85. Cómo deben tomarse las verdades que duelen

Por Wang Han, Estados Unidos

En noviembre de 2017, me nombraron líder de la iglesia. Cuando empecé a hablar con mis hermanos y hermanas, pude compartir mis puntos de vista, y mi hermandad me orientó sobre estos. Mis hermanos y hermanas tenían una opinión muy positiva sobre mí y me hablaban con respeto. Así que me sentía valorada y estaba muy contenta conmigo misma. Al cabo de un tiempo, me di cuenta de que mi compañera, la Hermana Wendy, me hablaba con mucha franqueza, y en ocasiones, me señalaba directamente mis problemas en cuanto los veía. Por ejemplo, cuando no prestaba atención a los asuntos generales de la iglesia, me lo hacía notar y me decía que me concentrara en ellos. Pero sentí que yo había quedado mal, así que le dije que, de ahí en adelante, me concentraría en ellos, porque no quería dar a la gente una mala impresión. Pero tenía muchos problemas con esto, porque no podía juzgar ciertas cosas, o si podía, no sabía cómo hacerlas. Más adelante, cuando Wendy me lo indicó en varias ocasiones, le aseguré que me concentraría en ello a partir de entonces, pero lo que en realidad pensé fue: “Todo el mundo dice que llevo muy bien el peso de mi deber, pero aun así Wendy me sigue criticando. Me pregunto qué pensarán los demás de mí, ahora”. Sentía que Wendy vigilaba mis problemas muy de cerca, que me despreciaba, así que quise evitarla. A veces, cuando hablábamos del trabajo, y yo proponía una idea, Wendy me decía directamente que no le parecía adecuada. A veces su tono de voz no era el adecuado y me ponía en evidencia. Sentía que era muy agresiva y que no le importaba mi dignidad. Me pareció que tenía muy poca humanidad y que era difícil llevarse bien con ella. En alguna ocasión, intenté hablar con ella, o decirle que viniese a comer cuando estaba hablando por teléfono, pero no me respondía al instante, y eso me me convenció de que no tenía humanidad y de que era demasiado fría, así que me apetecía aún menos interactuar con ella. Me llevaba mucho mejor con las otras dos hermanas. Notaba que me tenían en muy buena consideración cuando hablabamos del trabajo o de cómo estábamos y que me hablaban con respeto. Cuando tenían algún problema, me pedían consejo y casi nunca señalaban mis defectos. Me sentía muy a gusto cuando conversaba con ellas o cuando hablábamos sobre el trabajo. Cuanto más interactuaba con ellas, más me parecía que Wendy era difícil de tratar, y me mantenía lo más alejada posible de ella. De hecho me pareció que a Wendy le apetecía trabajar conmigo, quería hablarme de ciertas cosas, pero yo le respondía con indiferencia y no quería acercarme a ella, porqué creía que tenía poca humanidad. A veces tenía pensamientos horribles, como: “Sería mejor que Wendy no estuviera en nuestro grupo, así nadie criticaría mis defectos”. Recuerdo que, en una ocasión, durante las elecciones anuales de líderes de la iglesia, me interesé por ver cuántos votos tenía Wendy. Pensé: “Es imposible que la elijan, porque tiene escasa humanidad”. Pero para mi sorpresa, todos dijeron que llevaba el peso de su deber y que era muy responsable. Nadie mencionó que tenía un problema evidente de humanidad. Los líderes superiores dijeron que Wendy era una persona correcta. Estaba muy confundida: “¿Nadie se dio cuenta cómo es Wendy en realidad? Es arrogante y le gusta señalar las debilidades de los demás, un claro signo de su pobre humanidad”. No quería volver a trabajar con ella, pero informaron los resultados, y ambas resultamos electas líderes. Me sentí abrumada cuando pensé que tendría que trabajar con Wendy a partir de entonces. Después de eso, casi nunca la buscaba para hablar del trabajo. Casi siempre era ella la que acudía a mí y yo postergaba las reuniones lo máximo posible. Solo hablaba con ella cuando ya no podía seguir postergándolo más y no quería sincerarme con ella y decirle lo que pensaba.

Un día, dos hermanos informaron de un problema con Wendy. Dijeron que apenas compartía nada sobre la entrada en la vida y parecía que se concentraba más en el trabajo. Me di cuenta de que desde que trabajaba con Wendy, apenas hablaba de la entrada en la vida, y no compartía nada de manera proactiva en las reuniones. No me molesté en entender su situación en aquel momento ni en hablar con ella, y en seguida hablé de ello con dos diáconos. Parecía que solo les estaba comentando mis problemas con ella, pero en realidad lo que les estaba diciendo era: “Wendy es líder de la iglesia, y si se limita a trabajar y no pone atención en hablar de la verdad para resolver los problemas, entonces es que no está capacitada para cumplir con su papel”. En aquella ocasión, estaba hablando para satisfacer mis intenciones personales. Los diáconos estuvieron de acuerdo conmigo en que Wendy no valoraba la entrada en la vida y en que no estaba capacitada para ser líder de la iglesia. También les dije: “Wendy es muy autoritaria, y no tiene en cuenta los sentimientos de los demás cuando habla, y eso puede ser muy limitante”. En cuanto lo dije, otra hermana dijo que, hacía poco, Wendy le había señalado sus defectos y que eso la había hecho sentir muy mal. Esto me demostró todavía más que Wendy tenía un problema con su humanidad. Entonces dije: “Wendy tiene muy poca humanidad y es muy fría”. Y les di más ejemplos de ello. Aunque me sentí un poco culpable por decirlo, al recordar cómo me había limitado Wendy, tuve la certeza de que había algún problema con ella. Después de oír mi versión, los diáconos también estuvieron de acuerdo en que Wendy tenía poca humanidad. En privado, también la criticaron como había hecho yo, y cuando teníamos reuniones online, nos enviábamos mensajes mientras Wendy estaba hablando, decíamos que su entrada en la vida y sus enseñanzas eran muy pobres. En una ocasión, un diácono y otra hermana vinieron a hablar conmigo de mi situación actual. Cuando me preguntaron sobre mi trabajo con Wendy, les dije: “Es muy autoritaria, me habla en un tono impertinente y a veces me ignora cuando le hablo. Me parece que es muy fría y me siento muy limitada por ella”. En aquel momento, las dos hermanas no me conocían lo suficiente y dijeron que hablarían de ello con la líder superior. Al fin y al cabo, como Wendy era una líder de la iglesia, cualquier problema que tuviese afectaría al trabajo de esta. Al oír aquello, pensé: “Si la líder superior la sustituye, ya no tendré que trabajar más con ella”. Al día siguiente nos reunimos con la líder superior y hablé de muchos de los problemas de Wendy. Mencioné su poca humanidad y entrada en la vida y que me sentía limitada por ella. Las otras dos hermanas añadieron sus comentarios. La líder superior se sorprendió un poco al oír todo aquello. Dijo que conocía a Wendy y que no le parecía que ella fuera así. Nos prometió que lo investigaría.

Unos días después, la líder superior me informó que, en vista de cómo había tratado a Wendy, de cómo había conspirado contra ella, intentado desautorizarla en privado y juzgarla, y de que no estaba siendo positiva, estaba claro que yo tenía muy poca humanidad, que no merecía que me cultivaran, y que debían reemplazarme según los principios. Eso me sorprendió muchísimo. Nunca pensé que pasaría aquello. “Conspirar”, “desautorizarla en privado”, “juzgar”, “muy poca humanidad”, “no merecía que me cultivaran”, todas esas palabras me hicieron mucho daño. No me las podía creer, y mucho menos aceptarlas. No podía entenderlo: Desde que era niña, la gente me había tenido en muy buena consideración. ¿Cómo podía decir ahora que yo tenía muy poca humanidad? ¿Le había entendido mal? El hecho de quedar expuesta y de que se me cuestionara fue una pesadilla, y me angustié mucho.

Cuando me reemplazaron, no quise enfrentarme a lo que había pasado. No podía aceptar que criticasen mi humanidad, no pensaba que yo fuese esa clase de persona y no me molesté para nada en reflexionar sobre mí misma. Cuando hablé de mi reemplazo, oculté lo grave de mi situación, aseguré que la gente siempre había dicho que tenía mucha humanidad, y que era amable y comprensiva. Quería decir que todo aquello era un accidente y que no reflejaba mi auténtica personalidad. Después de eso, en varias ocasiones mi líder pensó en encargarme una tarea importante, pero al final decidió no hacerlo debido a mi poca humanidad. Eso me hizo sentir muy mal, y recurrí llorando a Dios: “¿Dios mío, no merezco la salvación? ¿Tengo realmente tan poca humanidad? Por favor, ayúdame a conocerme mejor. Estoy dispuesta a reflexionar”. Después de orar, encontré este pasaje de las palabras de Dios: “¿En qué asuntos de la vida cotidiana tenéis un corazón temeroso de Dios? ¿Y en cuáles no? ¿Eres capaz de odiar a alguien cuando te ofende o atenta contra tus intereses? Y cuando odias a alguien, ¿eres capaz de castigarle y vengarte? (Sí). ¡Entonces das miedo! Si no tienes un corazón temeroso de Dios y eres capaz de hacer cosas malvadas, entonces tu carácter desalmado es demasiado grave. El amor y el odio son cosas que la humanidad normal debe poseer, pero has de distinguir claramente entre lo que amas y lo que odias. En tu corazón debes amar a Dios, amar la verdad, amar las cosas positivas y amar a tus hermanos y hermanas, mientras que debes odiar a Satanás y los diablos, odiar las cosas negativas, odiar a los anticristos y odiar a los malvados. Si eres capaz de reprimir y vengarte de tus hermanos y hermanas por odio, eso que sería muy sobrecogedor; y este es el carácter de una persona malvada. Algunas personas simplemente tienen pensamientos e ideas llenos de odio, pero nunca harían nada malvado. No se trata de personas malvadas, porque cuando sucede algo, son capaces de buscar la verdad y prestan atención a los principios según los que se comportan y se ocupan de las cosas. Cuando interactúan con otros, no les piden más de lo que deben. Si se llevan bien con la persona, siguen interactuando con ella; si no se llevan bien, entonces no lo hacen. Eso apenas afecta al cumplimiento de su deber o a su entrada en la vida. Dios está en su corazón y tienen un corazón temeroso de Él. No están dispuestos a ofender a Dios y tienen miedo de hacerlo. Aunque estas personas puedan albergar determinados pensamientos e ideas incorrectos, son capaces de rebelarse contra ellos y dejarlos de lado. Se controlan en sus acciones y no pronuncian una sola palabra fuera de lugar o que ofenda a Dios. Alguien que habla y actúa de esta forma es alguien que tiene principios y practica la verdad. Tu personalidad podría ser incompatible con la de otra persona y podría no caerte bien, pero cuando trabajas al lado de ella, permaneces imparcial y no expresas tus frustraciones al llevar a cabo tu deber ni sacas tus frustraciones y las lanzas sobre los intereses de la casa de Dios; puedes encargarte de las cosas de acuerdo con los principios. ¿Qué manifiesta esto? Es una manifestación de tener un corazón temeroso de Dios básico. Si tienes un poco más, cuando ves que otro tiene carencias o debilidades, entonces, aunque te haya ofendido o tenga un prejuicio contra ti, todavía eres capaz de tratar a esa persona de manera adecuada y ayudarla con amor. Esto significa que tienes amor, que eres una persona con humanidad, que eres amable y capaz de practicar la verdad, que eres una persona honesta que posee las realidades-verdad, y que tienes un corazón temeroso de Dios. Si tu estatura todavía es baja, pero tienes voluntad, y estás dispuesto a esforzarte por la verdad y por hacer las cosas con principios, y si eres capaz de tratar los asuntos y actuar hacia los demás con principios, entonces esto también se considera tener cierto corazón temeroso de Dios; esto es completamente fundamental. Si ni siquiera puedes lograr esto ni contenerte, corres un gran peligro y eres bastante aterrador. Si te dieran un puesto, podrías castigar a la gente y hacérselo pasar mal, con lo que podrías convertirte en un anticristo en cualquier momento(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Las cinco condiciones que hay que cumplir para emprender el camino correcto de la fe en Dios). Las palabras de Dios me enseñaron que aquellos con un corazón temeroso de Dios no hablan ni actúan con frivolidad. Aunque otras personas amenacen sus intereses, no atacan ni aíslan a los demás, por miedo a ofender a Dios. Dios no tiene lugar en los corazones de los que no le temen, así que estos hacen y dicen lo que les place. Castigan y se vengan de todo aquel que amenace sus intereses. Dios dice que ese es el carácter de una persona malvada. Esta frase, “el carácter de una persona malvada”, me hirió en lo más profundo y en mi mente se sucedían una tras otra mis interacciones con Wendy. Ella hablaba con cierta ingenuidad y a menudo me daba consejos y señalaba mis fallos al hacer mis tareas, y eso me hacía sentir que había quedado mal. Por ello, sentí que Wendy tenía poca humanidad y que era difícil de tratar. A veces, cuando Wendy no me respondía en el acto cuando hablaba con ella, me convencía aun más de que tenía poca humanidad y aun me caía peor. Cuando oí a alguien decir que no se centraba en la entrada de la vida, ignoré el contexto y no tuve en cuenta la coherencia de su conducta, y aproveché para decírselo a mis compañeras. Les dije que Wendy se concentraba en el trabajo y no en la entrada en la vida, y que por tanto no podía ser líder. Quería que me apoyaran para así aislar a Wendy. Ahora me doy cuenta de que Wendy soportaba mucha presión como supervisora del trabajo de evangelización de la iglesia. Tenía muchas cosas a las que atender y a veces se alteraba cuando había problemas en el trabajo y no había resultados. Hablar solo del trabajo y no concentrarse en compartir principios verdad era una desviación en sus deberes. Eso no la hacía incapaz de cumplir con sus deberes. Pero yo la juzgaba, porque quería que la sustituyeran para no tener que trabajar más con ella. ¿Acaso no estaba intentando castigarla? Además, todo el mundo está de mal humor en alguna ocasión. ¿Quién puede estar contento todo el día? Al fin y al cabo, Wendy tenía mucho trabajo, así que era normal que no tuviese tiempo para atenderme, era comprensible. Pero le di demasiada importancia al hecho de que me ignorase, y saqué la conclusión de que tenía poca humanidad y era demasiado fría. Eso no se correspondía con la realidad. Le puse una etiqueta inmerecida y la condené. También compartí estas ideas con las otras hermanas, cosa que hizo que viesen a Wendy aún peor. Y me apoyaron cuando la juzgué a espaldas de ella y dejaron de concentrarse en sus deberes. Si me comporté así, es que mi carácter era despiadado. Cuando las acciones de Wendy y lo que decía amenazaron mis intereses y mi reputación, la condené, la ataqué y me vengué de ella. Vi que no tenía el menor temor de Dios en mi corazón. Como líder de la iglesia, no solo no había colaborado bien con mis hermanos y hermanas y no había cumplido con mis deberes según los principios, incluso tomé la iniciativa de hacer el mal e interrumpir el trabajo de la iglesia. No merecía encargarme de unos deberes tan importantes. Solía pensar que tenía mucha humanidad, que era amable y comprensiva, pero eso solo se debía a que nadie había amenazado mis intereses. Cuando pasó aquello, mi naturaleza despiadada quedó a la vista de todos, y fui capaz de juzgar, atacar y vengarme de la gente. Solo al darme cuenta de esto vi que tenía poca humanidad. Me reemplazaron por la justicia de Dios, me merecía esa suerte. Después de eso, me abrí a mis hermanos y hermanas, analicé las intenciones detrás de mis actos y compartí mis reflexiones y el conocimiento de mi misma. Mis hermanos y hermanas me animaron. Dijeron: “Te podrás conocer mejor a ti misma por haber sido reemplazada, ¡eso es bueno!”. Llegué a conocerme mejor con esa experiencia y me sentí menos deprimida. También acepté, hasta cierto punto, que se me hubiera destapado. Oré a Dios: “Dios mío, he actuado mal. De ahora en adelante estoy dispuesta a arrepentirme”. Después de eso, cuando revelaba mi carácter corrupto a la hora de interactuar con los demás, oraba a Dios, reflexionaba sobre mí misma, y me concentraba en trabajar en armonía con los demás. También empecé a emplearme a fondo en mi deber y me sentía realizada y completa. Unos días más tarde, mi líder superior vino a verme y me dijo que, en el pasado, había sido arrogante, que no había aceptado los consejos de los demás y que no los había tratado de acuerdo a los principios, pero que desde que me reemplazaron, había aprendido a reflexionar y a conocerme mejor, y por eso se había decidido que podía volver a ser líder. Me sorprendió mucho oír eso. Nunca pensé que volvería a tener la oportunidad de servir como líder. Me quedé sin palabras para expresar mi emoción y mi gratitud hacia Dios. Al mismo tiempo, me arrepentía de todo lo que había hecho en el pasado. Oré a Dios en mi corazón y me propuse arrepentirme, no volver a cometer los mismos errores, trabajar bien con los demás y entregarme a mis deberes. Más adelante, volví a reflexionar sobre mí misma: “¿Por qué no pude desprenderme de mis prejuicios hacia Wendy y la juzgué a sus espaldas y la desautoricé?”. En una ocasión, durante la práctica devocional espiritual, encontré un fragmento de las palabras de Dios que decía: “En primer lugar, en lo referente al asunto de ser podados, los anticristos son incapaces de aceptarlo. Y existen razones para que esto sea así, siendo la primera que cuando se les poda, sienten que pierden su imagen, que pierden reputación, estatus y dignidad, que se les ha quitado la capacidad de ir con la cabeza alta frente a todo el mundo. Estas cosas tienen un efecto en su corazón, así que les cuesta aceptar ser podados, y sienten que quienquiera que los pode les tiene manía y es su enemigo. Esa es la mentalidad de los anticristos cuando se les poda. Puedes estar seguro de ello. De hecho, es en la poda donde más se revela si alguien puede aceptar la verdad y realmente puede someterse. Que los anticristos se resistan tanto a la poda basta para demostrar que sienten aversión por la verdad y no la aceptan en lo más mínimo. Ese es entonces el quid de la cuestión, y no su orgullo; el hecho de que no acepten la verdad es la esencia del problema. Cuando se les poda, los anticristos exigen que sea con un buen tono y actitud. Si el tono del que lo hace es serio y su actitud severa, el anticristo se resiste y se pone desafiante y furioso. Les trae sin cuidado que lo que se exponga de ellos sea correcto o un hecho, tampoco reflexionan sobre en qué han errado o en si deberían aceptar la verdad. Solo piensan en el golpe que haya podido sufrir su vanidad y orgullo. Los anticristos son enteramente incapaces de reconocer que la poda es útil para las personas, que se trata de algo amoroso, salvador, beneficioso para la gente. No pueden ver siquiera eso. ¿Acaso no es un poco carente de discernimiento e irracional por su parte? Entonces, al enfrentarse a la poda, ¿qué carácter revela un anticristo? Sin duda alguna, un carácter de aversión por la verdad, además de arrogancia e intransigencia. Esto revela que la esencia-naturaleza de los anticristos consiste en sentir aversión por la verdad y detestarla(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VIII)). Dios nos enseña que los anticristos se preocupan demasiado por proteger su estatus y reputación, y al afrontar la poda y el trato, no reflexionan ni se examinan en absoluto, y, en lugar de eso, se resisten, lo niegan y piensan que los demás están en su contra. Incluso atacan a la gente y se vengan de ella. Todos estos comportamientos indican su carácter, que está harto de la verdad y la odia Apliqué las revelaciones de las palabras de Dios a mi situación y vi que mis juicios, desautorizaciones, ataques y venganzas contra Wendy mostraban todos mi carácter de anticristo. Cuando trabajaba con Wendy, a menudo me aconsejaba y señalaba mis fallos, pero no me trataba. Yo no reflexionaba sobre si lo que ella decía era verdad, sobre si había actuado mal o si podía aprender de sus palabras. En lugar de eso, yo siempre la miraba mal, pensaba que me tenía manía y que me despreciaba. Incluso llegué a la conclusión de que mi humanidad era pobre. Nunca reconocía mis problemas. En aquel momento, yo servía como líder de la iglesia y también supervisaba asuntos generales, pero como sentía que no tenía experiencia en ellos, no me había molestado en gestionarlos ni en preguntar sobre ese trabajo, ni había buscado la ayuda de otros que supiesen de esos asuntos. Había fracasado en el trabajo práctico. ¡Wendy tenía razón al señalármelo! Cuando Wendy me decía que me estaba desviando de mi trabajo y me sugería cosas, me estaba ayudando a mejorar. Pero yo solo había pensado en mi reputación y estatus y había interpretado que estaba dudando de mi capacidad. Incluso me tomé sus comentarios y ayuda de manera personal, y quise vengarme de ella haciendo que los demás se pusieran de mi parte, y que también juzgaran y aislaran a Wendy, cosa que había sido perjudicial para ella. Esto también creó un ambiente conflictivo que hizo que todos dejasen de concentrarse en sus deberes e interrumpió el trabajo de la iglesia. ¿No estaba, pues, actuando como Satanás? ¡Deberían haberme maldecido y castigado! Pensé que algunas de las características de los malvados y los anticristos que habían sido expulsados de la iglesia eran que estaban hartos de la verdad y la odiaban, su fracaso en aceptar las situaciones de Dios, obsesionarse con la gente que amenazaba sus intereses y pensar que la gente estaba en su contra, encontrar fallos en todo lo que hacían y criticarlos y negarse a reflexionar y conocerse mejor cuando los demás se lo recordaban, los ayudaban o los trataban y podaban. Más aún, odiaban a todos aquellos que intentaban corregirles y los atacaban y aislaban, perturbaban a los que los rodeaban e interrumpían el trabajo de la iglesia y al final cometían tanta maldad que eran expulsados. Todas estas eran las consecuencias de no aceptar y estar harto de la verdad. ¡Todos se llevaban su merecido! Con todas estas características, ¿acaso no estaba actuando como un malhechor y un anticristo? Me di cuenta de que estaba corrompida y mi humanidad era pobre. Tuve mucho miedo, me encontraba en una situación muy precaria y si no me arrepentía, Dios me odiaría y me descartaría. Tenía que aprovechar la oportunidad de arrepentirme y esforzarme en perseguir la verdad, abordar las situaciones con un corazón temeroso de Dios, buscar la verdad, reflexionar y conocerme a mí misma, ser prudente a la hora de hablar, y tener buenas intenciones en mis interacciones. Oré a Dios y le dije que ya no actuaría más como en el pasado, y que estaba dispuesta a aceptar Su escrutinio y a arrepentirme de verdad.

Más adelante, encontré otro fragmento de las palabras de Dios que me ayudó a entender cómo debía juzgar la humanidad de una persona y cómo tratar a la gente que habla con sinceridad y quiere aconsejarme. Dios dice: “Debes acercarte a personas capaces de hablar con sinceridad; tener a gente así a tu lado te supone una gran ventaja. En particular, contar a tu alrededor con personas tan buenas como aquellas que al descubrir un problema en ti tienen el coraje de hacerte reproches y de desenmascararte, puede prevenir que te desvíes. No les importa cuál sea tu estatus y, en el momento que descubren que has hecho algo en contra de los principios-verdad, te hacen reproches y te desenmascaran si es necesario. Solo tales personas son rectas, gente con sentido de la rectitud, y da igual de qué manera te desenmascaren y te reprochen, todo ello te sirve de ayuda y tiene como cometido supervisarte y sacarte adelante. Has de acercarte a esas personas; mantenerlas a tu lado y que te ayuden, te vuelve relativamente más seguro; a esto se le llama tener la protección de Dios. El hecho de contar con gente a tu lado que entiende la verdad y defiende los principios para supervisarte a diario resulta muy beneficioso a la hora de cumplir con tu deber y tu trabajo de manera adecuada. […] Cuando hagas algo que vaya en contra de los principios, te desenmascararán, opinarán de tus asuntos y señalarán tus problemas y fallos con franqueza y honestidad; no intentarán ayudarte a salvar tu prestigio y ni siquiera te darán la oportunidad de evitar que te avergüences delante de muchas personas. ¿Cómo deberías tratar a este tipo de personas? ¿Deberías castigarlas o acercarte a ellas? (Acercarte a ellas). Eso es. Deberías abrir tu corazón y hablar con ellas, decir: ‘Es correcto que me hayas señalado que tengo ese problema. En aquel momento estaba lleno de vanidad y pensamientos relativos al estatus. Sentí que a pesar de haber sido líder durante muchos años, no solo no intentaste ayudarme a salvar mi prestigio, sino que también me señalaste mis problemas delante de mucha gente, así que no fui capaz de aceptarlo. Sin embargo, ahora veo que, en realidad, lo que hice estaba reñido con los principios y la verdad, y que no debería haberlo hecho. ¿De qué sirve tener la posición de líder? ¿No es este sencillamente mi deber? Todos estamos llevando a cabo nuestro deber y tenemos el mismo estatus. La única diferencia es que yo asumo un poco más de responsabilidad, eso es todo. Si descubres algún problema en el futuro, así que di lo que tengas que decir y no habrá lugar para ninguna rencilla personal entre nosotros. Si nuestra comprensión de la verdad es diferente, entonces podemos compartir el uno con el otro. En la casa de Dios y ante Dios y la verdad, estaremos unidos, no separados’. Esta es una actitud de práctica y de amor a la verdad. ¿Qué deberías hacer si desearas mantenerte alejado de la senda del anticristo? Deberías tomar la iniciativa de acercarte a las personas que aman la verdad, a las que son rectas, a las que señalan tus problemas, a aquellas que cuando lo descubren pueden hablarte con sinceridad, hacerte reproches y, en especial, son capaces de podarte; estas son las personas que más te benefician y deberías apreciarlas. Si excluyes y te deshaces de gente tan buena, perderás la protección de Dios y poco a poco te alcanzará el desastre. Al acercarte a la buena gente y a los que entienden la verdad, tendrás paz y alegría, y podrás mantener el desastre a raya; al acercarte a la gente ruin, a los desvergonzados y a los que te adulan, estarás en peligro. No solo te engañarán y te embaucarán con facilidad, sino que el desastre te sobrevendrá en cualquier momento. Has de saber qué tipo de persona puede beneficiarte más, y se trata de aquellos capaces de advertirte que estás haciendo algo mal o que te ensalzas y das testimonio de ti mismo y desorientas a los demás. La senda correcta que hay que tomar es la de acercarse a tales personas(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 4: Se enaltecen y dan testimonio de sí mismos). Las palabras de Dios me enseñaron que la gente con sentido de la justicia que se atiene al principio verdad puede señalar a sus hermanos y hermanas sus problemas y defectos, cuando los tienen, y puede tratar y podar, destapar y analizar a la gente cuando actúan contrariamente a los principios, y que esas personas tienen buena humanidad y debo mantenerme cerca de ellas. Si alguien es amoroso en apariencia, se lleva bien con la gente, no ofende a nadie y es apreciado, pero cuando ve algo que no está de acuerdo con los principios o daña los intereses de la iglesia y escoge proteger sus relaciones y no denunciarlas, destaparlas y eliminar el problema, es egoísta y taimado y no protege los intereses de la casa de Dios. Pensé en cómo yo siempre había juzgado la humanidad de la gente basándome en si eran amables y en si hablaba de un modo que protegía la dignidad de los demás, pero este juicio no se correspondía con la verdad. Me di cuenta de que Wendy tenía razón cuando señalaba a menudo mis problemas y defectos. A pesar de que ella me hablaba con mucha franqueza, decía la verdad y podía señalarme mis fallos, y esto me hubiese ayudado a cumplir con mi deber y mejorar mi entrada en la vida. Debía pasar más tiempo con ella y escuchar sus sugerencias. Después de eso, me disculpé con ella. Sabía que el daño que le había causado era irreparable pero si me daban otra oportunidad para trabajar con ella, la apreciaría.

Más adelante, me pusieron a trabajar con el hermano Leonard. Leonard tenía muy buen calibre y era muy responsable con sus deberes. Si veía que me desviaba de mis deberes, me lo señalaba delante de los demás. Al principio, a pesar de sentirme un poco avergonzada, fui capaz de tomar sus críticas como una lección de Dios. Pero a medida que pasaba el tiempo, y que ese patrón continuaba, empecé a hartarme. A veces Leonard me criticaba con un poco de desprecio, y encontraba fallos en mi trabajo. Me sentí muy avergonzada, como si hubiese visto quien era yo realmente y no quise seguir trabajando con él. Pensaba que era muy arrogante y que me hablaba de manera inaceptable. En alguna ocasión, mientras hablaba de mi trabajo con otra gente, quise hablar mal de Leonard, pero cuando iba a hacerlo me daba cuenta de me equivocaba. Realmente, podía aprender mucho de las críticas de Leonard. Así que oré a Dios, me propuse tener buenas intenciones y busqué la manera de colaborar con Leonard conforme a la voluntad de Dios. No podía juzgar a Leonard con mala intención. Más adelante, encontré un fragmento de las palabras de Dios que me ayudó mucho. “Cuando descubras que estás haciendo algo incorrecto o tengas la revelación de un carácter corrupto, si eres capaz de abrirte y comunicarte con la gente, esto ayudará a los que te rodean a vigilarte. Ciertamente, es necesario aceptar la supervisión, pero lo principal es orar a Dios y ampararte en Él sometiéndote a un examen constante. Especialmente cuando te hayas equivocado o hecho algo mal, o cuando estés a punto de actuar o decidir por tu cuenta y alguien cercano te lo comente y te alerte, es preciso que lo aceptes y te apresures a hacer introspección, que admitas el error y lo corrijas. Esto puede evitar que entres en la senda de los anticristos. Si hay alguien que te ayuda y alerta de esta manera, ¿no estás siendo protegido sin saberlo? Sí, esa es tu protección(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Las palabras de Dios me hicieron recordar que tener a alguien a mi lado con un buen sentido de la justicia, con el que tuviera confianza para hablar con franqueza y que me señalara enseguida mis defectos, era una forma de protección, que evitaba que me extraviase y era el amor de Dios. ¡Lo correcto era aceptar la situación! En ese periodo, me había contentado con hacer trabajos triviales pero había fracasado en pagar un precio haciendo un trabajo útil regando a los nuevos. Los frecuentes comentarios de Leonard me habían hecho ser un poco más pragmática en mis deberes. También había aprendido mucho de la manera de practicar que Leonard me había enseñado. Me di cuenta de que su ayuda y consejos eran muy valiosos. Dado que no poseía la verdad, que aún tenía graves actitudes corruptas y que en cualquier momento podía equivocarme, contar con la supervisión de Leonard era un estímulo muy grande y evitaría que cometiera muchas maldades. Al darme cuenta de esto, me sentí preparada para solucionar mis deviaciones en mis deberes y tuve una buena actitud cuando Leonard me aconsejaba. Le envié un mensaje que decía: “De ahora en adelante, cuando notes que hay algún problema conmigo, te ruego que me lo digas. Me sentiré un poco avergonzada, pero eso me ayudará”. Cuando lo pienso, veo que Dios había puesto a mucha gente así a mi lado durante estos años, pero que yo siempre había querido evitarla porque pensaba que era difícil llevarse bien con ella. De hecho, lo que había pasado era que juzgaba mal a la gente, no sabía cómo evaluarlos o tratarlos, y por ello había perdido, sin saberlo, la oportunidad de aprender de mis compañeros. ¡Cuando Dios dispuso de nuevo esta situación, finalmente entendí Su voluntad, fui capaz de tratar a los demás con principios y me sentí más liberada! ¡Di las gracias a Dios en mi corazón!

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