53. Decidir en un entorno peligroso
La noche del 15 de abril de 2022, poco después de las 10:00 p. m., recibí una carta de la líder que decía que habían arrestado a cuatro hermanos y hermanas de la iglesia de mi ciudad natal. Al ver los nombres conocidos, sentí una pesadumbre especial en el corazón. Una de las hermanas había desempeñado sus deberes conmigo en una ocasión, y la policía nos había interrogado a ambas por teléfono. ¿Me implicaría a mí también su detención? Estaba un poco asustada. Luego, me enteré de que habían arrestado a otros cinco hermanos y hermanas, dos de los cuales eran líderes de la iglesia. Al mediodía del 21 de abril, recibí otra carta de la líder que decía que habían perdido el contacto con la iglesia de mi ciudad natal y me pedía si podía regresar para entender la situación, verificar si los libros de las palabras de Dios estaban en peligro y ver si los podía trasladar. Después de leer la carta, me sentí especialmente ansiosa. Si la policía incautaba los libros de las palabras de Dios, sería una pérdida importante. Pero había dejado la iglesia de mi ciudad hacía diez años y no sabía dónde estaban guardados los libros. De repente, pensé en mi madre, que siempre había estado en la iglesia y que probablemente conocería la situación. Pero, entonces, me surgió un pensamiento egoísta en el corazón: “Si cuento que mi madre puede encontrar la casa donde están guardados los libros, seguro que la líder dispondrá que regrese. Ahora, la campaña de represión del Partido Comunista es tan severa que, si regreso en este momento, ¿no me estaré poniendo directamente en el punto de mira? Si me arrestan y encarcelan, ¿podré soportar la tortura? Me da miedo solo pensar en las imágenes de la policía torturando a los hermanos y hermanas tras sus detenciones. Es mejor que me quede aquí. ¡Regresar es demasiado peligroso!”. Con estos pensamientos en la cabeza, no respondí de inmediato a la líder para aceptar mi vuelta. Pero luego pensé en cómo, a lo largo de los años, había disfrutado de muchas de las gracias de Dios y de la provisión de la verdad sin haber hecho mucho por Dios. Sobre todo, ahora que mis esfuerzos para cumplir mis deberes no habían dado mucho fruto, y solía vivir según mi carácter corrupto. Ya le debía demasiado a Dios. Ahora que habían arrestado a muchos hermanos y hermanas de la iglesia de mi ciudad natal y se había perdido el contacto, no podía quedarme de brazos cruzados ni dejar que el gran dragón rojo confiscara los libros de las palabras de Dios. En ese momento, se me pasó por la cabeza una estrofa de un himno: “Ha llegado la hora de demostrar nuestra lealtad a Dios; sufriremos para dar testimonio de Él”. Dios esperaba que pudiera priorizar los intereses de la casa de Dios en épocas de peligros y adversidades. Pero tenía miedo de que me arrestaran si regresaba, y lo único en lo que pensaba eran mis propios intereses. No tenía ninguna lealtad a Dios. ¡Era demasiado egoísta! Cuando la iglesia enfrentaba la persecución y la adversidad, solo intentaba salvar mi propio pellejo. ¡Realmente carecía de conciencia! Ahora que el trabajo de la iglesia me necesitaba, si no me levantaba ahora, seguro que me sentiría culpable y lo lamentaría profundamente más tarde. Ya no podía seguir siendo una cobarde; tenía que hacer todo lo posible para proteger los libros de las palabras de Dios. Tras darme cuenta de esto, le escribí de inmediato a la líder para decirle que podía regresar y encontrar a mi madre para entender la situación.
Más tarde, la líder vino a verme y me habló en detalle sobre qué debía hacer una vez que regresara a mi ciudad natal. Me instó de forma reiterada a que, al regresar, no contactara directamente con los hermanos y hermanas de la iglesia ni con mi madre, ya que no se sabía si estaban bajo vigilancia policial. También me dijo que, primero, averiguara si mi madre estaba a salvo antes de reunirme con ella para hablar sobre los libros de las palabras de Dios. En ese momento, estaba tan nerviosa como asustada. Tenía miedo de que me arrestara la policía y estaba nerviosa porque nunca antes había lidiado con una situación así y no sabía si iba a poder manejarla bien. Luego de que la líder partiera, me apresuré a leer las palabras de Dios. Dios dice: “No debes tener miedo de esto o aquello; no importa a cuántas dificultades y peligros puedas enfrentarte, eres capaz de permanecer firme delante de Mí sin que ningún obstáculo te estorbe, para que Mi voluntad se pueda llevar a cabo sin impedimento. Este es tu deber […]. Debes soportarlo todo; por Mí, debes estar preparado para renunciar a todo lo que posees y hacer todo lo que puedas para seguirme, y debes estar preparado para gastarte por completo. Este es el momento en que te probaré, ¿me ofrecerás tu lealtad? ¿Puedes seguirme hasta el final del camino con lealtad? No tengas miedo; con Mi apoyo, ¿quién podría bloquear el camino? ¡Recuerda esto! ¡No lo olvides! Todo lo que ocurre es por Mi buena voluntad y todo está bajo Mi escrutinio. ¿Puedes seguir Mi palabra en todo lo que dices y haces? Cuando las pruebas de fuego vengan sobre ti, ¿te arrodillarás y clamarás? ¿O te acobardarás, incapaz de seguir adelante?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 10). Cuando leí estas palabras de Dios, que dicen: “Este es el momento en que te probaré, ¿me ofrecerás tu lealtad?”. “Cuando las pruebas de fuego vengan sobre ti, ¿te arrodillarás y clamarás? ¿O te acobardarás, incapaz de seguir adelante?”, sentí como si Dios me estuviera diciendo con claridad que Él había dispuesto las circunstancias actuales y que eran una prueba para mí. Sentí que Dios estaba escrutando mi corazón para ver si priorizaba mis propios intereses, me atemorizaba y retrocedía ante la persecución y las adversidades, o si priorizaba los intereses de la casa de Dios y trasladaba seguramente los libros de Sus palabras. También sentí que Dios esperaba que pudiera desempeñar bien mi deber. No quería decepcionar la intención de Dios ni quería ser una cobarde que solo intenta sobrevivir, así que, me arrodillé de inmediato y oré: “Dios, mi estatura es demasiado escasa; nunca antes he experimentado semejantes circunstancias y estoy muy nerviosa y temo que no cumpliré bien con este deber. Dios te ruego que me guíes y me ayudes a sosegar mi corazón”. Después de orar, me sentí mucho más tranquila.
Cuando llegué a mi ciudad natal, ya eran más de las 8:00 p. m. Mientras caminaba por la calle, me sentía intranquila, sin saber cómo estaban los hermanos y hermanas, si los libros de las palabras de Dios estaban a salvo y si debería enfrentarme a algún peligro. En mi interior, no paraba de pedirle a Dios que me ayudara a mantener mi corazón en calma. Cuando llegué a la puerta de la casa de mi hermano menor, dudé, ya que sabía que mi hermano se oponía a mi fe en Dios. Cuando mi padre falleció debido a una enfermedad, no regresé a casa, y mi hermano me dijo personalmente: “De ahora en adelante, ya no eres mi hermana”. No sabía si me ayudaría. Mi corazón se puso nervioso y me quedé de pie en el pasillo durante varios minutos, sin atreverme a entrar. Oré en silencio con el corazón y, poco a poco, me sentí más tranquila y encontré el valor para llamar a la puerta. Para mi sorpresa, mi hermano no me mostró hostilidad. También me enteré por él de que mi madre estaba a salvo, por el momento. Justo el día en que habían arrestado a los hermanos y hermanas, ella se estaba mudando a un nuevo lugar, así que nadie en la iglesia sabía ahora dónde vivía. Me apresuré a ir a ver a mi madre. Pensé: “Mi madre había vivido en su antigua casa durante siete años, y todos los hermanos y hermanas de la iglesia sabían dónde vivía. A la policía le habría sido muy fácil encontrarla, así que es una suerte que se mudara; de lo contrario, no habría podido contactarla. ¿Acaso no es Dios el que ha orquestado y dispuesto que mi madre se mudara de antemano?”. En ese momento, sentí que mi estatura era demasiado escasa y que no tenía fe en Dios en absoluto. Al principio, no había osado regresar, ya que temía que me arrestaran y que no encontraría la casa donde estaban guardados a salvo los libros. Ahora veía que Dios lo había dispuesto todo. Al ver la omnipotencia y la soberanía de Dios, gané fe. Mi madre me contó que sabía de cuatro casas donde, hace dos años, se habían guardado los libros de las palabras de Dios, pero no sabía si había habido cambios desde entonces. Una hermana llamada Li Han estaba a cargo de ese asunto, así que era mejor obtener la información de ella. Además, si Li Han nos presentaba, los encargados de custodiar los libros confiarían en nosotras. Pensé: “La casa de Li Han es una tienda que casi todas las personas arrestadas conocen. Si está bajo vigilancia policial, ¿no nos arrestarán también a mi madre y a mí?”. Esos policías son diablos que hieren a las personas. A algunos de los hermanos y hermanas arrestados los quemaron con agua hirviendo, a otros los desnudaron y electrocutaron por todo el cuerpo con porras eléctricas, y a otros los esposaron y los colgaron boca abajo. Me ponía a temblar con solo pensar en esas crueles imágenes. Pensé: “Si me arrestan, ¿no tendré que soportar también ese tipo de tortura? Si me mataran de un balazo y lo hicieran rápido, estaría bien, ya que moriría sin sufrir demasiado. Tal vez me convertiría en mártir y mi alma se salvaría. Pero esos diablos son insidiosos y crueles. Obligan a los hermanos y hermanas arrestados a negar a Dios y a delatar a los líderes de la iglesia y la ubicación de sus fondos. Si los hermanos y hermanas se niegan a hablar, los someten a distintas torturas y, si aún no hablan, los encarcelan para que los atormenten los presos. La policía usa todo tipo de métodos crueles y crean un verdadero infierno en el que las personas no pueden vivir ni morir y padecen un tormento atroz. No he sufrido mucho en mi vida, e incluso un dolor de cabeza o una fiebre me dan bastante malestar. ¿Cómo podría soportar una tortura tan inhumana? Además, mi madre ya es mayor, así que, si la arrestan, sufrirá terriblemente, incluso si no se muere”. Al pensar en esto, le dije a mi madre: “Si la policía está vigilando a Li Han, también nos podrían arrestar. No creo que debamos contactar con ella”. Al escuchar esto, mi madre no insistió más en el asunto.
Ya era tarde por la noche cuando terminamos de hablar y, mientras estaba acostada en la cama, no podía dormir y pensaba: “Mi madre no sabe dónde están exactamente los libros. Si vamos allí a las apuradas, ¿nos entregarán los libros sin problemas las familias encargadas de custodiarlos? Sería más seguro ponerse en contacto con Li Han”. Me di cuenta de que mi renuencia a contactar con Li Han se debía a que temía verme implicada y a que seguía protegiendo mis propios intereses, así que busqué de inmediato las palabras de Dios para resolver mi estado. Leí este pasaje de las palabras de Dios: “Los anticristos son extremadamente egoístas y despreciables. No tienen verdadera fe en Dios, y mucho menos lealtad a Él. Cuando se topan con un problema, solo se protegen y se salvaguardan a sí mismos. Para ellos, nada es más importante que su propia seguridad. Siempre y cuando puedan vivir y no los detengan, no les importa el daño causado a la obra de la iglesia. Estas personas son egoístas hasta el extremo, no piensan en absoluto en los hermanos y hermanas ni en la obra de la iglesia, solo en su propia seguridad. Son anticristos. Entonces, cuando les ocurre lo mismo a los que son leales a Dios y tienen verdadera fe en Él, ¿cómo lo gestionan? Lo que hacen, ¿de qué modo difiere de lo que hacen los anticristos? (Cuando esas cosas les suceden a quienes son leales a Dios, buscan la manera de salvaguardar los intereses de la casa de Dios, de proteger Sus ofrendas para que no sufran pérdidas, y hacen los arreglos necesarios para los líderes y obreros y los hermanos y hermanas, para minimizar las pérdidas. Los anticristos, en cambio, se aseguran de protegerse a sí mismos primero. No les importa la obra de la iglesia ni la seguridad del pueblo escogido de Dios, y cuando la iglesia se enfrenta a detenciones, eso ocasiona un perjuicio a la obra de esta). Los anticristos abandonan la obra de la iglesia y las ofrendas de Dios, y no organizan que la gente se ocupe de la situación posterior. Eso equivale a permitir que el gran dragón rojo se apodere de las ofrendas de Dios y de Su pueblo escogido. ¿No es eso una traición encubierta a las ofrendas de Dios y a Su pueblo escogido? Cuando los que son leales a Dios tienen claro que es peligroso un entorno, pese a ello aceptan el riesgo de hacer la tarea de ocuparse de la situación posterior y mantienen en mínimos las pérdidas a la casa de Dios antes de retirarse. No priorizan su propia seguridad. Dime, en este perverso país del gran dragón rojo, ¿quién podría asegurar que no hay peligro alguno en creer en Dios y cumplir con un deber? Cualquiera que sea el deber que uno asuma, conlleva cierto riesgo; sin embargo, el cumplimiento del deber es una comisión de Dios y, al seguir a Dios, uno ha de asumir el riesgo de cumplir con su deber. Uno debe hacer un ejercicio de sabiduría y ha de tomar medidas para garantizar su seguridad, pero no debe priorizar su seguridad personal. Debe tener en cuenta las intenciones de Dios y priorizar el trabajo de Su casa y la difusión del evangelio. Lo principal, y lo primero, es cumplir con la comisión de Dios para uno. Los anticristos dan máxima prioridad a su seguridad personal, creen que lo demás no tiene que ver con ellos. No les importa que le pase algo a otra persona, sea quien sea. Mientras no les pase nada malo a los propios anticristos, ellos están tranquilos. Carecen de toda lealtad, lo cual viene determinado por la esencia-naturaleza de los anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (II)). Después de leer las palabras de Dios, me sentí profundamente angustiada y alterada, ya que pensé que las palabras de Dios me estaban juzgando. El carácter que había revelado era igual al de los anticristos. Ante el peligro y las adversidades, los anticristos solo se preocupan por su propia seguridad y por cómo protegerse a sí mismos, sin mostrar lealtad a Dios y sin que les importen los intereses de la casa de Dios ni la seguridad de los hermanos y hermanas. Son extremadamente egoístas y despreciables. Ahora que la iglesia enfrentaba detenciones, proteger los libros de las palabras de Dios era la tarea más importante en ese peligroso momento, y era algo que cualquiera con conciencia y humanidad debía hacer. En ese punto crítico, yo solo pensaba en cuidar de mí misma y no en cómo trasladar los libros de forma segura y sin problemas. ¿Dónde estaba mi lealtad a Dios? Si actuaba de forma precipitada, no encontraba las casas donde guardaban a salvo los libros, o no nos entregaban los libros, se retrasaría la labor de trasladarlos. Si la policía incautaba los libros debido a no haberlos trasladado a tiempo, ¡yo sería la responsable! Las palabras de Dios son el sustento de la vida humana. Para entender la verdad, conocerse a uno mismo, despojarse de las actitudes corruptas y alcanzar la salvación, uno no puede prescindir de las palabras de Dios. Las palabras de Dios son incluso más importantes que la vida humana. Los hermanos y hermanas arriesgan sus vidas para entregar las palabras de Dios a la iglesia y que más personas puedan leerlas, entender la verdad y alcanzar la salvación de Dios. Quienes creen sinceramente en Dios arriesgarían sus vidas sin dudarlo para proteger los libros de las palabras de Dios, pero en ese momento crucial, yo solo pensaba en protegerme a mí misma. Cuanto más lo pensaba, más sentía que no tenía ninguna humanidad. También pensé en Pedro, quien soportó mucho sufrimiento y a quien incluso encarcelaron mientras trabajaba y pastoreaba la iglesia para el Señor. Durante la última persecución que el emperador romano hizo a los cristianos, Pedro ya había escapado de la ciudad. Cuando el Señor Jesús se le reveló a Pedro, él entendió que eso significaba que el Señor Jesús quería que fuera crucificado, así que se sometió y regresó a Roma, donde, en última instancia, lo crucificaron cabeza abajo y dio un testimonio de amor supremo a Dios. Aunque yo no puedo compararme con Pedro, la iglesia me había confiado esa tarea, que era mi responsabilidad y mi deber. Debía ser leal a Dios, priorizar los intereses de Su casa, realizar la tarea como pudiera y esforzarme al máximo. Al darme cuenta de esto, oré a Dios arrepentida.
A primera hora de la mañana siguiente, contacté con una hermana para comunicarme con Li Han y quedamos para vernos. Cuando Li Han nos vio, dijo con nervios: “Una de las personas arrestadas se ha convertido en un judas. Ahora han arrestado a una hermana de una de las familias encargadas de custodiar los libros, y las otras familias también están en peligro. Esperamos que puedan venir pronto a trasladar los libros”. Al escuchar las palabras de Li Han, me di cuenta de la gravedad de la situación y me sentí aún más ansiosa. Fui de inmediato con ella a identificar las otras casas donde guardaban a salvo los libros. Fuimos muy cautelosas durante el camino, observábamos todo el tiempo nuestro entorno y yo seguía orando con el corazón. Después de identificar a las familias, organicé que viniera un coche a buscarnos para trasladar los libros. Para mi sorpresa, una vez que entramos en la autopista, descubrimos que los controles policiales eran muy estrictos. Inspeccionaban cada coche durante varios minutos antes de dejarlo pasar, y había varios agentes de tráfico en los alrededores manteniendo el orden. Al ver la situación, volví a ponerme nerviosa. Si nos atrapaban, no podríamos trasladar los libros. Oré sin cesar a Dios con el corazón. Pensé en las palabras de Dios que dicen: “Todas las cosas y cualquiera de ellas, ya estén vivas o muertas, se moverán, se transformarán, se renovarán y desaparecerán de acuerdo con los pensamientos de Dios. Así es como Dios tiene la soberanía sobre todas las cosas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Tanto los seres vivos como los inanimados están bajo la soberanía y los arreglos de Dios, y los pensamientos e ideas de quienes no creen en Dios también están bajo Su control. Estaba en manos de Dios que pudiéramos pasar hoy sin problemas o no, así que necesitaba tener fe. En ese momento, detuvieron nuestro coche para realizar una inspección. Para mi sorpresa, el inspector conocía al hermano que conducía el coche y nos dejó pasar sin hacer la inspección. Vi que Dios nos protegía.
Después, reflexioné sobre mí misma y pensé: “¿Por qué tengo tanto miedo de que me arresten? Si no resuelvo este asunto, quién sabe cuándo podría caer”. Vi un pasaje de las palabras de Dios: “Debes sufrir adversidades por la verdad, debes sacrificarte por la verdad, debes soportar humillación por la verdad y, para obtener más de la verdad, debes padecer más sufrimiento. Esto es lo que debes hacer. No debes desechar la verdad en beneficio del disfrute de una vida familiar armoniosa y no debes perder toda una vida de dignidad e integridad por el bien de un disfrute momentáneo. Debes buscar todo lo que es hermoso y bueno, y debes buscar un camino en la vida que sea de mayor significado. Si llevas una vida tan vulgar y no buscas ningún objetivo, ¿no estás malgastando tu vida? ¿Qué puedes obtener de una vida así? Debes abandonar todos los placeres de la carne en aras de una verdad y no debes desechar todas las verdades en aras de un pequeño placer. Las personas así, no tienen integridad ni dignidad; ¡su existencia no tiene sentido!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Después de leer las palabras de Dios, me di cuenta de que sufrir por la verdad es lo más valioso. Solo a través de la adversidad se puede ganar la verdad. Por ejemplo, los hermanos y hermanas que padecieron la tortura experimentaron tormentos y abusos inhumanos, pero desarrollaron una verdadera comprensión del rostro feo y la esencia malvada del Partido Comunista, así como un odio verdadero hacia él, y sus corazones se volvieron más firmes para seguir a Dios. Algunos hermanos y hermanas que, al borde de la muerte, clamaron a Dios y fueron testigos de Su maravillosa protección, ganaron un entendimiento real de la omnipotencia y soberanía de Dios, y desarrollaron una fe genuina. Aunque sufrieron enormemente, dieron testimonios que triunfaron sobre Satanás. Todas esas cosas no se pueden obtener en un entorno plácido. ¡Su sufrimiento tuvo un significado muy profundo! Yo no había entendido la verdad ni conocía el valor y el significado del sufrimiento, ya que siempre temía padecer sufrimientos carnales y evitaba los entornos que Dios había dispuesto para mí. ¿No era eso ceguera e ignorancia de mi parte? También pensé en este pasaje de las palabras de Dios: “Como miembros de la raza humana y cristianos devotos, es responsabilidad y obligación de todos nosotros ofrecer nuestra mente y nuestro cuerpo para el cumplimiento de la comisión de Dios, porque todo nuestro ser vino de Él y existe gracias a Su soberanía. Si nuestras mentes y nuestros cuerpos no están dedicados a la comisión de Dios ni a la causa recta de la humanidad, nuestras almas se sentirán avergonzadas ante aquellos que fueron martirizados a causa de la comisión de Dios, y aún más ante Dios, que nos ha provisto de todo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice II: Dios preside el porvenir de toda la humanidad). Dios me dio la vida. Fue Dios quien me trajo ante Él y me dio la oportunidad de perseguir la verdad y recibir la salvación. Como una persona con conciencia y razón, debería vivir por Dios. Hoy, trasladar los libros de las palabras de Dios era mi responsabilidad. Incluso si realmente me arrestaban y padecía sufrimientos físicos, tenía que cumplir bien con mi deber. Pensé en los santos que, a lo largo de la historia, fueron perseguidos y martirizados por dar testimonio de Dios: a Pedro lo crucificaron cabeza abajo por Dios, a Esteban lo lapidaron hasta la muerte, algunos murieron a filo de espada, los serrucharon por la mitad o los metieron en aceite hirviendo, mientras que a otros los descuartizaron mediante cinco caballos. Todos se dedicaron a la causa recta de la humanidad, lo cual Dios recuerda y es una obra gloriosa. Si hoy me arrestaban y encarcelaban por trasladar los libros de Dios, eso también sería sufrir por la justicia. Al darme cuenta de esto, decidí rebelarme contra mi carne y me dispuse a esforzarme al máximo en ese deber.
Más tarde, me enteré de que una de las personas arrestadas se había convertido en un judas y estaba guiando a la policía a arrestar a hermanos y hermanas. El número de personas arrestadas había aumentado a diecinueve, y la policía tenía una lista y estaba usando fotos para que el judas identificara a las personas. Esos hermanos y hermanas debían esconderse de inmediato. Al oír esa noticia, pensé: “La situación se ha vuelto muy grave, hasta peor de lo que imaginaba. Si voy ahora a trasladar los libros, es muy probable que me arresten. ¿Podré soportar la tortura de la policía?”. Sabía que estaba volviendo a ser cobarde y temerosa, así que me arrodillé de inmediato para orar: “Dios, al enterarme de la situación de la iglesia me he vuelto temerosa otra vez. Temo que me arresten y padezca sufrimientos físicos. Dios, te ruego que me guíes y me orientes para que no viva según mi carácter corrupto, egoísta y despreciable, y para completar este deber”. En ese momento, recordé estas palabras de Dios: “En el camino hacia Jerusalén, Jesús estaba sufriendo, como si le estuvieran retorciendo un cuchillo en el corazón, pero no tenía la más mínima intención de faltar a Su palabra; siempre había una poderosa fuerza que lo empujaba hacia adelante hacia el lugar de Su crucifixión. Finalmente, fue clavado en la cruz y se convirtió en semejanza de carne de pecado, completando la obra de redención de la humanidad. Se liberó de los grilletes de la muerte y el Hades. Delante de Él, la mortalidad, el infierno y el Hades perdieron su poder, y Él los venció” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cómo servir en armonía con las intenciones de Dios). Cuando el Señor Jesús llevó la cruz hasta el Gólgota, lo golpearon con severidad, tenía el cuerpo magullado, el rostro cubierto de sangre y sufrió enormemente. Sin embargo, no mostró ningún signo de arrepentimiento. Para redimir a toda la humanidad, soportó por propia voluntad esos sufrimientos y fue crucificado. Al final, venció a Satanás y completó la obra de redimir a toda la humanidad. El Señor Jesús, plenamente consciente del inmenso sufrimiento que requería la crucifixión, no dio un paso atrás. Salvaría a la humanidad del pecado, incluso si significaba que Él mismo tuviera que padecer sufrimiento. Al pensar en esto, me sentí profundamente inspirada. Entonces, al reflexionar sobre mí misma, me di cuenta de que siempre retrocedía frente al peligro y la tribulación, y mi comportamiento era muy vulgar y despreciable. La situación que enfrentaba hoy también era una prueba, para determinar si elegiría ser leal a Dios o a mí misma en este momento crucial. Ya no podía ser egoísta y considerar solo mi propia carne. Debía seguir el ejemplo del Señor Jesús, incluso si significaba que me arrestaran, encarcelaran o torturaran hasta la muerte, y debía trasladar los libros de las palabras de Dios. Satisfacer a Dios valdría la pena, aunque fuera una sola vez. Cuando pensé en esto, sentí de repente en todo mi cuerpo que mis fuerzas se renovaban, y me sentí llena de energía para hacer esta tarea. Sabía que Dios me había dado todo eso y le estaba profundamente agradecida.
Después, trasladamos de forma segura los libros de tres de las casas. Cuando estábamos trasladando los libros de la cuarta casa, ya había pasado la medianoche. Había dos perros en la casa de un vecino que ladraban sin cesar ante cualquier ruido. Estaba tan nerviosa que sentía que tenía el corazón en la garganta y temía que los vecinos nos descubrieran y llamaran a la policía. Seguía clamando a Dios con el corazón. Fue un tremendo alivio que, después de cargar el coche, los vecinos no salieran. Al ver la protección de Dios, le agradecí fervientemente. Así, logramos trasladar con éxito y de forma segura los libros de las cuatro casas de custodia sin incidentes. En el camino de regreso, compartimos nuestras experiencias, y la alegría que sentimos fue indescriptible.
A través de esa experiencia, gané algo de entendimiento sobre la omnipotencia y soberanía de Dios. Desde el hecho de que mi madre se hubiera mudado el día en que arrestaron a los hermanos y hermanas, hasta que mi hermano me ayudara a comprender la situación y que consiguiéramos pasar por los controles de la autopista sin problemas, todo estaba bajo la soberanía y los arreglos de Dios. Esa vez, haber podido trasladar los libros de forma segura se debió completamente a la guía de Dios. Sin el esclarecimiento de las palabras de Dios y la fortaleza que Él me proporcionó, no habría podido rebelarme contra mi carne y habría carecido de fe para hacer esta tarea. Todo esto fue el resultado de las palabras de Dios.