Lo que aprendí de un revés

4 Dic 2022

Por Shi Fang, Corea del Sur

En 2014 me formé como productor de videos para la iglesia. Por entonces empezó a producirse un nuevo video. En la fase de preparación había tareas y técnicas que no conocía muy bien todavía. Cuando había dificultades, hablaba con los demás de los principios y buscaba soluciones. Con el tiempo, poco a poco me familiaricé más con estas técnicas y me hice experto en ellas. Cuando los demás se topaban con dificultades, venían todos a hablar de ellas conmigo. Después me eligieron líder del grupo y pude resolver algunos problemas de aquel. Me creía muy bueno en el trabajo; si no, ¿por qué me habrían elegido líder del grupo? Cuando el grupo debatía el trabajo, yo siempre adoptaba un papel esencial. Cuando en un debate había diferencias de opinión, compartía con el grupo mi experiencia previa de trabajo para que todos supieran que mi perspectiva tenía un respaldo, y al final siempre hacíamos las cosas a mi manera.

Luego la iglesia eligió a dos nuevas supervisoras. Vi que eran mis excompañeras, la hermana Clara y la hermana Liliana. Me quedé boquiabierto: “Ambas tienen unas habilidades normales y no mucha experiencia. ¿Pueden ocuparse del trabajo de supervisor? Mis habilidades son mucho mejores que las suyas. ¿Quién debería dirigir el trabajo de quién?”. Desde entonces, cuando las supervisoras seguían nuestra labor, yo lo desdeñaba. Una vez vino a hablarme la hermana Clara, me dijo que tenía problemas un video del grupo del que era responsable y me sugirió algunos cambios. Ofendido por esto, respondí con impaciencia: “No funcionarán los cambios propuestos por ti. Si seguimos tu propuesta, el principio y el final no encajarán. Al plantear los problemas, debes observar primero el intercambio global de ideas, no solo esta parte. Has de informarte mejor sobre este trabajo y estudiar más a menudo”. Acto seguido, la hermana se ruborizó, y estaba tan avergonzada que no podía hablar. Otros dos hermanos se hicieron eco de mi opinión. Al ver a todos de acuerdo conmigo, me sentí muy satisfecho: “Mira, nuestro proceso mental anterior era mejor que el tuyo. En la producción de videos, mis ideas son, sin duda, ¡mejores que cualquiera de las tuyas!”. Más adelante, cuando ellas hacían sugerencias sobre los videos que yo producía, estaba todavía menos dispuesto a admitirlas y las despreciaba: “Sus habilidades son inferiores a las mías. Más les vale no enredarme con sus sugerencias”. Las dos supervisoras acabaron estando limitadas por mí. Una vez vino a hablar conmigo una de ellas: “Estamos bastante limitadas contigo como compañero. Como sabemos que nos faltan habilidades de trabajo, ante alguna falta nuestra, por favor, ayúdanos señalándonosla. Entonces podremos colaborar en armonía. También espero que no siempre te aferres a tus opiniones. Si eres capaz de buscar más frente a las opiniones dispares, podemos hablar juntos de los principios, complementar los respectivos puntos débiles y trabajar bien en los videos”. Al oír esto, a primera vista yo admitía que había revelado un carácter arrogante, pero por dentro no. Pensé: “Comprendo más principios que ustedes, por lo que, cuando se equivocan, debo corregirlas. Sí, revelé cierto carácter arrogante, pero por el bien del trabajo. Se han sentido limitadas porque son muy vanidosas”. En esta cuestión no hice introspección, sino que cambié para mal.

Una noche, el grupo estuvo debatiendo ideas de producción para un video. Como las ideas para el video eran relativamente complicadas y difíciles, no se decidió nada ni siquiera tras debatirlas varias horas. Empecé a impacientarme pensando: “¿Qué les pasa, supervisoras? Que no sepan dirigir nuestra labor profesional, bien, pero ¿ni siquiera decidirse por un plan según los principios?”. Y les dije a las supervisoras: “¿Qué les pasa? Se están eternizando. ¿Cómo puede ser que no hayan sacado ni una idea? ¡Son unas inútiles!”. Ante mi queja, varios más asintieron: “Sí, estamos todos esperando. No estén aquí perdiendo el tiempo”. Otros comentaron: “Apúrense en tomar una decisión. Ya es tarde”. Nuestras quejas pusieron aún más nerviosas a las supervisoras, que abreviaron.

Luego, el líder de la iglesia se enteró de mi conducta y trató conmigo: “Tu carácter es demasiado arrogante y te gusta limitar a los demás. No sabes cooperar con normalidad con nadie. Eres líder de grupo, pero no proteges el trabajo de la iglesia. Sino que eres el primero en quejarte y criticar a los demás, en sembrar la división en el grupo y en impedir que las supervisoras hagan su trabajo, lo que demora la producción de videos. Tus actos interrumpen y perturban el trabajo de la iglesia”. Me alteró el trato del líder. “¿Qué?”, pensé. “¿Que interrumpo y perturbo el trabajo? Es obvio que lo hacen las supervisoras, cuyas habilidades no están a la altura e incapaces de hacer un trabajo práctico. Mis capacidades profesionales son mejores que las suyas y domino más principios. Al observar que hacían algunas cosas mal, las corregí. ¿Eso es interrumpir y perturbar?”. El líder vio que era intransigente y reacio, por lo que me leyó varios pasajes de las palabras de Dios. Dios dice: “Si, en el fondo, realmente comprendes la verdad, sabrás cómo practicarla y obedecer a Dios y, naturalmente, te embarcarás en la senda de búsqueda de la verdad. Si la senda por la que vas es la correcta y conforme a la voluntad de Dios, la obra del Espíritu Santo no te abandonará, en cuyo caso serán cada vez menores las posibilidades de que traiciones a Dios. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; harían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibieras constantemente; te harían despreciar a los demás, no dejarían a nadie en tu corazón más que a ti mismo; te quitarían el lugar que ocupa Dios en tu corazón, y finalmente harían que te sentaras en el lugar de Dios y exigieras que la gente se sometiera a ti y harían que veneraras tus propios pensamientos, ideas y nociones como la verdad. ¡Cuántas cosas malas hacen las personas bajo el dominio de esta naturaleza arrogante y engreída!(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter).

Hay muchos tipos de actitudes corruptas incluidas en el carácter de Satanás, pero el más obvio y que más destaca, es el carácter arrogante. La arrogancia es la raíz del carácter corrupto del hombre. Cuanto más arrogante es la gente, más irracional es, y cuanto más irracional es, más propensa es a oponerse a Dios. ¿Hasta dónde llega la gravedad de este problema? Las personas de carácter arrogante no solo consideran a todas las demás inferiores a ellas, sino que lo peor es que incluso son condescendientes con Dios y no tienen temor de Él en su corazón. Aunque las personas parezcan creer en Dios y seguirlo, no lo tratan en modo alguno como a Dios. Siempre creen poseer la verdad y tienen buen concepto de sí mismas. Esta es la esencia y la raíz del carácter arrogante, y proviene de Satanás. Por consiguiente, hay que resolver el problema de la arrogancia(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me agitaron. Reconocí que una persona de naturaleza satánica hace las cosas sin querer de acuerdo con un carácter corrupto, y que hasta puede interrumpir y perturbar la labor de la iglesia. Mi carácter arrogante era demasiado radical. Como creía tener experiencia en la producción de videos y comprender los principios, confiaba mucho en mí. A mi parecer, debía tener la última palabra en todo y los demás debían escucharme. Como compañero de las supervisoras, jamás les presté atención porque me creía mejor que ellas en todos los sentidos. Siempre que había diferencias de opinión, mi primera reacción era pensar cosas como “ustedes no lo entienden; yo sí” o “no están cualificadas” y mofarme de sus sugerencias. A veces incluso replicaba sin pensar antes, sin la menor actitud de búsqueda y aceptación, con lo que las supervisoras se sentían limitadas por mí y les asustaba darme sugerencias. Los demás adoptaron, como yo, una opinión negativa de las supervisoras, por lo que a estas les costaba seguir el trabajo del grupo. ¿Acaso esto no era perturbar el trabajo de la iglesia? Cuando las supervisoras y yo éramos compañeros, dieran las sugerencias que dieran, yo nunca buscaba un modo de hacerlo acorde con los principios. Me aferraba a mi punto de vista. ¿Cómo era posible que mi perspectiva fuera siempre la correcta? ¿Acaso todo lo que creía correcto estaba en consonancia con los principios de la verdad? En realidad observaba las cosas en función de mis dotes y experiencia. La mayoría de mis ideas no eran conformes a los principios. Y cuanto más vivía de acuerdo con estas cosas, más creía que era valioso y que tenía razón. Como compañero de alguien, lo subestimaba y presumía constantemente. ¡Era tan arrogante que perdí toda razón! Siempre hacía las cosas a mi manera en el deber. Me aferraba a mis opiniones y mi entendimiento como si fueran la verdad, y no aceptaba sugerencias de nadie ni dejaba que sus ideas desbancaran las mías, como si yo fuera dueño de la verdad. ¿Qué manera era esta de creer en Dios? Era obvio que creía en mí. Al percatarme, me horroricé y me embargó el remordimiento. Como mi naturaleza era tan arrogante, inconscientemente, cometía estas maldades que se resistían a Dios. Vi que era sumamente peligroso que cumpliera con el deber con un carácter arrogante.

Poco después terminó la producción del video, pero como no sabía cooperar con nadie, limitaba a la gente y perturbaba los trabajos en video, me destituyeron. Más adelante había que producir otra serie de videos, pero yo no iba a participar. Empecé a sentirme reacio de nuevo, y pensé: “Desde mi última experiencia tengo cierta comprensión de mi naturaleza arrogante. ¿Por qué no me dejan participar?”. Fue todavía más inesperado que no fuera tampoco uno de los productores de otro video. Me costó mucho aceptarlo. De continuar así las cosas, ¿no sería un inútil en la iglesia? De pronto me vino a la mente un pasaje de la palabra de Dios. “Si eres de buen calibre, pero siempre te muestras arrogante y engreído, piensas siempre que lo que dices es correcto y lo que dicen los demás equivocado, rechazas cualquier sugerencia que otros proponen, e incluso no aceptas la verdad, sin importar la forma en que se comunique, y en cambio siempre te resistes a ella, entonces ¿puede una persona como tú obtener la aprobación de Dios? ¿Obrará el Espíritu Santo en una persona como tú? No. Dios dirá que tienes un mal carácter y que no mereces recibir Su esclarecimiento, y si no te arrepientes, te quitará incluso lo que alguna vez tuviste. Esto es ser expuesto(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Me sobresalté. Las palabras de Dios hablaban directamente a mi estado. En todos los años que llevaba creyendo en Él, siempre cumplí mi deber con un carácter arrogante. En ese tiempo me habían podado y tratado no pocas veces, pero jamás había buscado la verdad y mi carácter no se había transformado. Ahora había perturbado el trabajo de la iglesia y cometido una transgresión grave. ¿Me iba a revelar y descartar Dios? Al recordar mi conducta, siempre quería destacar allá donde fuera. Si era más capaz que nadie, me sentía ufano y era condescendiente con mis hermanos y hermanas. Cuando otros eran más capaces que yo, siempre pensaba en cómo ganarles. No admitía que no se utilizaran mis sugerencias y me devanaba los sesos para que se me ocurrieran argumentos en contra, de modo que todos las utilizaran. Cuando me señalaban mis faltas, no decía nada, pero por dentro me sentía reacio. Pensaba que ellos no eran nadie y que no tenían cualificación, como si yo fuera alguien. Cuanto más lo pensaba, más me asustaba. Todos esos años había cumplido con el deber con un carácter arrogante. No había aceptado la verdad y no había hecho introspección ni me había conocido, por lo que mi carácter corrupto fue cada vez a peor. ¡Mi destitución fue la revelación de la justicia de Dios! Con dolor, oré a Dios: “¡Oh, Dios mío! Sé que no he buscado la verdad en todos estos años que hace que creo en Ti. Cuando me podaban y trataban conmigo, no hacía introspección ni me comprendía. Por eso hacía el mal y perturbaba el trabajo de la iglesia. Dios mío, te pido que me guíes para entender mi corrupción, seguir la senda de búsqueda de la verdad y expiar mis transgresiones y deudas”.

En una de mis devociones me topé con un pasaje de las palabras de Dios. “Si el conocimiento que las personas tienen de sí mismas es demasiado superficial, les resultará imposible resolver los problemas y su carácter de vida simplemente no cambiará. Es necesario que alguien se conozca en un nivel profundo, lo que significa conocer la propia naturaleza: qué elementos se incluyen en esa naturaleza, cómo se originaron estas cosas y de dónde provinieron. Además, ¿eres realmente capaz de odiar estas cosas? ¿Has visto tu propia alma fea y tu naturaleza malvada? Si eres realmente capaz de ver la verdad sobre ti mismo, entonces te aborrecerás. Cuando te aborreces, y luego practicas la palabra de Dios, podrás abandonar la carne y tener la fuerza para cumplir con la verdad sin considerarlo arduo. ¿Por qué muchas personas siguen sus preferencias carnales? Porque se consideran bastante buenas, sienten que sus acciones son correctas y justificadas, que no tienen fallas e incluso que están completamente en lo correcto. Por lo tanto, son capaces de actuar con la suposición de que la justicia está de su lado. Cuando alguien reconoce cuál es su verdadera naturaleza, cuán fea, despreciable y detestable es, entonces no está demasiado orgulloso de sí mismo ni es tan salvajemente arrogante ni está tan complacido consigo mismo como antes. Tal persona siente: ‘Debo ser serio y centrado y tener los pies en la tierra al practicar algunas de las palabras de Dios. Si no, entonces no estaré a la altura del estándar de ser humano, y me avergonzaré de vivir en la presencia de Dios’. Entonces alguien realmente se ve a sí mismo como miserable, como verdaderamente insignificante. En este momento, a alguien se le hará fácil cumplir con la verdad y parecerá ser un poco como debería ser un humano. Sólo cuando las personas realmente se aborrecen pueden abandonar la carne. Si no se desprecian a sí mismas, serán incapaces de abandonar la carne. Odiarse a uno mismo verdaderamente no es algo simple. Debe haber ciertas cosas en ellos: primero, conocer la propia naturaleza; y segundo, verse a uno mismo como una persona dependiente y mísera, verse extremadamente pequeño e insignificante y ver la propia alma deplorable y sucia. Cuando alguien ve completamente lo que realmente es, y se logra este resultado, entonces realmente adquiere conocimiento de sí mismo y se puede decir que se ha llegado a conocer completamente. Sólo entonces puede alguien mismo odiarse, hasta el punto de maldecirse y sentir verdaderamente que Satanás lo ha corrompido profundamente; tanto que ni siquiera se parece a un ser humano(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Tras leer las palabras de Dios estaba avergonzado. Dios decía que solo si reconoces tu naturaleza y tienes claro cómo das la talla, tu miseria y tu ruindad, puedes sentir repugnancia de ti mismo, detestarte y arrepentirte ante Él. Así pues, comencé a reflexionar sobre por qué era tan arrogante. Pensé en que, después de incorporarme al grupo de video, producir varios videos importantes y recibir el respeto y el elogio de todos, creía que tenía experiencia y dominio de muchos principios. También creía que tenía aptitud, que aprendía rápido y que era un talento excepcional en la iglesia. Por eso mi carácter arrogante era cada vez peor. Recordé lo poco que sabía cuando empecé a producir videos y que mis hermanos y hermanas me llevaron de la mano y me enseñaron. A veces aún no sabía hacerlo bien pese a que me explicaran claramente los pormenores, y necesité tutorías una y otra vez para saber producir correctamente. Con esto vi que no es que fuera inteligente o muy apto, sino que había tenido muchas oportunidades de practicar y había acumulado experiencia. No obstante, lo consideraba mi capital y no cumplía mi deber con realismo. Sobre todo cuando era algo eficaz en el deber, me creía un auténtico experto, así que despreciaba con arrogancia a los demás y no estaba dispuesto a cooperar con ellos. ¿Dónde estaban mi humanidad y mi razón? Al acordarme de las dos compañeras supervisoras, siempre las desprecié. En realidad, en mi relación con ellas descubrí que tenían muchos puntos fuertes. Pese a sus relativas deficiencias de habilidades y experiencia en producción de videos, tenían buenas intenciones y eran activas a la hora de vencer las dificultades. También tenían agudeza mental y no seguían las reglas. Se atrevían a innovar y estaban dispuestas a aprender cosas nuevas. Ante las dificultades o los problemas, eran capaces de hacerse a un lado y pedir consejo. Pero mi carácter era demasiado arrogante y no había nadie a mi altura. Era ciego a los puntos fuertes de otros. Recordé que Pablo era especialmente arrogante. Creía tener aptitud y dotes y su corazón no se plegaba ante nadie. Siempre daba testimonio de que estaba por encima de otros discípulos, hasta el punto de decir la abominación de que, para él, el vivir era Cristo. Era tan arrogante que no tenía razonamiento. Reflexioné que mi naturaleza era la misma que la de Pablo. Siempre despreciaba a las supervisoras y mandaba a los demás que hicieran todo como yo les dijera. Iba por la senda de Pablo. Al reconocerlo tuve una infinita sensación de remordimiento. Oré a Dios: “¡Dios mío! Hasta ahora no he comprendido un poco mi naturaleza y esencia. En estos años de fe en Ti, Tu casa siempre me ha regado y provisto de la verdad, pero yo no la buscaba e iba por la senda de un anticristo mientras ignoraba Tu afanosa preocupación. Orquestaste a muchas personas, circunstancias y cosas para advertirme, pero me obstinaba y no sabía arrepentirme. Seguí mi naturaleza arrogante por la senda equivocada e hice que me despreciaras. Dios mío, quiero arrepentirme. Obedeceré lo que disponga la iglesia después de esto, sea lo que sea”.

Cuando entendí esto, para mi sorpresa, al día siguiente, una hermana me dio la noticia de que el trabajo de algunos nuevos del grupo no estaba a la altura y que ella esperaba que yo los formara. Me preguntó si quería. Mi corazón le estaba muy agradecido a Dios. Justo cuando quería arrepentirme, la iglesia me daba una oportunidad de cumplir mi deber. Tenía que valorarla esta vez, por lo que acepté con gusto. Aún más inesperado fue que, días después, el líder dispuso mi participación en la producción de un nuevo video. ¡Le estaba verdaderamente agradecido a Dios!

Al pensar que pronto tendría otros compañeros, busqué una senda para cooperar con ellos. Vi que la palabra de Dios señala: “Cuando estáis colaborando con otros para cumplir con vuestros deberes, ¿podéis abriros a opiniones diferentes? ¿Podéis dejar que hablen los demás? (Sí, un poco. Antes, muchas veces no escuchaba las sugerencias de los hermanos y hermanas e insistía en hacer las cosas a mi manera. Fue después, cuando los hechos demostraron que estaba equivocado, cuando vi que la mayoría de sus sugerencias habían sido correctas, que fue el resultado del que hablaban todos el realmente adecuado, que mis opiniones eran erróneas y deficientes. Tras experimentar esto, me di cuenta de lo importante que es colaborar en armonía). ¿Y qué podemos ver a partir de esto? Tras experimentar esto, ¿recibiste algún beneficio y entendiste la verdad? ¿Creéis que hay alguien perfecto? Por muy fuerte, capaz e ingeniosa que sea la gente, no es perfecta. La gente debe reconocerlo, es así. Esta es también la actitud que la gente debe tener sobre sus méritos y sus puntos fuertes o sus defectos; esta es la racionalidad que debe tener la gente. Con esa racionalidad podrás abordar adecuadamente tus puntos fuertes y débiles, así como los de los demás, lo que te permitirá trabajar armónicamente con ellos. Si has entendido este aspecto de la verdad y eres capaz de entrar en este aspecto de la realidad de la verdad, podrás llevarte armónicamente con tus hermanos y hermanas, al utilizar los respectivos puntos fuertes para compensar cualquier debilidad que tengas. Así, independientemente de cuál sea tu deber o actividad, siempre mejorarás en ello y tendrás la bendición de Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Con las palabras de Dios entendí que nadie es perfecto. Todo el mundo tiene faltas e imperfecciones. Sin importar las dotes ni la experiencia de alguien, esto no implica que tenga la verdad ni que sus actos siempre concuerden con ella. Es preciso que todos cooperen en armonía y complementen los respectivos puntos débiles. Sobre todo cuando hay diferencias de opinión, debes dejar de lado el ego, hablar y estudiar juntos el asunto con una actitud de búsqueda. Es el único modo de tener humanidad y razón, de recibir la obra del Espíritu Santo, de reducir los fallos en el deber y de, a la larga, cumplir bien con él. Como no comprendemos la verdad, hemos de colaborar y compensar los respectivos puntos débiles. Es la única manera de comportarse de forma razonable. Una vez comprendido esto, continuaba practicando esta senda. Si de nuevo había diferencias de opinión al estudiar con los demás, renegaba conscientemente de mi opinión para escuchar las de otros. Cuando había desacuerdo, hablaba con todos de los principios correspondientes y al final practicaba de una forma que cumpliera los principios. Con el tiempo mejoró considerablemente mi relación con los demás, y entendí que solo si dejaba de lado el ego y cooperaba en armonía, podría recibir fácilmente la obra y guía del Espíritu Santo y ser eficaz en el cumplimiento del deber.

Al experimentar estas situaciones, comprendí un poco mi carácter arrogante e hice algunos cambios. ¡Todo este fruto proviene de comer y beber de la palabra de Dios! ¡Le estoy agradecidísimo!

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