Adónde me llevó buscar la admiración ajena
Por Shen Si, China En octubre fui a una iglesia a cumplir con el deber. La líder de la iglesia, la hermana Liang, me pidió que dirigiera...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
Hago videos en la iglesia. A medida que aumentó la carga de trabajo, algunos nuevos hermanos y hermanas se unieron al equipo. El supervisor me pidió que los formara para que aprendieran habilidades especializadas y que coordinara y organizara su trabajo adecuadamente. Cuando vi lo que había dispuesto, sentí cierta reticencia y pensé: “Ya me cuesta mucho tiempo y esfuerzo ocuparme de mis propias tareas, ¿ahora tengo que formar a otras personas? ¿No requerirá eso aún más tiempo y energía? Si eso retrasa mi propio trabajo y no puedo terminar las tareas que tengo programadas, ¿qué pensará el supervisor de mí? ¿Dirá que estoy siendo holgazán en mis deberes y que mi eficacia laboral es peor que la de los nuevos hermanos y hermanas que acaban de llegar? ¡Eso sería tan humillante! Con el tiempo, ¿el supervisor pensará en despedirme debido a los persistentes malos resultados de mi trabajo? El supervisor no ve todo el trabajo que hago entre bastidores. El resultado visible de mi trabajo es la cantidad de videos que puedo hacer cada mes, pero si dedico demasiado tiempo y energía a formar a otras personas y postergo hacer mis propios videos, sencillamente no valdrá la pena”. Por más que lo pensaba, seguía sintiendo que acabaría en desventaja. Sin embargo, luego pensé que llevaba tiempo practicando ese deber y que entendía más principios y que, si me negaba a asumir ese trabajo, realmente carecería de conciencia. Así que lo acepté a regañadientes.
Luego, cuando los hermanos y hermanas tenían problemas con su trabajo y venían a hablar conmigo para buscar soluciones, intentaba ayudarlos lo mejor que podía. Después de un tiempo, reasignaron a una hermana a otro deber. Durante las revisiones posteriores, se identificaron algunos problemas en un video que había hecho ella y tuve que ayudar a resolverlos. Al principio, fui capaz de tomármelo bien, pero, como el video tenía muchos problemas, tuve que dedicar mucho tiempo a solucionarlos. Me di cuenta de que, durante ese período, los otros hermanos y hermanas ya habían terminado de hacer varios videos, mientras que yo no había completado ni uno. Eso me hizo sentirme ansioso. Pensé: “Estos hermanos y hermanas acaban de empezar su formación, cultivarlos ya me ha llevado mucho tiempo. Ahora tengo que encargarme de los problemas que dejó sin resolver otra persona. A este ritmo, seguro que no podré cumplir con mi cuota mensual. ¿Qué pensarán de mí entonces? Necesito centrarme más en mis propios videos”. Así que no me esforcé mucho en corregir el video que hizo esa hermana. Más tarde, el supervisor revisó el video, encontró muchos problemas y me pidió que lo revisara de nuevo. Me molestó mucho e incluso me sentí un poco agraviado y pensé: “No es mi video. ¿Por qué me pides que dedique tanto tiempo a revisarlo? ¡No solo me supone un gran esfuerzo adicional, sino que también retrasa mi trabajo!”. Con esa actitud reticente, retoqué el video varias veces sin lograr el efecto deseado. Finalmente, el supervisor me dijo que dejara de trabajar en el video. En ese momento, aunque me molestó un poco, no le di importancia. En cambio, pensé: “Es mejor que no tenga que revisarlo. Así no me quitará tanto tiempo y podré centrarme en mi trabajo”. Después de eso, me sumergí de lleno en mi trabajo. Cuando los hermanos y hermanas venían a hablar conmigo sobre sus problemas, solo les daba respuestas breves y sencillas, sin considerar si me entendían o si tenían una senda clara a seguir. Durante ese período, fui pasivo al hacer mis deberes, no tenía ninguna carga y los videos que hacía siempre eran problemáticos. Me sentía muy frustrado, pero no reflexioné sobre mí mismo. Un día, una hermana me señaló mis problemas: “He notado que últimamente no has puesto el corazón en el trabajo y no has coordinado ni organizado adecuadamente el trabajo de los nuevos hermanos y hermanas que acaban de llegar”. Al oír sus palabras, no pude evitar argumentar: “Ya tengo bastantes cosas que hacer. ¿Cómo se supone que me voy a poder ocupar de cada aspecto del trabajo?”. Al ver que me resistía, la hermana me advirtió: “No puedes pensar solamente en tus propios intereses y retrasar el trabajo global”. Quería seguir discutiendo y quejándome, pero, de repente, me di cuenta de que la advertencia de esa hermana venía de Dios y que debía aceptarla y reflexionar sobre mí mismo. Así que no dije nada más. Después, cuanto más lo pensaba, más me daba cuenta de que la hermana tenía razón. Desde que había aceptado ese trabajo, tenía que cumplir con mi responsabilidad y no centrarme solo en mis propios intereses. También me pregunté si la razón por la que no podía sentir que Dios me guiaba y por la que surgían más problemas en mi trabajo era porque mi actitud hacia mis deberes había repugnado a Dios. Sentí que seguir así era peligroso, así que oré a Dios: “Dios mío, la advertencia que hoy me hizo la hermana contenía Tus buenas intenciones. Estoy dispuesto a enmendarme y reflexionar adecuadamente sobre mí mismo. Te ruego que me esclarezcas para que pueda conocerme a mí mismo”.
Más tarde, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Tanto la conciencia como la razón deben ser componentes de la humanidad de una persona. Ambas son las más fundamentales e importantes. ¿Qué clase de persona es la que carece de conciencia y no tiene la razón de la humanidad normal? Hablando en términos generales, es una persona que carece de humanidad, una persona de una humanidad extremadamente pobre. Entrando en más detalle, ¿qué manifestaciones de humanidad perdida exhibe esta persona? Prueba a analizar qué características se hallan en tales personas y qué manifestaciones específicas presentan. (Son egoístas y vulgares). Las personas egoístas y vulgares son superficiales en sus acciones y se mantienen alejadas de las cosas que no les conciernen de manera personal. No consideran los intereses de la casa de Dios ni muestran consideración por las intenciones de Dios. No asumen ninguna carga de desempeñar sus deberes o de dar testimonio de Dios y no poseen ningún sentido de responsabilidad. ¿Qué es lo que piensan cuando hacen algo? Su primera consideración es: ‘¿Sabrá Dios si hago esto? ¿Es visible para las otras personas? Si las otras personas no ven que dedico todo este esfuerzo y que trabajo arduamente y si Dios tampoco lo ve, entonces es inútil que dedique semejante esfuerzo o sufra por esto’. ¿No es esto extremadamente egoísta? También es un bajo tipo de intención. Cuando piensan y actúan de esta manera, ¿está su conciencia desempeñando algún papel? ¿Está su conciencia acusada en esto? No, su conciencia no interviene ni está acusada” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entregando el corazón a Dios, se puede obtener la verdad). Las palabras de Dios me permitieron ver que cuando algunas personas se enfrentan a situaciones difíciles, solo consideran sus propios intereses, piensan en si pueden destacar, obtener reconocimiento o beneficiarse. Solo están dispuestas a actuar si obtienen algún beneficio y, si no es así, no lo consideran su problema y se mantienen al margen de manera superficial. No tienen sentido de la carga ni de la responsabilidad en sus deberes y no se preocupan en absoluto por el trabajo de la iglesia. Las personas así son egoístas y despreciables y carecen de conciencia y razón. Después de leer las palabras de Dios, me sentí muy angustiado. Yo era exactamente el tipo de persona que Dios pone al descubierto: era extremadamente egoísta. En todo lo que hacía, solo pensaba en mí mismo y no tenía en ninguna consideración las intenciones de Dios. Los hermanos y hermanas acababan de empezar a formarse en la creación de videos, aún no dominaban los principios ni las habilidades y les estaba llevando bastante tiempo entender las cosas. Si dependían únicamente de su propia investigación, era probable que se desviaran y usaran métodos ineficaces. Como yo llevaba más tiempo en ese deber y entendía algunos principios, era mi responsabilidad y mi deber ayudarlos a familiarizarse con el trabajo y a captar los principios lo antes posible. Sin embargo, solo me preocupaban mis ganancias y pérdidas, y temía que dedicar tiempo y energía a formar a otras personas retrasaría mi trabajo. Si los demás hacían más videos que yo, no solo mi orgullo saldría malparado, sino que también me podían podar. Pensé en ello y vi que esa tarea era ardua e ingrata, y, en el fondo, no quería hacerla. Cuando me di cuenta de que revisar el video de otra persona me llevaría mucho tiempo, me sentí reticente y molesto, pensaba que era algo ajeno a mi trabajo. Incluso si lo hacía bien, no mejoraría los resultados de mi trabajo, así que me centré en mis propias tareas y en hacer más videos de alta calidad para consolidar mi posición en el equipo, ya que eso parecía más realista. Por lo tanto, solo hice las correcciones de manera superficial y a las apuradas. Como consecuencia, no resolví los problemas del video y, al final, el supervisor me dijo que dejara de hacer revisiones. En ese momento, no me sentí molesto ni culpable. Al contrario, fue como si me hubiera quitado una carga de encima y pensé que ya no tenía que preocuparme porque mi trabajo se retrasara. Al reflexionar sobre mis revelaciones, me di cuenta de lo egoísta que era. ¡No tenía conciencia ni razón alguna!
Más tarde, leí un pasaje de las palabras de Dios y llegué a comprenderme un poco mejor a mí mismo. Dios Todopoderoso dice: “Algunas personas siempre buscan la fama, la ganancia y el interés propio. Sea cual sea el trabajo que la iglesia les asigne, siempre dudan, pensando: ‘¿Me beneficiará esto? Si es así, lo haré; si no, no lo haré’. Una persona así no practica la verdad; por lo tanto, ¿puede cumplir bien con su deber? Seguramente no. Aunque no hayas hecho el mal, no eres una persona que practica la verdad. Si no persigues la verdad, no amas las cosas positivas y, pase lo que pase, solo te preocupa tu propia reputación y estatus, tu propio interés y lo que es bueno para ti, entonces, eres una persona que solo se mueve por el propio interés, que es egoísta y vil. Una persona así cree en Dios para ganar algo bueno o de beneficio para sí misma, no para obtener la verdad o la salvación de Dios. Por lo tanto, las personas de este tipo son incrédulas. Las personas que verdaderamente creen en Dios son aquellas que pueden buscar y practicar la verdad, dado que reconocen en sus corazones que Cristo es la verdad, y que deben escuchar las palabras de Dios y creer en Dios como Él lo exige. Si quieres practicar la verdad cuando te ocurre algo, pero consideras tu propia reputación y estatus y tu propia imagen, hacerlo será difícil. En una situación como esta, a través de la oración, la búsqueda, la introspección y de llegar a tomar conciencia de uno mismo, los que aman la verdad serán capaces de dejar de lado su propio interés o lo que es bueno para ellos, practicarán la verdad y se someterán a Dios. Esas son las personas que realmente creen en Dios y aman la verdad. ¿Y cuál es la consecuencia cuando la gente siempre piensa en sus propios intereses, cuando siempre trata de proteger su orgullo y su vanidad, cuando revela un carácter corrupto, pero no busca la verdad para corregirlo? Que no tiene entrada en la vida, que carece de testimonio vivencial verdadero. Y esto es peligroso, ¿no? Si nunca practicas la verdad, si no tienes testimonio vivencial, serás revelado y descartado a su debido tiempo. ¿Qué utilidad tiene la gente sin testimonio vivencial en la casa de Dios? Está destinada a cumplir mal con cualquier deber y a ser incapaz de hacer nada correctamente. ¿No es simple basura?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Yo me encontraba exactamente en ese estado: al realizar mis deberes, solo pensaba en mis propios intereses. Cuando vi que formar a otras personas y ayudarlas a resolver los problemas de su trabajo requería mucho tiempo y un análisis exhaustivo, sentí que eso retrasaría la marcha de mi trabajo, heriría mi orgullo y perjudicaría mi estatus, por lo que no estaba dispuesto a pagar un precio por ayudar a los demás. Cuando los hermanos y hermanas enfrentaban problemas en su trabajo y acudían a mí para pedirme ayuda, no quería molestarme en ayudarlos y solo daba respuestas superficiales para salir del paso. Cuando había problemas constantes con el video de otra persona, el cual yo tenía que revisar, no buscaba principios para encontrar soluciones, sino que solo quería terminarlo lo más rápido posible. Lo que yo había revelado y mi comportamiento no eran diferentes de las acciones de los no creyentes. Los no creyentes solo piensan en sus propios intereses y no mueven un dedo si no hay provecho para ellos. Se aferran a todo lo que les aporta beneficios, usan estrategias extremadas para aprovecharse, incluso si eso significa perjudicar los intereses de los demás. Pero si algo no los beneficia, no se molestan en hacerlo y lo rechazan si pueden. Solo buscan su propio provecho. Aunque creía en Dios, leía Sus palabras cada día y cumplía mis deberes, no tenía un lugar para Dios en mi corazón. Cuando me ocurría algo, no buscaba la verdad ni la practicaba y solo me preocupaba que mi orgullo no quedara herido y poder proteger mis intereses personales. Mis pensamientos y actos se centraban en maximizar mis propios beneficios, como si las pérdidas en el trabajo de la iglesia no tuvieran nada que ver conmigo. Ni siquiera era digno de llamarme miembro de la casa de Dios. Con esa actitud hacia mis deberes, aunque completara mis tareas a tiempo cada mes, sería imposible recibir la aprobación de Dios. Solo provocaría que me aborreciera y odiara. Al pensar en esto, comencé a asustarme y me di cuenta de que continuar así sería muy peligroso para mí.
Luego, leí dos pasajes más de las palabras de Dios que me conmovieron profundamente. Dios dice: “¿Cuál es el estándar a través del cual las acciones y el comportamiento de una persona son juzgados como buenos o malvados? Que en sus pensamientos, revelaciones y acciones posean o no el testimonio de poner la verdad en práctica y de vivir la realidad-verdad. Si no tienes esta realidad ni vives esto, entonces, sin duda, eres un malhechor. ¿Cómo considera Dios a los malhechores? Para Dios, tus pensamientos y tus acciones externas no dan testimonio para Él, no humillan a Satanás ni lo derrotan; en cambio, avergüenzan a Dios, están llenas de marcas del deshonor que le has causado a Él. No estás dando testimonio para Dios, no te estás gastando por Él y no estás cumpliendo tus responsabilidades y obligaciones hacia Dios, sino que más bien estás actuando para ti mismo. ¿Qué significa ‘para ti mismo’? Siendo precisos, significa ‘para Satanás’. Así que, al final Dios dirá: ‘Apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’. A ojos de Dios tus acciones no se verán como buenas, se considerarán actos malvados. No solo no obtendrán la aprobación de Dios, además serán condenadas. ¿Qué espera obtener alguien con una fe así en Dios? ¿Acaso no se quedaría esta fe en nada al final?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). “Si no cumples bien con tu deber, sino que siempre tratas de distinguirte, de competir por el estatus, de destacar y brillar, luchando por tu reputación e intereses, entonces, mientras vives en este estado, ¿acaso no eres un mero contribuyente de mano de obra? Puedes ser mano de obra si quieres, pero es posible que quedes en evidencia antes de que termines tu mano de obra. Cuando la gente queda en evidencia, llega el día en que son condenados y descartados. ¿Es posible darle la vuelta a ese resultado? No es fácil, puede que Dios ya haya decidido su destino, en cuyo caso, tienen un problema. La gente suele transgredir, revelar actitudes corruptas y cometer unos cuantos errores pequeños, o satisfacen sus deseos egoístas, hablan con motivos ocultos y se dedican al engaño, pero mientras no trastornen ni perturben la obra de la iglesia, no monten un buen lío, no ofendan el carácter de Dios ni causen ningún resultado adverso evidente, entonces seguirán teniendo una oportunidad de arrepentirse. Pero si cometen un gran mal o causan una gran catástrofe, ¿pueden todavía redimirse? Es muy peligroso para una persona que cree en Dios y cumple con un deber llegar a este punto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Después de leer las palabras de Dios, entendí mis problemas con mayor claridad. En apariencia, cumplía mis deberes, pagaba un precio y también quería producir más videos con rapidez. Pero mis intenciones y motivaciones no eran practicar la verdad y satisfacer a Dios, sino mantener mi orgullo y estatus, ganarme la admiración de los demás y obtener la aprobación del supervisor. Por lo tanto, ponía mucho esfuerzo en las tareas que pudieran hacerme destacar y que dieran resultados visibles para el supervisor. Sin embargo, era reticente a hacer las tareas en las que no podía sobresalir, aunque fueran cruciales e importantes para la iglesia, e, incluso cuando las hacía, trabajaba de manera superficial. Al cumplir mis deberes, solo pensaba en la imagen que los demás tendrían de mí y solo buscaba complacer a las personas y causarles una buena impresión. No me importaba que el trabajo de la iglesia se retrasara. No cumplía bien con el deber de un ser creado, sino que me ocupaba de mi propio negocio. La esencia de mi cumplimiento del deber era, en realidad, hacer el mal. En ese momento, me quedó aún más claro que la razón por la que había cometido tantos errores era que Dios detestaba mi actitud hacia mis deberes y que el Espíritu Santo no estaba obrando en mí, lo que hacía que mi mente estuviera confusa y que no pudiera desentrañar los problemas. Ni siquiera lograba entender por completo las sugerencias de los hermanos y hermanas. Actuaba como un verdadero idiota: era insensible y torpe, tenía un corazón oscuro y hundido, y solo me sostenían mi entusiasmo y mi fuerza de voluntad para seguir trabajando. Como siempre había que rehacer los vídeos que yo producía, los hermanos y hermanas tenían que dejar su propio trabajo y dedicar mucho tiempo a ayudarme. No solo no cumplía bien con mi deber, sino que también desperdiciaba su tiempo. Como consecuencia, retrasé el progreso del trabajo de forma indetectable. Además, cuando revisé el video en el que la hermana había trabajado arduamente, no solo no conseguí hacer revisiones adecuadas debido a mi falta de responsabilidad, sino que también creé más problemas que antes. ¡Mi trabajo fue contraproducente! Solía pensar que solo los anticristos y las personas malvadas cometían malas acciones y trastornaban y perturbaban el trabajo de la iglesia, y que yo nunca actuaría como ellos. Pero ahora había quedado demostrado que esas no eran más que mis propias nociones e imaginaciones. Cuando perseguía la fama, el estatus y los intereses personales en mis deberes, no podía evitar trastornar el trabajo de la iglesia y acababa haciendo el mal. Solo si persigo la verdad y resuelvo mis actitudes corruptas podré lograr resultados en mis deberes. Así que oré a Dios y le pedí que me guiara para resolver mis actitudes corruptas.
Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios y encontré la senda para practicar. Dios dice: “Aquellos capaces de poner en práctica la verdad pueden aceptar el escrutinio de Dios en las cosas que hacen. Cuando aceptes el escrutinio de Dios, tu corazón se enderezará. Si solo haces las cosas para que otros las vean, y siempre quieres ganarte los elogios y la admiración de los demás, y no aceptas el escrutinio de Dios, ¿sigue estando Dios en tu corazón? Estas personas no tienen un corazón temeroso de Dios. No hagas siempre las cosas para tu propio beneficio y no consideres constantemente tus propios intereses; no consideres los intereses humanos ni tengas en cuenta tu propio orgullo, reputación y estatus. Primero debes considerar los intereses de la casa de Dios y hacer de ellos tu prioridad. Debes ser considerado con las intenciones de Dios y empezar por contemplar si ha habido impurezas en el cumplimiento de tu deber, si has sido leal, has cumplido con tus responsabilidades y lo has dado todo, y si has estado pensando de todo corazón en tu deber y en la obra de la iglesia. Debes meditar sobre estas cosas. Si piensas en ellas con frecuencia y las comprendes, te será más fácil cumplir bien con el deber” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Este pasaje de las palabras de Dios me hizo darme cuenta de que es crucial practicar la verdad y aceptar el escrutinio de Dios cuando cumplimos nuestros deberes. Cuando enfrentamos situaciones que involucran intereses personales, debemos rebelarnos de manera consciente contra nuestros propios pensamientos y no tener en consideración nuestro propio orgullo y estatus. En cambio, debemos orar a Dios y pensar en la manera de actuar para satisfacerlo a Él y beneficiar el trabajo de la iglesia. Luego, debemos buscar los principios-verdad y practicarlos para entrar en ellos. Recuerdo que, cuando comencé a cumplir mis deberes, no lograba captar los principios. Sin embargo, gracias a que Dios me esclareció y me guio, así como a que los hermanos y hermanas me ayudaron y orientaron de forma práctica, de a poco llegué a entender algunos principios y habilidades relacionados con la producción de videos. Todo eso fue el amor de Dios. Ahora, algunos hermanos y hermanas acababan de comenzar a practicar sus deberes y aún no captaban los principios. Debía haber sido considerado con las intenciones de Dios y enseñarles todo lo que entendía y había captado. Esa era la responsabilidad básica que debía cumplir. Además, una vez que comprendieran los principios y comenzaran a obtener resultados en sus deberes, la eficacia general de la obra de la iglesia mejoraría, lo que era mucho más valioso y eficiente que limitarme a hacer mi propio trabajo. Al asignarme la tarea de formar a los hermanos y hermanas para que adquirieran conocimientos especializados, el supervisor se había basado en una evaluación del estado de mis deberes. Llevaba más tiempo haciendo ese deber y estaba relativamente familiarizado con el proceso de trabajo y las habilidades necesarias, así que, al mismo tiempo que hacía bien mi trabajo, no sería un problema coordinar y dedicar algo de tiempo para ayudar a los hermanos y hermanas a resolver los problemas en sus tareas. Además, si durante mi colaboración descubría que no era capaz de asumir el trabajo por falta de capacidad o de aptitudes laborales y eso retrasaba mi trabajo o lo perjudicaba, podría notificárselo al supervisor con honestidad, lo que le permitiría hacer ajustes razonables según el trabajo. Pero yo era demasiado egoísta y despreciable, y no estaba dispuesto a dedicar tiempo al trabajo de los demás. Por lo tanto, siempre me resistía y no quería colaborar de manera adecuada, lo que retrasaba el trabajo. Al darme cuenta de todo esto, cambié mi mentalidad y busqué de forma proactiva los problemas de los trabajos de todos. Cuando enfrentábamos dificultades, buscábamos soluciones juntos.
En una ocasión, un hermano tuvo algunas dificultades al hacer un video y me pidió ayuda. Pero yo también tenía trabajo pendiente, así que comencé a sentirme conflictuado y pensé: “El video del hermano es urgente y sé que debería ayudarlo primero a terminarlo, pero la producción que tiene su video es muy complicada y requerirá mucho tiempo y esfuerzo. Incluso si su video sale muy bien, nadie sabrá que yo lo ayudé y eso retrasará mi propio trabajo”. Entonces me di cuenta de que estaba considerando de nuevo mis propios intereses. Así que oré a Dios y me rebelé contra mí mismo. Dado que el video del hermano era urgente, tenía que darle prioridad y ayudarlo primero a completarlo. Con eso en mente, dejé mi propio trabajo y ayudé al hermano con su video. Al practicar de esa manera, mi corazón se sintió en paz. En realidad, mientras formaba a otras personas, también gané mucho. Aunque llevaba más tiempo haciendo ese deber, aún tenía una comprensión superficial de muchos principios-verdad y a menudo me aferraba a preceptos sin tener flexibilidad. A menudo, no podía desentrañar los problemas que enfrentaban los demás cuando buscaban mi ayuda para que les diera una solución. Al orar a Dios, compartir y explorar estos problemas con los hermanos y hermanas, obtuve, sin darme cuenta, una comprensión cada vez más clara y profunda de ciertos principios y mis habilidades para hacer videos también mejoraron. Antes, siempre hacía mis deberes de mala gana y no deseaba progresar. No prestaba suficiente atención a sintetizar las desviaciones que había en el trabajo ni a buscar los principios para resolverlas. Gracias a que el supervisor dispuso que formara a los hermanos y hermanas para que mejoraran sus habilidades, comencé a buscar y reflexionar constantemente sobre cómo ayudarlos a resolver problemas. También desarrollé un sentido de la carga al cumplir mis deberes, dejé de tener una actitud conformista con el statu quo y dejé de no querer esforzarme por mejorar. Gracias a que cumplí ese deber he obtenido estas comprensiones y he mejorado un poco. ¡Gracias a Dios!
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