48. Quitarme los disfraces es verdaderamente relajante

Por Wilson, Francia

Como sé un poco sobre reparación de aparatos electrónicos, los hermanos y hermanas suelen acudir a mí cuando tienen problemas con sus dispositivos y, por lo general, se los puedo arreglar. Una vez, el dispositivo de un hermano tenía un problema y lo ayudé a revisarlo y repararlo. El hermano dijo: “¿Cómo sabes hacer esto? Ojalá pudiera aprender a hacer cosas así algún día”. Me sentí bastante complacido y dije: “No es tan complicado. Una vez que entiendes los principios, puedes aprender rápido”. El hermano asintió con admiración y tuve una profunda sensación de orgullo y superioridad.

Una vez, los hermanos y hermanas necesitaban ayuda para armar dos computadoras y me pidieron que los ayudara. Pensé: “Los hermanos Liam y Michael solían encargarse de armar las computadoras. Ahora que se han ido, soy el único que sabe algo de electrónica, pero, en realidad, nunca he armado una computadora. Si los hermanos y hermanas terminan trayendo el equipo y no lo armo bien, ¡será muy bochornoso! Los hermanos y hermanas pensarán: ‘Creíamos que sabías de electrónica, pero ni siquiera puedes armar una computadora’”. Así que busqué unos vídeos de tutoriales sobre cómo armar computadoras para estudiarlos de antemano y encontré una computadora para desarmarla y volverla a armar. Después de varias prácticas, llegué a dominar bastante el armado de computadoras y la configuración de sistemas, y suspiré aliviado. Poco después, un hermano trajo una computadora que ya estaba armada y solo había que configurar el sistema. Pensé que sería fácil, pero cuando empecé a configurarla, descubrí que el sistema de esa computadora era un poco distinto de los que había configurado antes y no lograba acceder a la interfaz de configuración. Temía que los demás vieran que no era capaz de hacerlo y me menospreciaran, así que me centré de lleno en ello y seguí trasteando para averiguar cómo hacerlo. Después de un rato, aún no había conseguido hacerla funcionar. Los hermanos que estaban a mi lado daban sus opiniones, algunos sugerían hacerlo de una manera, otros decían que debía hacerse de otra. Algunos propusieron buscar vídeos de tutoriales y otros sugirieron llamar a Michael. Estas sugerencias me pusieron ansioso. Pensé: “Necesito configurar esto rápido. Si dejo que otros me digan cómo hacerlo, ¿no pareceré incompetente? Seguro que los hermanos me menospreciarán”. Así que los ignoré y seguí intentándolo por mi cuenta. Después de un rato, uno de los hermanos llamó a Michael. Yo no estaba prestando atención, pero por casualidad oí que Michael dijo: “Presiona esta tecla sin soltarla y deberías poder acceder a la interfaz de configuración”. Lo hice, reinicié y pronto completé la configuración. Después, reflexioné sobre lo que había revelado en esa situación y vi que había sido bastante irracional. Estaba claro que no sabía cómo hacerlo, pero no me atrevía a admitirlo por miedo a que los demás me menospreciaran. Cuando otros pidieron ayuda, sentí que estaban negando mis capacidades y me resistí. Al reflexionar sobre lo que había revelado, me sentí un poco disgustado conmigo mismo. Pensé: “La próxima vez, no puedo disimular y camuflarme de esa manera”.

Al día siguiente, cuando salí a hacer unos recados, un hermano me llamó y me dijo que me apresurara a regresar porque había que armar una computadora y no sabían cómo hacerlo. De inmediato, me sentí muy importante. Pensé: “¡Parece que todo se viene abajo si yo no estoy! Aunque nunca había armado una computadora, tengo experiencia reparando dispositivos y debería ser capaz de entender los principios básicos con rapidez. Más tarde, les explicaré los principios y les demostraré que aún sé más”. Cuando llegué a casa, vi que esa computadora era diferente de las que había armado antes y me puse un poco nervioso. Pensé: “Si admito que nunca he armado este tipo de computadora, ¿dirán ‘Resulta que hay cosas que no sabe’ y me menospreciarán?”. Así que expliqué los principios para armar computadoras basándome en mi experiencia anterior y en cómo hacerlo, pero, mientras la armaba, no estaba seguro de si lo estaba haciendo bien. Estaba tan ansioso que empecé a sudar. Quería llamar a Liam para pedirle consejo, pero no me animaba a pedir ayuda. Pensé: “Los hermanos y hermanas creen que sé cómo hacer esto, pero, si le pido ayuda a Liam, seguro que piensan que mis habilidades no son lo suficientemente buenas. ¿Seguirán teniéndome en alta estima? ¿Seguirán acudiendo a mí para pedirme ayuda? No, no puedo dejar que los hermanos y hermanas me menosprecien. Lo resolveré por mi cuenta. Debería poder hacerlo”. Así que leí el manual mientras usaba mi método anterior para conectar los cables y probarla. Pero, apenas conecté los cables y encendí la computadora, salió humo de la carcasa. Desenchufé la computadora de inmediato. El hermano Charlie preguntó: “¿Qué pasó?”. Me sonrojé y dije: “Creo que conecté mal los cables y he quemado la placa madre”. Para darme un respiro, dije: “Voy a buscar un multímetro para comprobar si está quemada”. Cuando volví a la habitación, tenía la cabeza hecha un lío y pensé: “¿Cómo ha podido pasar esto? No solo no conseguí armar la computadora, sino que también quemé la placa madre. Estoy tan avergonzado. No quiero ver a nadie. Si hubiera sabido que pasaría esto, habría llamado a Liam para pedirle consejo y no hubiera sucedido nada”. Cuanto más lo pensaba, más me arrepentía de lo que había hecho, quería abofetearme. Cuando salí de la habitación, Charlie ya estaba al teléfono con Liam, quien le estaba diciendo cómo conectar los cables. En realidad, la solución era muy sencilla, pero no se me había ocurrido. En ese momento, me sentí muy arrepentido y pensé: “Si tan solo hubiera dejado que alguien me guiara, no habría tomado la senda equivocada, pero ahora que la placa madre está quemada, tendremos que reemplazarla. Esto retrasará a los hermanos y hermanas, que no podrán usar la computadora en sus deberes”.

Después, reflexioné y me pregunté a mí mismo: “¿Qué carácter corrupto revelé en estos dos incidentes de configurar un sistema y armar una computadora?”. Hablé sobre mi estado con un hermano y él me lo señaló: “Cuando sabemos un poco sobre una habilidad, actuamos con superioridad. Es como el refrán: ‘Dime de qué presumes y te diré de qué careces’”. Al oír esto, me di cuenta de que ese era mi problema, así que busqué las palabras de Dios relacionadas con el tema. Dios dice: “Ocupar el lugar que le corresponde a un ser creado y ser una persona corriente, ¿es eso fácil de hacer? (No es fácil). ¿Dónde radica la dificultad? En que a las personas siempre les parece que tienen la cabeza coronada con muchas aureolas y títulos. Además, se otorgan a sí mismas la identidad y estatus de grandes figuras y superhombres, y participan en todas esas prácticas fingidas y falsas y espectáculos simulados. Si no te desprendes de esas cosas, si tus palabras y actos están siempre limitados y controlados por ellas, te resultará difícil entrar en la realidad de la palabra de Dios. Te costará no impacientarte por hallar soluciones para lo que no entiendes y llevar esas cuestiones ante Dios más a menudo, así como ofrecerle un corazón sincero. No serás capaz de hacerlo. La razón exacta es que tu estatus, tus títulos, tu identidad y todo lo demás son falsos e inciertos, ya que se oponen y contradicen las palabras de Dios; son cosas que te atan de tal manera que no puedes presentarte ante Él. ¿Qué te aportan? Hacen que se te dé bien disfrazarte, fingir que entiendes, que eres inteligente, una gran figura, una celebridad, alguien capaz, sabio y que incluso lo sabe todo, que es capaz de todo y que puede hacer cualquier cosa. Eso hace que los demás te adoren y te admiren. Acudirán a ti con todos sus problemas, confiarán en ti y te admirarán. Por lo tanto, es como ponerte al fuego para que te asen. Decidme, ¿es agradable estar asándote al fuego? (No). No lo entiendes, pero no te atreves a confesarlo. No puedes desentrañarlo, pero no te atreves a decirlo. Es obvio que cometiste un error, pero no te atreves a admitirlo. Tu corazón está angustiado, pero no te atreves a decir: ‘Esta vez es de verdad mi culpa. Tengo una deuda con Dios y con mis hermanos y hermanas. He causado un enorme agravio a la casa de Dios, pero carezco de valor para ponerme delante de todos y admitirlo’. ¿Por qué no te atreves a hablar? Tu creencia es que: ‘Tengo que vivir conforme a la reputación y la aureola que me han concedido mis hermanos y hermanas. No puedo traicionar la alta estima y confianza que tienen en mí, mucho menos las ansiosas expectativas que han depositado en mí a lo largo de tantos años. Por tanto, he de seguir fingiendo’. ¿Cómo es ese disfraz? Te has convertido a ti mismo en una gran figura y un superhombre. Los hermanos y hermanas quieren acudir a ti para preguntarte, consultarte e incluso buscar tu consejo sobre cualquier problema al que se enfrentan. Parece que ni siquiera pueden vivir sin ti. Sin embargo, ¿no sientes angustia en el corazón? Evidentemente, algunas personas no sienten esa angustia. Un anticristo no la siente, sino que se deleita con ella, pensando que su estatus está por encima de todo lo demás. En cambio, una persona dentro de la media y normal siente angustia cuando la están asando al fuego. Piensa que no es nada en absoluto, solo una persona corriente. No cree que sea más fuerte que los demás. No solo es que piense que no es capaz de llevar a cabo ningún trabajo práctico, sino que además retrasará la obra de la iglesia y al pueblo escogido de Dios, así que asumirá la culpa y dimitirá. Se trata de alguien con razón. ¿Es un problema fácil de resolver? Lo es para las personas con razón, pero resulta difícil para aquellos que carecen de ella. Si, una vez que obtienes estatus, disfrutas con desvergüenza de los beneficios de este y, como resultado, quedas en evidencia y eres descartado por tu fracaso a la hora de hacer un trabajo real, tú mismo te lo habrás buscado y merecido. No te mereces ni una pizca de lástima o compasión. ¿Por qué digo esto? Porque insistes en ocupar un lugar elevado. Te colocas tú mismo en el fuego para que te asen. Tu herida es autoinfligida(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Atesorar las palabras de Dios es la base de la fe en Dios). Las palabras de Dios me expusieron, me sentí muy avergonzado. Para defender mi estatus a los ojos de los demás, disimulaba y fingía sin cesar. Aunque sabía un poco sobre cómo reparar aparatos, nunca había armado una computadora. Cuando los hermanos y hermanas me pidieron que armara las computadoras, temía que me menospreciaran, así que estudié y practiqué de antemano. Entendí un poco los principios del armado de una computadora, pero había muchas configuraciones diferentes y no entendía del todo el comportamiento de cada una y sus diferencias. Para que los hermanos y hermanas no me menospreciaran, cuando encontraba computadoras que nunca había configurado o armado antes, no me atrevía a admitir que no sabía hacerlo. Temía que dijeran: “¿No se supone que sabes de aparatos electrónicos? ¿Cómo es que ni siquiera puedes armar una computadora?”. Con el fin de mantener la imagen de entendido en electrónica y tecnología que tenía entre los hermanos y hermanas, no paraba de disimular y fingir. Con la primera computadora, aunque estaba claro que no podía configurarla, no me atreví a admitir la verdad. Me centré en la tarea y traté de resolverla por mi cuenta. Cuando un hermano llamó para pedir ayuda, ni siquiera quise escuchar. Más tarde, cuando armé otra computadora, me agrandé aún más y pensé que ellos no entendían del tema y yo sí, así que me puse en la posición del “maestro” y expliqué los principios y cómo armarla. Tenía claro que esa computadora era diferente de las otras que había armado y que el método de cableado que había usado antes podría no funcionar. También pensé en llamar a Liam para pedirle consejo, pero temía perder la buena imagen que tenían de mí los hermanos y hermanas como de alguien conocedor de electrónica y tecnología. Así que simplemente avancé a duras penas, mientras intentaba explicar las cosas y conectar los cables hasta que, al final, una bocanada de humo negro salió de la computadora. Mi disfraz desapareció por completo y ya no pude seguir fingiendo. No solo me calaron los hermanos y hermanas, sino que también quemé la placa madre. Eso retrasó a los hermanos y hermanas, que no pudieron usarla en sus deberes. Solo a través de la exposición de las palabras de Dios me di cuenta de que vivía en un carácter satánico y que ni siquiera podía decir una sola palabra honesta. Me encubría y me camuflaba constantemente y trataba de mantener mi buena imagen de experto en electrónica y tecnología. Al disfrazarme de esa manera, no solo no logré ocultar mis defectos y deficiencias, sino que terminé exponiéndome tal como realmente era y permití que todos vieran que, en realidad, no entendía esa tecnología. También vieron con aún mayor claridad lo engañoso e hipócrita era. Como consecuencia, desperdicié mi integridad. Fue entonces cuando me di cuenta de lo estúpido que era al fingir.

Después, seguí reflexionando y me pregunté: “¿Qué carácter corrupto me impulsaba a camuflarme todo el tiempo?”. Luego, leí este pasaje de las palabras de Dios: “¿De qué clase de carácter se trata cuando la gente monta siempre una fachada, se blanquean a sí mismos, se dan aires para que los demás los tengan en alta estima y no detecten sus defectos o carencias, cuando siempre tratan de presentar a los demás su mejor lado? Eso es arrogancia, falsedad, hipocresía, es el carácter de Satanás, es algo perverso. Tomemos como ejemplo a los miembros del régimen satánico: por mucho que se peleen, se enemisten o se maten en la oscuridad, nadie puede denunciarlos o exponerlos. Temen que la gente vea su rostro demoniaco, y hacen todo lo posible para encubrirlo. En público, se esfuerzan al máximo para blanquearse, diciendo lo mucho que aman al pueblo, lo grandes, gloriosos e infalibles que son. Esta es la naturaleza de Satanás. La característica más notable de la naturaleza de Satanás son las artimañas y los engaños. ¿Y cuál es el objetivo de estas artimañas y engaños? Engañar a la gente, impedir que vean su esencia y su verdadera cara, y lograr así el objetivo de prolongar su gobierno. Puede que la gente común carezca de tal poder y estatus, pero ellos también desean hacer que los demás tengan una visión favorable de ellos, que los tengan en alta estima y les otorguen un estatus elevado en su corazón. Eso es un carácter corrupto, y si las personas no entienden la verdad, son incapaces de reconocerlo. Las actitudes corruptas son las más difíciles de reconocer. Reconocer tus propios defectos y carencias es fácil, pero reconocer tu carácter corrupto no lo es. Los que no se conocen a sí mismos nunca hablan de sus estados corruptos, siempre creen que están bien. Y, sin darse cuenta, empiezan a presumir: ‘En todos mis años de fe he sufrido mucha persecución y muchísimas dificultades. ¿Sabéis cómo lo superé todo?’. ¿Es este un carácter arrogante? ¿Cuál es su motivación para exhibirse? (Hacer que la gente los tenga en alta estima). ¿Qué motivación tienen para hacer que la gente los tenga en alta estima? (Que se les otorgue estatus en la mente de esas personas). Si se te otorga estatus en la mente de alguien, cuando te encuentras en su compañía te trata con deferencia y es especialmente educado cuando habla contigo. Siempre te admira, siempre te deja ser el primero en todo, te cede el paso, te adula y te obedece. Te consulta y te deja decidir en todo. Y tú tienes una sensación de gozo con esto: te parece que eres más fuerte y mejor que los demás. A todo el mundo le gusta esta sensación. Es la sensación de tener estatus en el corazón de alguien; la gente desea disfrutar de esto. Por eso compite por el estatus y todo el mundo desea que se le otorgue estatus en el corazón de los demás, ser estimado e idolatrado por otros. Si no pudieran disfrutar de ello, no irían en pos del estatus(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Las palabras de Dios me permitieron entender que el deseo de encubrirse y disfrazarse siempre lo impulsan las actitudes arrogantes y engañosas. Mi actitud arrogante me hace buscar la admiración y adoración de los demás, y mi actitud falsa me lleva a encubrir y disfrazar mis defectos y deficiencias para mostrar solo mi perfil bueno, en un intento de ganarme la admiración de los demás. Es como el PCCh, que es experto en encubrir y maquillar los asuntos. Por muy intensas que sean sus luchas internas o por muchas cosas malas que haya hecho, nunca permite que los medios informen sobre ellas, por miedo a que el pueblo vea su rostro demoníaco y deje de apoyarlo. También usa los medios para promover y glorificar al máximo su imagen de grandeza, gloria y rectitud, y engaña y tima al pueblo con el objetivo de gobernarlo para siempre. ¡Es realmente despreciable y perverso! Al armar las computadores, también revelé un carácter satánico. Para proteger mi orgullo y estatus, no reconocí lo que no sabía ni podía hacer. Encubrí todos mis defectos y deficiencias, fingí ser un entendido y tener la capacidad de hacer las cosas. Todo esto era para que los demás me admiraran. Encubrirme y disfrazarme de esa manera, ¿no era engañar y timar a los hermanos y hermanas? ¿No estaba siendo igual de despreciable y perverso que Satanás? Al reflexionar sobre esto, me sentí como un verdadero desvergonzado. Buscaba sin cesar que los demás me admiraran y veneraran para tenerlos siempre a mi alrededor, que acudieran a mí para todo y me trataran con deferencia y cortesía. Cuando los hermanos me llamaron para decirme que no sabían cómo armar la computadora y me pidieron que lo hiciera, en ese momento me sentí muy importante y superior a ellos y mi vanidad quedó enormemente satisfecha. Fue porque disfrutaba de ese sentimiento que hice todo lo posible por encubrirme y camuflarme para que la gente me admirara.

Me pregunté: “Si sigo persiguiendo la reputación y el estatus y disfruto de la admiración de los demás, ¿cuáles serán las consecuencias?”. Leí estas palabras de Dios: “No hay nada que Dios deteste más que la gente persiga el estatus, pero tú sigues compitiendo obstinadamente por él, lo valoras y proteges indefectiblemente y siempre tratas de conseguirlo. ¿No hay en todo ello una parte de cualidad de antagonismo a Dios? Dios no dispone que la gente tenga estatus; Él provee a la gente de la verdad, el camino y la vida, para que, al final, se conviertan en seres creados acordes al estándar, pequeños e insignificantes, no en personas con estatus y prestigio veneradas por miles de personas. Por ello, se mire por donde se mire, la búsqueda del estatus es un callejón sin salida. Por muy razonable que sea tu excusa para buscar el estatus, esta senda sigue siendo equivocada y Dios no la aprueba. No importa cuánto te esfuerces o el precio que pagues, si deseas estatus, Dios no te lo dará; si Dios no te lo da, fracasarás en tu lucha por conseguirlo y, si sigues luchando, solo se producirá un resultado: que serás revelado y descartado y te encontrarás en un callejón sin salida. Entendéis esto, ¿verdad?(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Las palabras de Dios explican con claridad la naturaleza y las consecuencias de perseguir la reputación y el estatus. Perseguir sin cesar la reputación y el estatus es, en esencia, oponerse a Dios, y el resultado es llegar a un callejón sin salida. Como los seres humanos somos solo pequeños seres creados, debemos adorar a Dios y acudir a Él y cumplir con nuestros deberes de manera honesta y obediente. Esta es la conciencia y la razón que los seres humanos deben tener. Dios ha expresado la verdad en los últimos días para inculcar Sus palabras en los seres humanos y convertirlas en nuestra vida, lo que nos permite vivir con una humanidad normal y convertirnos en seres creados que cumplen con el estándar. Dios no quiere que las personas persigan la reputación, el estatus o la admiración de los demás en el transcurso de sus deberes. Si me disfrazaba y perseguía la reputación y el estatus constantemente y no me arrepentía, no cambiaba ni practicaba la verdad, no cabía duda de que, con el tiempo, Dios me acabaría revelando y descartando. Recordé que la mayoría de los anticristos expulsados por la casa de Dios perseguían la reputación y el estatus. No dudaban en dañar y causar graves trastornos y perturbaciones al trabajo de la iglesia, lo que, finamente, llevó a que los expulsaran. Al darme cuenta de la gravedad del problema, oré a Dios con la voluntad de cambiar mi estado, dejar de perseguir la admiración de las personas y, en cambio, ser honestamente un pequeño ser creado.

Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Si no quieres colocarte en el fuego y asarte, deberías renunciar a todos esos títulos y aureolas y contarles a tus hermanos y hermanas los verdaderos estados y pensamientos que alberga tu corazón. De ese modo, podrán tratarte adecuadamente y no tendrás que usar un disfraz. Ahora que te has abierto y has arrojado luz sobre tu verdadero estado, ¿no sientes el corazón más tranquilo y relajado? ¿Por qué caminar con tan pesada carga sobre tu espalda? Si expresas tu verdadero estado, ¿de verdad te mirarán mal tus hermanos y hermanas? ¿De verdad te abandonarán? Por supuesto que no. Al contrario, te darán su aprobación y te admirarán por atreverte a hablar de corazón. Dirán que eres una persona honesta. Eso no entorpecerá tu trabajo en la iglesia, ni tendrá el menor efecto negativo en él. Si los hermanos y hermanas notan que tienes dificultades, te ayudarán voluntariamente y trabajarán junto a ti. ¿Qué decís? ¿No es así como debería ser? (Sí). Ponerte siempre un disfraz para que los demás te admiren es una estupidez. El mejor enfoque es ser una persona corriente con un corazón normal, ser capaz de abrirte al pueblo escogido de Dios de manera pura y simple, y participar a menudo en charlas sinceras. Nunca aceptes que los demás te enaltezcan, te admiren, te elogien en demasía o te digan palabras halagadoras. Se han de rechazar esas cosas. […] ¿Cómo debes practicar para ser una persona ordinaria, normal y corriente? Primero, debes rechazar y desprenderte de esas cosas a las que te aferras y te parecen tan buenas y valiosas, además de esas palabras bonitas y superficiales con las que los demás te admiran y elogian. Si, en tu corazón, tienes claro qué tipo de persona eres, cuál es tu esencia, cuáles son tus fallos y qué corrupción revelas, deberías comunicar esto abiertamente con otras personas, para que puedan ver cuál es tu verdadero estado, cuáles son tus pensamientos y opiniones, para que sepan qué conocimiento tienes de esas cosas. Hagas lo que hagas, no finjas ni coloques una fachada, no ocultes a los demás tu propia corrupción y tus defectos para que nadie los conozca. Este tipo de falso comportamiento es un obstáculo en tu corazón, y se trata también de un carácter corrupto, y puede impedir que la gente se arrepienta y cambie. Debes orar a Dios y someter a reflexión y análisis las cosas falsas, como los elogios que te hacen los demás, la gloria con la que te colman y las coronas que te otorgan. Debes darte cuenta del daño que te hacen estas cosas. Y al hacerlo conocerás tu propia medida, alcanzarás el autoconocimiento y dejarás de verte como un superhombre o una gran figura. Una vez que tengas ese autoconocimiento, te resultará fácil aceptar en tu corazón la verdad, las palabras de Dios y lo que Dios pide al hombre, aceptar la salvación del Creador para ti, ser una persona corriente con los pies en la tierra, alguien honesto y fiable, y establecer una relación normal entre tú mismo, un ser creado, y Dios, el Creador. Esto es precisamente lo que Dios pide a las personas, y se trata de algo totalmente alcanzable para ellas(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Atesorar las palabras de Dios es la base de la fe en Dios). Las palabras de Dios corrigieron mis ideas y opiniones falaces y me mostraron una senda de práctica. Antes, siempre me preocupaba que la gente me menospreciara si ponía al descubierto mis fallos y deficiencias, así que siempre me encubría y me camuflaba. Pero la verdad era que, aunque me disfrazara y no dijera nada, mis hermanos y hermanas ya podían ver quién era realmente y, si pudiera hablar con honestidad y revelar mis defectos, no me menospreciarían. Al contrario, verían que estaba procurando ser una persona honesta y lo respetarían y aprobarían. Había elegido encubrirme y camuflarme, sin atreverme a revelar lo que no sabía o no podía hacer. Como consecuencia, cuando la verdad salió a la luz, no solo no logré ganarme la admiración de los hermanos y hermanas, sino que hice el ridículo y provoqué que los demás me despreciaran y rechazaran. Entonces me di cuenta de que mi punto de vista era erróneo y estúpido y que necesitaba rebelarme contra estos pensamientos y practicar según las palabras de Dios. De hecho, todas las personas normales tienen defectos y deficiencias. Incluso si alguien ha trabajado en un campo específico durante muchos años y se ha vuelto muy competente en él, a veces puede ocurrir que no sepa algo. Tener defectos y deficiencias no es algo de lo que avergonzarse. Si alguien lo supiera todo y pudiera hacerlo todo, sería un superhumano. Asimismo, debido a que pensaba que era el que más sabía de electrónica, sumado a los elogios de los demás, empecé a actuar con superioridad. Sin embargo, desde un punto de vista profesional, en realidad, solo sabía lo más básico. Si miro atrás, cuando Liam estaba aquí era el que más sabía de aparatos electrónicos; en comparación con él, yo sabía mucho menos. Sin embargo, incluso él tenía que consultar a hermanos y hermanas que sabían más sobre ciertos dispositivos que no entendía, lo que hacía que mi falta de conocimientos fuera aún más evidente. Así que, lo mirara por donde lo mirara, no debería haberme agrandado. En cambio, debería haber afrontado mis defectos y deficiencias de forma adecuada y haber sido transparente con todos para que pudieran comprenderme. Eso hubiera sido comportarse de manera razonable.

Más tarde, otro dispositivo se averió y un hermano me pidió que lo reparara. Tras revisarlo, concluí que tenía una pieza defectuosa y la reemplacé, pero, tras probarlo, seguía sin funcionar. Trabajé en ello un poco más, pero aún no conseguía arreglarlo. Entonces pensé: “¿Habré juzgado mal el problema? ¿Debería llamar a Michael para pedirle consejo? Él ha trabajado más con este tipo de equipos, así que quizás ya se haya encontrado con este problema”. Pero luego pensé: “Si no puedo resolver esto y tengo que pedir ayuda, seguro que los hermanos y hermanas pensarán que no tengo la habilidad suficiente y dejarán de admirarme. No puedo permitir que me menosprecien. Si sigo intentándolo, debería poder resolverlo por mi cuenta”. Cuando tuve ese pensamiento, me di cuenta de que estaba tratando de volver a encubrirme y disfrazarme, así que oré en mi corazón: “Dios, no he trabajado mucho con este tipo de máquina y no estoy seguro de cuál es el problema. Tengo miedo de que los hermanos me menosprecien y quiero volver a fingir. Dios, te ruego que me guíes para ser una persona honesta, poder afrontar mis defectos y deficiencias y buscar activamente la ayuda de los demás”. Después de orar, llamé a Michael para pedirle consejo. Siguiendo sus indicaciones, revisé e identifiqué la raíz del problema y lo arreglé con rapidez. Practicar de esta manera me hizo sentir relajado y en paz. Por un lado, evité que los hermanos y hermanas sufrieran retrasos en el uso del equipo para sus deberes y, por otro, practiqué conscientemente un poco de la verdad al no volver a encubrirme y disfrazarme. Fueron las palabras de Dios las que me guiaron para darme el objetivo correcto que debía perseguir. Estoy dispuesto a perseguir y practicar la verdad, cumplir mis deberes con honestidad y ser un ser creado que cumpla con el estándar.

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