61. Una elección en medio de la persecución familiar
Hace tiempo, yo tenía una familia armoniosa. Vivíamos sin tener que preocuparnos por la comida ni la ropa. Sin embargo, al principio de mi segundo embarazo, bebí sin darme cuenta una medicina tradicional china que estimulaba la circulación sanguínea, lo que casi me provocó un aborto espontáneo. A pesar de eso, más tarde, logré dar a luz a mi hijo con la ayuda de medios clínicos. Aunque tanto mi hijo como yo estábamos a salvo, leí en Internet que tomar medicación durante el embarazo puede llevar a que el niño tenga enanismo. Esto se convirtió en una pesada carga en mi corazón. Cada vez que veía que otros niños de menor edad que el mío eran más altos que él, sentía un profundo dolor en mi corazón y vivía en un estado de autorreproche. Perdí la cuenta de las lágrimas que derramé por este asunto. En octubre de 2013, un familiar mío me dio testimonio de la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días y me mostró un pasaje de la palabra de Dios Todopoderoso titulado: “Dios es la fuente de la vida del hombre”. Una sección en especial me dejó una profunda impresión. Dios dice: “Desde el momento en el que llegas llorando a este mundo, comienzas a cumplir tus responsabilidades. Por el bien del plan de Dios y Su predestinación, desempeñas tu papel y emprendes tu viaje de vida. Sea cual sea tu trasfondo y sea cual sea el viaje que tengas por delante, en cualquier caso, nadie puede escapar de las orquestaciones y disposiciones del Cielo y nadie puede controlar su propio sino, pues solo Aquel que es soberano sobre todas las cosas es capaz de llevar a cabo semejante obra” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Las palabras de Dios me conmovieron profundamente. Comprendí que la vida humana proviene de Dios y que el tipo de hijos que tienes no depende de ti, sino que todo forma parte de la soberanía y los arreglos de Dios. En ese momento, no pude evitar llorar y descargué todo mi dolor y mis preocupaciones ante Dios. En mi corazón sentí una liberación como nunca había sentido antes. Más tarde, a través de la lectura de las palabras de Dios, también entendí que el género, la apariencia y la altura de una persona en este mundo los predetermina Dios y que no están influenciados por circunstancias externas. Si Dios hubiera dispuesto que mi hijo tuviera buena salud, entonces no le afectaría que yo tomara medicamentos. Vi que las palabras de Dios eran una medicina curativa que disipaba mis preocupaciones y mi corazón se sintió muy tranquilo y liberado.
Seis meses después de aceptar la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días, comencé a cumplir mis deberes en la iglesia. Al principio, mi esposo no se oponía a ello. Sin embargo, en mayo de 2014, vio en la televisión y en Internet toda la propaganda negativa que el PCCh difundía para calumniar, blasfemar y difamar a la Iglesia de Dios Todopoderoso, y él comenzó a obstaculizar mi fe. Hasta rompió mi reproductor MP5 que usaba para leer las palabras de Dios. Me dijo: “Mira lo que dicen en Internet. El estado se opone a tu fe en Dios Todopoderoso y la policía te arrestará. Si te arrestan, ¡será una humillación total! En Internet también dicen que los creyentes en Dios abandonan a sus familias y no llevan una vida normal”. Le respondí: “Durante todo este tiempo desde que he comenzado a creer en Dios, ¿acaso he abandonado a mi familia o he dejado de llevar una vida normal? Nuestras reuniones solo consisten en leer juntos las palabras de Dios. Lo has visto con tus propios ojos. No hemos hecho nada ilegal, así que, ¿es legal que la policía nos arreste? A los que roban, estafan, apuestan y se dedican a la prostitución no los castigan, pero arrestan específicamente a los creyentes. ¿No es esto una inversión del bien y el mal?”. Pero, por mucho que dijera, mi esposo simplemente no quería escuchar. Más tarde, me acosaba sin cesar por mi fe en Dios y sacaba el tema de mi fe siempre que estaba de mal humor. Cada vez que llegaba a casa del trabajo y veía que yo no estaba, explotaba de rabia y gritaba: “¿Cómo podemos seguir viviendo así? Si sigues con tu fe, ¡llamaré a la policía!”. A menudo llegaba a casa borracho por la noche y me gritaba, hurgaba en mis cosas para encontrar mis libros de las palabras de Dios y aseguraba que los destruiría. Hasta me agarró del pelo, me tiró al suelo e insistió en que me fuera en medio de la noche. Estaba furiosa y pensé: “Mi fe en Dios solo consiste en reunirme con mis hermanos y hermanas para comer y beber las palabras de Dios. Sin embargo, mi esposo me trata así. ¡Es un auténtico diablo!”. En un arrebato de ira, también sopesé irme, pero cuando pensé en mis dos hijos pequeños y en que no quería que mi matrimonio, que tanto me había costado, se desmoronara de esa manera, lo soporté. Sin embargo, de forma inesperada, mi esposo me empezó a acosar con mayor intensidad.
El 16 de febrero de 2016, después del almuerzo, me estaba preparando para ir a una reunión cuando mi esposo gritó: “¿Vas a salir otra vez? ¡No estás llevando una vida normal!”. Le respondí: “¿Qué quieres decir con que no llevo una vida normal? No he descuidado nada del hogar. He cocinado y he limpiado la casa, pero también necesito tener tiempo para mí misma”. Justo cuando iba a abrir la puerta, él la cerró con llave de repente y me impidió salir, mientras me amenazaba con su teléfono y decía: “¡Si vuelves a salir, llamaré a la policía!”. Tras decir esto, marcó el número de emergencia, 110. Me puse muy nerviosa. Al ver que estaba a punto de presionar la tecla verde de llamada, le dije deprisa: “Si hoy haces esa llamada, ¿sabes lo que pasará después? ¡Hay retribuciones por hacer el mal!”. Su mano tembló por un momento mientras sostenía el teléfono. Luego, salió de la pantalla de llamadas y dijo en un arrebato de ira: “¡No puedo seguir viviendo así! Hoy no voy a trabajar. ¡Vas a tener que tomar una decisión hoy mismo! Voy a llamar a tu padre y a mi madre para hablar sobre nuestro divorcio”. Entonces, llamó a mis padres y a su madre. No sabía qué hacer y me sentía realmente débil. Al mirar la foto familiar en la pared, no pude evitar pensar: “Nos ha costado mucho llegar hasta aquí. La vida ha sido dura y antes pasábamos muy poco tiempo juntos debido al trabajo de mi esposo. Pero ahora tiene un trabajo estable, nos hemos mudado a una casa grande, tenemos una vida libre de preocupaciones y tanto nuestro hijo como nuestra hija son inteligentes y tienen buena salud. Hemos tenido éxito tanto en la familia como en lo profesional. Si nos divorciamos, perderé todo esto. Aunque enfrento cierta persecución por creer en Dios, al menos tengo una familia completa y los niños tienen tanto a su padre como a su madre. ¿Cómo podemos divorciarnos sin más? Realmente no quiero llegar a ese punto”. Me arrepentí de no haberle impedido que llamara a mis padres. Si yo solo hubiera dicho algo conciliador y hubiera aceptado no salir por un tiempo, quizás él no habría mencionado el divorcio. No sabía cómo superar todo aquello, así que oré a Dios con la esperanza de que me guiara. En ese momento, recordé lo que el Señor Jesús dijo: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62). Sentí como si un rayo de luz me hubiera atravesado el corazón y lo hubiera iluminado al instante. Pensé: “¿Acaso no estoy considerando solamente mi carne? Entre mi familia y mi fe, tengo miedo de perder a mi familia y me arrepiento de no haber dicho algo conciliador a mi esposo. Estoy transigiendo con él e intentando preservar mi familia a costa de traicionar a Dios. ¿Qué manera de dar testimonio de Dios es la mía?”. Recordé los días en que había sufrido muchísimo por los problemas relacionados con mi hijo y me pregunté: “Si no fuera por la salvación de Dios, ¿cómo podría vivir ahora con tanta libertad? No puedo ser tan ingrata ni carecer de conciencia”. Así que oré a Dios: “Dios, te ruego que me des fe. Pase lo que pase, incluso si realmente nos divorciamos, seguiré eligiendo creer en Ti y cumplir mi deber”. Después de orar, sentí una sensación de liberación en mi corazón.
Esa tarde, mi padre, mis dos hermanas menores y mis suegros vinieron a casa. Todos ellos creyeron lo que decía mi esposo y me atacaron junto con él. Al final, mi padre y mis hermanas me arrastraron a la fuerza hasta el coche y me llevaron de regreso a mi pueblo natal. De vuelta a casa de mis padres, me hostigaban todos los días. Mi padre vio que insistía en creer en Dios y, un día, durante el almuerzo, dijo: “El Estado se está poniendo duro y arrestando a quienes creen en Dios Todopoderoso. Si te arrestan y te condenan a varios años de cárcel, ¿crees que tu esposo aún te querrá? Terminarás perdiendo tu hogar. ¿Por qué sufrir así? Haznos caso, abandona tu fe. En la televisión dicen que tu grupo es antiestatal, así que, ¿de qué puede servir oponerse al Estado? Mira a tu familia ahora. Tienes casa y coche, y tus dos hijos son inteligentes y bien educados. ¿Por qué renuncias a una vida tan buena para seguir creyendo en Dios? ¡Realmente no sabes lo afortunada que eres!”. Cuanto más lo escuchaba, más me enojaba. ¿Qué quería decir al llamarme antiestatal? ¿Qué significa oponerse al Estado? Las palabras de Dios dicen con claridad: “Dios no participa en las políticas del hombre, pero Él controla el porvenir de cada país y de cada nación, Él controla este mundo y todo el universo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice II: Dios preside el porvenir de toda la humanidad). Dije con firmeza y solemnidad: “Papá, creer en Dios solo significa que leemos Sus palabras y nos reunimos para compartir la verdad. Dios nos guía para caminar por la senda correcta y vivir una humanidad normal. ¿Cómo podemos ir en contra del Estado? ¡No puedes creer en rumores infundados!”. Pero mi madre, al ver que no le hacía caso, me gritó: “Si sigues así, te arrestarán y lo perderás todo. ¿Qué pasará entonces con tu vida? Si quieres tener fe, ven conmigo a la catedral y cree en Dios en la Iglesia de las Tres Autonomías”. Yo respondí: “El PCCh no arresta a la gente en la catedral porque allí obedecen al partido. Dicen que creen en el Señor Jesús, pero, en realidad, escuchan y siguen a los hombres, en lugar de creer en Dios. El camino verdadero siempre ha estado bajo persecución. Cuando el Señor Jesús obró en Judea, el gobierno romano y los fariseos lo calumniaron y lo condenaron. El gobierno romano arrestó y persiguió a los discípulos del Señor por predicar el evangelio. ¿Puedes decir que el Señor Jesús no es el Dios verdadero ni el camino verdadero? Hoy creemos en el Dios verdadero y es inevitable que enfrentemos arrestos y la persecución por parte del gobierno satánico del PCCh. Mamá, Dios Todopoderoso es el Señor Jesús que ha regresado y Él es Dios que lleva a cabo una nueva etapa de Su obra basada en la Era de la Gracia. Ha venido para salvar por completo a la humanidad. Creer en Dios Todopoderoso significa que seguimos la nueva obra de Dios. Para que tú puedas creer en el Señor Jesús, ¿no tuvieron que venir muchos misioneros a China y abandonar a sus familias y carreras para predicar el evangelio?”. Mi padre, al ver mi firme determinación, me interrumpió y me cuestionó con vehemencia: “¿Así que estás diciendo que no tienes margen para dar marcha atrás y que insistes en aferrarte a tu fe? Como tus padres, esto lo hacemos por tu propio bien. Si te arrestan, ¡no digas que no te lo advertimos! Si no nos escuchas y sigues con tu fe, te desheredaré. Podrás ir adonde se te antoje después de divorciarte. ¡Esta familia ya no te quiere!”. Después de que terminó de hablar, mi padre se echó a llorar. Al verlo tan desconsolado, yo también me puse a llorar. Oré en silencio a Dios en mi corazón: “Dios Todopoderoso, te ruego que sosiegues mi corazón ante Ti. No sé cómo manejar esta situación. Te ruego que me des fe y me guíes”. Después de orar, recordé un pasaje de las palabras de Dios: “En cada paso de la obra que Dios hace en las personas, externamente parece que se producen interacciones entre ellas, como nacidas de disposiciones humanas o de la perturbación humana. Sin embargo, detrás de bambalinas, cada etapa de la obra y todo lo que acontece es una apuesta hecha por Satanás ante Dios y exige que las personas se mantengan firmes en su testimonio de Dios. Mira cuando Job fue probado, por ejemplo: detrás de escena, Satanás estaba haciendo una apuesta con Dios, y lo que aconteció a Job fue obra de los hombres y la perturbación de estos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). Las palabras de Dios me guiaron para que me diera cuenta de repente de que, aunque parecía que mi padre intentaba persuadirme, en realidad era Satanás quien estaba tratando de usar mis afectos para arrastrarme a su lado y hacer que me alejara de Dios y lo traicionara. Si me ponía del lado de mi padre, ¿no estaría cayendo en las trampas de Satanás? De repente, recordé las palabras del Señor Jesús: “El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37). Todo lo que tengo proviene de Dios y mi vida también viene de Él. Creer en Dios y adorarlo es algo completamente natural y justificado, así que no podía abandonar mi fe en Él solo por tener en consideración los sentimientos de mi padre. También pensé en la experiencia de Pedro. Los padres de Pedro esperaban que él tuviera una carrera como funcionario de éxito y renombre, por lo que obstaculizaron a Pedro y se opusieron a que creyera en Dios y se entregara a Él. Sin embargo, Pedro eligió creer en Dios y seguirlo, por lo que abandonó a sus padres con decisión. Al pensar en esto, gané fe y mi determinación de seguir a Dios se fortaleció. No importa lo que dijera mi padre, tenía que desentrañar las tramas de Satanás y no dejarme engañar. Mi padre vio que no decía nada y me volvió a preguntar con vehemencia: “Entonces, ¿estás decidida a hacer esto? ¿Nada te detendrá?”. Con determinación, respondí: “Absolutamente nada. Persistiré en mi fe en Dios; me niego a ser ingrata. En el pasado, siempre me preocupaba que mi hijo se quedara enano. Vivía cada día con miedo, dolor y culpa. En aquel entonces, todos me aconsejaban que dejara que las cosas siguieran su curso, pero el dolor en mi corazón era algo que solo yo entendía. Más tarde, acepté la nueva obra de Dios, leí Sus palabras y comprendí la verdad. Solo entonces se alivió mi angustia. Si no fuera por la salvación de Dios, quién sabe, tal vez un día no hubiera soportado más y habría elegido morir. Entonces, ustedes habrían perdido a su hija. ¿Acaso no quieren lo mejor para mí?”. Mi padre, al ver mi determinación, se enfurruñó.
Más tarde, mi padre me vio que estaba leyendo de nuevo las palabras de Dios en secreto y me dijo furioso: “Si sigues creyendo en tu Dios, ¡llamaré a la policía para que te arresten y haré que te den una paliza! ¡No creo que no vayas a cambiar!”. Vi que los ojos de mi padre estaban rojos de ira y su expresión era sombría. Solo para evitar que creyera en Dios, hasta estaba dispuesto a enviarme a la cárcel y que padeciera la tortura del PCCh. ¿Cómo podía ser tan cruel? ¿Era ese realmente el padre que siempre había conocido? ¿No se había convertido en un cómplice del PCCh y un sirviente de Satanás? Vi que la esencia de mi padre se oponía a Dios y lo odiaba. Pensé en una frase de las palabras de Dios: “Ama lo que Dios ama y odia lo que Dios odia. Ese es el principio al que hay que atenerse” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). Debo amar a aquellos que creen realmente en Dios. Quienes odian a Dios y se le oponen son enemigos de Dios. Son diablos. Dios los aborrece, así que yo también debería rechazarlos. Tengo que vivir según las palabras de Dios y seguirlo con determinación sin dejarme limitar por mis padres.
Me quedé en casa de mis padres durante dos meses y medio. Al regresar a casa, mi esposo pensó que ya no creía en Dios, por lo que su actitud hacia mí se suavizó bastante. Un par de semanas después descubrió que aún creía en Dios y me dijo con vehemencia: “¿Sigues asistiendo a reuniones y creyendo en Dios? ¡Lárgate de aquí de una vez!”. Tras decir esto, caminó hacia la puerta, la abrió y me gritó: “¡Vete! Esta familia ya no te quiere. ¡Vete adonde se te antoje!”. La verdad era que no quería irme de casa y solo quería darle una lección. Fui al dormitorio, saqué una maleta del armario y comencé a organizar mi ropa y a meterla en la maleta. Pensé: “Si me ve haciendo la maleta, tal vez recuerde nuestro vínculo matrimonial. Si ve que realmente me estoy por ir, quizás ceda un poco”. De forma inesperada, mi esposo vino desde la sala y me arrebató la maleta. Tiró toda la ropa sobre la cama y comenzó a rebuscar entre las prendas, mientras me insultaba: “¡A ver si te estás llevando todas las cosas de valor de mi casa!”. Me enfurecí al ver el desastre que había hecho con mi ropa. ¿Cómo podía decirme esas cosas después de haber vivido juntos durante diez años? Me estaba tratando como a una ladrona. Se me heló por completo el corazón. Volví a meter la ropa en la maleta y salí por la puerta. Al reflexionar sobre lo que acababa de suceder, me dolía el corazón y no pude evitar llorar, mientras pensaba: “¡Mi esposo es un verdadero desalmado! Estoy recorriendo la senda correcta de la vida al creer en Dios, pero me obliga a dejar de nuevo mi hogar. ¿Es el fin de mi familia?”. Oré a Dios: “Dios, me está costando mucho creer en Ti. Mi corazón es muy débil. No sé cómo recorrer el camino que tengo por delante. Te ruego que me guíes”. Después de todo esto, fui a quedarme en casa de una hermana.
La tarde siguiente, no conseguía calmarme. Pensé en mi hijo, que solo tenía cinco años y nunca había estado lejos de mí. ¿Sería capaz de arreglárselas sin mí a su lado? Solo pensar en la carita tierna de mi hijo y en su futuro me rompía el corazón en mil pedazos. Me preocupaba lo que pasaría si buscaba a su madre. ¿Haría algo mi esposo en un arrebato de ira? ¿Implicaría todo esto a la iglesia o a los hermanos y hermanas? Esa noche, volví a casa. Mis suegros estaban allí y mi esposo había salido a cenar con los niños. Mi suegra dijo: “Todos estábamos muy preocupados por ti después de que te fuiste. ¡Solo tienes que vivir una vida normal y abandonar tu fe! ¿Realmente tienes que hacer semejante escándalo y acabar divorciada?”. Respondí con calma: “Madre, no es que no quiera llevar una vida normal, sino que su hijo no me acepta”. Mi suegra dijo preocupada: “Puede que el divorcio no sea nada para ustedes que son adultos, pero el problema es que los niños sufrirán. Todavía son muy pequeños. Por favor, tienes que pensar en los niños”. Al oír a mi suegra decir esto, me sentí muy angustiada y se me llenaron los ojos de lágrimas. La verdad era que lo que más me preocupaba eran los niños. ¿Qué sería de ellos si yo me iba? Poco tiempo después, mi esposo regresó con ellos. Apenas entraron, los niños me vieron y vinieron hacia mí, pero mi esposo les gritó para prohibirles que se acercaran y le dijo a nuestra hija que llevara a nuestro hijo a la cama. Al ver a los niños que se dirigían al dormitorio de manera obediente, sentí que mis preocupaciones no eran necesarias. Dios es la fuente de la vida del hombre y Él gobierna y tiene soberanía sobre todas las cosas. El porvenir de mis hijos también está bajo las orquestaciones y arreglos de Dios. Pensé en un pasaje de las palabras de Dios: “Nadie puede escapar de las orquestaciones y disposiciones del Cielo y nadie puede controlar su propio sino, pues solo Aquel que es soberano sobre todas las cosas es capaz de llevar a cabo semejante obra. Desde que el hombre comenzó a existir en el principio, Dios siempre ha desempeñado Su obra de esta manera, gestionando el universo y dirigiendo las leyes del cambio para todas las cosas y la trayectoria de su movimiento. Como todas las cosas, el hombre, silenciosamente y sin saberlo, se alimenta de la dulzura, la lluvia y el rocío de Dios. Como todas las cosas, sin saberlo, el hombre vive bajo la orquestación de la mano de Dios. El corazón y el espíritu de las personas están al alcance de Dios; todo lo que hay en su vida es contemplado por los ojos de Dios. Independientemente de si crees en todo esto o no, todas las cosas y cualquiera de ellas, ya estén vivas o muertas, se moverán, se transformarán, se renovarán y desaparecerán de acuerdo con los pensamientos de Dios. Así es como Dios tiene la soberanía sobre todas las cosas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Cada uno de nosotros vive según la trayectoria vital que Dios ha ordenado desde el momento en que nacemos. El tipo de situaciones que experimentamos en la vida son parte de la soberanía y los arreglos de Dios. Las personas no tienen el poder de cambiar nada de esto. Las adversidades que mis hijos enfrentarán y las bendiciones que disfrutarán al crecer, la manera en que la gente los tratará y cómo será su condición física está todo bajo las orquestaciones y arreglos de Dios. El porvenir de mis hijos no cambiaría por mis cuidados y crianza ni mi partida afectaría su crecimiento. Dios ha dispuesto desde hace mucho tiempo cuál será el destino de mis hijos. El hecho de que mi hija cuidara de mi hijo aquel día parecía decirme que cualquier puede vivir sin otra persona y que cada uno tiene su propia forma de vivir. Independientemente de la edad, Dios orquestará y dispondrá a todas las personas, acontecimientos y cosas, y preparará entornos adecuados para el crecimiento de cada persona. Al pensar en esto, me sentí más tranquila y estuve dispuesta a encomendar mis hijos a Dios. Para mi sorpresa, después de que los niños se fueran a la cama, mi esposo volvió a abrir la puerta e intentó echarme. Solo dejó de armar un escándalo después de que mis suegros consiguieran calmarlo.
Esa noche, recostada en la cama, reflexioné sobre los acontecimientos que habían sucedido. Como mi esposo se creía los rumores infundados y las palabras diabólicas que difundía el PCCh, temía que eso afectara sus intereses, por lo que se había enfurecido. Sin importarle nuestro vínculo matrimonial, me persiguió de forma reiterada para hacerme renunciar a mi fe, ya fuera tratando de echarme de casa o con amenazas de divorcio. También hizo que mis padres intentaran controlarme y vigilarme, e incluso me echó de casa varias veces. Después de encontrar a Dios, no había descuidado a mi familia ni a mis hijos, pero, aun así, él me trataba de esa manera. ¿Cómo puede haber afecto genuino entre las personas? Pensé en un pasaje de las palabras de Dios: “¿Por qué un esposo ama a su esposa? ¿Y por qué una esposa ama a su esposo? ¿Por qué los hijos son devotos a sus padres? ¿Y por qué los padres adoran a sus hijos? ¿Qué clase de intenciones realmente albergan las personas? ¿No es su intención satisfacer los planes propios y los deseos egoístas?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Las palabras de Dios son la absoluta verdad. Todas las relaciones entre las personas están basadas en intereses y su fin es usarse mutuamente para satisfacer los deseos egoístas de cada uno. En el pasado, mi esposo me trataba bien porque yo no interfería en sus intereses, cuidaba de la familia de todas las maneras posibles, era especialmente atenta con él y lo ayudaba a ganar prestigio. Pero ahora que creía en Dios, cumplía mi deber y estaba en riesgo de que el PCCh me arrestara en cualquier momento, lo que podría afectarlo, se había transformado en una persona completamente distinta. Al ver la verdad revelada, me pregunté cómo podía haber amor o afecto entre las personas. Mi esposo me había echado de casa varias veces y, aun así, yo quería preservar nuestro matrimonio, pues creía que “una vez que un hombre y una mujer se casan, tienen un profundo lazo de amor”. No me daba cuenta de que todo eso solo eran meras ilusiones por mi parte. ¡Cuanto más lo pensaba, más me daba cuenta de lo estúpida que había sido! Siempre había tratado de preservar a mi familia y, debido a que mi esposo me perseguía, raramente comía y bebía las palabras de Dios, no iba a muchas reuniones ni podía cumplir ningún deber. ¿Era eso tener verdadera fe en Dios? Además, si no podía cumplir mi deber, no podía experimentar las palabras de Dios y no podía obtener la verdad, ¿cómo podría salvarme Dios? Dios dice que cumplir el deber es el único camino para lograr la salvación, ya que en el transcurso del deber hay muchas oportunidades para obtener la verdad y muchos momentos en los que se recibe la obra y la guía del Espíritu Santo. Perseguir la verdad mientras se cumple el deber le permite a uno despojarse de su propia corrupción y obtener más oportunidades de que Dios lo perfeccione. ¡Creer en Dios y cumplir el deber es lo más valioso e importante que una persona puede hacer! Tenía que elegir entre mi familia y mi fe. Así que oré a Dios: “Dios, quiero cumplir mi deber. Te ruego que me abras una senda. Estoy dispuesta a entregarme por completo a Ti”.
Después, otro incidente fortaleció mi determinación de dejar mi hogar y cumplir mi deber. Un día, un par de semanas después, regresé a casa después de una reunión y estaba cocinando cuando mi esposo se me acercó por detrás, me tiró del pelo y me preguntó: “¿Fuiste de nuevo a reunirte por tu fe en Dios?”. Cuando vio que no respondía, me dio otro fuerte tirón del pelo, que me hizo daño en el cuero cabelludo. Dije: “¡Mientras tenga aliento, creeré en Dios!”. Mi esposo estalló en cólera y gritó: “¿Crees que no te mataré hoy mismo?”. Luego, me empujó con fuerza, sacó un cuchillo para fruta de la alacena y me rodeó el cuello con su brazo derecho mientras sostenía el cuchillo con la mano izquierda. Presionó el dorso de la hoja del cuchillo contra mi cuello y gritó: “¡De verdad quiero matarte!”. Desesperada, llamé de inmediato a mi hija y la insté a que llamara a su abuela. Ante esto, mi esposo arrojó el cuchillo sobre la mesa del comedor. Todo esto me mostró una vez más que la esencia de mi esposo odiaba a Dios y que estaría dispuesto a matarme para impedirme que creyera en Él. ¡Era realmente una persona malvada y un diablo! ¿Cómo podía haber felicidad alguna en vivir con semejante demonio? Pensé en un pasaje de las palabras de Dios: “No existe relación entre un esposo creyente y una esposa no creyente y no existe relación entre los hijos creyentes y los padres no creyentes; son dos tipos de personas completamente incompatibles. Antes de entrar al reposo, la gente tiene afecto carnal y familiar, pero una vez que han entrado en el reposo, ya no habrá ningún afecto carnal ni familiar del que hablar. Los que cumplen su deber son enemigos de los que no; los que aman a Dios y los que lo odian se oponen entre sí. Los que entrarán en el reposo y los que habrán sido destruidos son dos clases incompatibles de seres creados. Los seres creados que cumplen su deber podrán sobrevivir y los que no cumplen su deber serán objeto de destrucción; lo que es más, esto durará toda la eternidad. ¿Amas a tu esposo con el fin de cumplir tu deber como ser creado? ¿Amas a tu esposa con el fin de cumplir tu deber como ser creado? ¿Eres cumplidor con tus padres no creyentes con el fin de cumplir tu deber como ser creado? La opinión humana en cuanto a creer en Dios, ¿es correcta o incorrecta? ¿Por qué crees en Dios? ¿Qué quieres ganar? ¿Cómo amas a Dios? Los que no pueden cumplir con su deber como seres creados y no pueden hacer un esfuerzo al ciento por ciento, serán objeto de destrucción. Las personas hoy en día tienen relaciones físicas entre ellas, así como asociaciones de sangre, pero en el futuro todo esto se hará pedazos. Creyentes y no creyentes no son compatibles, sino que más bien se oponen entre sí. Los que están en el reposo creerán que hay un Dios y se someterán a Él, mientras que los que son rebeldes contra Dios habrán sido todos destruidos. Las familias ya no existirán sobre la tierra; ¿cómo podría haber padres o hijos o relaciones conyugales? ¡La misma incompatibilidad entre creencia e incredulidad habrá roto por completo estas relaciones físicas!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Los creyentes y los no creyentes son, en esencia, incompatibles y las sendas que recorren son completamente diferentes. Mi esposo no creía en Dios e incluso lo odiaba; en esencia, era un diablo. Vivir con él no me traía ninguna felicidad, ya que no solo tenía que aguantar su acoso, sino que también obstaculizaba que persiguiera la verdad y creciera en la vida. No podía cumplir mi deber como ser creado y, al final, me acaecería el desastre como a él. Un día de julio de 2016, dejé una nota a mi esposo que decía: “Me voy. ¡Te ruego que no me busques nunca más!”. En el momento en que crucé la puerta, tuve una sensación de liberación en el corazón y decidí cumplir mi deber de forma adecuada para complacer a Dios.
En todo aquello, fueron las palabras de Dios las que me dieron fe y fortaleza, me guiaron paso a paso para escapar de la oscura influencia de mi familia y me permitieron seguir a Dios y cumplir mi deber. Todo esto se debió a las palabras de Dios. ¡Gracias a Dios!