Una compañera no es una rival

23 Oct 2022

Por Claire, Birmania

Al poco de aceptar la obra de Dios de los últimos días, empecé a practicar el riego a nuevos fieles. Como era entusiasta, activa y obtenía resultados en el deber, me eligieron líder de grupo. Luego fui diaconisa de evangelización. Según mis hermanos y hermanas, pese a ser joven, era bastante confiable, llevaba una carga en el deber y era responsable. Esto satisfacía mucho mi vanidad. En octubre de 2020, me convertí en líder de iglesia. Eso me hizo creer más aún que yo era alguien competente que perseguía la verdad.

Con el tiempo, una líder superior dispuso que la hermana Olivia trabajara conmigo. Mientras le explicaba a ella la situación de la iglesia, la líder habló de algunos problemas que existían en esta. Cuando Olivia lo oyó, dijo: “Hemos de descubrir la causa del problema y resolverlo pronto. Si no, eso entorpecerá el trabajo de la iglesia”. Sentí vergüenza cuando lo dijo, pues me preocupaba que Olivia me despreciara ya que esos problemas existían en mi trabajo. Durante los días posteriores, Olivia se informó sobre la manera en la cual los hermanos y hermanas cumplían sus deberes en la iglesia. Entonces, delante de varios colaboradores y de mis hermanos y hermanas, me comentó: “El diácono de evangelización y varios líderes de grupo con quienes me he reunido estos dos días no llevan una carga. Cuando los nuevos fieles tienen nociones y dificultades, los líderes de grupo no saben cómo subsanarlas ni las analizan proactivamente, sino que se atascan en las dificultades. Así no pueden regar bien a los nuevos fieles”. Me sentí algo reacia ante sus palabras, porque había varios líderes de grupo en cuya formación yo me centraba. Escucharla a ella hablar de esa manera sobre ellos hacía que pareciera que ninguno de ellos trabajaba bien. Me pareció que tal vez ella exigía demasiado. Pensé: “Acabas de llegar y no comprendes los detalles de la situación, pero igualmente te has puesto a criticar defectos. ¿Quieres demostrar que llevas una carga y sabes descubrir problemas? ¿Tratas de impresionar porque eres nueva aquí? Si sigues metiéndote en los problemas de mi trabajo, ¿no hundirás mi buena imagen a ojos de mis hermanos y hermanas?”. Reprimí la ira y dije: “Tienes razón respecto a estos problemas. Ahora bien, los líderes de grupo y el diácono de evangelización afrontan dificultades reales, por lo que a veces no se hace un buen seguimiento del trabajo, y hemos de ser comprensivos”. Tras escucharme, alegó: “Estas dificultades pueden resolverse enseñando la verdad. Si son capaces de aceptarla y comprenden la intención de Dios, llevarán una carga y serán responsables en el deber. La clave es si les enseñamos o no la verdad para resolver estos problemas”. Yo me enojé todavía más, y pensé: “¿Estás diciendo que no soy capaz de resolver estos problemas enseñando la verdad?”. Cambié totalmente de opinión sobre Olivia. Ya no la consideraba una compañera o alguien que pudiera ayudarme, sino una adversaria. Pensaba: “Si esto continúa, tarde o temprano ella tomará el mando en el trabajo. La líder soy yo y ella está aquí solo para cooperar conmigo. Es mejor que yo en todos los sentidos y siempre me abochorna. Así, ¿cómo puedo tener dignidad yo? ¿Y qué opinarán de mí mis hermanos y hermanas?”. Después ya no quería trabajar más con ella ni hablarle.

Una vez, en una reunión de colaboradores, leímos la palabra de Dios que revela que los falsos líderes no hacen un trabajo real. Olivia reflexionó, compartió lo que entendía sobre sí misma y explicó que ya llevaba un tiempo en la iglesia, pero que, como no había hecho ningún trabajo real, no se podían resolver a tiempo las dificultades de los nuevos fieles. Afirmó que eso hacía que ellos vivieran constantemente con ellas, y que no sabían cómo practicar la verdad, lo que demoraba su crecimiento en la vida. Aunque Olivia estaba hablando de su autoconocimiento, a mí me parecía que estaba poniendo en evidencia que yo no hacía ningún trabajo real. Me puse a conjeturar qué quería decir: “Hablas de estos problemas para informar a todos adrede sobre los problemas de mi trabajo, ¿verdad? Antes, los hermanos y hermanas tenían una buena impresión de mí, pero ahora que me has dejado en evidencia de esta manera, es como si estuvieras dañando mi imagen deliberadamente, ¿no es así? ¿Qué opinarán de mí ahora?”. En ese momento era muy reacia y quería marcharme, pero temí que eso fuera algo irracional, así que me obligué a quedarme hasta el final. Esa noche, Olivia acudió a mí para debatir quién llevaba una carga que pudiéramos formar como líder del equipo de riego. Ante su pregunta me sentí muy reacia y pensé: “¿Quedan candidatos adecuados? Has rechazado a todos los buenos. Hablas abiertamente sobre los problemas que existen en nuestra iglesia, no solo aquí, sino también delante de hermanos y hermanas de otras iglesias. Ahora otras iglesias saben que no hago un trabajo real. ¿Por qué no consideras mis sentimientos antes de hablar? ¡Creo que me estás atacando adrede!”. Comenté con severidad: “¡Desde que llegaste, nadie más lleva una carga!”. Me respondió en voz baja: “Entonces, ¿quieres decir que yo no debería estar aquí?”. Me di cuenta de que fui demasiado impulsiva y que no debería haber dicho eso, así que contesté de inmediato que no. Ambas enmudecimos durante un rato antes de poder continuar debatiendo el trabajo. Luego, al pensar en lo que le había dicho a mi hermana, me sentí algo culpable. El hecho de que Olivia hubiera descubierto problemas en nuestro trabajo demostraba que sabía llevar una carga. ¿Cómo pude hablarle de ese modo? Quise pedirle disculpas una vez finalizada la conversación, pero se me olvidó en cuanto me ocupé con el trabajo.

Más adelante, cuando veía que la líder superior consultaba todos los asuntos con Olivia, me sentía muy incómoda: “También yo soy líder. ¿Qué opinarán de mí mis hermanos y hermanas? ¿Dirán que soy una líder inútil y que soy innecesaria?”. Me parecía que Olivia me robaba protagonismo y le tenía celos. Pensaba: “Si ella no hubiera venido, la líder debatiría el trabajo conmigo”. También reflexionaba sobre el hecho de que Olivia ya dominaba todo el trabajo, creía en Dios desde hacía mucho y comprendía más la verdad que yo. Además, había señalado los problemas de mi trabajo delante de mis hermanos y hermanas, por lo que no tenía ni idea de qué opinaban ellos de mí ahora. Al pensar en estas cosas, me sentía en crisis. Me preocupaba que Olivia se robara mi puesto. Cuanto más lo pensaba, mayor insatisfacción sentía, y tenía el deseo de vengarme de ella: “Como no te importan mis sentimientos, a partir de ahora no te lo pondré fácil”. Recuerdo que una vez estábamos debatiendo el trabajo, y después de que Olivia expresara su opinión, me pidió consejo a mí. La ignoré y le puse peros a su organización del trabajo alegando que esto y aquello no funcionaría para buscar adrede complicarle las cosas. Una vez estábamos debatiendo un trabajo cuya principal responsable era Olivia. En aquel momento yo entendía claramente cómo resolver el problema, pero no quise hacer sugerencias. Llegué a pensar: “Mejor si fracasa lo que tú organices. Así todos sabrán que no eres capaz de ocuparte de las cosas, y la líder verá que se equivoca al hablar siempre contigo en lugar de conmigo”. Después hizo varias sugerencias, las cuales rechacé en su totalidad. Al ver que ella no sabía cómo resolverlo y que quería que yo le diera consejos, por dentro me sentí encantada. Pensé: “No sabes ni organizar bien un trabajo como este y todavía tienes el descaro de señalar con el dedo el mío”. La líder vio que mi comportamiento no era correcto y me recordó que tenía que trabajar en armonía con Olivia; si no, se demoraría el trabajo de la iglesia. Tras oír a mi líder, en el fondo me sentí algo culpable. Cuando estábamos encallados en nuestra labor, yo no llevaba la carga de resolverlo. En cambio, esperaba y me burlaba. No protegía para nada la labor de la iglesia. Una vez que me di cuenta, rectifiqué mi mentalidad y participé en los debates, pero, por la demora anterior, la organización del trabajo se realizó muy tarde.

Una noche se me acercó la líder a señalarme mis problemas. Me dijo: “Anhelas en exceso el prestigio y el estatus. Compites con Olivia por la reputación. Al debatir el trabajo, no aceptas ninguna opinión que proponga ella. Las refutas todas. Olivia se siente limitada por ti y no sabe cómo cooperar contigo. Has de hacer introspección”. Tras oír a mi líder me sentí muy triste y agraviada: “¿Por qué denunciaba Olivia mis problemas a mis espaldas? Si realmente quisiera ayudarme, podría contármelos en persona. Ahora la líder conoce mis problemas y tal vez me destituya”. Tan pronto como lo pensé, me sinceré sobre mi estado con la líder. Incluso me ofrecí a admitir la responsabilidad y renunciar para no seguir demorando el trabajo de la iglesia. Conforme hablaba de mi renuncia, casi se me partía el corazón. Creía estar a punto de perder mi deber. La líder compartió conmigo y me dijo: “Cuando tenemos problemas, no podemos eludirlos. Hemos de buscar la verdad y hacer introspección. El hecho de que Olivia descubra problemas en el trabajo indica que puede llevar una carga. ¿Eso no es beneficioso para la labor de la iglesia? ¿Por qué no puedes considerarlo de forma correcta? Siempre le tienes celos y temes que te supere. Esto demuestra tu excesivo anhelo de estatus”. Después de la enseñanza de mi líder, comprendí que realmente yo tenía un anhelo excesivo de prestigio y estatus. Tenía que buscar la verdad para corregir mi estado. No podía continuar sintiéndome negativa y reacia.

Más tarde leí un pasaje de las palabras de Dios, y logré entender un poco el carácter corrupto que había exhibido. Dicen las palabras de Dios: “Los anticristos piensan que quien los deja en evidencia, sencillamente, les está complicando la vida, por lo que compiten y luchan con cualquiera que los deje en evidencia. Debido a esta clase de naturaleza de los anticristos, nunca son amables con quien los poda, ni lo toleran o soportan, y ni mucho menos sienten gratitud ni elogian a quien lo haga. En cambio, si alguien los poda y les hace perder dignidad y prestigio, albergarán odio hacia esta persona en su fuero interno y querrán hallar la ocasión de vengarse. ¡Cuánto odio sienten hacia los demás! Esto es lo que piensan y lo dirán abiertamente delante de ellos: ‘Hoy me has podado. Bien, ahora nuestra animadversión está grabada en piedra. Tú sigue tu camino, y yo, el mío, ¡pero te juro que me vengaré! Si me confiesas tu culpa, inclinas la cabeza ante mí o te arrodillas y me suplicas, te perdonaré; si no, ¡jamás olvidaré esto!’. Sin importar lo que digan o hagan los anticristos, nunca entienden la poda amable de alguien, ni su ayuda sincera, como el advenimiento del amor y la salvación de Dios. Por el contrario, lo consideran una señal de humillación y el momento en el que estuvieron más avergonzados. Esto demuestra que los anticristos no aceptan la verdad en absoluto, que su carácter es el de sentir aversión por la verdad y odiarla(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VIII)). Dios revelaba que, cuando se poda a los anticristos, estos no solo no lo aceptan, sino que comienzan a odiar a la persona que los podó y quieren venganza. Vi que los anticristos no aceptan la verdad, sienten aversión por ella y la odian. Antes, cuando veía la palabra “venganza”, me parecía un enfoque desalmado. No creía que yo manifestara crueldad y que fuera capaz de hacer ese tipo de cosas. Solo los anticristos y las personas malvadas se vengaban de los demás. Recordé mi propia conducta: ¿no era la misma que la de los anticristos? Cuando Olivia señaló los problemas de mi trabajo delante de mis colaboradores, hermanos y hermanas, sentí dañada mi imagen, por lo que comencé a tener prejuicios y a ser reacia hacia ella. En una reunión, Olivia se percató de que ella no hacía un trabajo real según las palabras de Dios, y a mí me pareció que, al hablar de su autoconocimiento, estaba exponiendo adrede los problemas de mi trabajo, por lo que mis prejuicios hacia ella no hicieron sino aumentar. Llegué a atacarla diciéndole que nadie más llevaba una carga desde que ella llegara. Al ver que la líder siempre debatía el trabajo con ella, creía que me habían robado el protagonismo. Para vengarme de ella, no expresaba ninguna sugerencia cuando debatíamos el trabajo, y cuando Olivia expresaba sus ideas y sugerencias, las criticaba y la rechazaba, así que era imposible que avanzara el trabajo. Consideraba rival a mi hermana. Por conservar mi reputación y estatus, llegué a ser capaz de atacarla y vengarme de ella. ¿No revelaba un carácter igual que el de un anticristo? Además, pensé en el hecho de que señalara problemas reales de mi trabajo. Si yo hubiera buscado la verdad para hacer introspección y revertir los errores, podrían haberse resuelto enseguida los problemas. Eso habría sido beneficioso para nuestro trabajo. Sin embargo, no solo no lo acepté, sino que también quise vengarme de mi hermana. ¡Realmente no merecía el calificativo de creyente en Dios!

Después leí otros dos pasajes de la palabra de Dios que me hicieron comprender la esencia y las consecuencias de esta conducta. Las palabras de Dios dicen: “Una de las principales características de la naturaleza de los anticristos es la crueldad. ¿Qué significa ‘crueldad’? Significa que tienen una actitud particularmente perversa con respecto a la verdad: no solo no se someten a ella, y se niegan a aceptarla, sino que incluso condenan a los que los podan. Ese es el carácter cruel de los anticristos. Los anticristos piensan que quien acepta ser podado es propenso a ser intimidado, y que las personas que siempre están podando a los demás son las que desean siempre fastidiar e intimidar a la gente. Por tanto, un anticristo se resistirá a aquel que lo pode, y le hará pasar un mal rato a esa persona. Y quienquiera que saque a relucir las deficiencias o la corrupción de un anticristo, o que comparta con él la verdad y las intenciones de Dios, o que le haga conocerse a sí mismo, para él será una persona que le está haciendo la vida imposible y la encuentra desagradable. Odian a esa persona desde el fondo de su corazón, y se vengarán de ella y le pondrán las cosas difíciles. […] ¿Qué clase de persona posee un carácter tan cruel? Las que son malvadas. Es un hecho que los anticristos son personas malvadas. Por tanto, solo las personas malvadas y los anticristos poseen un carácter tan cruel. Cuando una persona cruel se enfrenta a cualquier clase de exhortación, acusación, enseñanza o ayuda bienintencionada, su actitud no es mostrarse agradecido ni aceptarlo con humildad, sino enrabietarse de la vergüenza y sentir una extrema hostilidad, odio e incluso tomar represalias(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VIII)). “Los anticristos consideran que su propio estatus y reputación son más importantes que cualquier otra cosa. Estas personas no solo son falsas, astutas y perversas, sino también extremadamente crueles. ¿Qué hacen cuando detectan que su estatus está en peligro o cuando han perdido su lugar en el corazón de la gente, su respaldo y afecto, cuando esa gente ya no les venera ni admira, cuando han caído en la ignominia? De repente, cambian. En cuanto pierden su estatus, se vuelven reacios a cumplir cualquier deber, todo lo que hacen es superficial, y no tienen ningún interés en hacer nada. Pero esta no es su peor expresión. ¿Cuál es entonces? En cuanto estas personas pierden su estatus, y nadie las admira ni se deja desorientar por ellas, salen el odio, los celos y la venganza. No solo no tienen un corazón temeroso de Dios, sino que también carecen siquiera de un ápice de sumisión. En sus corazones, asimismo, son propensos a odiar a la casa de Dios, a la iglesia, y a los líderes y obreros, anhelan que la obra de la iglesia tenga problemas o se paralice, quieren reírse de la iglesia y de los hermanos y hermanas. También odian a cualquiera que persiga la verdad y tema a Dios. Atacan y se burlan de cualquiera que sea leal en su deber y esté dispuesto a pagar un precio. Este es el carácter de los anticristos, ¿acaso no es cruel? Se trata claramente de gente malvada; en esencia, los anticristos son personas malvadas(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (II)). Términos como “cruel” y “gente malvada” me atemorizaron y me angustiaron. No esperaba que estos términos se refirieran a mí. Mi imagen se vio dañada porque Olivia señaló los problemas de mi trabajo. La ataqué y me vengué de ella, la abochorné adrede cuando debatíamos el trabajo y le critiqué los defectos de su organización del trabajo. Ni siquiera expliqué cómo resolver un problema que tenía ella en el trabajo, aunque sabía cómo, porque quería abochornarla y reírme de ella. Cuando la líder me reveló y podó, no solo no hice introspección, sino que además la odié por denunciar mis problemas. Era negativa y reacia, sacaba mi ira en el deber y hasta quise renunciar y dejar de cumplirlo. Mostraba lo mismo que un anticristo: ¡un carácter cruel! Creía en que “Yo no ataco a menos que me ataquen” y en: “Si eres desagradable conmigo, yo te haré daño”. Cuando alguien afectaba a mis intereses y mi imagen, lo odiaba, lo atacaba y me vengaba de él. Me acordé de que una vez, antes de creer en Dios, tuve un conflicto con una amiga y ella habló mal de mí a otra persona. Me enojé mucho y pensé: “Si eres desagradable conmigo, yo te haré daño”. A escondidas, le dije a esa otra persona: “¿Cómo puedes ser tan tonto? ¿Por qué eres tan amable con ella? ¡Ni siquiera sabes que dice cosas malas de ti a tus espaldas!”. Creía que era débil si no me vengaba del acoso. Vivir según estas filosofías me hacía egoísta y cruel, distorsionaba mi pensamiento y me incapacitaba para discernir el bien del mal. Al reconocerlo, sentí que era horrenda. Si no abordaba mi crueldad, solo podría cometer más maldad, ¡y Dios me desdeñaría y descartaría! Oré a Dios en silencio: “Dios mío, gracias al juicio y la revelación de Tu palabra puedo ver que soy de mala humanidad y muy cruel. Quiero arrepentirme y practicar la verdad para transformarme. Por favor, guíame”.

Luego leí en la palabra de Dios: “Cuando alguien dedica algo de tiempo a supervisarte u observarte, o logra entenderte a un nivel profundo, trata de conversar contigo de corazón a corazón y averiguar tu estado durante este tiempo; e incluso a veces, cuando su actitud es algo más dura y te poda, disciplina y te reprueba un poco, hace todo esto porque tiene una actitud meticulosa y responsable hacia el trabajo de la casa de Dios. No deberías albergar ningunos pensamientos ni emociones negativos al respecto. ¿Qué significa que puedas aceptar que otros te supervisen, te observen y traten de entenderte? Que, en tu interior, aceptas el escrutinio de Dios. Si no aceptas la supervisión, la observación ni los intentos por entenderte de la gente, si te resistes a todo esto, ¿puedes aceptar el escrutinio de Dios? El escrutinio de Dios es más detallado, profundo y preciso que cuando la gente trata de entenderte; los requisitos de Dios son más específicos, exigentes y profundos. Si no eres capaz de aceptar que el pueblo escogido de Dios te supervise, ¿no son vacías tus afirmaciones de que puedes aceptar el escrutinio de Dios? Para que puedas aceptar el escrutinio y el examen de Dios, primero debes aceptar que la casa de Dios, los líderes y obreros o los hermanos y las hermanas te supervisen(La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (7)). “Sin importar los problemas que tengas o la corrupción que reveles, siempre debes reflexionar y conocerte a ti mismo a la luz de las palabras de Dios o pedir a los hermanos y hermanas que te señalen estas cosas. Lo más importante es que aceptes el escrutinio de Dios, te presentes ante Él y le pidas que te ilumine y esclarezca. No importa qué método utilices: descubrir los problemas a tiempo y luego resolverlos es el efecto que se logra mediante la autorreflexión, y es lo mejor que puedes hacer. ¡No debes esperar hasta que Dios te haya revelado y descartado para sentir remordimiento, ya que será demasiado tarde para arrepentirte!(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 7: Son perversos, insidiosos y falsos (I)). Hasta que no leí las palabras de Dios no comprendí que la supervisión y la guía que me ofrecen mis hermanos y hermanas es solo porque son serios y responsables en el trabajo. Yo debía aceptarlo de parte de Dios y aprender a aceptar y obedecer. Solo así aceptamos el escrutinio de Dios y tenemos un corazón que le teme. Cuando mi hermana descubrió mis problemas y me los señaló, lo hizo para ayudarme y favorecerme. Mi experiencia vital era demasiado superficial. Los nuevos fieles tenían problemas en el deber, pero yo no sabía enseñarles la verdad para resolverlos y, muchas veces, simplemente organizaba el trabajo para que se completara y así lo dejaba, sin seguimiento ni ayuda posteriores. No se habían logrado resultados en el trabajo. No captaba los principios de organización del personal y la ineptitud de ciertas personas era difícil de evitar. Olivia comprendía algo la verdad y tenía claras algunas cuestiones, por lo que, de haber cooperado en la labor de la iglesia, eso no solo habría favorecido el trabajo, sino que además yo habría aprendido de ella y habría mejorado. Fue entonces cuando entendí por qué nos exigía Dios que cooperáramos en el deber, en vez de hacerlo en solitario: porque la gente tiene un carácter corrupto y muchos defectos. Hemos de supervisarnos entre nosotros, guiarnos y ayudarnos. Esta es la única manera de evitar los errores. Me sentí sumamente culpable al pensarlo. No podía seguir viviendo por el prestigio y el estatus. Tenía que aprender a renunciar a mí misma, aceptar la supervisión y la guía de otras personas, cooperar con mi hermana, buscar la verdad y resolver juntas los problemas de trabajo, y cumplir bien con el deber.

Después me enviaron a otra iglesia a cumplir con el deber. Separada de Olivia, sentía muchos remordimientos. Así pues, oré a Dios en silencio para decir que, desde entonces, quería cumplir bien con el deber y centrarme en enderezar mis actitudes corruptas. En una ocasión, le pedí a la hermana Esther, la encargada del riego, que me explicara qué tal iban las reuniones de nuevos fieles. Esther me advirtió: “Siempre vas a otras reuniones y rara vez vienes a las de nuevos fieles, con lo que parece que la líder está ausente. No te conoce ninguno de los hermanos y hermanas. No te resulta fácil seguir su trabajo o resolver sus estados y dificultades”. Me quedé anonadada al oírle decir eso y noté que me estaba ruborizando. Pensé: “¿Cómo puedes calificarme de líder ausente? ¿Acaso quieres decir que no hago un trabajo real y que soy una inútil? ¡Eres demasiado dura! No es que no trabaje; hago seguimiento de otros trabajos. Ya que te encargas de este grupo, deberías hacerte responsable de él. No tengo que ser yo la que lo haga todo. Si los líderes superiores escuchan lo que dices, ¿no creerán que no hago un trabajo real? Así no puede ser. Tengo que encontrar errores en tu trabajo que contar”. Al pensarlo me di cuenta de que mi estado era incorrecto. Mi hermana estaba señalando problemas en mi trabajo y, en vez de admitirlos y reflexionar, la consideraba demasiado dura y quería encontrar problemas en su labor para refutarla. Estaba negándome a aceptar la verdad e intentando vengarme otra vez. Inmediatamente oré en silencio a Dios: “Dios mío, Esther me señaló un problema y yo en el fondo fui reacia, lo que se opone a Tu intención. Deseo aceptarlo, obedecer y hacer introspección”. Tras orar, reflexioné y me di cuenta de que realmente tenía un problema. Dependía mucho de Esther. Creía que, con ella a cargo del riego a nuevos fieles, yo podría relajarme, así que no intervenía. Como líder de iglesia, rara vez lograba conocer los estados y dificultades reales de los nuevos fieles. No cumplía mis responsabilidades. Esta era una auténtica manifestación de ausencia de trabajo real. Luego le dije a Esther: “Antes no me daba cuenta de este problema, pero quiero cambiarlo”. Después, me ponía en contacto real con los nuevos fieles, asistía a sus reuniones y les brindaba enseñanzas que corrigieran sus estados. Me sentía muy tranquila cumpliendo así con el deber.

Con esta experiencia me di cuenta de que, al practicar según la palabra de Dios y aprender a aceptar la supervisión, la guía y la poda de mis hermanos y hermanas, podía transformarme de verdad un poco. ¡Gracias a Dios!

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