12. Reflexiones tras haber perdido mi deber

Por Arabella, Corea del Sur

Hace algún tiempo, los líderes dispusieron que me capacitara para recitar las palabras de Dios. Me alegró muchísimo escuchar la noticia y consideré que era una oportunidad bastante difícil de conseguir. Sin embargo, al pensar en la época en la que me había capacitado para recitar hacía unos años, recordé que había tenido problemas de diversa magnitud en lo que respecta a la expresión del tono, la velocidad, el fraseo y el énfasis. En ese entonces, me parecía que tales problemas eran difíciles de resolver y vivía sumida en las dificultades, en todo momento me consideraba incapaz y pensaba que no servía para el recitado. Encima, cada día que practicaba, mis carencias quedaban al descubierto y los hermanos y hermanas me señalaban mis problemas. Por lo tanto, sentía que cumplir con este deber me hacía parecer demasiado incompetente y, en mi interior, me había vuelto aún más negativa y pasiva. No tenía intención de esforzarme por resolver estos problemas, sino que solo practicaba de manera superficial. Como resultado, después de practicar durante más de seis meses, no logré ninguna mejora significativa, y, finalmente, me reasignaron otro deber. Cuando pensé en enfrentar nuevamente estos problemas, me sentí abrumada. No solo tendría que sufrir en la carne, sino que tampoco estaba segura de que pudiera mejorar con el tiempo. Al pensarlo, me sentía afligida. Una hermana compartió conmigo: “Es precisamente porque tenemos carencias y deficiencias que necesitamos reforzar nuestra capacitación. Se necesitan con urgencia personas que hagan este trabajo. Tu pronunciación es muy buena y además tu voz tiene un timbre muy agradable. ¡Debes valorar tales condiciones y oportunidades!”. Después de escuchar la enseñanza de la hermana, me sentí en cierto modo conmovida y pensé: “Sí, tengo buena voz; es la gracia de Dios. Ahora es el momento de que cumpla con lo que me corresponde. No puedo vivir sumida en las dificultades. ¡Necesito esforzarme por ascender e intentar mejorar lo antes posible para poder llevar a cabo este deber!”.

De ahí en más, me dediqué a practicar de forma activa. La hermana Zoe, la supervisora, escuchó un recitado que yo había grabado y me brindó orientación y ayuda al respecto. Dijo: “El énfasis y el fraseo en algunas partes de tu lectura no son del todo apropiados. ¿Estuviste practicando durante muy poco tiempo? Por otra parte, también tu respiración es inestable y tu voz suena frágil. Necesitas practicar más la respiración”. Ella también señaló algunos problemas precisos. Después de escuchar sus palabras, me sentí un poco molesta y pensé: “¡Cuántos problemas con mi recitado! La verdad que es pésimo. Y la respiración no es algo que se pueda corregir con rapidez. ¡Requiere de un largo proceso de práctica constante!”. Al pensar en estos problemas técnicos precisos que ella había mencionado, sentí que carecía de todo mérito y mis mejillas empezaron a arder. Pensé: “Si soy tan mala, ¿acaso debería leer siquiera? ¿Cuánto tiempo tendré que practicar para corregir tantos problemas? Otras hermanas leen bastante bien. No importa cuánto practique, no puedo igualarlas. Aunque en el futuro en cierta medida logre cumplir este deber, viviré a la sombra de las demás, siempre seré la ‘alumna inferior’ y no podré hacer notar mi presencia en absoluto”. Cuando pensaba en todo esto, perdí el deseo de realizar este deber. Por casualidad, en los días siguientes tuve otras tareas que cumplir, así que no practiqué, y cuando tenía algo de tiempo, solo descansaba un rato.

Unos días después, el líder me preguntó si había estado practicando el recitado. Dije con firmeza: “He estado muy ocupada con mi deber estos últimos días y no he tenido tiempo para practicar”. El líder me preguntó: “Entonces, ¿has pensado en practicar? Este deber es urgente. Si no encuentras la manera de disponer de un poco más de tiempo para practicar, ¿cuándo serás capaz de asumir este deber?”. Me quedé casi sin palabras y también sentí una punzada de dolor en el corazón. Al reflexionar acerca de ello, aunque en los últimos días había estado un tanto ocupada con mi deber, no era que no podía encontrar el momento para hacerlo. El principal problema era que sentía que los inconvenientes con mi recitado eran demasiado difíciles de resolver. Aunque soportara adversidades y pagara un precio, no necesariamente lograría buenos resultados, y aún necesitaría que los demás me corrigieran. No estaba dispuesta a enfrentarlo, así que, siempre que podía, lo evitaba. La pregunta del líder me atravesó de lado a lado y, en cierta forma, me cayó mal y me di cuenta de que, al afrontar este deber, había actuado de manera muy poco seria y responsable. Entonces, para mis adentros, me recordé a mí misma cambiar mi actitud con respecto al cumplimiento de este deber. Por consiguiente, de inmediato programé tiempo para practicar.

Después de unos días, sentí que mi recitado había mejorado un poco, así que grabé un audio y se lo envié a Zoe. Pensé que ella diría que había progresado algo, pero, para mi sorpresa, de nuevo señaló una serie de problemas: respiración inestable, frases inconexas, y demás. Ella se ocupó pacientemente de analizar mis problemas, me hizo practicar ahí mismo y me corrigió. Cuando luego de múltiples intentos no pude corregir mis problemas, perdí la paciencia e incluso me sentí un tanto preocupada. Pensé: “He estado practicando durante varios días y aún tengo muchos problemas. Quizá no tenga la comprensión ni el calibre para esto por naturaleza. No soy capaz de realizar este deber. No debería continuar pasando vergüenza con esto. ¡Mejor me hago cargo de otro deber!”. Comencé a pensar en escapar y ya no quise continuar practicando el recitado, pero no me atrevía a mencionarlo porque temía que los demás dijeran que estaba rechazando mi deber. Entonces, me volví negativa y holgazana, no le dediqué mucho esfuerzo a la práctica, y pensé que, si con el tiempo no lograba ninguna mejora, a lo mejor el líder no me permitía continuar practicando.

Una tarde, de repente, vi un mensaje del líder que decía: “Ya no necesitas seguir practicando el recitado”. Cuando leí el mensaje, sentí un vacío repentino en el corazón y una incomodidad indescriptible. Perder este deber no me brindó el alivio ni la satisfacción que imaginé; en cambio, me sentí profundamente reprobada y afligida. En ese momento, pensé en dos pasajes de las palabras de Dios, los busqué rápidamente y los leí. Dios dice: “Esto es así porque lo que refleja de un modo más perceptible el vínculo que te une a Dios es cómo tratas los asuntos que Él te confía y el deber que Él te asigna, además de la postura que adoptas. Este es el problema más visible y práctico. Dios está a la espera; quiere conocer tu postura. En esta coyuntura tan decisiva, debes apresurarte en darle a conocer a Dios tu postura, aceptar Su comisión y cumplir bien con tu deber. Cuando hayas captado este punto fundamental y desempeñado bien la comisión que Dios te ha encargado, tu relación con Él será normal. Si cuando Dios te confía una tarea o te dice que cumplas con cierto deber adoptas una postura superficial y apática, si no te lo tomas en serio, ¿no es eso precisamente lo contrario de dedicar todo tu corazón y tus fuerzas? ¿Puedes cumplir bien con tu deber así? Desde luego que no. No cumplirás adecuadamente con tu deber. Por tanto, la postura que adoptas cuando cumples con tu deber tiene una importancia fundamental, como la tienen el método y la senda que eliges. A aquellos que no cumplen bien con sus deberes se les descarta, nada importa los años que lleven creyendo en Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “Hay quienes no están dispuestos a sufrir en absoluto en el deber, que siempre se quejan cada vez que se topan con un problema y que se niegan a pagar un precio. ¿Qué actitud es esa? Una actitud superficial. Si cumples con el deber de forma superficial, y lo abordas con una actitud irreverente, ¿cuál será el resultado? Cumplirás el deber de manera deficiente, aunque sepas hacerlo bien: tu desempeño no estará a la altura y Dios estará muy disgustado con la actitud que demuestras hacia el deber. Si hubieras sido capaz de orar a Dios, de buscar la verdad y de poner todo tu corazón y toda tu mente en ello, si hubieras podido cooperar así, Dios lo habría preparado todo para ti de antemano, para que, cuando tú te ocuparas de los asuntos, todo encajara en su lugar y obtuvieras buenos resultados. No necesitarías dedicar una enorme cantidad de energía; si hicieras tu mayor esfuerzo en cooperar, Dios ya lo habría dispuesto todo para ti. Si eres evasivo y holgazán, si no atiendes debidamente tu deber y siempre vas por la senda equivocada, Dios no actuará sobre ti; perderás esta ocasión y Dios dirá: ‘No sirves para nada; no puedo usarte. Apártate. Te gusta ser ladino y holgazán, ¿verdad? Te gusta ser perezoso y tomártelo con calma, ¿no? ¡Pues tómatelo con calma para siempre!’. Dios concederá esta gracia y esta oportunidad a otra persona. ¿Qué opináis? ¿Esto es una pérdida o una ganancia? (Una pérdida). ¡Una enorme pérdida!(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Después de leer Sus palabras, experimenté el carácter justo de Dios en mí, en especial, cuando leí estas palabras de Dios: “No sirves para nada; no puedo usarte. Apártate. Te gusta ser ladino y holgazán, ¿verdad? Te gusta ser perezoso y tomártelo con calma, ¿no? ¡Pues tómatelo con calma para siempre!”. Sentí que mis palabras, mis acciones y mis pensamientos estaban en su totalidad bajo Su escrutinio. Aunque no había expresado de manera explícita mi reticencia a realizar el deber de recitado, mi actitud hacia ello había sido particularmente poco seria, no me había esforzado por mejorar, y había esperado pasivamente a que el líder me dijera que dejara de hacerlo. Dios les pide a las personas que cumplan su deber con todo su corazón y su fuerza, pero nunca obliga a nadie. Dado que yo misma había elegido eludir mi deber, Dios me trató de acuerdo con mi elección. Por consiguiente, perdí mi deber, y la iglesia dispuso que otra persona se capacitara para ello, lo que significaba que Dios le daba la oportunidad de realizar este deber a alguien más. Se podría argumentar que había logrado mi deseo de ser relevada de mi deber, pero ¿por qué en mi corazón no me sentía aliviada? Solo entonces me di cuenta de que, al elegir escapar de este asunto, me había convertido en el hazmerreír de Satanás y que había caído en la oscuridad. Pensé: “¿Es realmente tan complicado este deber? ¿De verdad es imposible resolver estos problemas?”. Dios dice que, cuando las personas brindan todo su corazón y su fuerza, Él abrirá un camino para guiarlas y ayudarlas a resolver las dificultades. Dios no les complica las cosas ni les impone cargas que no pueden soportar. Siempre y cuando la persona cuente con el calibre básico y las condiciones para realizar un deber y se esfuerce por ascender según las exigencias de Dios, los problemas pueden resolverse. Los hermanos y hermanas habían compartido en reiteradas oportunidades la importancia de este deber y me instaron a que me esforzara. Sin embargo, en cuanto enfrentaba un problema, quedaba atrapada en la dificultad que conllevaba, no estaba dispuesta a esforzarme por resolverlo, e incluso me había vuelto negativa y holgazana y esperaba que el líder me relevara del deber. ¡Qué rebelde había sido! Al pensar en esto, sentí un profundo arrepentimiento y remordimiento.

Durante un devocional, leí las palabras de Dios a continuación: “Si cuando te encuentras con algunas dificultades especiales o te hallas ante determinados entornos, tu actitud consiste siempre en evitarlos o huir de ellos para intentar desesperadamente rechazarlos y librarte de ellos; si no quieres ponerte a merced de las instrumentaciones de Dios, te resistes a someterte a Sus instrumentaciones y disposiciones y no quieres dejar que la verdad se ocupe de ti; si siempre quieres tener la sartén por el mango y controlar todo lo relativo a ti de acuerdo con tu carácter satánico, entonces, las consecuencias serán que, tarde o temprano, con seguridad, Dios te dejará a un lado o te entregará a Satanás. Si la gente entiende este tema, debe dar la vuelta rápidamente y seguir su camino en la vida de acuerdo con la senda correcta que Dios exige. Esta es la senda correcta, y cuando la senda es correcta, esto quiere decir que la dirección es la correcta. Es posible que haya baches en el camino y dificultades durante este periodo, es posible que tropiecen o que a veces se sientan algo insatisfechos y se vuelvan negativos durante unos días. Siempre y cuando sean capaces de persistir en el cumplimiento de su deber y no posterguen las cosas, todos estos problemas serán insignificantes, pero deben estar prestos a reflexionar sobre sí mismos, buscar la verdad para solucionar estos problemas y de ninguna manera caer en la procrastinación, tirar su trabajo o abandonar su deber. Esto es crucial. […] Cuando se te presenta y se te confía un deber, no pienses en cómo evitar afrontar la dificultad; si algo es difícil de abordar, no lo dejes de lado y lo ignores. Debes afrontarlo directamente. En todo momento debes recordar que Dios está con la gente, y que esta solo necesita orar y buscar en Dios ante cualquier dificultad, y que con Él nada es difícil. Así debe ser tu fe. Dado que crees que Dios es el Soberano sobre todas las cosas, ¿por qué sigues teniendo miedo cuando te sucede algo, y sientes que no tienes nada en lo que confiar? Esto demuestra que no confías en Dios. Si no le tomas a Él como tu soporte y tu Dios, entonces, no es tu Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Cuando enfrenté dificultades, no me presenté ante Dios para buscar Su intención, sino que viví constantemente en mis propias nociones y figuraciones para circunscribirme a mí misma. En especial, cuando los problemas con el recitado se volvieron numerosos y difíciles, y no vi buenos resultados después de trabajar con mucho empeño durante dos días, concluí que estos problemas no tenían ninguna solución y que más esfuerzo sería inútil. Así que, aunque practicaba, lo hacía a la ligera y solo para salir del paso y no lo hacía de corazón. Pensé en la hermana Zoe. Ella empezó a practicar incluso después que yo y también tuvo muchos problemas, y hasta pensé que no era tan buena como yo en algunos aspectos. No la tenía en alta estima, pero la hermana se tomaba su deber muy en serio, enfrentaba sus carencias enérgicamente y se esforzaba en practicar. Al practicar constantemente, mejoró rápido y los resultados de su recitado fueron bastante buenos. Pensando en esto, me di cuenta de que, si confío en Dios y me esfuerzo en practicar con esmero a pesar de mis dificultades, los problemas pueden resolverse. En la medida en que la gente coopere, Dios cumplirá. Cuando miro hacia atrás, durante esos años realmente desperdicié mi tiempo. Seguía a Dios, pero no confiaba en Él, y, al enfrentar situaciones, no dependía de Él ni buscaba Su intención, sino que me aferraba a mis propios puntos de vista. Por consiguiente, los demás progresaron, mientras que yo permanecí estancada. ¡De verdad fui una tonta!

Más tarde, continué reflexionando. En el pasado, enfrenté muchas dificultades, tanto en mis estudios como en mi vida cotidiana, pero nunca llegué a la conclusión rápida de que era incapaz ni me di por vencida antes de siquiera intentar. Como cuando alguna vez soñé con ser abogada y lograr fama y fortuna, en ese momento el porcentaje de aprobados del examen judicial era solo de alrededor del 7 %, y mi rendimiento académico no era tan bueno, pero que fuera difícil no fue suficiente para que me echara atrás. Para cumplir mi sueño, me aislé durante más de dos meses y estudié intensamente todos los días, y no lo consideraba penoso. La idea de ganar fama y fortuna y de recibir la admiración de los demás me motivaba enormemente. Al final, de veras aprobé el examen. Cuando pienso de nuevo en la razón por la que me sentía incapaz de resolver los problemas relacionados con mi deber de recitado y que siempre deseaba escapar y dar marcha atrás, era porque era demasiado egoísta. Hacía cosas que me beneficiaban y evitaba aquellas las que no. Durante un devocional, leí un pasaje de las palabras de Dios y logré cierto conocimiento con respecto a mi problema. Dios Todopoderoso dice: “Los anticristos no tienen conciencia, razón o humanidad. No solo no tienen preocupación por la vergüenza, sino que también alcanzan otra marca distintiva: su egoísmo y vileza son poco comunes. El sentido literal de su ‘egoísmo y vileza’ no es difícil de captar. Están ciegos a todo lo que no sean sus propios intereses. Cualquier cosa que tenga que ver con sus propios intereses recibe su máxima atención y sufren por ello, pagan un precio, están absorbidos por sus asuntos y solo se dedican a ellos. Todo aquello que no tenga relación con sus propios intereses lo ignoran y no lo tienen en cuenta. Los demás pueden hacer lo que quieran, a los anticristos les da igual que alguien trastorne o perturbe, consideran que esto no tiene nada que ver con ellos. Dicho con tacto, se ocupan de sus propios asuntos. Pero es más acertado decir que este tipo de personas son viles, vulgares y sórdidas. Las definimos como ‘egoístas y viles’. ¿Cómo se manifiesta el egoísmo y la vileza de los anticristos? […] no importa el deber que estén realizando los anticristos, lo único que les interesa es si va a permitirles pasar a un primer plano. Con tal de que aumente su reputación, se devanan los sesos para idear una manera de aprender a hacerlo, de llevarlo a cabo. Lo único que les importa es si los va a distinguir del resto. Da igual lo que hagan o piensen, solo se preocupan por su propia fama, ganancia y estatus. Sea cual sea la tarea que estén realizando, solo compiten por quién está más arriba o más abajo, quién gana y quién pierde, quién tiene mejor reputación. Solo se preocupan por cuántas personas los idolatran y los admiran, cuántas los obedecen y cuántos seguidores tienen. Nunca hablan con la verdad ni resuelven problemas reales. Nunca consideran cómo hacer las cosas según los principios al cumplir el deber, tampoco reflexionan respecto a si han sido leales, han desempeñado bien sus responsabilidades, si ha habido desvíos o descuidos en el trabajo o hay algún problema, ni mucho menos piensan para nada en lo que pide Dios ni en cuáles son Sus intenciones. No prestan la menor atención a todas esas cosas. Solo se concentran y hacen cosas en aras de la fama, la ganancia y el estatus, para satisfacer sus propias ambiciones y deseos. Esta es la manifestación del egoísmo y la vileza, ¿verdad? Esto expone plenamente que su corazón rebosa con sus propios deseos, ambiciones y exigencias sin sentido. Todo lo que hacen está regido por sus ambiciones y deseos. Hagan lo que hagan, tienen como motivación y origen sus propias ambiciones, deseos y exigencias sin sentido. Esta es la manifestación arquetípica del egoísmo y la vileza(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión cuatro: Resumen de la calidad humana de los anticristos y de su esencia-carácter (I)). Después de leer las palabras de Dios, me di cuenta de que mis intenciones y mi punto de partida al hacer las cosas eran completamente erróneos, igual que los de los anticristos. El egoísmo motivó todas mis acciones, y en cuanto a aquello que me permitía satisfacer mi deseo de fama y fortuna y lograr la admiración de los demás, me hubiera devanado los sesos y hecho innumerables esfuerzos para lograrlo, sin temor al sufrimiento. Por el contrario, cuando las cosas no me resultaban beneficiosas, aunque fueran significativas y valiosas, no estaba dispuesta a llevarlas a cabo, y mucho menos a hacer algún esfuerzo y pagar un precio para lograrlas. Cuando me presenté para el examen judicial, tenía la determinación de un “espíritu de lucha”, porque aprobar el examen me permitiría convertirme en abogada, conseguir la admiración de todos, ganar mucho dinero y lograr tanto fama como fortuna. Esta motivación me llevó a superar incluso las mayores dificultades y a luchar por el éxito. No obstante, mi actitud con respecto al deber de recitado era completamente diferente. Sentía que realizarlo solo suponía quedar en evidencia, que no me proporcionaría fama ni reconocimiento y que no me ofrecía ninguna oportunidad de resaltar mi valor. Así que, no estaba dispuesta a sufrir ni a pagar el precio de este deber e incluso era reticente a hacerlo. Los hermanos y hermanas hablaban constantemente sobre la impostergable intención de Dios, en la que expresa Su esperanza de que más personas escuchen Sus palabras y reciban Su salvación. Me instaron a no demorarme en practicar para poder asumir este deber, pero solo tuve en cuenta mi propia reputación y mi estatus. Hice caso omiso del consejo de los hermanos y hermanas, ignoré la intención de Dios e hice la vista gorda, sin importar cuán urgente e importante fuera la obra. ¡Fui tan egoísta y despreciable! Mientras más lo pensaba, más angustiada me sentía. Me presenté ante Dios y oré: “Dios, te he seguido durante muchos años, pero no he sido sincera. En todo lo que hago, tengo en cuenta mis propios intereses, hago planes en beneficio de mi carne y en mi deber hay mucho arrepentimiento. Ya no quiero vivir así; quiero cambiar. ¡Te pido que me escrutes!”. Después de orar, comencé a reflexionar sobre lo negligente y superficial que había sido en mi deber actual y en cómo podía cambiar esta actitud hacia el cumplimiento de mi deber. Al cabo de medio día, de repente, recibí un mensaje. El líder decía que me darían otra oportunidad para continuar practicando el recitado. En el momento en el que leí el mensaje, apenas podía creer lo que veía. Me di cuenta con claridad de que se trataba de la misericordia de Dios que me daba la oportunidad de arrepentirme, rebelarme contra mi carne y practicar la verdad. Mi corazón se llenó de gratitud, y no sabía qué decir. Todas mis palabras se convirtieron en una sola frase: ¡Gracias a Dios! En ese momento, recordé estas palabras de Dios: “El carácter de Dios es vital y vívidamente visible. Él cambia Sus pensamientos y actitudes según la manera en que se desarrollan las cosas. La transformación de Su actitud hacia los ninivitas le dice a la humanidad que Él tiene Sus propios pensamientos e ideas; Él no es un robot ni una figura de arcilla, sino el propio Dios vivo. Él podía estar airado con los habitantes de Nínive, del mismo modo que podía perdonar sus pasados debido a sus actitudes; Él podía decidir traer desgracia sobre los ninivitas, y podía cambiar Su decisión debido a su arrepentimiento(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único II). Me di cuenta de que Dios estaba a mi lado observando cada una de mis palabras y mis acciones, y cuando estuve dispuesta a arrepentirme, Él me dio otra oportunidad.

Durante las siguientes prácticas, las hermanas señalaron algunos problemas. Al principio fui capaz de abordarlos correctamente y busqué soluciones de manera activa, pero cuando las dificultades llegaron a ser algo mayores, volvía a sumirme en el abatimiento y a revelar pensamientos de querer escapar. Una vez, después de haber practicado con esmero, una hermana dijo que mi recitado sonaba mecánico y que, en realidad, en lugar de mejorar había empeorado. Al enfrentar tal comentario, me sentí muy afligida. Esperaba que mi práctica produjera mejores resultados, pero, en cambio, parecía estar peor. Perdí toda motivación para grabar y comencé a pensar: “Este deber es demasiado complicado. No puedo hacerlo”. En ese momento, leí estas palabras de Dios: “En la actualidad, dar testimonio de la obra de Dios en los últimos días y propagar Sus palabras es una cuestión significativa. Este es un deber muy importante y ninguno de vosotros debería subestimarlo. Vuestra carga no es ligera. No es un asunto menor, no es una cuestión que solo guarde relación con experiencias personales. Este asunto tiene un alcance muy amplio; tiene relación con la salvación de la especie humana y la difusión del evangelio del reino. Si no entendéis este asunto y no sentís su importancia y aún actuáis con irritación, os dan rabietas infantiles u os enfadáis mientras desempeñáis vuestro deber, esto resulta entonces problemático: no sois aptos para asumir este trabajo. El nivel de tus habilidades profesionales y tu capacidad de trabajo dependen de tu calibre y experiencia de trabajo; estos son secundarios. Lo más importante es tener un corazón recto, ser capaz de someterse a Dios y estar dispuesto a pagar un precio, así como ser leal en el desempeño de tu deber(La comunión de Dios). Las palabras de Dios me recordaron que el deber que estaba realizando no era una tarea fácil. Implicaba difundir las palabras de Dios y dar testimonio de Su obra en los últimos días, y no debía tratarse a la ligera según mi propia voluntad. Cuando pensé en ello, me sentí animada y motivada. A partir de las palabras de Dios, también encontré una manera de practicar. Las capacidades y la aptitud son elementos secundarios, lo más importante es tener el corazón correcto, ser leal y capaz de mantenerse en el deber; esto es lo que Dios desea ver. Guardé silencio y oré a Dios: “Dios, no deseo realizar mi deber con mi propio carácter corrupto. Necesito hacer un esfuerzo, pagar el precio por este deber y estar a la altura de la oportunidad que me brindaste de asumir este deber. Por favor, guíame”. Luego de orar, medité sobre cómo ocuparme de los problemas que la hermana me señaló. Me di cuenta de que el principio del recitado es estar tranquilo ante las palabras de Dios, leer, reflexionar y comprender el significado de Sus palabras con sinceridad, y recitar a partir de este fundamento, en lugar de leer el texto de manera mecánica. Así que, calmé mi mente y leí las palabras de Dios, y las comprendí a la luz de mi propio estado. Tras recitar de esta manera, la hermana dijo que el resultado era mucho mejor. Me di cuenta de que esto era la guía de Dios y me sentí muy feliz. Luego de practicar por un tiempo, encontré maneras de perfeccionar los resultados de mi recitado, y los problemas que este suponía fueron desapareciendo. ¡Gracias Dios por brindarme tal experiencia!

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