Después de ser denunciada
En 2016, un día recibí de repente una carta de denuncia contra mí. Era de dos hermanas a quienes había destituido previamente. Denunciaban que me comportaba arbitrariamente en el deber en su iglesia, que elegí a dos falsos líderes y que uno de los falsos líderes, Zhang, era una malhechora cuyas perturbaciones casi paralizaron la labor de la iglesia entera. También decían que, si hubiera escuchado sus consejos a tiempo o hubiera preguntado más por ahí entre los hermanos y hermanas, no habría elegido a dos falsos líderes ni provocado un perjuicio tan grande al trabajo de la iglesia. En ese momento estaba asombrada. Pensé: “¿Cómo es posible? Debe de ser un error”. Tenía mucho miedo, pero aún no podía aceptar realmente este hecho. Tenía mala opinión de las dos hermanas que escribieron la carta y pensé que estaban intentando vengarse de mí adrede. En un principio eran líderes de la iglesia, pero tenían poca aptitud y no trabajaban realmente. Blindaban y protegían a falsos líderes y condenaban a quienes las denunciaran, así que al final las destituí. Recordé que había consultado su opinión cuando elegí a Zhang. Lo único que dijeron fue que Zhang tenía poca humanidad y no sabía cooperar con nadie. Nunca afirmaron en concreto que fuera una malhechora, pero ahora que Zhang había sido revelada, me denunciaban a mí. Bueno, a toro pasado… En mi opinión, estaban descontentas con su destituición y querían vengarse de mí. Además, las detenciones del PCCh eran tan duras en aquel entonces que no podíamos celebrar elecciones y no había candidatos adecuados. Zhang tenía algo más de aptitud y más discernimiento que los demás, así que, en esa situación, ¿a quién más podía elegir? Había que elegir líder a alguien. También pregunté a varias personas por Zhang y nadie dijo que fuera una malhechora. Todo el mundo comete errores en el deber. ¿Quién sabe discernir la esencia de alguien a primera vista? Es normal elegir a líderes inadecuados. ¿Quién puede garantizar que siempre se elija a la persona correcta? Me parecía que estas dos le buscaban los tres pies al gato y trataban de malmeter. En aquel entonces no dejaba de intentar justificarme. Era muy renuente a la carta de denuncia. Sin embargo, esta decía claramente que, en efecto, a esos dos los habían revelado como falsos líderes y a Zhang, como malhechora, y que, como líderes, perjudicaron gravemente la labor de la iglesia y la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios. Ante los hechos, no pude justificarme. Admití a regañadientes que no los llegué a conocer, que fui arrogante y utilicé a unas personas sin reflexionar. Pero no recapacité ni procuré entender mis problemas sinceramente y el asunto se acabó pasando.
Luego, cuando se enteró de esto mi líder, me reveló por hacer líder a una malhechora, no hacer caso de las advertencias y ser arrogante. Fue entonces cuando por fin empecé a comprenderlo. ¿Me había equivocado realmente? ¿Realmente fui demasiado arrogante y engreída? No obstante, en esa situación, ¿qué otra cosa podía haber hecho? No entendía en qué me había equivocado. Después recordé un pasaje de la palabra de Dios: “Cuanto más sientas que en ciertas áreas has hecho bien o has hecho lo correcto, y más creas que puedes satisfacer la voluntad de Dios o que eres digno de jactarte en ciertas áreas, entonces más vale la pena que te conozcas en esas áreas y que profundices en ellas para ver qué impurezas existen en ti, así como qué cosas en ti no pueden satisfacer la voluntad de Dios. […] Esto se debe a que ciertamente no has desenterrado, prestado atención ni analizado minuciosamente los aspectos de ti mismo que crees buenos, para ver si realmente contienen o no algo que se resista a Dios” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Sólo reconociendo tus opiniones equivocadas puedes conocerte a ti mismo). La palabra de Dios me despertó y me dio una senda de práctica. Más adelante, cuando tuve tiempo, medité esa cuestión y, tras una fase de reflexión, entendí que, en efecto, fui demasiado arrogante. Desde que recibiera la carta, estaba a la defensiva. Creí que la persecución iba en serio, que no podíamos celebrar unas elecciones normales y que no había candidatos adecuados. En esa situación, Zhang era la mejor candidata que había y, sin hechos que demostraran que fuera una malhechora, creía haber tomado la mejor decisión. Nadie podría haber previsto que luego se revelaría como una malhechora. Desde luego, no nombré adrede a una malhechora para que perturbara la labor de la casa de Dios. Por eso, la primera vez que vi la carta, creí no haber hecho nada malo, no recapacité ni traté de conocerme, y me resistí y sentí aversión hacia las dos hermanas que la escribieron. Incluso las condené por tratar de vengarse y de culparme. Ahora que lo pienso, cuando elegí a Zhang, estas dos hermanas señalaron que ella tenía poca humanidad. Sabía que les preocupaba que elegir líder a la persona equivocada perjudicara el trabajo de la casa de Dios, pero no apreciaban con claridad la esencia de Zhang, por lo que no se atrevían a condenarla por malhechora. Pero en ese momento fui demasiado arrogante y las desprecié. A mi parecer, la mayoría de la gente que eligieron en su época de líderes era inadecuada y ellas no sabían discernir a las personas, así que no tenía sentido tener en cuenta sus consejos. Cuando, después de tanto esfuerzo, por fin encontré a alguien que asumiera el trabajo, fueron quisquillosas y no estaban de acuerdo. Así pues, no les hice ningún caso. Posteriormente, cuando me aparté, reflexioné y busqué la verdad, comprobé que, en efecto, mi forma de elegir líderes presentaba problemas. Incluso sin elecciones, debí haber buscado el beneplácito de aquellos que comprendían la verdad antes de elegir a la hermana Zhang. En su momento, simplemente lo debatí con mi compañera y pregunté a algunas personas más lo que opinaban de Zhang. De entre ellas, las dos hermanas que escribieron la carta para denunciarme se opusieron a mi decisión, pero no investigué más. Simplemente me apoyé en mis ideas y suposiciones subjetivas a la hora de considerar a Zhang una líder adecuada. En esta cuestión, por una parte, no pedí a los que estaban al tanto que se informaran más sobre la conducta habitual de Zhang; por otra, no consulté ni a quienes comprendían la verdad ni a lo alto. Es más, cuando me presentaron diversas sugerencias, negué e ignoré las opiniones de otros y, arbitrariamente, nombré líder a Zhang basándome en mis ideas. Realmente estaba actuando a lo loco. Además, la casa de Dios ha subrayado reiteradamente que no se puede elegir líderes ni a malhechores ni a mentirosos. Cuando mis dos hermanas dijeron que Zhang tenía poca humanidad, si de verdad temiera a Dios de corazón, habría preguntado a más gente que la conocía, habría averiguado la realidad de la humanidad de Zhang y comprobado si era una malhechora. Si, tras investigar, seguía sin estar segura, no había ninguna otra persona adecuada y Zhang parecía verdaderamente la mejor candidata, podría utilizarla, observándola mientras tanto, y destituirla una vez que descubriera que era mala y no iba por la senda correcta. Eso no perturbaría el trabajo de la casa de Dios. No habría sido como lo que yo hice: simplemente elegir a alguien, quedarme tan contenta y no darle importancia. Lo que creí correcto se basó exclusivamente en mis ideas, nociones y fantasías. Era una santurrona e insistí obstinadamente en mis ideas, con lo que permití que una malhechora ejerciera de líder durante más de un año, lo que prácticamente paralizó todo el trabajo de la iglesia. Fue entonces cuando por fin comprendí que no había cometido un pequeño error al elegir líder, sino que había cometido el mal, algo que se resistía gravemente a Dios. Para que los escogidos de Dios lo sigan, busquen la verdad y se salven, deben tener un buen líder, pero yo no consideraba para nada que elegir líder fuera un asunto serio. No temía a Dios de corazón. No solo no elegí un buen líder para mis hermanos y hermanas, sino que coloqué a una malhechora y lastimé al pueblo escogido de Dios. En absoluto me responsabilizaba ni me ocupaba de la vida de mis hermanos y hermanas. Con mi actitud hacia el deber, ¿cómo iba a servir para ser líder? Al elegir líder, fui tan imprudente, alocada, negligente, arrogante y santurrona que, cuando otros trataron de advertirme, no les hice caso. Fui tiránica y arbitraria, con lo que se vieron gravemente perjudicados el trabajo de la iglesia y la entrada en la vida de mis hermanos y hermanas. No podría subsanar de ninguna manera lo que había hecho. Elegí a una líder malvada para mis hermanos y hermanas y cometí mucha maldad, pero cuando mis dos hermanas me denunciaron y revelaron, no sentí culpa ni remordimiento, sino que me defendí. ¡Qué obstinada y despreciable fui!
Luego hice introspección: ¿Por qué fui tan arrogante y tiránica como para no poder aceptar consejos ni buscar los principios de la verdad? ¿Qué clase de carácter era ese? ¿Cómo veía Dios este asunto? Un día me encontré este pasaje de la palabra de Dios: “Algunos son siempre unos santurrones e insisten en su método: ‘No voy a escuchar a nadie. Incluso si lo hago, será por guardar las apariencias; no cambiaré. Haré las cosas a mi modo; creo que estoy en lo cierto, que tengo toda la razón’. Es posible que, efectivamente, tengas toda la razón y no haya fallos importantes en lo que haces; es posible que no hayas cometido errores y que entiendas mejor que otros los aspectos técnicos de un asunto, pero cuando otra gente te vea comportarte y practicar de esta manera, dirá: ‘¡El carácter de esta persona no es bueno! Cuando le ocurre algo, ignora lo que los demás puedan decir, con o sin razón, se niega a aceptarlo y lo contradice todo. Alguien así no acepta la verdad’. Y si los demás dicen que tú no aceptas la verdad, ¿qué opinará Dios? ¿Ve Dios esta conducta tuya o no? Dios la ve con gran claridad. Dios no solo examina lo más profundo del corazón del hombre, sino que también observa todo lo que dices y haces en todo momento y lugar. Y cuando vea estas cosas, ¿qué dirá? Dirá: ‘Estás endurecido. Te mantienes en tus trece en los casos en que tienes razón, y te mantienes en tus trece y te niegas a cambiar en los casos en que bien sabes que no la tienes. Ante todo lo que sugiera otra persona, tú adoptas una resistencia pasiva. Te niegas a aceptar un ápice de las sugerencias ajenas. Tu corazón entero rebosa contradicción, cerrazón y rechazo. ¡Eres verdaderamente difícil!’. ¿Dónde radica la dificultad? Lo difícil de ti es que tu conducta no es una forma equivocada de hacer las cosas ni un tipo equivocado de comportamiento, sino que revela un determinado tipo de carácter. ¿Qué tipo de carácter revela? Que detestas la verdad y la miras con animadversión. Una vez determinado que miras la verdad con animadversión, entonces, desde el punto de vista de Dios, tienes un problema. Con la gente, lo peor que podría pasar es que dijera: ‘El carácter de esta persona no es bueno; es testaruda e insolente. Cuesta llevarse bien con ella, no pone en práctica la verdad y ni la ama ni la aceptará jamás’. Lo peor que podría pasar es que todo el mundo te diera esta clase de valoración, pero ¿podría esa valoración decidir tu destino? La gente no podría decidir tu destino con una valoración, pero hay algo que no debes olvidar: Dios examina el corazón humano y, al mismo tiempo, también observa todo lo que hace y dice un ser humano. Si Dios ha tomado esta determinación sobre ti y afirma que consideras la verdad con animadversión, en vez de decir simplemente que tienes cierto carácter corrupto y eres algo desobediente, ¿es este un asunto grave o un asunto menor? (Grave). En ese caso, te aguarda un problema. Este problema tiene que ver, no con la forma en que la gente te ve ni con cómo te evalúa, sino con la forma en que Dios ve tu carácter corrupto, que mira la verdad con animadversión. ¿Cómo te vería Dios entonces? ¿Diría: ‘Contempla la verdad con animadversión; no ama la verdad’? ¿Así te vería Dios? ¿De dónde viene la verdad? ¿A quién representa la verdad? (A Dios). Entonces, intenta profundizar en esto: si alguien mira la verdad con animadversión, ¿qué le parece a Dios? (Que es enemigo suyo). ¿No sería un asunto grave? Una persona que mire la verdad con animadversión, en el fondo miraría a Dios con animadversión. ¿Por qué afirmo que miraría a Dios con animadversión? ¿Ha maldecido esta persona a Dios? ¿Se ha rebelado contra Él en Su cara? ¿Ha dicho algo a Sus espaldas? No. Quizá algunos preguntéis: ‘Cuando uno revela este tipo de carácter, ¿significa que mira a Dios con animadversión? ¿Esto no es hacer una montaña de un grano de arena?’. En efecto, eso es mirar a Dios con animadversión y dichas situaciones tienen consecuencias terribles. Es decir, cuando una persona tiene este tipo de carácter, puede revelarlo en cualquier momento y lugar, y si sigue viviendo en un estado de dependencia de él, ¿se opondrá a Dios o no? Cuando se encuentre con un asunto que implique la verdad, que implique las decisiones que tome, si no puede aceptar la verdad, sino que sigue viviendo en un estado de dependencia de su carácter corrupto, naturalmente, se opondrá a Dios y lo traicionará, pues este tipo de carácter corrupto no es sino un carácter que mira a Dios y la verdad con animadversión” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Si no puedes vivir siempre delante de Dios, eres un incrédulo). La palabra de Dios señalaba la esencia y el quid del problema y contraatacaba mis nociones, sobre todo esta parte: “Tu conducta no es una forma equivocada de hacer las cosas ni un tipo equivocado de comportamiento, sino que revela un determinado tipo de carácter. ¿Qué tipo de carácter revela? Que detestas la verdad y la miras con animadversión”. Este apartado me traspasó el corazón y me golpeó muy duro. No esperaba que el carácter corrupto que había revelado supusiera, para Dios, aborrecer, detestar y no aceptar la verdad. Es el carácter de un malhechor y de un anticristo. Si Dios me definiera como alguien que aborrece y detesta la verdad, esto me convertiría en un diablo, un satanás, que no podría salvarse. En ese momento por fin empecé a sentir temor. Aunque sabía que tenía actitudes de arrogancia y santurronería, no quise aceptar consejos de nadie y por ello cometí muchas transgresiones, pero solamente lo reconocí. A veces llegaba a pensar que la arrogancia era un rasgo común en los seres humanos corruptos, nada fácil de cambiar, así que me perdonaba a mí misma y no la consideraba un grave problema que necesitara resolver. Por ello, en el deber solía revelar mi carácter arrogante, pero no le daba importancia. Solo sentí remordimiento y me sentí molesta cuando me podaron y trataron conmigo, pese a lo cual lo volví a revelar sin querer después. Quienes me conocían me evaluaron como arrogante y santurrona y, en el trabajo que me daba mi líder, solía advertirme e indicarme que no lo fuera y que escuchara las opiniones ajenas. Él temía que mi arrogancia perjudicara la labor de la casa de Dios. Gracias a lo revelado por la palabra de Dios, por fin entendí que era arrogante y no aceptaba la verdad, por lo que, por muy certeros o útiles que fueran los consejos de otros para la labor de la casa de Dios, yo me aferraba obstinadamente a mis ideas, y si alguien hablaba de los principios de la verdad o sugería cosas contrarias a mis nociones, me caía mal y me resistía a él. Odiaba y me negaba a tolerar que me revelaran. Esto indicaba que tenía la actitud, propia del anticristo, de odio y aborrecimiento por la verdad. Recordé que mis dos hermanas me advirtieron sobre la persona que elegí por temor a que permitiera que una malhechora perjudicara la iglesia, pero no no hice ningún caso a sus consejos y me empeñé obstinadamente en mis opiniones. Ahora que las dos hermanas ya no se sentían limitadas por mi posición, escribieron una carta de denuncia para exponer mis problemas y lo hicieron para proteger la labor de la iglesia, pero también me sirvió de advertencia. Sin embargo, no reflexioné ni traté de conocerme, y en el fondo las detestaba, las excluí y hasta las juzgué y condené por señalar mis fallos. Mi actitud no fue sino de aborrecimiento y odio por la verdad. Más tarde leí otro pasaje de la palabra de Dios: “¿Qué clase de gente creéis que detesta la verdad? ¿La que se resiste y opone a Dios? Puede que no se resista abiertamente a Dios, pero su naturaleza y esencia es negar y resistirse a Él, lo que equivale a decirle abiertamente: ‘No me gusta oír lo que dices, no lo acepto, y como no acepto que Tus palabras sean la verdad, no creo en Dios. Creo en quien me es provechoso y beneficioso’. ¿Es esta la actitud de los incrédulos? (Sí). Si esta es tu actitud hacia la verdad, ¿no eres abiertamente hostil a Dios? Y si eres abiertamente hostil a Dios, ¿Él te salvará? (No). De ahí la ira de Dios hacia todos los que lo niegan y se resisten a Él. La esencia de la gente así, que detesta la verdad, es la esencia de la hostilidad hacia Dios. Dios no considera personas a los que tienen dicha esencia. ¿Qué los considera? Enemigos y diablos. Nunca los salvaría; después de todo, se verán sumidos en el desastre y serán destruidos” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Comprender la verdad es crucial para cumplir adecuadamente el deber propio). Dios dice que nuestra actitud hacia la verdad es nuestra actitud hacia Él, por lo que, al odiar y detestar la verdad, demostré odio y hostilidad hacia Dios. Quienes detestan la verdad son unos malhechores, diablos y satanases, auténticos representantes de Satanás. Si los consejos de mis hermanas provenían del Espíritu Santo, concordaban con la verdad y eran útiles para la labor de la casa de Dios, pero yo fui arrogante y no acepté ni busqué la verdad, entonces estaba yendo en contra del esclarecimiento del Espíritu Santo, resistiéndome directamente a Dios y ofendiendo Su carácter. Una vez que lo entendí, tuve aún más miedo, pues supe que mi problema era grave. No era, como había creído, algo tan simple como ser arrogante y no aceptar consejos ajenos. Implicaba mi actitud hacia la obra del Espíritu Santo y hacia Dios, así como mi resistencia a Dios.
Más adelante, mi líder también me analizó respecto a este asunto: “Cuando elegiste a la malhechora, te advirtieron que esta persona tenía graves problemas, pero no hiciste caso y solo te fiaste de tus opiniones. Si estas se basan en la palabra de Dios, puedes confiar en ti misma, pero si no, si son nociones absurdas tuyas, la confianza en ti misma es un problema de humanidad. No estabas actuando según los principios, careces de una humanidad cabal. Estabas siendo irracional e injusta”. Tras oír el análisis de mi líder, me traspasó de verdad el corazón. Comprendí que no solo sí tenía un carácter arrogante, sino también problemas de humanidad, y que no trataba justamente a la gente. Una vez que había elegido a una persona y planeado utilizarla, no acepté que nadie la criticara. Las personas que dieron sugerencias fueron aquellas que desprecié y que habían sido destituidas, así que levanté la cabeza y desoí sus consejos. Supuse que quienes habían sido destituidas por no cumplir bien con el deber no podían dar buenos consejos. En el fondo había rechazado por completo a esas dos hermanas. Me estaba comportando como una engreída. Trataba y elegía a la gente en función de mis emociones e ideas. No sabía tratar a la gente justamente, según los principios de la verdad. Eso indica que mi humanidad, mi temperamento y mi carácter tenían problemas. De seguir como líder, sería una falsa líder o un anticristo y eso no haría más que daño al pueblo escogido de Dios. Cuanto más reflexionaba, más grave me parecía mi problema. Por arrogancia, no escuché los consejos de mis hermanos y hermanas sobre la labor de la iglesia y cuestiones importantes, lo que perjudicó enormemente el trabajo de la casa de Dios. En el transcurso de mi fe en Dios, esto era una mancha y una mala acción. Me sentí muy mal y culpable.
Empecé a preguntarme por qué era siempre tan arrogante. ¿Por qué siempre hacía el mal y me resistía a Dios sin querer? ¿Cuál era la causa profunda? Las palabras de Dios me dieron respuesta: “Si, en el fondo, realmente comprendes la verdad, sabrás cómo practicarla y obedecer a Dios y, naturalmente, te embarcarás en la senda de búsqueda de la verdad. Si la senda por la que vas es la correcta y conforme a la voluntad de Dios, la obra del Espíritu Santo no te abandonará, en cuyo caso serán cada vez menores las posibilidades de que traiciones a Dios. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; harían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibieras constantemente; te harían despreciar a los demás, no dejarían a nadie en tu corazón más que a ti mismo; harían que te creyeras superior tanto a los demás como a Dios, y finalmente harían que te sentaras en el lugar de Dios y exigieras que la gente se sometiera a ti y venerara tus pensamientos, ideas y nociones como verdad. ¡Ve cuántas cosas malas te lleva a hacer esta naturaleza arrogante y engreída!” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Así es. Era muy arrogante y desenfrenadamente irracional. Siempre tenía una gran confianza en mí, como si mis perspectivas y opiniones fueran la verdad, no permitía que me cuestionaran, y no digamos que me dieran sugerencias distintas. En la cuestión de elegir líder, por ejemplo, la casa de Dios estipula claramente que no se puede elegir líder a nadie malvado ni mentiroso. Está prohibido y es un gravísimo problema. Cuando mis dos hermanas me advirtieron la poca humanidad de Zhang, solo pedí a unas pocas personas que lo investigaran, y, a raíz de mis suposiciones subjetivas, rechacé ciegamente sus consejos. No consulté a quienes comprendían la verdad ni estudié la diferencia entre alguien de poca humanidad y alguien con una esencia de malhechor, ni traté de averiguar el motivo concreto por el que Zhang no podía cooperar con nadie, si se trataba de un problema de carácter o de una humanidad ruin. Si era una mera cuestión de carácter corrupto y era capaz de aceptar la verdad, cambiaría y no se le podría definir como malvada. Si era alguien ruin que aborrecía la verdad, era una malhechora. Sin importar cómo se tratara con ella por sus actos malvados, ni lo admitía ni se arrepentía sinceramente nunca. Si yo hubiera buscado la verdad entonces y hubiera evaluado la conducta típica de Zhang según la esencia de los malhechores, habría tenido cierto discernimiento de ella, no me habría empeñado en utilizarla y podría haber evitado tantos perjuicios al trabajo de la iglesia. Las consecuencias resultantes se debieron exclusivamente a que fui demasiado arrogante y no busqué los principios de la verdad. Si hubiera tenido el más mínimo temor de Dios y obediencia a Él, no habría cometido un error tan grande ni semejante maldad. Mis hermanos y hermanas no habrían tenido que sufrir ni ver su vida perjudicada y yo no habría cometido una transgresión tan irreparable. Sentí que fui demasiado inflexible y obstinada. Me aborrecí y maldije de corazón. Oré a Dios para decirle que deseaba arrepentirme sinceramente.
Luego leí otro pasaje de la palabra de Dios y hallé una senda de práctica. Dios Todopoderoso dice: “¿Cómo debes reflexionar sobre ti mismo e intentar conocerte, cuando has hecho algo que vulnera los principios de la verdad y es desagradable para Dios? Cuando estabas a punto de hacer eso, ¿le oraste? Te preguntas si llegaste a considerar lo siguiente: ‘¿Cómo vería Dios este asunto si fuera llevado ante Él? ¿Se alegraría o se irritaría si se enterara? ¿Abominaría de ello?’. No lo buscaste, ¿verdad? Incluso si te lo recordaran, seguirías pensando que el asunto no tenía importancia, no iba en contra de ningún principio ni era pecado. Como resultado, ofendiste el carácter de Dios y lo enfureciste enormemente, hasta el punto de despreciarte. Si hubieras buscado, examinado y tenido claro el asunto antes de actuar, ¿no lo habrías podido manejar? Aunque puede haber ocasiones en las que el estado de la gente no sea bueno, o sea negativo, si lleva solemnemente ante Dios en oración todo lo que piensa hacer, y luego busca la verdad basándose en las palabras de Dios, no cometerá grandes errores. Cuando practica la verdad, a la gente le resulta difícil evitar los errores, pero si sabes cómo hacer las cosas de acuerdo con la verdad en el momento en que las haces, pero no las llevas a cabo de acuerdo con ella, el problema es que no amas la verdad. El carácter de una persona que no ama la verdad no se transformará. Si no comprendes con exactitud la voluntad de Dios ni sabes cómo practicar, debes hablar con otras personas y buscar la verdad. Y si los demás también están teniendo dificultades, debéis orar juntos y recurrir a Dios, a la espera de Su tiempo, esperando que Él abra un camino. Es posible que se te ocurra una solución que te facilite un buen camino, y es muy probable que esto surja a partir del esclarecimiento del Espíritu Santo. Si finalmente descubres que al llevarla a efecto de esta manera has cometido un pequeño error, debes corregirlo rápidamente, y entonces Dios no lo considerará pecado. Dado que tenías las intenciones correctas al poner este asunto en práctica, estabas practicando de acuerdo con la verdad y simplemente no conocías los principios con claridad y tus actos se tradujeron en algunos errores, esta era una circunstancia atenuante. No obstante, hoy en día mucha gente depende únicamente de sus manos para trabajar y de su mente para hacer esto y aquello, y rara vez considera estas cuestiones: ¿Se adecúa este modo de practicar a la voluntad de Dios? ¿Le agradaría a Dios que lo hiciera de este modo? ¿Confiaría Dios en mí si lo hiciera de esta manera? ¿Estaría poniendo en práctica la verdad si lo hiciera así? Si Dios se enterara de esta cuestión, ¿podría decir: ‘Lo has hecho correcta y apropiadamente. Sigue así’? ¿Sabes analizar detenidamente todo lo que haces? ¿Es probable que uses las palabras de Dios y Sus requisitos como base para reflexionar sobre todo lo que hagas, considerando si actuar así es algo que Dios ama o desprecia, y qué pensarán los escogidos de Dios cuando hagas eso, cómo lo evaluarán? Debes seguir intentando desentrañar esto. Si sabes muy bien que este asunto involucra tus propias motivaciones, debes reflexionar sobre cuál es tu propósito al hacerlo, qué consecuencias tendrá, si es para satisfacerte a ti mismo o a Dios, si hacerlo te beneficia a ti o a los escogidos de Dios… Cuando pases más tiempo analizando tales cosas, haciéndote estas preguntas y buscando, tus errores serán cada vez más pequeños. Al hacer las cosas de esta manera, demostrará que eres una persona que busca realmente la verdad y que te encuentras entre los que veneran a Dios, pues haces las cosas de la manera que Dios requiere y de conformidad con los principios de la verdad” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Buscar la voluntad de Dios es en aras de practicar la verdad). La palabra de Dios me dictó los principios de práctica: en lo sucesivo, haga lo que haga, debo temer a Dios de corazón y buscar la verdad y los principios según los cuales hacer las cosas. Sobre todo en asuntos que atañen al trabajo y los intereses de la casa de Dios, no puedo actuar a ciegas según mis ideas. Si no, una vez que cause un grave daño a la casa de Dios o perturbe su labor, habré cometido el mal y pecado contra Dios. Además, no puedo decidir por mi cuenta cómo cumplir con mi deber ni hacer las cosas a mi modo y ser tiránica. Debo debatir las cosas con mis compañeros, consultar más a los hermanos y hermanas que comprendan la verdad y escuchar opiniones distintas a las mías. Al margen de que alguien tenga o no estatus, dones o talentos especiales, debo escuchar humildemente. En cuestiones que no entienda, debo consultar inmediatamente a mis líderes, aprender los principios pertinentes y a actuar según la verdad y sin ofender a Dios antes de hacer nada. Este es el modo de resolver el problema de mi arrogancia y de protegerme para no cometer el mal y ofender el carácter de Dios. Es más, debo aprender a negarme a mí misma. Cuanto más correcto considere algo, más debo buscar si concuerda o no con los principios de la verdad. Antes no me conocía, no tenía conciencia de mí misma y sí demasiada seguridad. Fue después de esta dolorosa lección cuando entendí que, cuando estaba segura de mí misma, cuando no creía que pudiera equivocarme, e incluso cuando tenía una base sólida para pensar que tenía la razón, los hechos demostraron que no solo estaba equivocada, sino terrible, absurda y odiosamente equivocada, y las consecuencias fueron desastrosas. Cometí muchísimas transgresiones por arrogancia en el pasado. En aquel entonces pensaba realmente que tenía razón y a veces hasta me basaba en las palabras de Dios, pero, más tarde, los hechos revelaban que estaba equivocada porque no comprendía la palabra de Dios ni los principios y utilizaba aquella indiscriminadamente. Una vez que me di cuenta, admití de corazón que me faltaban las realidades de la verdad, que no veía a las personas ni las cuestiones con claridad y que algunas de mis opiniones eran absurdas y ridículas. Encima, tenía poca aptitud y no pensaba bien las cosas ni comprendía la verdad. Solo conocía algunas doctrinas y seguía unas normas. En ese momento me sometí completamente. Me sentía una completa inútil, ruin y patética, y ya no quería insistir más en mis opiniones.
Posteriormente, cuando me dan sugerencias distintas a las mías, siempre que tengo ganas de empeñarme en hacer las cosas a mi modo, recuerdo esta dolorosa lección. Me acuerdo de cuántas perspectivas que creía correctas sin duda estaban equivocadas se miraran por donde se miraran según la verdad, y Dios las condenó. Ya no se me ocurre insistir en mis opiniones, por lo que consulto las opiniones y los consejos de otros. A veces, al debatir las cosas, inconscientemente quiero negar las opiniones de otras personas, pero cuando me percato de ello, enseguida pregunto qué opina la mayoría por temor a no seguir los consejos correctos y, con ello, perjudicar la labor de la casa de Dios. En asuntos en que creo haber hecho lo correcto, ya no me atrevo a decidir por mi cuenta y, conscientemente, soy capaz de pedir consejo a mis compañeros en ese asunto o de consultar a mis líderes y colaboradores. Esto me hace sentir mayor tranquilidad y también evita perjuicios al trabajo de la casa de Dios ocasionados por acciones arbitrarias. Aunque en ocasiones aún exhibo un carácter arrogante, creo haber mejorado algo.
Sin el juicio y las revelaciones de la palabra de Dios, lo denunciado y expuesto por mis hermanos y hermanas y la revelación y el trato reiterados de parte de Dios, no me conocería, y ni mucho menos me negaría a mí misma. Actualmente, la pequeña transformación que he logrado, el hecho de tener algo de humanidad y razón, ¡son simple resultado de la obra de Dios! Es también el resultado alcanzado por el juicio de la palabra de Dios. Doy gracias a Dios de corazón por salvarme.