86. Crecer durante la adversidad
El 23 de agosto de 2022, el líder del distrito nos invitó a varios predicadores a una reunión. Lo esperamos hasta la tarde, pero el líder no apareció. Luego, nos enteramos de que habían arrestado a los líderes de la iglesia y a muchos de los hermanos y hermanas. También habían arrestado a la hermana Lu Yang, que había vivido conmigo. Además, el líder que nos había invitado a la reunión llevaba todo un día y una noche sin dar señales de vida, por lo que era casi seguro que algo le había sucedido. Al oír la noticia, me quedé atónita. Las detenciones habían afectado a decenas de iglesias, y todo había ocurrido el día 23, bien temprano, lo que indicaba que era una acción coordinada del PCCh. Recordé que, unos días antes, el líder había visitado mi casa un par de veces, y me pregunté si yo también podía ser uno de los objetivos. Si era así, ¿algún día me arrestarían? El PCCh no ve a los creyentes como seres humanos y usa todo tipo de torturas para obligarlos a traicionar a Dios. Yo supervisaba el trabajo de varias iglesias, por lo que, si me arrestaban, seguramente el PCCh no me dejaría en libertad muy fácilmente. Estos pensamientos me hicieron sentir una opresión en el pecho. Empecé a ponerme nerviosa ante el más mínimo movimiento fuera de casa, temiendo que me arrestaran en cualquier momento. Al darme cuenta de que mi estado no era el correcto, oré de inmediato a Dios: “Dios, la iglesia se enfrenta a enormes campañas de represión, así que me siento muy temerosa. Te ruego que me protejas y me des fe para que este entorno no me limite”. Después de orar, recordé la película titulada “Mi historia, nuestra historia”, y la busqué de inmediato para verla. Un pasaje de las palabras de Dios que aparece en la película me dio fe.
Dios Todopoderoso dice: “Aunque Satanás miró a Job con ojos codiciosos, sin el permiso de Dios no se atrevió a tocarle un solo pelo. Aun Satanás siendo inherentemente malvado y cruel, después de que Dios emitiese Su orden, no tuvo elección sino respetar Su mandato. Así, aunque Satanás estaba tan enloquecido como un lobo entre ovejas cuando cayó sobre Job, no se atrevió a olvidar los límites establecidos por Dios ni violar Sus órdenes. En todo lo que hizo, Satanás no osó desviarse de los principios y de los límites de las palabras de Dios. ¿No es esto una realidad? De esto se puede ver que Satanás no se atreve a contravenir ninguna de las palabras de Jehová Dios. Para él, cada palabra que sale de la boca de Dios es una orden, una ley celestial y una expresión de Su autoridad, porque detrás de cada palabra de Dios se insinúa Su castigo a aquellos que violan Sus órdenes, y a quienes desobedecen y se oponen a las leyes celestiales” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único I). Las palabras de Dios nos dicen con claridad que no importa lo violento que sea Satanás, no puede exceder los mandatos de Dios ni sobrepasar las barreras o los límites que Dios establece. Por muy diabólico que sea Satanás, sigue siendo un objeto de servicio en las manos de Dios y una herramienta que Él usa para perfeccionar a Su pueblo escogido. Al reflexionar sobre las palabras de Dios, me di cuenta de que el día de la gran redada, el líder había planeado reunirse con nosotros y, si la policía hubiera llevado a cabo la operación un poco más tarde, los predicadores también habríamos sido arrestados junto con el líder. Vi que Dios permite las detenciones de los hermanos y hermanas. Satanás no puede actuar sin el permiso de Dios; esta es Su autoridad. Eso me quedó especialmente claro cuando vi en la película que los hermanos que estaban en la cárcel confiaban en Dios para compartir Sus palabras bajo estricta vigilancia. Se ayudaban y se apoyaban entre ellos, y su fe en Dios se fortalecía aún más. Por mucho que el PCCh los amenazara o engañara, ellos se mantenían firmes en su testimonio. Eso demostraba el poder de las palabras de Dios. Al ver la experiencia de esos hermanos, ya no sentí tanto miedo. Pensé en cómo solía proclamar la omnipotencia y soberanía de Dios sobre todas las cosas, y cómo decía a menudo que protegería el trabajo de la iglesia. Pero, cuando oí que cada vez arrestaban a más personas, me llené de cobardía y temor. Mis resoluciones y promesas anteriores parecían haber quedado en el olvido. Sobre todo, solo con pensar que me torturarían si me arrestaban hacía que afloraran mis preocupaciones. Al enfrentarme a la realidad, finalmente vi lo pequeña que era mi fe. Apenas estuve ante el peligro, me volví cobarde y temerosa, y comencé a preocuparme por mi propia seguridad física. ¿De qué manera tenía algo de estatura? Al darme cuenta de esto, oré a Dios y le pedí que me diera fe para poder cumplir bien con mis deberes y mantenerme firme en mi testimonio durante la adversidad.
Tras ese incidente, hubo mucho trabajo importante que hacer para lidiar con sus consecuencias. Para evitar que los libros de las palabras de Dios cayeran en manos del PCCh, se decidió que la hermana Gao Qing y yo nos encargáramos de trasladarlos. Al ver que se me pedía que hiciera una tarea tan importante y conociendo la importancia de esa responsabilidad, estaba dispuesta a hacerlo. Sin embargo, no podía evitar sentir un poco de miedo cuando pensaba en los peligros que involucraba el traslado. “Si nos arrestan y el PCCh descubre que estamos transportando los libros de las palabras de Dios, seguramente nos obligarán a revelar más información de la iglesia y nos someterán a torturas. ¡Aunque no muramos, nos las harán ver negras! ¿Qué haré si quedo discapacitada? No solo no podré cumplir con ningún deber, sino que también tendré problemas para cuidar de mí misma. ¿No sería ese mi final? ¿Podría aún obtener la salvación? Carezco de coraje y sabiduría. ¿Puedo encargarme realmente de este deber? ¿No deberíamos encontrar a alguien más valiente y sabio para esta responsabilidad?”. Estaba a punto de decírselo a las hermanas, pero dudé y me tragué mis palabras. Pensé en cómo, solo después de analizarlo detenidamente y dado el escaso número de personas que se podía contactar en ese contexto, todos habían decidido que yo asumiría esta tarea. Recordé estas palabras de Dios: “Debes defender y asumir la responsabilidad de todo lo que se relacione con los intereses de la casa de Dios o que se refiera a la obra de la casa de Dios y a Su nombre. Cada uno de vosotros tiene esta responsabilidad y obligación, y es eso lo que debéis hacer” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Sobre los decretos administrativos de Dios en la Era del Reino). No importa la situación, proteger los intereses de la casa de Dios y garantizar la seguridad de los libros de las palabras de Dios es la responsabilidad y obligación de cada una de las personas del pueblo escogido de Dios. Había sido creyente durante muchos años y había disfrutado del riego y la provisión de las palabras de Dios; sin embargo, cuando la seguridad de los libros de las palabras de Dios estaba en riesgo y había que trasladarlos, no fui proactiva para realizar esta tarea. En cambio, solo pensé en mis propias expectativas y sendas futuras. Por miedo a que me arrestaran y torturaran, quería delegar esa tarea en otra persona. ¡Fui tan egoísta y carente de conciencia y razón! Como todos estaban de acuerdo en que yo era la persona más adecuada para trasladar los libros de las palabras de Dios, eso debía ser la intención de Dios. Sobre todo, al considerar que no me habían arrestado durante la gran redada, estaba claro que debía desempeñar un papel y que no debía rechazarlo. Soy un ser creado; Dios sabe lo que puedo hacer. El que me arrestaran o no estaba en manos de Dios. Si Dios había decretado que me arrestarían, me sometería a Él, pero, si Dios no lo permitía, el PCCh no podía hacerme nada. Así como Daniel, que tuvo fe en Dios e, incluso cuando lo arrojaron al foso de los leones, estos no le hicieron daño. Por muy fuera de control que esté el PCCh, sigue estando en las manos de Dios y es solo un objeto de servicio en Su obra. Con esa comprensión, gané fe y oré a Dios: “Dios, ahora es necesario trasladar con urgencia los libros de Tus palabras, y yo me siento cobarde y temerosa, pero sé que Satanás está en Tus manos. Estoy dispuesta a dejar a un lado mi propia seguridad y trabajar con la hermana Gao Qing para llevar los libros a un lugar seguro. Te ruego que nos guíes”. A la mañana siguiente, partimos en una densa niebla y logramos llevar los libros a un lugar seguro.
Debido a que habían arrestado a varios líderes de la iglesia, a la hermana Gao Qing y a mí nos promovieron temporalmente para supervisar el trabajo de esas iglesias. Sabía que no debía eludir mi deber, pero sentía mucha presión. Asumir ese deber en un momento tan crítico era, en efecto, muy peligroso. Sin embargo, con los líderes bajo arresto y el trabajo de la iglesia casi paralizado, los hermanos y hermanas no podían vivir su vida de iglesia y necesitaban con urgencia que alguien se encargara del trabajo. En ese momento, habría sido una falta de humanidad eludir ese deber. Tras una larga reflexión, lo acepté. Sin embargo, al poco tiempo, me enteré de que, durante los interrogatorios, la policía estaba mostrando fotos a los hermanos y hermanas bajo arresto para pedirles que identificaran a los líderes. El PCCh seguía arrestando a los líderes, así que, si sabían que ahora era una líder de iglesia, ¿no me darían a mí también una dura sentencia si me arrestaban? Pensé en los hermanos y hermanas que habían sido arrestados y enviados a la cárcel. A algunos los habían maltratado los otros reclusos en la cárcel, mientras que a otros los habían apaleado y torturado los guardias y tenían que realizar trabajos físicos pesados todos los días. Dado que ya tenía un débil estado de salud, si me arrestaban y sentenciaban, cada día en la cárcel me parecería un año. Quién sabe si lograría salir con vida. De hecho, cumplir con los deberes en China es muy peligroso, como caminar al borde de un abismo y estar en constante peligro de muerte. Seguía pensando que hubiera sido mejor no haber asumido ese deber… Estaba muy preocupada y no podía concentrarme en mi trabajo. Al darme cuenta de que mi estado no era el correcto, oré de inmediato a Dios para pedirle que protegiera mi corazón.
Esa noche, no pude dormir. Reflexioné sobre cómo, al enfrentar la gran campaña de represión contra la iglesia, solo había revelado mi cobardía y temor. Incluso había querido eludir mi deber para protegerme a mí misma. ¿Por qué seguía pensando en mí misma ante la adversidad? Durante mis prácticas devocionales, leí dos pasajes de las palabras de Dios: “Los anticristos hacen todo lo posible para proteger su seguridad. Piensan para sí: ‘Debo garantizar mi seguridad a toda costa. Da igual a quién cojan, pero no debe ser a mí’. En este asunto, a menudo acuden ante Dios para orar, rogándole que los mantenga alejados de problemas. Les parece que, hagan lo que hagan, están realizando el trabajo de un líder de la iglesia y que Dios debe protegerles. En aras de su propia seguridad y para evitar que los arresten, escapar de toda persecución y colocarse en un entorno seguro, los anticristos a menudo imploran y oran por su propia seguridad. Dependen realmente de Dios y se ofrecen a Él solo cuando se trata de su propia seguridad. Tienen auténtica fe en lo que respecta a esto, y su dependencia hacia Dios es real. Solo se molestan en orarle a Dios para pedirle que proteja su seguridad, sin pensar lo más mínimo en la obra de la iglesia o en su deber. En su trabajo, se guían por el principio de la seguridad personal. Si un lugar es seguro, entonces los anticristos lo elegirán para obrar y, desde luego, darán una impresión muy proactiva y positiva, alardeando de su gran ‘sentido de la responsabilidad’ y ‘lealtad’. Si algún trabajo conlleva riesgo y puede acabar en un incidente, si el gran dragón rojo puede descubrir al que lo lleve a cabo, entonces se excusan y se niegan a hacerlo, y buscan una oportunidad para eludirlo. En cuanto hay peligro, o en cuanto hay un asomo de este, piensan en la manera de librarse y abandonan su deber, sin preocuparse por los hermanos y hermanas. Solo les preocupa salvarse a sí mismos del peligro. Puede que en el fondo ya estén preparados: en cuanto aparece el peligro, abandonan de inmediato el trabajo que están haciendo, sin preocuparse de cómo va el trabajo de la iglesia, de la pérdida que pueda suponer para los intereses de la casa de Dios o de la seguridad de los hermanos y hermanas. Lo que les importa es huir” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (II)). “Los anticristos son extremadamente egoístas y despreciables. No tienen verdadera fe en Dios, y mucho menos lealtad a Él. Cuando se topan con un problema, solo se protegen y se salvaguardan a sí mismos. Para ellos, nada es más importante que su propia seguridad. Siempre y cuando puedan vivir y no los detengan, no les importa el daño causado a la obra de la iglesia. Estas personas son egoístas hasta el extremo, no piensan en absoluto en los hermanos y hermanas ni en la obra de la iglesia, solo en su propia seguridad. Son anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (II)). Dios pone al descubierto que la naturaleza de un anticristo es extremadamente egoísta y despreciable. Priorizan sus propios intereses por encima de todo y, en cualquier situación, no dudan en protegerse a sí mismos si algo afecta sus intereses. A los anticristos los motiva solamente el beneficio propio y carecen de toda conciencia o razón. Se adhieren a la filosofía satánica de “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, y viven completamente a imagen de Satanás. Al reflexionar sobre las palabras de Dios y mi comportamiento, ¿acaso yo no había revelado el carácter egoísta y despreciable de un anticristo? Normalmente, cuando no existía la amenaza de detenciones, era muy proactiva en mis deberes, por muy duros o agotadores que fueran, y aparentaba ser leal a mis deberes y someterme a Dios. Pero, cuando la iglesia se enfrentó a una gran campaña de represión y los deberes que me asignaron afectaban mis propios intereses, mi carácter egoísta y despreciable quedó en evidencia. Cuando los hermanos y hermanas me propusieron para trasladar los libros de las palabras de Dios, quise delegar la tarea en otra persona para protegerme a mí misma. Cuando la iglesia me promovió temporalmente a líder, en lugar de centrarme en cómo llevar a cabo el trabajo de la iglesia de manera adecuada y asumir esa responsabilidad, me preocupaba que me arrestaran y enviaran a la cárcel. Incluso pensé en eludir el deber para protegerme. ¡Tenía tanto miedo a la muerte! Se dice que la sinceridad queda en evidencia en la adversidad, pero ¿acaso me comporté con sinceridad ante la adversidad? ¡No! Solo revelé mi egoísmo e insinceridad. Pensé en todos esos años en los que había disfrutado del riego y la provisión de las palabras de Dios. Sin embargo, cuando la iglesia enfrentaba una gran campaña de represión y necesitabaque hiciera mi parte, busqué excusas para eludirlo y protegerme a mí misma. ¿En qué forma tenía yo humanidad? Había orado a Dios y le había dicho que estaba dispuesta a esforzarme por Él y a retribuir Su amor; sin embargo, era egoísta y despreciable, e intentaba protegerme a mí misma. ¿No es esto engañar a Dios? Si no fuera por la revelación de esos hechos y el juicio y el desenmascaramiento de las palabras de Dios, aún no tendría una verdadera comprensión de mi carácter satánico, egoísta e interesado. Seguiría pensando que era sincera con Dios y que Él seguramente me aprobaría. También creería que, cuando concluyera Su obra, entraría en el reino y disfrutaría de Sus bendiciones. ¡No me conocía a mí misma para nada! La obra de Dios es tan práctica. A través de la persecución y las detenciones que llevó a cabo el gran dragón rojo, Dios ha revelado mi corrupción y me ha ayudado a entenderme a mí misma. ¡Esa es la salvación que Dios tiene para mí! Al pensar en esto, sentí remordimiento y ya no quise vivir según las filosofías de Satanás.
Más tarde, me encontré con un pasaje de las palabras de Dios que fue muy esclarecedor para mí. Dios dice: “Si reconoces que eres un ser creado, debes prepararte para sufrir y pagar un precio por cumplir con tu responsabilidad de difundir el evangelio y por cumplir adecuadamente con tu deber. El precio podría consistir en padecer una dolencia física o una adversidad, sufrir persecuciones del gran dragón rojo o malentendidos de la gente mundana, así como las tribulaciones que se padecen al difundir el evangelio: traiciones, palizas e injurias, ser condenado e incluso hostigado y correr peligro de muerte. Es posible que, en el transcurso de la difusión del evangelio, mueras antes de la consumación de la obra de Dios y no llegues a ver el día de Su gloria. Debéis estar preparados para esto. No pretendo atemorizaros; es una realidad. […] Por otro lado, ¿cómo murieron esos discípulos del Señor Jesús? Entre los discípulos hubo quienes fueron lapidados, arrastrados por un caballo, crucificados cabeza abajo, desmembrados por cinco caballos; les acaecieron todo tipo de muertes. ¿Por qué murieron? ¿Los ejecutaron legalmente por sus delitos? No. Fueron condenados, golpeados, vituperados y asesinados porque difundían el evangelio del Señor y los rechazó la gente mundana; así los martirizaron. […] En realidad, así fue cómo murieron y perecieron sus cuerpos; este fue su medio de partir del mundo humano, pero eso no significaba que su resultado fuera el mismo. No importa cuál fuera el modo de su muerte y partida, ni cómo sucediera, así no fue como Dios determinó los resultados finales de esas vidas, de esos seres creados. Esto es algo que has de tener claro. Por el contrario, aprovecharon precisamente esos medios para condenar este mundo y dar testimonio de las acciones de Dios. Estos seres creados usaron sus tan preciadas vidas, aprovecharon el último momento de ellas para dar testimonio de las obras de Dios, de Su gran poder, y declarar ante Satanás y el mundo que las obras de Dios son correctas, que el Señor Jesús es Dios, que Él es el Señor y Dios encarnado. Hasta el último momento de su vida siguieron sin negar el nombre del Señor Jesús. ¿No fue esta una forma de juzgar a este mundo? Aprovecharon su vida para proclamar al mundo, para confirmar a los seres humanos, que el Señor Jesús es el Señor, Cristo, Dios encarnado, que la obra de redención que Él realizó para toda la humanidad le permite a esta continuar viviendo, una realidad que es eternamente inmutable. Los martirizados por predicar el evangelio del Señor Jesús, ¿hasta qué punto cumplieron con su deber? ¿Hasta el máximo logro? ¿Cómo se manifestó el máximo logro? (Ofrecieron sus vidas). Eso es, pagaron el precio con su vida. La familia, la riqueza y las cosas materiales de esta vida son cosas externas; lo único relacionado con uno mismo es la vida. Para cada persona viva, la vida es la cosa más digna de aprecio, la más preciada, y resulta que esas personas fueron capaces de ofrecer su posesión más preciada, la vida, como confirmación y testimonio del amor de Dios por la humanidad. Hasta el día de su muerte siguieron sin negar el nombre de Dios o Su obra y aprovecharon los últimos momentos de su vida para dar testimonio de la existencia de esta realidad; ¿no es esta la forma más elevada de testimonio? Esta es la mejor manera de cumplir con el deber, lo que significa cumplir con la responsabilidad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). Después de leer las palabras de Dios, entendí que, si realmente vemos con claridad el sentido de la vida y el valor de la vida y la muerte, y si vivimos de acuerdo con las palabras de Dios, podemos someternos de verdad a Dios y mantenernos firmes en nuestro testimonio de Él en épocas de adversidad. La vida es lo más valioso que poseemos. Si podemos encomendar nuestras vidas a Dios, entonces nada podrá derrotarnos. Pensé en cómo había seguido a Dios hasta ese momento y en cómo había logrado desprenderme de a poco de cosas como el trabajo, la familia, el matrimonio y las posesiones materiales. Sin embargo, al enfrentar el peligro y la posibilidad de perder la vida, mi rebeldía había quedado al descubierto. Había querido eludir mis deberes para protegerme. ¡Tenía demasiado miedo a la muerte! La persecución y las detenciones demenciales del PCCh tienen como objetivo acobardarnos y atemorizarnos, hacer que abandonemos nuestra fe en Dios, renunciemos a nuestros deberes y lo traicionemos para que perdamos nuestra oportunidad de obtener la salvación. Esa es la argucia de Satanás. Solo podemos derrotar y humillar a Satanás al encomendarle nuestras vidas a Dios, cumplir nuestros deberes bien y con un corazón sumiso a Él, independientemente de cómo Dios orqueste y disponga las cosas. Siempre había pensado que no obtendría la salvación si moría bajo la persecución, pero esa era mi propia noción e imaginación. En la Era de la Gracia, las autoridades romanas persiguieron y arrestaron a los apóstoles. Algunos murieron a filo de espada y a otros los crucificaron cabeza abajo. Pagaron con sus vidas para difundir el evangelio del reino de los cielos y dedicaron sus vidas a dar testimonio de la salvación del Señor Jesús, por lo que recibieron la aprobación de Dios. Hoy en día, muchos hermanos y hermanas también sufren detenciones y la persecución por divulgar el evangelio de Dios de los últimos días. Sufren torturas y palizas que los dejan discapacitados o hasta les causan la muerte, pero eligen mantenerse firmes en su testimonio de Dios y se niegan a sucumbir a Satanás, incluso ante la muerte. Una muerte así tiene sentido. Aunque, desde la perspectiva humana, sus cuerpos físicos mueren, sus almas no lo hacen. Todo esto está de acuerdo con los arreglos de Dios. Ofrecer la vida para dar testimonio de Dios es la forma más elevada de dar testimonio. Al reflexionar sobre esto, me sentí esclarecida. Ese entorno era la manera en que Dios me estaba poniendo a prueba. Quería ver si, ante esa situación adversa, yo elegía cumplir bien con mis deberes y mantenerme firme en mi testimonio o si abandonaba mis deberes y vivía una vida sin sentido. Dios estaba observando mi actitud y mis prácticas. El Señor Jesús dijo: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). “El que ha hallado su vida, la perderá; y el que ha perdido su vida por mi causa, la hallará” (Mateo 10:39). Mi vida está en las manos de Dios. Aunque Satanás puede encarcelarme y lastimar mi cuerpo, no puede controlar mi suerte ni mi destino. La vida de cada persona está en las manos de Dios, y todo lo que experimentamos lo dispone Él de manera apropiada. Si abandonara mis deberes para protegerme, estaría traicionando a Dios y perdería mi oportunidad de obtener la salvación. Dios me dio la vida y me trajo a este mundo, así que hay una misión que debo cumplir. Poder seguir al Creador y cumplir bien con mis deberes como ser creado significa que mi vida no es en vano. Las palabras de Dios inspiraron mi corazón. No importa lo que depare el futuro, es perfectamente natural y justificado que un ser creado se someta al Creador. Estaba dispuesta a encomendarle mi vida a Dios, hacer lo que pudiera y cumplir bien con mis deberes. Más tarde, convocamos una reunión con los diáconos de la iglesia para restaurar lo antes posible la vida de iglesia. Hablamos sobre cómo persistir en nuestros deberes en tiempos de adversidad y sobre la intención de Dios frente a la persecución y las detenciones. También implementamos varias tareas. Dos meses después, la vida de iglesia de los hermanos y hermanas empezó a recuperar la normalidad de a poco.
Un día de noviembre, de repente recibimos la noticia de que la policía había arrestado por la fuerza al líder de la iglesia, Li Zhong, y a otros quince hermanos y hermanas. Se me volvió a acongojar el corazón y sentí aún más odio hacia el PCCh, ese demonio. A la mañana siguiente, hablamos con urgencia con los colaboradores sobre cómo trasladar los libros de las palabras de Dios a un lugar seguro. Como yo era la única que conocía la nueva ubicación, se decidió que yo transportaría los libros al nuevo sitio. Sin embargo, pensé para mis adentros: “Siempre hay vehículos y cámaras por todas partes a lo largo de ese trayecto. Es imposible evitarlos. Si me descubren durante el traslado, tendrán una prueba irrefutable y seguramente me condenarán. ¿Qué pasará si me persiguen hasta la muerte? ¡Esto es demasiado peligroso! Tal vez debería ir otra persona”. Pero, justo cuando estaba a punto de sugerirlo, decidí guardar silencio. En ese momento tan crítico, aún seguía teniendo en consideración mi propia seguridad. ¿De qué manera estaba mostrando lealtad? ¡Tenía demasiado miedo a la muerte! Mi vida está en las manos de Dios y no bajo mi control. Necesitaba ser leal a Dios. Al pensarlo, oré a Dios: “Dios, soy tan egoísta y despreciable. Estaba intentando eludir de nuevo mis deberes. Ahora estoy dispuesta a confiarte mi vida. Te ruego que me guíes para cumplir bien con mis deberes en este momento crucial y para que pueda trasladar los libros con seguridad”. En ese momento recordé unas palabras de Dios: “Por muy difícil que sea, debes pagar el precio con tu deber y con lo que tienes que hacer y, por encima de eso, con la comisión que te ha asignado Dios y es tu obligación, así como con el importante trabajo ajeno a tu deber, pero que es necesario que hagas, el trabajo que se te ha encomendado y para el que se te ha designado. Aunque tengas que aplicarte en ello al máximo, aunque se cierna sobre ti la persecución, y aunque pongas en riesgo tu vida, no debes lamentar el coste, sino ofrecer tu lealtad y someterte hasta la muerte” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. ¿Por qué debe el hombre perseguir la verdad?). Las palabras de Dios me dieron fe y fortaleza. La intención de Dios estaba detrás del deber que se me había asignado ese día, y Él también había predeterminado si me iban a arrestar o no. Dado que en ese momento yo era la persona más adecuada para trasladar los libros de las palabras de Dios, debía someterme incondicionalmente. Más tarde, con la colaboración de todos, logré trasladar los libros al lugar seguro.
A través de esa experiencia, gané cierta comprensión: cuando estuve en una situación peligrosa, las palabras de Dios me dieron fe y valentía para perseverar en mis deberes. Al mismo tiempo, vi lo temerosa que era y cuánto apreciaba mi vida. Gané algo de comprensión sobre mi carácter satánico, egoísta y motivado por el beneficio personal. Llegué a ver la muerte con mayor claridad y a tenerle menos miedo. Me volví más firme en mi fe para seguir a Dios y perseguir una vida con sentido. Esas comprensiones son cosas que no podría haber obtenido en un entorno plácido.