¿Es la amabilidad un criterio adecuado de buena humanidad?

16 Abr 2023

Por Li Xiang, Filipinas

Cuando era pequeña, la gente siempre decía que era sensata y educada; en resumen, una buena niña. Rara vez me enojaba con alguien y nunca daba problemas. Tras ingresar en la fe, también era muy amable con los demás hermanos y hermanas. Era tolerante, paciente y cariñosa. Recuerdo que una vez estaba enseñando a unos miembros mayores a usar la computadora y, con paciencia, les enseñaba una y otra vez. Aunque a veces tardaban en aprender y yo me inquietaba, intentaba no mostrarme impaciente por temor a que los demás dijeran que carecía de bondad. Por ello, los hermanos y hermanas solían decir que era de buena humanidad, y mi líder me eligió para regar a los nuevos fieles alegando que ese deber solo lo podía cumplir bien gente amable y paciente. Me sentí muy satisfecha de mí misma al oír aquello y estaba todavía más segura de que ser amable y afable era señal de buena humanidad.

Luego nos juntaron a la hermana Li Ming y a mí como líderes en la iglesia. Después de trabajar juntas durante un tiempo, observé que Li Ming quería hacer las cosas a su manera y que tenía algo de genio. Si las cosas no iban como quería, a menudo se enojaba. Además, no era transparente en el trabajo y solía mentir. No actuaba según los principios ni protegía el trabajo de la iglesia. Hubo un tiempo en que no paraba de contactar con hermanos y hermanas por el celular. Supe que, de esa forma, la policía podría seguirlos, lo que daría problemas a la iglesia, y pensé frenarla en varias ocasiones, pero, cuando iba a decir lo que pensaba, me reprimía. Creía que, si le señalaba directamente su problema, ella podría pensar que, aunque yo pareciera actuar como una buena persona, era bastante cruel de palabra y obra y que, por ende, era difícil llevarse bien conmigo. Tras recapacitarlo, decidí moderarme y, simplemente, preguntarle si estaba usando el celular. Cuando no admitió que lo estaba usando, supe que mentía, pero no la revelé y frené por temor a que eso abriera una brecha entre nosotras y ella pensara mal de mí. Más tarde observé que los problemas de Li Ming eran cada vez más graves. Una vez me contaron unos hermanos y hermanas que su esposo siempre hablaba de doctrina en las reuniones para lucirse, que no resolvía problemas prácticos y que les contaba a los demás cuánto había sufrido y sacrificado en el deber solo para que lo admiraran. Cuando lo investigaron, se comprobó que no era apto para ser líder y que había que destituirlo. Cuando se lo conté a Li Ming, se irritó mucho y alegó que la evaluación de los hermanos y hermanas fue falsa e injusta para su esposo. Llegó a cuestionar por qué no investigamos a quienes denunciaron el asunto, sino solamente a su marido. Me escandalicé: jamás imaginé que Li Ming tendría tan mala actitud. Para tratar de limar asperezas, le dije: “Sosiega tu corazón y busca la voluntad de Dios en esta cuestión. Procura no dejarte superar por tus emociones”. Pero ella no me hacía caso alguno y no se calmaba. Dado que Li Ming interfirió intencionadamente, el problema de su esposo se quedó sin resolver. Posteriormente, Li Ming reprendió a los hermanos y hermanas en una reunión y hasta hizo llorar a una hermana. El problema de Li Ming estaba agravándose mucho. Los otros habían evaluado a su esposo de manera objetiva y justa, con meros hechos, pero como esto amenazaba los intereses de ella, se enojó y los atacó. ¡Tenía una humanidad malvada! Quería denunciar su problema ante nuestro líder superior, pero reflexioné: “¿Eso no es de chivata y una puñalada por la espalda? Además, seguro que el líder la llama para hablar con ella si la denuncio; si se entera de que fui yo quien la denunció, ¿qué pensará de mí? ¿No dirá que la estaba desacreditando a sus espaldas y que tengo poca humanidad?”. Al percatarme de esto, no la denuncié, pero me sentía un poco reprimida, abrumada y como si me estuviera hostigando una matona.

Luego, denunciada por otros, Li Ming fue por fin destituida. Después, el líder superior me reveló a mí: “Mientras, a primera vista, aparentas llevarte bien con todos, no tienes verdadera lealtad a Dios. ¿Por qué no revelaste y frenaste a Li Ming cuando advertiste su problema? ¿Cómo es posible que no denunciaras un asunto tan crucial? ¿Quieres proteger el trabajo de la iglesia o no?”. Hasta que no me trató mi líder no espabilé y comencé a orar a Dios y a reflexionar. Encontré un pasaje de las palabras de Dios que dice: “Debe haber un estándar para tener buena humanidad. No consiste en tomar la senda de la moderación, no apegarse a los principios, esforzarse por no ofender a nadie, ganarse el favor dondequiera que se vaya, ser suave y habilidoso con todo el que se encuentre y hacer que todos hablen bien de ti. Este no es el estándar. Entonces, ¿cuál es el estándar? Es ser capaz de someterse a Dios y a la verdad. Consiste en acercarse al deber propio y a toda clase de personas, acontecimientos y cosas desde los principios y un sentido de responsabilidad. Esto es evidente para todos; todos lo tienen claro en su interior. Además, Dios escudriña el corazón de la gente y la conoce su situación, a todos y cada uno; sean quienes sean, nadie puede engañar a Dios. Algunas personas alardean de poseer buena humanidad, de jamás hablar mal de los demás, jamás perjudicar los intereses de otros, y sostienen que jamás han codiciado los bienes del prójimo. Cuando hay una disputa sobre los intereses, incluso prefieren perder a aprovecharse de los demás, y todos piensan que son buenas personas. Sin embargo, cuando llevan a cabo sus deberes en la casa de Dios, son maliciosos y escurridizos, siempre maquinando para sí mismas. Nunca piensan en los intereses de la casa de Dios, nunca tratan como urgentes las cosas que Dios considera urgentes ni piensan como Dios piensa, y nunca pueden dejar a un lado sus propios intereses a fin de llevar a cabo su deber. Nunca abandonan sus propios intereses. Aunque ven a los malvados hacer el mal, no los exponen; no tienen principio alguno. ¿Qué clase de humanidad es esta? No es humanidad buena. No prestes atención a lo que dice la gente así; debes ver qué vive, qué revela y cuál es su actitud cuando lleva a cabo sus deberes, así como cuál es su condición interna y qué ama. Si su amor por su propia fama y ganancia excede su lealtad a Dios, si su amor por su propia fama y ganancia excede los intereses de la casa de Dios, o excede la consideración que muestra por Dios, entonces ¿acaso esta gente posee humanidad? No se trata de personas con humanidad(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entregando el corazón a Dios, se puede obtener la verdad). Con las palabras de Dios comprendí que no se puede juzgar la humanidad de una persona por características aparentes; por ejemplo, si es de genio apacible, si habla de la gente a sus espaldas o si es capaz de llevarse bien con los demás en armonía, sino por su actitud hacia Dios y hacia la verdad, si es responsable en el deber y si, ante los problemas, está del lado de Dios y actúa según la verdad y los principios. Antes creía tener una humanidad decorosa. Aparentemente era amable y tenía una personalidad agradable, pero cuando observé que Li Ming contactaba con hermanos y hermanas por el celular, lo que ponía en riesgo la seguridad de la iglesia, me preocupó que nuestra relación se malograra si la increpaba directamente, por lo que le hice una advertencia diplomática y sutil. Cuando no admitió su conducta, no la revelé ni frené. Pensé para mis adentros: “Si algo falla, no puede decir que no le advertí”. Esta forma de hacer las cosas no afectaba a mi imagen y me eximía de responsabilidad si algo fallaba. No pensaba más que en mis intereses, mi estatus y mi imagen, mientras ignoraba la labor de la iglesia y la seguridad de los hermanos y hermanas. ¡Qué egoísta y traicionera! Cuando Li Ming se puso nerviosa y atacó a los demás por el asunto de su esposo, debería haberlo denunciado enseguida al líder superior, pero me preocupó que ella creyera que la apuñalaba por la espalda, así que me callé. Esto influyó negativamente en el trabajo de la iglesia y perjudicó a los hermanos y hermanas. ¿Dónde estaba mi humanidad? Al contemplar mis actos a la luz de las palabras de juicio y revelación de Dios, me sentí muy culpable. Siempre había creído ser de buena humanidad, pero, con la revelación de las palabras de Dios y de los hechos, cambió totalmente mi autopercepción. Parecía amable, pero esa amabilidad ocultaba una intención despreciable. Solo me importaban mis intereses y no protegía para nada la labor de la iglesia. Mi amabilidad era falsa e intentaba complacer a todos. Era una persona falsamente piadosa y traicionera. Luego de eso, no me atrevía a describirme como alguien de buena humanidad.

Más adelante, encontré otro pasaje de las palabras de Dios. “La esencia de una ‘buena’ conducta, como ser accesible y amable, puede calificarse con una sola palabra: fingimiento. Esa ‘buena’ conducta no nace de las palabras de Dios ni es resultado de la práctica de la verdad o de un comportamiento con principios. ¿De qué es fruto? De las motivaciones de la gente, de sus maquinaciones, su fingimiento, su disimulo, su astucia. Cuando la gente se aferra a estas ‘buenas’ conductas, su objetivo es conseguir lo que quiere; si no, jamás se oprimiría a sí misma de esta forma ni viviría en contra de sus deseos. ¿Qué significa vivir en contra de sus deseos? Que su auténtica naturaleza no es tan dócil, inocente, gentil, amable y virtuosa como la gente imagina. La gente no vive de acuerdo con la conciencia y la razón, sino para alcanzar determinado objetivo o exigencia. ¿Cuál es la auténtica naturaleza del hombre? Es confusa e ignorante. Sin las leyes y los mandamientos otorgados por Dios, la gente no sabría qué es el pecado. ¿Antes no era así la humanidad? Hasta que no dictó Dios las leyes y los mandamientos, la gente no tuvo concepto de pecado. Sin embargo, aún no tenía concepto del bien y del mal ni de las cosas positivas y negativas. Y en ese caso, ¿cómo podía conocer los principios correctos para hablar y actuar? ¿Podía saber qué maneras de actuar, qué buenas conductas, debían presentarse en la humanidad normal? ¿Podía saber qué provoca una conducta verdaderamente buena, qué tipo de camino seguir para vivir con semejanza humana? No podía saberlo. Debido a la naturaleza satánica de la gente, a sus instintos, aquella solamente podía fingir y disimular para vivir decorosamente y con dignidad, lo que dio lugar a falsedades como ser refinado y sensato, apacible, cortés, respetuoso con los mayores y cuidar a los jóvenes, amable y accesible; así surgieron estos trucos y técnicas de engaño. Y, una vez surgidos, la gente se aferró selectivamente a uno o dos de ellos. Unos optaron por ser amables y accesibles, otros, refinados, sensatos y afables; otros más optaron por ser corteses, respetar a los mayores y cuidar a los jóvenes, y hubo quienes optaron por todas estas cosas. Sin embargo, Yo califico con un solo término a las personas que tienen esas ‘buenas’ conductas. ¿Cuál es ese término? ‘Piedras lisas’. ¿Qué son las piedras lisas? Esas piedras lisas a la orilla del río, socavadas y pulidos sus bordes afilados por años y años de paso del agua. Y aunque no duela al pisarlas, la gente, si no tiene cuidado, puede resbalar en ellas. En apariencia y forma, estas piedras son muy hermosas, pero cuando te las llevas a casa son bastante inútiles. No te haces a la idea de tirarlas, pero tampoco tiene sentido conservarlas; eso es lo que es una ‘piedra lisa’. Para Mí, los que tienen estas conductas aparentemente buenas son tibios. Fingen ser buenos por fuera, pero no aceptan la verdad en absoluto, dicen cosas que suenan bien, pero no hacen nada real. No son sino piedras lisas. Si comunicas con ellos sobre la verdad y los principios, te hablarán sobre ser educado y amable. Si les hablas sobre discernir a los anticristos, te hablarán de respetar a los mayores y cuidar de los jóvenes, y sobre ser refinado y sensato. Si les dices que debe haber principios en la conducta propia, que uno debe buscar los principios en su deber y no actuar de modo obstinado, ¿cuál será su respuesta? Dirán: ‘Actuar de acuerdo con los principios de la verdad es otro tema, yo solo quiero ser refinado y sensato, que otros aprueben mis actos. Mientras respete a los mayores y cuide de los jóvenes, y tenga la aprobación de los demás, con eso me basta’. Solo les preocupan los buenos comportamientos, no se centran en la verdad(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (3)). Con las palabras de Dios comprendí que ser amable y accesible, conductas consideradas buenas en la cultura tradicional, es, básicamente, fingir. Quienes actúan así proyectan una imagen falsa, con el fin de que la gente los admire y de embaucarla para que los respete y elogie. Todo es un complot y una falsedad, y esta conducta hace de ti un impostor. También me di cuenta de que seguía siendo así de egoísta y traicionera, pese a haber procurado ser buena persona todos esos años, porque todo esto ocultaba unas intenciones malvadas. Quería darle buena impresión a la gente para que me respetara y elogiara. Desde pequeña me había condicionado y educado la cultura tradicional para que valorara la buena conducta. Creía que una buena conducta me granjearía los elogios de mi entorno. Tras ingresar en la fe, continué tratando de ser una persona amable y accesible y de conservar una buena imagen y el estatus entre los hermanos y hermanas, sobre todo cuando Li Ming era mi compañera. Observé varias veces que usaba el teléfono, con lo que vulneraba los principios, exponía a los hermanos y hermanas e ignoraba los intereses de la iglesia, así que debería haberla revelado y frenado, pero callé porque me preocupaba causarle una mala impresión. Tenía claro que Li Ming protegía a su esposo y hasta reprimía a los hermanos y hermanas, y que esto no era un simple caso de corrupción. Tenía una humanidad malvada, no era una líder adecuada y debería haberla denunciado inmediatamente. Opté, en cambio, por callar una vez más para preservar mi estatus e imagen. Por preservar mi imagen, mordí la mano que me daba de comer. No protegí para nada los intereses de la iglesia. Comprendí en profundidad que procurar ser amable y accesible no solo no me ayudó a transformar mi carácter corrupto, sino que, de hecho, me volvió cada vez más traicionera. Opté por comportarme bien, en vez de buscar la verdad, con lo que proyectaba una falsa imagen para ocultar mis intenciones despreciables y para que todos creyeran que tenía la realidad de la verdad y que era cariñosa y amable, de modo que los embaucaba para que confiaran en mí y me dieran su respeto y aprobación. Iba por la senda de los fariseos, falsamente piadosos, y me resistía a Dios. Dios me condenaría y descartaría si seguía así.

Luego leí otros dos pasajes de las palabras de Dios. “¿Y cuál es la consecuencia cuando la gente siempre piensa en sus propios intereses, cuando siempre trata de proteger su orgullo y su vanidad, cuando revela un carácter corrupto, pero no busca la verdad para corregirlo? Que no tiene entrada en la vida, que carece de experiencias y testimonios verdaderos. Y esto es peligroso, ¿no? Si nunca practicas la verdad, si careces de experiencias y testimonio, quedarás en evidencia y descartado a su debido tiempo. ¿Qué utilidad tiene la gente sin experiencias y testimonios en la casa de Dios? Está destinada a cumplir mal con cualquier deber; no sabe hacer nada correctamente. ¿No es simple basura? Si la gente nunca practica la verdad tras años de fe en Dios, se encuentra entre los incrédulos, es malvada. Si nunca practicas la verdad, si tus transgresiones son cada vez más numerosas, tu fin está fijado. Es evidente que todas tus transgresiones, la senda equivocada por la que vas y tu negativa a arrepentirte conforman una multitud de malas acciones, por lo que tu final es que irás al infierno, que serás castigado. ¿Os parece un asunto trivial? Si no se te ha castigado, no tienes ni idea de lo aterrador que es esto. Cuando llegue ese día y te enfrentes realmente a la hecatombe y la muerte, será demasiado tarde para lamentarse. Si en tu fe en Dios no aceptas la verdad, si crees en Dios desde hace años, pero no se ha producido ninguna transformación en ti, la consecuencia final es que serás descartado, abandonado(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “Solo cuando las personas actúan y se comportan de acuerdo con las palabras de Dios tienen una base verdadera. Si no se comportan de acuerdo con las palabras de Dios, y solo se centran en fingir que se comportan bien, ¿podrán así convertirse en buenas personas? Por supuesto que no. El buen comportamiento no puede cambiar la esencia de las personas. Solo la verdad y las palabras de Dios pueden cambiar las actitudes, los pensamientos y las opiniones de las personas, y convertirse en su vida. […] ¿Cuál debe ser la base del discurso y las acciones de la gente? Las palabras de Dios. Entonces, ¿cuáles son los requisitos y normas que Dios tiene para el discurso y las acciones de las personas? (Que sean constructivos para las personas). Exacto. Fundamentalmente, debes decir la verdad, hablar con honestidad y beneficiar a los demás. Como mínimo, el discurso debe edificar a las personas y no engañar, burlarse, inducir a error, ridiculizar, insultar, oprimir, herir, exponer las debilidades de la gente o hacer una parodia de ella. Esta es la expresión de una humanidad normal. Es la virtud de la humanidad. […] Además, en casos especiales, se hace necesario sacar directamente a la luz los errores de otras personas, tratarlas y podarlas para que adquieran conocimiento de la verdad y deseen arrepentirse. Es entonces cuando se consigue el efecto pretendido. Esta forma de practicar beneficia enormemente a la gente. Le supone una verdadera ayuda y es muy constructiva, ¿verdad?(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (3)). Las palabras de Dios me alarmaron. Si alguien opta por defender sus intereses en toda situación y nunca practica la verdad, cada vez acumula más transgresiones y, a la larga, Dios lo revelará y descartará completamente. Ni siquiera cuando vi amenazada la seguridad de mis hermanos y hermanas y afectada la labor de la iglesia, fui capaz de defender los principios ni de proteger la labor de la iglesia, sino que siempre procuraba ser una supuesta buena persona. Aunque me ganara el respeto y el visto bueno de los demás, a ojos de Dios era una malhechora y, al final, Él me despreciaría y castigaría. Me aterró percatarme de estas consecuencias y quería rectificar mi empeño equivocado. Las palabras de Dios también me enseñaron la senda correcta de práctica. El único modo de beneficiar y edificar a otros pasa por actuar y hablar según las palabras de Dios. No importa cómo hablemos, si lo hacemos en voz alta o baja ni lo diplomáticos que seamos de palabra. Lo principal es hablar de forma edificante para los hermanos y hermanas. Mientras se trate de la persona adecuada, capaz de aceptar la verdad, debemos ayudarla con amor. Si no comprende la verdad y perjudica el trabajo, podemos enseñarle para proveerle guía y sustento. Si continúa sin mejorar de verdad tras nuestra enseñanza, podemos tratarla y podarla para exponer la esencia de su problema. Aunque suene duro o parezca ignorar los sentimientos de la gente, este modo de actuar puede beneficiarla y sustentarla de veras. Si se trata de un anticristo o un malhechor que interrumpe la labor de la iglesia, debemos plantarnos para revelarlo y frenarlo, o denunciarlo ante nuestros superiores, para defender la labor de la iglesia y proteger a los hermanos y hermanas de perturbaciones y engaños. Es la única manera de practicar realmente la verdad, demostrando humanidad y amabilidad. También rectifiqué una idea falaz. Creía que denunciar a alguien por vulnerar los principios era de chivatos, una puñalada por la espalda y una deslealtad. Era una idea equivocada. Eso, de hecho, protege el trabajo de la iglesia y es una buena acción. En realidad, cuando descubrí que Li Ming tenía un grave problema que limitaba y perjudicaba a los hermanos y hermanas, esa era una cuestión de principios que atañía al trabajo de la iglesia y yo debería habérsela comentado enseguida a los líderes superiores, o incluso haberla denunciado. Esto no habría sido una puñalada por la espalda, sino proteger el trabajo de la iglesia. Tras darme cuenta de esto, desaparecieron muchas de mis preocupaciones y me sentí mucho más tranquila.

Más adelante, denunciaron que un hermano siempre holgazaneaba y huía de las dificultades y que, después de que se lo señalaran y trataran con él varias veces, aún no lo admitía en modo alguno. Según los principios, decidimos que había que destituirlo y que debíamos analizar claramente sus problemas para que pudiera hacer introspección. En ese momento pensé: “A una persona puede ofenderle que se analicen sus problemas. A lo mejor dejo que mi compañera hable con él y yo puedo quedarme al margen. Si no, tal vez le dé una mala impresión”. Pero de pronto comprendí que de nuevo estaba tratando de preservar mi estatus e imagen. Rememoré unas palabras de Dios: “Para todos los que cumplen con su deber, ya sea profundo o superficial su entendimiento de la verdad, la manera más sencilla de entrar en la realidad de la verdad es pensar en los intereses de la casa de Dios en todo, y renunciar a los deseos egoístas, a las intenciones, motivos, orgullo y estatus individuales. Poned los intereses de la casa de Dios en primer lugar; esto es lo menos que debéis hacer(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Las palabras de Dios me mostraban una senda de práctica. Ante los problemas, debemos dejar de lado nuestros deseos y nuestra reputación, priorizar los intereses de la iglesia y escuchar la voluntad de Dios. Es la única vía directa de actuación, y Dios la elogiará. Comprendidas las exigencias de Dios, me sentí motivada, por lo que analicé al detalle la conducta del hermano según las palabras de Dios. Sentí mucha tranquilidad tras practicar de esta forma. Entendí que solo si practicamos la verdad podemos alcanzar paz y felicidad auténticas.

Tras esta experiencia estaba rebosante de gratitud hacia Dios. La palabra de Dios fue lo que me ayudó a ver lo absurdo de la insistencia de la cultura tradicional en ser amable y accesible y el daño que eso inflige a la gente. También me permitió experimentar la liberación y la libertad de escapar de las cadenas de la cultura tradicional. ¡Demos gracias a Dios por Su salvación!

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