21. Reflexiones de una paciente con uremia
Acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días con más de cuarenta años. Comprendí que la obra de Dios en los últimos días es la obra de salvar a las personas, y que solo al acudir ante Dios, leer Sus palabras y hacer los propios deberes puede uno entender y obtener la verdad, tener el cuidado y la protección de Dios y, al final, tener la ocasión de entrar en Su reino. Poco después, empecé a hacer mis deberes. Fuera cual fuera el deber que la iglesia dispusiera para mí, nunca lo rechazaba; solo pensaba en cómo llevarlo a cabo bien. Más adelante, la presión sanguínea me subió a 220 mm/hg, así que recibí tratamiento intravenoso para bajarla y no permití que me impidiera hacer mis deberes. Pensé: “Mientras haga mi deber con sinceridad, Dios me protegerá”. Durante años, continué haciendo mis deberes con sol o con lluvia y pensaba que era una auténtica creyente que contaba con la aprobación de Dios. Sin embargo, una repentina enfermedad reveló mi verdadera naturaleza.
Fue en otoño de 2009. Un día, sentí una repentina inflamación y dolor en ambas piernas, y estas se me empezaron a hinchar. Poco después, también se me hincharon el rostro y los ojos, se me deformó toda la cara y no podía abrir los ojos. Mi hija me llevó al hospital para un chequeo. El médico me dijo que tenía atrofia renal en ambos riñones, algo que podía desembocar en una uremia y que, si se agravaba, podía llevar a la muerte. Me quedé en shock al oír aquello. Si las cosas continuaban así, la muerte no estaría lejos. Había empezado a hacer mis deberes apenas unos meses después de encontrar a Dios y, con sol o con lluvia, o incluso enferma, nunca dejé de cumplirlos. A lo largo de los años, no solo sufrí y me agoté con mis deberes, sino que además soporté malentendidos, burlas e insultos por parte de mis parientes. ¿Este tipo de esfuerzo no era suficiente? ¿Todavía no bastaba para obtener la protección de Dios? Rememoré mi primer encuentro con Dios, las grandes esperanzas que tenía en la vida del reino; pero, al enfrentarme a una enfermedad tan grave que podía poner mi vida en peligro en cualquier momento, me preguntaba si todavía tendría ocasión de entrar en el reino. Parecía que el hermoso destino ya no tenía nada que ver conmigo. Mientras más lo pensaba, más agraviada me sentía, y perdí la motivación por hacer mi deber. Me sumí en la negatividad. Oré a Dios: “Oh, Dios, no entiendo por qué me enfrento a esta enfermedad, y albergo quejas en Tu contra en mi corazón. Sé que esto está mal, así que por favor esclaréceme y guíame para entender Tu intención”.
Más tarde, leí un pasaje de las palabras de Dios: “A la gente le parece que: ‘Como ahora creo en Dios, le pertenezco, y Él debería cuidar de mí, ocuparse de mi comida y mi alojamiento, de mi futuro y mi sino, así como de mi seguridad personal, incluida la de mi familia, y garantizar que todo me vaya bien, que todo se desarrolle en paz y sin incidentes’. Y, si los hechos no son como la gente exige e imagina, piensan: ‘Creer en Dios no es tan bueno ni tan fácil como imaginaba. Resulta que todavía tengo que sufrir esta persecución y tribulación y pasar por muchas pruebas en mi fe en Dios; ¿por qué Él no me protege?’. ¿Esto es pensar de manera correcta o incorrecta? ¿Está de acuerdo con la verdad? (No). Por tanto, ¿no muestra este pensamiento que le hacen exigencias irracionales a Dios? ¿Por qué la gente que tiene ese pensamiento no ora a Dios ni busca la verdad? La buena voluntad de Dios está naturalmente detrás de que Él haga que las personas se enfrenten a semejantes situaciones; ¿por qué no comprende la gente las intenciones de Dios? ¿Por qué no puede cooperar con Su obra? Dios causa de manera intencionada que la gente se encuentre con tales cosas, de modo que pueda buscar y obtener la verdad y viva confiando en ella. Sin embargo, la gente no busca la verdad, sino que siempre mide a Dios en función de sus propias nociones y figuraciones; este es su problema. Así es como debes entender estas cosas desagradables: nadie tiene una vida exenta de sufrimiento. Para algunas personas guarda relación con la familia; para otras, con el trabajo; para otras, con el matrimonio y, para otras, con una enfermedad física. Todo el mundo debe sufrir. Algunos dicen: ‘¿Por qué tiene que sufrir la gente? Qué bien estaría vivir siempre felices y en paz. ¿No podemos evitar sufrir?’. No, todo el mundo ha de sufrir. El sufrimiento hace que cada persona experimente las innumerables sensaciones de la vida física, sean positivas, negativas, activas o pasivas; el sufrimiento te da distintas sensaciones y apreciaciones que para ti son todas tus experiencias en la vida. Ese es un aspecto para que la gente tenga más experiencia. Si a partir de esto eres capaz de buscar la verdad y entender la intención de Dios, te acercarás cada vez más al nivel que Él te exige. Otro aspecto es la responsabilidad que Dios da al hombre. ¿Qué responsabilidad? El sufrimiento al que debes someterte. Si eres capaz de asumir este sufrimiento y soportarlo, esto es testimonio, algo nada vergonzoso” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se resuelven las propias nociones es posible emprender el camino correcto de la fe en Dios (1)). Después de leer las palabras de Dios, entendí que toda situación e instancia de sufrimiento que afrontamos lleva las intenciones de Dios. Todos se ajustan a la capacidad que una persona puede soportar de acuerdo a su estatura. Deberíamos buscar la verdad y las intenciones de Dios, y no aferrarnos a nuestras nociones ni contemplar las cosas desde nuestra perspectiva. Si nos fijamos en las cosas desde la perspectiva de la carne, viviremos en el sufrimiento y pensaremos que la enfermedad no es algo bueno. Sin embargo, si aceptamos tales cosas de parte de Dios y buscamos la verdad, podemos aprender lecciones de la enfermedad, y luego se convierte en algo bueno. Al reflexionar sobre mi reacción a esta dolencia, pensé que, en todos estos años de fe en Dios y de hacer mis deberes, aunque me enfrentara a la calumnia y la burla de los parientes y vecinos, o soportara viento, lluvia, frío helado o calor abrasador, nunca había dejado de hacer mis deberes. Por eso, pensé que Dios debería protegerme de una enfermedad grave y que, al final, viviría para entrar en el reino de Dios. ¿No era exactamente este el estado que Dios expone en Sus palabras? “Como ahora creo en Dios, le pertenezco, y Él debería cuidar de mí, ocuparse de mi comida y mi alojamiento, de mi futuro y mi sino, así como de mi seguridad personal”. Cuando vi que Dios no me protegía como yo había imaginado, empecé a quejarme de Él, a emplear mis sacrificios y gastos como capital para razonar con Dios, y empecé a hacer mis deberes de manera superficial. ¿Dónde estaban mi humanidad y razón? ¡Mis sacrificios y gastos anteriores ni siquiera habían sido sinceros! Si no fuera porque esta situación me estaba revelando, no me habría dado cuenta de mi motivación oculta y de lo erróneas que eran las perspectivas de creer en Dios por las bendiciones. Una vez que me di cuenta de esto, ya no me dolió tanto el corazón y estuve dispuesta a someterme y a continuar haciendo mis deberes mientras tomaba la medicación. De manera gradual, mi estado mejoró y la enfermedad se atenuó un poco. Aunque en ocasiones se me hinchaban las piernas, eso no me limitaba y continué predicando el evangelio activamente.
En el invierno de 2018, me noté de repente un bulto en el pie, y me dolía tanto que no podía apoyarlo y necesitaba que mi hija me ayudara a caminar. Cuando fui al hospital, el médico me diagnosticó gota y descubrió que mis niveles de creatinina habían pasado de estar en más de 200 micromoles por litro, a superar los 500, y que ya estaba en las fases más avanzadas de la uremia. El médico, por miedo a que no pudiera asumir la verdad, me ocultó todo lo grave que era mi estado. Al principio no me preocupaba demasiado la enfermedad, pero, al cuarto día, cuando de repente mi hija preguntó por los arreglos para el funeral, supe que mi estado había empeorado. Con el corazón tembloroso, pensé: “¿De veras es posible que no me quede mucho tiempo y esté a punto de morir?”. No me atrevía a pensar en ello, así que oré a Dios: “Oh, Dios, mi vida y mi muerte están en Tus manos. Estoy dispuesta a someterme a Tus instrumentaciones y arreglos”. En efecto, unos días después, descubrí que mi enfermedad estaba en sus fases finales y, en ese momento, no pude detener el temblor de mis manos ni sostener siquiera una taza. No era capaz de aceptar esta realidad, me planteaba si el médico había cometido un error de algún tipo. Me pregunté: “¿Cómo pudo haber empeorado tan rápido mi enfermedad? Soy creyente, así que seguro que Dios no me dejará morir tan fácilmente”. Pero entonces pensé: “Me diagnosticaron con uremia en una fase avanzada. ¿De qué me sirve no creérmelo? Es la realidad”. Sentí que mi vida se acercaba a su final y me invadieron el dolor y la desesperación. Cuando pensé que no me quedaba demasiado tiempo y que no sería capaz de ver la belleza del reino, no estuve dispuesta a aceptar mi suerte y pensé: “¿Qué he obtenido de todos mis años de esfuerzo? He estado haciendo mis deberes todo este tiempo, así que, ¿por qué ha continuado empeorando mi enfermedad?”. Sentí que Dios estaba siendo realmente injusto conmigo. De noche, mientras yacía en la cama, recordé a una mujer que había hecho negocios con nosotros. Tuvo la misma enfermedad que yo y, después del diagnóstico, se fue a casa y murió a los diez días. Sentí que mi muerte también se acercaba y que la cuenta atrás había comenzado. Sentía que estaba prácticamente muerta, ¿qué sentido tenía pues leer las palabras de Dios? Me volví negativa durante unos veinte días, vivía con gran dolor. Sabía que me había alejado de Dios, así que le pedí a gritos que me esclareciera e iluminara. Entonces, recordé un himno de las palabras de Dios:
Las pruebas exigen fe
1 Cuando las personas atraviesan pruebas, es normal que sean débiles, internamente negativas o que carezcan de claridad sobre las intenciones de Dios o sobre la senda en la que practicar. Pero en general, debes tener fe en la obra de Dios y, como Job, no debes negarlo. Aunque Job era débil y maldijo el día de su propio nacimiento, no negó que es Jehová quien concede todas las cosas que poseen las personas después de que nacen, y que también es Él quien las quita. Independientemente de las pruebas que haya soportado, él mantuvo esta creencia.
2 En tu experiencia, da igual cuál sea el tipo de refinamiento al que te sometas mediante las palabras de Dios, lo que Él exige de la humanidad, en pocas palabras, es su fe y su corazón amante de Dios. Lo que Dios perfecciona al obrar de esa manera es la fe, el amor y la determinación de las personas. […]
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento
Al meditar sobre las palabras de Dios, se me esclareció el corazón. Resulta que Dios arregla las personas, acontecimientos y cosas para perfeccionar nuestra fe. Pensé en las grandes pruebas que soportó Job: saquearon sus riquezas, sus hijos murieron y se le cubrió el cuerpo de llagas. Sin embargo, nunca se quejó; conservó la fe en Dios y se mantuvo firme en su testimonio de Él. Lo que hace Dios no está de acuerdo con las nociones humanas y, cuando las personas no pueden verlo con claridad ni entienden Sus intenciones, necesitan fe para experimentarlo. Al darme cuenta de esto, gané mucha claridad en el corazón.
Después, reflexioné más. Cuando me enteré de que estaba en una fase avanzada de la uremia, viví entre el miedo y el terror, y la verdad era que me asustaba la muerte. Así que leí un pasaje de las palabras de Dios relativo a mi estado. Dios Todopoderoso dice: “¿Por qué son incapaces de escapar del sufrimiento del temor de la muerte? Cuando afrontan la muerte, algunas personas pierden el control y orinan; otras tiemblan, se desmayan, arremeten contra el cielo y los hombres por igual, incluso gimen y lloran. Estas no son en absoluto las reacciones naturales que tienen lugar repentinamente cuando la muerte se acerca. Las personas se comportan de estas formas embarazosas principalmente porque, en lo profundo de sus corazones, temen a la muerte, porque no tienen un conocimiento y una apreciación claros de la soberanía de Dios y Sus arreglos, y mucho menos se someten realmente a ellos. Las personas reaccionan de esta manera porque no quieren otra cosa que organizar y gobernarlo todo por sí mismas, controlar sus propios porvenires, sus propias vidas y muertes, no es de extrañar, por tanto, que las personas no sean capaces de escapar del miedo a la muerte” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Después de leer las palabras de Dios, entendí que, cuando se enfrenta a la muerte, la gente se siente temerosa y aterrada porque no entiende la soberanía ni los arreglos del Creador. Dios controla la vida y la muerte humanas, no son cosas que la gente pueda decidir por su cuenta. Nadie puede controlar su porvenir. Recordé que Dios decía que Job, después de cumplir su misión de vida, se enfrentó a la muerte con calma, y me conmoví profundamente. Job temió a Dios y evitó el mal toda su vida, nunca intentó negociar con Él ni hacerle exigencias. Le agradeció a Dios cuando le dio, y se sometió a Él cuando le quitó. Sin importar cómo lo tratara Dios, fue capaz de someterse y de enfrentarse a la muerte con calma. En cuanto a mí, cuando me enteré de que estaba en una fase avanzada de la uremia y no viviría mucho más, me quejé de Dios. No era sumisa ni tenía un corazón temeroso de Dios. No podía continuar viviendo de esta manera. Me dispuse a seguir el ejemplo de Job, puse mi vida en manos de Dios y quedé a merced de Su soberanía y Sus arreglos. Mientras siguiera con vida, cumpliría con mi deber lo mejor posible y, cuando me llegara la muerte, la enfrentaría con calma y me sometería a las instrumentaciones y arreglos de Dios. Cuando llegué a esta determinación, me sentí muy aliviada.
Más tarde, reflexioné: “¿Por qué me quejé de Dios por tratarme injustamente cuando me enfrenté a la enfermedad?”. Leí más palabras de Dios: “La gente no está cualificada para imponer exigencias a Dios. No hay nada más irracional que imponer exigencias a Dios. Él hará lo que deba hacer y Su carácter es justo. La justicia no es en modo alguno justa ni razonable; no se trata de igualitarismo, de concederte lo que merezcas en función de cuánto hayas trabajado, de pagarte por el trabajo que hayas hecho ni de darte lo que merezcas a tenor de tu esfuerzo, esto no es justicia, es simplemente ser imparcial y razonable. Muy pocas personas son capaces de conocer el carácter justo de Dios. Supongamos que Dios hubiera eliminado a Job después de que este diera testimonio de Él: ¿Sería esto justo? De hecho, lo sería. ¿Por qué se denomina justicia a esto? ¿Cómo ve la gente la justicia? Si algo concuerda con las nociones de la gente, a esta le resulta muy fácil decir que Dios es justo; sin embargo, si considera que no concuerda con sus nociones —si es algo que no comprende—, le resultará difícil decir que Dios es justo. […] La esencia de Dios es la justicia. Aunque no es fácil comprender lo que hace, todo cuanto hace es justo, solo que la gente no lo entiende. Cuando Dios entregó a Pedro a Satanás, ¿cómo respondió Pedro? ‘La humanidad es incapaz de comprender lo que haces, pero todo cuanto haces tiene Tu benevolencia; en todo ello hay justicia. ¿Cómo sería posible que no alabara Tu sabiduría y Tus obras?’. Ahora debes ver que la razón por la que Dios no destruye a Satanás durante la época de Su salvación del hombre es que los seres humanos puedan ver con claridad cómo Satanás los ha corrompido y hasta qué punto lo ha hecho, y cómo Dios los purifica y los salva. En última instancia, cuando la gente haya comprendido la verdad y haya visto claramente el odioso semblante de Satanás, y haya contemplado el monstruoso pecado de la corrupción de Satanás sobre ellos, Dios destruirá a Satanás, mostrándoles Su justicia. El momento en que Dios destruye a Satanás rebosa del carácter y la sabiduría de Dios. Todo cuanto Él hace es justo. Aunque los humanos no sean capaces de percibir la justicia de Dios, no deben juzgarlo a su antojo. Si alguna cosa que haga les parece irracional o tienen nociones al respecto y por eso dicen que no es justo, están siendo completamente irracionales. Tú ya ves que a Pedro le parecían incomprensibles algunas cosas, pero estaba seguro de que la sabiduría de Dios estaba presente y que esas cosas albergaban Su benevolencia. Los seres humanos no pueden comprenderlo todo; hay muchísimas cosas que no pueden entender. Por lo tanto, no es fácil conocer el carácter de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Después de leer las palabras de Dios, entendí que el carácter justo de Dios no es cuestión de justicia, de razonabilidad ni de premiar el esfuerzo, como yo imaginaba. No es que por mucho que parezca que doy, Dios deba darme a cambio. El carácter justo de Dios lo determina Su esencia. Todo lo que Dios hace es justo y tiene detrás Sus buenas intenciones. Sin embargo, pensaba que por cada esfuerzo debe haber una recompensa y que, mientras más diera, más me debería recompensar Dios. Así que, cuando hacía algunos sacrificios y me esforzaba en mi creencia en Dios, pensaba que debería recibir Su protección y bendiciones, y que debería llevarme a Su reino; de lo contrario, consideraría que Dios era injusto. ¡Mi entendimiento de la justicia de Dios era absurdo! Dios es el Creador y yo soy meramente un ser creado. Da igual cómo arregle Dios las cosas o cómo me trate, es lo adecuado y lo justo. Si Dios me bendice, Él es justo y, si no lo hace, sigue siendo justo. Si mido a Dios según mis nociones, me estoy resistiendo a Él. Recordé que Dios dijo una vez: “Los impuros no tienen permitido entrar en el reino, ni mancillar el suelo santo. Aunque puedes haber realizado muchas obras y obrado durante muchos años, si al final sigues siendo deplorablemente inmundo, entonces ¡será intolerable para la ley del Cielo que desees entrar en Mi reino!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). “Yo decido el destino de cada persona, no con base en su edad, antigüedad, cantidad de sufrimiento ni, mucho menos, según el grado de compasión que provoca, sino con base en si posee la verdad. No hay otra opción que esta” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Dios determina el destino de una persona en función de si posee la verdad, no de sus aparentes sacrificios y gastos. Una persona solo puede tener un buen desenlace si obtiene la verdad. Si alguien no obtiene la verdad, pero sigue lleno del carácter corrupto de Satanás y emplea sus sacrificios y gastos para intentar hacer tratos con Dios y engañarlo, Él odia a semejante persona y es indigna de entrar en el reino. Esta es la justicia de Dios. Creí en Dios con una mentalidad transaccional y orientada al intercambio; quería usar mi sufrimiento y mis gastos aparentes para obtener las bendiciones de Dios. Estaba engañando y aprovechándome de Él. ¿Cómo podía recibir la aprobación de Dios o entrar en el reino de esa manera? Pensé en los sacrificios y los gastos de Pablo. Predicó el evangelio del Señor Jesús por todas partes, incluso por gran parte de Europa, y fundó muchas iglesias. Al final dijo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8). Pablo usó sus sacrificios y gastos como capital para exigirle a Dios una corona de justicia y, al final, se le arrojó al infierno para ser castigado. Mi perspectiva sobre la fe en Dios era la misma que la de Pablo. Cuando mi deseo de bendiciones se hizo pedazos, me quejé de Dios. Si no me arrepentía, ¿acaso no correría la misma suerte que Pablo?
Luego, mientras compartía con los hermanos y hermanas, una hermana encontró un pasaje de la palabra de Dios para mí: “Todos los humanos corruptos viven para sí mismos. Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda; este es el resumen de la naturaleza humana. La gente cree en Dios para sí misma; cuando abandona las cosas y se esfuerza por Dios, lo hace para recibir bendiciones, y cuando es leal a Él, lo hace también por la recompensa. En resumen, todo lo hace con el propósito de recibir bendiciones y recompensas y de entrar en el reino de los cielos. En la sociedad, la gente trabaja en su propio beneficio, y en la casa de Dios cumple con un deber para recibir bendiciones. La gente lo abandona todo y puede soportar mucho sufrimiento para obtener bendiciones. No existe mejor prueba de la naturaleza satánica del hombre” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Después de leer la palabra de Dios, entendí que, tras años de creer en Dios y renunciar a cosas y gastarme, todo había sido solo para obtener bendiciones. Quería que Dios me protegiera, que me mantuviera a salvo, libre de la enfermedad o el desastre. Esto era un intento de hacer un trato con Dios. Vivía según los venenos satánicos de: “No muevas un dedo si no hay recompensa” y “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, y ponía por delante el “beneficio” en todo lo que hacía. Por muy duro o cansador que fuera, mientras produjera beneficios, pensaba que valía la pena. Cuando oí que hacer el propio deber al creer en Dios podría conllevar la protección de Dios y un buen destino, renuncié a cosas y me gasté, y, al margen del sufrimiento que requiriera o de cuánto costara, pensaba que valía la pena. Sin embargo, cuando supe que tenía uremia y que incluso corría el riesgo de perder la vida, pensé que, si moría, no entraría en el reino ni recibiría bendiciones, así que ya no quise leer la palabra de Dios ni orar más; llegué a quejarme de Dios, a discutir y a despotricar contra Él y a juzgar que era injusto. Me serví de mis sacrificios y gastos para hacer peticiones a Dios y exigir retribución por mis acciones. ¿Dónde estaban mi humanidad y razón? ¡Había sido muy egoísta y falsa! ¿Cómo podrían tales sacrificios obtener jamás la aprobación de Dios? La obra de Dios consiste en salvar a las personas y permitirles lograr un cambio en su carácter y recibir la salvación de Dios al perseguir la verdad mientras hacen sus deberes. Sin embargo, yo creía en Dios y hacía mis deberes solo para recibir bendiciones. Me di cuenta de que vivir según los venenos satánicos me hacía verdaderamente egoísta y despreciable. Ya no podía vivir asi y quería arrepentirme ante Dios. Más tarde, desempeñé el deber de acogida y me sentí feliz y alegre por dentro. Me di cuenta de que solo puedo vivir una vida significativa si considero mis deberes como mi responsabilidad.