones. Oré a Dios: “Dios, en el futuro, no importa qué contratiempos o fracasos encuentre, ya no quiero malentenderte. Estoy dispuesta a reflexionar seriamente sobre mí misma, aprender lecciones, perseguir diligentemente la verdad y cumplir bien mis deberes por el resto de mi vida para poder alcanzar el verdadero arrepentimiento”.
Más adelante, escribí un artículo sobre mis experiencias durante ese período. Una hermana lo leyó, me envió algunas palabras de Dios y me las recordó al decir: “Deberías reflexionar sobre las razones por las que te podaron. Reflexiona sobre cada problema que los líderes expusieron y usa las verdades relacionadas para resolverlas. Solo entonces podrás abordar verdaderamente estos problemas”. Así que me calmé y reflexioné sobre mí misma: ¿Por qué dijeron los líderes que yo no aceptaba la verdad? ¿Qué comportamientos mostraban mi negativa a aceptar la verdad? Al recordar mi tiempo como líder, me di cuenta de que cada vez que enfrentaba dificultades, priorizaba mi propia carne. Evitaba esforzarme o pagar un precio para buscar la verdad a fin de encontrar soluciones. Incluso recurrí a tácticas falsas y creía que buscar la verdad para resolver los problemas sería demasiado agotador y exasperante. Si usaba mis pocas aptitudes como excusa para pasar el problema a los líderes superiores, podía evitarlo. Aunque al final los problemas no pudieran resolverse, no tenía que asumir ninguna responsabilidad. Recordé una vez que informé a mis líderes sobre problemas en el trabajo, y ellos respondieron: “Cuando te encuentras con problemas, no haces ningún esfuerzo para resolverlos. En cambio, tratas las dificultades como una carga y las pasas a otros. Si hubieras buscado la verdad con respecto a tus dificultades, habrías tenido tus propias ideas sobre cómo resolverlas”. Al escuchar esto, en lugar de reflexionar sobre mí misma, me enojé. ¿Qué hay de malo con informar problemas? ¿Cómo podían decir que no buscaba la verdad cuando enfrentaba dificultades? Discutía silenciosamente en mi corazón. Mientras pensaba en esto, de repente me di cuenta de que era exactamente así como no buscaba ni aceptaba la verdad. También recordé que Julia había señalado mis problemas en numerosas ocasiones y los había dejado en evidencia durante la enseñanza. En lugar de reflexionar sobre mí misma, albergué resentimiento y quise vengarme. Me enfoqué en sus errores en el trabajo, la juzgué y la socavé a sus espaldas, lo que perturbó la vida de la iglesia. Cuando se expuso mi mala conducta, para evadir mi responsabilidad, me disculpé con Julia sin sinceridad, y me abrí y reconocí mis faltas delante de los hermanos y hermanas para intentar minimizar la gravedad del problema. Cuando los líderes expusieron mi comportamiento de acuerdo con las palabras de Dios, admití mis errores en mi corazón pero no los reconocí verbalmente. Sin embargo, irrazonablemente, acusé a los líderes de usar las palabras de Dios para atacarme y condenarme. ¿No fueron todas estas acciones manifestaciones de mi negativa a aceptar la verdad? Más adelante, leer más palabras de Dios me permitió obtener una comprensión más clara de mi estado interior. Las palabras de Dios dicen: “Si deseas purificarte de la corrupción y someterte a una transformación de tu carácter-vida, debes tener amor por la verdad y la capacidad de aceptarla. ¿Qué significa aceptar la verdad? Aceptar la verdad significa que sea cual sea el tipo de carácter corrupto que tengas o los venenos del gran dragón rojo, los venenos de Satanás, que estén presentes en tu naturaleza, cuando las palabras de Dios desenmascaran estas cosas deberías admitirlas y someterte, no puedes hacer una elección diferente, y deberías conocerte a ti mismo en concordancia con las palabras de Dios. Esto significa ser capaz de aceptar las palabras de Dios y aceptar la verdad. Diga lo que diga Él, por muy severas que sean Sus declaraciones y sean cuales sean las palabras que emplee, puedes aceptarlas siempre que lo que Él diga sea la verdad y reconocerlas siempre que se ajusten a la realidad. Puedes someterte a las palabras de Dios sin importar la profundidad con la que las entiendas, y aceptas y te sometes a la luz revelada por el Espíritu Santo y compartida por tus hermanos y hermanas. Cuando una persona así ha buscado la verdad hasta cierto punto, puede recibirla y alcanzar la transformación de su carácter. Aunque las personas que no aman la verdad tengan un poco de humanidad, puedan hacer algunas buenas acciones, renunciar y esforzarse por Dios, están confusas respecto a la verdad y no se la toman en serio, así que su carácter-vida nunca cambia” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). A partir de las palabras de Dios, pude comprender que quien acepta la verdad debe tener una actitud de reconocimiento, aceptación y sumisión incondicionales hacia Sus palabras. Independientemente de si las palabras de Dios son duras o amables, ya sea que impliquen juicio y desenmascaramiento, o exhortación y consuelo, uno siempre debe aceptarlas y someterse. Esta es la razón que una persona debe tener. En ocasiones, nos puede costar reconocer el estado que dejan en evidencia las palabras de Dios, pero debemos mantener una actitud de aceptación y sumisión. Como mínimo, debemos creer que Sus palabras son la verdad, que sus desenmascaramientos son objetivos y que revelan los aspectos ocultos de nuestro carácter corrupto. Debemos decir “Amén” a las palabras de Dios. Sin embargo, aunque claramente sabía que Sus palabras estaban dejando en evidencia mi estado exacto, no las acepté. Incluso, acusé sin razón a los líderes de usar las palabras de Dios para condenarme y hacerme sentir negativa. No solo no acepté el juicio y desenmascaramiento de las palabras de Dios, sino que también desvié la responsabilidad hacia los demás. Realmente no acepté la verdad en absoluto. ¡Qué irrazonable fui! Incluso cuando los hermanos y hermanas me ofrecían cosas positivas, como sugerencias, ayuda o poda, no podía aceptarlas de parte de Dios y someterme a ellas. En cambio, acusaba a quienes me podaban y dejaban en evidencia. Cuanto más reflexionaba sobre mí misma, más me daba cuenta de mi falta de humanidad y me sentía profundamente avergonzada. Admití desde el fondo de mi corazón que no era una persona que aceptara la verdad.
Más tarde, volví a las palabras de Dios que mis líderes habían compartido conmigo y las contemplé y oré-leí. Las palabras de Dios dicen: “Las personas que siempre hacen trampa en sus palabras y acciones, se muestran siempre huidizas y eluden la responsabilidad en el cumplimiento de sus deberes, son quienes no aceptan la verdad en absoluto. No poseen la obra del Espíritu Santo y eso es como vivir en una ciénaga, en la oscuridad. Por mucho que avancen a tientas, por mucho que se esfuercen en el intento, no pueden ver la luz ni hallar una dirección. Cumplen sus deberes sin inspiración y sin la guía de Dios, se topan contra la pared en muchas cuestiones y sin querer son reveladas mientras hacen algunas cosas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La vida solo tiene valor si se cumple bien con el deber de un ser creado). “Aquellos entre los hermanos y hermanas que siempre están dando rienda suelta a su negatividad son lacayos de Satanás y perturban a la iglesia. Tales personas deben ser expulsadas y descartadas un día” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). A través de Sus palabras, me di cuenta de que era realmente falsa en mis deberes y escurridiza, y eludía responsabilidades. Carecía de lealtad hacia Dios. Cada vez que me encontraba con problemas y dificultades, priorizaba constantemente mi propia comodidad. No estaba dispuesta a esforzarme y pagar un precio para buscar la verdad y resolver problemas. En cambio, con frecuencia pasaba los problemas a los líderes superiores para evitarme molestias, usando mis pocas aptitudes como excusa para evadir la culpa de no hacer un trabajo real. ¡Qué egoísta y falsa era! Habitualmente, desempeñaba mis deberes de manera superficial e irresponsable, por lo que no podía recibir guía ni esclarecimiento del Espíritu Santo, ni podía descubrir ningún problema. Cuando la líder me podó, en lugar de reflexionar sobre mí misma, me sentí resentida porque estaba avergonzada. Para desahogar mi rencor personal, la juzgué y condené a sus espaldas, lo que perturbó el trabajo de la iglesia. Al pensar en mis acciones malvadas, ¿no fueron estas las mismas conductas que Dios expuso como “lacayos de Satanás” y “perturbar a la iglesia”? Pero, ¿por qué no me conocía a mí misma en ese momento? Al reflexionar sobre mi actitud hacia Dios y Sus palabras, así como sobre todas mis transgresiones, sentí un remordimiento y odio hacia mí misma abrumadores. Me presenté ante Dios y oré: “Dios, he sido muy rebelde. Estoy dispuesta a arrepentirme. Ya no quiero malentenderte. ¡Creo que todo lo que haces es para purificarme y salvarme!”. Después de orar, me sentí muy emocionada. En mi corazón, le dije a Dios: “Dios, de ahora en adelante, nunca te dejaré de nuevo. Los días lejos de Ti son demasiado dolorosos”. Desde ese momento, mi estado negativo cambió completamente. Participaba activamente en la enseñanza, me sentía motivada para hacer mis deberes y comencé a escribir testimonios vivenciales sobre mi experiencia. Realmente podía sentir que mi estado mejoraba todos los días. Era como una paciente con una enfermedad grave que empezaba a recuperarse día a día. Había estado casi un año sin cumplir con mis deberes y había vivido en un estado de confusión y actitud defensiva hacia Dios, sintiendo temor e inquietud en mi corazón. Después de sentir completamente la agonía de perder la obra del Espíritu Santo, hoy finalmente he salido de mi estado negativo. Todo es gracias a la inmensa misericordia y salvación de Dios. Poco después, recibí un mensaje del líder diciéndome que regresara a la iglesia para cumplir con mis deberes. Al leerlo, me sentí tan conmovida que no encontraba palabras para responder, pero seguía dando gracias a Dios repetidamente.
Como conocía mi tendencia a racionalizar lo que me sucede, volví a leer las palabras de Dios y busqué la verdad relacionada con mi estado. Un día, mi corazón se conmovió profundamente al leer esto en las palabras de Dios. Las palabras de Dios dicen: “Hay un motivo por el que Dios siente una ira tan intensa hacia una persona o un tipo de persona. Ese motivo no está determinado por una preferencia de Él, sino por la actitud de esa persona hacia la verdad. El que una persona sienta aversión por la verdad es, sin duda, fatal para su posibilidad de obtener la salvación. Eso no es algo que pueda o no ser perdonado, no es una forma de comportarse ni algo que se revele fugazmente en el individuo: es la esencia-naturaleza de la persona, y esa es la gente que a Dios más le repugna. Si tú revelas ocasionalmente la corrupción de sentir aversión por la verdad, debes examinar, a partir de las palabras de Dios, si esas revelaciones se deben a tu antipatía hacia la verdad o a la falta de entendimiento de ella. Eso implica una búsqueda y precisa del esclarecimiento y la ayuda de Dios. Si en tu esencia-naturaleza está el sentir aversión por la verdad, y nunca la aceptas y sientes repulsión y hostilidad hacia ella, entonces tienes un problema. Ciertamente eres una persona malvada y Dios no te salvará” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Comprender la verdad es lo más importante para cumplir bien con el deber). A partir de las palabras de Dios, llegué a comprender por qué Dios está tan furioso con algunas personas. Es porque sienten aversión por la verdad y la rechazan. Dios es quien expresa la verdad. Nuestra actitud hacia la verdad representa nuestra actitud hacia Él. Sentir aversión a la verdad y odiarla equivale a estar en el lado opuesto de Dios y convertirse en Su enemigo. Una persona cuya naturaleza es aversa a la verdad y odia a Dios definitivamente no la aceptará. Este tipo de personas, sin importar cuánto se ponga en evidencia su carácter corrupto o cuánto sean podadas, nunca se arrepienten. No importa por cuántos años crean en Dios, su carácter corrupto nunca cambia, y eventualmente, con certeza serán desdeñados y descartados por Dios. Como Pablo, cuya naturaleza era aversa a la verdad y la odiaba, nunca reflexionó sobre sí mismo y, como resultado, después de muchos años de trabajo, siguió siendo arrogante y egoísta. Su carácter corrupto no había cambiado ni un poco, así que fue condenado y castigado por Dios al final. En Pablo, me vi reflejada. No había perseguido la verdad ni aceptado que me podaran. Lo que viví y revelé fue el carácter satánico de sentir aversión por la verdad. Como resultado, viví en la oscuridad, el temor y el dolor durante mucho tiempo. Dios me dejó de lado. Todas esas consecuencias fueron causadas por mi aversión a la verdad. El carácter de Dios es ciertamente justo, santo e inofendible. Si nunca acepto la verdad ni la poda de Dios, ¿cómo podría alcanzar la purificación y salvación de Dios? En ese caso, ¿no sería mi fe en Dios en vano al final? Me di cuenta de que es demasiado peligroso no resolver la actitud de aversión a la verdad, Luego, me enfoqué intencionalmente en buscar la verdad y rebelarme contra mi propio carácter corrupto. Al enfrentar la poda otra vez, mi motivo para discutir y resistir se debilitó. No importaba cuán cierto fuera lo que me dijeran los hermanos y hermanas, siempre que fuera coherente con los hechos, lo aceptaría. A veces, cuando no podía reconocer mi problema y quería discutir, oraba a Dios primero y era sumisa. Luego, reflexionar sobre mí misma me ofrecería algo de comprensión y cosecha.
Al pensar cuán terca y rebelde solía ser, completamente reacia a aceptar la verdad, y al ver cómo ahora podía ganar un poco de comprensión y cosecha, me di cuenta de que es ciertamente Su salvación. A través de esta experiencia, finalmente llegué a conocerme un poco y también a entender mejor las maneras en que Dios salva a la humanidad, así como Su intención. Realmente me he dado cuenta de que la reprensión, la disciplina y la poda de Dios son ciertamente para purificar y salvar a las personas, no para condenarlas o descartarlas.