Mis días de predicación en el frente
En enero de 2021, otros dos soldados me predicaron el evangelio de Dios Todopoderoso. Con las reuniones y la lectura de las palabras de Dios aprendí que Dios se ha hecho carne en los últimos días para salvar a la especie humana corrupta, y también conocí la trascendencia de las encarnaciones de Dios. Nunca imaginé que Dios se encarnaría personalmente para aparecer y obrar entre la humanidad. Es un misterio profundo, además del sincero amor y la máxima salvación de Dios hacia la humanidad. Estaba emocionadísimo. Jamás pensé que podría oír la voz de Dios y ver Su aparición y Su obra. Me sentía sumamente afortunado, y eso me daba todavía más ganas de asistir a reuniones. Al leer las palabras de Dios y compartir con los hermanos y hermanas, descubrí que predicar el evangelio es responsabilidad de todos y lo que Dios nos exige. Predicar el evangelio es dar testimonio de Dios y llevar a la gente ante Él, con lo que aquella alcanza la verdad y Su salvación, a la vez que uno hace una buena acción más. Si no la hacía, incumpliría mi deber de ser creado y no sería apto para comer y beber las palabras de Dios. Una vez que entendí todo esto, estaba muy deseoso de predicar el evangelio. También quería colaborar con Dios y predicarle el evangelio del reino a más gente todavía. Luego practicaba la predicación del evangelio siempre que tenía libre. En octubre me trasladaron a una brigada en la que, casualmente, había un hermano llamado Nyon, que también creía en Dios Todopoderoso. Colaboré con él predicando el evangelio a otros soldados. Una vez invité a unos 20 soldados a que vinieran a escuchar nuestro sermón, y el hermano Nyon y yo les dimos testimonio de la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Por medio de la búsqueda y el estudio, esos más de 20 soldados acabaron aceptando el evangelio. Ilusionado, yo tenía más confianza para predicar el evangelio.
Me trasladaron al frente durante la guerra civil birmana. Vi fotos de civiles golpeados y heridos y, aparte, algunos rescatados de campamentos enemigos nos contaron que, tras su captura, tenían que hacer de comer para los soldados enemigos y que esos soldados también los mandaban a combatir. Fusilaban a quienes se negaban. Además, en los combates quemaron las casas de algunos civiles y estos tuvieron que vivir ocultos en la selva. Y cada vez que los soldados combatían o atacaban un poblado, había heridos a los que llevaban al hospital. Todo eso me hizo empatizar mucho con ellos. Pensaba que probablemente no creían en Dios y que, sin fe, no sabían en qué manos está el destino de la gente ni en quién pueden confiar para que los proteja. Si yo podía predicarles el evangelio y llevarlos ante Dios, ellos podrían orarle y leer Sus palabras para comprender la verdad, con lo que Él los protegería. Estas palabras me pusieron una carga en el corazón. Quería ir al poblado a predicar el evangelio y llevarlos ante Dios. Pero no conocía el terreno del frente ni sabía dónde se escondían los soldados enemigos. Al salir a predicar el evangelio en esas circunstancias, si me encontraba con tropas enemigas, cabía la posibilidad de que me capturaran o mataran. Tenía mucho miedo. Oré a Dios buscando qué debía hacer. Recordé entonces unas palabras de Dios: “Sabes que todas las cosas del entorno que te rodea están ahí porque Yo lo permito, todo planeado por Mí. Ve con claridad y satisface Mi corazón en el entorno que te he dado. No temas, el Dios Todopoderoso de los ejércitos sin duda estará contigo; Él guarda vuestras espaldas y es vuestro escudo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 26). Me di cuenta de que me daba miedo salir a predicar el evangelio y ser capturado o asesinado por las fuerzas enemigas porque no comprendía realmente la omnipotencia de Dios ni Su autoridad sobre todas las cosas y me faltaba fe. También aprendí que todas estas situaciones que afrontaba a diario, grandes y pequeñas, las gobernaba y disponía Dios. También estaba en manos de Dios que me capturara o no el enemigo. Por muy peligrosa que fuera la situación, si Dios no lo permitía, no podría capturarme. Y aunque un día el enemigo sí lo hiciera realmente, dependía exclusivamente de Dios que viviera o muriera. Debía someterme a la situación dispuesta por Dios. Detrás de mi traslado al frente también estaba la benevolencia de Dios. Los civiles de allí vivían en un entorno peligrosísimo, sin nadie que les predicara el evangelio. Aún no habían oído la voz de Dios. Quizá había allí gente a la que Dios quería salvar. Debía pensar en la voluntad de Dios para predicar el evangelio y dar testimonio de Él, de modo que los pudiera llevar a Su presencia. Al darme cuenta de esto no sentí ya tanto miedo. Me sentí listo para confiar en Dios e ir a predicar el evangelio en ese entorno.
Me puse a predicar el evangelio a los lugareños, pero me topé con nuevas dificultades. La gente de allí hablaba la lengua dai. Yo solo conocía un poco el lenguaje corriente sencillo, como “¿has comido?” y “¿dónde vas?”. No podía predicarles el evangelio. Sentía una gran ansiedad. Quería predicar, pero no conocía el idioma y parecía dificilísimo. Oré a Dios: “Dios mío, quiero predicar el evangelio, pero no conozco el idioma. Te pido que me guíes y me abras una senda”. En una reunión virtual, una hermana compartió un pasaje de las palabras de Dios que me ayudó mucho. Dios Todopoderoso dice: “Dios perfecciona a aquellos que verdaderamente le aman, y a todos aquellos que persiguen la verdad en una variedad de entornos diferentes. Él permite que la gente experimente Sus palabras a través de diferentes entornos o pruebas, para que así consigan un entendimiento de la verdad, un auténtico conocimiento de Él, y que en última instancia, alcancen la verdad. […] Aquellos que no caminan por la senda iluminada de la búsqueda de la verdad vivirán por siempre bajo el poder de Satanás, en pecado y oscuridad perpetuos, y sin esperanza. ¿Sois capaces de entender el sentido de estas palabras? (Debo buscar la verdad y cumplir con mi deber con todo mi corazón y mi mente). Cuando se te presenta y se te confía un deber, no pienses en cómo evitar afrontar la dificultad; si algo es difícil de abordar, no lo dejes de lado y lo ignores. Debes afrontarlo directamente. En todo momento debes recordar que Dios está con la gente, y que esta solo necesita orar y buscar en Dios ante cualquier dificultad, y que con Él nada es difícil. Así debe ser tu fe. Dado que crees que Dios es el que reina sobre todas las cosas, ¿por qué sigues teniendo miedo cuando te sucede algo, y sientes que no tienes nada en lo que confiar? Esto demuestra que no confías en Dios. Si no le tomas a Él como tu soporte y tu Dios, entonces, no es tu Dios. En la vida real, independientemente de las situaciones a las que te enfrentes, debes ir ante Dios con frecuencia para orar y buscar la verdad. Incluso si entiendes la verdad y avanzas un poco respecto a solo un determinado asunto cada día, ¡no habrá sido tiempo perdido!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Al leer ese pasaje, se afianzó en mi interior la idea de que Dios estaba conmigo. Ante las dificultades, no tengo más que orar y confiar sinceramente en Dios, y Él me guiará. Como nada hay imposible para Dios, debía tener fe. Mi deber es predicar el evangelio. No podía retroceder solo por no conocer el idioma. Tenía que hacer todo lo posible. Si había decidido predicar el evangelio para satisfacer a Dios, por duro que fuera, tenía que ampararme en Él y cumplir con mi deber. Tras pensar en estas cosas, estaba listo para el esfuerzo, y siempre que iba a salir a predicar, oraba a Dios para pedirle que me guiara. Empecé a tratar de comunicarme con los lugareños poniéndoles grabaciones del evangelio y de testimonios en dai. Mientras se las ponía, yo también escuchaba atento, y cuando terminaba una grabación, hablaba con la gente y añadía algo más en el dai que ya había aprendido. Tras dos o tres días trabajando así, aceptaron el evangelio nueve personas. Le estaba sumamente agradecido a Dios y tenía más fe para difundir el evangelio.
Un día, las tropas enemigas colgaron un video en WeChat. Vi que habían torturado a soldados nuestros capturados. A algunos les habían cortado las manos; a otros, los pies, y los habían degollado como a cerdos. Hasta les habían abierto el corazón a cuchillo. Eso me dio mucho miedo. Estuve reflexionando: “Voy todas las noches al poblado a predicar el evangelio; ¿me capturará el enemigo? Si me capturara, ¿qué pasaría si me agrediera como a esos otros soldados, o incluso me torturara hasta la muerte?”. Al pensar en ello, me dio miedo volver a salir a predicar. Entonces vi que no me hallaba en un estado correcto, así que oré y le entregué mi corazón a Dios, a quien pedí que me guiara. Luego leí un pasaje de las palabras de Dios que me dio confianza y fortaleza. Dicen las palabras de Dios: “Dios realiza la obra de perfección en la gente y ellos no pueden verla ni sentirla; es en tales circunstancias en las que se requiere tu fe. Se exige la fe de las personas cuando algo no puede verse a simple vista, cuando no puedes abandonar tus propias nociones. Cuando no tienes clara la obra de Dios, lo que se requiere es tu fe y que adoptes una posición firme y mantengas el testimonio. Cuando Job alcanzó este punto, Dios se le apareció y le habló. Es decir, sólo podrás ver a Dios desde el interior de tu fe. Cuando tengas fe, Dios te perfeccionará. Si no tienes fe, Él no puede hacerlo. Dios te concederá cualquier cosa que esperes obtener. Si no tienes fe, Dios no puede perfeccionarte y serás incapaz de ver Sus acciones, y menos aún Su omnipotencia. Cuando tengas una fe con la que puedas ver Sus acciones en tu experiencia práctica, entonces Dios aparecerá ante ti, y te esclarecerá y te guiará desde dentro. Sin esa fe, Dios no podrá hacer esto. Si has perdido la esperanza en Dios, ¿cómo podrás experimentar Su obra? Por tanto, sólo cuando tengas fe y no albergues dudas hacia Dios, cuando tu fe en Él sea verdadera, haga lo que haga, Él te esclarecerá e iluminará en tus experiencias, y sólo entonces podrás ver Sus acciones. Todas estas cosas se consiguen por medio de la fe. La fe sólo llega mediante el refinamiento, y en ausencia de refinamiento, la fe no puede desarrollarse. ¿A qué se refiere la fe? La fe es la creencia genuina y el corazón sincero que los humanos deberían poseer cuando no pueden ver ni tocar algo, cuando la obra de Dios no está en línea con las nociones humanas, cuando está más allá del alcance humano. Esta es la fe de la que hablo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Aprendí que, ante las pruebas y tribulaciones, si nos falta fe y no cooperamos activamente, Dios no puede obrar en nosotros y perfeccionarnos. Cuanto menos entendamos algo, más fe en Dios necesitamos, y que la única vía para tenerla son las pruebas. Predicar el evangelio combatiendo en el frente, con el riesgo de ser capturado por tropas enemigas, era una prueba, un examen para mí. Me faltaba la verdad y no comprendía realmente la omnipotencia y soberanía de Dios. Como no creía sinceramente que Dios lo rige todo, no tenía fe. En un entorno peligroso mientras predicaba el evangelio, tenía miedo de que me capturaran y torturaran hasta la muerte, por lo que no me atrevía a salir a predicar. No podía darle sinceramente mi corazón a Dios. En realidad, Dios disponía esta situación para poder concederme más verdad y para que yo la buscara, la practicara y reconociera Su omnipotencia, Su autoridad sobre el destino de la humanidad y que mi vida y muerte estaban en Sus manos. Ahora que estaba enfrentándome a ese entorno peligroso, tenía que experimentarlo verdaderamente y sobrevivir, lo cual era el único modo de que contemplara las obras de Dios y tuviera fe sincera. Comprendida la voluntad de Dios, se me iluminó enormemente el corazón y no tenía tanto miedo.
Posteriormente, leí otro pasaje de las palabras de Dios que era incluso más motivador. Dios Todopoderoso dice: “Dios tiene un plan para cada uno de Sus seguidores. Cada cual tiene un entorno, acondicionado por Dios para el hombre, en el que cumplir con su deber, y tiene la gracia y el favor de Dios para disfrute del hombre. Tiene también unas circunstancias especiales, planteadas por Dios para el hombre, y debe experimentar mucho sufrimiento; no es nada parecido al camino de rosas que imagina el hombre. Aparte de esto, si reconoces que eres un ser creado, debes prepararte para sufrir y pagar un precio por cumplir con tu responsabilidad de difundir el evangelio y por cumplir adecuadamente con tu deber. El precio podría consistir en padecer una dolencia física o una adversidad, sufrir persecuciones del gran dragón rojo o malentendidos de la gente mundana, así como las tribulaciones que se padecen al difundir el evangelio: traiciones, palizas e injurias, ser condenado e incluso hostigado y correr peligro de muerte. Es posible que, en el transcurso de la difusión del evangelio, mueras antes de la consumación de la obra de Dios y no llegues a ver el día de Su gloria. Debéis estar preparados para esto. No pretendo atemorizaros; es una realidad. […] ¿cómo murieron esos discípulos del Señor Jesús? Entre los discípulos hubo quienes fueron lapidados, arrastrados por un caballo, crucificados cabeza abajo, desmembrados por cinco caballos; les acaecieron todo tipo de muertes. ¿Por qué murieron? ¿Los ejecutaron legalmente por sus delitos? No. Los condenaron, golpearon, acusaron y ajusticiaron porque difundían el evangelio del Señor y los rechazó la gente mundana; así los martirizaron. […] En realidad, así fue cómo murieron y perecieron sus cuerpos; este fue su medio de partir del mundo humano, pero eso no significaba que su resultado fuera el mismo. No importa cuál fuera el modo de su muerte y partida, ni cómo sucediera, así no fue como Dios determinó los resultados finales de esas vidas, de esos seres creados. Esto es algo que has de tener claro. Por el contrario, aprovecharon precisamente esos medios para condenar este mundo y dar testimonio de las acciones de Dios. Estos seres creados usaron sus tan preciadas vidas, aprovecharon el último momento de ellas para dar testimonio de las obras de Dios, de Su gran poder, y declarar ante Satanás y el mundo que las obras de Dios son correctas, que el Señor Jesús es Dios, que Él es el Señor y Dios encarnado. Hasta el último momento de su vida siguieron sin negar el nombre del Señor Jesús. ¿No fue esta una forma de juzgar a este mundo? Aprovecharon su vida para proclamar al mundo, para confirmar a los seres humanos, que el Señor Jesús es el Señor, Cristo, Dios encarnado, que la obra de redención que Él realizó para toda la humanidad le permite a esta continuar viviendo, una realidad que es eternamente inmutable. Los martirizados por predicar el evangelio del Señor Jesús, ¿hasta qué punto cumplieron con su deber? ¿Hasta el máximo logro? ¿Cómo se manifestó el máximo logro? (Ofrecieron sus vidas). Eso es, pagaron el precio con su vida. La familia, la riqueza y las cosas materiales de esta vida son cosas externas; lo único relacionado con uno mismo es la vida. Para cada persona viva, la vida es la cosa más digna de aprecio, la más preciada, y resulta que esas personas fueron capaces de ofrecer su posesión más preciada, la vida, como confirmación y testimonio del amor de Dios por la humanidad. Hasta el día de su muerte siguieron sin negar el nombre de Dios o Su obra y aprovecharon los últimos momentos de su vida para dar testimonio de la existencia de esta realidad; ¿no es esta la forma más elevada de testimonio? Esta es la mejor manera de cumplir con el deber, lo que significa cumplir con la responsabilidad. Cuando Satanás los amenazó y aterrorizó, y al final, incluso cuando les hizo pagar con su vida, no abandonaron su responsabilidad. Esto es cumplir con el deber hasta el fin. ¿Qué quiero decir con ello? ¿Quiero decir que utilicéis el mismo método para dar testimonio de Dios y difundir Su evangelio? No es necesario que lo hagas, pero debes entender que es tu responsabilidad, que si Dios necesita que lo hagas, debes aceptarlo como algo a lo que te obliga el honor” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). Me di cuenta de que todos podemos seguir a Dios en virtud de Su autoridad y Sus disposiciones y de que Él, además, dispone unas condiciones para que cada uno cumpla su deber. Al predicar el evangelio estamos destinados a afrontar toda clase de situaciones y peligros. A unos los humillan, a otros los golpean y les gritan; algunos son entregados a la autoridad satánica y maltratados, y otros hasta pierden la vida. No obstante, en toda situación, yo soy un ser creado y debo cumplir con mi deber en todo momento. Predicar el evangelio es mi misión en la vida, mi responsabilidad. Por amargo o difícil que sea, aunque tenga que pagarlo con la vida, he de cumplir con mi deber y mi responsabilidad. Me acordé de los discípulos seguidores del Señor Jesús en la Era de la Gracia. También ellos afrontaron muchos peligros por predicar el evangelio del Señor. A unos los golpearon y les gritaron, a otros los encarcelaron, y algunos fueron crucificados, torturados hasta la muerte mientras aún estaban totalmente vivos. Sin embargo, no se quejaron ni abandonaron su responsabilidad y su deber. En definitiva, obedecieron hasta la muerte dando testimonio con su vida de las obras de Dios y de Su gran poder y humillando al diablo, Satanás. No murieron por haber hecho algo malo, sino por dar testimonio del nombre de Dios y de que el Señor Jesús era el Señor de la creación. Pagaron con su vida por predicar el evangelio de Dios y dar testimonio de Él. Eso es lo que más sentido tiene. Cumplieron con su responsabilidad. Dios ve con buenos ojos a esa clase de ser creado y, aunque feneciera su carne, su alma está en manos de Dios y a lo que Él disponga. Además, hice introspección. En lo que atañía a la muerte, era cobarde y no quería salir a predicar el evangelio. Seguía pensando en mi seguridad personal: lo que realmente amaba era mi vida. Creía que podía tomar las riendas de mi destino, que, mientras no saliera a predicar, no me enfrentaría al peligro ni a la muerte. No obstante, ahora entendía que no estaba a salvo por no ir a predicar el evangelio. Estaba de guardia, lo cual es intrínsecamente peligroso, y podía caer en una emboscada. Asimismo, cuando íbamos por agua o a comprar algo a los lugareños, también era un peligro. Los soldados enemigos podían atacarnos en cualquier momento. Mi vida no era algo que pudiera controlar yo. Que el enemigo nos capturara o no estaba exclusivamente en manos de Dios. Si Él no lo permitía, no me capturaría aunque saliera a predicar. Si Dios sí permitía que sucediera algo, podía caer en una emboscada o ser capturado por el enemigo aunque no fuera a predicar. Soy un ser creado que debe someterse a las instrumentaciones y disposiciones de Dios. Pase lo que pase, debo seguir predicando el evangelio y cumpliendo con mi deber. Si busco cualquier excusa para no predicar el evangelio ni dar testimonio de Dios, con lo que no cumpliría mi deber, seguiría vivo en la carne, pero, para Dios, perdería mi función de ser creado y mi vida no tendría sentido. Al final me rechazaría Dios y no me salvaría. En el frente era peligroso ir a predicar a los poblados, pero, para predicar el evangelio de Dios y expandir su alcance, no podía aferrarme a la vida, sino que debía afrontar correctamente la idea de morir y, si era preciso, pagar con mi vida con tal de continuar predicando, con lo que cumpliría con mi responsabilidad. Eso es el testimonio, la mejor forma de cumplir mi deber. También entendí que soy un ser creado y seguidor de Dios. Sin importar qué situación peligrosa afronte, predicar el evangelio es mi misión en la vida y un deber que he de cumplir. No puedo dejar de predicar el evangelio en ningún momento. Luego conseguí que otros dos hermanos, Nicholas y Arthur, fueran a predicar conmigo.
Un día fuimos a un poblado, y vinieron diez personas a oírnos predicar. Les hablamos de cómo estar protegidos en los desastres: “Los desastres ya son cada vez mayores, como aquí mismo, donde estamos en constante guerra y el agua está manchada de sangre. Además, estamos en pandemia… En todos estos desastres, ¿quién puede salvarnos realmente? Solo el Salvador, el único Dios verdadero, que creó los cielos, la tierra y todas las cosas, puede salvarnos”. Después les pusimos unas grabaciones de sermones que hablaban de por qué los seres humanos nacen, envejecen, enferman y mueren, de cómo recibir la protección de Dios en los desastres, de cómo corrompe Satanás a la gente y de cómo obra Dios para salvar a la humanidad. También había unos pasajes de las palabras de Dios Todopoderoso: “Estos son los hechos: antes de que existiera la tierra, el arcángel era el más grande de los ángeles del cielo. Tenía jurisdicción sobre todos los ángeles en el cielo; esta era la autoridad que Dios le concedió. A excepción de Dios, él era el más grande de los ángeles del cielo. Luego, después de que Dios creara a la humanidad, en la tierra, el arcángel llevó a cabo una mayor traición contra Dios. Digo que traicionó a Dios porque quiso gobernar sobre la humanidad y sobrepasar la autoridad de Dios. Fue el arcángel el que tentó a Eva a pecar, y lo hizo porque deseaba establecer su reino en la tierra y hacer que la humanidad le diera la espalda a Dios y que obedeciera al arcángel en su lugar. El arcángel vio que muchas cosas le podían obedecer; le obedecían los ángeles, al igual que las personas sobre la tierra. Los pájaros y animales, los árboles, bosques, montañas, ríos y todas las cosas sobre la tierra estaban bajo el cuidado de los seres humanos, es decir, de Adán y Eva, mientras que Adán y Eva obedecían al arcángel. Por tanto, el arcángel deseaba superar la autoridad de Dios y traicionarlo. Posteriormente, llevó a muchos ángeles a rebelarse contra Dios, y estos luego se convirtieron en varias clases de espíritus impuros. ¿Acaso el desarrollo de la humanidad hasta el día de hoy no ha sido causado por la corrupción del arcángel? Los seres humanos son como son hoy en día debido a que el arcángel traicionó a Dios y corrompió a la humanidad” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Deberías saber cómo la humanidad completa se ha desarrollado hasta el día de hoy). “Primero, las personas deben entender de dónde proviene el dolor del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte a lo largo de sus vidas y por qué el hombre padece tales cosas. ¿Acaso no existían cuando se creó al hombre? ¿De dónde provinieron estos padecimientos? Aparecieron después de que Satanás tentara y corrompiera al hombre y este cayera en la degeneración. El dolor de la carne del hombre, sus tribulaciones y su vacío, y todas las cosas horribles en el mundo del hombre: todo ello apareció cuando Satanás corrompió al hombre. Después de que Satanás corrompiera al hombre y empezara a atormentarlo, el hombre cayó más y más hondo, su enfermedad se tornó más profunda, su dolor incluso mayor, y tuvo la creciente sensación de que el mundo era vacío y miserable, que es imposible sobrevivir en él, y que vivir en tal mundo resulta cada vez más desesperanzador. Entonces todo este dolor se precipitó sobre el hombre a causa de Satanás y se produjo una vez que este corrompió al hombre, el cual cayó en la degeneración” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El significado de que Dios pruebe el dolor mundano). “Todo tipo de desastres sucederán, uno tras otro; todas las naciones y todos los lugares experimentarán calamidades: la plaga, el hambre, las inundaciones, la sequía y los terremotos están por todas partes. Estos desastres no ocurren solo en uno o dos lugares, ni terminarán dentro de un día o dos, sino que se extenderán sobre un área cada vez mayor y serán cada vez más severos. Durante este tiempo, surgirán, sucesivamente, toda clase de plagas de insectos, y el fenómeno del canibalismo ocurrirá en todos los lugares. Este es Mi juicio sobre todas las naciones y todos los pueblos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 65). Escucharon estas palabras y les parecieron estupendas. Algunos dijeron: “Nunca hemos oído unas palabras semejantes. Son maravillosas, muy conmovedoras”. Según otros: “Muchas gracias por venir a predicar este evangelio, gracias a lo cual hemos oído la voz de Dios”. Y otros más señalaron: “Espero que vuelvan”. Esas diez personas aceptaron el evangelio tras escucharlo. Les dije que volveríamos esa noche y las animé a que llevaran también a sus familiares y amigos. Esa noche llevaron a más de una docena de personas. Tras escuchar esas personas los sermones grabados y las palabras de Dios, todas ellas aceptaron el evangelio y prometieron que irían a escuchar cuando tuvieran tiempo por la noche. Me alegré mucho. Desde entonces, seguimos predicando durante el día, cuando teníamos tiempo, y los regábamos por la noche. Después de regar volvíamos a hurtadillas a nuestros puestos. Transcurrido casi un mes, todos estaban muy asentados en las reuniones y participaban mucho. Además, traían a otros a escuchar sermones. Cada vez aceptaba más gente el evangelio. Este resultado me alegró y conmovió mucho. Guiado por Dios, tuve la capacidad de predicar el evangelio en el frente y de llevar a esos civiles ante Él, y sentía una gran paz.
Una noche fui al poblado a regar a nuevos creyentes. De regreso me encontré con un comandante que estaba patrullando con un equipo de visión nocturna. Me detectó y, creyendo que era un enemigo que iba a tenderles una emboscada, mandó a varios soldados a que me capturaran. Cuando estaban a punto de disparar, enseguida grité. El hermano Shawn me reconoció; si no, habrían abierto fuego. Al día siguiente, el hermano Shawn me dijo: “Anoche casi te disparan. Estuvo bien que reconociera tu voz”. Aquello me conmovió mucho, y oré para darle gracias a Dios por protegerme. Recordé unas palabras de Dios: “El corazón y el espíritu del hombre están en la mano de Dios; todo lo que hay en su vida es contemplado por los ojos de Dios. Independientemente de si crees esto o no, todas las cosas, vivas o muertas, se moverán, se transformarán, se renovarán y desaparecerán, de acuerdo con los pensamientos de Dios. Así es como Dios preside sobre todas las cosas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Entendí que Dios lo rige y controla todo. En Sus manos están el corazón y el espíritu de la gente. Tanto si algo está vivo como si está muerto, todo varía y cambia según lo que piense Dios. Dios también gobierna y dispone si vivimos o morimos. También estuvo en manos de Dios que mis compañeros me dispararan o no la noche anterior. Me encontré con el hermano Shawn también por la soberanía de Dios. Casualmente reconoció mi voz, por lo que no dispararon. Todo esto lo predestinó Dios. Le estaba muy agradecido a Dios, muy emocionado. Sentí el amor y la protección de Dios para conmigo y, asimismo, contemplé lo maravilloso de Sus obras. Posteriormente, esos dos hermanos y yo seguimos yendo al poblado a predicar el evangelio. Les habíamos predicado el evangelio a 57 personas, y todas se habían incorporado a la iglesia. Le estaba muy agradecido a Dios por guiarnos.
Pasado un tiempo, la difusión del evangelio estaba casi terminada en esa zona y, por eso, pensé en dónde ir a continuación. Resultó que ese mismo día trasladaron nuestra unidad a otro poblado, formado por dos aldeas. Me alegró mucho poder seguir predicando el evangelio en otra zona. Ese poblado también era muy peligroso: las tropas enemigas podían venir a atacar en cualquier momento. Descubrimos una mina antipersonas nada más llegar. Sentí miedo por si las tropas enemigas se hacían pasar por civiles y aparecían de la nada. Si no éramos muchos, o salíamos solos y desarmados, y nos los encontrábamos, aprovecharían para matarnos o capturarnos. Pero yo, tras mi experiencia en el lugar anterior, había contemplado las maravillas de Dios y sabía que tenía la responsabilidad de predicar. Pasara lo que pasara, tenía que atenerme a ello. Al pensarlo, ya no me sentí tan condicionado y continué saliendo a predicar siempre que tenía tiempo. Cuando íbamos al poblado, llevábamos armas porque no queríamos tener un descuido. Empezamos predicándoles el evangelio al jefe adjunto de la aldea, a su esposa y a su madre, a quienes les pusimos unos sermones grabados. Esas grabaciones hablaban de cómo creó Dios los cielos, la tierra y todas las cosas en el principio, de cómo comenzó a depravarse la humanidad, de los desastres y guerras de los últimos días y de que estos son señales de la venida del Señor. El Señor Jesús ya ha regresado a la carne para salvar a la humanidad. Es el Cristo de los últimos días, Dios Todopoderoso. Expresa la verdad mientras lleva a cabo la obra de juicio de los últimos días para purificar y salvar a la humanidad, de modo que nos libremos del mal y de los desastres. Podemos recibir la salvación de Dios y entrar al reino de los cielos solo si acudimos a Dios Todopoderoso. Escucharon este testimonio y todos afirmaron que era maravilloso. El jefe adjunto de la aldea dijo: “Voy por un cuaderno para anotar lo que acaban de decir y poder leer más después”. Yo contesté: “No se preocupe por eso, mañana volvemos nosotros. ¿Puede invitar a más gente a que escuche también?”. Respondió: “Eso es estupendo y tiene razón. Como jefe adjunto de la aldea, debo convocar a los lugareños para que lo escuchen”. Al día siguiente llevó a más gente a oír nuestro sermón. Al final aceptaron la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días 94 personas de esas dos aldeas. Le estaba muy agradecido a Dios por disponer que fuera allí a predicar el evangelio y cumplir con mi deber, con lo que Dios me enalteció. ¡Sentía enorme gratitud hacia Dios!
Pasar por todo eso me hizo experimentar personalmente que Dios rige el destino de la gente y que nuestra vida y muerte están en Sus manos. También me aportó una comprensión más práctica de la omnipotencia y soberanía de Dios. Antes, cuando aún no había llegado al frente, sabía que era peligroso ser soldado, y oré y puse mi vida y mi muerte en manos de Dios. Pero cuando realmente llegué allí, no veía lo escasa que era mi fe en Dios. Cada vez que me hallaba en una situación peligrosa, me asustaba y me faltaba fe, las palabras de Dios me sustentaban y guiaban dándome fe y fortaleza. Solo por eso no retrocedí ni abandoné mi deber. Le estaba muy agradecido a Dios por permitirme tener esa clase de vivencia. Termine donde termine en un futuro, por muy peligroso que sea el lugar, mi misión en la vida es predicar el evangelio de Dios. He de tener fe en Dios, entregarle mi corazón y cumplir con mi deber de ser creado. ¡Gracias a Dios Todopoderoso!
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