Mi despertar de la arrogancia

23 Feb 2022

Por Juan, Italia

Empecé a predicar el evangelio en 2015 y, con la guía de Dios, tuve cierto éxito. A veces, las personas a quienes predicaba tenían sólidas nociones y no querían estudiar más a fondo el evangelio. Así pues, oraba y me amparaba en Dios, y les enseñaba pacientemente la verdad y enseguida aceptaban la obra de Dios de los últimos días. Tras cierto éxito en mi deber, sentí que era mejor que otros hermanos y hermanas, una especie de talento inusual.

Mi compañero Guillermo y yo asumimos entonces la labor de riego de sendas iglesias. La mía era una iglesia grande y tenía bastantes miembros, por lo que, al principio, siempre oraba y me amparaba en Dios y debatía las cosas con los hermanos y las hermanas. Al poco tiempo, las cosas comenzaron a ir bien. La mayoría de los hermanos y las hermanas asistían a las reuniones con regularidad y eran muy activos en el deber. Me sentía bastante satisfecho de mí mismo. Pensaba que, incluso con una iglesia tan grande y tantos miembros, estaba logrando resultados rápidos, así que parecía que debía de tener algo de aptitud. Además, veía que la labor de riego de Guillermo no iba muy bien, que algunos regadores de su iglesia no eran idóneos y era necesario modificar su deber, y otros necesitaban enseñanzas por estar en un estado negativo. Así pues, yo lo menospreciaba un poco y pensaba que solo podría resolver esos problemas con mi ayuda. Después empecé a implicarme en su trabajo, a informar a todos sobre errores y fallas en las reuniones, a enseñar las palabras de Dios para ayudar a otros con sus estados negativos, y a cambiar de deber a los miembros que no eran idóneos. Muy pronto se recuperó el trabajo. Al ver lo rápido que había resuelto nuestros problemas, me sentí aún más indispensable, como si fuera algún tipo de talento inusual. Después de eso mi arrogancia no paró de aumentar. A menudo me quejaba de que los hermanos y las hermanas no se entregaban de corazón al deber y los reprendía diciendo: “Se ha producido una gran demora en el trabajo de riego. ¿Hay una sola persona que preste atención a la voluntad de Dios y que haga bien su trabajo? Todos han sido tremendamente irresponsables y desorganizados. Es bueno que se haya progresado un poco en estas dos semanas; si no, ¿quién sería capaz de responsabilizarse de esta demora?”. Nadie se atrevió a decir nada. Me preguntaba si mi reacción era inadecuada, pero luego pensé que no se preocuparían a menos que adoptara un tono firme. Como a menudo despreciaba a mis hermanos y hermanas, los reprendía y les mandaba hacer lo que yo dijera cuando encontraba problemas o defectos en su trabajo, con el paso del tiempo se distanciaron de mí y apenas me hablaban de nada que no fueran cuestiones de trabajo. A veces estaban hablando y riendo juntos, pero en cuanto aparecía yo, se dispersaban como si me tuvieran miedo. Y como les daba miedo meter la pata y que los reprendiera, me preguntaban primero siempre que surgía algo y esperaban a mi decisión. Yo sí me sentía un tanto incómodo con la situación. Me preguntaba si era autoritario e iba por la senda de un anticristo. No obstante, luego pensaba que tenía que ser firme en el trabajo. Nadie haría caso si no era un poco duro con ellos. ¿Adónde íbamos a llegar entonces? Para mí, anunciar directamente los problemas significaba que tenía sentido de la justicia. Posteriormente, mi arrogancia aumentó todavía más y tenía que tener la última palabra en todo, lo grande y lo pequeño, y tenía que hacer el seguimiento de la asignación y organización de los miembros, porque creía que no había nadie en el equipo tan capaz como yo. Incluso cuando sí debatía las cosas con ellos, siempre acabábamos haciendo lo que yo quería, por lo que, si decidía en el acto, pensaba que podíamos ganar tiempo. En ocasiones venía mi líder a una reunión, pero yo no me preocupaba y pensaba: “¿Y qué que seas líder? ¿Sabes predicar el evangelio y dar testimonio? ¿Sabes cumplir correctamente con al menos un aspecto de este trabajo? Si solo sabes enseñar en las reuniones, sin hacer un trabajo práctico, no estás a mi altura”. Así, siempre que el líder me preguntaba qué tal nuestro trabajo, yo hablaba más cuando me apetecía; si no, le lanzaba solo un par de palabras. Pensaba que no era necesario hablarlo, pues, a fin de cuentas, yo era el que lo iba a hacer. El líder expuso mi arrogancia, diciendo que siempre tenía la última palabra y que no trabajaba bien con los hermanos y las hermanas. Al ser tratado y podado de este modo, admití delante de él que era arrogante, pero realmente no hice caso. Creía tener buena aptitud y que era capaz, por lo que, mientras hiciera bien el trabajo, ¿a quién le importaba que fuera un poco arrogante? Además, era el que encabezaba la mayor parte del trabajo de la iglesia; ¿qué iban a hacer entonces? ¿Despedirme? De ninguna manera acepté el trato y la poda del líder hacia mí y seguí cumpliendo con el deber como me daba la gana, encargándome de todo, hasta que Dios me dejó en evidencia.

En una ocasión, una iglesia recientemente fundada necesitaba más gente para riego y, sin debatirlo con Guillermo y los demás, dispuse que una hermana fuera a ayudarlos. Supuse que, por lo general, estaban de acuerdo con mis sugerencias, así que era correcto que decidiera por mi cuenta. Sin embargo, me sorprendió descubrir que como esa hermana tenía una comprensión de la verdad demasiado superficial, no estaba capacitada para el trabajo y no podía resolver problemas prácticos. Eso era un impedimento grave para la labor de la iglesia y posteriormente fue necesario asignarla a otro deber. Pero continué sin hacer introspección. Después, debido a mi tenaz arrogancia y a que no buscaba los principios verdad en mi deber ni guiaba a los demás para que siguieran los principios en el suyo, todos corrían de aquí para allá sin resultados reales. Eso entorpecía mucho el progreso del trabajo. Aun así, seguía sin tomar conciencia alguna de mis problemas, sino que culpaba a los demás por no asumir una carga. Durante un tiempo, tuve un mal presentimiento indescriptible, como si estuviera a punto de ocurrir algo terrible. No sabía qué decir en las reuniones ni en oración, me daba sueño en las reuniones de trabajo y no tenía idea de nada. Tenía cierta confusión mental y no tenía energía para nada, sino que solo quería descansar. Me percaté de que había perdido la obra del Espíritu Santo, pero no sabía por qué. Oré a Dios para pedirle que me ayudara a comprenderme.

Unos días después, mi líder vino a una reunión y trató conmigo y expuso mi comportamiento. Dijo: “Eres arrogante. Siempre reprendes con altivez a la gente, la limitas y a menudo presumes de veteranía. No escuchas a nadie y es difícil trabajar contigo. Además, haces lo que quieres sin debatirlo con nadie, eres arbitrario y autoritario. A tenor de tu conducta, hemos decidido destituirte”. Cada una de sus palabras me llegó directa al corazón. Recordé cómo me había estado comportando. Siempre había ido a mi aire y había sido dictatorial. ¿No era igual que un anticristo? Esa idea me asustó mucho, y pensé: “¿Está Dios delatándome y descartándome? ¿Así van a acabar mis años de fe?”. Durante unos días me sentí como un zombi. Me embargaba el miedo desde que me despertaba y no sabía cómo afrontar el día. Oraba a Dios: “Dios mío, sé que en esto se halla Tu voluntad benevolente, pero no sé cómo salir adelante. Oh, Dios mío, estoy muy deprimido. Te ruego esclarecimiento para conocer Tu voluntad”. Luego leí estas palabras de Dios: “A Dios no le preocupa lo que te ocurre cada día, ni cuánto trabajo haces ni cuánto esfuerzo inviertes; lo que mira es tu actitud hacia estas cosas. ¿Y con qué guardan relación la actitud con que haces estas cosas y la forma en que las haces? Guardan relación con el hecho de si buscas o no la verdad y, además, con tu entrada en la vida. Dios se fija en tu entrada en la vida, en la senda por la que vas. Si vas por la senda de búsqueda de la verdad y tienes entrada en la vida, sabrás cooperar en armonía con los demás en el deber y cumplirás fácilmente con él de manera adecuada. Sin embargo, si en el cumplimiento de tu deber recalcas constantemente que tienes capital, que entiendes tu ámbito de trabajo, que tienes experiencia, que eres consciente de la voluntad de Dios y que buscas la verdad más que nadie; y si piensas que por estas cosas estás cualificado para tener la última palabra, no debates nada con nadie, siempre haces lo que te da la gana, te dedicas a gestionar por tu cuenta y siempre quieres lucirte, entonces, ¿vas por la senda de entrada en la vida? No, eso es ir en pos del estatus, ir por la senda de Pablo, no por la senda de entrada en la vida(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el desempeño adecuado del deber?). “Había una persona que llevaba unos años predicando el evangelio y tenía cierta experiencia en ello. Padeció muchas dificultades mientras lo difundía e incluso la encarcelaron y condenaron a muchos años de prisión. Después de salir, continuó difundiendo el evangelio y se ganó a varios cientos de personas, algunas de las cuales resultaron ser de notable talento; algunas incluso fueron elegidas líderes u obreras. En consecuencia, esta persona se creía merecedora de grandes elogios y usaba esto como un capital del que se jactaba dondequiera que iba, mientras presumía y daba testimonio de sí misma: ‘Pasé ocho años en la cárcel y me mantuve firme en el testimonio. Me he ganado a muchas personas mientras difundía el evangelio, algunas de las cuales son ahora líderes u obreras. En la casa de Dios merezco honor, he contribuido’. Allá donde estuviera difundiendo el evangelio, se aseguraba de jactarse ante los líderes u obreros del lugar. Además, decía: ‘Debéis escuchar lo que yo diga; incluso vuestros líderes superiores deberán ser educados cuando me hablen. Le daré una lección al que no lo sea’. Esta persona es igual que un matón, ¿me equivoco? Si alguien así no hubiera difundido el evangelio ni se hubiera ganado a esa gente, ¿se le ocurriría ser tan flagrante? Sí, en efecto. Que pueda ser tan flagrante demuestra que esto está en su naturaleza. Se trata de su esencia naturaleza. Se vuelve tan arrogante que carece de todo sentido. Tras difundir el evangelio y ganarse a algunas personas, su naturaleza arrogante se hincha y se vuelve aún más flagrante. Dichas personas se jactan de su capital dondequiera que van, tratan de reclamar el mérito dondequiera que van e incluso presionan a líderes de diversos niveles, con quienes intentan estar en igualdad de condiciones, y llegan a pensar que ellas mismas deberían ser líderes superiores. En función de lo que manifiesta la conducta de alguien así, todos debemos tener claro qué tipo de naturaleza tiene y cuál es su final probable. Cuando un demonio se infiltra en la casa de Dios, hace un poco de servicio antes de mostrar su verdadera cara; no escucha sin importar quién trate con él o lo pode, e insiste en luchar contra la casa de Dios. ¿Cuál es la naturaleza de sus actos? A ojos de Dios, está cortejando a la muerte y no descansará hasta que se haya matado. Esta es la única manera apropiada de decirlo(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). Leer estas palabras de Dios me hizo temblar de miedo. Sentía que Dios me delataba cara a cara, que revelaba mi estado y los secretos más profundos que yo jamás había contado a nadie. Esos años de predicar el evangelio había logrado algunos resultados, así que creía haber contribuido enormemente, que era un talento inusual, y a menudo llevaba la cuenta de todo cuanto había hecho. Creía que merecía cierto crédito en la iglesia y que era un pilar de la iglesia. Consideraba estas cosas mi capital personal y menospreciaba arrogantemente a todos. Además, me gustaba reprender con desdén a la gente, lo que limitaba a los hermanos y las hermanas. Tenía que tener la última palabra en todo y no cooperaba en el deber, sino que era autoritario y hacía lo que quería, lo que demoraba y obstaculizaba gravemente la labor de la iglesia. No hice caso ni cuando el líder trató conmigo. Hasta alardeaba de mi veteranía. Lo menospreciaba y pensaba que él no era mejor que yo. No quería aceptar su supervisión ni su guía. Quería decidirlo todo por mi cuenta. Reprendía a los hermanos y las hermanas cuando no cumplían mis expectativas, y les decía cosas como: “Serán despedidos y descartados si no cumplen correctamente con el deber”. Eso los mantenía obsesionados con el trabajo, por miedo a ser tratados y perder su deber si metían la pata y a vivir en un estado incorrecto. ¿Eso era cumplir con el deber? ¿No era hacer el mal, resistirse a Dios? Esa idea me asustó mucho. Jamás imaginé que cometería semejante maldad, que limitaría y heriría tanto a los hermanos y las hermanas, que entorpecería y perturbaría la labor hasta ese punto. Luchaba contra Dios, pero creía estar cumpliendo con el deber para satisfacerlo. ¡Era tan ciego, ignorante e irracional! En las palabras de Dios descubrí que esa conducta supone cortejar a la muerte. En la frase de Dios “está cortejando a la muerte”, me hice una idea de cuánto indigna, repugna y repele a Dios esa clase de persona. Era desgarrador, como si Dios me hubiera condenado a muerte. Me creía capaz de sacrificarlo todo por el deber, que siempre había cumplido con éxito con él, por lo que seguro que Dios me daba Su aprobación y apenas tenía importancia un poquito de arrogancia, pero luego me di cuenta de que, si no buscaba la verdad y fracasaba en tener un cambio de carácter, por mucho que me sacrificara o lograra en el deber, no era más que un hacedor de servicio. El juicio y la revelación de las palabras de Dios me mostró Su carácter justo, que no puede ser ofendido. Comprobé que Dios tiene unos principios perfectos para Sus actos. Si una persona logra cosas en el mundo, puede que tenga cierto capital y ventaja, pero en la casa de Dios imperan la verdad y la justicia. Aprovechar el capital y la ventaja en la iglesia supone ajusticiarte a ti mismo y ofende Su carácter.

Después estuve reflexionado sobre por qué creí tener cierto capital y comencé a volverme muy imprudente, arrogante y dictatorial tras lograr algunas cosas en el deber. ¿Qué clase de naturaleza me controlaba? Leí lo siguiente en las palabras de Dios: “Si, en el fondo, realmente comprendes la verdad, sabrás cómo practicarla y obedecer a Dios y, naturalmente, te embarcarás en la senda de búsqueda de la verdad. Si la senda por la que vas es la correcta y conforme a la voluntad de Dios, la obra del Espíritu Santo no te abandonará, en cuyo caso serán cada vez menores las posibilidades de que traiciones a Dios. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; harían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibieras constantemente; te harían despreciar a los demás, no dejarían a nadie en tu corazón más que a ti mismo; te quitarían el lugar que ocupa Dios en tu corazón, y finalmente harían que te sentaras en el lugar de Dios y exigieras que la gente se sometiera a ti y harían que veneraras tus propios pensamientos, ideas y nociones como la verdad. ¡Cuántas cosas malas hacen las personas bajo el dominio de esta naturaleza arrogante y engreída!(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). “Hay muchos tipos de actitudes corruptas incluidas en el carácter de Satanás, pero el más obvio y que más destaca es el carácter arrogante. La arrogancia es la raíz del carácter corrupto del hombre. Cuanto más arrogante es la gente, más irracional es, y cuanto más irracional es, más propensa es a oponerse a Dios. ¿Hasta dónde llega la gravedad de este problema? Las personas de carácter arrogante no solo consideran a todas las demás inferiores a ellas, sino que lo peor es que incluso son condescendientes con Dios y no tienen un corazón temeroso de Él. Aunque las personas parezcan creer en Dios y seguirlo, no lo tratan en modo alguno como a Dios. Siempre creen poseer la verdad y tienen buen concepto de sí mismas. Esta es la esencia y la raíz del carácter arrogante, y proviene de Satanás. Por consiguiente, hay que resolver el problema de la arrogancia. Creerse mejor que los demás es un asunto trivial. La cuestión fundamental es que el propio carácter arrogante impide someterse a Dios, a Su gobierno y Sus disposiciones; alguien así siempre se siente inclinado a competir con Dios por el poder y el control sobre los demás. Esta clase de persona no tiene un corazón temeroso de Dios en lo más mínimo, por no hablar de que ni lo ama ni se somete a Él. Las personas que son arrogantes y engreídas, especialmente las que son tan arrogantes que han perdido la razón, no pueden someterse a Dios al creer en Él e, incluso, se exaltan y dan testimonio de sí mismas. Estas personas son las que más se resisten a Dios y no tienen un corazón temeroso de Él en absoluto. Si las personas desean llegar al punto de tener un corazón temeroso de Dios, primero deben resolver su carácter arrogante. Cuanto más minuciosamente resuelvas tu carácter arrogante, más tendrás un corazón temeroso de Dios, y solo entonces podrás someterte a Él y obtener la verdad y conocerle. Solo los que obtienen la verdad son auténticamente humanos(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me enseñaron que la arrogancia es la raíz de la rebeldía y la oposición a Dios. Cuando alguien es de naturaleza arrogante, no puede evitar oponerse a Dios y hacer el mal. Al reflexionar sobre lo que había revelado durante este periodo, veo que fue fruto de estar controlado por una naturaleza arrogante. Estaba exultante tras lograr algunas cosas y creía tener buena aptitud y ser capaz, que era un talento inusual y que la iglesia no podía prescindir de mí. Menospreciaba a los demás hermanos y hermanas, a menudo aprovechaba mi puesto para reprenderlos y limitarlos y no me importaban ellos para nada. Era dictatorial y arbitrario en el deber y no debatía nada con nadie. Creía estar bien yo solo y poder decidir unilateralmente. Era sumamente arrogante y no tenía un corazón temeroso de Dios en absoluto. Cuando el líder trató conmigo, sí reconocí mi arrogancia, pero realmente no me preocupó. Incluso sentía que la arrogancia no tenía nada de malo, pues pensaba que el que me calificaran así significaba que tenía aptitudes. Si no tenía cierto capital, ¿por qué sería arrogante? Era sumamente irracional y totalmente desvergonzado. Vivía según el veneno satánico de “yo soy el único soberano del universo”, me hacía el mandamás en la iglesia y era el único que tenía la última palabra en todo. ¿En qué me diferenciaba de la dictadura del gran dragón rojo? El gran dragón rojo es arrogante y está al margen de la ley, y recurre a medios inauditos de represión violenta contra cualquiera que no le haga caso. Yo era dictatorial y terco en la iglesia y no aceptaba la supervisión de nadie. ¿Ese tipo de carácter no era igual que el del gran dragón rojo? Recién entonces me di cuenta de lo arrogante que había sido, que no me había importado nadie, ni siquiera Dios, que inconscientemente iba en contra de la verdad, compitiendo con Dios, y que estaba en una senda contraria a Él. Si no me arrepentía, seguro que terminaría maldecido y castigado por Dios igual que el gran dragón rojo. Entonces me resultó realmente claro ver la gravedad de las consecuencias de mi naturaleza arrogante, que mi problema no era simplemente mostrar un poco de corrupción, como pensaba antes. Ese pensamiento me recordó cuando había reprendido y ninguneado a otros y me había encumbrado yo, que hablaba y me presentaba como si no hubiera nadie igual en el mundo. Sentí asco y repugnancia por mí mismo. Decidí que tenía que empezar a buscar la verdad como corresponde, buscar los principios en todo, tener un corazón temeroso de Dios y dejar de vivir en función de mi naturaleza arrogante y de resistirme a Dios.

Más tarde, buscando la forma adecuada de enfocar los éxitos que tuviera en el deber, leí las palabras de Dios: “¿Sois capaces de sentir la guía de Dios y el esclarecimiento del Espíritu Santo mientras cumplís con vuestro deber? (Sí). Si podéis percibir la obra del Espíritu Santo, y sin embargo seguís teniendo tan alto concepto de vosotros mismos y creyendo que poseéis la realidad, ¿qué está pasando entonces? (Cuando el cumplimiento de nuestro deber ha dado fruto, pensamos que la mitad del mérito pertenece a Dios y la otra mitad a nosotros. Exageramos nuestra cooperación hasta un punto ilimitado, pensando que nada era más importante que esta, y que el esclarecimiento de Dios no habría sido posible sin ella). Entonces, ¿por qué te esclareció Dios? ¿Puede Dios esclarecer también a otras personas? (Sí). Cuando Dios esclarece a alguien, es por la gracia de Dios. ¿Y en qué consiste esa pequeña cooperación por tu parte? ¿Es algo por lo que mereces reconocimiento, o es acaso tu deber y responsabilidad? (Es nuestro deber y responsabilidad). Al reconocer que se trata de tu deber y responsabilidad, entonces tienes el estado mental correcto, y no considerarás tratar de apuntarte el tanto. Si siempre crees: ‘Esta es mi contribución. ¿Habría sido posible el esclarecimiento de Dios sin mi cooperación? Esta tarea requiere de la cooperación del hombre; nuestra cooperación supone el grueso de todo este logro’, entonces estás equivocado. ¿Cómo podrías cooperar si el Espíritu Santo no te hubiera esclarecido, y si nadie te hubiera compartido los principios verdad? Tampoco sabrías lo que Dios requiere; ni conocerías la senda de práctica. Aunque quisieras obedecer a Dios y cooperar, no sabrías cómo hacerlo. ¿Acaso esta ‘cooperación’ tuya no son solo palabras vacías? Sin una verdadera cooperación, solo actúas según tus propias ideas, en cuyo caso, ¿podría el deber que realizas estar a la altura del estándar? En absoluto, lo cual indica el problema que nos ocupa. ¿Cuál es el problema? Sea cual sea el deber de una persona, el que logren resultados, cumplan con el deber de forma óptima y obtengan la aprobación de Dios depende de Sus acciones. Aún si cumples con tus responsabilidades y tu deber, si Dios no obra, si no te esclarece y guía, entonces no conocerás tu senda, tu rumbo ni tus metas. ¿Cuál es el resultado último de eso? Después de esforzarte todo ese tiempo, no habrás cumplido con tu deber correctamente, ni habrás ganado la verdad y vida; todo habrá sido en vano. Por lo tanto, ¡depende de Dios que cumplas con el deber de forma óptima, edificando a tus hermanos y hermanas y obteniendo la aprobación de Dios! La gente no puede hacer más que aquello que personalmente es capaz de hacer, lo que debe hacer y lo que está dentro de sus propias capacidades, nada más. Entonces, cumplir con tus deberes de manera eficaz depende en último término de la guía de las palabras de Dios y el esclarecimiento y el liderazgo del Espíritu Santo; solo así puedes entender la verdad y cumplir la comisión de Dios según la senda que Dios te ha concedido y los principios que ha establecido. Esta es la gracia y la bendición de Dios, y si la gente no puede verlo, es porque está ciega(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). En las palabras de Dios entendí que logré cosas en el deber únicamente por la gracia de Dios y el esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo. Dios se hizo carne y expresó la verdad para regar y proveer al hombre, enseñó de manera clara y concreta acerca de todos los aspectos de los principios verdad. Recién entonces entendí algunas verdades, logré orientación en el deber y tuve una senda de práctica, y no fue en absoluto porque yo tuviera aptitud o supiera hacer algo de trabajo. Sin la guía de las palabras de Dios o el esclarecimiento del Espíritu Santo, sin importar mi aptitud ni lo bien que hablara, jamás lograría nada. Y el poco trabajo que había hecho supuso cumplir con mi deber de ser creado. Era mi responsabilidad. Sea cual sea el deber, es lo que ha de hacer un ser creado. Todo logro no es más que lo que debe hacerse y no debería ser nuestra contribución o nuestro capital personal. Sin embargo, no sabía qué clase de persona era. Creía que unos pocos logros significaban que tenía buena aptitud y que se me daba bien lo que hacía, y asumí aquello como algo que podía aprovechar. Estaba muy satisfecho de mí mismo y trataba de robarle la gloria a Dios. ¡Qué arrogante e irracional! De hecho, al recordarlo, no solo no logré nada cuando trabajaba desde la arrogancia, sino que a menudo demoré nuestra labor. Por ejemplo, cuando imprudentemente puse a la persona equivocada en un puesto de riego, lo que dejó a muchos nuevos fieles sin poder recibir a tiempo el riego y el sustento que precisaban, lo que perturbó gravemente el trabajo de la iglesia. Al mismo tiempo, no entraba en los principios verdad ni guiaba a los demás para que siguieran los principios en el deber. Eso implicaba que no lográbamos cosas en el trabajo y demoraba el progreso. Pero nunca reflexioné al respecto. En cambio, me congratulaba y me volví más arrogante, pues sentía que la obra de la iglesia no podía prescindir de mí. Pero si Dios podía darme esclarecimiento a mí, claro que podía dárselo a otros, así que ¿acaso la labor de la iglesia no podría seguir como siempre tras mi destitución? Creía que la iglesia no podría prescindir de mí porque era muy arrogante e ignorante. Me acordé de Pablo en la Era de la Gracia. Creyó tener cierto capital después de trabajar un poco, por lo que no le importaba nadie. Dijo directamente que no era menos que el mejor discípulo y a menudo ninguneaba a Pedro. Al final, intentó pedirle a Dios una recompensa por su labor, una corona. Era tan arrogante que perdió la razón. ¿Acaso yo no era como Pablo? Iba por la misma senda que él. Sin el juicio y revelación de las palabras de Dios, aún no sería consciente de mis problemas y me creería excelente. En vista de todo esto, me detesté enormemente. Quería confesarme y arrepentirme ante Dios.

Luego leí un pasaje de las palabras de Dios: “¿Sabe alguien cuántos años lleva obrando Dios en medio de la humanidad y de toda la creación? Se desconoce el número concreto de años que lleva Dios obrando y gestionando a toda la humanidad; nadie puede dar una cifra exacta, y Él no informa de estas cosas a la humanidad. Sin embargo, si Satanás hiciera algo semejante, ¿informaría acaso sobre ello? No cabe duda. Quiere alardear para engañar a más personas y que aumente el número de aquellos que son conscientes de sus contribuciones. ¿Por qué no informa Dios de estas cuestiones? Hay un aspecto humilde y oculto en la esencia de Dios. ¿Qué es lo contrario de ser humilde y estar oculto? Ser arrogante y exhibirse. […] Al guiar a la humanidad, Dios lleva a cabo una obra muy grande y preside todo el universo. Su autoridad y Su poder son enormes, pero Él nunca ha dicho: ‘Mi poder es extraordinario’. Él permanece oculto entre todas las cosas, presidiendo todo, alimentando y proveyendo a la humanidad, permitiendo que esta continúe generación tras generación. Pensemos en el aire y el sol, por ejemplo, o en todas las cosas materiales necesarias para la existencia humana en la tierra: todas ellas fluyen sin cesar. Que Dios provee al hombre es indiscutible. Si Satanás hiciera algo bueno, ¿lo mantendría en silencio y seguiría siendo un héroe sin reconocimiento? Jamás. Es como algunos anticristos en la iglesia que anteriormente llevaron a cabo un trabajo peligroso, que renunciaron a cosas y soportaron sufrimiento, puede que incluso acabaran en la cárcel; otros también contribuyeron alguna vez en algún aspecto de la obra de la casa de Dios. Nunca olvidan estas cosas, creen que merecen crédito por ellas durante toda su vida, creen que estas son un capital que les durará siempre, lo cual demuestra lo pequeñas que son las personas. La gente es realmente pequeña, y Satanás un desvergonzado(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 7: Son malvados, insidiosos y mentirosos (II)). “Dios ama a la humanidad, cuida de ella, y muestra preocupación por ella; provee, asimismo, constante e incesantemente para la humanidad. Él nunca siente en Su corazón que esto sea un trabajo adicional o algo que merezca mucho mérito. Tampoco estima que salvar a la humanidad, proveer para ella, y concederle todo, sea hacer una gran contribución a la humanidad. Él simplemente provee para la humanidad de forma tranquila y silenciosa, a Su manera y por medio de Su propia esencia, y de lo que Él es y tiene. No importa cuánta provisión y cuánta ayuda reciba la humanidad de Él, Dios nunca piensa en eso ni intenta obtener mérito. Esto viene determinado por Su esencia, y es también precisamente una expresión verdadera de Su carácter(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo I). Medité las palabras de Dios y descubrí lo benevolentes que son Su carácter y esencia. Dios es el Creador que gobierna y sustenta absolutamente todo. Se ha hecho carne de nuevo, expresa verdades para salvar a la humanidad y paga un alto precio por nosotros. Sin embargo, eso nunca le ha parecido una gran contribución a la humanidad. Dios nunca ha ensalzado nada ni ha alardeado de ello. Tan solo realiza toda Su obra serenamente. La esencia vital de Dios es muy benevolente y carece de toda arrogancia o alarde. Él es digno de nuestro amor y nuestra alabanza eterna. Yo soy un ser humano insignificante, nada en absoluto, pero igualmente era muy arrogante y siempre quería tener la última palabra en las cosas. Se me subía a la cabeza el más mínimo éxito como si fuera una especie de obra maestra, alguna clase de gran contribución. Menospreciaba a todos y todo tenía que ser a mi manera. Era tremendamente irracional y superficial. Dios es muy humilde y oculto, y Su esencia, muy benevolente, lo que me hace percibir aún más lo repulsivo y repugnante de mi carácter arrogante y me hace desear sinceramente aprender la verdad para desecharlo pronto, vivir con semejanza humana.

Después, en una reunión, leí este pasaje de las palabras de Dios. Dios dice: “Hoy Dios os juzga, os castiga y os condena, pero debes saber que el propósito de tu condena es que te conozcas a ti mismo. Él condena, maldice, juzga y castiga para que te puedas conocer a ti mismo, para que tu carácter pueda cambiar y, sobre todo, para que puedas conocer tu valía y ver que todas las acciones de Dios son justas y de acuerdo con Su carácter y los requisitos de Su obra, que Él obra acorde a Su plan para la salvación del hombre, y que Él es el Dios justo que ama, salva, juzga y castiga al hombre(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes dejar de lado las bendiciones del estatus y entender la voluntad de Dios para traer la salvación al hombre). Al leer esto, me conmovieron mucho las palabras de Dios y comprendí un poco mejor Su voluntad. Cumplía con el deber amparándome en un carácter corrupto, perturbando la labor, por lo que la iglesia me destituyó según los principios. Pensé que Dios estaba delatándome y descartándome, y supuse que me iba a condenar y que no podría salvarme. Por fin comprendí que el hecho de que me destituyeran no suponía ser expuesto ni descartado. Esa destitución frenó a tiempo los pasos malvados que yo estaba dando. Me hizo consciente de mi carácter corrupto y me mostró que iba por la senda equivocada. Esta era la salvación y el más auténtico amor de Dios hacia mí.

Más tarde, me expuse y me analicé en una reunión acerca de lo arrogante que había sido anteriormente en el deber, de cómo había dañado a los hermanos y las hermanas y de que había reflexionado tras la destitución. Al principio creí que todos estarían disgustados conmigo al ver lo inhumano que había sido y no querrían tener nada que ver conmigo, pero, sorprendentemente, no me criticaron. Entonces me sentí todavía más en deuda con ellos. Había hecho daño a todos con mi carácter arrogante, había sido tremendamente inhumano. Más tarde, cuando volví a asumir un deber con los hermanos y las hermanas, fui mucho más discreto. Dejé de menospreciar a los hermanos y las hermanas o de desdeñarlos por sus fallos y pude tratarlos como es debido. Asimismo, me esforzaba conscientemente por escuchar las sugerencias ajenas sobre los problemas y dejé de confiar excesivamente en mí mismo y de actuar de forma arbitraria. Al cabo de un tiempo, mi estado cambió para bien y volvieron a designarme supervisor. Supe en mi interior que Dios me exaltaba y agraciaba con aquello. Recordé que antes había sido arrogante en el deber, que había perturbado y obstaculizado la obra de la iglesia y la entrada en la vida de los hermanos y las hermanas, y que la iglesia todavía me daba otra oportunidad de cumplir con un deber tan importante. Experimenté realmente la misericordia y clemencia de Dios. Después, en el deber, dejé de ampararme en mi propio carácter arrogante para actuar arbitrariamente y, en cambio, tenía cierto corazón temeroso de Dios y le oraba constantemente en mi deber. Cuando me topaba con un problema que no podía resolver, lo debatía con los demás para poder buscar juntos los principios verdad. Tras hacerlo así durante un tiempo, comprobé que el rendimiento del equipo entero había mejorado bastante. Cuando lo hacía todo yo solo y no trabajaba en conjunto ni debatía las cosas con los demás, me resultaba muy agotador. Había un montón de cosas que no tomaba en cuenta o no consideraba en su totalidad, así que no conseguíamos buenos resultados. Pero ahora que debato con mis hermanos y hermanas los problemas que surgen y compensamos las deficiencias de unos con las fortalezas de otros, es muchísimo más fácil resolverlos. Al cooperar con los demás, vi que realmente sí tienen puntos fuertes. Algunos ponen atención en buscar la verdad en su deber y se manejan de acuerdo con los principios. Otros tal vez no tengan gran aptitud, pero son diligentes y defienden la labor de la iglesia. Esos son puntos fuertes que yo no tengo. Antes, siempre creía que yo era superior y más fuerte que los demás, a menudo me ensalzaba y los reprendía, lo que hacía que todos se sintieran limitados y distanciados de mí, cosa que me dolía. Ahora sé que solo soy un ser creado, un ser humano corrupto, y que no hay nada que me haga destacar del resto. Me relaciono con normalidad y coopero armoniosamente con los hermanos y las hermanas. Puedo aprender de las fortalezas de mis hermanos y hermanas para compensar mis fallos. Es una forma de vivir mucho más libre y sencilla.

Aproximadamente un año después, nuestro líder organizó una reunión sumaria para que todos compartiéramos lo aprendido y experimentado ese año. Escuché en silencio, pensando en lo que había ganado a lo largo del año. Entonces me di cuenta de que Dios me había salvado al hacer que me reemplazaran. De no haber sido por eso, seguiría sin ver la gravedad de mi naturaleza arrogante, que era autosuficiente y arbitrario solo por tener algunos dones, y aún no me habría dado cuenta de que me estaba resistiendo a Dios. Fue la disciplina de Dios y la revelación de Sus palabras lo que me permitieron conocer mi naturaleza arrogante. Eso también me enseñó algo acerca del carácter justo de Dios y me hizo tener cierto corazón temeroso de Él. ¡Le estoy muy agradecido a Dios por salvarme!

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