71. Las dolorosas lecciones de presumir

Por Wu Shi, China

En agosto de 2016, yo estaba a cargo del trabajo evangélico en la iglesia. Como carecía de experiencia y tenía una comprensión superficial de la verdad, sentí mucha presión cuando empecé a hacer este deber, así que solía orar a Dios para contarle mis dificultades y estudiaba las verdades y los principios relacionados con predicar el evangelio. Cuando no entendía algo, pedía ayuda a los hermanos y hermanas. De a poco, empecé a captar algunos principios y llegué a identificar problemas en el trabajo y a aportar sugerencias razonables. El trabajo evangélico empezó a dar algunos resultados y me sentí realmente agradecida con Dios. Más adelante, la eficacia del trabajo evangélico en nuestra iglesia mejoró y ascendieron a supervisores a algunos trabajadores evangélicos. Estaba encantada y pensé: “Ahora que se lograron estos resultados en el trabajo, parece que no soy tan mala y que tengo cierta aptitud y capacidad de trabajo”. Estos pensamientos endulzaron mi corazón cual miel. Tras eso, dejé de ser tan humilde como era antes cuando me reunía con los hermanos y hermanas. Cuando veía que algunos de ellos se volvían negativos al encontrar dificultades en el trabajo evangélico, les compartía que, cuando comencé este deber, confié en Dios para superar los retos y logré obtener resultados en el trabajo. Al oírme decir esto, los hermanos y hermanas me miraban elogiándome y se sentían motivados y dispuestos a seguir colaborando en sus deberes. Tras eso, acudían a mí con cualquier pregunta o dificultad que tuvieran, y los hermanos y hermanas con los que colaboraba solían pedirme mi opinión cuando tenían problemas. Me alegraba que todos me valoraran y respaldaran, y sentía que era bastante capaz y que me merecía ser supervisora.

En diciembre de 2017, llegó mucha gente nueva a nuestra iglesia, se establecieron varias nuevas iglesias, una tras otra, y ascendimos y cultivamos a algunos de los nuevos fieles poco después de que asumieran sus deberes. Ver todo esto me dio un gran sentido de realización. Aunque de boca decía que estaba agradecida porque Dios me guiara, me admiraba a mí misma en mi corazón. Creía que entendía la verdad y que tenía buen ojo para las personas. Pensaba en que, cuando asumí este deber, solo había una iglesia, mientras que ahora se habían establecido varias iglesias. También creía que, desde que me empecé a encargar del trabajo, realmente había aportado a personas talentosas a la iglesia. Mi corazón se llenó de alegría y estaba aún más convencida de mi capacidad, de que tenía un verdadero talento y de que era la columna vertebral de la iglesia. Me di cuenta de que estaba robando la gloria de Dios y me sentí un poco culpable, pero luego pensé: “La obra de Dios no es sobrenatural, aún requiere la colaboración de las personas y, sin la mía, el trabajo no habría tenido éxito. Como soy la que lleva más tiempo haciendo este deber, merezco algo de reconocimiento”. Cuando pensé así, la culpa que sentía en el corazón desapareció. Tras eso, a menudo no podía evitar presumir delante de los trabajadores evangélicos y decía: “Acabo de venir de tal o cual iglesia. Tenían algunos problemas, pero los resolví. Mañana iré a otra iglesia…”. Todos los hermanos y hermanas me miraban con admiración. Una hermana incluso dijo: “Estás a cargo del trabajo de muchas iglesias. Seguro que nosotros no podríamos encargarnos y nos volveríamos locos. ¡Realmente entiendes la verdad y tienes capacidad de trabajo!”. Al oír el elogio de la hermana, me sentí muy orgullosa. Pensé: “¡Por supuesto! Claro que soy mejor que ustedes, de lo contrario, ¿cómo podría ser la supervisora?”. Durante ese tiempo, caminaba con la cabeza en alto y, cuando ocurrían cosas, no buscaba los principios-verdad, sino que actuaba directamente. Siempre pensaba que entendía la verdad, que podía hacer algo de trabajo y creía que era la que mejor manejaba el trabajo evangélico. Más tarde, cuando los hermanos y hermanas tenían problemas en sus deberes, no se esforzaban en buscar, orar a Dios ni buscar la verdad para superar sus dificultades. En su lugar, esperaban que yo compartiera con ellos y resolviera las cosas. Había algunos problemas que no les podía solucionar, lo que los hacía que se desanimaran aún más. Como consecuencia, la eficacia del trabajo evangélico decayó mes a mes. Cuando esto sucedió, no reflexioné de forma adecuada ni me conocí a mí misma. Eso fue hasta que me encontré con la reprensión y la disciplina de Dios.

Un día de abril de 2018, una hermana con la que colaboraba tenía que ir a una reunión en una iglesia, pero le surgió algo a última hora, así que fui yo en su lugar. Apenas llegué al lugar de reunión, la policía me arrestó y me sentenció a tres años de cárcel. Al principio, mientras estaba en el centro de detención, pensé que era normal que me persiguieran y arrestaran en China por creer en Dios, así que no reflexioné ni me conocí a mí misma realmente. Eso fue hasta que, tras estar detenida durante un año y siete meses, me trasladaron a la cárcel y, por miedo a perder la vida, me vi obligada a firmar las “Tres Declaraciones”. En ese momento, me llené de arrepentimiento, vergüenza y remordimiento, y mi colapso nervioso fue total. Por la noche, acostada en la cama, las lágrimas de arrepentimiento me corrían por el rostro. En mi dolor, oré a Dios: “Dios, esta situación ha revelado algo sobre mí, pero no entiendo cuál es Tu intención ni qué lección debo aprender. Dios, te ruego que me guíes para entender Tu intención”. Tras eso, se me pasaron por la cabeza imágenes de cuando realizaba mi deber antes de que me arrestaran. Presumía y me vanagloriaba delante de los hermanos y hermanas, pensaba siempre que ser capaz de hacer algo de trabajo significaba que entendía la verdad y había adquirido algunas realidades, y me consideraba a mí misma un talento especial y la columna vertebral de la iglesia. Me pasaba los días llena de orgullo y arrogancia. Al comparar esto con el momento cuando firmé las “Tres Declaraciones” y traicioné a Dios, cuando era débil, cobarde, miserable y me impulsaba el miedo a la muerte, quise que me tragara la tierra. En ese momento, empecé a entender la razón por la que me habían arrestado de repente. Recordé un pasaje de las palabras de Dios que había leído antes: “Cuando sufrís una pequeña restricción o dificultad es bueno para vosotros; si se os pusiera todo fácil, estaríais arruinados y entonces, ¿cómo podríais estar protegidos? Hoy, se os da protección, porque sois castigados, juzgados y maldecidos. Se os protege, porque habéis sufrido mucho. De no ser así, el hombre habría caído hace mucho en la depravación. Esto no es dificultaros las cosas intencionadamente; la naturaleza del hombre es difícil de cambiar y tiene que ser así para que su carácter sea cambiado. Hoy, ni siquiera poseéis la conciencia o la razón que tenía Pablo ni tenéis su conciencia de sí mismo. Siempre tenéis que ser presionados, y siempre tenéis que ser castigados y juzgados con el fin de despertar vuestro espíritu. El castigo y el juicio son lo mejor para vuestra vida. Y cuando sea necesario, también debe producirse el castigo de la llegada de los hechos a vosotros; solo entonces os someteréis del todo. Vuestra naturaleza es tal que sin castigo y maldición no estaríais dispuestos a bajar la cabeza ni a someteros. Sin los hechos ante vuestros ojos, no habría efecto. ¡Sois demasiado inferiores e inútiles en personalidad! Sin castigo y juicio, sería difícil que se os conquistara y sería duro vencer vuestra injusticia y desobediencia. Vuestra vieja naturaleza está muy profundamente arraigada. Si se os colocara sobre el trono, no conoceríais vuestro lugar en el universo, y menos aún adónde os dirigíais. Ni siquiera sabéis de dónde vinisteis, ¿cómo podríais conocer al Señor de la creación? Sin el oportuno castigo y las maldiciones de hoy, vuestro día final habría llegado hace mucho. Eso por no decir nada de vuestro porvenir; ¿no correría un mayor peligro inminente? Sin este castigo y juicio oportunos, quién sabe lo arrogantes y lo depravados que os volveríais. Este castigo y juicio os han traído hasta hoy y han preservado vuestra existencia. Si se os siguiera ‘educando’ usando esos mismos métodos que los de vuestro ‘padre’, ¡quién sabe a qué mundo entraríais! No tenéis la menor capacidad de autocontrol y autorreflexión. Para las personas como vosotros, si solo seguís y os sometéis sin causar ningún trastorno o perturbación, Mis objetivos se cumplirán. ¿No haríais mejor en aceptar el castigo y el juicio de hoy? ¿Qué otras elecciones tenéis?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Práctica (6)). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, llegué a comprender que mi detención y encarcelamiento fueron la disciplina de Dios. Durante mi época como supervisora, era realmente arrogante. Siempre que el trabajo obtenía algunos resultados, presumía delante de los hermanos y hermanas. Cuando los trabajadores evangélicos tenían dificultades y se volvían negativos, yo presumía mi capacidad de trabajo y compartía mis experiencias de forma intencionada, y también me aseguraba de decirles a los hermanos y hermanas que el trabajo evangélico de la iglesia del que me encargaba había obtenido buenos resultados, lo que hacía que todos me tuvieran en alta estima. Más tarde, se establecieron algunas iglesias nuevas y seguí presumiendo mi capacidad de trabajo para hacer que los demás me valoraran aún más. Como no paraba de ensalzarme de esta manera, todos los hermanos y hermanas pensaban que tenía sentido de carga en mi deber, que podía obtener resultados en mi trabajo y que era una supervisora competente. Dondequiera que iba, todos me hablaban con cortesía y respeto. Siempre que tenían problemas, querían pedirme consejo y, la mayoría de las veces, adoptaban mis sugerencias. Hasta la hermana con la que colaboraba solía pedirme mi opinión. Tras ganarme la aprobación y admiración de todos, me sentía muy satisfecha y tenía el pecho henchido de orgullo. Sentía que era una persona indispensable en la iglesia, cuyo trabajo no podía prescindir de mí, y que era mejor y más importante que todos los demás. Al presumir de esta manera, llevaba a la gente ante mí. Había ofendido el carácter de Dios sin darme cuenta. Dios no soportaba ver cómo seguía cayendo. A través de mi detención a manos de la policía, Él impidió que siguiera por la senda del mal y me obligó a detenerme y reflexionar para que pudiera apartarme de la senda equivocada, despertar a tiempo y dejar de recorrer el camino incorrecto. Cuando me di cuenta de esto, se me llenaron los ojos de lágrimas. El amor de Dios y Sus intenciones meticulosas me conmovieron profundamente. Oré en silencio: “Dios, gracias por haber dispuesto esta situación para mí. Estoy dispuesta a arrepentirme ante Ti. Dios, te ruego que me esclarezcas y me guíes para que pueda entenderme a mí misma de verdad”.

Un día, pensé en un pasaje de las palabras de Dios: “Si, en el fondo, realmente comprendes la verdad, sabrás cómo practicarla y someterte a Dios y, naturalmente, te embarcarás en la senda de búsqueda de la verdad. Si la senda por la que vas es la correcta y conforme a las intenciones de Dios, la obra del Espíritu Santo no te abandonará, en cuyo caso serán cada vez menores las posibilidades de que traiciones a Dios. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y vanidosa. Tu arrogancia y vanidad te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; harían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibieras constantemente; te harían despreciar a los demás, no dejarían a nadie en tu corazón más que a ti mismo; te quitarían el lugar que ocupa Dios en tu corazón, y finalmente harían que te sentaras en el lugar de Dios y exigieras que la gente se sometiera a ti y harían que veneraras tus propios pensamientos, ideas y nociones como la verdad. ¡Cuántas cosas malas hacen las personas bajo el dominio de esta naturaleza arrogante y engreída!(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo persiguiendo la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Dios pone al descubierto que la raíz de la resistencia del hombre contra Dios es su naturaleza arrogante y vanidosa. Cuando una persona tiene un carácter arrogante, se ve a sí misma como superior y piensa que es mejor que todos los demás. Entre las personas, dará testimonio de sí misma, presumirá sin control y hará que la gente la admire y la adore. Durante mi época como supervisora, cuando lograba algunos resultados en el trabajo, pensaba que tenía aptitud, entendía la verdad, podía resolver problemas, descubrir talentos y creía que yo era un talento insustituible y la columna vertebral de la iglesia. Todo esto lo impulsaba mi naturaleza arrogante. Estaba claro que el trabajo evangélico daba algunos resultados únicamente por la obra y guía del Espíritu Santo y la colaboración de los hermanos y hermanas, pero yo me atribuía todo el mérito. Presumía delante de los hermanos y hermanas de forma intencionada y les hacía pensar que el trabajo daba resultados y todo se debía a que yo entendía la verdad y tenía capacidad de trabajo. Al final, todos me admiraban y adoraban. ¡Qué desvergonzada era! Pensé en el primer decreto administrativo de Dios: “El hombre no debe magnificarse ni exaltarse a sí mismo. Debe adorar y exaltar a Dios(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los diez decretos administrativos que el pueblo escogido de Dios debe obedecer en la Era del Reino). Dios exhorta a las personas que exaltan y honran Su grandeza. El corazón del hombre solo debe albergar un lugar para Dios, porque solo Él es digno de que el hombre lo adore. Pero yo honraba mi propia grandeza y presumía para que los hermanos y hermanas me guardaran un lugar en sus corazones. Todo lo que hacía lo impulsaba mi naturaleza arrogante y era resistirme a Dios. Ya había vulnerado los decretos administrativos de Dios, pero no tenía miedo y hasta lo disfrutaba. ¡Estaba realmente atontada! Pensé en cómo la iglesia me había cultivado para que fuera supervisora. Por un lado, era para que pudiera perseguir la verdad y cambiar mi carácter mientras cumplía con mi deber, mientras que, por otro, era para poder asumir un papel de liderazgo. Cuando había dificultades en el trabajo, podría guiar a los hermanos y hermanas a acudir a Dios y confiar en Él, buscar la verdad y actuar según los principios. Esto permitía que los hermanos y hermanas honraran la grandeza de Dios en sus corazones y le guardaran un lugar, lo que llevaba a las personas ante Dios. Esa era mi responsabilidad y mi deber. Sin embargo, no cumplí con las responsabilidades que un supervisor deber tener y, en cambio, aprovechaba cada oportunidad en mi trabajo para presumir y dar testimonio de mí misma. Llevaba a los hermanos y hermanas a que me admiraran y adoraran, y hacía que acudieran a mí cuando tenían dificultades, en lugar de confiar en Dios o buscar los principios-verdad. Llevé a la gente ante mí, lo que me hacía competir con Dios por estatus. Estaba recorriendo la senda de un anticristo y ya había ofendido el carácter de Dios. Si seguía cumpliendo mi deber de esa manera, en última instancia, recibiría mi castigo por resistirme a Dios. Al darme cuenta de esto, me entró un sudor frío y sentí que mi detención era el carácter justo de Dios que se había manifestado sobre mí y que también era Su gran protección y salvación que me daba. Agradecí sinceramente a Dios y estuve dispuesta a someterme a ese entorno y a aprender una lección. En 2021, me pusieron en libertad después de cumplir mi condena y salí del infierno en la tierra que es una cárcel del PCCh.

Poco después de regresar a casa, los hermanos y hermanas me trajeron los libros de las palabras de Dios y me sentí profundamente conmovida. Un día, durante mis prácticas devocionales, leí un pasaje de las palabras de Dios: “¿Sois capaces de sentir la guía de Dios y el esclarecimiento del Espíritu Santo mientras cumplís con vuestro deber? (Sí). Si podéis percibir la obra del Espíritu Santo, y sin embargo seguís teniendo tan alto concepto de vosotros mismos y creyendo que poseéis la realidad, ¿qué está pasando entonces? (Cuando el cumplimiento de nuestro deber ha dado fruto, pensamos que la mitad del mérito pertenece a Dios y la otra mitad a nosotros. Exageramos nuestra cooperación hasta un punto ilimitado, pensando que nada era más importante que esta, y que el esclarecimiento de Dios no habría sido posible sin ella). Entonces, ¿por qué te esclareció Dios? ¿Puede Dios esclarecer también a otras personas? (Sí). Cuando Dios esclarece a alguien, es por la gracia de Dios. ¿Y en qué consiste esa pequeña cooperación por tu parte? ¿Es algo por lo que mereces reconocimiento, o es acaso tu deber y responsabilidad? (Es nuestro deber y responsabilidad). Al reconocer que se trata de tu deber y responsabilidad, entonces tienes el estado mental correcto, y no considerarás tratar de apuntarte el tanto. Si siempre crees: ‘Esta es mi contribución. ¿Habría sido posible el esclarecimiento de Dios sin mi cooperación? Esta tarea requiere de la cooperación del hombre; nuestra cooperación supone el grueso de todo este logro’, entonces estás equivocado. ¿Cómo podrías cooperar si el Espíritu Santo no te hubiera esclarecido, y si nadie te hubiera compartido los principios-verdad? Tampoco sabrías lo que Dios requiere; ni conocerías la senda de práctica. Aunque quisieras someterte a Dios y cooperar, no sabrías cómo hacerlo. ¿Acaso esta ‘cooperación’ tuya no son solo palabras vacías? Sin una verdadera cooperación, solo actúas según tus propias ideas, en cuyo caso, ¿podría el deber que realizas estar a la altura del estándar? En absoluto, lo cual indica el problema que nos ocupa. ¿Cuál es el problema? Sea cual sea el deber de una persona, el que logren resultados, cumplan con el deber de forma óptima y obtengan la aprobación de Dios depende de Sus acciones. Aún si cumples con tus responsabilidades y tu deber, si Dios no obra, si no te esclarece y guía, entonces no conocerás tu senda, tu rumbo ni tus metas. ¿Cuál es el resultado último de eso? Después de esforzarte todo ese tiempo, no habrás cumplido con tu deber correctamente, ni habrás ganado la verdad y vida; todo habrá sido en vano. Por lo tanto, ¡depende de Dios que cumplas con el deber de forma óptima, edificando a tus hermanos y hermanas y obteniendo la aprobación de Dios! La gente no puede hacer más que aquello que personalmente es capaz de hacer, lo que debe hacer y lo que está dentro de sus propias capacidades, nada más. Entonces, cumplir con tus deberes de manera eficaz depende en último término de la guía de las palabras de Dios, el esclarecimiento y el liderazgo del Espíritu Santo; solo así puedes entender la verdad y cumplir la comisión de Dios según la senda que Dios te ha concedido y los principios que ha establecido. Esta es la gracia y la bendición de Dios, y si la gente no puede verlo, es porque está ciega(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Después de leer este pasaje, entendí que la razón por la que podía robar la gloria de Dios era porque yo tenía una opinión falaz. Creía que era mi colaboración la que hacía que el Espíritu Santo obrara y permitía que el trabajo diera resultados. Daba demasiada importancia a la colaboración humana. La verdad es que la colaboración humana también se basa en comprender los principios-verdad. Sin que Dios exprese la verdad, la colaboración humana no tiene dirección. La colaboración humana se limita a cumplir bien con el deber y las responsabilidades que uno tiene, mientras que el lograr resultados en el trabajo depende esencialmente de la obra del Espíritu Santo. Al reflexionar sobre cuando comencé a hacer este deber, no captaba muchos principios, así que oraba más, estudiaba los principios y buscaba junto con los hermanos y hermanas. De a poco, capté algunos principios y pude descubrir y resolver algunos problemas gracias al esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo. Solo entonces se lograron buenos resultados con el trabajo evangélico. Luego de un tiempo, vivía en un estado de autocomplacencia, oraba menos y dejé de buscar los principios-verdad, por lo que ya no podía obtener la obra del Espíritu Santo y no sabía cómo resolver muchos problemas, lo que afectó el trabajo evangélico. Sobre todo, después de que me arrestaran y encarcelaran, el trabajo evangélico de la iglesia no se estancó debido a mi detención, sino que progresó ininterrumpidamente y hasta dio más frutos. Sin embargo, mi estupidez y mi ceguera me hicieron pensar que mi colaboración era de excepcional importancia y creía que, sin mí, el trabajo de la iglesia no lograría buenos resultados. Al echar la vista atrás, me sentí avergonzada. Además, el hecho de que aportara algunas personas talentosas no se debía a que entendiera la verdad y supiera elegir a las personas adecuadas, sino a que Dios ya había preparado desde hace mucho tiempo a varios tipos de personas talentosas para Su obra. Asimismo, hubo muchas cuestiones que no tenía claras durante el proceso de selección de personas, las cuales solo comprendí al buscar los principios-verdad con la hermana con la que colaboraba. Si no fuera porque Dios expresó la verdad y compartió con tanta claridad los principios relacionados con el desempeño del deber, ¿cómo podría haber entendido o captado estos principios o haber cumplido bien con mi deber? En realidad, Dios estaba haciendo Su propia obra, y yo meramente cumplía con una pequeña parte de mi deber que debía hacer como ser humano. No tenía nada de qué jactarme.

Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios y me sentí aún más avergonzada, humillada y apenada. Dios Todopoderoso dice: “Él ha realizado una gran cantidad de trabajo en los seres humanos, pero ¿ha hablado alguna vez de ello? ¿Lo ha explicado en alguna ocasión? ¿Lo ha declarado alguna vez? No, no lo ha hecho. No importa hasta qué punto malinterprete la gente a Dios, Él no da explicaciones. Desde Su perspectiva, no importa si tienes sesenta u ochenta años, tu entendimiento de Dios es muy limitado y, en vista de lo poco que sabes, todavía eres un niño. Dios no te lo echa en cara; sigues siendo un niño inmaduro. No importa que algunos hayan vivido muchos años y su cuerpo muestre señales del paso del tiempo; su entendimiento de Dios sigue siendo muy infantil y superficial. Él no te lo reprocha: si no lo entiendes, no lo entiendes. Ese es tu calibre y tu capacidad y no se pueden cambiar. Dios no te forzará a nada. Dios exige que las personas den testimonio de Él, pero ¿ha dado Él testimonio de sí mismo? (No). En cambio, Satanás teme que la gente no se entere de cualquier cosa que haga por mínima que sea. Los anticristos no son diferentes: alardean delante de todos de cada pequeña cosa que hacen. Al oírlos, parece que estén dando testimonio de Dios, pero si escuchas con atención descubrirás que no es así, sino que se exhiben y se refuerzan. La intención y la esencia detrás de lo que dicen, además del estatus, son las de competir con Dios por Su pueblo escogido. Dios es humilde y está oculto, mientras que Satanás se pavonea. ¿Existe alguna diferencia? Lucirse en contraposición a ser humilde y estar oculto, ¿cuáles son las cosas positivas? (Ser humilde y estar oculto). ¿Podría describirse a Satanás como humilde? (No). ¿Por qué? A juzgar por su esencia-naturaleza perversa, es una basura sin valor. Lo que no sería normal es que Satanás no hiciera alarde de sí mismo. ¿Cómo iba calificarse a Satanás como ‘humilde’? La ‘humildad’ es cosa de Dios. La identidad, la esencia y el carácter de Dios son elevados y honorables, pero Él nunca hace alarde. Dios es humilde y está oculto, para que nadie vea lo que ha hecho, pero mientras obra en la oscuridad, la humanidad no cesa de ser provista, alimentada y guiada, y todo ello es dispuesto por Dios. El hecho de que Él nunca declare ni mencione estas cosas, ¿acaso no es estar oculto y tener humildad? Dios es humilde precisamente porque es capaz de hacer tales cosas pero no las menciona ni las declara, no discute con la gente sobre ellas. ¿Qué derecho tienes tú a hablar de humildad cuando eres incapaz de hacer tales cosas? No has hecho nada de eso y, sin embargo, insistes en atribuirte el mérito. Eso es ser un desvergonzado. Al guiar a la humanidad, Dios lleva a cabo una obra muy grande y preside todo el universo. Su autoridad y Su poder son enormes, pero Él nunca ha dicho: ‘Mi poder es extraordinario’. Él permanece oculto entre todas las cosas, presidiendo todo, alimentando y proveyendo a la humanidad, permitiendo que esta continúe generación tras generación. Pensemos en el aire y el sol, por ejemplo, o en todas las cosas materiales necesarias para la existencia humana en la tierra: todas ellas fluyen sin cesar. Que Dios provee al hombre es indiscutible. Si Satanás hiciera algo bueno, ¿lo mantendría en silencio y permanecería como un héroe anónimo? Jamás. Es como algunos anticristos en la iglesia que anteriormente llevaron a cabo un trabajo peligroso, que renunciaron a cosas y soportaron sufrimiento, puede que incluso acabaran en la cárcel; otros también contribuyeron alguna vez en algún aspecto de la obra de la casa de Dios. Nunca olvidan estas cosas, creen que merecen crédito por ellas durante toda su vida, creen que estas son un capital que les durará siempre, lo cual demuestra lo pequeñas que son las personas. La gente es realmente pequeña, y Satanás, un desvergonzado(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 7: Son perversos, insidiosos y falsos (II)). La esencia de Dios es humilde, hermosa y buena, mientras que la esencia de Satanás es malvada, fea y desvergonzada. Recordé cómo la Biblia cuenta que Satanás tentó al Señor Jesús. Está claro que Dios creó todo en el mundo; sin embargo, Satanás afirmó haber creado todo e intentó tentar al Señor Jesús para que lo adorara. También pensé en el PCCh. Está claro que todo lo que disfruta la humanidad proviene de Dios y que Él provee para todas las necesidades cotidianas de la humanidad; sin embargo, el PCCh afirma que le ha dado una buena vida al pueblo y hace que la gente le atribuya estas cosas. También pensé en esos anticristos que la iglesia expulsó. Se jactaban y presumían de sí mismos sin cesar, hablaban de todo el trabajo que habían hecho para la casa de Dios y de todo el sufrimiento que habían soportado y lo usaban para desorientar a las personas y hacer que los siguieran y adoraran. Al ver estas cosas, me di cuenta de lo verdaderamente desvergonzados que son los diablos y Satanás. Al reflexionar sobre mí misma, está claro que se habían logrado resultados en el trabajo de la iglesia gracias a la obra del Espíritu Santo, pero yo contaba mis logros en secreto y solía presumir de ellos ante los hermanos y hermanas, lo que hacía que todos pensaran que eran mis logros, me tuvieran en alta estima y me dieran un lugar en sus corazones. ¿No era mi comportamiento igual al de esos anticristos que presumen y se ensalzan a sí mismos? ¡Cómo pude ser tan desvergonzada y carecer por completo de conciencia y razón! Dios se humilló a Sí mismo para convertirse en un ser humano y salvar a la humanidad; está dispuesto a arriesgar Su vida, padecer grandes humillaciones y sufrimiento, y venir entre las personas para obrar y salvarnos. Dios ha dado todo por la humanidad, pero nunca proclama Sus obras. Solo hace en silencio la obra que desea realizar. Pero yo, un insignificante ser creado, lo único que hacía era cumplir bien con mi propio deber y responsabilidad, pero usaba varias formas para lucirme y presumir. ¡Era verdaderamente mezquina y despreciable! Oré a Dios arrepentida y le pedí que perdonara mis transgresiones. Estaba dispuesta a empezar de nuevo, transformar mi carácter arrogante y aprender a exaltar a Dios y dar testimonio de Él en todas las cosas.

Más tarde, leí un pasaje sobre cómo exaltar a Dios y dar testimonio de Él: “Cuando deis testimonio de Dios, principalmente debéis hablar de cómo Él juzga y castiga a las personas, y de las pruebas que utiliza para refinar a las personas y cambiar su carácter. También debéis hablar de cuánta corrupción se ha revelado en vuestra experiencia, de cuánto habéis sufrido, de cuántas cosas hicisteis por resistiros a Dios y de cómo Él os conquistó finalmente. Debéis hablar de cuánto conocimiento real de la obra de Dios tenéis y de cómo debéis dar testimonio de Dios y retribuirle Su amor. Debéis poner sustancia en este tipo de lenguaje, al tiempo que lo expresáis de una manera sencilla. No habléis sobre teorías vacías. Hablad de una manera más práctica; hablad desde el corazón. Esta es la manera en la que debéis experimentar las cosas. No os equipéis con teorías vacías aparentemente profundas en un esfuerzo por alardear; eso hace que parezcáis arrogantes e irracionales. Debéis hablar más sobre cosas reales a partir de vuestra verdadera experiencia y hablar más de corazón; esto es lo más beneficioso para los demás y es lo más apropiado de ver. Solíais ser las personas que más se oponían a Dios, los menos propensos a someterse a Él, pero ahora habéis sido conquistados: jamás lo olvidéis. Debéis considerar y pensar más sobre estos asuntos. Una vez que la gente comprende esto claramente, sabrá cómo dar testimonio, de lo contrario, correrá el riesgo de cometer actos vergonzosos y absurdos, lo que no supone dar testimonio para Dios, sino avergonzarlo. Sin experiencias auténticas y una comprensión de la verdad, no es posible dar testimonio para Dios. Aquellos cuya fe en Dios es farragosa y confusa nunca podrán dar testimonio para Él(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo persiguiendo la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Las palabras de Dios me permitieron entender cómo exaltar a Dios y dar testimonio de Él entre las personas. Por un lado, debemos compartir más con los hermanos y hermanas sobre cómo hemos experimentado el juicio, el castigo, la poda, las pruebas y el refinamiento de las palabras de Dios, así como el significado de Su obra, cuáles son Sus intenciones y los efectos que quiere lograr en nosotros para que los demás puedan conocerlo y entender Sus intenciones meticulosas para salvar a la humanidad. Por otro lado, también debemos sincerarnos y poner de manifiesto la corrupción que hemos revelado en nuestras experiencias y las cosas rebeldes y desafiantes que hemos hecho contra Dios para que los demás comprendan la naturaleza de nuestros actos y que esto les permita obtener discernimiento. De esta manera, podrán verse a sí mismos a la luz de estas cosas y reconocer y odiar sus actitudes corruptas. Solo al practicar de esta manera podemos exaltar a Dios y dar testimonio de Él de verdad. Pero yo solo elegía hablar de las cosas buenas. Solo hablaba de cómo confiaba en Dios para lograr resultados en el trabajo, de cuántas personas había ganado y cuántas iglesias había establecido, pero no mencionaba la rebeldía, la corrupción y la debilidad que había revelado durante ese proceso. No ponía de manifiesto estas cosas ante los hermanos y hermanas. Como consecuencia, mi aparente buen comportamiento los terminó desorientando. Todo lo que había hecho y cómo había actuado se oponía a las palabras de Dios. De ahí en adelante, debía arrepentirme ante Él y practicar según Sus palabras.

Cinco meses después de salir de la cárcel, la iglesia dispuso que volviera a predicar el evangelio. Me sentí profundamente conmovida y decidí cumplir mi deber de forma adecuada y retribuir mi antigua deuda con Dios. Durante una reunión, una nueva fiel expresó ciertos conceptos erróneos, así que compartí con ella las palabras de Dios con paciencia y, al final, solucionó esos conceptos. Dijo que había aprendido mucho en esa reunión y mostró su gran agradecimiento por la soberanía y los arreglos de Dios, que le había acercado a hermanos y hermanas para que compartieran con ella. Hablaba con gran entusiasmo y, al oírla, me regocijé en secreto y pensé: “Las ideas de la hermana se resolvieron principalmente gracias a mi enseñanza. Parece que no lo hago tan mal y que puedo compartir la verdad para resolver algunos problemas”. Cuando tuve estos pensamientos, me di cuenta de que estaba volviendo a robar la gloria de Dios. Vi que los hermanos y hermanas a mi alrededor agradecían que Dios los guiara, mientras que yo me admiraba a mí misma de forma desvergonzada y me sentí verdaderamente indignada conmigo misma. ¡Qué desvergonzada era! Oré de inmediato a Dios en mi corazón y pensé en Sus palabras: “Cuando tienes algún entendimiento de Dios, cuando puedes ver tu propia corrupción y reconocer lo despreciable y desagradable que es la arrogancia y el engreimiento, te sientes indignado, asqueado y angustiado. Serás capaz de hacer conscientemente algunas cosas para satisfacer a Dios y, al hacerlo, te sentirás en paz. Podrás leer la palabra de Dios, exaltarlo, dar testimonio de Dios de forma consciente, y en tu corazón sentirás satisfacción. Te quitarás la máscara conscientemente, con lo que quedará al descubierto tu perversidad y, al hacerlo, te sentirás bien por dentro y de mejor ánimo(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo persiguiendo la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Me sinceré con los hermanos y hermanas sobre mis pensamientos despreciables. También mencioné que, al principio, no comprendía del todo algunos de los problemas de la reunión de hoy, pero que, gracias al esclarecimiento de las palabras de Dios, el proceso de compartir me había permitido entenderlos mejor de a poco y que esto no se debía a mi propia estatura, sino al esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo. Después de compartir, sentí una profunda paz en mi corazón y que era realmente bueno vivir así. ¡Esta transformación que viví se debió por completo al juicio y el castigo de las palabras de Dios! ¡Gracias a Dios!

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