47. La enfermedad reveló mi intención de obtener bendiciones
En septiembre de 1999, acepté la obra de Dios de los últimos días. Comprendí que esta etapa de la obra de Dios se realiza para purificar y perfeccionar a las personas y en última instancia llevarlas hacia el reino de Dios. Estaba muy contenta. Pensaba: “Debo buscar con diligencia, predicar el evangelio y preparar más buenas obras para ser salvada”. Poco después, me fui de mi casa para cumplir con mi deber. Con lluvia o con sol, o incluso siendo buscada y perseguida por el gran dragón rojo, nunca dejé de llevar a cabo mi deber. Un día, fui a hacerme un chequeo médico y descubrí que era portadora de hepatitis B. El médico me dijo que el virus de la hepatitis B dura de por vida y no se cura. En ese momento, no tuve miedo y seguí ocupándome de mis deberes cotidianos. Inesperadamente, después de seis meses, durante otro chequeo, ya no se detectaba el virus en mi cuerpo y mi hígado funcionaba normalmente. Al ver que mi enfermedad se había curado milagrosamente, me sentí muy agradecida con Dios y me volví aún más entusiasta en mi deber.
En 2019, veinte años después, empecé a sentirme débil, mareada y me dolía la espalda baja, así que fui al hospital a hacerme un chequeo. El médico me dijo con tono serio: “Tu presión arterial está demasiado alta. La presión sistólica está por encima de los 190 mmHg y la diastólica está en 110 mmHg. Esto es muy peligroso. Podrías morirte de repente. Aunque eso no pasara, podría provocar un derrame cerebral y parálisis”. Esto realmente me asustó. Pero luego pensé: “No puedo confiar por completo en lo que dicen los médicos. Después de todo, hace muchos años que dejé a mi familia y mi carrera para predicar el evangelio y cumplir con mi deber en mi fe, y creo que Dios me cuidará y me protegerá. Mientras siga cumpliendo con mi deber, quizás un día mi enfermedad se cure”. En ese momento, vivía según mis nociones e imaginaciones. No tomaba medicamentos para la presión ni buscaba cómo practicar y abordar mi enfermedad. En cambio, seguía dedicándome plenamente a mis deberes. En aquel entonces, realizaba tareas relacionadas con textos. Durante el día, compartía con los hermanos y hermanas para resolver las cuestiones de sus deberes y por las noches clasificaba sermones y respondía cartas. Después de un tiempo, el trabajo progresó. Sin embargo, mi presión arterial no bajaba y todos los días me sentía mareada y pesada, como si tuviera puesto un casco de acero.
Un día, escuché que la hermana Wang Lan decía que su madre había muerto debido a la hipertensión. Su madre había ido a visitar a una vecina y estaba bien, pero al regresar a la casa, de repente se sintió mareada y fue llevada de urgencia al hospital. El médico dijo que la hipertensión le había provocado una hemorragia cerebral, y murió a pesar de los esfuerzos por salvarla. Luego escuché a la hermana anfitriona contar que su vecino también había tenido una hemorragia cerebral debido a la hipertensión, y que se cayó, quedó paralizado y murió en el lapso de dos semanas. Durante esos días, estaba muy nerviosa, y afloraron a la superficie todas mis preocupaciones, inquietudes y ansiedades. Pensaba: “Mi presión sigue muy alta y no disminuye. ¿Es posible que un día me estallen los vasos sanguíneos del cerebro y también me muera de repente? ¿Quedaré paralizada? Si quedo postrada, ¿cómo cumpliré con mis deberes? ¿Puedo salvarme igual si no los hago?”. Pensé en lo que me dijo el médico: que las personas con hipertensión no deben quedarse despiertas hasta tarde o estresarse demasiado, así que pensé que no debía sobrecargarme en mi deber, y que si me estresaba demasiado y me subía la presión y eso causaba una hemorragia cerebral, podría morir de repente y no tendría la oportunidad de ser salvada. Sentí que necesitaba ocuparme de mi salud y que eso era lo más importante. Después de eso, cada vez que escuchaba de algún remedio para la hipertensión, inmediatamente lo probaba. Ya no tenía sentido de la responsabilidad en mi deber, y aunque todavía tenía que revisar algunos sermones, no me apuraba. Ni siquiera preguntaba por las dificultades que enfrentaban mis hermanos y hermanas al escribir los sermones. Aunque no estuviera cansada a la noche, me iba a dormir temprano. Hice todo lo posible por relajarme y no estresarme, y me volví pasiva en mi deber. En consecuencia, el trabajo no estaba dando resultados. Luego, con la medicación, mi presión arterial se normalizó.
Un día en 2021, la líder pidió reunirse conmigo. Me dijo que los hermanos y hermanas me habían nominado para que fuera la líder de la iglesia. Pensé: “Ya no soy tan joven y tengo hipertensión. No me irriga bien la sangre al cerebro, por eso necesito descansar más. Cumplir con el deber de una líder implica ocuparme de muchas tareas todos los días y tener mucho trabajo y preocupaciones. ¿Qué pasa si me enfermo por agotamiento? Si mi presión vuelve a aumentar y tengo una hemorragia cerebral, podría morir de repente y perderme la salvación”. Entonces le dije a la líder que tenía hipertensión y que no era apta para ser líder. La líder me pidió que me hiciera un chequeo en el hospital. Los resultados mostraron que mi presión arterial estaba un poco elevada, pero no mucho. Pensé: “Mi presión está bien ahora, pero ser líder implica mucho trabajo y estrés. ¿Qué pasa si me enfermo? Pero voy a aceptarlo, ya que creo en Dios hace muchos años y la iglesia realmente necesita personas que colaboren con el trabajo ahora. Me sentiría culpable si rechazara mi deber”. Así que lo acepté.
En una reunión, estaba sentada frente a una ventana. Hacía calor, así que abrí un poco la ventana y me senté donde me daba la brisa. La líder me preguntó cómo estaba, pero mientras hablaba, empecé a sentir que mi boca no respondía. Me preocupé mucho, porque pensé: “El médico dijo que la alta presión podría causar una parálisis. ¿Esto es señal de eso? ¿Realmente voy a quedarme paralizada? Siempre cumplí con mis deberes. ¿Por qué Dios no me cuidó ni me protegió? La obra de Dios está casi terminada. Si quedo paralizada ahora y no puedo cumplir con mis deberes, ¿cómo seré salvada y entraré al reino?”. En ese momento, me di cuenta de que mi pensamiento era erróneo y oré brevemente en silencio: “Dios, siento que mi boca no responde, y eso podría ser una señal del parálisis. Dios, por favor, protege mi corazón. Aunque quede paralizada, no me quejaré. Estoy dispuesta a someterme a Tu soberanía y arreglos”. Después de orar, cerré la ventana y al rato me sentí un poco mejor.
Luego, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Luego están aquellos que no gozan de buena salud, tienen una constitución débil y les falta energía, que sufren a menudo de dolencias más o menos importantes, que ni siquiera pueden hacer las cosas básicas necesarias en la vida diaria, que no pueden vivir ni desenvolverse como la gente normal. Tales personas se sienten a menudo incómodas e indispuestas mientras cumplen con su deber; algunas son físicamente débiles, otras tienen dolencias reales, y por supuesto están las que tienen enfermedades conocidas y potenciales de un tipo o de otro. Al tener dificultades físicas tan prácticas, estas personas suelen sumirse en emociones negativas y sentir angustia, ansiedad y preocupación. ¿Por qué se sienten angustiados, ansiosos y preocupados? ¿Les preocupa que, si siguen cumpliendo con su deber de esta manera, gastándose y corriendo así de un lado a otro por Dios, y sintiéndose siempre tan cansados, su salud se deteriore cada vez más? Cuando lleguen a los 40 o 50 años, ¿se quedarán postrados en la cama? ¿Se sostienen estas preocupaciones? ¿Aportará alguien una forma concreta de hacer frente a esto? ¿Quién asumirá la responsabilidad? ¿Quién responderá? Las personas con mala salud y físicamente débiles se sienten angustiadas, ansiosas y preocupadas por estas cosas. Aquellos que padecen una enfermedad suelen pensar: ‘Estoy decidido a cumplir bien con mi deber, pero tengo esta enfermedad. Pido a Dios que me proteja de todo mal, y con Su protección no tengo nada que temer. Pero si me fatigo en el cumplimiento de mis deberes, ¿se agravará mi enfermedad? ¿Qué haré si tal cosa sucede? Si tengo que ingresar en un hospital para operarme, no tengo dinero para pagarlo, así que si no pido prestado el dinero para pagar el tratamiento, ¿empeorará aún más mi enfermedad? Y si empeora mucho, ¿moriré? ¿Podría considerarse una muerte normal? Si efectivamente muero, ¿recordará Dios los deberes que he cumplido? ¿Se considerará que he hecho buenas acciones? ¿Alcanzaré la salvación?’. También hay algunos que saben que están enfermos, es decir, saben que tienen alguna que otra enfermedad real, por ejemplo, dolencias estomacales, dolores lumbares y de piernas, artritis, reumatismo, así como enfermedades de la piel, ginecológicas, hepáticas, hipertensión, cardiopatías, etcétera. Piensan: ‘Si sigo cumpliendo con mi deber, ¿pagará la casa de Dios el tratamiento de mi enfermedad? Si esta empeora y afecta al cumplimiento de mi deber, ¿me curará Dios? Otras personas se han curado después de creer en Dios, ¿me curaré yo también? ¿Me curará Dios de la misma manera que se muestra bondadoso con los demás? Si cumplo con lealtad mi deber, Dios debería curarme, pero si mi único deseo es que Él me cure y no lo hace, entonces ¿qué voy a hacer?’. Cada vez que piensan en estas cosas, les asalta un profundo sentimiento de ansiedad en sus corazones. Aunque nunca dejan de cumplir con su deber y siempre hacen lo que se supone que deben hacer, piensan constantemente en su enfermedad, en su salud, en su futuro y en su vida y su muerte. Al final, llegan a la conclusión de pensar de manera ilusoria: ‘Dios me curará, me mantendrá a salvo. No me abandonará, y no se quedará de brazos cruzados si me ve enfermar’. No hay base alguna para tales pensamientos, e incluso puede decirse que son una especie de noción. Las personas nunca podrán resolver sus dificultades prácticas con nociones e imaginaciones como esas, y en lo más profundo de su corazón se sienten vagamente angustiadas, ansiosas y preocupadas por su salud y sus enfermedades; no tienen ni idea de quién se hará responsable de estas cosas, o siquiera de si alguien lo hará en absoluto” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Dios expuso precisamente mi estado. Cuando encontré a Dios, me diagnosticaron como portadora de hepatitis B. El médico dijo que era incurable pero, para mi sorpresa, mi enfermedad sanó sin ningún tratamiento después de seis meses, así que mi entusiasmo por mi deber se hizo más fuerte. Más adelante, me diagnosticaron hipertensión grave y pensé: “Mientras persista en mis deberes, soporte más dificultades y pague un precio más alto, Dios me protegerá y me sanará”. Entonces, con lluvia, sol, viento o nieve, nunca dejé de llevar a cabo mis deberes. Cuando vi que mi presión arterial seguía siendo alta, empecé a preocuparme de que al sobrecargarme con mis deberes, mi estado empeorara y me causara la muerte repentina. Entonces empecé a prestar más atención a mi carne, y siempre que me enteraba de un remedio para la hipertensión, encontraba la manera de probarlo. Tenía el corazón consumido por la enfermedad. Aunque seguía cumpliendo con mis deberes, no era tan proactiva como antes. No tenía sentido de urgencia para organizar los sermones atrasados y no atendía con prontitud los problemas del trabajo. Me volví poco entusiasta hacia mi deber, postergando las cosas siempre que podía. En consecuencia, el trabajo no daba resultados. Al enfrentarme a esta enfermedad, no busqué la intención de Dios ni la acepté de parte de Él. No creía verdaderamente que la suerte del hombre está en las manos de Dios. Siempre estaba pensando en mi futuro y mi porvenir, vivía con angustia y ansiedad, incapaz de sentirme liberada.
Entonces leí un pasaje de las palabras de Dios: “Cuando Dios dispone que alguien contraiga una enfermedad, ya sea grave o leve, Su propósito al hacerlo no es que aprecies los pormenores de estar enfermo, el daño que la enfermedad te hace, las molestias y dificultades que la enfermedad te causa, y todo el catálogo de sentimientos que te hace sentir; Su propósito no es que aprecies la enfermedad por el hecho de estar enfermo. Más bien, Su propósito es que adquieras lecciones a partir de la enfermedad, que aprendas a captar las intenciones de Dios, que conozcas las actitudes corruptas que revelas y las posturas erróneas que adoptas hacia Él cuando estás enfermo, y que aprendas a someterte a la soberanía y a los arreglos de Dios, para que puedas lograr la verdadera sumisión a Él y seas capaz de mantenerte firme en tu testimonio; esto es absolutamente clave. Dios desea salvarte y purificarte mediante la enfermedad. ¿Qué desea purificar en ti? Desea purificar todos tus deseos y exigencias extravagantes hacia Dios, e incluso las diversas calculaciones, juicios y planes que elaboras para sobrevivir y vivir a cualquier precio. Dios no te pide que hagas planes, no te pide que juzgues, y no te permite que tengas deseos extravagantes hacia Él; solo te pide que te sometas a Él y que, en tu práctica y experiencia de someterte, conozcas tu propia actitud hacia la enfermedad, y hacia estas condiciones corporales que Él te da, así como tus propios deseos personales. Cuando llegas a conocer estas cosas, puedes apreciar lo beneficioso que te resulta que Dios haya dispuesto las circunstancias de la enfermedad para ti o que te haya dado estas condiciones corporales; y puedes apreciar lo útiles que son para cambiar tu carácter, para que alcances la salvación y para tu entrada en la vida. Por eso, cuando la enfermedad te llama, no debes preguntarte siempre cómo escapar, huir de ella o rechazarla” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). A partir de las palabras de Dios, comprendí que cuando nos llega una enfermedad, la intención de Dios no es que nos ahoguemos en preocupaciones, tristeza o ansiedad por nuestra condición. Su intención es más bien que nos sometamos a Su soberanía, aprendamos lecciones a través de la enfermedad, reflexionemos y conozcamos las actitudes corruptas que revelamos, persigamos la verdad y nos despojemos de nuestra corrupción. Me di cuenta de que, cuando me enfermé, no comprendí la intención de Dios y solo pensé en cómo deshacerme de esta enfermedad. Cuando me enteré de que algunas personas habían muerto por hipertensión, empecé a planear y a preocuparme por mí. No quería agotarme físicamente en el cumplimiento de mi deber y no tenía sentido de urgencia para ocuparme de los sermones atrasados. Continuamente pensaba y planificaba en función de mi carne. Incluso malentendí a Dios y me quejé de Él. ¿Cómo podía decir que era alguien que creía verdaderamente en Dios y se sometía a Él? Dios usó esta enfermedad para revelar mis intenciones adulteradas de recibir bendiciones. Todo esto fue para ayudarme a reflexionar y arrepentirme a tiempo y finalmente someterme a Él. Ahora comprendía que esta enfermedad era el amor y la salvación de Dios.
Luego, leí más de las palabras de Dios: “Antes de decidirse a cumplir su deber, en lo más hondo de su corazón, los anticristos están rebosantes de expectativas en lo que se refiere a sus perspectivas, a ganar bendiciones, un buen destino y hasta una corona, y poseen la máxima confianza en obtener estas cosas. Acuden a la casa de Dios para cumplir su deber con esas intenciones y aspiraciones. ¿Contiene, pues, su cumplimiento del deber la sinceridad, la fe y la lealtad genuinas que Dios exige? En este punto uno no puede atisbar aún su lealtad, fe o sinceridad genuinas porque todos albergan una mentalidad completamente transaccional antes de cumplir su deber; todos toman la decisión de llevar a cabo su deber movidos por intereses y partiendo también de la condición previa de sus desbordantes ambiciones y deseos. ¿Qué intención tienen los anticristos al cumplir su deber? Hacer un trato y llevar a cabo un intercambio. Cabría decir que estas son las condiciones que fijan para llevar a cabo su deber: ‘Si cumplo con mi deber, debo obtener bendiciones y alcanzar un buen destino. Debo obtener todas las bendiciones y los beneficios que dios ha dicho que están reservados para la humanidad. En caso de no poder obtenerlos, no cumpliré este deber’. Acuden a la casa de Dios para llevar a cabo su deber con esas intenciones, ambiciones y deseos. Parece como si tuviesen cierta sinceridad y, por supuesto, en el caso de nuevos creyentes que acaban de empezar a llevar a cabo su deber, también puede describirse como entusiasmo. Sin embargo, esto carece de fe genuina o de lealtad; solo hay un cierto grado de entusiasmo, no se puede calificar de sinceridad. A juzgar por esta actitud de los anticristos ante el cumplimiento de su deber, se trata de algo completamente transaccional y repleto de sus deseos de beneficios, tales como ganar bendiciones, entrar en el reino de los cielos, obtener una corona y recibir recompensas. Por eso desde fuera parece que muchos anticristos, antes de que los expulsen, están cumpliendo su deber e incluso que han renunciado a más cosas y sufrido más que la persona promedio. El esfuerzo que hacen y el precio que pagan están a la par de los de Pablo, y ellos también van de aquí para allá tanto como él. Eso es algo que todo el mundo puede ver. En términos de su comportamiento y de su disposición a sufrir y pagar el precio, no deberían quedarse sin nada. En todo caso, Dios no considera a una persona en función de su comportamiento externo, sino en base a su esencia, su carácter, lo que revela y la naturaleza y la esencia de cada una de las cosas que hace. Cuando las personas juzgan a los demás y tratan con ellos, determinan su identidad basándose únicamente en su comportamiento externo, en cuánto sufren y qué precio pagan, y este es un grave error” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VII)). Las palabras de Dios me hicieron ver que los anticristos suelen sacrificarse y esforzarse en sus deberes como un medio para tratar de negociar con Dios, buscando bendiciones a cambio. Mis puntos de vista sobre qué perseguir eran los mismos que los de los anticristos. Estaba realizando mi deber para tratar de negociar con Dios. En retrospectiva, cuando encontré a Dios, cumplía mi deber para asegurar mi seguridad física y evitar enfermedades y desastres y para ser salvada y finalmente entrar al reino. Cuando me diagnosticaron portadora del virus de la hepatitis B y mi condición mejoró sin tratamiento, mi entusiasmo por mis deberes creció y no me sentía cansada de trabajar todo el día. Luego, cuando me diagnosticaron hipertensión, me preocupó que mi condición empeorara y me llevara a una parálisis, entonces mi entusiasmo por mis deberes disminuyó. Cuando mi presión arterial no bajaba, comencé a malentender a Dios y quejarme de Él. Pensé que después de creer en Él por tantos años y abandonar a mi familia y mi carrera por mis deberes, Dios debía mantenerme a salvo y liberarme de enfermedades y desastres. Sin embargo, inesperadamente, me enfermé y comencé a razonar con Dios y resistirme a Él. Incluso perdí el deseo de cumplir mi deber de líder. Recordé algunas de las palabras de Dios: “He impuesto al hombre un estándar muy estricto todo este tiempo. Si tu lealtad viene acompañada de intenciones y condiciones, entonces preferiría no tener tu supuesta lealtad” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Eres un verdadero creyente en Dios?). El carácter de Dios es justo y santo, y Él odia a las personas que llevan a cabo su deber con segundas intenciones. Pero yo siempre había realizado mi deber con segundas intenciones para negociar con Dios. Solo consideraba mi propia carne, por miedo a que, si me agotaba, mi cuadro empeorara, me muriera y perdiera la oportunidad de recibir bendiciones. Era verdaderamente egoísta. Pensé en Pablo, que trabajaba, se esforzaba y sufría por el Señor. Usó esto como un capital para exigir recompensas y una corona de justicia por parte de Dios. Incluso declaró descaradamente: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8). Pablo creía en Dios y trabajaba para Él principalmente para recibir bendiciones, transitaba una senda que se oponía a Dios y, finalmente, Él lo castigó. Después de tantos años de creer en Dios, yo todavía tenía muy poco entendimiento de Él. Mi esfuerzo y sacrificio para Dios también tenían el propósito de exigirle gracia y bendiciones. ¿No estaba siguiendo la misma senda que Pablo? Si no cambiaba, Dios terminaría detestándome y odiándome.
Comencé a reflexionar: “Siempre he creído que como sacrifiqué a mi familia y mi carrera para esforzarme por Dios, Él debería bendecirme. ¿Es correcto ver las cosas de esta manera?”. Luego leí más de las palabras de Dios: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él reciba bendiciones o sufra desgracias. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y no debe depender de recompensas, condiciones o razones. Solo entonces el hombre está cumpliendo con su deber. Recibir bendiciones se refiere a cuando alguien es perfeccionado y disfruta de las bendiciones de Dios tras experimentar el juicio. Sufrir desgracias se refiere a cuando el carácter de alguien no cambia tras haber experimentado el castigo y el juicio; no experimenta ser perfeccionado, sino que es castigado. Pero, independientemente de si reciben bendiciones o sufren desgracias, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes llevar a cabo tu deber solo para recibir bendiciones, y no debes negarte a actuar por temor a sufrir desgracias. Dejadme deciros esto: lo que el hombre debe hacer es llevar a cabo su deber, y si es incapaz de llevar a cabo su deber, esto es su rebeldía” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). A partir de las palabras de Dios, vi que cumplir con nuestro deber no tiene relación con recibir bendiciones o sufrir desgracias. Como seres creados, cumplir con nuestro deber es perfectamente natural y justificado, y es la obligación de todos los humanos. No deberíamos usar nuestro deber para intentar regatear o negociar con Dios. Así como los hijos son filiales con sus padres, si lo hacen solo porque quieren recibir su herencia, entonces no son buenos hijos. Ser filiales con los padres es la responsabilidad y la obligación de los hijos y no deberían negociar con los padres por esto. Yo pensaba que como había puesto tanto esfuerzo en mi deber, Dios debía protegerme y que si me enfermaba, debía curarme. Al creer en Dios y llevar a cabo mi deber de esta manera, estaba tratando de negociar con Dios y manipularlo para lograr mis propios objetivos. Quería engañar a Dios. ¿Cómo podía una persona egoísta y despreciable como yo esperar ser bendecida por Dios y entrar a Su reino? ¿No estaba soñando? Soy un ser creado, y no importa si los resultados son bendiciones o desastres, debo someterme a las orquestaciones y arreglos de Dios. Esa es la conducta de una persona razonable. Después de darme cuenta de estas cosas, le oré a Dios: “Dios, gracias por orquestar estas circunstancias para mí y por guiarme con Tus palabras para comprender las intenciones adulteradas de mi fe. Ahora estoy dispuesta a desprenderme de mis intenciones de buscar bendiciones y sea como sea que evolucione mi enfermedad, mientras me quede un único respiro, seguiré cumpliendo con mi deber y me someteré a Tu soberanía y arreglos”.
Un día leí más de las palabras de Dios: “Tanto si te enfrentas a una enfermedad grave como a una leve, en el momento en que esta empeore o te enfrentes a la muerte, recuerda una cosa: no temas a la muerte. Aunque estés en la fase final de un cáncer, aunque la tasa de mortalidad de tu enfermedad concreta sea muy alta, no temas a la muerte. Por grande que sea tu sufrimiento, si temes a la muerte, no te someterás. […] Si tu enfermedad se vuelve tan grave que puedes morir, y la tasa de mortalidad que tiene es alta, sin que importe la edad de la persona que la contrae, y además el tiempo desde que se contrae hasta la muerte es muy corto, ¿qué debes pensar en tus adentros? ‘No debo temer a la muerte, al final todo el mundo muere. Sin embargo, someterse a Dios es algo que la mayoría de la gente no es capaz de hacer, y puedo utilizar esta enfermedad para practicar la sumisión a Dios. Debo tener el pensamiento y la actitud de someterme a las instrumentaciones y arreglos de Dios, y no debo temer a la muerte’. Morir es fácil, mucho más que vivir. Puedes estar sufriendo un dolor extremo y no ser consciente de ello, y en cuanto tus ojos se cierren, tu respiración cesará, tu alma abandonará el cuerpo y tu vida terminará. Así es la muerte, así de simple. No temer a la muerte es una actitud que hay que adoptar. Además de esto, no debes preocuparte por si tu enfermedad va a empeorar o no, ni por si morirás si no tienes cura, ni por cuánto tiempo pasará hasta que mueras, ni por el dolor que sentirás cuando llegue el momento de morir. Nada de eso debe preocuparte; no son cosas por las que debas preocuparte. Esto es porque el momento debe llegar, y lo hará algún año, algún mes y algún día concreto. No puedes esconderte de ello ni escapar: es tu sino. El denominado sino ha sido predestinado por Dios y Él ya lo ha dispuesto. Tu esperanza de vida y la edad y el momento en que mueres ya los ha fijado Dios, así que ¿de qué te preocupas? Te puedes preocupar por ello, pero eso no cambiará nada, no puedes evitar que ocurra, no puedes evitar que llegue ese día. Por consiguiente, tu preocupación es superflua, y lo único que consigue es hacer aún más pesada la carga de tu enfermedad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). A partir de las palabras de Dios, comprendí que las personas no deberían preocuparse o angustiarse por una enfermedad. Si una enfermedad empeora o lleva a la muerte, no depende del individuo ni puede resolverse con preocupaciones humanas. La vida y la muerte de las personas están en las manos de Dios. Dios ha determinado cuándo y a qué edad morirá una persona. Cuando llega el momento, cada persona debe morir, independientemente de su miedo. Pero si aún no llegó el momento, no puede morir aunque lo desee. Pensé en una chica de la familia de mi vecina que solo tenía dieciocho o diecinueve años. Tuvo fiebre, fue al hospital para que le dieran una inyección y, menos de un día después de volver a su casa, murió. También supe de una señora mayor, de más de ochenta años, que una vez se enfermó gravemente. Ya le habían preparado el ataúd e incluso estaba vestida con sus mortajas, pero no murió. Estos hechos me hicieron ver que la vida y la muerte de un individuo las determina Dios y no tienen que ver con una enfermedad o su gravedad. Que mi enfermedad empeorara o que me muriera no era algo que yo pudiera controlar. Cuando sea mi momento de morir, aunque no esté sufriendo ni esté agotada, igual debo morir, y si el momento aún no llegó, no moriré, no importa cuánto esté trabajando. Tenía que someterme a la soberanía y los arreglos de Dios y cumplir bien con mi deber.
A finales de 2023, los líderes organizaron que asumiera más responsabilidades en otra iglesia. En ese momento, mi presión arterial estaba bastante normal, pero me subía un poco si me quedaba despierta hasta tarde y volvía a estar bien después de descansar un rato. Al llegar a esta iglesia, me puso nerviosa ver que el trabajo no estaba dando ningún resultado. Si me quedaba trabajando hasta tarde, me mareaba y me subía la presión. Me dolía mucho la pierna derecha y a veces el dolor no me dejaba dormir por las noches. Recordé cuando el médico dijo que la hipertensión no controlada podía llevar a un derrame cerebral y causar entumecimiento, dolor e incluso parálisis. No pude evitar preocuparme porque pensé: “¿Podría este dolor en la pierna ser una señal de una parálisis inminente? Si me quedo paralizada, no podré cumplir con mis deberes en absoluto y entonces ¿de qué serviré?”. Me di cuenta de que otra vez me estaba preocupando por mi futuro, así que le oré a Dios en silencio y le pedí que me ayudara a no quejarme. Luego leí estas palabras de Dios: “Si, en tu fe en Dios y tu búsqueda de la verdad, eres capaz de decir: ‘Ante cualquier enfermedad o acontecimiento desagradable que Dios permita que me suceda, haga Dios lo que haga, debo someterme y mantenerme en mi sitio como un ser creado. Ante todo, he de poner en práctica este aspecto de la verdad, la sumisión, debo aplicarlo y vivir la realidad de la sumisión a Dios. Además, no debo dejar de lado la comisión que Dios me ha dado ni el deber que he de llevar a cabo. Debo cumplir el deber hasta mi último aliento’, ¿acaso no es esto dar testimonio? Con esta determinación y este estado, ¿puedes quejarte igualmente de Dios? No. En ese momento, pensarás para tus adentros: ‘Dios me da este aliento, me ha provisto y protegido todos estos años, me ha quitado mucho dolor, me ha otorgado abundante gracia y muchas verdades. He comprendido verdades y misterios que la gente no ha comprendido durante varias generaciones. ¡He recibido tanto de Dios que debo corresponderlo! Antes tenía muy poca estatura, no entendía nada y todo lo que hacía hería a Dios. Puede que más adelante no tenga otra oportunidad de corresponder a Dios. Me quede el tiempo de vida que me quede, debo ofrecer a Dios la poca fuerza que tengo y hacer lo que pueda por Él para que vea que todos estos años en que me ha provisto no han sido en vano, sino que han dado fruto. Quiero reconfortar a Dios y no herirlo ni decepcionarlo más’. ¿Qué te parece pensar así? No pienses en cómo salvarte o escapar, razonando: ‘¿Cuándo se curará esta enfermedad? Cuando se cure, haré todo lo posible por cumplir mi deber y ser leal. ¿Cómo puedo ser leal estando enfermo? ¿Cómo puedo cumplir el deber de un ser creado?’. Mientras te quede aliento, ¿no puedes cumplir el deber? Mientras te quede aliento, ¿eres capaz de no avergonzar a Dios? Mientras te quede aliento, mientras tengas la mente lúcida, ¿eres capaz de no quejarte de Dios? (Sí)” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El único camino posible es la lectura frecuente de las palabras de Dios y la contemplación de la verdad). Las palabras de Dios me hicieron comprender que soy un pequeño ser creado y que no debo ponerle condiciones al Creador. Debo ocupar el lugar que me corresponde y cumplir bien con mi deber. Este es el razonamiento que debería tener. Dios me ha dado aliento y me ha permitido vivir hasta hoy y ha dicho muchas palabras para regarme y proveerme, permitiéndome comprender algunas verdades. Ahora, a través de mi enfermedad, Dios estaba revelando el carácter corrupto dentro de mí y mi motivación de buscar bendiciones. Usó Sus palabras para guiarme para conocerme y cambiar y purificar mi carácter corrupto. ¡Esto era una bendición de Dios! Todavía podía cumplir con mis deberes, así que debía pensar cómo hacerlos bien e independientemente de cómo evolucionara mi enfermedad, si empeoraba o si quedaba paralizada, debía someterme a la soberanía y los arreglos de Dios. Oré ante Dios: “Dios, me entrego a Ti enteramente. Mientras me quede un único respiro y pueda vivir otro día, seguiré cumpliendo con mis deberes”. Cuando dejé de preocuparme e inquietarme por mi enfermedad, me sentí mucho más tranquila y liberada. Aunque a veces me sigue subiendo la presión, tomo medicación para controlarla. Cuando me duele la pierna, me aplico tintura de hierbas y hago ejercicio siempre que tengo tiempo. Ninguna de estas cosas afecta mi capacidad de cumplir con mis deberes. ¡Gracias a Dios!