72. Cuando descarté mi entendimiento equivocado de Dios y mi recelo en Su contra
En 2023, estaba a cargo del trabajo evangélico en la iglesia, pero, después de un tiempo, me destituyeron debido a mi mala capacidad de trabajo y a que no era capaz de encargarme de los deberes de un líder de equipo. Los líderes dispusieron que predicara el evangelio en función de mi aptitud. Pensé: “Aunque aún puedo predicar el evangelio, tengo una aptitud regular y no puedo desempeñar un papel clave en el grupo. Si hago este deber y aún no obtengo resultados, podría estar en riesgo de perder mi deber y que me descarten”. Así que trabajé sin descanso y prediqué el evangelio con la esperanza de ganar a más personas.
Una vez, la hermana con la que colaboraba, Li Xiao, percibió que estaba vulnerando principios en mi deber y que había abandonado a algunos destinatarios potenciales del evangelio que estaban de acuerdo con los principios. Me sentí inquieta y pensé: “He estado formándome durante mucho tiempo, pero, aun así, he cometido una desviación enorme. Si los líderes se enteran, podrían pensar que no capto los principios en mi deber y que no estoy capacitada para este papel, por lo que me reasignarían. Ahora que la obra de Dios se acerca a su finalización, si no consigo cumplir mi deber en este momento crucial, ¿no quedaría revelada como cizaña que Dios descartará?”. Cuanto más lo pensaba, más angustiada me sentía. Teniendo en cuenta que Li Xiao entendía mejor los principios que yo, decidí prestar atención a sus sugerencias con mayor frecuencia, lo que ayudaría a reducir errores y, si los hubiera, tendría menos responsabilidad sobre ellos. Tras eso, no reflexionaba con atención sobre ningún asunto que no tuviera claro al pensar que, con mi poca aptitud, nada ganaría reflexionando sobre las cosas, así que esperaba para hablarlas con todos. Durante las conversaciones, solo compartía mis opiniones con brevedad y luego esperaba a que Li Xiao diera la suya. A veces tenía opiniones distintas, pero no me atrevía a expresarlas, ya que temía que me harían responsable si cometía un error, lo que podría afectar mis perspectivas y mi destino en el futuro. Así que la mayor parte del tiempo seguía a los demás y cada vez tenía menos opiniones propias.
Una vez hablamos sobre si una persona religiosa era un destinatario potencial del evangelio a quien podíamos predicar. Pensé que esa persona cumplía con los principios para la evangelización, pero Li Xiao dijo que no podía comprender la verdad y, por lo tanto, no había que predicarle el evangelio. Al principio, quise seguir compartiendo mi opinión, pero luego pensé: “¿Y si mi opinión no es correcta y causa errores? Ni hablar, mejor no diré nada. Li Xiao entiende bien los principios y tiene más experiencia predicando el evangelio, así que le haré caso”. Así que decidimos abandonar a ese destinatario potencial del evangelio. Más tarde, el supervisor se enteró de la situación y dijo que ese destinatario potencial del evangelio solo tenía muchas nociones religiosas, pero que no era incapaz de aceptar la verdad, y que abandonarlo con tanta facilidad no estaba de acuerdo con los principios. Al ver una desviación tan grande en el trabajo, me arrepentí profundamente no haber planteado el problema en ese momento para buscar una mejor respuesta. Pero luego pensé: “Esto lo sugirió Li Xiao, así que la responsabilidad no es solo mía”. Así que me sentí menos culpable.
Como preguntaba a los demás sobre todas las cosas y no tenía mis propias opiniones, de a poco me volví muy torpe en todo lo que hacía, cada vez me parecía más difícil predicar el evangelio y los resultados iban a peor. En el pasado, solía ser capaz de compartir y resolver algunas preguntas de personas religiosas cuando predicaba el evangelio, pero ¿por qué ahora tenía tan poco que decir? Sentía que algo estaba mal, pero no sabía la razón, así que me limitaba a pensar con impotencia que se podía deber a mi poca aptitud y mi comprensión superficial de la verdad. Cuando pensé en esto, me volví algo negativa. Sabía que mi estado no era el correcto, pero me sentía impotente para cambiarlo. Más tarde, el supervisor se reunió con nosotros y señaló muchos de mis problemas, como mi pasividad en mi deber, que dependía siempre de los demás y no hacía trabajo real, etc. Cuando me presentó estas evaluaciones, una a una, quedé atónita y pensé: “¿Cómo pudo haber tantos problemas en mi deber? ¿Qué papel he desempeñado en el grupo?”.
Más tarde, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Los anticristos jamás obedecen lo que dispone la casa de Dios y siempre vinculan estrechamente su deber, fama, ganancias y estatus con su esperanza de recibir bendiciones y un destino futuro; como si una vez hubieran perdido su reputación y estatus no les quedara esperanza de recibir bendiciones y recompensas. A ellos eso les da la impresión de que desperdician sus vidas. Piensan: ‘He de ser prudente, no debo ser descuidado. No se puede confiar en la casa de dios, en los hermanos y hermanas, en los líderes y obreros, ni siquiera en dios. No puedo confiar en ninguno de ellos. La persona en la que más puedes confiar y más digna de confianza eres tú mismo. Si no haces planes para ti, entonces, ¿quién va a cuidar de ti? ¿Quién va a considerar tu futuro? ¿Quién va a considerar si vas a recibir o no bendiciones? Por tanto, tengo que hacer planes y cálculos cuidadosos por mi propio bien. No puedo cometer errores o ser levemente descuidado, de lo contrario, ¿qué haré si alguien trata de aprovecharse de mí?’. Así, se protegen de los líderes y obreros de la casa de Dios temiendo que alguien discierna o detecte cómo son y los acaben relegando y su sueño de bendiciones se estropee. Creen que deben mantener su reputación y estatus para tener esperanza de recibir bendiciones. Un anticristo considera que ser bendecido es más grande que los propios cielos, más grande que la vida, más importante que perseguir la verdad, que el cambio de carácter o la salvación personal y más relevante que desempeñar bien su deber y convertirse en un ser creado de calidad razonable. Les parece que convertirse en un ser creado dentro de lo normal, cumplir bien su deber y lograr la salvación son cosas nimias que ni merece la pena mencionar o comentar, mientras que obtener bendiciones es la única cosa en toda su vida que no se ha de descuidar. Todo lo que encuentran, sea grande o pequeño, lo relacionan con ser bendecidos, se muestran increíblemente precavidos y atentos y siempre se aseguran de tener un plan B” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 12: Quieren retirarse cuando no tienen estatus ni esperanza de recibir bendiciones). Las palabras de Dios me permitieron ver que los anticristos solo creen en Dios para recibir bendiciones, tratan la búsqueda de bendiciones como su fuente de energía y están llenos de sospechas y recelo hacia la casa de Dios y hacia los hermanos y hermanas. Temen que, si hacen el mal, causan perturbaciones y se los pone al descubierto, los destituirán y descartarán, por lo que se perderán su buen futuro y destino. Vi que mi búsqueda y mis opiniones eran las mismas que las de un anticristo. Desde que me destituyeron como líder de equipo, temí que, si mi evangelización no daba buenos resultados, me volverían a reasignar y no tendría un deber que cumplir, así que intenté mejorar la eficacia de mi deber para conservarlo y asegurarme un buen futuro y destino. La hermana con la que colaboraba percibió desviaciones en mi trabajo, pero no busqué de inmediato la causa ni las corregí. En cambio, temí que los líderes las descubrieran, me consideraran incompetente y me reasignaran, así que traté de encubrir mis deficiencias, usé mi poca comprensión de los principios como un escudo y no busqué explicaciones sobre los asuntos que no tenía claros ni expresé opiniones distintas. Me limitaba a depender de la hermana con la que colaboraba y creía que, aunque hubiera errores, tendría menos responsabilidad y no me reasignarían. Al principio, cumplir los deberes exigía que colaboráramos en armonía y complementáramos mutuamente nuestras fortalezas, pero yo solo me preocupaba por protegerme a mí misma y no consideraba el trabajo de la iglesia en absoluto. Ni siquiera cumplía bien con mis responsabilidades. ¡Había sido realmente egoísta, despreciable, escurridiza y falsa! Al reflexionar sobre las razones por las que me habían destituido antes, por un lado, se debió a que tenía un carácter muy complaciente y no protegía el trabajo de la iglesia. Por otro lado, se debió a mi poca aptitud y a que no tenía la capacidad para encargarme del trabajo de un líder de equipo. Debería haber buscado la verdad para resolver la corrupción de mi carácter complaciente y equiparme de inmediato con la verdad y los principios para predicar el evangelio. Solo al practicar de esta manera podría haber progresado en mi deber. Sin embargo, no busqué la verdad e intenté usar la astucia para encubrir mis defectos, lo que no solo perjudicó mi vida, sino que también afectó la eficacia de mi deber. Hace mucho tiempo que mis actos habían hecho que Dios me detestara. Ahora vivía en la oscuridad y había perdido la guía del Espíritu Santo. Esto era el carácter justo de Dios que se manifestaba sobre mí y, si no entraba en razón, ¡Dios me acabaría detestando y descartando! Así que oré a Dios y expresé mi voluntad de arrepentirme y cumplir bien con mi deber.
Después de un tiempo, reasignaron a Li Xiao y la hermana Xinyue y yo asumimos el trabajo en el grupo. No pude evitar preocuparme y pensé: “Antes, Li Xiao era quien revisaba los asuntos que yo no tenía claros, así que tenía menos responsabilidad si surgían problemas. Ahora, Xinyue acaba de empezar a formarse, así que, si surgen problemas en el futuro, lo natural es que sean mi responsabilidad. Está claro como el agua. Entonces, que me poden será un asunto menor; en casos graves, me podrían destituir y descartar”. Me di cuenta de que mi estado no era el correcto, así que oré a Dios para rebelarme contra mí misma. Pensé en las palabras de Dios: “Honestidad significa dar tu corazón a Dios; ser auténtico y abierto con Dios en todas las cosas, nunca esconder los hechos, no tratar de engañar a aquellos por encima y por debajo de ti, y no hacer cosas solo para ganarte el favor de Dios. En pocas palabras, ser honesto es ser puro en tus acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre. […] Si buscar el camino de la verdad te causa placer, entonces eres alguien que vive siempre en la luz. Si te sientes muy contento de ser un servidor en la casa de Dios, trabajando de forma diligente y concienzuda en la oscuridad, siempre dando y nunca quitando, entonces Yo te digo que eres un santo leal, porque no buscas ninguna recompensa y estás simplemente siendo una persona honesta. Si estás dispuesto a ser franco, si estás dispuesto a esforzarte al máximo, si eres capaz de sacrificar tu vida por Dios y mantenerte firme en tu testimonio, si eres honesto hasta el punto en que solo sabes satisfacer a Dios y no considerarte o tomar las cosas para ti mismo, entonces Yo digo que tales personas son las que se alimentan en la luz y vivirán para siempre en el reino” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Las palabras de Dios me permitieron ver que las personas honestas pueden entregarse por completo a Dios y someterse a Su soberanía y arreglos, cumplen su deber sin pensar en sí mismas ni en su propio beneficio y solo se preocupan por cumplir bien su deber para complacer a Dios. Las personas así pueden obtener la aprobación de Dios. Al reflexionar sobre las palabras de Dios, entendí que evitar exponer mis deficiencias no me haría tener un buen futuro ni destino. Por el contrario, cuanto más ocultara mis deficiencias y usara el engaño para hacerle trampas a Dios, más me detestaría Él y más probable sería que perdiera la obra del Espíritu Santo. Dios me había permitido cumplir este deber y conocía todas mis deficiencias y defectos, pero yo siempre quería ocultarlos y encubrirlos. ¡Estaba tratando de engañarme a mí misma y a los que me rodeaban! ¡Qué estúpida fui! Debía practicar ser una persona honesta, buscar que los hermanos y hermanas me aclararan lo que no entendía, afrontar y aceptar los errores con valentía, aceptar mis deficiencias esforzándome por mejorar y cumplir bien con todas las responsabilidades que pudiera. Al entender esto, sentí que mi corazón estaba en paz. Al hablar con Xinyue sobre los problemas de los destinatarios potenciales del evangelio, buscábamos palabras de Dios relevantes si encontrábamos cosas que no entendíamos y, a través de compartir entre nosotras, se aclaraban de forma natural algunos asuntos que no entendíamos al principio. Cuando había problemas que no podíamos aclarar entre nosotras, pedíamos ayuda a los supervisores y, mediante su plática, los entendíamos con mayor claridad. Durante esta época, se revelaron muchas de mis deficiencias, pero ya no me sentía limitada. Cuando surgían problemas, los analizaba a tiempo y, sin darme cuenta, la eficacia de nuestra evangelización mejoró. Agradecí a Dios desde lo más profundo de mi corazón.
Un tiempo después, los líderes escribieron para preguntar sobre la eficacia de nuestra evangelización y volví a sentir cierta presión. Aunque nuestra eficacia había mejorado, aún no evidenciaba una mejora importante, por lo que no pude evitar volver a preocuparme. “Si la eficacia del grupo no muestra una gran mejora, ¿pensarán los líderes que no soy apta para este deber y me reasignarán?”. Estos pensamientos me hicieron sentir un poco desanimada. Me di cuenta de que, una vez más, estaba preocupada por mi futuro. Durante una de mis prácticas devocionales, leí un pasaje de las palabras de Dios en un video de un testimonio vivencial que era justo lo que necesitaba. Dios Todopoderoso dice: “Algunas personas no creen que la casa de Dios pueda tratar con justicia a la gente. No creen que Dios reine en Su casa y que la verdad reine en ella. Creen que, no importa cuál sea el deber que desempeñe una persona, si surge un inconveniente, la casa de Dios se encargará de esa persona inmediatamente, privándola de su derecho a cumplir con ese deber, enviándola lejos, o incluso expulsándola de la iglesia. ¿Realmente es así como funcionan las cosas? Desde luego que no. La casa de Dios trata a cada persona según los principios-verdad. Dios es justo en Su tratamiento de cada persona. Él no se fija solo en cómo se comporta una persona en un solo caso; mira la esencia-naturaleza de una persona, sus intenciones, su actitud, y se fija en concreto en si una persona puede reflexionar sobre sí misma cuando comete un error, si tiene remordimientos, y si puede penetrar en la esencia del problema basándose en Sus palabras, llegar a comprender la verdad, odiarse a sí misma y arrepentirse de veras. Si alguien carece de esa actitud correcta y está completamente contaminado por intenciones personales, si está repleto de artimañas y revelaciones de actitudes corruptas y si, cuando surgen problemas, recurre al engaño, la sofistería y la autojustificación, y se niega tercamente a reconocer sus acciones, entonces esa persona no puede ser salvada. Las personas así no aceptan la verdad en absoluto y han sido completamente puestas en evidencia. Quienes no están en lo cierto y no pueden aceptar la verdad en lo más mínimo son, en esencia, incrédulos y solo pueden ser descartados. […] Dime, si una persona ha cometido un error pero es capaz de comprender de verdad y está dispuesta a arrepentirse, ¿no le daría una oportunidad la casa de Dios? A medida que el plan de gestión de seis mil años de Dios se acerca a su fin, hay muchos deberes que deben cumplirse. Pero si careces de conciencia o de razón y no atiendes al que es tu trabajo, si has obtenido la oportunidad de cumplir con un deber, pero no sabes atesorarla, no persigues la verdad en lo más mínimo, con lo que permites que se te escape tu mejor momento para ello, entonces serás expuesto. Si eres sistemáticamente superficial en el cumplimiento de tu deber, y no te sometes en absoluto cuando te enfrentas a la poda, ¿te utilizará aún la casa de Dios para cumplir con un deber? En la casa de Dios, lo que reina es la verdad, no Satanás. Dios tiene la última palabra sobre todo. Es Él quien está haciendo la obra de salvar al hombre, es Él quien es soberano sobre todas las cosas. No hay necesidad de que analices lo que está bien y lo que está mal; lo único que tienes que hacer es escuchar y someterte. Cuando te enfrentes a la poda, debes aceptar la verdad y ser capaz de corregir tus errores. Si lo haces, la casa de Dios no te despojará de tu derecho a cumplir con un deber. Si siempre te asusta ser descartado, siempre pones excusas, siempre te justificas, eso es un problema. Si dejas que los demás vean que no aceptas la verdad en lo más mínimo, y se den cuenta de que eres impermeable a la razón, estás en problemas. La iglesia se verá obligada a encargarse de ti. Si no aceptas la verdad en absoluto en el cumplimiento de tu deber y siempre temes ser revelado y descartado, entonces este miedo tuyo está contaminado por una intención humana y un carácter satánico corrupto, además de por la sospecha, la cautela y el mal entendimiento. Ninguna de estas son actitudes que una persona deba tener” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me permitieron ver que la casa de Dios descarta a las personas según los principios y no lo hace por sus errores temporales ni por su aptitud, sino por su actitud hacia la verdad y hacia sus deberes, y por si aceptan la verdad y se arrepienten ante Dios después de cometer errores. Los que cometen errores, pero se niegan a arrepentirse y los que son reacios a la verdad por su esencia-naturaleza son a quienes se descarta. Además, siempre pensé que, si te reasignaban en el deber, eso significaba que te descartaban, pero esa opinión no estaba de acuerdo en absoluto con las palabras de Dios. A algunas personas se las destituyó porque tenían un carácter muy corrupto que las llevó a trastornar y perturbar la obra, pero si reflexionan y se arrepienten después de que las hayan destituido, la iglesia aún les da una oportunidad de cumplir su deber. Si se vuelve a asignar a alguien porque tiene poca aptitud y no puede manejar su trabajo, la iglesia le da deberes adecuados en función de su aptitud y sus fortalezas, lo que beneficia tanto el trabajo de la iglesia como la entrada en la vida de esa persona. Que a una persona la destituyan y la reasignen no la priva de la oportunidad de perseguir la verdad y cumplir su deber, y mucho menos significa que la descarten. Por ejemplo, a la hermana Han Yu, que solía colaborar conmigo, la destituyeron porque su carácter arrogante la llevó a imponer su estatus y limitar a los demás, lo que hizo que los hermanos y hermanas se sintieran limitados y trastornó y perturbó el trabajo. Sin embargo, después de que Han Yu reflexionara y adquiriera cierta comprensión de su carácter arrogante, la iglesia le volvió a asignar un deber. En el pasado, a mí también me habían destituido por perseguir la fama, la ganancia y el estatus, pero la iglesia me volvió a asignar un deber una vez que estuve dispuesta a arrepentirme. Esto me permitió ver que Dios no descarta a las personas porque hayan cometido errores o por su aptitud, sino en función de que puedan aceptar la verdad y arrepentirse de verdad. Este es el carácter justo de Dios.
Luego, leí las palabras de Dios: “Cuando un ser creado acepta la comisión de Dios y coopera con el Creador para cumplir el deber y hacer lo que puede, esto no es una transacción ni un trueque; las personas no deben intentar intercambiar expresiones de actitudes o acciones y comportamientos con la intención de ganar promesas o bendiciones de Dios. Cuando el Creador os encomienda esta obra, es correcto y apropiado que, como seres creados, aceptéis este deber y comisión. ¿Hay algo transaccional en esto? (No). Por Su parte, el Creador está dispuesto a encomendar a cada uno de vosotros los deberes que la gente debe desempeñar; y, por parte de los seres humanos creados, la gente debe aceptar de buen grado ese deber y tratarlo como su obligación vital, como el valor que debe vivir en esta vida. Aquí no hay ninguna transacción, no se trata de un intercambio equivalente y, mucho menos, implica alguna recompensa u otros enunciados que la gente se figura. No se trata en absoluto de un trato; tampoco de intercambiar por otra cosa el precio que pagan o el duro trabajo que aportan las personas al cumplir su deber. Dios nunca ha dicho eso ni la gente debe entenderlo así” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VII)). “‘Aunque mi calibre es bajo, tengo un corazón honesto’. Estas palabras parecen muy reales y hablan de un requerimiento que Dios hace a las personas. ¿Qué requisito? Que si las personas tienen deficiencia de calibre, no es el fin del mundo, pero deben poseer un corazón honesto, y, si es así, serán capaces de recibir la aprobación de Dios. No importa cuál sea tu situación o cuáles tus antecedentes, debes ser una persona honesta, hablar con honestidad, actuar con honestidad, poder llevar a cabo tu deber con todo el corazón y toda la mente y ser leal en el cumplimiento de tu deber, no intentar buscar atajos, no ser una persona escurridiza ni falsa, no mentir ni engañar, y no hablar con rodeos. Debes actuar de acuerdo con la verdad y ser alguien que la busque” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Al contemplar las palabras de Dios, entendí que Él da a las personas la oportunidad de cumplir sus deberes, no para que se esfuercen y se entreguen para obtener recompensas, sino porque cumplir los deberes es la responsabilidad y la obligación de los seres creados, y las personas deben esforzarse al máximo para hacerlo. Esta también es una oportunidad que Dios nos da para perseguir la verdad y despojarnos de nuestras actitudes corruptas. Dios no se fija en la aptitud de una persona, sino en si hace su deber con un corazón sincero y puede dejar de lado sus propios intereses, dedicar el corazón y los esfuerzos a su deber y dar lo mejor de sí en todo lo que puede hacer. Esta es la actitud que debemos tener hacia nuestro deber. Desde entonces, al cumplir con mi deber, ya no sentí que llevaba una carga tan grande. Aunque tengo poca aptitud, aún debo esforzarme al máximo en todo lo que pueda hacer. Si había problemas que no entendía, oraba y confiaba en Dios o pedía ayuda a los supervisores. A veces, cuando surgían problemas, me preocupaba que los supervisores se dieran cuenta de quién era en realidad y dijeran que no había progresado, a pesar de haberme formado durante mucho tiempo. Pero cuando pensé en cómo Dios lo escudriña todo, me di cuenta de que Él conoce mis deficiencias y que ocultarlas es en vano. Los arreglos de Dios son los adecuados en donde soy apta para cumplir mi deber en función de mi estatura y mi aptitud. Estas no son cosas que deban preocuparme o afectarme. Debo ser una persona honesta, dejar de lado mis propios intereses y centrarme en cómo cumplir bien con mis deberes actuales. Si doy lo mejor de mí y, aun así, no soy capaz de encargarme de este deber, me someteré a las orquestaciones y a los arreglos de Dios, incluso si me reasignan en mi deber. Al pensar en esto, busqué abiertamente que los supervisores me orientaran sobre los problemas y, luego de que señalaran algunos de mis problemas, analicé estas desviaciones y las corregí a tiempo. Después de practicar de esta manera durante un tiempo, la eficacia de nuestra evangelización, a comparación de antes, mostró mejoras importantes. Le agradezco a Dios con el corazón. Esto se debe únicamente a la guía de Dios.