Lecciones que aprendí del reparto de iglesias
A principios del año pasado, ante el gran crecimiento de nuestras iglesias para nuevos fieles, la líder decidió un nuevo reparto de mis responsabilidades y de las de otras colaboradoras. Al principio no le di importancia, pero, cuando tuve más información de lo que pasaba, vi que las iglesias de las que iba a ser responsable eran más problemáticas. La mayoría de sus miembros aún no tenían una buena base en su fe y todavía no habían sido elegidos todos los líderes y diáconos. Sin embargo, las iglesias de las que se hizo cargo la hermana Liu iban mucho mejor que las mías. Aquellos nuevos creyentes eran bastante sensatos y aptos, y sus líderes y diáconos, muy responsables. No pude evitar ponerme celosa de ella. Me preguntaba por qué ella recibía las mejores iglesias, mientras que las mías tenían tantos problemas. ¡Cuánto esfuerzo me iba a costar! Si no era capaz de poner las cosas en marcha, ¿qué opinaría de mí la líder? ¿Diría que era una incompetente y que no sabía hacer nada? Podría no tenerme mucho aprecio. Me desalentaba mucho pensarlo de esa forma. Después, cuando iba a esas iglesias, siempre había numerosos problemas que abordar y que llevaban mucho tiempo. Una iglesia detrás de otra presentaba todos estos problemas. No dormía mucho y estaba pasándolo muy mal. Estuve reflexionando que algo para lo que la hermana Liu necesitaba una hora me llevaba dos o tres a mí. Mi aptitud y mis habilidades eran limitadas, pero las iglesias tenían muchísimos problemas. Como no hacía unos progresos notables pese a todo ese tiempo y esfuerzo, cuando la líder comparara mis resultados con los de la hermana Liu, seguro que le parecería una mediocre, que no lo hacía bien ni estaba a la altura de la hermana Liu. En esa época me hallaba en un estado bastante malo, y siempre que me topaba con un problema, me sentía muy molesta y perjudicada. Estaba cansada tanto física como emocionalmente. Así pues, me presenté ante Dios a orar y buscar: “Dios mío, sé que has permitido este reparto del trabajo y que debo someterme a Tus disposiciones, pero sigo mostrándome reacia. Te pido esclarecimiento para comprender Tu voluntad y mi corrupción”.
Luego leí unos pasajes de las palabras de Dios, uno de los cuales daba en la diana de mi estado de entonces. Dios dice: “Aumentar tu carga no es complicarte las cosas, sino justo lo que hace falta: este es tu deber, así que no intentes elegir, negarte o zafarte. ¿Por qué te parece difícil? En realidad, si te esforzaras un poco más, serías totalmente capaz de lograrlo. El hecho de que lo consideres difícil, como si te trataran injustamente, como si te hicieran pasar un mal rato deliberadamente, es manifestación de un carácter corrupto, es negarte a cumplir con el deber y no recibir nada de Dios; supone no practicar la verdad. Cuando eliges tu deber y cumples con el que es cómodo y fácil, el que te hace quedar bien, este es el carácter corrupto de Satanás. Si eres incapaz de aceptar y someterte, esto demuestra que aún eres rebelde hacia Dios, que te defiendes, que rechazas, que evitas, lo cual es un carácter corrupto. ¿Y qué debes hacer cuando sepas que este es un carácter corrupto? Cuando crees que la tarea asignada a otro solo le llevaría un par de tardes, mientras que la asignada a ti podría llevarte tres días y tres noches, requeriría mucha reflexión y esfuerzo y tendrías que investigar mucho, esto te hace infeliz. ¿Está bien que te sientas infeliz? (No). En absoluto. Entonces, ¿qué debes hacer cuando sientas que esto está mal? Si lo rechazas de corazón y piensas: ‘Esto es porque soy agradable y es fácil aprovecharse de mí. Las tareas fáciles, las que hacen quedar bien a la gente, siempre se las dan a otros. Soy el único al que le dan las difíciles, agotadoras y asquerosas. ¿Puedo no hacerlas? ¿No le toca a otro? ¡No es justo! ¿Acaso Dios no es justo? ¿Por qué no es justo en estos asuntos? ¿Por qué siempre soy yo el elegido? ¿Esto no es hostigar a la gente buena?’. Si esto es lo que piensas, entonces no tienes intención de cumplir con este deber, estás tratando de zafarte, por lo que no encontrarás inspiración sobre cómo hacerlo y no podrás hacerlo. ¿Dónde radica el problema? En primer lugar, tu actitud es la equivocada. ¿A qué me refiero con ‘actitud equivocada’? A que tienes la actitud equivocada hacia el deber; no es la actitud que deberías tener hacia él. ¿Por qué eres tan exigente? Debes obedecer y aceptar las cosas que se supone que debes hacer, sin quejarte ni elegir” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo experimentar las palabras de Dios en los propios deberes). Al leer esto, reflexioné sobre lo que había demostrado en días anteriores. Cuando vi que los miembros de las iglesias que había asumido no tenían una buena base y que no muchos podrían asumir un deber, sentí una gran renuencia. No habían sido elegidos todos los líderes y diáconos y era difícil gestionar los diversos proyectos, así que no solo tenía que dedicar tiempo y energía a ocuparme de las cosas, sino que estas podrían no salir bien y entonces yo quedaría mal. Solo quería gestionar iglesias que ya fueran bien para no tener que preocuparme de las cosas, para conseguir resultados más fácilmente y para que los demás pensaran bien de mí. No dejaba de pensar que ese reparto del trabajo no fue justo conmigo, que la hermana Liu recibió el trabajo fácil, con el que quedaría bien, y yo, el difícil y cansado. No lograría destacar, por lo que era muy reacia a ello y no quería aceptarlo. No obstante, con las palabras de Dios vi que mi forma de pensar al respecto significaba rechazar ese deber, ser exigente y no querer hacer nada que no me diera gloria. No era mínimamente obediente. Siempre me había creído muy diligente y responsable en el deber y nunca esperé que me revelaran de esa manera. Vi que tenía unas motivaciones y perspectivas equivocadas en el deber. En vez de procurar satisfacer a Dios, quería la admiración y el elogio ajenos. ¿Cómo iba a recibir la aprobación de Dios albergando tales propósitos en el deber?
Descubrí un pasaje de Dios. Dicen las palabras de Dios: “Si deseas dedicarte en todo lo que haces para cumplir la voluntad de Dios, entonces no puedes realizar meramente un deber; debes aceptar cualquier comisión que Dios te encomiende. Ya sea que concuerde con tus gustos o no, que corresponda a tus intereses, que sea algo que no disfrutes o que nunca hayas hecho o algo difícil, aun así, debes seguir aceptándolo y someterte. No solo debes aceptarlo, sino que debes cooperar proactivamente, aprender de ello y lograr la entrada. Incluso si sufres, eres humillado y nunca destacas, debes todavía seguir mostrando tu devoción. Debes verlo como el deber que tienes que cumplir; no como un asunto personal, sino como tu deber. ¿Cómo deben entender las personas sus deberes? Es cuando el Creador, Dios, le da a alguien una tarea que tiene que realizar y, en ese momento, surge el deber de esa persona. Las tareas que Dios te da, las comisiones que Dios te da, esos son tus deberes. Cuando los persigues como tus objetivos y de verdad tienes un corazón que ama a Dios, ¿puedes seguir negándote? (No). No es cuestión de si puedes o no; no debes rechazarlas. Debes aceptarlas. Esta es la senda de práctica. ¿Qué es la senda de práctica? (La dedicación absoluta en todas las cosas). Sé dedicado en todas las cosas para cumplir la voluntad de Dios. ¿Dónde está el eje central de esto? ‘En todas las cosas’. ‘Todas las cosas’ no significa necesariamente las cosas que te gustan o que se te dan bien y, mucho menos, las cosas con las que estás familiarizado. Algunas veces no eres bueno en algo, algunas veces tienes que aprender, unas veces te enfrentarás a dificultades y otras debes sufrir. Sin embargo, independientemente de la tarea de que se trate, siempre y cuando venga ordenada por Dios, debes aceptarla de Él, verla como tu deber, dedicarte a cumplirla y cumplir la voluntad de Dios: este es el camino de la práctica. Sin importar lo que te ocurra, siempre debes buscar la verdad, y una vez estés seguro de qué tipo de práctica está en línea con la voluntad de Dios, debes practicarla. Solo si actúas de esta manera estás practicando la verdad, y solo entonces puedes entrar en la realidad de la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Las personas solo pueden ser verdaderamente felices si son honestas). Al leer esto, supe que era cierto. Todo deber viene de Dios y es Su comisión para nosotros y nuestra responsabilidad. Por difícil que sea o por muy poca gloria que contenga, es nuestra obligación y tenemos que aceptarla. Esa es la actitud que hemos de tener y el razonamiento que debe tener un ser creado ante Dios. Esas iglesias que gestionaba no eran lo que quería y mi deseo de estatus no se veía satisfecho, pero esa era la comisión de Dios para mí. Era preciso que la aceptara y que dejara de enfocar el deber desde la perspectiva equivocada. Me presenté ante Dios a orar con el deseo de someterme a Sus disposiciones, de hacer todo lo posible en el deber, de regar adecuadamente a los nuevos creyentes y de ayudarlos a asentarse pronto en el camino verdadero. Mi actitud hacia el deber mejoró un poco tras esa oración y no me sentía tan mal.
Pasado un tiempo, cada vez se instauraban más iglesias, así que la líder volvió a repartir nuestras responsabilidades. De entre las iglesias de mi ámbito, se les asignó a otras personas que gestionaran la única iglesia que iba algo mejor y a la única hermana que lo hacía bien en el deber de riego. Estaba muy enojada y descontenta con eso. Creía que entendían bien mi situación, que había asumido las iglesias con más problemas y que ya me había esforzado mucho. No fue fácil encontrar a esa hermana de riego que lo hacía bien, y se la llevaban; entonces, ¿qué iba a hacer yo en el trabajo? Si seguía teniendo dificultades para lograr buenos resultados, ¿qué opinarían los demás de mí? Pensarían que era una inepta y que no sabía hacer las cosas. ¡Menuda vergüenza! ¿Cómo podría dar la cara luego en las reuniones de colaboradores? Al darle vueltas en la cabeza, me puse a llorar. También me di cuenta de que de nuevo estaba disgustada y era desobediente. Me arrodillé inmediatamente en oración y me puse a hacer introspección. Luego leí un pasaje de las palabras de Dios. “Independientemente del trabajo que lleven a cabo, las personas que son del tipo de un anticristo no consideran para nada los intereses de la casa de Dios. Solo consideran si los suyos propios van a verse afectados, solo piensan en las tareas que tienen delante de sus narices. La obra de la casa de Dios y la iglesia es solo algo a lo que dedican su tiempo libre, y hay que empujarlos a hacer todo. Su verdadera vocación es la protección de sus propios intereses, para ellos lo realmente importante es hacer lo que les gusta. A sus ojos, cualquier cosa organizada por la casa de Dios o relacionada con la entrada en la vida de los escogidos de Dios no tiene importancia. […] No importa el deber que estén cumpliendo, en lo único que piensan es en si van a elevar su perfil. Con tal de que aumente su reputación, se devanan los sesos para idear una manera de aprender a hacerlo, de llevarlo a cabo. Lo único que les importa es si los va a distinguir del resto. Da igual lo que hagan o piensen, solo se preocupan por sí mismos. En un grupo, sea cual sea la tarea que estén realizando, solo compiten por quién está más arriba o más abajo, quién gana y quién pierde, quién tiene mejor reputación. Solo se preocupan por cuántas personas les admiran, cuántas les obedecen y cuántos seguidores tienen. Nunca hablan con la verdad ni resuelven problemas reales, nunca hablan de cómo hacer las cosas según los principios al cumplir con el deber, si han sido fieles, si han cumplido con sus responsabilidades, si se han desviado. No prestan la más mínima atención a lo que pide la casa de Dios ni a Su voluntad. Solo se concentran y hacen cosas en aras del estatus y el prestigio, para satisfacer sus propias ambiciones y sus propios deseos. Esta es la manifestación del egoísmo y la vileza, ¿verdad? Esto expone plenamente que su corazón rebosa con sus propios deseos, ambiciones y exigencias sin sentido. Todo lo que hacen está regido por las ambiciones y los deseos que hay en su interior. Hagan lo que hagan, la motivación y el punto de partida son sus propias ambiciones, deseos y exigencias sin sentido. Esta es la manifestación arquetípica del egoísmo y la vileza” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión cuatro: Resumen de la naturaleza humana de los anticristos y de la esencia de su carácter (I)). Las palabras de Dios hablan de lo egoístas y viles que son los anticristos, de que tienen ambiciones y deseos propios en el deber y de que siempre protegen sus intereses en su forma de abordar las cosas. Sea cual sea su deber, jamás piensan en la voluntad de Dios, en cómo cumplir bien con aquel ni en procurar que no se resienta el trabajo de la casa de Dios. Solamente piensan en la reputación y el estatus, no en la iglesia. En cuanto a mi conducta, ante los muchos problemas de las iglesias a mi cuidado, lo primero que pensaba no era en ampararme en Dios para sustentarlas lo mejor que pudiera, sino en mi miedo a no hacerlo bien y a que los demás me despreciaran, lo que sería vergonzoso. Era reacia y estaba descontenta con el reparto del trabajo y hasta holgazaneaba en el deber. Al saber que iban a trasladar a una hermana bastante capaz que tenía por debajo de mí, mi primera reacción fue pensar que perdía una buena obrera, con lo que desaparecerían mis logros en el trabajo. La líder pensaría entonces que era una inepta y que no captaba el trabajo de la iglesia. Reparé en que, en el deber, no pensaba más que en mi reputación y mis intereses, en cómo evadirme sin demasiado esfuerzo y, pese a ello, triunfar y ganarme la admiración ajena. No tenía una visión global del trabajo de la iglesia. Era muy egoísta y ese es el carácter de un anticristo. Pensándolo bien, sabía que la voluntad de Dios era que me encargaran iglesias más difíciles. Aquellas iglesias con más nuevos fieles todavía por asentarse exigían que me amparara en Dios y buscara más la verdad para resolver todas esas dificultades. Además, tenía que pagar un precio mayor por sustentarlos para que aprendieran la verdad de la obra de Dios y tuvieran una base en el camino verdadero. Era un buen entrenamiento para mí. Y cuanto más difíciles las cosas, más me obligaban a presentarme ante Dios a buscar la verdad y soluciones para así, finalmente, poder aprender muchas verdades. Era bueno para mi entrada en la vida. Luego me di cuenta de que ese deber no iba de que alguien intentara ponerme trabas, sino que se trataba del amor y la bendición de Dios. Tenía que aceptarlo, someterme y volcarme en él. Entender esto me ayudó a cambiar de actitud y ya no me sentía tan mal.
Después leí otro pasaje de las palabras de Dios, el cual me ayudó a entender mejor mi problema. Dios Todopoderoso dice: “Si alguien dice que ama y busca la verdad, pero, en esencia, el objetivo que persigue es distinguirse, alardear, hacer que la gente piense bien de él y lograr sus propios intereses; si el cumplimiento de su deber no consiste en obedecer o satisfacer a Dios, sino que en cambio tiene como fin lograr reputación, ganancia y estatus, entonces su búsqueda no es legítima. En ese caso, cuando se trata de la obra de Dios, la obra de la iglesia y la de la casa de Dios, ¿son estas personas un obstáculo o ayudan a que las cosas avancen? Claramente son un obstáculo, no hacen avanzar las cosas. Todos los que enarbolan la bandera de realizar la obra de la iglesia mientras buscan su propia fortuna, prestigio y estatus, se ocupan de sus propios asuntos, crean su propio grupito y su propio pequeño reino: ¿acaso esta clase de líder u obrero está cumpliendo con su deber? En esencia, todo el trabajo que hacen interrumpe, perturba y perjudica la obra de la casa de Dios. Y entonces, ¿cuál es la consecuencia de que la gente busque estatus y prestigio, a juzgar por su esencia? En primer lugar, esto afecta la entrada en la vida de los escogidos, afecta la manera en la cual estos comen y beben de las palabras de Dios, cómo entienden la verdad y abandonan su carácter corrupto, les impide ingresar en la vía correcta de la fe en Dios, y los conduce hacia la senda equivocada, lo que perjudica a los escogidos y los lleva a la ruina. Y, en definitiva, ¿qué ocasiona eso a la obra de la casa de Dios? Causa el desmantelamiento, la interrupción y el perjuicio. Cuando cumplen con su deber de esta manera, ¿acaso no puede definirse esto como caminar por la senda de un anticristo? Cuando Dios pide que las personas dejen de lado el estatus y el prestigio, no es que les esté privando del derecho de elegir; más bien es porque, durante la búsqueda de estatus y prestigio, las personas dañan la obra de la casa de Dios, interrumpen la entrada en la vida de los hermanos y hermanas, e incluso afectan que otros coman y beban de las palabras de Dios con normalidad y que comprendan la verdad y, así, logren la salvación de Dios. Lo más grave es que, cuando la gente persigue su propio prestigio y estatus, tal comportamiento y tales actos pueden caracterizarse como una cooperación con Satanás para dañar y obstruir, en la mayor medida posible, el progreso adecuado de la obra de Dios, e impedir que Su voluntad se lleve a cabo con normalidad entre la gente. En forma deliberada, se oponen y discuten sin sentido con Dios. Esta es la naturaleza de la búsqueda de estatus y prestigio por parte de los líderes y obreros. El problema de las personas que buscan sus propios intereses es que los objetivos que persiguen son los mismos que los de Satanás, unos objetivos malvados e injustos. Cuando las personas buscan estos intereses, se convierten involuntariamente en una herramienta de Satanás, en un canal de este y, además, se convierten en una personificación de Satanás. En la casa de Dios y en la iglesia desempeñan un papel negativo. El efecto que causan en la obra de la casa de Dios y en la vida normal de la iglesia y la búsqueda normal de los hermanos y hermanas en la iglesia es el de perturbar y perjudicar. Causan un efecto negativo. Cuando alguien busca la verdad, es capaz de ser considerado con la voluntad de Dios y es consciente de Su carga. Cuando cumple su deber, sostiene la obra de la casa de Dios en todos los aspectos. Es capaz de exaltarlo y de dar testimonio de Él, genera beneficio en los hermanos y hermanas, les brinda apoyo y les provee, y Dios obtiene gloria y testimonio, lo que humilla a Satanás. Como resultado de su búsqueda, Dios gana a una criatura que es realmente capaz de temerlo y de rechazar el mal, que es capaz de adorarlo. A consecuencia de su búsqueda, además, se concreta el camino hacia la voluntad de Dios, y Su obra logra progresar. A ojos de Dios, tal búsqueda es positiva, es recta, y redunda en el mayor beneficio para la obra de Su casa y para el pueblo escogido de Dios en la iglesia” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (I)). Esto me hizo entender mejor la búsqueda de mi propio interés. Me di cuenta de que, cuando la gente hace eso, actúa en nombre de Satanás y se convierte en instrumento suyo para perturbar la labor de la casa de Dios. Antes creía que solo hacer cosas evidentemente malvadas, que estorbaran la labor de la casa de Dios y la vida de iglesia, era hacer de esbirro de Satanás. Sin embargo, luego descubrí que, si solamente vamos en pos de intereses egoístas en el deber e ignoramos los de la casa de Dios, repercutiremos de forma negativa en el trabajo de la iglesia y provocaremos perturbaciones. Pensé en lo que había demostrado en el deber y en que, pese a parecer que nunca holgazaneaba, que podía encarar cierto esfuerzo y trabajar hasta altas horas y que nunca hacía nada claramente perturbador, no tenía las motivaciones adecuadas en el deber. No lo hacía por satisfacer a Dios, sino para destacar y ganarme la admiración ajena. Cuando no me gustaba la forma en que se repartía el trabajo, estaba muy descontenta y no quería hacerlo. No podía someterme y pensar en cómo cumplir bien aquel deber ni en cómo dar sustento inmediato a los hermanos y hermanas. Sin darme cuenta, ya había entorpecido la labor de riego. Lo cierto es que había tenido más experiencia que mis colaboradoras. Algunas de las otras hermanas eran nuevas en el trabajo y no conocían la labor de la iglesia, por lo que asignarles las mejores iglesias y los mejores regantes era bueno para nuestro trabajo en general. No obstante, yo era egoísta y quería quedarme a cargo de las mejores iglesias y los mejores regantes. Pero si las cosas salían como quería yo y las nuevas colaboradoras asumían las iglesias con más problemas, el trabajo se resentiría y no sería eficaz, lo que no sería bueno para la casa de Dios. Mis iglesias tenían más problemas, pero en realidad ese era un buen entrenamiento para mí. Podía esforzarme un poquito más y hacer algunas de esas cosas, y entonces mejoraría nuestra eficacia en general. ¿No era esa la mejor forma de disponerlo? Comprendí entonces cómo este deber sacó a la luz mi mentalidad egoísta, horrenda e irracional. También descubrí que, si tenía intereses egoístas en el deber, eso solo podría perjudicar el trabajo de la casa de Dios. Antes había ido en pos de la reputación, el estatus y los intereses personales en el deber y había cometido transgresiones. Si esta vez no cambiaba, sino que obstinadamente protegía mis intereses, sabía que perjudicaría de nuevo la labor de la casa de Dios, ofendería Su carácter y sería eliminada. Era una idea aterradora para mí. Me presenté ante Dios a orar y arrepentirme, diciendo: “Dios mío, en el deber no he hecho más que proteger mis intereses sin pensar en el trabajo de la iglesia ni en Tu voluntad. Con mi humanidad, no soy digna de asumir un deber. Dios mío, quiero arrepentirme de veras”.
Después leí un pasaje de las palabras de Dios que realmente me aportó una senda de entrada. “Para todos los que cumplen con su deber, ya sea profundo o superficial su entendimiento de la verdad, la manera más sencilla de entrar en la realidad de la verdad es pensar en los intereses de la casa de Dios en todo, y renunciar a los deseos egoístas, a las intenciones, motivos, reputación y estatus individuales. Poned los intereses de la casa de Dios en primer lugar; esto es lo menos que debéis hacer. Si una persona que lleva a cabo su deber ni siquiera puede hacer esto, entonces ¿cómo puede decir que está llevando a cabo su deber? Esto no es llevar a cabo el propio deber. Primero debes considerar los intereses de la casa de Dios, los propios intereses de Dios y considerar Su obra y poner estas consideraciones antes que nada; solo después de eso puedes pensar en la estabilidad de tu estatus o en cómo te ven los demás. ¿No sientes que se facilita un poco cuando lo divides en estos pasos y alcanzas algunos acuerdos? Si haces esto por un tiempo, llegarás a sentir que satisfacer a Dios no es difícil. Además, deberías ser capaz de cumplir con tus responsabilidades, llevar a cabo tus obligaciones y deberes, dejar de lado tus deseos egoístas y tus propias intenciones y motivos, tener consideración de la voluntad de Dios y poner primero los intereses de Dios y de Su casa. Después de experimentar esto durante un tiempo, considerarás que esta es una buena forma de vivir: es vivir sin rodeos y honestamente, sin ser una persona vil o un bueno para nada, y vivir justa y honorablemente en vez de ser de mente estrecha y despreciable. Considerarás que así es como una persona debe vivir y actuar. Poco a poco disminuirá el deseo dentro de tu corazón de gratificar tus propios intereses” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). La lectura de las palabras de Dios me enseñó que la casa de Dios, no mi beneficio, ha de ser lo primero en todo lo que suceda. La reputación y el estatus son temporales y no tiene sentido ir en pos de ellos. No vivir en corrupción, practicar la verdad y hacer la voluntad de Dios es el único camino para recibir Su aprobación. Entender esto me aportó esclarecimiento. Sin importar cómo se repartiera el trabajo, no podía seguir protegiendo mis intereses, mi imagen y mi estatus, sino que tenía que obedecer y cumplir bien con el deber. Aunque no lograra grandes resultados, tenía que centrarme en vivir ante Dios y en aceptar Su escrutinio. Pensaran lo que pensaran los demás de mí, volcarme en el deber y ser responsable era el único modo de hacer la voluntad de Dios.
Los siguientes días me lancé a cumplir con el deber sin pensar en mis intereses. Con ello sentía que no me controlaba tanto mi corrupción. Días después, mientras hablaba de trabajo con una hermana, me dijo que su inglés oral no era muy bueno y que necesitaba un intérprete para ver cómo iba una iglesia para nuevos fieles. Tenía dificultades y no lograba mucho en el deber. Cuando me lo comentó, pensé que mi inglés era bueno, por lo que tal vez podría cambiarme con ella y seguir de cerca el trabajo de esa iglesia, pero luego pensé que, como esa iglesia tenía muchos problemas, era probable que asumirla exigiera mucho esfuerzo y que no se dieran muchos progresos. Me preocupaba que eso repercutiera en la opinión de los demás sobre mí, así que no quise cambiarme con ella. Sin embargo, al pensarlo me di cuenta de que, de nuevo, solo tenía en cuenta mi beneficio y protegía mi reputación y estatus, por lo que enseguida me presenté ante Dios en oración para pedirle que me guiara para renunciar a mí misma. Tras orar, comprendí que la situación era una prueba de parte de Dios y que Él me estaba dando la ocasión de practicar la verdad. No podía continuar viviendo en corrupción, protegiendo mis intereses como antes. Si este cambio iba a beneficiar el trabajo de la casa de Dios, tenía que hacerlo. Por ello, consideré las responsabilidades de las demás colaboradoras y creí que realmente era mejor cambiarme con aquella hermana. Le comenté mis reflexiones a la líder, y ella y las demás colaboradoras aceptaron. Me sentí muy a gusto después de hacer los cambios y yo lo agradecí de manera indescriptible. Sentí que por fin practicaba la verdad y era una persona real. Tal como dice Dios: “Deberías ser capaz de cumplir con tus responsabilidades, llevar a cabo tus obligaciones y deberes, dejar de lado tus deseos egoístas y tus propias intenciones y motivos, tener consideración de la voluntad de Dios y poner primero los intereses de Dios y de Su casa. Después de experimentar esto durante un tiempo, considerarás que esta es una buena forma de vivir: es vivir sin rodeos y honestamente, sin ser una persona vil o un bueno para nada, y vivir justa y honorablemente en vez de ser de mente estrecha y despreciable. Considerarás que así es como una persona debe vivir y actuar. Poco a poco disminuirá el deseo dentro de tu corazón de gratificar tus propios intereses” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad).
Posteriormente, dejé de estar negativa respecto a las iglesias de las que me encargaba y, en cambio, me esmeraba en el trabajo de cada una de ellas. Cuando algunos del equipo de riego se quejaban de sus problemas en el trabajo, les enseñaba las palabras de Dios para corregir sus perspectivas erróneas, me amparaba en Dios y buscaba la verdad con ellos para resolver esos problemas. Cuando algunos nuevos fieles tenían muchos problemas y no asistían a reuniones, ya no los culpaba por ser difíciles y, por el contrario, tenía conversaciones reales con ellos para entender sus problemas y les enseñaba las palabras de Dios. En cuanto a no poder contar con suficientes líderes y diáconos, me esforcé más en la formación de talentos. Hablaba con los hermanos y hermanas más aptos, más adecuados para esos cargos, sobre la trascendencia y los principios de cumplir con un deber y dedicaba tiempo a trabajar codo con codo con ellos. Cuando advertía que había algún trabajo bastante complicado en las iglesias y nadie lo chequeaba, hacía el esfuerzo de asumirlo. Al principio no sabía si sería capaz de hacerlo bien, pero no me cabía duda de que no podía seguir alejándome de esas cuestiones, de que no podía tener en cuenta egoístamente mi pequeño ámbito de trabajo nada más, sino que tenía que pensar en la voluntad de Dios y defender la labor de la iglesia en general. Con el tiempo, mi trabajo progresó y se eligió a todos los líderes y obreros en las iglesias que gestionaba. En algunas asumió un deber el doble de gente y algunos nuevos fieles pudieron trabajar ellos solos. En iglesias que antes no iban demasiado bien fue mejorando cada parcela de trabajo. Verdaderamente contemplé las obras de Dios en aquello. Además, experimenté de veras que lo que quiere Dios es el corazón y la obediencia de la gente, por lo que, si somos capaces de tener en cuenta Su voluntad y pensar únicamente en la labor de Su casa, no en nuestros intereses, podemos recibir Su guía y Sus bendiciones. Entenderlo fortaleció mi fe en Dios. ¡Gracias a Dios!