¿Debemos vivir de acuerdo con las virtudes tradicionales?
Cuando estaba en la escuela primaria, un texto dejó una honda impresión en mí: la historia de la entrega de peras de Kong Rong. Kong Rong dio las más grandes a sus hermanos mayores y menores, mientras que él tomó las más pequeñas, y su padre lo elogió. Esta historia se escribió en el “Clásico de tres caracteres”. Su carácter me pareció excelente entonces, y me dije que yo también sería una niña así. Por ello, desde mi infancia, si había algo especialmente delicioso o divertido, aunque lo quisiera, como Kong Rong, daba esas cosas a mis hermanas mayores y menores y nunca peleaba por ellas. A mis hermanas les caía muy bien por ese motivo, mientras que mis mayores me elogiaban aún más y les decían a otros niños que aprendieran de mí. Esto me hizo creer más todavía que este era el tipo de humanidad que debía tener la gente. Cuando empecé a creer en Dios, también me llevaba así con mis hermanos y hermanas. En el deber y en la vida, no peleaba por nada. Siempre priorizaba a los demás en todo. Por consiguiente, mis hermanos y hermanas me recibían bien y todos decían que era fácil llevarse bien conmigo, que no era egoísta, y sí considerada. Estaba orgullosísima por comportarme de esta forma y siempre creí tener buena humanidad. Luego, revelada por determinados ambientes, por fin logré entender un poco mis ideas falaces sobre las cosas.
En enero de este año, por necesidades de la labor evangelizadora, hubo que buscar muchos nuevos evangelizadores y regantes, por lo que se me pedía buscar y formar personal de riego sin cesar. A veces, cuando encontraba hermanos y hermanas adecuados para el riego, el personal evangelizador se hacía con ellos antes que yo. Esto me caía muy mal, pero me daba mucha vergüenza decirlo porque pensaba que todos me creerían egoísta. Descubrí un método. Envié adrede un mensaje al diácono de riego para decirle que los evangelizadores se llevaban a la gente adecuada para el riego. Esto provocó prejuicios del diácono de riego hacia los evangelizadores e imposibilitó la cooperación armoniosa entre ellos. Cuando se enteró una líder superior, trató conmigo con severidad y me reveló por decir cosas para enredar y perturbar la labor de la iglesia. Me entristeció que me podara y tratara, pero no reflexioné ni me conocí en modo alguno.
Un día me enteré de que una hermana, Lyse, tenía aptitud y entendimiento, así que era muy apta para el trabajo de riego. Le pedí a la líder de la iglesia que trasladara a esta hermana al riego de nuevos fieles. Sin embargo, después hubo una necesidad urgente de predicadores y la líder de la iglesia envió a Lyse a predicar. Me sentí muy ofendida cuando me enteré y quería hablarle de ello a la líder de la iglesia, pero pensé que, en tal caso, seguro que mis hermanos y hermanas creerían que era egoísta y que me gustaba pelear las cosas. Me dije: “No, no puedo hacerlo. Así pareceré generosa y bondadosa”. Por ello, reprimí mi resentimiento y afirmé hipócritamente que me alegraba por Lyse y que tanto el riego como la evangelización eran trabajos de la casa de Dios. Luego, la líder de la iglesia señaló: “El hermano Jerome tiene aptitud y enseña bien la verdad para resolver problemas”. Quería pedirle a este hermano que viniera a regar a los nuevos fieles, pero, inesperadamente, la líder de la iglesia dijo que ya lo había enviado a la labor evangelizadora. No aguanté más. La última vez había pedido a la hermana Lyse que fuera a predicar. ¿Por qué asignó también a la siguiente persona a la labor evangelizadora? Necesitábamos desesperadamente personal de riego. Le conté entonces la situación a la líder de la iglesia. Tras escucharme, respondió: “Te dejaré al hermano Jerome porque es más necesario en el trabajo de riego”. Sin embargo, vi que, dado que la líder de la iglesia ya lo había enviado a la labor evangelizadora, si insistía en llevármelo, me preocupaba que dijeran que era egoísta y que insistía en llevarme a los buenos. Así pues, decidí dejar que predicara el evangelio. Eso demostraría que yo tenía buena humanidad, que no era egoísta y que podía pensar en los demás. Puse un mensaje en el grupo de que Jerome sería un buen evangelizador y envié varios emojis alegres de celebración. En realidad, todo era fingido. Tenía un humor de perros y me embargaban las quejas. ¿Cómo podía creer la líder que solo la evangelización necesitaba buen personal? No veía nuestras dificultades reales. Cuanto más lo pensaba, más ofendida me sentía.
Días después atravesé otra situación. La líder nos pidió informes del personal recién formado. Vi que los evangelizadores formaban a más gente que nosotros, los obreros de riego, y de nuevo no lo pude soportar. La insatisfacción y la queja se instalaron enseguida en mi mente. No esperaba que ellos formaran a tanta gente. Hasta les había dejado a Lyse y a Jerome. Era demasiado injusto. Ya había más obreros de evangelización que de riego. Al pensar en la enorme cifra de nuevos fieles futuros y en el poco personal de riego que teníamos, sentí mucha presión, así como prejuicios contra mi líder. Me parecía que solo pensaba en la labor evangelizadora y que nadie pensaba en la de riego. Cuanto más lo pensaba, más triste me sentía, y no pude evitar llorar allí sentada. Al ver al diácono de evangelización y a la líder de la iglesia hablar con entusiasmo de los nuevos del grupo, me sentía una intrusa, y tan frustrada que incluso quería marcharme del grupo. Ese día, a mediodía, estaba tan triste que no pude comer. Me acosté yo sola, llorando, y creía que, de seguir así, estaba destinada a enfermarme. Cuando vio mi estado una hermana que conocía, me dijo que yo no hablaba directamente y que disimulaba para que me creyeran humilde y me admiraran los demás. Advertida por mi hermana, por fin me puse a hacer introspección.
En la palabra de Dios leí: “¿Sabéis quiénes son fariseos en realidad? ¿Hay algún fariseo a vuestro alrededor? ¿Por qué se llama a estas personas ‘fariseos’? ¿Cómo se describe a los fariseos? Se trata de personas hipócritas, completamente falsas y que actúan en todo lo que hacen. ¿De qué modo actúan? Fingen ser buenas, amables y positivas. ¿Son así en realidad? En absoluto. Como son hipócritas, todo lo que se manifiesta y se revela en ellos es falso; todo es pretensión: no es su verdadero rostro. ¿Dónde se oculta su verdadero rostro? Está escondido en el fondo de su corazón, para que nadie lo vea jamás. Todo lo que hay en el exterior es una actuación, es todo falso, pero solo pueden engañar a la gente, no a Dios. […] A otros, estas personas parecen muy devotas y humildes, pero en realidad es una falsedad; parece tolerante, comprensiva y cariñosa, pero en realidad es una simulación; dice amar a Dios, pero en realidad es una actuación. Otros creen que estas personas son santas, pero en verdad es falso. ¿Dónde puede encontrarse una persona que sea verdaderamente santa? La santidad humana es totalmente falsa. No es más que una actuación, una simulación. Por fuera, parecen leales a Dios, pero en realidad solo están actuando para que otros los vean. Cuando nadie mira, no tienen ni pizca de lealtad y todo lo que hacen es superficial. En apariencia, se esfuerzan por Dios y han abandonado a su familia y su carrera, pero ¿qué hacen en secreto? Se ocupan de sus propios asuntos y van por su propia cuenta en la iglesia, beneficiándose de la iglesia y robando las ofrendas en secreto con el pretexto de trabajar por Dios… Estas personas son los fariseos hipócritas modernos” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). “Si lo que buscas es la verdad, lo que practicas es la verdad y el fundamento de tu discurso y de tus acciones son las palabras de Dios, otros se beneficiarán y ganarán a consecuencia de tu discurso y tus acciones con principios. ¿No sería eso beneficioso para ambas partes? Si, limitado por el pensamiento de la cultura tradicional, tú finges mientras los demás hacen lo mismo, brindas sutilezas remilgadas mientras ellos se muestran demasiado serviles, y todos fingen entre sí, entonces ninguno de vosotros es bueno. Tanto ellos como tú os mostráis demasiado serviles y os dedicáis a las sutilezas todo el día, sin una palabra de verdad y materializando en la vida únicamente la buena conducta promovida por la cultura tradicional. Aunque dicha conducta, desde fuera, sea convencional, toda ella es hipocresía, una conducta que engaña y embauca a los demás, una conducta que estafa y engaña a la gente sin una sola palabra sincera. Si te haces amigo de una persona así, eres susceptible de que al final te estafe y engañe. No hay nada que te edifique en su buena conducta. No te enseña sino falsedad y engaño: tú lo engañas, y él a ti. Lo que notarás, en definitiva, será una degradación extrema de tu integridad y dignidad, y la tendrás que soportar. Tendrás que seguir presentándote con remilgada cortesía, con gentileza refinada, sin discutir con los demás ni exigirles demasiado. Tendrás que seguir siendo paciente y tolerante, afectando, con sonrisa radiante, despreocupación y una generosidad amplia de miras. ¿Cuántos años de entrenamiento esforzado hacen falta para llegar a ese estado? Si te exigieras vivir así ante los demás, ¿no te agotaría la vida? Fingir tanto amor sabiendo muy bien que no lo tienes… ¡No es nada fácil semejante hipocresía! Notarías cada vez más el agotamiento de comportarte de esta forma como persona; preferirías nacer vaca o caballo, cerdo o perro en tu próxima vida, antes que como ser humano. Todos son demasiado falsos y malvados para ti” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (3)). Dios revelaba que la gente vive con una hipocresía basada en ideas culturales tradicionales, lo que solo acarrea dolor, depresión y aislamiento. Esto me llegó al alma, pues estas ideas me habían hecho mucho daño. Sobre todo cuando leí “Fingir tanto amor sabiendo muy bien que no lo tienes… ¡No es nada fácil semejante hipocresía!” sentí mucha vergüenza. Estas palabras me describían. Obviamente, no era muy generosa, pero tenía que fingir que lo era, y cuando no pensaba en el trabajo de la iglesia, fingía igualmente que sí. Cuando pidieron a Lyse y a Jerome que predicaran el evangelio, era obvio mi disgusto, pero me forcé a sonreír y hasta envié un mensaje que decía que me alegraba de que predicaran el evangelio. Fui muy falsa y disimulada. La palabra de Dios revela que los fariseos eran unos hipócritas que siempre disimulaban. Aparentaban buena humanidad, tolerancia, humildad y piedad, pero, en realidad, con este método engañaban y enredaban a la gente para preservar su estatus y su puesto. Su esencia era de odio por la verdad y por Dios, razón por la cual el Señor Jesús los condenó como serpientes y les declaró ocho ayes. Sentí miedo mientras meditaba estas cosas. Mi hipocresía era justo como la de los fariseos. En los nombramientos de personal había exteriorizado que no pelearía con nadie, y quería intercambiar esto por una buena valoración de los demás. Afirmaba hacerlo todo por los intereses de la iglesia, pero, a decir verdad, pensaba en mi propia imagen. Me preocupaba que dijeran los evangelizadores que era egoísta, poco humana, y que no pensaba en el trabajo de la iglesia, así que tenía que comedirme. Aunque por fuera aparentara generosidad y magnanimidad, sufría mucho, tenía mucho resentimiento e incluso prejuicios contra la líder de la iglesia y el diácono de evangelización. Pero escondía estas ideas donde no pudieran verlas para que mis hermanos y hermanas me creyeran de buena humanidad y capaz de defender la labor de la iglesia. Reflexioné acerca de mis intenciones y de lo que había revelado, y me repugnó mi conducta. Engañaba y embaucaba con mis buenas acciones visibles, asenté mi imagen, y todo cuanto decía y hacía era repugnante y odioso para Dios.
Después, escuché varias veces las palabras de Dios que analizan la cultura y la virtud tradicional y me puse a reflexionar. ¿Qué clase de ideas de la cultura tradicional me controlaban para vivir de forma tan hipócrita y dolorosa? Leí unas palabras de Dios. “En la cultura tradicional está la historia de la entrega de las peras más grandes por parte de Kong Rong. ¿Qué opináis? ¿Es mala persona aquella que no pueda ser como Kong Rong? La gente creía que todo aquel que pudiera ser como Kong Rong era de carácter noble y sólida integridad y desinteresadamente altruista, una buena persona. ¿Es el Kong Rong de este relato histórico un ejemplo seguido por todos? ¿Lleva la gente, en cierto modo, al personaje en el corazón? (Sí). No es su nombre, sino sus pensamientos y prácticas, su moralidad y su conducta, lo que lleva la gente en el corazón. La gente estima dichas prácticas, las ve con buenos ojos y admira para sus adentros la virtud de Kong Rong” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (10)). “Los intelectuales están profundamente influenciados por la cultura tradicional. No la aceptan simplemente, sino que aceptan muchas ideas y opiniones de la cultura tradicional en lo profundo de su corazón, donde las consideran cosas positivas. Incluso toman ciertos dichos famosos como máximas. Al hacer tales cosas, se han descarriado en la vida. La cultura tradicional está personificada en las enseñanzas del confucianismo, que contienen un conjunto de ideología y teorías que principalmente promueven la moral y la cultura tradicionales. A lo largo de las dinastías, estas enseñanzas han sido valoradas por las clases gobernantes, que veneraban a Confucio y Mencio como sabios. Las enseñanzas del confucianismo sostienen que, como persona, uno debe velar por que se defienda la benevolencia, la justicia, la cortesía, la sabiduría y la sinceridad, lo que significa que uno debe aprender a estar tranquilo y sereno en primer lugar cuando suceden cosas, a ser indulgente, a decir bien lo que se tiene que decir, a no competir ni luchar, y se debe aprender a ser cortés a fin de ganarse el respeto de los demás; solo una persona así tiene un comportamiento ejemplar. Alguien así se posiciona por encima de la gente común; para ellos, los demás son gente a la que hay que complacer y tolerar. El ‘efecto’ del conocimiento es bastante grande. ¿Acaso tales personas no se parecen mucho a los hipócritas? Con suficiente conocimiento, la gente se convierte en hipócrita. La frase que captura a este grupo de eruditos cultos y refinados es la ‘elegancia académica’. […] En particular, se dedican a estudiar e imitar las formas refinadas que su círculo ha adoptado. ¿Qué tono utilizan al hablar entre sí, al debatir las cosas? Usan expresiones muy suaves y sus palabras son refinadas y sutiles, y solo expresan su propia opinión. No dicen que la opinión de otro está equivocada, aunque sepan que así es; nadie heriría a otro de semejante manera. Y su discurso es sumamente amable, es pura suavidad: galanterías indoloras que asquean a quienes las escuchan, y los hacen ponerse nerviosos y enfadarse. Esa gente es muy pretenciosa. Aplican su pretensión hasta en lo más mínimo, encubriéndola prolijamente, sin que nadie la llame por su nombre. En presencia de la gente común, ¿qué clase de postura quieren exhibir? ¿Qué tipo de imagen quieren proyectar? Intentan hacer que la gente común los vea como humildes caballeros. Los caballeros están por encima de los demás, son dignos de admiración. La gente cree que sus opiniones son más importantes que las de una persona corriente, y que entienden mejor las cosas, por eso consultan sobre todos sus asuntos con esos intelectuales. Ese es el resultado que tales intelectuales desean lograr. Todos ellos desean que los veneren como sabios” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (I)). La palabra de Dios describía mi problema preciso. ¿Por qué era capaz de ver estos buenos actos hipócritas como cosas positivas que emular? Por influencia de la idea cultural tradicional de la entrega de peras por parte de Kong Rong. Vivía de acuerdo con esta idea desde pequeña. Para que la gente creyera que era una niña buena, les daba a mis hermanas muchos de mis juguetes y bocados favoritos. De mayor también era humilde y mostraba generosidad en todo. Aunque lo hacía a regañadientes, creía que solo así podía demostrar buena humanidad y que conocía los modales y que era el único modo de ganarme el respeto de los demás, así que aguantaba a regañadientes. Como creyente en Dios, aún practicaba esta noción tradicional como verdadera. En estos dos nombramientos de personal había sido paciente. Era evidente la falta de personal de riego, pero me puse una máscara de abnegación y dejé que predicaran el evangelio dos personas aptas para el riego. Con esto parecía noble y generosa, pero en realidad estaba tan negativa que lloré varias veces a escondidas por la falta de personal. Albergaba prejuicios contra la líder de la iglesia y, al final, el trabajo de riego se vio afectado. ¿Qué sentido tiene “dar” de esta manera? Por mi buena imagen, adoptaba una postura noble, como Kong Rong, y me daba igual si afectaba a la labor de la iglesia. Era una auténtica hipócrita. Si de veras me interesara la labor de la iglesia, habría evaluado la necesidad de personal según las demandas reales del trabajo de riego, pero, por preservar mi imagen, no seguí para nada los principios. Aunque el trabajo de riego se viera afectado por la falta de personal, seguí empeñada en ceder generosamente a algunas personas. Me ganaba el elogio de los demás a costa de demorar la labor de riego. Con razón le resulta hipócrita a Dios la gente así. Me di cuenta de que mi conducta era muy falsa.
Más tarde leí unas palabras de Dios que me sacudieron. Dios Todopoderoso dice: “Debéis tener claro que ningún tipo de afirmación sobre la virtud es la verdad, y que ni mucho menos puede sustituir a la verdad. Ni siquiera es una cosa positiva. Cabe decir con certeza que estas afirmaciones sobre la virtud son falacias heréticas con que Satanás engaña a la gente. No son en sí mismas la realidad de la verdad que debe tener la gente ni cosas positivas con que la humanidad normal deba vivir. Estas afirmaciones sobre la virtud constituyen falseamientos, apariencias, falsificaciones y trampas; son conductas ficticias y en absoluto tienen su origen en la conciencia y la razón del hombre ni en su pensamiento normal. Por tanto, todas las afirmaciones de la cultura tradicional respecto a la virtud son herejías y falacias absurdas. Con estas pocas palabras, en este día han sido condenadas, en su totalidad y a muerte, las afirmaciones que manifiesta Satanás sobre la virtud. Si ni siquiera son cosas positivas, ¿cómo puede aceptarlas la gente? ¿Cómo puede vivir la gente de acuerdo con estas ideas y perspectivas? Se debe a que estas afirmaciones sobre la virtud se adaptan muy bien a las nociones e imaginaciones de la gente. Provocan admiración y aprobación, por lo que la gente las acepta en su interior y, aunque no sepa ponerlas en práctica, para sus adentros las asume e idolatra con deleite. Por ende, Satanás emplea varias afirmaciones sobre la virtud para engañar a la gente, para controlar su corazón y su conducta, pues, en su interior, la gente idolatra y cree ciegamente todo tipo de afirmaciones sobre la virtud, y a toda ella le gustaría utilizar estas afirmaciones para fingir mayor dignidad, nobleza y amabilidad y, así, lograr su objetivo de ser muy apreciada y elogiada. En resumen, las diversas afirmaciones sobre la virtud requieren que la gente demuestre algún tipo de conducta o cualidad humana en el ámbito de la virtud. Estas conductas y cualidades humanas parecen bastante nobles y son veneradas, por lo que, en su interior, toda persona aspira encarecidamente a ellas. Sin embargo, lo que no ha tenido nadie en cuenta es que estas afirmaciones sobre la virtud no son, en absoluto, los principios de conducta que deba seguir una persona normal, sino una serie de conductas hipócritas que se pueden fingir. Son desviaciones de los criterios de la conciencia y la razón, divergencias de la voluntad de la humanidad normal. Satanás emplea afirmaciones falsas y fingidas sobre la virtud para engañar a la gente, para que esta los idolatre a él y a esos hipócritas presuntamente sabios, lo que hace que la gente considere la humanidad normal y los criterios de conducta humana cosas corrientes, simples y hasta despreciables. La gente desprecia esas cosas y le parecen deleznables. Esto es porque las afirmaciones de virtud defendidas por Satanás son muy vistosas y están muy adaptadas a las nociones e imaginaciones del hombre. La realidad, no obstante, es que ninguna afirmación sobre la virtud, sea la que sea, es un principio que deba seguir la gente en su conducta ni en sus relaciones en el mundo. Reflexionad: ¿acaso no es así? Básicamente, las afirmaciones de virtud son meras exigencias para que, superficialmente, la gente tenga una vida más digna y noble, con lo que otras personas llegarán a idolatrarla o elogiarla en lugar de menospreciarla. La esencia de estas afirmaciones indica que son meras exigencias para que la gente demuestre virtud mediante una buena conducta, de modo que oculte y modere las ambiciones y los deseos absurdos de la humanidad corrupta y, además, encubra la naturaleza y la esencia, malvadas y horribles, del hombre. Están destinadas a mejorar la personalidad de alguien mediante conductas y prácticas superficialmente buenas, a mejorar la imagen que los demás tengan de ella y la valoración que reciba del resto del mundo. Estos puntos demuestran que las afirmaciones de virtud tratan de encubrir los pensamientos y puntos de vista internos del hombre, su rostro horrendo y su naturaleza y esencia mediante conductas y prácticas superficiales. ¿Se puede llegar a encubrir estas cosas? ¿Tratar de encubrirlas no las hace aún más evidentes? No obstante, a Satanás no le importa eso. Su propósito es encubrir el rostro horrendo de la humanidad corrupta, encubrir la verdad de la corrupción del hombre. Así, Satanás hace que la gente adopte las manifestaciones conductuales de la virtud para disimular; es decir, con las reglas y conductas de la virtud hace un primoroso envoltorio de la apariencia del hombre que mejora las cualidades humanas y la personalidad de alguien para que los demás lo estimen y elogien. En principio, estas afirmaciones sobre la virtud determinan si una persona es noble o despreciable a tenor de su conducta” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (10)). Tras leer las palabras de Dios fue cuando entendí que siempre había tenido una idea falaz: consideraba las virtudes de la cultura tradicional un criterio para evaluar si la humanidad de una persona era buena o mala. Opinaba, erróneamente, que la virtud era verdad y creía que la gente virtuosa tenía buena humanidad. A decir verdad, la virtud no es el principio vital que debe seguir la gente. Es un acto hipócrita y, en esencia, un método de Satanás para engañar y corromper a la gente. Con la cultura tradicional, Satanás le inculca normas morales de vida a la gente para que esta, mediante buenas acciones visibles, disimule y oculte su corrupción interna a fin de ganarse la estima de los demás; por ende, la gente cada vez es más hipócrita y astuta. Vi que también yo era así. Las virtudes de la cultura tradicional eran mi criterio de actuación. Aunque pareciera que no peleaba las cosas y me llevara bien con los demás, en realidad me forzaba a hacer buenas acciones para que dijeran que era buena y para conservar mi imagen en sus corazones, pero afirmaba tener en cuenta la labor de la iglesia. ¡Qué astuta!
Luego leí esto en la palabra de Dios: “Una persona inteligente y prudente debe analizar sin demora las diversas conductas y exigencias que surgen de los principios de benevolencia, justicia, cortesía, sabiduría y sinceridad de la cultura tradicional. Mira cuál valoras más, aquel que siempre observas, el que es tu fundamento y tu directriz permanente a la hora de considerar a las personas y circunstancias, al comportarte y actuar. Luego debes comparar esas cosas que observas con las palabras y exigencias de Dios, y considerar si esas cosas de la cultura tradicional son contradictorias y opuestas a las verdades que Dios expresa. Si descubres realmente un problema, debes analizar de inmediato en qué, exactamente, ha errado y es absurda la cultura tradicional. Aclaradas estas cuestiones, sabrás qué es verdad y qué falacia. Tendrás una senda de práctica y elegirás la senda por la que deberás ir. Busca la verdad de esta manera, y podrás enmendarte” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (5)). Con la palabra de Dios entendí que, si no quieres vivir según estas ideas tradicionales, primero has de discernirlas, analizarlas y averiguar en qué se equivocan, por qué son absurdas, en qué vulneran la verdad y qué consecuencias acarrea vivir de acuerdo con ellas. Hasta que no tengas esto claro no podrás renunciar a ellas y aceptar la verdad. Empecé a preguntarme: ¿Se ajusta a los principios de la verdad la “entrega” de peras de Kong Rong? ¿Es esta “entrega” una exigencia de Dios para tener una humanidad normal? Los que lo aguantan todo, ¿son realmente buenas personas? Mi paciencia ciega había ocasionado había ocasionado una grave escasez de personal de riego. Para mostrar generosidad y aguante en todo, dije muchas mentiras hipócritas. La educación en estas ideas tradicionales, en vez de convertirme en una buena persona, me había hecho hipócrita y astuta. Cuando me ganaba la estima de los demás, no estaba contenta, sino cada vez más deprimida y desdichada. Eran los amargos frutos de haber idolatrado la cultura tradicional. Si no revelara Dios la esencia de la cultura tradicional, habría estado ciega toda la vida. No podía parar de darle gracias por expresar la verdad y analizar las ideas tradicionales, gracias a lo cual desperté.
Después pensé: “Como la virtud de Kong Rong de entregar peras era una mera buena conducta externa y no implicaba que tuviera buena humanidad, ¿qué es la auténtica buena humanidad?”. En la palabra de Dios leí: “Debe haber un estándar para tener buena humanidad. No consiste en tomar la senda de la moderación, no apegarse a los principios, esforzarse por no ofender a nadie, ganarse el favor dondequiera que se vaya, ser suave y habilidoso con todo el que se encuentre y hacer que todos hablen bien de ti. Este no es el estándar. Entonces, ¿cuál es el estándar? Es tener principios y asumir la responsabilidad de cómo tratamos a Dios, la verdad, el cumplimiento del deber y a toda clase de personas, acontecimientos y cosas. Esto es evidente para todos; todos lo tienen claro en su interior. Además, Dios escudriña el corazón de la gente y la conoce su situación, a todos y cada uno; sean quienes sean, nadie puede engañar a Dios. Algunas personas alardean de poseer buena humanidad, de jamás hablar mal de los demás, jamás perjudicar los intereses de otros, y sostienen que jamás han codiciado los bienes del prójimo. Cuando hay una disputa sobre los intereses, incluso prefieren perder a aprovecharse de los demás, y todos piensan que son buenas personas. Sin embargo, cuando llevan a cabo sus deberes en la casa de Dios, son maliciosos y escurridizos, siempre maquinando para sí mismas. Nunca piensan en los intereses de la casa de Dios, nunca tratan como urgentes las cosas que Dios considera urgentes ni piensan como Dios piensa, y nunca pueden dejar a un lado sus propios intereses a fin de llevar a cabo su deber. Nunca abandonan sus propios intereses. Aunque ven a los malvados hacer el mal, no los exponen; no tienen principio alguno. ¿Qué clase de humanidad es esta? No es humanidad buena. No prestes atención a lo que dice una persona así; debes ver qué vive, qué revela y cuál es su actitud cuando lleva a cabo sus deberes, así como cuál es su condición interna y qué ama. Si su amor por su propia fama y fortuna excede su lealtad a Dios, si su amor por su propia fama y fortuna excede los intereses de la casa de Dios, o si su amor por su propia fama y fortuna excede la consideración que muestra por Dios, entonces ¿esa persona posee humanidad? No es alguien con humanidad. Su comportamiento puede ser visto por los demás y por Dios. Es muy difícil que tal persona gane la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entregando el corazón a Dios, se puede obtener la verdad). Con la palabra de Dios entendí que alguien con auténtica buena humanidad ama la verdad y las cosas positivas, es responsable en el deber, se atiene a los principios de la verdad y defiende el trabajo de la iglesia. Quienes aparentemente no ofenden, aguantan ciegamente y sin principios y prefieren sufrir una pérdida antes que aprovecharse de otros, aunque aparenten tener buen temperamento, en el deber siempre aspiran a proteger sus intereses y jamás practican la verdad ni piensan en el trabajo de la iglesia. Esa gente no es de buena humanidad. Ya no quería vivir de acuerdo con la cultura tradicional y ser una buena persona falsa. Quería vivir con semejanza humana según lo exigido por Dios.
Hallé una senda de práctica al leer Su palabra. “Debes buscar la verdad para resolver cualquier problema que surja, sea el que sea, y bajo ningún concepto disfrazarte o poner una cara falsa para los demás. Tus defectos, carencias, fallos y actitudes corruptas… sé totalmente abierto acerca de todos ellos y compártelos. No te los guardes dentro. Aprender a abrirse es el primer paso para entrar en la vida y el primer obstáculo, el más difícil de superar. Una vez que lo has superado, es fácil entrar en la verdad. ¿Qué significa dar este paso? Significa que estás abriendo tu corazón y mostrando todo lo que tienes, bueno o malo, positivo o negativo; que te estás descubriendo ante los demás y ante Dios; que no le estás ocultando nada a Dios ni estás disimulando ni disfrazando nada, libre de mentiras y trampas, y que estás siendo igualmente sincero y honesto con otras personas. De esta manera, vives en la luz y no solo Dios te escrutará, sino que también otras personas podrán comprobar que actúas con principios y cierto grado de transparencia. No necesitas ningún método para proteger tu reputación, imagen y estatus, ni necesitas encubrir o disfrazar tus errores. No es necesario que hagas estos esfuerzos inútiles. Si puedes dejar de lado estas cosas, estarás muy relajado, vivirás sin estar encadenado y sin dolor y completamente en la luz” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo aquellos que se someten sinceramente a Dios lo temen de corazón). Con la palabra de Dios entendí que no debía disimular para dar una falsa imagen ante los demás. En cambio, debía ser una persona honesta, sencilla y abierta, sincerarme y comunicar los problemas que tuviera para que mis hermanos y hermanas pudieran ayudarme mejor. Cuando no lo hablaba, aguantaba ciegamente las cosas y disimulaba, todos creían que no había falta de personal de riego y que iba bien el trabajo, pero en realidad yo sufría y perjudicaba el trabajo de la iglesia. Así pues, practiqué conscientemente según la palabra de Dios y me comunicaba de forma clara con mis hermanos y hermanas. Posteriormente, todos aportaron personal para el trabajo de riego. De ese modo vi lo fácil y agradable que es practicar según la palabra de Dios. Al vivir según la cultura tradicional, cada vez somos más corruptos, más falsos y astutos y más desdichados. Solo la práctica de la verdad nos permite vivir con semejanza humana, ser auténtica buena gente ¡y experimentar una paz y un gozo reales! ¡Gracias a Dios!