El alivio de no tener envidia

7 Feb 2021

Por An jing, China

En enero de 2017 me asignaron el deber de riego en la iglesia. Estaba agradecidísima a Dios por la oportunidad de trabajar en este deber y decidí hacerlo bien y cuidadosamente. Poco después logré resultados ayudando a corregir los estados de los hermanos y hermanas y hablándoles en las reuniones. Todos los hermanos, hermanas y líderes de la iglesia me apreciaban y empecé a sentirme muy satisfecha de mí misma porque lo hacía bien.

En junio, las líderes de la iglesia asignaron a la hermana Wenjing a este deber conmigo y me pidieron que la ayudara en lo que necesitara, lo que acepté gustosamente. Al trabajar juntas descubrí que la hermana Wenjing buscaba la verdad y que tenía bastante aptitud y facilidad de palabra. En vista de esto, recelé un poco de ella. Empecé a pensar: “Con un poco más de formación, me va a aventajar. Seguro que los hermanos y hermanas comenzarán a admirarla, las líderes dedicarán más tiempo a promover su talento y entonces ya nadie me admirará”. Y acabó sucediendo lo que temía. Un día, tras una reunión, fui a ver a una líder de la iglesia para darle unos testimonios de experiencias escritos por la hermana Wenjing y por mí. Cuando los leyó, la líder de la iglesia dijo, sonriendo: “No está mal el artículo de testimonio de la hermana Wenjing. Contiene experiencias prácticas y ella escribe muy bien”. Su elogio hacia la hermana Wenjing no me hizo ninguna gracia. Pensé para mis adentros: “La hermana Wenjing tiene aptitud, es cierto. Ahora bien, yo he resuelto más problemas que ella en el trabajo. En ese sentido sigo siendo mejor que ella. Tendré que trabajar más. No puedo permitir que me desbanque; de lo contrario, perderé mi posición aquí”.

Días más tarde, la hermana Wenjing escribió otro testimonio de experiencia. La líder de la iglesia lo leyó y de nuevo elogió la aptitud de la hermana Wenjing y la positividad con que había escrito el artículo, y me pidió dedicarles más tiempo a los míos. Sus palabras me enfadaron y me puse a echarle la culpa, pensando: “Siempre hablas de la gran aptitud de Wenjing. ¿Es mejor que yo en todo? La hermana Wenjing tiene que ir a pocos lugares de reunión, lo que le deja mucho tiempo para escribir estos artículos. Si yo no tuviera tanto trabajo en la iglesia, también tendría mucho tiempo libre para escribir artículos”. Harta de que la elogiaran, le dije bruscamente a la líder de la iglesia: “Yo también sé escribir”. Una semana después, la otra líder de la iglesia elogió los testimonios de experiencias de la hermana Wenjing por ser sumamente prácticos y la animó a escribir más, mientras a mí me pedía que escribiera con tanta diligencia como ella. Estaba muy enojada: ella llevaba poco tiempo allí, ya había escrito dos testimonios de experiencias y la elogiaban las líderes de la iglesia. Yo llevaba un tiempo en ese deber, pero solo había escrito uno; ¿qué opinarían de mí las líderes de la iglesia? ¿Dirían que no sabía organizar mi tiempo, que no estaba dispuesta a sufrir ni a pagar un precio por escribir testimonios? Ya había sido humillada por la calidad de la mayor aptitud de la hermana Wenjing y, como sabía escribir esos artículos, seguro que las líderes tenían mejor opinión de ella que de mí. Si continuaba escribiéndolos, ¿yo no iba a quedar peor? Decidí que lo que tenía que hacer era hallar el modo de mantenerla ocupada para que no tuviera tiempo de escribir esos artículos y no pareciera haber mucha diferencia entre nosotras a ojos de las líderes. Con el fin de mantener mi estatus en la iglesia, empecé a aumentar la presión sobre ella y le delegué varios grupos de reunión en comunión. Luego, al verla tan ocupada todos los días, pensé en ofrecerme a recuperar algunas de sus responsabilidades. Sin embargo, recapacité: “Si no estuvieras tan ocupada, tendrías tiempo de escribir esos artículos. Mejor te mantengo ocupada”. Una noche la sorprendí escribiendo uno y, en tono severo, le insistí en que me detallara el trabajo de todos los grupos de que se encargaba y descubrí que había algunos nuevos creyentes cuyos problemas no se habían resuelto. La reprendí diciéndole que no cumplía con el deber con atención. Tras la bronca, se limitó a bajar la cabeza sin decir nada.

Un mes más tarde, una líder de la iglesia comprobó que a la hermana Wenjing no le iba muy bien con los grupos de los que era responsable y que aún había problemas que no había resuelto, y me preguntó qué pasaba. Pensé para mis adentros: “La apreciabas mucho, pero ahora sabes que no logra demasiado en el deber. ¡Ya no la tendrás en tan alta estima!”. No obstante, para mi sorpresa, ¡insistió en pedirme que la ayudara todavía más! Era muy reacia a ello. “Solamente tienes ojos para la hermana Wenjing”, pensé. “Tiene más aptitud que yo. Si sigo ayudándola, acabará sustituyéndome”. Empecé a poner excusas, pero la líder de la iglesia descubrió mi estado. Desenmascaró mi egoísmo y ruindad y me dijo que no defendía la labor de la casa de Dios. También que la hermana Wenjing tenía aptitud y valía la pena formarla, que tenía que hablar con ella y ayudarla más y que no podía preocuparme exclusivamente por mi estatus y reputación. Más adelante me obligué a mí misma a preguntar a la hermana Wenjing si estaba teniendo dificultades en el deber. Vi que la cohibía y que no quería abrirse conmigo. Eso debería haberme dado un motivo para hacer introspección, pero me caía mal y pensé para mí: “He intentado ayudarla, pero no quiere comentarme nada”. Poco a poco se nubló mi espíritu. Al hablar del trabajo de la iglesia, era ajena a numerosos problemas evidentes que estaban surgiendo. Cuanto más la veía, más me incomodaba su presencia. Un día vi que cometió un error, y me enojé y la reprendí severamente, diciéndole: “Ya hemos hablado de este problema y aún no lo has resuelto. Eres cuidadosa siempre que escribes esos artículos; ¡qué pena que no seas capaz de hacer lo mismo en el deber!”. Después, la hermana Wenjing estaba muy cohibida conmigo y no se atrevía a escribir más testimonios. Sabía que le había hecho daño, pero no podía evitarlo; siempre me indignaba con ella sin querer. En el fondo, yo también sufría, así que oré a Dios para que me ayudara a salir de ese estado.

Al día siguiente, en una reunión, la hermana Wenjing dijo que creía que sus defectos eran demasiado grandes, que no estaba a la altura de este deber y que quería volver al deber que cumplía antes. Al oírlo, reflexioné inmediatamente: “¿Todo esto se debe al dolor que le he ocasionado? Si eso es cierto, realmente he hecho algo malvado”. Me alarmé y asusté un poco. Le pregunté por qué y le hablé de la voluntad de Dios para ayudarla. Tras hablar con ella, su estado mejoró mucho y, con gran alivio por mi parte, me comentó que estaba dispuesta a seguir con este deber. Justo entonces llegó una líder de la iglesia. Cuando descubrió que había agobiado a la hermana Wenjing y esta no quería seguir trabajando conmigo, me trató duramente. Me dijo: “¿Por qué no puedes hablar tranquilamente con ella para ayudarla cuando ves que hace las cosas mal? En cambio, te acaloras y la tratas mal. Últimamente, los resultados de tu deber son perceptiblemente malos; has de hacer introspección en serio”. Me molestó mucho lo que me dijo. Me puse a llorar, y por dentro estaba ofendida y comencé a protestar: “Si últimamente las cosas no van bien en el trabajo, no es solamente por mí; ¿por qué soy la única a la que tratan?”. Sin embargo, luego recordé unas palabras de Dios: “Si crees en la soberanía de Dios, entonces tienes que creer que los sucesos cotidianos, sean buenos o malos, no suceden al azar. No es que alguien esté siendo deliberadamente duro contigo o teniéndote en la mira; todo esto fue dispuesto por Dios. ¿Por qué orquesta Dios estas cosas? No es para revelarte tal y como eres o para exponerte; exponerte no es la meta final. La meta consiste en perfeccionarte y salvarte(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para ganar la verdad, debes aprender de las personas, los asuntos y las cosas que te rodean). Era verdad: Dios estaba permitiendo que me topara con estas personas, circunstancias y cosas ahora. La líder de la iglesia no me estaba complicando las cosas deliberadamente; era preciso que recapacitara acerca de mi carácter corrupto y lo corrigiera. Tenía que dejar de poner excusas y de quejarme: debía tener un corazón obediente y aceptar lo que estaba pasando. Al pensarlo me sentí algo menos ofendida por todo lo sucedido.

Aquella noche no podía dormir. Daba vueltas en la cama mientras no paraba de reproducirse en mi cabeza, como en una película, todo lo ocurrido aquel día. No hacía más que preguntarme: “Si Dios dispuso que la líder de la iglesia me tratara y podara, ¿qué debo aprender de todo esto? ¿Cómo he tratado a la hermana Wenjing?”. Sabía bien que tenía aptitud, pero no había intentado aprender de ella, sino competir con ella. Ella quería escribir artículos de testimonio de Dios, pero yo había tratado de hundir su entusiasmo por escribirlos. ¿Cómo podía haber hecho algo tan inicuo? ¿Qué estaba pensando y de dónde venía esa idea?

Al día siguiente, en mis devocionales, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Algunas personas siempre tienen miedo de que otras les roben el protagonismo y las superen, y que obtengan reconocimiento mientras ellas mismas son abandonadas. Esto lleva a que ataquen y excluyan a los demás. ¿Acaso no están celosas de las personas más capaces que ellas? ¿No es egoísta y despreciable este comportamiento? ¿Qué tipo de carácter es este? ¡Es malicioso! Pensar solo en uno mismo, satisfacer solo los deseos propios, sin mostrar consideración por los deberes de los demás y tener en cuenta solo los propios intereses y no los intereses de la casa de Dios: las personas así tienen mal carácter y Dios no las ama. Si realmente puedes ser considerado con la voluntad de Dios, entonces podrás tratar a otras personas de manera justa. Si recomiendas a alguien y esa persona se desarrolla en alguien con talento, y la casa de Dios gana una persona talentosa más, entonces ¿no habrás hecho bien tu trabajo? ¿No habrás sido leal al desempeñar tu deber? Esta es una buena obra ante Dios, y es el tipo de conciencia y razón que las personas deben poseer(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). “¡Humanidad cruel! La confabulación y la intriga, robarse y raptarse entre ellos, la lucha por la fama y la fortuna, la masacre mutua, ¿cuándo se van a terminar? A pesar de que Dios ha hablado cientos de miles de palabras, nadie ha entrado en razón. La gente actúa por el bien de sus familias, hijos e hijas, por sus carreras, perspectivas de futuro, posición, vanidad y dinero, por comida, ropa y por la carne. Pero ¿existe alguien cuyas acciones sean verdaderamente por el bien de Dios? Incluso entre aquellos que actúan por el bien de Dios, sólo hay unos cuantos que conozcan a Dios. ¿Cuántas personas no actúan por sus propios intereses? ¿Cuántos no oprimen ni condenan al ostracismo a los demás con el propósito de proteger su propia posición?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los malvados deben ser castigados). Las palabras de Dios hablaban precisamente de mi estado. Me había disputado el reconocimiento y la reputación con mi hermana. Mi deseo de fama y estatus me había atrapado y no podía desprenderme de él. Desde que empecé a trabajar en este deber con la hermana Wenjing y vi su aptitud y pasión por escribir testimonios de experiencias y que las líderes de la iglesia la elogiaban, había tenido envidia y no quería aceptarlo. Me había enfrentado a ella mientras a escondidas competía imaginariamente con ella. Le había encargado varios grupos de reunión para que no tuviera tiempo de escribir los artículos y, cuando tuvo problemas en el deber, no solo no la ayudé, sino que la reprendí hasta que se volvió pasiva y se cohibió. Sabía que tenía aptitud, que valía la pena formarla y que debería haberla ayudado más. Sin embargo, había envidiado sus capacidades y no quería que nadie fuera mejor que yo. Cuando me di cuenta de que era mejor que yo, sentí envidia y rencor. Para mantener mi estatus y reputación, no solo no la ayudé, sino que la atosigué y traté de hundir su entusiasmo por escribir artículos. ¡Qué siniestra y despreciable fui! Dios me había honrado al permitirme trabajar en el deber de riego. No había cumplido adecuadamente con el deber para corresponder el amor de Dios, sino que había envidiado las capacidades de Wenjing y competido con ella por la fama y la ganancia. No tenía ni pizca de conciencia ni de razón. Estaba llena de remordimiento y culpa, así que oré a Dios para pedirle que me ayudara a descubrir la causa del problema.

Luego leí las palabras de Dios: “Satanás usa fama y ganancia para controlar los pensamientos del hombre hasta que todas las personas solo puedan pensar en ellas. Por la fama y la ganancia luchan, sufren dificultades, soportan humillación, y sacrifican todo lo que tienen, y harán cualquier juicio o decisión en nombre de la fama y la ganancia. De esta forma, Satanás ata a las personas con cadenas invisibles y no tienen la fuerza ni el valor de deshacerse de ellas. Sin saberlo, llevan estas cadenas y siempre avanzan con gran dificultad. En aras de esta fama y ganancia, la humanidad evita a Dios y le traiciona, y se vuelve más y más perversa. De esta forma, entonces, se destruye una generación tras otra en medio de la fama y la ganancia de Satanás(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Meditando las palabras de Dios entendí que la fama y la ganancia son cadenas con las que nos ata Satanás e instrumentos con los que nos corrompe. No había podido liberarme de las cadenas y trabas de la fama y la ganancia porque mis objetivos vitales, ideas y opiniones siempre fueron incorrectos. No me había comportado de acuerdo con las palabras y exigencias de Dios, sino según las normas satánicas de vida que Satanás inocula en nosotros: “Destacar entre los demás”, “El hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo”, y “El hombre siempre debería esforzarse para ser mejor que sus contemporáneos”. Tanto en mis estudios como trabajando en la sociedad, siempre había luchado día y noche por obtener fama y ganancia, por ser la número uno y satisfacer mi ambición de destacar entre la multitud. Cuando empecé a creer en Dios, seguí esclavizada a la reputación y el estatus. Cuando mis hermanos y hermanas en el deber me elogiaban y apreciaban y satisfacía mi deseo de fama, ganancia y estatus, me deleitaba en la alegría de destacar y era muy feliz. Ahora bien, cuando vi que la hermana Wenjing era mejor que yo, envidié sus capacidades. Temía que me eclipsara y constituyera una amenaza para mi posición, por lo que había hecho todo lo posible por reprimirla y atosigarla sin pensar en los intereses de la casa de Dios ni en sus sentimientos. Tuve claro entonces que me había vuelto una esclava adicta a la fama y la ganancia y que, en pos de esas cosas, había perdido mi conciencia y razón. Me había vuelto ruin, siniestra, cada vez más egoísta y mezquina, y no había vivido sino a imagen del diablo, Satanás. La fama, la ganancia y el estatus se habían vuelto, de hecho, instrumentos con que Satanás me había corrompido y engañado para que me opusiera y traicionara a Dios. Me acordé de esos anticristos expulsados anteriormente de la casa de Dios: habían valorado el estatus por encima de todo. Por él habían excluido y ahuyentado a sus hermanos y hermanas, y castigado y expulsado a gente a discreción. Al final cometieron todo tipo de maldades y fueron eliminados. Había revelado mi carácter de anticristo por mi forma de tratar y comportarme respecto a la hermana Wenjing y sabía que, si no aceptaba el juicio y la purificación de Dios y me arrepentía en serio, antes o después también me eliminarían como a aquellos anticristos. Comprobé que me hallaba en estado de peligro, que las tinieblas de mi espíritu y mis faltas en el deber eran el juicio y la disciplina severos de Dios. Era voluntad de Dios que hiciera introspección, diera marcha atrás y dejara la senda equivocada por la que iba antes de que fuera demasiado tarde.

Así pues, oré a Dios para pedirle que me guiara hacia la senda de práctica. Luego leí esto en las palabras de Dios: “Ponderad esto: ¿Qué clase de cambios debe hacer una persona si quiere abstenerse de quedarse atrapada en estas condiciones, poder liberarse de ellas y de los disgustos y esclavitud de estas cosas? ¿Qué debe obtener una persona antes que pueda liberarse y ser libre verdaderamente? Por un lado, debe llegar a comprender las cosas: la fama, las fortunas y las posiciones son meras herramientas y métodos que Satanás usa para corromper a las personas, engañarlas, provocar su degeneración y dañarlas. En teoría, primero debes obtener un entendimiento claro de esto. Además, debes aprender a dejar abandonar estas cosas y dejarlas a un lado. […] Debes aprender a dejar ir estas cosas y hacerlas a un lado, a recomendar a otros y permitirles sobresalir. No luches ni te apresures a sacar ventaja tan pronto como te encuentres con una oportunidad para sobresalir u obtener la gloria. Debes aprender a retroceder, pero no debes demorar el desempeño de tu deber. Sé una persona que trabaja en silencio y fuera de la mirada de la gente y que no alardea delante de los demás mientras lleva a cabo su deber con lealtad. Cuanto más dejes ir tu prestigio y estatus y más hagas a un lado tus propios intereses, más tranquilo estarás, más espacio se abrirá en tu corazón y más mejorará tu estado. Cuanto más luches y compitas, más oscura será tu condición. Si no lo crees, ¡inténtalo y observa! Si quieres cambiar esta clase de condición y si no quieres ser controlado por estas cosas, entonces primero debes hacerlas a un lado y abandonarlas(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). “Las funciones no son las mismas. Hay un cuerpo. Cada cual cumple con su obligación, cada uno en su lugar y haciendo su mejor esfuerzo, por cada chispa hay un destello de luz, y buscando la madurez en la vida. Así estaré satisfecho(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 21). Las palabras de Dios me mostraron la senda de práctica. Me enseñaron que, cuando me vengan pensamientos de envidia, debo orar a Dios y renunciar a mi intención viciada, dejar de lado mis intereses personales, anteponer la labor de la casa de Dios al resto y pensar en la voluntad de Dios. Todos tenemos puntos fuertes y débiles, pero es voluntad de Dios que aprendamos unos de otros de nuestros puntos fuertes y compensemos los débiles para que todo el mundo sepa defender su puesto y ser lo más útil posible. La hermana Wenjing era una persona con aptitud y que buscaba la verdad. La casa de Dios dispuso que trabajara conmigo, no para que me dieran envidia sus capacidades y compitiera con ella por lucirme, sino para poder aprender de sus puntos fuertes y compensar mis puntos débiles. Esta fue la bondad de Dios hacia mí. Tenía que corregir mi actitud: cuando otros fueran mejores que yo y tuvieran puntos fuertes, tenía que afrontarlo y admitir mis puntos débiles y defectos. Tenía que aprender de mi hermana. Llevaba un tiempo en este deber y entendía más los principios. Por eso tenía que hacer lo posible por ayudar a mi hermana, para que juntas pudiéramos cumplir armoniosamente con el deber.

Posteriormente me dirigí a la hermana Wenjing y me sinceré con ella en cuanto a las corrupciones que había revelado. Le pedí disculpas y me abrió su corazón para hablarme de lo que había aprendido en esta situación. Me consoló y animó, y sentí mucha vergüenza y culpa. Después, cuando veía que tenía dificultades en el deber, a veces pensaba para mis adentros: “Si la ayudo a resolver este problema, las líderes únicamente verán que lo hace bien. Nadie sabrá lo que hice yo por ayudarla. La oportunidad de destacar y lucirse será solamente suya”. Por eso era algo reacia a ayudarla; no obstante, pronto me daba cuenta de que de nuevo trataba de competir con ella por la fama y la ganancia, oraba a Dios para que me ayudara a corregir mis motivaciones y tomaba la iniciativa de ir a ayudarla. Con el tiempo mejoró mi estado. Ya no sentía el dolor y el desaliento de antes en el fondo de mi corazón, y mi relación con la hermana Wenjing se volvió mucho más armoniosa. La hermana Wenjing me hablaba abiertamente de su estado o de lo que había aprendido y mi corazón rebosaba ternura y gozo.

Gracias a esta experiencia reconocí la verdadera corrupción de mi envidia y mi humanidad siniestra. Hizo que me despreciara a mí misma, a la vez que me ayudó a alcanzar cierta comprensión práctica del carácter justo de Dios. Me ayudó a aprender a escapar de las cadenas y trabas de mi envidia, y disfruté de la paz y estabilidad que me da comportarme de acuerdo con la verdad-palabra de Dios. Me aportó voluntad de buscar la verdad, desechar mi carácter corrupto y cumplir correctamente con el deber. ¡Gracias a la salvación de Dios!

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