69. Cómo desprenderse de las preocupaciones por las enfermedades

Por Yang Jun, China

A comienzos de 2023, sentí un zumbido en la cabeza y, como suelo tener hipertensión, me tomé la presión. Para mi sorpresa, mi presión diastólica era de 110 mmHg y la sistólica, de 160 mmHg. Me quedé impactado y pensé: “¿Por qué está tan alta? ¡A este ritmo, tarde o temprano me va a pasar algo!”. Recordé que mi padre tuvo un derrame cerebral debido a la hipertensión y falleció, a pesar de que intentaron reanimarlo durante más de una hora. Mi tía también tuvo un derrame cerebral por la hipertensión y falleció tan solo dos días después. Más tarde, mi hermano mayor, mi hermana mayor y yo también tuvimos hipertensión. El médico dijo que era probable que tuviéramos antecedentes familiares de la enfermedad y nos recomendó tener más cuidado a partir de entonces. Tuve algo de miedo y me preocupaba que pudiera tener una muerte repentina, como mi padre y mi tía. Solía pensar que, como creía en Dios, Él me protegería y que algo menor como la hipertensión no era muy importante, que seguramente no sería un problema serio. Pero ahora, al ver que tenía la presión tan alta, empecé a quejarme un poco y pensé: “Durante años he cumplido mis deberes en la iglesia, ¿por qué Dios no me ha curado esta enfermedad? ¿Qué pasa si un día me sube la presión y me desmayo? Aunque no muera, podría quedar discapacitado, entonces, ¿cómo podría ser salvo? Tengo que encontrar la manera de controlarla por mí mismo, de lo contrario, si esta enfermedad empeora, podría perder la vida”. Desde entonces, presté especial atención a mi salud. Dondequiera que cumplía mis deberes, siempre me acordaba de preguntar sobre los métodos que había para tratar la hipertensión y buscaba información en Internet siempre que tenía tiempo libre. Descuidé el estudio de los principios necesarios para mis deberes de riego y no me encargaba de los asuntos a los que había que dar seguimiento y debía resolver a tiempo. Todos mis pensamientos se centraban en tratar esta enfermedad. Sabía que esta forma de abordar mis deberes no era apropiada, pero al pensar en el tiempo y esfuerzo que requería regar a los nuevos fieles, me preocupaba que mi presión subiera aún más y pensaba que era urgente encontrar una manera de tratar la enfermedad. Con esta mentalidad, el poco sentimiento de culpa que tenía desapareció.

Una vez, conseguí un remedio tradicional para tratar la hipertensión y oí que le había hecho bien a mucha gente, así que lo probé con mucho entusiasmo. Después de un tiempo, para mi sorpresa, no solo no bajó mi presión arterial, sino que aumentó, y la sistólica llegó a 180 mmHg. Esto me dejó atónito y me pregunté: “¿Cómo me pudo haber subido la presión?”. Sentí mucho miedo y me preocupaba que pudiera morir repentinamente, como mi padre y mi tía. También pensé en las personas que habían sufrido derrames cerebrales por la hipertensión, algunas de las cuales habían quedado en silla de ruedas, con parálisis facial e incapaces de valerse por sí mismas, mientras que otras hasta quedaron paralizadas de un lado del cuerpo. Temía que algún día pudiera terminar como ellas. Cuanto más lo pensaba, más miedo tenía, me vi sumido en la ansiedad y la preocupación y dejé de pensar en mis deberes. Pensé: “Quizás debería volver a casa a descansar y curarme de mi enfermedad antes de retomar mis deberes”. Pero no podía volver a casa porque la policía del PCCh me estaba persiguiendo, así que tuve que seguir cumpliendo mis deberes, mientras seguía haciendo el tratamiento. Tras eso, presté aún más atención a mi estado físico y cada vez que me sentía mareado o me dolía la cabeza, no podía evitar preguntarme si me había vuelto a subir la presión y si me desmayaría caminando y no volvería a ser capaz de levantarme. Vivía todos los días con el alma en vilo, lo que afectó mi desempeño en mis deberes. Más tarde, oí que las personas con hipertensión no deberían trasnochar, así que empecé a acostarme temprano por la noche y dejé de darme prisa para atender trabajos urgentes. Sin embargo, cuando llegaba el día siguiente y veía todo el trabajo pendiente que tenía, me invadía una gran presión y entraba en pánico. Durante ese período, mi enfermedad me absorbía por completo, y la eficacia de mis deberes era muy baja, lo que retrasó el trabajo de riego. Me sentía culpable, pero pensar en mi enfermedad hacía que ese sentimiento de culpa desapareciera. Cada día me centraba en lo que podía comer y lo que no, en cómo encargarme de mi enfermedad y no tenía la mente puesta en mis deberes en absoluto. Hasta empecé a quejarme por dentro y pensé: “He sufrido y me he entregado a mis deberes en la iglesia, ¿por qué Dios no me ha protegido? Mi afección no solo no ha mejorado, sino que ha seguido empeorando. ¿Cómo puedo cumplir bien mis deberes ahora?”. Mi corazón se distanció cada vez más de Dios y ya no quería orar. Me sentía realmente abatido y consternado y tenía un miedo terrible de que la muerte me pudiera llegar en cualquier momento. En mi dolor, oré a Dios y le pedí que me guiara para comprender Su intención.

Más tarde, encontré estas palabras de Dios: “También hay algunos que saben que están enfermos, es decir, saben que tienen alguna que otra enfermedad real, por ejemplo, dolencias estomacales, dolores lumbares y de piernas, artritis, reumatismo, así como enfermedades de la piel, ginecológicas, hepáticas, hipertensión, cardiopatías, etcétera. Piensan: ‘Si sigo cumpliendo con mi deber, ¿pagará la casa de Dios el tratamiento de mi enfermedad? Si esta empeora y afecta al cumplimiento de mi deber, ¿me curará Dios? Otras personas se han curado después de creer en Dios, ¿me curaré yo también? ¿Me curará Dios de la misma manera que se muestra bondadoso con los demás? Si cumplo con lealtad mi deber, Dios debería curarme, pero si mi único deseo es que Él me cure y no lo hace, entonces ¿qué voy a hacer?’. Cada vez que piensan en estas cosas, les asalta un profundo sentimiento de ansiedad en sus corazones. Aunque nunca dejan de cumplir con su deber y siempre hacen lo que se supone que deben hacer, piensan constantemente en su enfermedad, en su salud, en su futuro y en su vida y su muerte. Al final, llegan a la conclusión de pensar de manera ilusoria: ‘Dios me curará, me mantendrá a salvo. No me abandonará, y no se quedará de brazos cruzados si me ve enfermar’. No hay base alguna para tales pensamientos, e incluso puede decirse que son una especie de noción. Las personas nunca podrán resolver sus dificultades prácticas con nociones e imaginaciones como esas, y en lo más profundo de su corazón se sienten vagamente angustiadas, ansiosas y preocupadas por su salud y sus enfermedades; no tienen ni idea de quién se hará responsable de estas cosas, o siquiera de si alguien lo hará en absoluto(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). “También los hay que, aunque no se sienten realmente enfermos y no han sido diagnosticados de nada, saben que tienen una enfermedad latente. ¿Qué enfermedad latente? Por ejemplo, podría tratarse de una enfermedad hereditaria como cardiopatías, diabetes o hipertensión, o podría ser Alzheimer, Parkinson o algún tipo de cáncer: todas ellas son enfermedades latentes. […] Aunque hacen todo lo posible por no hacer nada en lo que respecta a su enfermedad latente, de vez en cuando y de manera subconsciente buscan todo tipo de remedios caseros para evitar que dicha enfermedad latente les sobrevenga de repente, un día determinado a una hora concreta o sin que se den cuenta de ello. Algunas se preparan y toman de vez en cuando ciertas hierbas medicinales chinas, otras acuden a veces a preguntar por preparados de remedios caseros que puedan tomarse cuando lo necesiten, mientras hay quien en ocasiones busca consejos sobre ejercicio en internet a fin de ejercitarse y experimentar. Si bien puede que solo se trate de una enfermedad latente, continúa estando en primer plano en sus mentes; aunque estas personas no se sientan mal o no tengan ningún síntoma en absoluto, siguen llenas de preocupación y ansiedad al respecto, y en lo más profundo de su ser se sienten angustiadas y deprimidas por ello, esperando siempre mejorar o disipar estas emociones negativas de su interior mediante la oración o el cumplimiento de sus deberes. […] Aunque el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte son constantes entre la humanidad y son inevitables en la vida, hay quienes tienen una cierta constitución física o una enfermedad especial que, ya estén o no cumpliendo con sus deberes, les precipita a la angustia, la ansiedad y la preocupación a causa de las dificultades y dolencias de la carne. Se preocupan por su enfermedad, por las muchas penurias que esta puede causarles, por si dicha enfermedad se agravará, cuáles serán las consecuencias si llegara a empeorar y si morirán a causa de ella. En situaciones especiales y en determinados contextos, esta serie de preguntas les hace sumirse en la angustia, la ansiedad y la preocupación y ser incapaces de salir de ellas. Algunas personas incluso viven en un estado de angustia, ansiedad y preocupación debido a la enfermedad grave que ya saben que tienen o a una enfermedad latente que no pueden hacer nada por evitar, y se ven influidas, afectadas y controladas por estas emociones negativas(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios expusieron mi estado con exactitud. Desde que supe que tenía hipertensión y antecedentes familiares de esa enfermedad, había vivido con la preocupación de que un día pudiera morir de repente, como mi padre y mi tía. Después de encontrar a Dios, le encomendé mi enfermedad con la esperanza de que me sanara, pero, tras varios años de cumplir mis deberes, mi presión arterial no solo no había bajado, sino que seguía subiendo. Así que me preocupaba que un día pudiera morir de repente y, sobre todo cuando veía a personas que no podían valerse por sí mismas debido a complicaciones relacionadas con la hipertensión, me angustiaba aún más la posibilidad de terminar como ellas algún día. Como vivía con angustia y ansiedad, buscaba remedios sin cesar y no tenía ánimo para cumplir mis deberes. Dedicaba toda mi energía a tratar mi enfermedad y no tenía interés en aprender los principios relacionados con mis deberes. No tenía prisa por compartir y resolver los problemas de los nuevos creyentes, lo que afectaba el trabajo de riego. En ese momento, finalmente me di cuenta de que vivir con angustia y ansiedad solo me llevaba a sentir un pánico y una oscuridad cada vez mayores y que, al vivir con constante miedo bajo la sombra de la muerte, mi corazón se alejaba cada vez más de Dios. Ya no quería seguir viviendo con esa rebeldía, así que oré a Dios y le pedí que me guiara para salir de las emociones negativas de angustia y ansiedad.

Después, encontré estas palabras de Dios: “Dios ha predeterminado la duración de la vida de cada persona. Una enfermedad puede ser terminal desde el punto de vista médico, pero desde la perspectiva de Dios, si tu vida debe continuar y aún no ha llegado tu hora, no podrías morir aún si lo quisieras. Si Dios te ha encargado una comisión, y tu misión no ha terminado, no morirás ni siquiera de una enfermedad que supuestamente es fatal: Dios no te llevará todavía. Aunque no ores ni busques la verdad, o no te ocupes de tratar tu enfermedad o incluso si aplazas el tratamiento, no vas a morir. […] Por supuesto, las personas deben tener sentido común en cuanto a mantener su salud durante su vida, independientemente de si se enferman o no. Este es el instinto que Dios le ha dado al hombre. Es la razón y el sentido común que se debe poseer dentro del libre albedrío que Dios le ha dado. Si llegas a enfermarte, debes tener sentido común con respecto a la atención médica y el tratamiento para lidiar con esta enfermedad; esto es lo que debes hacer. Sin embargo, tratar tu enfermedad de esta manera no significa que desafías el lapso de vida que Dios ha establecido para ti, ni garantiza que puedas vivir ese lapso de vida. ¿Qué significa esto? Se puede decir de esta manera: desde un punto de vista pasivo, si no tomas con seriedad tu enfermedad, si cumples con tu deber como corresponde y descansas un poco más que los demás, si no has retrasado tu deber, entonces tu enfermedad no empeorará y no te matará. Todo depende de lo que Dios haga. En otras palabras, si desde el punto de vista de Dios, la duración predeterminada de tu vida aún no ha transcurrido, entonces, incluso si te enfermas, Él no te permitirá morir. Si tu enfermedad no es terminal, pero tu tiempo ha llegado, entonces Dios te llevará cuando Él quiera. ¿No está esto completamente a merced del propósito de Dios? ¡Está a merced de Su predeterminación!(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me permitieron entender que Él predetermina la duración de la vida de una persona, y no depende de que esté enferma ni de que su enfermedad sea leve o grave. Es como el caso de mi madre. Desde que tengo memoria, ella siempre ha estado enferma, todo el tiempo entrando y saliendo del hospital, y ha tomado medicamentos durante años. Todos en la familia decían que era seguro que mi madre no sobreviviría a mi padre, ya que él gozaba de buena salud y no lo habíamos visto tomar medicamentos en décadas. Pero, para nuestra sorpresa, mi padre sufrió de una hemorragia cerebral y murió de repente, mientras que mi madre, que va al médico constantemente, sigue con vida. Estos ejemplos me permitieron ver que la muerte de una persona no depende de ella. Incluso si alguien no está enfermo, morirá si ha llegado su hora. Asimismo, si aún no ha llegado su hora, no morirá, aunque tenga una enfermedad mortal. Todo está bajo la predestinación de Dios. Pero yo siempre quise tomar mi vida y mi muerte en mis propias manos y controlar mi destino. No entendía la omnipotencia y la soberanía de Dios. ¡Era tan ignorante y arrogante! Al darme cuenta de esto, sentí un odio profundo hacia mí mismo y estuve dispuesto a encomendar mi enfermedad a Dios. En ese momento, me sentí liberado y dejé de sentirme tan ansioso y preocupado.

Más tarde, los hermanos y hermanas me enviaron un pasaje de las palabras de Dios y, después de leerlo, finalmente entendí que las enfermedades aparecen de acuerdo con la meticulosa intención de Dios. Dios dice: “Cuando Dios dispone que alguien contraiga una enfermedad, ya sea grave o leve, Su propósito al hacerlo no es que aprecies los pormenores de estar enfermo, el daño que la enfermedad te hace, las molestias y dificultades que la enfermedad te causa, y todo el catálogo de sentimientos que te hace sentir; Su propósito no es que aprecies la enfermedad por el hecho de estar enfermo. Más bien, Su propósito es que adquieras lecciones a partir de la enfermedad, que aprendas a captar las intenciones de Dios, que conozcas las actitudes corruptas que revelas y las posturas erróneas que adoptas hacia Él cuando estás enfermo, y que aprendas a someterte a la soberanía y a los arreglos de Dios, para que puedas lograr la verdadera sumisión a Él y seas capaz de mantenerte firme en tu testimonio; esto es absolutamente clave. Dios desea salvarte y purificarte mediante la enfermedad. ¿Qué desea purificar en ti? Desea purificar todos tus deseos y exigencias extravagantes hacia Dios, e incluso las diversas calculaciones, juicios y planes que elaboras para sobrevivir y vivir a cualquier precio. Dios no te pide que hagas planes, no te pide que juzgues, y no te permite que tengas deseos extravagantes hacia Él; solo te pide que te sometas a Él y que, en tu práctica y experiencia de someterte, conozcas tu propia actitud hacia la enfermedad, y hacia estas condiciones corporales que Él te da, así como tus propios deseos personales. Cuando llegas a conocer estas cosas, puedes apreciar lo beneficioso que te resulta que Dios haya dispuesto las circunstancias de la enfermedad para ti o que te haya dado estas condiciones corporales; y puedes apreciar lo útiles que son para cambiar tu carácter, para que alcances la salvación y para tu entrada en la vida(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios me permitieron entender que padecer una enfermedad no tiene que ver con buscar razones externas objetivas ni con vivir con miedo y luchando o tratando de escapar de ella. Nada de esto es la intención de Dios. La intención de Dios es que las personas aprendan lecciones a través de la enfermedad, que comprendan Su intención, reflexionen, conozcan su propia corrupción y experimenten algunos cambios en su carácter-vida. Pensé en cómo no había entendido ni buscado la intención de Dios durante mi enfermedad, sino que vivía angustiado y ansioso y hasta me quejaba de Dios por no protegerme ni sanarme. Esto iba completamente en contra de la intención de Dios. ¿Cómo podría entenderme a mí mismo y aprender una lección de esa manera? Al pensar en esto, comencé a reflexionar: “¿Por qué me quejé de Dios cuando no mejoré de mi enfermedad?”. Durante mi reflexión, leí un pasaje de las palabras de Dios y obtuve cierta comprensión sobre mí mismo. Dios dice: “Muchos creen en Mí solo para que pueda sanarlos. Muchos creen en Mí solo para que use Mi poder para expulsar espíritus inmundos de sus cuerpos, y muchos creen en Mí simplemente para poder recibir de Mí paz y gozo. Muchos creen en Mí solo para exigir de Mí una mayor riqueza material. Muchos creen en Mí solo para pasar esta vida en paz y estar sanos y salvos en el mundo venidero. Muchos creen en Mí para evitar el sufrimiento del infierno y recibir las bendiciones del cielo. Muchos creen en Mí solo por una comodidad temporal, sin embargo, no buscan obtener nada en el mundo venidero. Cuando descargo Mi furia sobre las personas y les quito todo el gozo y la paz que antes poseían, tienen dudas. Cuando les descargo el sufrimiento del infierno y recupero las bendiciones del cielo, se enfurecen. Cuando las personas me piden que las sane y Yo no les presto atención y siento aborrecimiento hacia ellas, se alejan de Mí para en su lugar buscar el camino de la medicina maligna y la hechicería. Cuando les quito todo lo que me han exigido, todas desaparecen sin dejar rastro. Así, digo que la gente tiene fe en Mí porque Mi gracia es demasiado abundante y porque hay demasiados beneficios que ganar(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). Al leer las palabras de Dios, me sentí profundamente avergonzado. Lo que Dios expuso era exactamente mi estado. Al echar la mirada atrás, vi que, al principio, creía en Dios para obtener bendiciones y gracia, ya que pensaba que me cuidaría y protegería mientras yo creyera en Él y cumpliera con mis deberes, lo que me aseguraba que viviría en paz y comodidad, sin enfermedades ni desastres. Así que cuando mi condición empeoró, actué de manera inusual, me quejé de Dios y discutí con Él, hice mis deberes de manera superficial e irresponsable, e incluso pensé en abandonarlos. Vi que buscaba bendiciones a través de mi fe en Dios y trataba de intercambiar mis deberes, sacrificios y esfuerzos por la protección y las bendiciones de Dios, con la esperanza de curarme de mi enfermedad. Esto era un engaño y un intento descarado de negociar con Dios. Estaba siguiendo la senda de Pablo. Pablo trabajó y se esforzó durante años, pero no fue para cumplir bien con su deber como ser creado y complacer a Dios, sino para obtener recompensas y una corona. Finalmente, expresó sus verdaderos sentimientos cuando dijo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8). Pablo trabajó para el Señor para exigirle una corona de justicia y buscar bendiciones. En mi fe y mis deberes, yo también buscaba bendiciones y paz, pero cuando no las obtenía, discutía con Dios y me le resistía. No tenía un corazón temeroso de Dios. ¡Vi lo falto de conciencia, irrazonable y despreciable que había sido! En ese momento, me llené de remordimiento y culpa. Ya no quería tratar de engañar a Dios ni negociar con Él. Solo quería cumplir bien con mis deberes y consolar el corazón de Dios. Más tarde, cuando realizaba mis deberes, solía orar a Dios y pedirle que me esclareciera y guiara para poder aprender a reflexionar y entenderme a mí mismo a través de la enfermedad. Sin darme cuenta, mi estado mejoró mucho y sentí mayor motivación para hacer mis deberes.

Un tiempo después, cuando fui al hospital para una revisión, descubrí que mi presión arterial seguía siendo bastante alta y no pude evitar preocuparme de nuevo. Pensé: “Si mi presión sigue así de alta, ¿moriré de repente algún día?”. Me di cuenta de que estaba viviendo otra vez sumido en la preocupación y la ansiedad, así que acudí a las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Todo el mundo debe enfrentarse a la muerte en esta vida, o sea, la muerte es lo que todo el mundo debe afrontar al final de su viaje. Sin embargo, la muerte tiene muchos atributos diferentes. Uno de ellos es que, en el momento predestinado por Dios, habrás completado tu misión y Él traza una línea bajo tu vida carnal, y esta vida carnal llega a su fin, aunque esto no significa que haya terminado. Cuando una persona no tiene carne, su vida se acaba, ¿es así? (No). La forma en que existe tu vida después de la muerte depende de cómo trataste la obra y las palabras de Dios mientras vivías; eso es muy importante. La forma en que existas después de la muerte, o si existirás o no, dependerá de tu postura ante Dios y ante la verdad mientras estás vivo. Si mientras vives, cuando te enfrentas a la muerte y a todo tipo de enfermedades, adoptas una postura de rebeldía y de oposición ante la verdad y de sentir aversión por ella, entonces cuando llegue el momento de que tu vida carnal termine, ¿de qué forma existirás después de la muerte? Sin duda existirás de alguna otra forma, y no cabe duda de que tu vida no va a continuar. Por el contrario, si mientras estás vivo, cuando tienes conciencia en la carne, tu actitud hacia la verdad y hacia Dios es de sumisión y lealtad, y tienes una fe auténtica, entonces aunque tu vida carnal llegue a su fin, tu vida continuará existiendo en una forma diferente en otro mundo. Esta es una explicación de la muerte(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). Las palabras de Dios me permitieron entender que Él predetermina la vida y la muerte de una persona, que todos tienen que morir, pero que la naturaleza de la muerte de cada persona y su desenlace después de morir difieren de una persona a otra. Ese desenlace depende de la actitud que una persona tiene hacia la verdad y hacia sus deberes durante su vida. Pensé en Pedro. El Señor Jesús le encomendó cuidar y apacentar a Sus ovejas, y Pedro tomó la comisión del Señor Jesús como su misión en la vida. Independientemente de la persecución, la tribulación o el refinamiento de la enfermedad, nunca abandonó sus deberes. Pedro regó a los creyentes y fortaleció su fe hasta el momento en que su vida terminó, cuando lo crucificaron boca abajo. Pedro enfrentó la muerte sin temor, completó la misión que Dios le había dado a costa de toda su vida y recibió Su aprobación. También pensé en Pablo, quien, después de que lo derribara la gran luz de Dios, sufrió mucho para predicar el evangelio del Señor. Pero veía su sufrimiento como una condición para obtener bendiciones y como moneda de cambio para reclamar una corona a Dios. Sus esfuerzos eran un intento de negociar con Dios con la intención de obtener bendiciones para sí mismo, pero no para cumplir la misión de un ser creado. Se rebelaba contra Dios y se le resistía. No solo no recibió la aprobación de Dios, sino que fue condenado. A partir de los ejemplos de Pedro y Pablo, entendí que vivir con plena dedicación a cumplir los deberes sin hacer peticiones ni tener exigencias personales es lo más valioso e importante. Esto es lo que un ser creado debería hacer y lo que recibe la aprobación de Dios. Al reflexionar, vi que mi actitud hacia mis deberes era como la de Pablo. Veía el sacrificio y el esfuerzo como un medio para obtener bendiciones, con la esperanza de que Dios me sanara, y me quejaba de Dios cuando no obtenía lo que quería. Si seguía viviendo de esa manera solo para satisfacer la carne, entonces, aunque estuviera sano y libre de enfermedades o desastres, ¿no viviría como un cadáver ambulante si mi carácter corrupto permanecía inmutable y me seguía resistiendo a Dios? ¿Qué sentido tendría eso? Debía seguir el ejemplo de Pedro. Aunque no tengo su aptitud ni su humanidad, debía esforzarme al máximo por cumplir bien con mis deberes y desempeñar la función de un ser creado para complacer a Dios, de modo que, aunque muriera algún día, no tendría ningún remordimiento y, al menos, mi alma estaría tranquila y en paz. Desde entonces, cuando hacía mis deberes, me sentía mucho más tranquilo y ya no sentía que mi enfermedad me limitaba. A veces, cuando me mareaba mientras realizaba mis deberes, me tomaba un descanso adecuado, tomaba la medicación que me habían prescrito y me levantaba a ejercitarme y hacer estiramientos si sentía molestias por estar sentado demasiado tiempo. Intentaba no retrasar mis deberes. Ya no me molestaba esforzarme para resolver los problemas en el trabajo cuando los hermanos y hermanas pedían ayuda e intentaba dar lo mejor de mí en la plática para resolver los problemas. Cuando me dedicaba con el corazón a mis deberes, a veces, sin darme cuenta, trabajaba hasta tarde sin sentir mareos y, con el tiempo, dejé de tomar la medicación. No solo no empeoró mi afección, sino que también me sentí más relajado. Resultó que la hipertensión no era tan aterradora como imaginaba. Fueron las palabras de Dios las que me ayudaron a escapar de la angustia, la ansiedad y la preocupación por la enfermedad y me sacaron de mi estado negativo. ¡Gracias a Dios Todopoderoso!

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