Lo que pasa por adular
En 2019 estuve formándome en un puesto de líder, trabajando junto a Wang. En el transcurso de nuestra relación, me enteré de que había ejercido de líder durante numerosos años en China y se había ocupado de muchos proyectos distintos. Al venir aquí, lo promovieron inmediatamente a líder y le hicieron responsable de varias iglesias. Creía que debía de tener bastante aptitud, captar bien los principios y comprender la verdad. Si no, ¿cómo podría ocuparse de unos deberes tan importantes? No podía evitar admirarlo un poco. Me decía a mí misma que yo estaba aprendiendo lo básico y no conocía muchos principios. No tenía mucha idea de las cosas y era propensa a confundirme en los asuntos complicados. Como compañera de alguien que conocía los principios, tenía que aprender de él y captar los principios cuanto antes para hacer bien el trabajo de la iglesia.
Con el tiempo, en las reuniones con Wang, lo oí hablar de un deber que había tenido en la China continental. Como a algunas iglesias no les iba demasiado bien, le hicieron responsable de ellas. Al principio creía que iba a ser un trabajo duro, por lo que no quería ir, pero, tras comer y beber de las palabras de Dios y orar, aceptó el deber. Una vez que lo asumió, hubo algunas dificultades de verdad, pero, después de un tiempo de arduo trabajo, las cosas empezaron a reactivarse en el trabajo de las iglesias. Al oír su explicación, me pareció que tenía aptitud y que realmente llevó una carga y tuvo en cuenta la voluntad de Dios al reavivar proyectos prácticamente fracasados. Debió de tener la obra del Espíritu Santo, así como la guía y las bendiciones de Dios. No pude evitar admirarlo aún más. A medida que cooperábamos, me aseguraba de escuchar atentamente sus enseñanzas. Hablaba de que había dejado a su familia y los sentimientos personales por cumplir con el deber, de cómo su familia trató de interponerse en su camino, de cómo superó las trampas de Satanás y se mantuvo firme en el testimonio, de cómo había discernido a los anticristos paso a paso y de cómo los había sacado de la iglesia, con lo que protegió a los hermanos y hermanas. También, de cómo sustentaba a los líderes que tenían dificultades en el trabajo tomándoles la mano para ayudarlos a aprender los principios. Al escuchar todas sus historias sentía que, aunque éramos compañeros, él estaba en un nivel superior al nuestro, al de la gente común, que tenía una visión más amplia de las cosas y que nosotros no nos acercábamos a él. A lo largo del tiempo observé atentamente cómo cumplía con el deber. En las reuniones empezaba enseñando las palabras de Dios sobre el amor de Dios al hombre, sobre cómo tener en consideración Su voluntad, sobre cómo obra Dios en nosotros y nos salva, sobre cuánta gracia nos otorga y sobre cómo debemos devolverle Su amor. Luego hablaba de cómo hacer un trabajo práctico y de cómo, en China, se había volcando en todo lugar en hacer un trabajo real, en lograr resultados. Después de todo eso, si observaba problemas en un área determinada, trataba con esos líderes y los analizaba por no hacer un trabajo práctico diciéndoles que carecían de humanidad y conciencia, que eran irresponsables, que no tenían en consideración la voluntad de Dios y que por eso Él no los guiaba y no podían lograr resultados. Luego hablaba de su trabajo en China, de cómo se amparaba en Dios para recibir la obra del Espíritu Santo y resolver todo problema y dificultad. Entonces les decía a esos líderes que fueran y confiaran en que Dios arreglaría las cosas. Pasado un tiempo, en las reuniones empezó a hacerles preguntas muy detalladas y a algunos lugares les iba mejor la labor evangelizadora. Esa forma de trabajar era totalmente nueva para mí. Cada fase enlazaba con la siguiente y todo era muy metódico. Su forma de hablar y trabajar era decidida y confiada, y muchos hermanos y hermanas lo admiraban de veras. Imaginaba que había sido líder mucho tiempo y que había acumulado mucha experiencia, por lo que se le daba mejor que a mí ocuparse de los problemas y tomar medidas correctivas. Su forma de trabajar parecía muy sublime y me preguntaba cuándo podría ser como él. Suponía que, si me ponía a hacer las cosas como él, yo también podría lograr buenos resultados y la admiración de los demás.
En reuniones posteriores con los hermanos y hermanas, yo comenzaba con pasajes sobre cómo pensar en la voluntad de Dios, hablaba de cómo Dios obra en nosotros y nos salva, de cómo debemos devolverle Su amor, de cómo volcarnos en el deber y hacer un trabajo práctico. Cuando el equipo evangelizador no conseguía buenos resultados, imitaba la forma de hablar de Wang y los podaba y trataba con ellos diciéndoles que su falta de resultados tenía que deberse a que no asumían una carga en el deber y que la gente así no tiene conciencia ni humanidad, que son meros hacedores de servicio. En cada reunión les preguntaba al detalle por los resultados de su labor evangelizadora. Cuando las cosas no pintaban bien, los desdeñaba, pues creía que, si no podían lograr buenos resultados ni siquiera después de tantas enseñanzas, era porque no se esforzaban en ello. Entonces les enseñaba cómo hacer un trabajo práctico en el deber, a volcarse en él y no ser negligentes. Los podaba y trataba con ellos con mis enseñanzas. Sin embargo, ni siquiera después mejoraba su rendimiento. Estaba muy confundida: si seguía el método de trabajo de Wang, ¿por qué no lograba resultados? No hice introspección hasta más adelante, cuando una hermana me dijo algo. Charlando de cómo nos sentíamos en el deber y de los desafíos que teníamos, se sinceró conmigo y me comentó que se sentía muy presionada y limitada en su trabajo conmigo, que en todas las reuniones yo adoptaba una postura altiva, la reprendía y, después, ella se armaba de valor y simplemente continuaba tachando cosas de una lista. Temía que tratara con ella si no lo hacía bien y se sentía tan presionada que ya no quería estar en reuniones conmigo. Añadió que yo no hablaba mucho de mi corrupción y mis faltas, sino solo de los problemas de otros, por lo que la gente no podía penetrar en mi corazón y se sentía distante de mí. Lloraba mientras me lo contaba. Fue algo muy perturbador de oír; sentí que le había hecho mucho daño. No sabía que, al cumplir así con el deber, lastimaría tanto a los demás. Solamente quería cumplir bien con él y mejorar los resultados del trabajo. En cambio, no solo no cumplía bien con el deber, sino que hacía que los hermanos y hermanas se sintieran limitados. ¿En qué me estaba equivocando? Me presenté ante Dios en oración y búsqueda para pedirle que me guiara a fin de comprender mi problema.
En mis devociones vi este pasaje de las palabras de Dios: “Si como líder u obrero de la iglesia debes guiar a los escogidos de Dios para que entren en la realidad de la verdad y den un testimonio apropiado de Dios, lo más importante es guiar a las personas para que pasen más tiempo leyendo Sus palabras y comunicando la verdad, para que los escogidos de Dios puedan tener un conocimiento más profundo de Sus objetivos en la salvación del hombre y el propósito de Su obra, y puedan entender la voluntad de Dios y Sus diversas exigencias hacia el hombre, permitiéndoles así entender la verdad. […] ¿Puedes hacer que la gente entienda la verdad y entre en su realidad si solo los tratas y los sermoneas? Si la verdad que comunicas no es real, si solo son palabras de doctrina, entonces no importa cuánto los trates y los sermonees, no servirá de nada. ¿Crees que el hecho de que la gente tenga miedo de ti y haga lo que le dices sin atreverse a llevarte la contraria equivale a que entienden la verdad y son obedientes? Ese es un gran error; la entrada en la vida no es tan sencilla. Algunos líderes son como un jefe nuevo que trata de causar una honda impresión, tratan de imponer a los escogidos de Dios su autoridad en cuanto la adquieren, para que todos se sometan a ellos, creyendo que eso facilitará su trabajo. Si careces de la realidad de la verdad, entonces en poco tiempo se revelará tu verdadero ser, tu verdadera estatura será expuesta, y puede que seas eliminado. En algunos trabajos administrativos, es aceptable un poco de trato, poda y disciplina. Sin embargo, si eres incapaz de proveer de verdad, si solo eres capaz de sermonear a la gente y lo único que haces es estallar de cólera, entonces esto es la revelación de tu carácter corrupto, y has mostrado la fea cara de tu corrupción. A medida que pasa el tiempo, los escogidos de Dios serán incapaces de recibir de ti la provisión de vida, no ganarán nada real, y por tanto sentirán repulsión y asco hacia ti y te evitarán. […] Algunos líderes y obreros no tienen capacidad para comunicar la verdad para resolver los problemas. Por el contrario, tratan con los demás sin reflexionar y hacen alarde de su poder para que los demás lleguen a tenerles miedo y a obedecerlos; estos son los métodos habituales de los falsos líderes y los anticristos. Los hechos demuestran que aquellos cuyo carácter no se ha transformado no son aptos para desempeñarse como líderes y obreros, y mucho menos están cualificados para servir a Dios y dar testimonio de Él” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo aquellos con la realidad-verdad pueden liderar). Todo lo descrito por Dios encajaba conmigo perfectamente, como anillo al dedo. En las reuniones con los hermanos y hermanas, cuando reparaba en que no lograban resultados, no trataba de entender sus dificultades reales ni por qué no difundían bien el evangelio y no me esforzaba por enseñarles la verdad para ayudarlos con sus problemas. Tan solo los podaba, trataba con ellos y los reprendía altivamente criticándolos por no llevar una carga y por falta de humanidad. Luego los hermanos y hermanas se sentían limitados y con miedo hacia mí, y se distanciaban. Los reprendía altivamente, los estresaba y ejercía mi poder, en vez de enseñarles verdades para ayudarlos. De seguir así, podía convertirme en una falsa líder o en un anticristo. Ante la gravedad del problema, me presenté ante Dios a orar: “Dios mío, abuso de mi poder y trato con la gente sin reflexionar. No lo hago bien en el deber y he lastimado a los hermanos y hermanas. Deseo arrepentirme ante Ti. Te ruego que me guíes”. Después hallé una senda de práctica en unas palabras de Dios. A partir de entonces, en las reuniones pedía a los hermanos y hermanas que hablaran de sus dificultades primero, y luego les contaba cómo veía los problemas y les enseñaba de acuerdo con las palabras de Dios. De ese modo, los demás no se sentían limitados y recibían ayuda. Me sentía mucho mejor al cabo de un tiempo haciendo así las cosas.
Creí que ya habían aprendido esa lección lo suficientemente bien hasta que leí un pasaje de las palabras de Dios que me ayudó a entender por qué imitaba las prácticas de trabajo de Wang y la senda por la que iba en mi fe en Dios. Las palabras de Dios dicen: “Sea cual sea la categoría de los líderes y obreros en una iglesia, si siempre los adoráis, si vuestros ojos están siempre puestos en ellos y los veneráis, si os apoyáis en ellos para todo y esperáis que esto os permitirá alcanzar la salvación, entonces todo esto no servirá de nada, ya que esta motivación es de por sí equivocada; cuando la gente cree en Dios, solo puede venerar y seguir a Dios. Independientemente de su rango de liderazgo, los líderes siguen siendo gente normal, y si los consideras tus superiores inmediatos, si sientes que son superiores a ti, que son más competentes que tú y deben guiarte, que sobresalen del resto en todos los sentidos, te equivocas, te engañas. ¿Y qué consecuencias acarrea este engaño? Este engaño, esta comprensión viciada, te llevará inconscientemente a evaluar a tus líderes en función de unos requisitos que no se ajustan a la realidad; a su vez, sin que lo sepas, también te verás intensamente atraído por su estilo, sus dones y talentos, de modo que, para cuando quieras darte cuenta, los estarás idolatrando y se habrán convertido en tus dioses. Esa senda, desde el momento en que empiezan a convertirse en tu ejemplo, el objeto de tu idolatría, hasta que te conviertes en uno de sus seguidores, te alejará inconscientemente de Dios. Y aunque te alejes poco a poco de Dios, continuarás creyendo que lo sigues, que estás en Su casa, en Su presencia. Pero en realidad, te ha alejado alguien que es de Satanás, o un anticristo, y ni siquiera te darás cuenta, lo cual es un estado de cosas muy peligroso. Para resolver este problema has de comprender y discernir con exactitud los distintos tipos de carácter de los anticristos y sus maneras de proceder, así como la naturaleza de sus actos y los métodos y trucos que les gusta emplear; además, debéis empezar por trabajar en vosotros mismos. Creer en Dios y, sin embargo, idolatrar al hombre no es la senda correcta. Tal vez algunos digan: ‘Bueno, yo sí tengo motivos para idolatrar a los líderes a quienes idolatro porque están en línea con mis nociones’. ¿Por qué te empeñas en idolatrar al hombre pese a creer en Dios? A fin de cuentas, ¿quién te salvará? ¿Quién te ama y protege realmente? ¿De verdad no lo ves? Sigues a Dios y escuchas Su palabra, y si alguien habla y actúa correctamente y está de acuerdo con los principios de la verdad, ¿no está bien obedecer la verdad? ¿Por qué eres tan vil? ¿Por qué te empeñas en buscar a alguien a quien idolatrar para seguirlo? ¿Por qué te gusta ser esclavo de Satanás? ¿Por qué no ser, en cambio, siervo de la verdad? Esto demuestra si una persona tiene sentido y dignidad. Debes comenzar por trabajar en ti mismo equipándote con las verdades que diferencian entre distintas personas y cosas, cultivando el discernimiento sobre diversos asuntos y las diferentes cosas que se manifiestan en distintas personas, sabiendo cuál es su esencia y qué tipos de carácter se revelan; también has de entender qué tipo de persona eres, qué tipo de personas son las que te rodean y qué tipo de personas son tus líderes. Debes ser capaz de juzgarlas con precisión. […] Si no buscas la verdad y siempre vives entre ciertas cosas que imaginas, y siempre dependes, veneras y halagas ciegamente a otras personas, si no vas por la senda de la búsqueda de la verdad, entonces ¿cuál será en definitiva la consecuencia? Todos son capaces de embaucarte. No eres capaz de ver a nadie como realmente es, ni siquiera a los anticristos más evidentes que te confunden con su manipulación; no obstante, continúas admirándolos por sus habilidades y bailas a su ritmo cada día. ¿Es eso ser alguien que sigue y obedece a Dios?” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Se comportan de forma extraña y misteriosa, son arbitrarios y dictatoriales, nunca comparten con los demás y los obligan a obedecerlos). Tras leer las palabras de Dios, entendí que, pese a tener fe, me hallaba en una senda en la que idolatraba y seguía a personas. Por mi relación con Wang, sabía que era líder desde hacía años, por lo que pensaba que buscaba la verdad y lo adulaba mucho. Al saber que había sido responsable del trabajo de varias iglesias y que había reavivado las cosas cuando iban mal, lo admiré todavía más. Creía que tuvo la guía del Espíritu Santo y las bendiciones de Dios en toda esa labor y que Dios debía de amarlo. Y al oírlo hablar de cómo tenía en consideración la voluntad de Dios, aparte de sus métodos de trabajo y sus resultados, sentí que, de todos esos líderes y obreros, Wang era el de más aptitud y capacidad, que tenía más estatura. Sin darme cuenta, tenía una grandiosa imagen mental de él. Comencé a idolatrarlo. Pensaba que, si quería ser una líder capacitada, debía aprender de su forma de trabajar. En las reuniones, realmente yo no escuchaba a los demás. Sus enseñanzas no me parecían mejores que las mías; sin embargo, cuando empezaba a hablar Wang, me concentraba totalmente en él. A veces anotaba los puntos clave que señalaba por temor a perderme algo importante. En aquella época, no me presentaba nunca ante Dios a orar y buscar ni buscaba los principios de las palabras de Dios sobre cómo deben trabajar los líderes. Simplemente ponía en práctica las palabras y la forma de trabajar de Wang como si fueran la verdad. Incluso imitaba todos sus gestos, su manera de predicar y actuar. Él ocupaba una posición demasiado elevada en mi corazón. Repercutía en mi forma de hacer las cosas y de cumplir con el deber. Se había convertido en mi ídolo. Teóricamente, creía en Dios y lo seguía, pero en realidad seguía a Wang y Dios había perdido su lugar en mi corazón. Adulaba y seguía a una persona, lo que, en esencia, suponía seguir a Satanás, distanciarme de Dios y traicionarlo. El Señor Jesús dijo una vez: “Al Señor tu Dios adorarás, y solo a Él servirás” (Mateo 4:10). Dios es un Dios celoso y no permite la idolatría a Sus creyentes. Dios Todopoderoso dice: “Como ya te has decidido a servirme, no te dejaré ir. Soy un Dios celoso, y soy un Dios celoso del hombre. Como ya has colocado tus palabras sobre el altar, no toleraré que huyas ante Mis propios ojos ni que sirvas a dos señores” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¡Sois todos muy básicos en vuestro carácter!). Descubrí que el carácter de Dios no tolera ofensa. Le desagradan aquellos que solo tienen fe de palabra, pero que no lo llevan a Él en el corazón, que creen en Dios, pero siguen al hombre y lo traicionan a Él. Dios abomina de ellos, los detesta. Como yo seguía a una persona y ya iba por la senda equivocada, me quedé aterrorizada. También le estaba agradecida a Dios por guiarme y mostrarme un problema tan grave en mí. Verdaderamente quería dejar de adular a Wang.
Leí otro pasaje: “Lo que tú admiras no es la humildad de Cristo, sino a esos falsos pastores de destacada posición. No adoras la belleza ni la sabiduría de Cristo, sino a esos licenciosos que se regodean en la inmundicia del mundo. Te ríes del dolor de Cristo, que no tiene lugar donde reclinar Su cabeza, pero admiras a esos cadáveres que cazan ofrendas y viven en el libertinaje. No estás dispuesto a sufrir junto a Cristo, pero te lanzas con gusto a los brazos de esos anticristos temerarios a pesar de que solo te suministran carne, palabras y control. Incluso ahora tu corazón sigue volviéndose a ellos, a su reputación, su estatus, su influencia. Además, continúas teniendo una actitud por la cual la obra de Cristo te resulta difícil de soportar y no estás dispuesto a aceptarla. Por eso te digo que te falta fe para reconocer a Cristo. La razón por la que lo has seguido hasta el día de hoy es solo porque no tenías otra opción. En tu corazón siempre se elevan muchas imágenes nobles; no puedes olvidar cada una de sus palabras y obras ni sus palabras influyentes ni sus manos. En vuestro corazón, ellos son supremos por siempre y son héroes por siempre. Pero esto no es así para el Cristo de hoy. Él permanece por siempre insignificante en tu corazón y por siempre indigno de tu veneración. Porque Él es demasiado común, tiene muy poca influencia y está lejos de ser elevado” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Eres un verdadero creyente en Dios?). Las palabras de Dios me ayudaron a entender por qué seguía a una persona. Adoraba el estatus y el poder, que eran las cosas que amaba por naturaleza. Al saber que Wang llevaba desde siempre en puestos de líder, que se había ocupado de muchos proyectos, comencé a admirarlo. Cuando lo oí describir el trabajo que había hecho y las cosas que había logrado, comencé a adularlo con el deseo de ser algún día como él. Su forma de hablar y el trabajo que hacía me impresionaban mucho. Admiraba sus solemnes enseñanzas y su autoridad en el trabajo. Creía que así debía ser un líder. Pero ni mucho menos adoraba la humildad y el secretismo de Cristo, Su hermosura y grandeza. Recordé que Dios les hizo vestidos a Adán y Eva. Él es el Creador y tiene un grandísimo honor, pero no se presentaba de esa manera. Hizo personalmente vestidos a las personas ignorantes corrompidas por Satanás. Cuando el Señor Jesús obró y anduvo entre los hombres, jamás reveló Su identidad, sino que incluso lavó los pies a Sus discípulos. Y ahora Dios se ha encarnado, revestido de carne normal, y venido a la tierra a salvar al hombre, expresa verdades en voz baja, da sustento al hombre y nunca presume. La humildad y el secretismo de Dios son muy dignos de nuestro amor. Pero yo no veía que esto alberga la santidad, grandeza y dignidad de Dios. Tan solo admiraba, adoraba y hasta seguía a cualquiera con estatus e ínfulas. Qué ciega e ignorante. Juré entonces que me convertiría en auténtica seguidora de Dios, que cumpliría con el deber según Sus palabras y que discerniría lo que recapitularan los demás. Si su criterio estaba en consonancia con los principios de la verdad, podría seguirlo, pues eso es seguir la verdad. Sin embargo, si iba en contra de las palabras de Dios y de la verdad, si era un mero capricho o experiencia personal, si ese trabajo no conseguía más que la admiración ajena o que la gente siguiera normas y se sintiera aprisionada, yo no podría aceptarlo a ciegas.
Una vez comprendido el asunto un poco mejor, pensé en cómo había reprendido a los demás y les había hecho sentirse limitados. Así trabajaba Wang. Quizá algunos hermanos y hermanas también se sentían limitados por él. Y otros se hicieron eco de que Wang desacreditaba constantemente a la gente en las reuniones, lo que era incómodo, por lo que le advertí que se aprovechaba del puesto para reprender a la gente y que eso les resultaba limitante a los demás. No obstante, su respuesta fue: “Sé que me aprovecho de mi puesto, pero eso es lo que obtiene resultados. Si no los analizara y tratara con ellos, su rendimiento se resentiría”. Me escandalizaron mucho sus palabras. Él sabía que su estrategia era problemática, pero seguía haciendo mal las cosas. No aceptaba ni practicaba la verdad. Se aprovechaba de su puesto para reprender a la gente y, así, lograr mejores resultados en el trabajo, por lo que tenía las motivaciones equivocadas. Lo hacía por la reputación y el estatus. Por tanto, ¿no era vacía, mera doctrina que soltaba, toda su enseñanza sobre cómo tener en cuenta la voluntad de Dios? Al pensarlo, me surgieron dudas sobre la clase de persona que Wang era en realidad y empecé a fijarme más en cómo cumplía con el deber. Quería averiguar qué clase de persona era a tenor de lo que realmente hacía.
Después, al observarlo celebrándo reuniones de líderes de equipo, advertí que los reprendía por ser negligentes, no lo bastante responsables. No paraba de decir: “¿Tienen ustedes algo de humanidad o de responsabilidad? ¿Cuánto trabajo real han llevado a cabo?”. Solamente dejaba en evidencia y criticaba a la gente, pero jamás hablaba de cómo resolver problemas prácticos en el trabajo. Cada vez que recapitulábamos el trabajo, pedía a los líderes de equipo, o a hermanos y hermanas con más experiencia, que hablaran, pero él nunca ayudaba con soluciones o sendas de práctica. Tampoco hablaba nunca de la corrupción que hubiera revelado en el deber ni de sus defectos personales. Siempre se limitaba a reprender a la gente con altivez. Y luego reparé en que ni siquiera hacía seguimiento de ningún trabajo, sino que solo mandaba. Encargaba a otros los proyectos de los que él estaba a cargo y le tenían que rendir cuentas. En tareas más importantes, que exigían más responsabilidad, siempre protegía sus intereses sin pensar en el trabajo de la casa de Dios. En vista de todo este comportamiento, mis compañeros y yo lo hablamos y llegamos a la conclusión de que era un falso líder, así que se lo contamos todo a un líder superior. Cuando el líder se enteró de que decía constantemente “ustedes son tal y cual”, afirmó que Wang actuaba como si estuviera en una categoría distinta la de los seres humanos corruptos, como si Dios lo hubiera perfeccionado, como si fuera alguien usado por Dios. No quería humillarse ante nadie, sino estar en pie de igualdad con Dios. Eso es tener la esencia de Satanás, un anticristo. Cuando el líder aludió a Satanás, un anticristo, me quedé muy desconcertada. Lo que sabía era que no enseñaba la verdad para resolver los problemas, que le encantaba reprender a la gente y que era un falso líder, pero no había observado que fuera un anticristo.
Leí entonces un par de pasajes de las palabras de Dios. “Independientemente de la manera en la que hablen, siempre se trata de hacer que la gente los tenga en alta estima y los idolatre, de alcanzar cierto lugar en su corazón, incluso de tomar el lugar de Dios en él; todos estos son los objetivos que los anticristos desean lograr cuando dan testimonio de sí mismos. La motivación detrás de todo lo que dicen, predican y comparten es hacer que la gente los tenga en alta estima y los venere; tal comportamiento implica exaltarse y dar testimonio de sí mismos, con el fin de ocupar un lugar en el corazón de los demás. Si bien la manera en la que estas personas hablan no es completamente la misma, en mayor o menor medida, tiene el efecto de dar testimonio de sí y hacer que la gente las venere; y en mayor o menor medida, tales comportamientos existen en casi todos los que obran. Si llegan a cierto punto, el punto en el cual no pueden detenerse, o si se vuelven difíciles de contener, y tienen una intención y un objetivo particularmente firmes y evidentes de hacer que la gente los trate como si fueran Dios o alguna especie de ídolo, y pueden entonces alcanzar el objetivo de controlar a la gente, frenarla y llegar al punto de hacer que se someta, la naturaleza de todo esto es enaltecerse y dar testimonio de sí mismos; todo esto forma parte de la naturaleza de un anticristo. ¿Qué métodos suele emplear la gente para enaltecerse y dar testimonio de sí misma? (Hablar de su capital). ¿En qué consiste hablar de su capital? En hablar de hace cuánto que cree en Dios, cuánto ha sufrido, del alto precio que ha pagado, de cuánto trabajo ha realizado, de lo lejos que ha viajado, de a cuántos se ha ganado predicando el evangelio y de cuánta humillación ha tenido que soportar. Algunos a menudo también hablan de las veces que han estado en la cárcel sin llegar jamás a vender a la iglesia o a los hermanos y hermanas ni a dejar de mantenerse firmes en el testimonio, etc.; todos estos son ejemplos de lo que se dice al hablar de cuánto capital se tiene. Con el pretexto de cumplir con el deber de líder, se ocupan de sus propios asuntos, con lo que consolidan su posición y crean una buena impresión en el corazón de la gente. A su vez, se la ganan con todo tipo de métodos y trucos, hasta el punto de atacar y excluir a cualquiera cuyas opiniones o puntos de vista difieran de los suyos, en especial aquellos que buscan la verdad. Y con la gente necia, ignorante y confusa en su fe y la que solo cree en Dios durante un tiempo o es de muy poca estatura, ¿qué métodos emplean? La engañan, la embaucan y hasta la amenazan, estrategias con las que alcanzan su objetivo de consolidar su posición. Todas estas son las tácticas de los anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Tratan de ganarse a la gente). “He observado que muchos líderes solo son capaces de sermonear a la gente, de predicarle desde una posición elevada, y no pueden comunicarse con ella al mismo nivel. Son incapaces de interactuar con la gente de manera normal. Cuando algunas personas hablan, es como si siempre estuvieran dando un discurso o haciendo un informe; sus palabras solo se dirigen a los estados de otras personas, y nunca se abren sobre sí mismos, nunca analizan sus propias actitudes corruptas, sino que solo analizan los problemas de otros para dárselos a conocer a los demás. ¿Y por qué hacen esto? ¿Por qué son propensos a predicar tales sermones, a decir tales cosas? Es una prueba de que no tienen conocimiento de sí mismos, de su gran carencia de razonamiento. Son demasiado arrogantes y engreídos. Piensan que su capacidad para reconocer las actitudes corruptas de los demás demuestra que están por encima de otros, que son mejores que nadie para discernir a las personas y las cosas, que son menos corruptos que el resto de personas. La capacidad de analizar y sermonear a todo el mundo, al tiempo que se es incapaz de ponerse al descubierto, de exponer y analizar sus propias actitudes corruptas, de mostrar su verdadero rostro ni decir nada sobre sus propias motivaciones, y limitarse a sermonear a los demás por no hacer lo correcto; todo esto es magnificarse y exaltarse a uno mismo. […] Cuando dirigen a la gente, no le piden que practique la verdad, sino que escuche lo que ellos dicen y sigan sus métodos; ¿y esto no es pedir que la gente los trate como a Dios y los obedezca como a Dios? ¿Están en posesión de la verdad? Están desprovistos de la verdad y rebosantes del carácter de Satanás, son demoníacos; entonces, ¿por qué piden que la gente los obedezca? ¿Las personas así no se engrandecen a sí mismas? ¿No se enaltecen? ¿Pueden unos individuos como estos llevar a la gente ante Dios? ¿Pueden hacer que la gente adore a Dios? Quieren que la gente los obedezca a ellos y, al trabajar así, ¿guían realmente a la gente para que entre en la realidad de la verdad? ¿Hacen realmente el trabajo que Dios les ha encomendado? No, tratan de fundar su propio reino, quieren ser Dios, quieren que la gente los trate como a Dios y los obedezca como a Dios. ¿No son unos anticristos? La forma en que los anticristos hacen las cosas siempre ha sido que, por mucho que retrasen el trabajo de la casa de Dios, por mucho que perjudiquen a los escogidos de Dios, la gente ha de obedecerlos y escucharlos a ellos. ¿No es esta la naturaleza de los demonios? ¿No es el carácter de Satanás? Las personas así son demonios vivientes con piel humana; pueden tener rostro humano, pero, en su interior, todo es demoníaco. Todo lo que dicen y hacen es demoníaco. Nada de lo que hacen está en consonancia con la verdad, nada de ello es lo que hace la gente con razonamiento y, por tanto, no cabe duda de que se trata de los actos de unos demonios, de Satanás, de unos anticristos. Esto debería resultaros claramente reconocible” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Una charla sobre los decretos administrativos de Dios en la Era del Reino). Las palabras de Dios me aportaron discernimiento de la esencia de la conducta de Wang. Casi nunca hablaba de su corrupción, sus debilidades o sus defectos en las reuniones ni analizaba sus problemas o errores en el trabajo. Siempre hablaba de los deberes que había asumido, de cuánto trabajo práctico había hecho, de cuántas iglesias había sustentado y a cuántos líderes formado, de a cuántos anticristos había descubierto, de todos los sacrificios que había hecho, de cuánto había sufrido, de cuánto precio había pagado, de cuántas dificultades había superado y de cómo satisfacía la voluntad de Dios por mucho que sufriera. Así se ensalzaba y daba testimonio de sí mismo nada más que para ganar prestigio entre los hermanos y hermanas y lograr que lo admiraran. Y cuando hablaba de esas experiencias, las enlazaba todas con las palabras de Dios. Parecía estar enseñando su comprensión de las palabras de Dios y sus experiencias reales, pero todo era una mera exhibición, un alarde de sus méritos. Sus enseñanzas no aportaban comprensión de Dios ni de Sus palabras a la gente, sino que esta solamente se acordaba de la experiencia de él y lo admiraba. Con el pretexto de enseñar las palabras de Dios, presumía para que la gente lo llevara en el corazón y descarriarla. Además, abusaba constantemente de su posición para analizar los defectos de otros y reprendía a los hermanos y hermanas por falta de humanidad, conciencia y responsabilidad. Siempre decía: “Ustedes…”. Era evidente que no creía estar en pie de igualdad con el resto, que fuera un ser creado, otro ser humano corrompido por Satanás. Tenía los mismos tipos de corrupción y faltas que el resto de nosotros, pero se comportaba como si fuera algo del otro mundo, como si los demás fueran corruptos y de Satanás, pero él no fuera como el resto de nosotros y se hubiera librado de la corrupción y la inmundicia. No enseñaba la verdad cuando los hermanos y hermanas no cumplían bien con el deber, sino que los reprendía y siempre amenazaba con destituir a la gente si no hacía un trabajo práctico. Eso hacía que la gente lo temiera y mantenía a todos muy sumisos ante él, controlados en sus manos. Vi que no solo abusaba de su estatus, sino que, con todo tipo de tácticas, hacía que la gente lo adorara, admirara y escuchara. Iba por la senda de un anticristo, con la naturaleza y esencia de uno.
Destituimos a Wang de acuerdo con los principios. Posteriormente supimos que había personas tan deprimidas por su destitución que querían dejar de cumplir con el deber. Creían que tenía gran aptitud, y sin embargo lo destituyeron; que nunca podrían llegar a su altura, por lo que sin duda no sabrían hacer un trabajo práctico, y que también ellas eran susceptibles de despido algún día. Me di cuenta de que Wang había extraviado a muchos, a quienes les faltaba discernimiento. Mis compañeros y yo salimos a hablar con todos los líderes y obreros con quienes había trabajado acerca de los motivos de su destitución y de la naturaleza de su conducta según las palabras de Dios. Algunos hablaron de cuánto lo habían admirado y de que les parecía que tenía gran aptitud, talento, elocuencia y habilidad. Para ellos, lo que decía era la regla de oro, consideraban sus palabras la verdad, y ahora se daban cuenta de que los había extraviado. Algunos afirmaron haber tenido miedo a Wang, que, cada vez que analizaba su trabajo, se ponían muy nerviosos por temor a que los criticara y que después se deprimían. Sentían que les faltaba aptitud y que no sabían hacer nada bien, que no sabían gestionar el cargo de líder y simplemente debían dimitir. No se sentían más fuertes y no se agarraban a su comisión hasta que no oraban reiteradamente a Dios. Por lo compartido por todos, entendí la forma tan negativa en que la conducta de Wang los afectó y que, desde luego, su destitución fue la justicia de Dios. Habría perjudicado a otros de haber permanecido como líder.
Tiempo después, recibimos una carta de la China continental con un informe sobre la época en que Wang cumplió allí con el deber. Varios líderes nombrados por él no eran aptos para el trabajo. A algunos los habían echado por anticristos y otros traicionaron a la iglesia tras ser detenidos, así que se volvieron unos judas incluso sin torturas. Nombrar a la gente equivocada perjudicó mucho la labor de la casa de Dios. Añadían que Wang siempre presumía de su aptitud y sus dotes a fin de engañar a la gente, de modo que todos pensaran que sabía resolver todo problema difícil, que con unas pocas palabras de enseñanzas sabía dar en el clavo y resolver la cuestión, que, siempre que fuera él a enseñar, los hermanos y hermanas se sentirían mejor en el deber. A todos les parecía que tenía la realidad de la verdad y todos sus colaboradores lo admiraban mucho. Hasta personas que no lo conocían en persona lo elogiaban cuando salía su nombre a colación y lo tenían como referente. Pensaban que, si hacían las cosas como él, podrían lograr mejores resultados en el trabajo. Después de ver estos informes sobre Wang, tuve áun más claro como era. Su manera de comportarse era exactamente igual que la descripción de Dios de cómo los anticristos dan testimonio de sí mismos y se enaltecen. En China y en el exterior, Wang no experimentó la menor transformación de su carácter vital. Era un anticristo. También le estaba agradecida a Dios por Su justicia. Nadie puede librarse del escrutinio de Dios, por lo que, tarde o temprano, Él eliminará a todo aquel que no busque la verdad, que no vaya por la senda correcta.
Esta experiencia me enseñó que, como creyentes, hemos de observar todo y a todos según las palabras de Dios para aprender a apreciar de qué clase es una persona y cuál su senda en función de su conducta, de lo que demuestre. Debemos acercarnos a la gente de nuestro entorno que busque la verdad, aprender y sacar provecho de ella. Debemos acercarnos correctamente a quien exhiba corrupción pasajera o debilidad, ayudarlo, sustentarlo y enseñarle la verdad con amor. Sin embargo, debemos rechazar y despreciar a los incrédulos, que nunca practican la verdad, y si vemos a alguien que va en la dirección equivocada, que va a hacer el mal, a alguien que es un falso líder, un anticristo o un malhechor, hemos de poner coto a eso y denunciarlo. Asimismo, es preciso que aprendamos de su fallo, que pensemos en qué actuamos igual que él, que sus fallos nos sirvan de advertencia. Así podemos madurar antes en la vida. Si no buscamos la verdad en nuestra fe ni observamos a los demás según las palabras de Dios, sino que solo nos fijamos en la aptitud y las dotes de la gente, es probable que adulemos y sigamos a otros. Acabaremos entonces en una senda contraria a Dios y Él nos eliminará. Esto nos enseña la importancia de buscar la verdad en nuestra fe.