El suplicio de decir mentiras

4 Dic 2022

Por Ronald, Birmania

En octubre de 2019, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. En las reuniones veía que los hermanos y hermanas comunicaban sus experiencias y entendimiento. Podían abrirse sin ningún recelo sobre toda su corrupción y defectos, y eso me daba mucha envidia. Yo también quería ser una persona honesta y abrirme así de fácilmente, pero llegado el momento, no podía hablar con sinceridad. Una vez, mis hermanos me preguntaron, “Eres joven, ¿eres aún estudiante?”. Hacía tiempo que no era estudiante, solo cocinaba y limpiaba en un restaurante, esa era la verdad, pero temía que los demás me miraran mal si se enteraban, así que dije que todavía era estudiante. No le di mucha importancia cuando lo dije, y seguí adelante. Un día vi un pasaje de la palabra de Dios en un video testimonio vivencial que me hizo reflexionar. La palabra de Dios dice: “Debéis saber que a Dios le gustan los que son honestos. En esencia, Dios es fiel, y por lo tanto siempre se puede confiar en Sus palabras. Más aún, Sus acciones son intachables e incuestionables, razón por la cual a Dios le gustan aquellos que son absolutamente honestos con Él. Honestidad significa dar tu corazón a Dios; ser auténtico y abierto con Dios en todas las cosas, nunca esconder los hechos, no tratar de engañar a aquellos por encima y por debajo de ti, y no hacer cosas solo para ganarte el favor de Dios. En pocas palabras, ser honesto es ser puro en tus acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Tras leer las palabras de Dios, entendí que a Dios le gusta la gente honesta, la que puede simplemente abrirse a Dios, que no duda de lo que hace y dice y no trata de engañar a Dios ni a otras personas. Pero yo, cuando me preguntaron “¿Sigues siendo estudiante?”, ni siquiera pude decir la verdad, y menos aún era una persona honesta ante Dios. ¡No era honesto en absoluto! Quería sincerarme con los demás, pero temía que se burlaran de mí, aunque también me incomodaba profundamente no decir nada. Así que le pedí a Dios que me ayudara a practicar la verdad y ser una persona honesta. En una reunión posterior, me abrí sobre mi corrupción y expuse mis intención de usar mentiras y engaños. No solo no me despreciaron, sino que incluso me escribían para decirme que mi experiencia fue buena. Esto me dio más confianza para ser una persona honesta. A pesar de haber practicado ser una persona honesta y decir la verdad en esta ocasión, seguía sin tener conciencia de mi carácter satánico, y en cuanto a lo relacionado con mi reputación e intereses, todavía no podía evitar ocultarme.

Después de un período de tiempo, me eligieron como predicador y responsable de la obra de tres iglesias. En una reunión de colaboradores, un líder nos preguntó detalles sobre cómo se regaba a los nuevos fieles en cada iglesia, y por qué el apoyo a algunos nuevos fieles no había sido el adecuado. Me empecé a poner un poco nervioso, ya que solo tenía información sobre una de las iglesias, no sobre las otras dos. ¿Qué podía decir entonces? Si decía la verdad, ¿qué pensarían todos de mí? Si ni siquiera podía aclarar eso, ¿no cuestionarían mi valía como predicador? ¿Dirían que no hacía trabajo real y era incapaz para este deber? ¡Me avergonzaría mucho que me trasladaran o destituyan! Solo quería escapar, pero si me iba antes, temía que me descubrieran. No me quedó otro remedio que quedarme y escuchar mientras otros predicadores hablaban del trabajo del que eran responsables. Me sentía sumamente nervioso, sin saber qué hacer. Cuando el líder me nombró, estaba tan nervioso que fingí no oírlo, y pregunté: “¿Cómo dices?”. El líder dijo: “Hablábamos de regar a los nuevos fieles, y oíste lo que todos acaban de decir. ¿Podrías hablarnos de los tuyos?”. Sentí el corazón agitado. No tuve otra elección que hablar primero de la iglesia que conocía, pero no quería hablar de las otras. Sin embargo, temía que todos supieran que no había hecho un seguimiento, así que apreté los dientes y mentí, diciendo: “A muchos de los nuevos fieles de la segunda iglesia no se les apoya adecuadamente y, debido a la pandemia, no podemos llegar hasta ellos. De la tercera iglesia no estoy muy seguro porque este tiempo he seguido el trabajo de las otras dos”. Me sentí muy incómodo al decir aquello, y me aterrorizaba que se descubriera mi mentira, lo cual sería aún más humillante. Estuve en vilo durante toda la reunión y solo respiré aliviado cuando terminó. Para mi sorpresa, entonces el líder me llamó y me preguntó aparte: “Esos nuevos fieles que no están recibiendo el apoyo adecuado debido a la pandemia, ¿has pedido a los regadores que los llamen para controlarlos?”. Me quedé perplejo ante la pregunta del líder. Desconocía los detalles sobre aquello. Si decía la verdad, ¿se daría cuenta el líder de que había mentido? No podía decir que no lo sabía. Así que seguí mintiendo: “Se los he mencionado, pero algunos de los nuevos fieles no contestan el teléfono”. El líder preguntó entonces: “¿Quiénes?”. Pensé para mis adentros: “¿Me sigue interrogando el líder porque sabe que he mentido?”. Respondí enseguida: “Creo que algunos de los que acaban de aceptar la obra de Dios”. Al ver que no me explicaba con claridad, el líder dijo con resignación: “Bueno, me cuentas cuando lo sepas”. Al colgar la llamada, tuve un profundo sentimiento de culpa. Había vuelto a mentir y engañar. Una vez que decía una mentira tenía que recurrir a muchas mentiras más para sostenerla. Qué lío es mentir para cubrir otras mentiras. En la reunión, un predicador responsable de tres iglesias dijo que no había investigado una de ellas. Él pudo decir la verdad, ¿por qué yo no podía decir una sola palabra honesta? Mentí, engañé y sostuve una falsa apariencia, pero no podía engañar a Dios porque Dios lo escruta todo. Yo era negligente en mi deber y, tarde o temprano, sería revelado. Así que le oré a Dios: “Dios, en la reunión de hoy, el líder preguntó por el trabajo y yo no dije la verdad. Temía que todos me despreciaran y dijeran que no hacía un trabajo real si se enteraban de la verdad. Dios, guíame para conocerme a mí mismo y desechar mi carácter corrupto”.

Luego, leí un pasaje de la palabra de Dios: “La gente suelta a menudo tonterías en su vida cotidiana, cuenta mentiras, dice cosas ignorantes y necias, y se pone a la defensiva. La mayoría de estas cosas se dicen en aras de la vanidad y el orgullo, para satisfacer sus propios egos. Decir tales falsedades revela sus actitudes corruptas. Si resolvieras estos elementos corruptos, se purificaría tu corazón y poco a poco te convertirías en alguien más puro y honesto. En realidad, todo el mundo sabe por qué miente. En aras de la ganancia y el orgullo personal, o por vanidad y estatus, tratan de competir con otros y se hacen pasar por algo que no son. Sin embargo, sus mentiras se acaban revelando y los demás las sacan a relucir, y acaban por perder su prestigio, además de su dignidad y su talante. Todo esto viene causado por una excesiva cantidad de mentiras. Estas se han vuelto demasiado numerosas. Cada palabra que dices está adulterada y no es sincera, ni una sola se puede considerar veraz u honesta. Aunque cuando dices mentiras no te parezca que has perdido prestigio, en el fondo, te sientes desgraciado. Tienes cargo de conciencia y una mala opinión de ti mismo, piensas: ‘¿Por qué llevo una vida tan penosa? ¿Tan difícil es decir la verdad? ¿He de recurrir a las mentiras en aras de mi orgullo? ¿Por qué es tan agotadora mi vida?’. No tienes que vivir una vida tan agotadora. Si puedes practicar ser una persona honesta, podrás llevar una vida relajada, libre y liberada. Sin embargo, has escogido defender tu orgullo y vanidad contando mentiras. En consecuencia, vives una existencia agotadora y desdichada, es algo que te causas a ti mismo. Uno puede obtener un sentimiento de orgullo al contar mentiras, pero ¿en qué consiste eso? Solo es algo vacío y completamente inútil. Contar mentiras significa vender el propio talante y la propia dignidad. Te despoja de tu propia dignidad y de tu talante, desagrada a Dios y Él lo detesta. ¿Merece la pena? No. ¿Es esta la senda correcta? No, no lo es. Aquellos que mienten con frecuencia viven según sus actitudes satánicas, bajo el poder de Satanás. No viven en la luz, no viven en presencia de Dios. Piensas constantemente en cómo mentir y, después de hacerlo, tienes que pensar en cómo tapar esa mentira. Y cuando no la tapas lo bastante bien y queda en evidencia, tienes que devanarte los sesos e intentar aclarar las contradicciones para que sea plausible. ¿Acaso no es agotador vivir de este modo? Es extenuante. ¿Merece la pena? No. Devanarse los sesos para contar mentiras y luego taparlas, todo en aras del orgullo, la vanidad y el estatus, ¿qué sentido tiene nada de eso? Al final, reflexionas y piensas para tus adentros: ‘¿Qué sentido tiene? Es demasiado agotador contar mentiras y tener que taparlas. Comportarme de este modo no sirve de nada; sería más fácil convertirme en una persona honesta’. Deseas convertirte en una persona honesta, pero no puedes desprenderte de tu orgullo, tu vanidad y tus intereses personales. Por tanto, solo puedes recurrir a decir mentiras para conservar esas cosas. […] Si crees que las mentiras sirven para mantener la reputación, el estatus, la vanidad y el orgullo que anhelas, estás completamente equivocado. En realidad, al contar mentiras no solo no mantienes tu vanidad y orgullo, ni tu dignidad y tu talante sino, lo que es más grave, pierdes la oportunidad de practicar la verdad y ser una persona honesta. Aunque te las arregles para proteger tu reputación, tu estatus, tu vanidad y tu orgullo en ese momento, has sacrificado la verdad y has traicionado a Dios. Esto significa que has perdido por completo la oportunidad de que Él te salve y te perfeccione, lo cual supone una enorme pérdida y un remordimiento de por vida. Aquellos que son taimados nunca entenderán esto(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). La palabra de Dios expuso exactamente mi estado. El líder quería conocer la situación del riego en cada iglesia, un asunto bastante sencillo, y hubiera bastado con decir la verdad, pero a mí me resultó del todo imposible. Con mucho recelo, temía que cuando el líder y otros predicadores supieran la verdad dijeran que no hacía trabajo real, que ni siquiera podía ocuparme de esta minucia. ¡Y si me despedían, eso sería humillante! Mentí sobre haber investigado en dos iglesias para proteger mi reputación, estatus y la buena impresión que los demás tenían de mí, cuando sólo conocía una. Incluso entré en detalles sobre la segunda iglesia, diciendo que los nuevos fieles no recibían un apoyo correcto debido a la pandemia. ¿Acaso no era una mentira descarada? Cuando el líder me preguntó si había pedido a los regadores que los llamaran, temí que él descubriera la mentira que yo acababa de decir, así que me inventé otra para tapar la primera y una excusa para engañarlo. Para proteger mi nombre y estatus, tapé una mentira con otra. ¡Fui realmente astuto! Recordé un diálogo entre Dios y Satanás registrado en la Biblia. Dios le preguntó a Satanás de dónde venía, a lo que Satanás respondió: “De ir y venir de la tierra, y de andar por la tierra” (Job 1:7).* Satanás es muy astuto. No respondió directamente a la pregunta de Dios y habló dando rodeos. Es imposible saber de dónde viene Satanás. De su boca solo salen mentiras, nunca es honesto, y habla de forma confusa y ambigua. Con mis mentiras y engaños, ¿no era igual que el diablo Satanás? Aunque respondí al líder, todo era vago y poco claro, lleno de mentiras y falsedad. Al escuchar mi respuesta, el líder siguió sin tener claro el estado del riego del que yo era responsable, y no pudo juzgar si mi seguimiento era el adecuado. De hecho, mentir y engañar así solo preservó un tiempo mi reputación y estatus, pero lo que en realidad perdí fue mi integridad, dignidad y la confianza de los demás. Si seguía así, tarde o temprano todos verían que no era una persona honesta y que no era digno de confianza. Nadie creería en mí y, además, Dios no confiaría en mí. ¿No carecería completamente de integridad y dignidad entonces? ¿No sería una estupidez por mi parte?

Más tarde, leí otro pasaje de la palabra de Dios: “Que Dios les pida a las personas que sean honestas demuestra que verdaderamente aborrece y detesta a los taimados. La aversión de Dios a las personas taimadas es una aversión a su manera de hacer las cosas, a su carácter, a sus intenciones y a sus métodos de engaño; a Dios le disgustan todas estas cosas. Si las personas taimadas son capaces de aceptar la verdad, admiten sus actitudes taimadas y están dispuestas a aceptar la salvación de Dios, entonces también tienen la esperanza de ser salvadas, porque Dios trata a todas las personas por igual, tal como lo hace la verdad. Por eso, si queremos llegar a ser personas que agrademos a Dios, lo primero que debemos hacer es cambiar de principios de conducta: no podemos seguir viviendo de acuerdo con las filosofías satánicas, no podemos seguir valiéndonos de la mentira y el engaño. Debemos desechar todas las mentiras y volvernos honestos. De este modo cambiará la visión que Dios tiene de nosotros. Antes, la gente siempre se basaba en mentiras, fingimiento y tretas mientras vivía con los demás y tomaba las filosofías satánicas como base de su existencia, como su vida, como base para su conducta y como los cimientos de su conducta propia. Esto era algo que Dios repudiaba. Entre los no creyentes, si hablas con franqueza, dices la verdad y eres una persona honesta, entonces serás calumniado, juzgado y rechazado. Por tanto, sigues las tendencias mundanas, y vives conforme a las filosofías satánicas, te vuelves cada vez más hábil para mentir y más falso. También aprendes a utilizar medios infames para lograr tus objetivos y protegerte. Te vuelves cada vez más próspero en el mundo de Satanás, y como resultado, te hundes cada vez más en el pecado hasta que no puedes salir de él. En la casa de Dios, las cosas son precisamente lo contrario. Cuanto más mientas y juegues a ser falso, más se cansará de ti el pueblo escogido de Dios y te rechazará. Si te niegas a arrepentirte y sigues aferrándote a las filosofías y a la lógica satánicas, y te vales de ardides y tramas elaboradas para disimular y presentarte a ti mismo, entonces es muy probable que seas revelado y descartado. Esto es porque Dios repudia a la gente falsa. Solo la gente honesta puede prosperar en la casa de Dios, y la gente falsa acabará siendo rechazada y descartada. Todo esto está predestinado por Dios. Solo la gente honesta puede formar parte del reino de los cielos. Si no tratas de ser una persona honesta, y si no experimentas y prácticas en la dirección de perseguir la verdad, si no expones tu propia fealdad, y si no te expones, entonces nunca podrás recibir la obra del Espíritu Santo y la aprobación de Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica más fundamental de ser una persona honesta). Al pensar en las palabras de Dios, me di cuenta de que a Él no le gustan las personas falsas y no las salva. Eso es porque pertenecen a Satanás. Las personas falsas usan el engaño y los trucos en todo lo que hacen, hablan sin honestidad, todo para proteger su reputación, estatus e intereses. Las intenciones que estas personas albergan y los métodos que utilizan son odiosos y repugnantes para Dios. Aunque creía en Dios, no había obtenido verdad alguna y todavía vivía según filosofías satánicas como “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda” y “El orgullo es tan necesario para la gente como respirar”. Estas filosofías satánicas se habían arraigado ya en mi corazón, confundiendo y corrompiéndome y haciéndome caminar por la senda de la persecución de fama, ganancia y estatus. Pensaba que la gente debía vivir por sí misma, destacar entre los demás y ganar renombre y beneficios, y que solo entonces nadie la despreciaría. Creía que si alguien solo decía la verdad y jamás mentía, esa persona era idiota. Por eso, siempre había engañado y tejido una red de mentiras en aras de mis propios intereses, volviéndome cada vez más astuto, falso y con menos semejanza humana normal. Había antepuesto la reputación y el estatus a la verdad, y estaba dispuesto a mentir e ir contra la verdad para proteger mi reputación y estatus. Satanás es un mentiroso, así que cuando miento y engaño así, ¿no soy yo igual? En este mundo malvado es muy difícil ser honesto e ingenuo. Pero en la casa de Dios es todo lo contrario. En la casa de Dios reinan la justicia y la verdad, y cuanto más engaña una persona, más probable es que caiga y, al final, todos los falsos serán revelados y descartados por Dios. Dios dice: “Si la gente desea salvarse, debe empezar por ser honesta(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). “Solo la gente honesta puede formar parte del reino de los cielos(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica más fundamental de ser una persona honesta). Dios es santo, y la gente sucia no puede entrar en el reino de los cielos. Cuando me di cuenta, sentí que el carácter santo y justo de Dios no tolera ofensa, y me arrepentí de verdad de haber mentido a mis hermanos y hermanas. Me odiaba mucho y no quería volver a mentir ni engañar. Quería practicar la verdad, ser honesto y hablar honestamente con todos. Quería arrancar las mentiras de mi boca y el engaño de mi corazón. Solo haciendo esto sería digno de la aprobación de Dios y tendría la oportunidad de ganar la verdad y ser salvado.

En uno de mis devocionales, leí un pasaje de la palabra de Dios: “La práctica de la honestidad abarca muchos aspectos. En otras palabras, el estándar para ser honesto no se logra simplemente con un solo aspecto; debes estar a la altura en muchos otros antes de poder ser honesto. Algunas personas siempre piensan que basta con no mentir para ser honesto. ¿Es correcto este punto de vista? ¿Ser honesto consiste tan solo en no mentir? No, también tiene que ver con otros aspectos. En primer lugar, no importa a qué te enfrentes, ya sea a algo que hayas visto con tus propios ojos o a algo que otra persona te haya contado, ya sea a la hora de relacionarte con la gente o de resolver un problema, ya sea a la tarea que debas realizar o a algo que Dios te haya encomendado, siempre debes abordarlo con un corazón honesto. ¿Cómo hay que abordar las cosas con un corazón honesto? Di lo que piensas y habla con honestidad; no digas palabras vacías, pomposas o que suenen bonitas, no digas cosas falsas halagadoras o hipócritas, en cambio, di las palabras que hay en tu corazón. Esto es ser alguien honesto. Expresar los verdaderos pensamientos y opiniones que hay en tu corazón: esto es lo que se supone que hacen las personas honestas. Si nunca dices lo que piensas, y las palabras se enconan en tu corazón, y lo que dices no coincide siempre con lo que piensas, eso no es propio de una persona honesta(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). La palabra de Dios me dio una senda de práctica. Ya sea interactuando con otros o haciendo mi deber, debo tener en mi enfoque un corazón honesto. Como no había hecho un trabajo de seguimiento, debía ser honesto al respecto. No debía pensar en el perjuicio de mi reputación. Practicar ser una persona honesta es la clave. En la siguiente reunión de colaboradores, quise tomar la iniciativa y exponer mi corrupción, pero me preocupaba lo que pensaran todos de mí. De nuevo quería salvaguardar mi reputación y mi estatus, y entonces le oré en silencio a Dios, le pedí que me guiara, me diera el valor para exponer mi corrupción, practicar la verdad y ser una persona honesta. Recordé un pasaje de la palabra de Dios que había leído antes: “Si no practicas según las palabras de Dios y nunca diseccionas tus secretos y desafíos, y nunca te abres en comunicación con otros o compartes, diseccionas o sacas a la luz tu corrupción y tus graves defectos con ellos, entonces no puedes salvarte(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica más fundamental de ser una persona honesta). Me di cuenta de que si no era una persona honesta, seguía tapando mi corrupción y defectos, no me abría, revelaba o analizaba, nunca me despojaría de mi carácter corrupto ni me salvaría. Oré de nuevo a Dios en mi corazón: “¡Dios! Dame fuerzas para simplemente abrirme y ser una persona honesta”. Después de orar, tomé la iniciativa de sincerarme con otros hermanos y hermanas, diciendo que mentí y engañé a todos en la última reunión cuando el líder estuvo preguntando sobre el riego de los nuevos fieles. Dicho esto, ellos no me reprendieron ni despreciaron. Al contrario, les pareció bien que pudiera abrirme y ser honesto. Al practicar así, me sentí mucho más tranquilo y en paz.

Poco después, un líder superior me preguntó: “¿Conoces el estado actual de los líderes de la iglesia?”. Me sentí un poco inseguro ante esta pregunta, pues solo conocía el estado de un líder, pero no el de los otros dos. Pensé para mis adentros: “Si digo la verdad ¿dirá el líder que no he hecho trabajo real?”. Y entonces quise decir que sí lo conocía. Me di cuenta enseguida de que quería volver a mentir, así que oré a Dios. Luego dije la verdad: “Solo conozco el estado de un líder de la iglesia, desconozco el de los otros dos”. El líder no me criticó por ello, en cambio me hizo alguna sugerencia, diciendo que debía preocuparme con más regularidad sobre los estados de los líderes, y ayudar a resolver rápido sus dificultades si tuvieran alguna, y el líder también me compartió algunas sendas para hacer el trabajo. Aprendí que, cuando decía la verdad, era honesto y me atrevía a exponer mi corrupción y defectos, no sólo me podían ayudar mis hermanos y hermanas y más ganaba, sino que también era beneficioso para la obra de la iglesia y mi crecimiento en la vida. Antes, mentía y usaba el engaño para proteger mi reputación y estatus, pero después de decir una mentira me pesaba el corazón, lo acusaba mi conciencia y, lo que es más importante, perdía mi integridad y mi dignidad, y además era aborrecido y odiado por Dios. Mediante esta experiencia, he llegado a comprender que las personas honestas gustan tanto a Dios como a los hombres, y que cuanto más honestos seamos, más armoniosas serán nuestras relaciones con los demás, y más tranquilos y en paz estaremos. No solo los otros no nos despreciarán sino que, al contrario, recibiremos la ayuda de nuestros hermanos y hermanas. Ser una persona honesta es realmente maravilloso.

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