Un líder de iglesia no es un funcionario

31 Ene 2022

Por Mateo, Francia

Acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días hace tres años. Me eligieron líder de iglesia en octubre de 2020. Comprendí que era una gran responsabilidad y me sentía algo estresado, pero también muy orgulloso. Creía haber sido elegido para ese importante deber por tener mejor aptitud que el resto. Me tomaba el deber muy en serio y hacía todo lo posible por hablar con mis hermanos y hermanas y ayudarlos con los problemas y las dificultades que se les presentaban. Quería demostrarles a todos que era un líder excelente y que sabía hacer un trabajo real.

Luego, un hacedor de maldad comenzó a difundir rumores en la iglesia. En los grupos de asamblea difundía las mentiras del Partido Comunista de China que difamaban y blasfemaban contra Dios, tergiversaba los hechos, daba la vuelta a las cosas y juzgaba la obra de la casa de Dios. Quería descarriar a los nuevos fieles para que abandonaran la iglesia y traicionaran a Dios. Por eso, yo celebraba reuniones y les enseñaba a los hermanos y las hermanas tanto como podía, y me sentía como un mando militar que lideraba las tropas contra facciones enemigas. Quería probar que sabía proteger a los hermanos y las hermanas para demostrarles que era responsable, capaz de asumir una pesada carga. Pero en realidad me sentía muy débil. Yo no sabía cómo refutar algunas falacias y me estaban afectando a mí también, pero no quería revelar mi debilidad a los demás. A mi parecer, como líder de iglesia, tenía que ser firme, como un presidente o un mando militar. ¡Que nadie descubriera mi debilidad! Así, nunca me sinceraba ante los hermanos y las hermanas acerca de mi propio estado. No solo me disfrazaba en estos asuntos, cuando debatíamos lo que entendíamos sobre las palabras de Dios en las reuniones, me gustaba hablar de entendimientos profundos para que los demás pensaran que los comprendía muy bien. Sin embargo, pasaba por alto mis fallos y corrupciones y cambiaba enseguida de tema a las cosas que hacía bien. Por ejemplo, si me daba sueño en una reunión, no lo admitía, y si tenía una dificultad, la ocultaba, en lugar de compartirla con los demás.

La hermana Marinette, que trabajaba conmigo, me admiraba mucho porque siempre la ayudaba con palabras de Dios relativas a su estado. Sabía que de algún modo ella me admiraba, y eso me complacía mucho; me ponía contento cuando expresaba su admiración. También me admiraban mucho los hermanos y las hermanas a cargo del riego de los nuevos fieles. Una vez, una hermana me dijo que había aprendido gracias a mis enseñanzas y mi ayuda. Me agradaba mucho recibir el visto bueno de los demás. En las reuniones, algunos hermanos y hermanas respondían activamente “amén” después de mi enseñanza, y otros incluso decían: “Es como dijo el hermano Matthew”. Me parecía que me hablaban en tono de adoración y sentía que ocupaba un lugar importante en su corazón. Sabía que eso no estaba bien, pero me gustaba la sensación de ser admirado. Un día vi un vídeo de testimonio titulado “El daño que hice por alardear”. Me conmovió de forma particular. Una hermana, también líder, siempre se ensalzaba y alardeaba en el deber. Ofendió el carácter de Dios y Él la disciplinó con una enfermedad. El punto central era que su conducta disgustaba a Dios. Después de ver aquel vídeo, me di cuenta de que, al jactarme y alardear para ganarme la admiración ajena, desafiaba a Dios y me oponía a Él. Iba por la senda de un anticristo. No me había percatado de que enaltecerse y alardear podía ser un problema tan grave. Sentí mucho miedo y no sabía qué hacer.

Leí entonces este pasaje de las palabras de Dios, que me aportó cierto entendimiento de mi corrupción. Dicen las palabras de Dios: “La humanidad corrupta es capaz de enaltecerse y dar testimonio de sí misma, de pavonearse, de intentar que la tengan en gran estima y la idolatren. Así reacciona instintivamente la gente cuando la gobierna su naturaleza satánica, lo cual es común a toda la humanidad corrupta. Normalmente, ¿cómo se enaltece y da testimonio de sí misma la gente? ¿Cómo logra este objetivo de hacer que la tengan en gran estima y la idolatren? Da testimonio de cuánto trabajo ha realizado, de cuánto ha sufrido, de cuánto se ha esforzado y el precio que ha pagado. Emplea estas cosas como el capital con el que se enaltece, lo cual le da un lugar superior, más firme y más seguro en la mente de las personas, de modo que son más las que la estiman, admiran, respetan y hasta la veneran, idolatran y siguen. Para lograr este objetivo, la gente hace muchas cosas que en apariencia dan testimonio de Dios, pero en esencia se enaltece y da testimonio de sí misma. ¿Es razonable actuar así? Se salen del ámbito de la racionalidad. Esta gente no tiene vergüenza: da testimonio descaradamente de lo que ha hecho por Dios y de cuánto ha sufrido por Él. Incluso presume de sus dones, talentos, experiencias, habilidades especiales, de sus métodos inteligentes de conducta, de los medios por los que juega con las personas, etcétera. Se enaltece y da testimonio de sí misma alardeando y menospreciando a otras personas. Además, disimula y se camufla para ocultar sus debilidades, defectos y deficiencias a los demás y que estos solo lleguen a ver su brillantez. Ni siquiera se atreve a contárselo a otras personas cuando se siente negativa; le falta valor para abrirse y hablar con ellas, y cuando hace algo mal, se esfuerza al máximo por ocultarlo y encubrirlo. Nunca habla del daño que ha ocasionado al trabajo de la iglesia en el cumplimiento del deber. Ahora bien, cuando ha hecho una contribución mínima o conseguido un pequeño éxito, se apresura a exhibirlo. No ve la hora de que el mundo entero sepa lo capaz que es, el alto calibre que tiene, lo excepcional que es y hasta qué punto es mucho mejor que las personas normales. ¿No es esta una manera de enaltecerse y dar testimonio de sí misma? ¿Es enaltecerse y dar testimonio de uno mismo algo que haría alguien con conciencia y razón? No. Así pues, cuando la gente hace esto, ¿qué actitud revela normalmente? La arrogancia es una de las que principalmente revela, seguida de la astucia, lo que implica hacer todo lo posible para que otras personas la tengan en gran estima. Sus historias son completamente herméticas; es evidente que las palabras de estas personas entrañan unas motivaciones y tramas, hacen alarde de sí, pero quieren ocultarlo. A resultas de lo que dicen, hacen creer a los demás que son mejores que nadie, que no hay nadie igual, que el resto es inferior a ellas. ¿Y no consiguen este resultado por medios solapados? ¿Qué carácter se halla detrás de esos medios? ¿Y hay algún elemento de maldad? (Sí). Este es un carácter malvado(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 4: Se enaltecen y dan testimonio de sí mismos). Sentí como si la lectura de las palabras de Dios fuera un golpe directo al corazón. Vi lo que había oculto en lo profundo de mi ser. Siempre había querido construir una imagen de hombre fuerte, de persona perfecta. Me gustaba hablar de mi comprensión elevada y mis experiencias de éxito para causar una impresión positiva en la gente, pero casi nunca hablaba de mis debilidades ni mis dificultades reales. Si me sentía débil o negativo o afrontaba problemas, o incluso cuando me hallaba en el peor estado, simplemente actuaba como si todo fuera perfecto a fin de proteger mi orgullo y reputación. Pero en realidad estaba sufriendo mucho. Al ver la admiración y adoración ajenas, tenía cierta conciencia al respecto y sabía que eso no era bueno. No obstante, no le había dicho a la gente que no me adorara porque quería la admiración, la adoración y los elogios de todos. ¿No era igual de arrogante que el arcángel? No llevaba a los demás ante Dios, sino ante mí. Al percatarme de que podía estar ocupando el lugar de Dios en el corazón de los hermanos y las hermanas, temblé de miedo y supe dentro de mí que Dios aborrecía mi conducta. Lleno de remordimiento, oré a Dios: “Dios, he alardeado porque quiero que todos me vean como un buen líder, superior a los demás. Te estoy usurpando la gloria. Oh, Dios, deseo arrepentirme ante Ti”. Luego redacté una carta de arrepentimiento, la cual revelaba que alardeaba y me enaltecía, y la envié a todos los grupos de reunión. Además, les dije a todos claramente que no debían adorarme. Sabía de algunos hermanos y hermanas que me adoraban en particular, así que les envié mensajes individuales en los que me sinceraba y me examinaba a mí mismo. Días después, la hermana Marinette me contó con franqueza que me había adorado en el pasado y que yo había ocupado un lugar importante en su corazón. Esto me avergonzó enormemente y lo consideré una prueba de mi maldad. En ese momento descubrí mi fealdad, y sentí que había perdido toda razón al hacer que los demás me veneraran. ¿Acaso era aquello cumplir con el deber? ¿Era eso lo que Dios esperaba al confiarme este deber? Me sentí muy inquieto y avergonzado. Pero seguí sin buscar realmente la verdad para corregir mi corrupción, por lo que pronto volví a las andadas.

Un día, fui a una reunión a la que también asistieron otros líderes de iglesia. La enseñanza de los hermanos y hermanas me pareció simplista y me sentí inquieto. Su enseñanza me resultaba superficial y los menosprecié en cierto modo. Quería demostrarles que mi enseñanza era más práctica que la suya. Así pues, preparé mentalmente lo que quería comentar. Consideré decir algo con más esclarecimiento para poder destacar entre ellos y compartir una enseñanza de peso. Pensé en el enunciado que mejor enriqueciera mi enseñanza. Tenía muchas ganas de demostrar que mi entendimiento era superior para que los demás valoraran mi agudeza. Durante mi charla, empleé muchos ejemplos para que supieran que mi enseñanza era detallada y amplia. Cuando terminé, me complació mucho oír a todos decir “amén”. Luego me apresuré a mirar la ventana del chat para ver si los hermanos y las hermanas habían dicho algo bueno de mi enseñanza. Cuando casi habíamos acabado, el hermano Zen compartió algo. En lugar de citar las palabras de Dios y hablar de cómo debemos practicar basado en Sus palabras como siempre hacía, hizo referencia a mi enseñanza. Vi que me estaba enalteciendo a mí mismo y estaba alardeando de nuevo. Me enfadé mucho conmigo mismo en ese momento. En la reunión, acabábamos de compartir con todos algunas de las palabras de Dios, diciendo que debemos hablar de corazón. ¿Cómo podía jactarme y alardear? Simplemente no me atrevía a creer que estuviera actuando así. Busqué los pasajes de las palabras de Dios que habíamos leído en la reunión para poder meditar sobre ellas con detenimiento. Dios dice: “Si los hermanos y las hermanas han de ser capaces de confiar los unos en los otros, ayudarse y proveerse entre ellos, entonces cada persona debe hablar de sus auténticas experiencias propias. Si no dices nada sobre ellas, si solo predicas las palabras y doctrinas que entiende el hombre, si solo predicas un poco de doctrina sobre la fe en Dios y tópicos banales, y no te abres a lo que hay en tu corazón, entonces no eres una persona honesta y eres incapaz de serlo(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica verdaderamente fundamental de ser una persona honesta). “Cuando deis testimonio de Dios, principalmente debéis hablar de cómo Él juzga y castiga a las personas, y de las pruebas que utiliza para refinar a las personas y cambiar su carácter. También debéis hablar de cuánta corrupción se ha revelado en vuestra experiencia, de cuánto habéis sufrido, de cuántas cosas hicisteis por resistiros a Dios y de cómo Él os conquistó finalmente. Debéis hablar de cuánto conocimiento real de la obra de Dios tenéis y de cómo debéis dar testimonio de Dios y retribuirle Su amor. Debéis poner sustancia en este tipo de lenguaje, al tiempo que lo expresáis de una manera sencilla. No habléis sobre teorías vacías. Hablad de una manera más práctica; hablad desde el corazón. Esta es la manera en la que debéis experimentar las cosas. No os equipéis con teorías vacías aparentemente profundas en un esfuerzo por alardear; eso hace que parezcáis arrogantes e irracionales. Debéis hablar más sobre cosas reales a partir de vuestra verdadera experiencia y hablar más de corazón; esto es lo más beneficioso para los demás y es lo más apropiado de ver(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). En las palabras de Dios descubrí que he de abrir mi corazón con los hermanos y las hermanas, hablar de lo que hay en mi interior, compartir mi experiencia real, y evitar alardear con palabras vacías. Si pienso en mí, veo que solo hablaba de teorías vacías para presumir y lograr la admiración de los demás. Eran muy evidentes las consecuencias de ello. Los demás me admiraban y no daban testimonio de las palabras de Dios, sino que tomaban como referencia mis enseñanzas. En las reuniones, a menudo oía a la gente decir cosas como “gracias a la enseñanza del hermano Matthew” o “según el hermano Matthew”. Recordé que Pablo siempre se enaltecía y era pomposo y que no daba testimonio de las palabras del Señor Jesús. Eso hizo que los creyentes adoraran a Pablo y dieran testimonio de sus palabras durante 2000 años. ¿No estaba haciendo yo lo mismo que Pablo e iba por la misma senda del anticristo de resistencia a Dios? Sentí mucho miedo y me detesté a mí mismo. Oré: “Oh, Dios, estoy cometiendo el mismo error otra vez. Tus palabras me mostraron el camino, pero todavía sigo a Satanás y satisfago mi vanagloria. De nuevo estoy haciendo de Satanás. Dios, necesito Tu ayuda, ¡por favor sálvame!”.

Una tarde vi este pasaje de las palabras de Dios: “¿Sabéis cuál es el mayor tabú en el servicio del hombre a Dios? Algunos líderes y obreros siempre quieren ser diferentes, estar por encima del resto, alardear y encontrar algunos nuevos trucos para que Dios vea cuán capaces son en verdad. Sin embargo, no se centran en entender la verdad ni en entrar en la realidad de las palabras de Dios. Esta es la manera más necia de actuar. ¿No es esta, acaso, la revelación de carácter arrogante? […] A la hora de servir a Dios, la gente quiere dar grandes pasos, hacer cosas fabulosas, expresar palabras magníficas, realizar un trabajo excepcional, mantener reuniones extraordinarias y ser unos líderes maravillosos. Si siempre tienes estas ambiciones elevadas, entonces infringirás los decretos administrativos de Dios; la gente que hace esto morirá rápidamente. Si no eres educado, devoto y prudente en tu servicio a Dios, entonces, antes o después, ofenderás a Su carácter(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Leer estas palabras de Dios me dejó temblando de miedo. Con esta revelación de Sus palabras, descubrí mi loca ambición y mi deseo de alcanzar grandes logros. Quería dirigir las reuniones y dar grandes discursos. Me encantaba alardear en las reuniones y quería que los hermanos y las hermanas me adoraran, con la esperanza de que pensaran que tenía aptitud y una comprensión profunda. Impulsado por estos deseos, quería predicar y alardear en cada reunión a la que asistía, con la esperanza de que los demás me admiraran. Me encantaba ese tipo de liderazgo. Sin embargo, cuando leí: “Si siempre tienes estas ambiciones elevadas, entonces infringirás los decretos administrativos de Dios; la gente que hace esto morirá rápidamente”, temblé por dentro y sentí temor en el fondo de mi corazón. Creía que antes satisfacía a Dios, pero me daba cuenta ahora de que lo disgustaba. Solo quería hacer algo grande, celebrar grandes reuniones, predicar algo elevado. No daba testimonio de Dios ni practicaba la verdad y no asumía una carga por la vida de los hermanos y las hermanas. Me estaba enalteciendo a mi mismo para obtener un lugar especial en sus corazones. Esto ofendería el carácter de Dios. En “Los diez decretos administrativos que el pueblo escogido de Dios debe obedecer en la Era del Reino” se dice:

1. El hombre no debe magnificarse ni exaltarse a sí mismo. Debe adorar y exaltar a Dios.

[…]

8. Las personas que creen en Dios deben obedecerle y adorarle. No exaltes ni admires a ninguna persona; no pongas a Dios en primer lugar, a las personas a las que admiras en segundo y, en tercer lugar, a ti. Ninguna persona debe tener un lugar en tu corazón y no debes considerar que las personas —particularmente a las que veneras— están a la par de Dios o que son Sus iguales. Esto es intolerable para Él.

La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios

Tras leer las palabras de Dios sufría mucho por dentro, y pensaba que era imposible que Dios me perdonara por ofender Su carácter. Oré: “Dios, estoy muy dolido y estoy sufriendo. No sabía que estaba provocando Tu ira y quiero arrepentirme. Oh, Dios mío, te ruego que me esclarezcas para comprender Tu voluntad”.

Aterrado, leí este pasaje de las palabras de Dios: “Hoy Dios os juzga, os castiga y os condena, pero debes saber que el propósito de tu condena es que te conozcas a ti mismo. Él condena, maldice, juzga y castiga para que te puedas conocer a ti mismo, para que tu carácter pueda cambiar y, sobre todo, para que puedas conocer tu valía y ver que todas las acciones de Dios son justas y de acuerdo con Su carácter y los requisitos de Su obra, que Él obra acorde a Su plan para la salvación del hombre, y que Él es el Dios justo que ama, salva, juzga y castiga al hombre. Si sólo sabes que eres de un estatus humilde, que estás corrompido y que eres desobediente, pero no sabes que Dios quiere poner en claro Su salvación por medio del juicio y el castigo que Él impone en ti hoy, entonces no tienes manera de ganar experiencia, ni mucho menos eres capaz de continuar hacia delante. Dios no ha venido ni a matar ni a destruir sino a juzgar, maldecir, castigar y salvar. Hasta que Su plan de gestión de 6000 años llegue a su término —antes de que revele el destino de cada categoría del hombre— la obra de Dios en la tierra será en aras de la salvación; el único propósito es hacer totalmente completos a aquellos que lo aman y hacerlos someterse a Su dominio(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes dejar de lado las bendiciones del estatus y entender la voluntad de Dios para traer la salvación al hombre). Esta lectura me aportó una sensación de paz. Creía haber ofendido a Dios de manera imperdonable, pero no era así. Si bien Dios estaba usando Sus palabras para juzgarme y revelarme, no me aborrecía ni me condenaba. Quería que me arrepintiera y me transformara. Pude apreciar el carácter justo de Dios, así como Su misericordia y tolerancia. Supe que esta vez tenía que buscar la verdad y corregir mi carácter corrupto.

Luego leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Para ser una persona honesta, primero debes exponer tu corazón de modo que todos puedan mirarlo, ver todo lo que estás pensando y contemplar tu verdadero rostro. No debes tratar de disfrazarte ni encubrirte a ti mismo. Solo entonces confiarán los demás en ti y te considerarán una persona honesta. Esta es la práctica más fundamental y un prerrequisito para ser una persona honesta. Si siempre estás fingiendo, aparentando santidad, nobleza, grandeza y un gran talante; si no permites que nadie vea tu corrupción y tus fallos; si presentas una falsa imagen de ti a las personas, para que crean que tienes integridad, que eres grande, abnegado, justo y desinteresado, ¿acaso no es esto engaño y falsedad? ¿No será capaz la gente de calarte, con el tiempo? Así que no te pongas un disfraz y no te encubras. En su lugar, ponte al descubierto y desnuda tu corazón para que los demás lo vean. Si puedes abrir tu corazón para que otros lo vean, si puedes exponer todos tus pensamientos y planes, tanto positivos y negativos, entonces ¿no es eso honestidad? Si puedes exponerte para que otros te vean, entonces Dios también te verá. Dirá: ‘Si te has expuesto para que otros te vean, por tanto, no cabe duda de que también eres honesto delante de Mí’. Pero si solo te expones delante de Dios, fuera de la vista de los demás, y siempre finges ser grande y noble, o justo y desinteresado cuando estás con ellos, entonces ¿qué pensará de ti? ¿Qué dirá Él? Dirá: ‘Eres una persona completamente taimada. Eres totalmente hipócrita y vil y no eres una persona honesta’. Así pues, Dios te condenará. Si deseas ser una persona honesta, entonces, ya estés delante de Dios o de otra gente, debes ser capaz de dar una descripción pura y sincera de tu estado interno y de las palabras en tu corazón. ¿Es esto fácil de lograr? Requiere un periodo de formación, así como oración frecuente a Dios y confianza en Él. Debes formarte para decir las palabras en tu corazón de un modo sencillo y sincero en todas las cosas. Con este tipo de formación, puedes progresar(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica verdaderamente fundamental de ser una persona honesta). Leer este pasaje de la palabra de Dios me ayudó a entender lo que Él quería de mí. Quería que fuera honesto; es decir, tenía que aprender a revelar mi corrupción y mis pensamientos sinceros ante los demás para que vieran mis debilidades y dificultades. Si seguía enalteciéndome sin revelar mis debilidades y fallos y, en cambio, siempre aprovechaba las enseñanzas y las reuniones para alardear, sería extremadamente deshonesto. Sería engañar a mis hermanos y hermanas. Descubrí que tenía que ser de todo punto honesto. También comprendí un poco mis ideas equivocadas. Creía que un líder debía ser una persona heroica sin debilidades, como un director entre la gente, un escalón por encima del resto, mejor que nadie. No obstante, esa no es la clase de líder que Dios quiere. Dios quiere gente sencilla y honesta. Las personas así saben sincerarse sobre su corrupción y sus defectos, y aman y practican la verdad. El objetivo de su enseñanza no es alardear, sino utilizar su propia experiencia para ayudar a los hermanos y las hermanas. Recordé lo dicho por el Señor Jesús: “Pero vosotros no dejéis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. […] Ni dejéis que os llamen preceptores; porque uno es vuestro Preceptor, Cristo. Pero el mayor de vosotros será vuestro servidor. Y cualquiera que se ensalce, será humillado, y cualquiera que se humille, será ensalzado(Mateo 23:8-12). Me di cuenta de que un líder hace el papel de siervo, un siervo con una gran responsabilidad. Pase lo que pase, siempre ha de tener en cuenta su responsabilidad: regar y apoyar a sus hermanos y hermanas, y buscar la verdad para ayudarlos a resolver problemas. Un líder no es un funcionario ni está por encima de nadie. No obstante, como líder, yo había estado simulando todo el tiempo, con la esperanza de que la gente me admirara y me venerara. ¿Acaso no iba eso en contra de las exigencias de Dios? Dios es el Creador y todo ser humano, por muy elevada o humilde que sea su posición, es un ser creado y debe adorar al Creador. Conocía mi función y mi responsabilidad: estar en la posición de un ser creado y cumplir adecuadamente con el deber. De ahí en adelante, cambié de mentalidad y empecé a practicar conscientemente para ser honesto. Cuando notaba que me estaba enalteciendo y alardeando, me sinceraba y exponía conscientemente mi corrupción y mis defectos. A veces era doloroso, pero me enseñaba lo deshonesto que era realmente. Entendí que había estado engañando a mis hermanos y hermanas. Cuanto más me sinceraba, mejor percibía mi esencia y estatura reales. Comprendí que nunca fui tan elevado ni poderoso como había creído. Antes, en todas mis enseñanzas con mis hermanos y hermanas me había situado por encima, alentado y ayudado a la gente con doctrinas, pero ahora comencé a compartir mi verdadero estado con mis hermanos y hermanas, y me sinceré con ellos en comunión. Al hacer esto, no me creía más inteligente que los demás. Por el contrario, era capaz de aprender de sus experiencias y de recibir iluminación y esclarecimiento de las enseñanzas de otros. Antes, casi no había prestado atención a las enseñanzas de nadie y suponía con arrogancia que yo era el que iluminaba al resto. Ahora que mantenía charlas sinceras con todos, era capaz de escuchar en serio las experiencias y el conocimiento que compartían los hermanos y las hermanas, dejé de ser tan altivo y engreído y fui capaz de tratar a los demás como iguales. Estaba adquiriendo un razonamiento normal, y era capaz de sincerarme durante la comunión en las reuniones. Le estoy muy agradecido a Dios por esta transformación.

Ahora, en ocasiones aún me sorprendo a mí mismo alardeando, lo que me demuestra hasta qué punto me ha corrompido Satanás, que no es algo pasajero, sino que lo llevo por dentro, en la sangre. Necesito leer más las palabras de Dios, experimentar el juicio y las revelaciones de Sus palabras, para así conocer mis corrupciones y faltas, para lograr renunciar a mi carácter satánico y ser salvada por Dios. ¡Gracias a Dios Todopoderoso!

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