Mi experiencia al predicar el evangelio en una escuela

16 Abr 2023

Por Yan Liang, Myanmar

Nací en una familia normal en el norte de Birmania. En diciembre de 2018 acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, y asistía a reuniones mientras estaba estudiando. Me gradué en 2021 y me asignaron a dar clase en una región alejada de montaña. Aunque era profesor, también era soldado. Tenía que obedecer a mis superiores en todo lo que hiciera. Si no, me asignarían a los bosques de la parte más alejada y peligrosa del frente. Recordaba las palabras de mis superiores y me pasaba los días dando clase con esmero. Por buena conducta, el director de la escuela me pidió que supervisara el sindicato estudiantil. Aunque tenía trabajo todos los días, me sentía vacío por dentro. Además, la conexión a internet era bastante mala en la región, por lo que me era imposible reunirme con los demás. Llegué justo al inicio de la pandemia y, con todas las ciudades y carreteras cerradas, perdí el contacto con los otros durante un cuatrimestre completo. Aunque no estaba en contacto con los otros, seguía orando y leyendo la palabra de Dios. Una vez leí un pasaje de la palabra de Dios que me motivó mucho. Dios Todopoderoso dice: “¿Eres consciente de la carga que llevas a cuestas, de tu comisión y tu responsabilidad? ¿Dónde está tu sentido de misión histórica? ¿Cómo servirás adecuadamente como señor en la próxima era? ¿Tienes un fuerte sentido del señorío? ¿Cómo describirías al señor de todas las cosas? ¿Es realmente el señor de todas las criaturas vivientes y todas las cosas físicas del mundo? ¿Qué planes tienes para el progreso de la siguiente fase de la obra? ¿Cuántas personas están esperando a que seas su pastor? ¿Es pesada tu tarea? […] ¿Has pensado alguna vez cuán afligido e inquieto está el corazón de Dios? ¿Cómo puede soportar Él ver a la humanidad inocente, que creó con Sus propias manos, sufriendo tal tormento? Después de todo, los seres humanos son las víctimas que han sido envenenadas. Y, aunque el hombre ha sobrevivido hasta hoy, ¿quién habría sabido que el maligno envenenó a la humanidad hace mucho tiempo? ¿Has olvidado que eres una de las víctimas? ¿No estás dispuesto a esforzarte por salvar a estos sobrevivientes por tu amor a Dios? ¿No estás dispuesto a dedicar toda tu energía para retribuir a Dios, que ama a la humanidad como a Su propia carne y sangre? A fin de cuentas, ¿cómo interpretarías el ser usado por Dios para vivir tu vida extraordinaria? ¿Tienes realmente la determinación y la confianza para vivir la vida llena de sentido de una persona piadosa y que sirve a Dios?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Cómo deberías ocuparte de tu misión futura?). Tras leer la palabra de Dios, comprendí Su apremiante voluntad de salvar a la humanidad. Él espera que haya más creyentes sinceros que reciban Su salvación. Este es Su deseo más imperioso. Como creyente, tengo la obligación de predicar el evangelio de Dios. Es mi deber de ser creado. Llevaba casi tres años en la fe, había comido y bebido de la palabra de Dios y comprendía algunas verdades. Aunque no podía reunirme normalmente por el trabajo y la mala conexión a internet, podía, no obstante, predicar el evangelio. Podía llevar a más gente ante Dios para que aceptara Su salvación en los últimos días. Los desastres van en aumento y la pandemia está en pleno desarrollo, pero muchos aún no han oído la voz de Dios ni recibido Su salvación, cosa que a Él lo llena de dolor y preocupación. No podía carecer de conciencia. Tenía que predicar el evangelio, llevar ante Dios a quienes tuvieran buena humanidad y creyeran en Él y cumplir mi deber para satisfacerlo. Sin embargo, tanto mi estatura como mi comprensión de la verdad eran limitadas y no sabía cómo predicar. Estaba dispuesto, pero era incapaz. Así pues, oré a Dios: “¡Dios mío! Mi estatura es pequeña y no sé cómo predicar. Por favor, guíame para traer ante Ti a quienes tienen auténtica fe. Sé que no es fácil predicar el evangelio, pero, con Tu guía, seguro que puedo traerlos ante Ti”.

Planeé predicar el evangelio a mis compañeros y alumnos. No obstante, por entonces me sentía muy confundido. Porque mis superiores me habían dicho que era profesor y soldado, con lo cual no podía hacer nada no relacionado con la docencia y, si me descubrían, me enviarían al frente, donde suele haber conflictos y atentados terroristas y podría morir en cualquier momento. Además, había oído que el último director de la escuela era cristiano y que sus superiores lo habían trasladado a otra escuela por predicarles a sus alumnos, que lo habían relegado a profesor normal y que, si volvía a saltarse las normas, lo enviarían al frente. Sentí un poco de miedo al pensar en todo esto. Recapacité: “El director pudo dar clase de todos modos tras ser retirado, pero yo solo soy un profesor normal. Si se enteran de que predico, me enviarán directo al frente, sin más oportunidades de ser profesor. Vale, puedo perder mi empleo; el problema real es que podría morir en cualquier momento en un sitio tan peligroso”. Estos pensamientos hicieron que me diera mucho miedo predicar en la escuela, pero recordé que la obra de Dios está llegando a su fin, que los desastres van en aumento y que, si no predicaba a mis compañeros, amigos y alumnos y no los llevaba ante Dios, algún día caerían en el desastre, serían castigados y perderían la ocasión de salvarse. La apremiante voluntad de Dios es que se propague el evangelio del reino y salvar a quienes pueda salvar, pero yo solamente me preocupaba por mi futuro y mi destino y me daba mucho miedo predicar el evangelio de los últimos días. ¡Estaba decepcionando de veras a Dios! Me sentía muy confundido. Después leí un par de pasajes de la palabra de Dios que me dieron fe. Dios Todopoderoso dice: “No debes tener miedo de esto o aquello; no importa a cuántas dificultades y peligros puedas enfrentarte, eres capaz de permanecer firme delante de Mí sin que ningún obstáculo te estorbe, para que Mi voluntad se pueda llevar a cabo sin impedimento. Este es tu deber […]. Debes soportarlo todo; por Mí, debes estar preparado para renunciar a todo lo que posees y hacer todo lo que puedas para seguirme, y debes estar preparado para gastarte por completo. Este es el momento en que te probaré, ¿me ofrecerás tu lealtad? ¿Puedes seguirme hasta el final del camino con lealtad? No tengas miedo; con Mi apoyo, ¿quién podría bloquear el camino? ¡Recuerda esto! ¡No lo olvides! Todo lo que ocurre es por Mi buena intención y todo está bajo Mi observación. ¿Puedes seguir Mi palabra en todo lo que dices y haces? Cuando las pruebas de fuego vengan sobre ti, ¿te arrodillarás y clamarás? ¿O te acobardarás, incapaz de seguir adelante?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 10). “Como criatura de Dios, ¿qué debes hacer? Debes cumplir con tu deber, hacer lo que debas con todo tu corazón, tu mente y tus fuerzas. El resto, las cosas relacionadas con las expectativas y el destino, así como con el futuro de la humanidad, no son algo que puedas decidir, están en manos de Dios; todo lo dicta y dispone el Creador y no guarda relación con ninguna criatura de Dios. […] Has de reconocer un hecho: sea cual sea la promesa, buena o corriente, agradable o poco interesante, todo lo dicta, dispone y determina el Creador. El único deber y la única obligación de una criatura de Dios es seguir y buscar el rumbo y la senda correctos señalados por el Creador. En cuanto a lo que finalmente obtengas y qué parte de las promesas de Dios recibas, todo depende de tu búsqueda, de la senda que tomes y de lo que dicte el Creador(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (IX)). La palabra de Dios me decía claramente que no tuviera miedo y que todo estaba en Sus manos. Tanto si seguía de profesor como si me mandaban al frente, eso no dependía de una persona, sino únicamente de Dios. No dependía del director ni de los jefes. Debía tener fe en Dios. Con el respaldo de Dios, no tenía nada que temer por muy difícil que fuera predicar el evangelio. Siempre temí que, cuando se enteraran en la escuela de que predicaba, me mandarían al frente y correría grave peligro, por lo que no me atrevía a predicar el evangelio. No tenía nada de fe en Dios. Estas palabras fueron las que más me conmovieron: “Debes cumplir con tu deber, hacer lo que debas con todo tu corazón, tu mente y tus fuerzas. El resto, las cosas relacionadas con las expectativas y el destino, así como con el futuro de la humanidad, no son algo que puedas decidir, están en manos de Dios; todo lo dicta y dispone el Creador y no guarda relación con ninguna criatura de Dios”. Me sentí mucho más motivado. Como ser creado, debía cumplir con mi deber de todo corazón. Pasara lo que pasara con mi empleo, me enviaran al frente o me pusieran en peligro de muerte, todo esto eran dictados y disposiciones del Señor de la creación. Siempre me preocupó que mis jefes me trasladaran al frente si descubrían que predicaba, pues no comprendía la soberana omnipotencia de Dios, como si mis jefes pudieran decidir mi destino. ¡Qué necio! Tanto los desastres como la pandemia ya están empeorando y no hay mucho tiempo que perder. Había tenido la suerte de recibir la obra de Dios de los últimos días, pero no predicaba en mi entorno. Estaba en deuda con la gente y en rebeldía contra Dios, y mi conciencia no hallaba la paz. Al darme cuenta, adquirí fe. Me dispuse a dejar de lado mis preocupaciones y cumplir con mi deber: predicar y dar testimonio de Dios.

Después me pregunté: “¿Por qué me asusta tanto que me manden al frente que no me atrevo a cumplir mi deber? ¿Qué me limita exactamente?”. Luego vi esto en la palabra de Dios. “Lo más triste acerca de cómo cree la humanidad en Dios es que el hombre lleva a cabo su propia gestión en medio de la obra de Dios y, sin embargo, no presta atención a la gestión de Dios. El fracaso más grande del hombre radica en cómo, al mismo tiempo que busca someterse a Dios y adorarlo, está construyendo su propio destino ideal y tramando cómo recibir la mayor bendición y el mejor destino. Incluso si alguien entiende lo lamentable, aborrecible y patético que es, ¿cuántos podrían abandonar fácilmente sus ideales y esperanzas? Y ¿quién es capaz de detener sus propios pasos y dejar de pensar únicamente en sí mismo? Dios necesita a quienes van a cooperar de cerca con Él para completar Su gestión. Necesita a quienes se someterán a Él a través de dedicar toda su mente y todo su cuerpo a la obra de Su gestión. Él no necesita a las personas que estiran las manos para suplicarle cada día y, mucho menos, a quienes dan un poco y después esperan ser recompensados. Dios desprecia a los que hacen una contribución insignificante y después se duermen en sus laureles. Aborrece a esas personas de sangre fría que se molestan con la obra de Su gestión y solo quieren hablar sobre ir al cielo y obtener bendiciones. Aborrece aún más a los que se aprovechan de la oportunidad presentada por la obra que Él hace al salvar a la humanidad. Eso es debido a que estas personas nunca se han preocupado por lo que Dios desea conseguir y adquirir por medio de la obra de Su gestión. Solo les interesa cómo pueden usar la oportunidad provista por la obra de Dios para obtener bendiciones. No les importa el corazón de Dios, pues lo único que les preocupa es su propio futuro y destino. Los que se molestan con la obra de gestión de Dios y no tienen el más mínimo interés en cómo Dios salva a la humanidad ni en Su voluntad, solo están haciendo lo que les place de una forma que está desconectada de la obra de gestión de Dios. Dios no recuerda su comportamiento ni lo aprueba, y ni mucho menos lo ve con buenos ojos(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice III: El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios). Tras meditar la palabra de Dios, entendí que me daba demasiado miedo predicar, sobre todo, porque me preocupaba mi destino. Temía que mis jefes me enviaran al frente cuando descubrieran que predicaba y, si ocurría eso, no solo no podría reunirme ni leer la palabra de Dios, sino que, además, tendría que pasarme el día patrullando por los bosques con un arma. Era una región plagada de conflictos y terrorismo y, si cometía un error allí, probablemente moriría y perdería para siempre la ocasión de salvarme. Vi que creía en Dios para recibir bendiciones, no para buscar la verdad ni cumplir con el deber de un ser creado. Mi fe y mi deber servían a mis intereses. Quería hacer cosas que me otorgaran bendiciones, no que no me las otorgaran. Era como la relación entre un jefe y un trabajador: por el beneficio y transaccional, sin amor ni preocupación por Dios. Era muy egoísta y despreciable. Creía en Dios, pero no soportaba ni un ápice de sufrimiento ni la menor dificultad. Suponía que bastaba con leer la palabra de Dios cómodamente y con alabarlo con cánticos y bailes, pero esta fe que yo tenía jamás me habría llevado a experimentar ni comprender la palabra de Dios, a reconocer mi carácter corrupto ni a alcanzar la salvación. En nuestra fe, Dios nos exige que escuchemos Su voluntad, lo amemos y demos testimonio de Él. Afrontemos lo que afrontemos, siempre debemos buscar la verdad, someternos a Dios, temerlo y evitar el mal; entonces podremos alcanzar la salvación. Mi afán por las bendiciones no se ajustaba a la voluntad de Dios y estaba alejado de Sus exigencias. Como creyente, debía aspirar a amar y obedecer a Dios y dedicarme a dar testimonio de Su obra en los últimos días. Esto es lo único que vale la pena y tiene sentido. Así pues, oré a Dios para decirle que no continuaría pensando en mi futuro. Tenía que predicar y dar testimonio de la obra de salvación de Dios en los últimos días.

Empecé predicando a mis compañeros, pero vi que eran muy reacios a creer en Dios, con lo cual fui a predicarles a mis alumnos. Todos los días les leía la palabra de Dios después de clase; por ejemplo, “Dios es la fuente de la vida del hombre” y “Dios preside el destino de toda la humanidad”, y les hablaba de cosas como las tres etapas de la obra de Dios. Tenían muchas ganas de escucharme. Gracias a la guía de Dios, en un mes había convertido a más de 50 personas en la escuela. Mi fe se fortaleció en esa época. Al ver que estos alumnos tenían ganas de reunirse y buen entendimiento, predicaba y daba testimonio de Dios con una convicción aún mayor. Ya no estaba tan nervioso ni asustado, pues sabía que Dios estaba conmigo y entendía verdaderamente lo que quiso decir cuando dijo: “Debes tener fe en que todo está en manos de Dios, y que los humanos solo están cooperando con Él. Si tu corazón es sincero, Dios lo verá, y te abrirá todos los caminos, haciendo que las dificultades ya no sean difíciles. Esta es la fe que debes tener. Por tanto, no hace falta que os preocupéis por nada mientras cumplís con vuestro deber, siempre y cuando dediques todas tus fuerzas y pongas tu corazón en ello. Dios no te pondrá las cosas difíciles ni te obligará a hacer nada de lo que no seas capaz(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. En la fe en Dios, lo principal es practicar y experimentar Sus palabras). Dios nos dice que, siempre y cuando cooperemos sinceramente con Él, nos abrirá una senda. No tenía que preocuparme tanto. Solo tenía que aplicarme, darlo todo y ampararme en Dios en el trabajo. Todo cuanto Dios me pide está a mi alcance y no sobrepasa mi estatura.

Como cada vez más alumnos aceptaban la obra de Dios de los últimos días, las fuerzas satánicas comenzaron a intervenir. Los alumnos de la escuela eran de una minoría étnica que creía en el budismo, así que siempre habían sido budistas. Unos cuantos me contaron que sus padres les habían prohibido creer. Una me dijo que sus padres habían llegado a advertirle que, si descubrían que creía en Dios otra vez, la echarían y la repudiarían como hija. Había bastantes alumnos que no sabían qué hacer. Por entonces me preocupaba que se desalentaran y debilitaran por la persecución familiar, o que incluso se vieran incapaces de seguir y dejaran la fe. Estaba muy ansioso y no sabía qué hacer. La obra de Dios concluiría pronto. Si abandonaban la fe, perderían la salvación de Dios. ¿Cómo lo justificaría delante de Dios? Me pasaba los días orando y pidiéndole a Dios que me guiara. Más adelante leí esto en Su palabra. “Cuando Dios obra, se preocupa por la persona y la escudriña, y cuando la favorece y aprueba, Satanás sigue de cerca, intentando embaucar a la persona y hacerle daño. Si Dios desea ganar a esta persona, Satanás hará todo lo que pueda para estorbarle usando diversas tácticas malvadas para tentar, para alterar y socavar la obra de Dios, todo ello con el fin de lograr su objetivo oculto. ¿Cuál es este objetivo? No quiere que Dios gane a nadie; él quiere robar la posesión de aquellos a los que Dios desea ganar, quiere controlarlos, hacerse cargo de ellos para que le adoren y entonces se le unan para cometer actos malvados y oponerse a Dios. ¿Acaso no es esta su siniestra motivación? […] Al hacer la guerra contra Dios, y al ir detrás de Él, el objetivo de Satanás es demoler toda la obra que Dios quiere hacer, ocupar y controlar a aquellos a los que Dios quiere ganar, extinguirlos por completo. Si esto no ocurre, pasan a ser posesión de Satanás para ser usados por él; esta es su meta(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único IV). Al meditar la palabra de Dios entendí que, mientras Él obra para salvar al hombre, Satanás sigue Sus pasos corrompiendo y lastimando al hombre, inmiscuyéndose en la obra de Dios y destruyéndola. Esto viene determinado por la esencia de Satanás. Nosotros predicamos y damos testimonio de Dios para salvar a la gente, pero Satanás no puede soportarlo. Satanás no deja de entorpecernos y acosarnos con la intención de destruir la obra de Dios, lo que hace que nos alejemos de Dios y lo traicionemos. Entonces perdemos Su salvación y acompañamos a Satanás al infierno. Tenía que descubrir los trucos de Satanás y eludir sus trampas. Consciente de estas cosas, leí la palabra de Dios con los hermanos y hermanas para que comprendieran la verdad y descubrieran los trucos de Satanás. Les enseñé lo siguiente: “¿Saben por qué tropezamos con tantos obstáculos una vez que creemos en Dios? Porque siempre hemos vivido bajo el campo de acción de Satanás, pero, ahora que creemos en Dios, aceptamos Su salvación y escuchamos Su palabra, ya no idolatramos a Satanás. Satanás no quiere que Dios nos salve, por lo que nos acosa por medio de nuestro entorno con la intención de impedirnos creer en el Dios verdadero, devolvernos a su campo de acción, corrompernos, lastimarnos y hacernos perder la ocasión de ser salvados por Dios. Por eso no podemos caer en sus trampas”. Luego les enseñé las verdades sobre “la diferencia entre el Dios verdadero y los falsos dioses”, “de dónde viene el budismo” y “solo hay un Dios verdadero”. Tras mi enseñanza, un hermano señaló: “Ahora entiendo que, una vez que creemos en Dios y aceptamos Su obra, nos vemos obstaculizados y acosados por no idolatrar a Satanás, y este hace todo lo posible por impedirnos creer en Dios e ir por la senda correcta. Hemos de tener discernimiento y no caer en las trampas de Satanás”. Una hermana comentó: “Ahora entiendo lo que son el Dios verdadero y los falsos dioses. El Dios verdadero es el único capaz de crear los cielos, la tierra y todas las cosas, además de la humanidad. No solo lo creó todo, sino que lo domina todo. También nos provee en abundancia del pan nuestro de cada día. Un falso dios no puede crear ni un solo insecto, y ni mucho menos los cielos, la tierra y todas las cosas, así que no debemos creer en ellos”. Me emocionó mucho que los hermanos y hermanas dijeran esto. En la batalla espiritual contra Satanás, habían comprendido la verdad a partir de la palabra de Dios y descubierto los trucos de Satanás. Ninguno de ellos había caído. Por el contrario, estaban todavía más decididos a seguir a Dios. Todo esto lo había logrado la palabra de Dios. También mi fe se fortaleció muchísimo después.

Una vez, el director me atacó de veras. Me dijo: “Escúchame, Jonah. Es la tercera vez que te tengo que hacer venir. No me obligues a decirte lo que ya sabes. Te has hecho bastante famoso. ¡En los alrededores todos saben que predicas en la escuela! Si se supone que somos profesores que imparten conocimientos a los alumnos, ¿por qué impartes la fe en Dios? Toda esta aldea es budista. Tenemos que respetar más sus costumbres y enseñarles su propia fe. Que tú prediques esto tiene gran repercusión en nuestra escuela; ¿intentas hundir nuestra reputación? ¿Quieres que te desprecien los alumnos y sus familias? ¡Lo que haces no es profesional ni ético! ¡No eres digno de ser profesor! Si no espabilas, ¡serás trasladado al final del cuatrimestre!”. Me lo tomé muy a mal y supe que esas palabras habían salido del diablo, Satanás. Él solo quería que la gente siguiera al diablo y no le dejaba presentarse ante Dios a adorarlo. La fe en Dios es lo más recto que hay, pero, a sus ojos, era malvada. Vi que estos diablos falsifican los hechos y no distinguen el bien del mal. Ya en el dormitorio, me sentía muy molesto. No sabía qué pasaría a continuación e, inconscientemente, me puse a pensar de nuevo en mi futuro. ¿Qué pasaría si, en efecto, me trasladaban? ¿Me enviarían al frente? ¿Cómo debería afrontar la terrible situación del frente? ¿Cómo podría creer en Dios? ¿Todavía podría salvarme? … Estos pensamientos me empañaron los ojos. No tuve nada de sueño en toda la noche. La pasé sentado a la mesa, mientras oraba a Dios una y otra vez: “Dios mío, ¿por qué no puedo evitar el miedo en esta situación?”. Pensé en los medios por los que, según la palabra de Dios, Satanás corrompe a la gente. Dios dice: “El primero es el control y la coacción. Es decir, Satanás hará todo lo posible por tomar el control de tu corazón. ¿Qué significa ‘coacción’? Se refiere a hacer uso de amenazas y tácticas forzosas para hacer que le obedezcas, a hacerte pensar en las consecuencias si no obedeces. Te asustas y no te atreves a desafiarlo, así que entonces te sometes a él(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Al meditar la palabra de Dios comprendí mejor el horrendo rostro de Satanás. Satanás sabía que yo temía que me mandaran al frente, donde estaría en constante peligro de muerte. Ese miedo a la muerte era mi peor defecto y mi mayor debilidad. Satanás me acosaba por medio del director y de la posibilidad de traslado, lo que me hizo ceder y transigir ante él abandonando el deber y no dando más testimonio de Dios. Puede que pareciera que el director hacía lo que era lo mejor para mí, pero en realidad me estaba coaccionando para que dejara de predicar con el fin de salvar su reputación. No me dejaba predicar el evangelio de la salvación de Dios, sino que quería que predicara el camino de Satanás y cediera ante este. Vi el auténtico rostro malvado del director. Había adquirido discernimiento y sabía que estos eran unos trucos de Satanás. Supe por qué me había sentido tan limitado cuando predicaba: por miedo a la muerte. Temía que, una vez que me trasladaran al frente a defender la frontera, podrían matarme en cualquier momento, y me daba aún más miedo que, tras morir, no tendría modo de creer en Dios ni de salvarme, por lo que me contuve y me desalenté.

Después llevé mi estado ante Dios en oración para pedirle que me guiara para superar este miedo a la muerte. Luego leí un pasaje de la palabra de Dios. “¿Cómo murieron esos discípulos del Señor Jesús? Entre los discípulos hubo quienes fueron lapidados, arrastrados por un caballo, crucificados cabeza abajo, desmembrados por cinco caballos; les acaecieron todo tipo de muertes. ¿Por qué murieron? ¿Los ejecutaron legalmente por sus delitos? No. Los condenaron, golpearon, acusaron y ajusticiaron porque difundían el evangelio del Señor y los rechazó la gente mundana; así los martirizaron. […] No importa cuál fuera el modo de su muerte y partida, ni cómo sucediera, así no fue como Dios determinó los resultados finales de esas vidas, de esos seres creados. Esto es algo que has de tener claro. Por el contrario, aprovecharon precisamente esos medios para condenar este mundo y dar testimonio de las acciones de Dios. Estos seres creados, aprovecharon su vida, lo más preciado: aprovecharon el último momento de ella para dar testimonio de las obras de Dios, de Su gran poder, y declarar ante Satanás y el mundo que las obras de Dios son correctas, que el Señor Jesús es Dios, que Él es el Señor y Dios encarnado; hasta el último momento de su vida siguieron sin negar el nombre del Señor Jesús. ¿No fue esta una forma de juzgar a este mundo? Aprovecharon su vida para proclamar al mundo, para confirmar a los seres humanos, que el Señor Jesús es el Señor, Cristo, Dios encarnado, que la obra de redención que fraguó para toda la humanidad le permite a esta continuar viviendo, una realidad que es eternamente inmutable. Los martirizados por predicar el evangelio del Señor Jesús, ¿hasta qué punto cumplieron con su deber? ¿Hasta el máximo logro? ¿Cómo se manifestó el máximo logro? (Ofrecieron sus vidas). Eso es, pagaron el precio con su vida. La familia, la riqueza y las cosas materiales de esta vida son cosas externas; lo único interno a uno mismo es la vida. Para cada persona viva, la vida es la cosa más digna de aprecio, la más preciada, y resulta que esas personas fueron capaces de ofrecer su posesión más preciada, la vida, como confirmación y testimonio del amor de Dios por la humanidad. Hasta el día de su muerte siguieron sin negar el nombre de Dios o Su obra y aprovecharon el último momento de su vida para dar testimonio de la existencia de esta realidad; ¿no es esta la forma más elevada de testimonio? Esta es la mejor manera de cumplir con el deber, lo que significa cumplir con la responsabilidad. Cuando Satanás los amenazó y aterrorizó, y al final, incluso cuando les hizo pagar con su vida, no anularon su responsabilidad. Esto es cumplir con el deber hasta el fin. ¿Qué quiero decir con ello? ¿Quiero decir que utilicéis el mismo método para dar testimonio de Dios y difundir el evangelio? No es necesario que lo hagas, pero debes entender que es tu responsabilidad, que si Dios necesita que lo hagas, debes aceptarlo como una obligación moral. La gente de hoy alberga miedo y preocupación, pero ¿de qué sirven esos sentimientos? Si Dios no necesita que hagas esto, ¿de qué te sirve preocuparte por ello? Si Dios necesita que lo hagas, no debes eludir ni rechazar esta responsabilidad. Debes cooperar de manera proactiva y aceptarla sin preocuparte. Muera como muera una persona, no debe morir ante Satanás ni en sus manos. Si uno va a morir, debe morir en las manos de Dios. Las personas vinieron de Dios y a Él regresan; estos son el sentido y la actitud que ha de tener un ser creado. Esta es la verdad definitiva que hay que entender al difundir el evangelio y cumplir con el deber: hay que pagar con la propia vida por difundir y dar testimonio del evangelio de Dios encarnado, que lleva a cabo Su obra y salva a la humanidad. Si tienes esta aspiración, si puedes dar testimonio de este modo, es maravilloso. Si todavía no tienes esta clase de aspiración, debes, como mínimo, cumplir adecuadamente con la responsabilidad y el deber que tienes por delante y dejarle lo demás a Dios. Tal vez entonces, a medida que pasen los meses y años, aumenten tu experiencia y madurez y ahondes en la comprensión de la verdad, te darás cuenta de que tienes la obligación y la responsabilidad de ofrecer tu vida, incluso hasta el final, a la obra del evangelio de Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). En la palabra de Dios descubrí que, en la Era de la Gracia, los discípulos del Señor Jesús fueron condenados y perseguidos por predicar el evangelio de Dios, pero, sin importar los procedimientos o métodos por los que murieron, estos no supusieron su resultado final. La vida y la muerte del cuerpo de una persona no indican si su resultado será bueno o malo. Aunque pueda parecer algo malo la persecución letal a los discípulos del Señor Jesús, en realidad fueron martirizados para cumplir la comisión de Dios, cosa que Él conmemora. Ante las malvadas fuerzas de Satanás, dieron testimonio de Dios sin tener en cuenta su vida ni su seguridad. Esto reforzó todavía más su testimonio, con lo que vencieron a Satanás. La vida es lo más valioso que tiene una persona, pero ellos ofrendaron su valiosa vida para dar testimonio de Dios y dar a conocer Su obra al mundo. Este es el máximo testimonio. Al meditar las palabras de Dios me sentí humillado y avergonzado. Cuando me advirtió el director que me trasladarían si volvía a predicar, sentí mucho miedo. Me asustaba que me mandaran al frente y que, una vez muerto, estaría acabado y no podría salvarme. Valoraba demasiado mi vida y no tenía agallas ni testimonio. Al lado de los apóstoles me quedaba muy corto. Pensé en el origen de mi vida y en cómo me la dio Dios. Dios decide cuándo morimos y nadie vive ni un minuto más. Si Dios protege a alguien y no lo deja morir, aunque esté en el lugar más peligroso, no muere. Los humanos no controlan cuándo viven o mueren, y menos todavía su resultado final. Este está aún más firme en las manos de Dios. El Señor Jesús dijo: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará(Mateo 16:25). Al predicar y dar testimonio de Dios, afrontamos mucha persecución y adversidad. Al igual que los discípulos del Señor Jesús, puede que a algunos incluso los persigan hasta la muerte por predicar y dar testimonio de Dios, pero su alma está en las manos de Dios. Aunque su cuerpo esté muerto, esto no significa que no tengan un resultado final. Todo está en manos de Dios y dispuesto por Dios. Si no cumplía con mi deber ni predicaba el evangelio porque anhelaba vivir y temía morir, aunque no me mandaran al frente ni estuviera en peligro de muerte, a ojos de Dios sería un zombi, un muerto al que descartar al final. Debía arriesgarlo todo, hasta la vida, por seguir a Dios y predicar el evangelio. Si, en efecto, me mandaban al frente, debía someterme a lo dispuesto por Dios. Además, podría predicar a los soldados del frente para llevar a más gente ante Dios. Aunque algún día me persiguieran realmente hasta la muerte por predicar y dar testimonio de Dios, esto lo habría permitido Él, y yo deseaba someterme. Al reflexionarlo, decidí delante de Dios continuar predicando y dando testimonio de Él y que no debía dejarme limitar por nadie.

Después, oraba a Dios a diario y continuaba predicando y enseñando Su palabra a los demás. También los orientaba en el repaso de sus lecciones, concertaba horas de reunión para ellos en las vacaciones y estaban mucho más activos que antes. Tras los exámenes comprobé que estos hermanos y hermanas iban a tener muy buenas notas, con una media en cada materia de entre 76 y 98. Ninguno suspendió. ¡Me quedé maravillado! El director vio las buenas notas de mi clase y me dijo: “Dado que tu clase ha tenido las notas más altas de la escuela, hemos decidido dejar que seas su profesor el próximo cuatrimestre. Te deseamos todo lo mejor en él”. Esto me puso loco de contento, ya que iba mucho más allá de lo que había esperado. Esto me recordó una frase del Libro de los Proverbios de la Biblia: “El corazón del rey está en las manos de Jehová como los ríos de agua: Él lo dirige a donde sea que Él quiera” (Proverbios 21:1).* Todo está en manos de Dios y Dios controla nuestro destino. Mientras crea en Dios y coopere sinceramente con Él, me abrirá una senda. Todavía predico el evangelio en el campus y dirijo a los hermanos y hermanas en las reuniones, y bastante gente ha aceptado la obra de Dios de los últimos días. Al recordar aquellos días de predicación, aprendí mucho y sé que todo fue gracias a la guía de Dios.

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