La senda para quitarme la máscara
Por Tongxin, Corea del Sur
Este año me eligieron líder del equipo de riego, responsable de la labor de riego de varios equipos. Entonces pensé que me habían elegido para ese puesto por tener cierta aptitud y capacidad, por entender mejor que nadie la verdad y la entrada en la vida. Creía que tenía que dotarme de la verdad y volcarme en cumplir correctamente con el deber para que todos vieran que era capaz de hacerlo.
Al principio no conocía el trabajo, por lo que, cuando surgían cosas nuevas, se las preguntaba al líder o a los hermanos y hermanas con quienes trabajaba. Suponía que, al ser nueva en ese deber, todos entenderían que habría cosas que no sabría y que buscar más podría ayudarme a madurar antes; entonces les daría a todos buena impresión y me considerarían muy diligente. Sin embargo, no dejaba de toparme con muchos problemas y luego dudaba si preguntar. Por entonces llevaba un tiempo en ese deber; por tanto, ¿qué opinarían de mí si hacía constantemente tantas preguntas? ¿Pensarían que no tenía mucha aptitud, que no sabía resolver ni los problemas sencillos y que no podía asumir ese deber de líder de equipo? Así, después, cuando me encontraba con algún problema, no podía dejar de pensar si debía preguntarles, si era sensato preguntar. Me preocupaba que mi mentalidad pareciera simple. Si algunos problemas no me parecían complicados, no preguntaba, sino que trataba de resolverlos yo. Cada vez se acumulaban más problemas y bastantes de ellos no se resolvían a tiempo. Esto hizo que me preocupara cada vez más: “¿Van a pensar todos que no soy una líder de equipo adecuada?”. En las reuniones, sobre todo si algún líder estaba presente, cuando yo enseñaba las palabras de Dios, me preocupaba constantemente: “¿Enseño de forma práctica? ¿Es puro mi entendimiento?”. Observaba las reacciones de todos tras mi enseñanza, y si alguien desarrollaba algo de lo que yo había dicho, eso significaba que mi enseñanza había llegado al corazón, que tenía luz, que tenía un entendimiento puro de las palabras de Dios y podía ocuparme de ese deber. Pero me sentía fatal si nadie respondía después de mí. Tiempo después, empecé a sentir que el deber me agotaba mucho. Siempre me preocupaba por todo lo que había dicho y no podía relajarme. Quería cumplir bien con el deber, pero estaba continuamente en ascuas y no maduraba ni aprendía nada. Había perdido de vista mi propósito original.
Me presenté ante Dios a orar y buscar y leí un pasaje de Sus palabras. “Las personas mismas son objetos de creación. ¿Pueden los objetos de creación alcanzar la omnipotencia? ¿Pueden alcanzar la perfección y la impecabilidad? ¿Pueden alcanzar la destreza en todo, llegar a entenderlo y lograrlo todo? No pueden. Sin embargo, dentro de los humanos hay una debilidad. En cuanto aprenden una habilidad o profesión, las personas sienten que son capaces, que tienen estatus y valor, que son profesionales. Sin importar lo ‘capaces’ que crean ser, quieren envolverse y disfrazarse como figuras importantes y parecer perfectas e impecables, sin ningún defecto. Desean que los demás los consideren grandes, poderosos, totalmente capaces y aptos para lograr cualquier cosa. Creen que, si pidieran ayuda en algún asunto, parecerían incapaces, débiles e inferiores y la gente los despreciaría. Por eso siempre quieren mantener las apariencias. Algunos, cuando se les pide que hagan algo, dicen que saben hacerlo, cuando en realidad no saben. Después, a escondidas, lo consultan e intentan aprender a hacerlo, pero, tras estudiarlo varios días, siguen sin entenderlo; no tienen ni idea. Cuando se les pregunta cómo lo llevan, continúan fingiendo para no revelar sus defectos y puntos débiles y, en vez de eso, dicen que pronto acabarán. ¿Qué tipo de carácter es este? ¡Estas personas son tan arrogantes que han perdido todo sentido! No quieren ser gente normal y corriente ni simples mortales. Solo quieren ser superhumanos o personas con habilidades o poderes especiales. ¡Este es un problema descomunal! En cuanto a las debilidades, deficiencias, ignorancia, estupidez y falta de entendimiento dentro de la humanidad normal, lo cubren todo y no dejan que otras personas lo vean, y siguen disfrazándose. […] La mente de tales personas siempre está en las nubes, ¿no es así? ¿Acaso no están soñando? Ni ellos mismos saben quiénes son, no saben vivir una humanidad normal. Ni una vez han actuado como seres humanos prácticos. A la hora de actuar, si las personas eligen este tipo de senda, si tienen siempre la mente en las nubes y nunca anclan bien los pies en la tierra, si siempre quieren volar, entonces están destinados a tener problemas. La senda que eliges en la vida no es correcta” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Los cinco estados necesarios para ir por el camino correcto en la fe propia). Entendí un poco mi estado al recapacitar sobre esto. Me daba demasiada importancia porque creía que me habían elegido líder del equipo de riego por tener cierta aptitud y capacidad de trabajo. Al percibirme de esa forma, me empezó a importar lo que opinaran de mí y quise demostrar cuanto antes que daba la talla. Así, cuando me encontraba con más problemas y dificultades, no podía limitarme a plantearlos, sino que siempre me preocupaba que la gente me descubriera y dijera que me faltaba aptitud y que no daba la talla. Empecé a llevar una máscara: callaba cuando surgían problemas y resolvía yo sola las cosas. Por ello, no atendía muchos problemas en mi deber, lo que demoraba nuestro trabajo y afectaba a mi estado. Perdí claridad mental y comencé a confundirme en cosas que antes comprendía. Evaluaba constantemente lo que enseñaba en las reuniones por miedo a que me despreciaran si eso no servía. Me sentía limitada a cada paso. Comprendí que la culpa era toda mía. Era muy arrogante e irracional y no sabía afrontar adecuadamente mis fallos. Fingía continuamente para que los demás pensaran mejor de mí. Ese deber era una oportunidad que me había dado la casa de Dios para formarme y no implicaba que comprendiera la verdad ni que supiera hacer bien el trabajo. Solo tenía algo de capacidad para recibir la verdad, pero había muchas cosas que no entendía y en las que no tenía experiencia personal. Yo no tenía nada de especial, pero me daba demasiada importancia y fingía ser una eminencia, alguien que comprende la verdad. ¡Me sobrevaloraba! Actualmente tengo los pies sobre la tierra y pregunto cuando lo necesito, lo cual es la única senda realista y sensata de práctica.
Leí un pasaje de las palabras de Dios que me dio algunas estrategias prácticas. Dios dice: “Debes buscar la verdad para resolver cualquier problema que surja, sea el que sea, y bajo ningún concepto disfrazarte o poner una cara falsa para los demás. Tus defectos, carencias, fallos y actitudes corruptas… sé totalmente abierto acerca de todos ellos y compártelos. No te los guardes dentro. Aprender a abrirse es el primer paso para entrar en la verdad y el primer obstáculo, el más difícil de superar. Una vez que lo has superado, es fácil entrar en la verdad. Dar este paso significa que estás abriendo tu corazón y mostrando todo lo que tienes, bueno o malo, positivo o negativo; que te estás descubriendo ante los demás y ante Dios; que no le estás ocultando nada a Dios ni estás disimulando ni disfrazando nada, libre de mentiras y trampas, y que estás siendo igualmente sincero y honesto con otras personas. De esta manera, vives en la luz y no solo Dios te escrutará, sino que también otras personas podrán comprobar que actúas con principios y cierto grado de transparencia. No es necesario que ocultes nada, hagas modificaciones ni emplees trucos por el bien de tu reputación, tu dignidad y tu estatus, y esto también es aplicable a cualquier error que hayas cometido; ese trabajo inútil es innecesario. Si no lo haces, vivirás de forma fácil y descansada y totalmente en la luz. Esa es la única clase de personas que pueden ganarse el elogio de Dios” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo quienes practican la verdad temen a Dios). Mi reflexión al respecto me ayudó a comprender que, para cumplir con el deber libremente, sin ansiedad, el primer paso era aprender a sincerarme sobre mis fallos y dejar de ponerme una máscara. Tenía que practicar la verdad y ser honesta. Entendí que solo era una persona corrupta que apenas comprendía la verdad, por lo que, naturalmente, no entendía mucho. Era totalmente normal. No había necesidad de fingir y disimular cualquier cosa en pro de mi imagen. El único modo de relajarme en el deber era renunciar al orgullo, sincerarme y buscar cuando tuviera preguntas. Esto alegró mi corazón y empecé a centrarme en practicarlo. Cuando no estaba segura de algo, tomaba la iniciativa de preguntarlo; cuando daba una opinión, era mi opinión sincera, y solo enseñaba de lo que sabía. Al poner esto en práctica, poco a poco empecé a entender cosas que antes no entendía y fui capaz de descubrir y abordar los errores en el deber. Me hice una idea más sólida de mis problemas personales. Luego experimenté personalmente que es bueno que te vean tal como eres, que eso ayuda a comprender principios de la verdad y a descubrir los propios fallos. En este punto me sentí mucho más libre y después pude cumplir normalmente con el deber.
Poco después, a los grupos de los que era responsable les iba muy bien en la vida de iglesia y los hermanos y hermanas querían hablar conmigo de sus problemas, pero, sin saberlo, me había vuelto a fijar en lo que opinaba la gente de mí. Una vez, en una reunión de colaboradores, una líder planteó unos problemas de una iglesia y nos pidió opinión. Pensé: “Aquí hay un montón de hermanos y hermanas y podría aportar algunas ideas específicas que demostrarían mi capacidad”. Sin embargo, reflexioné mucho sin sacar nada en limpio. Justo entonces, la líder me preguntó mi opinión. Tartamudeé mucho tiempo y luego sugerí algo ambiguo. Enseguida, otras dos hermanas compartieron su opinión y sus sugerencias eran opuestas a las mías. Lo que dijeron estaba muy bien razonado y la líder se mostró de acuerdo. Me sentí incómoda al instante, pues pensaba que no solo no había quedado bien, sino que había quedado mal. ¿Qué opinaría de mí la líder? ¿Creería que no tenía ni idea de algo tan sencillo, que no había madurado nada? Los siguientes días hubo problemas en los grupos de los que era responsable. Como no los entendía, debería haber buscado ayuda inmediata, pero me pregunté si no se hundiría la buena imagen que me había forjado si hacía todas aquellas preguntas. Por un lado, sabía que los problemas irresueltos dificultarían nuestra labor, así que improvisé una estrategia: dividir las preguntas y hacérselas a distintas personas para que se resolvieran los problemas sin que pareciera que estaba preguntando demasiado y no sabía nada. Con este disimulo, mi estado se deterioró cada vez más. Se me nubló más el pensamiento y empecé a tener dificultades en muchas cosas. Reflexioné entonces y entendí que, al no tener ni idea de cosas que antes sí sabía, debía de tener un problema con mi estado. Por ello, me presenté a orar ante Dios: “Dios mío, es obvio que tengo problemas, pero no me atrevo a ser honesta y sincerarme sobre mis fallos. Siempre quiero impresionar. ¿Por qué me cuesta tanto preguntar lo que no entiendo? Soy una tumba y es agotador cumplir así con el deber. Por favor, guíame para conocer mi corrupción y cambiar”.
Luego leí un par de pasajes de las palabras de Dios que exponían mi estado a la perfección. Dios Todopoderoso dice: “Equivocarse o fingir: ¿cuál de las dos cosas se relaciona con el carácter? (Fingir). Fingir implica un carácter arrogante, implica maldad y traición, es despreciado por los demás y desdeñado por Dios. […] Si no intentas fingir ni poner excusas, todos dirán que eres honesto y prudente. ¿Y qué te convierte en prudente? Todo el mundo comete errores. Todo el mundo tiene fallos y defectos. Y en realidad, todo el mundo tiene el mismo carácter corrupto. No te creas más noble, perfecto y bondadoso que los demás; eso es ser totalmente irracional. Una vez que tengas claro el carácter corrupto de la gente y la esencia y el verdadero rostro de la corrupción del hombre, no te sorprenderás de tus propios errores ni le apretarás las tuercas a los demás cuando cometan uno, sino que afrontarás ambas cosas correctamente. Solo entonces serás perspicaz y no harás tonterías, lo cual te convertirá en alguien prudente. Aquellos que no son prudentes sino necios, siempre insisten en sus pequeños errores mientras entre bastidores son unos tramposos. Es repugnante. De hecho, lo que haces les resulta obvio al instante a otras personas, pero sigues actuando con total descaro. A los demás les parece la actuación de un payaso. ¿Acaso no es estúpido? Sí. La gente estúpida carece de sabiduría. No importa cuántos sermones oigan, siguen sin entender la verdad ni ver nada tal y como es realmente. Siempre están en su púlpito, pensando que son diferentes de todos los demás, que son más dignos, lo cual es estúpido. La gente estúpida carece de comprensión espiritual, ¿verdad? Los asuntos en los que te muestras estúpido e imprudente son aquellos en los que no tienes comprensión espiritual y no entiendes la verdad. Esto es así” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). “¿De qué carácter se trata cuando la gente monta siempre una fachada, se blanquean a sí mismos, fingen para que los demás los tengan en alta estima y no detecten sus defectos o carencias, cuando siempre tratan de presentar a los demás su mejor lado, el más perfecto? Eso es arrogancia, falsedad, hipocresía, es el carácter de Satanás, es algo malvado. Tomemos como ejemplo a los miembros del régimen satánico: por mucho que se peleen, se enemisten o se maten entre bastidores, nadie puede denunciarlos o exponerlos. Es más, hacen todo lo posible para encubrirlo. En público, se esfuerzan al máximo para blanquearse, diciendo lo mucho que aman al pueblo, lo maravillosos, gloriosos y correctos que son. Esta es la naturaleza de Satanás. ¿Cuál es la característica más destacada de este aspecto de la naturaleza de Satanás? (Los trucos y engaños). ¿Y cuál es el objetivo de estos trucos y engaños? Engañar a la gente, impedir que vean su esencia y su verdadera cara, y lograr así el objetivo de consolidar su gobierno. Puede que la gente común carezca de tal poder y estatus, pero ellos también desean hacer que los demás tengan una buena opinión de ellos, que los tengan en alta estima y les otorguen un estatus elevado en sus corazones. En eso consiste un carácter corrupto. Los que no reconocen estas cosas nunca mencionan sus propios defectos, carencias y estados corruptos, ni hablan de conocerse a sí mismos. ¿Qué dicen? ‘Llevo creyendo en Dios muchos años. ¡No sabéis lo que estoy pensando cuando hago algo, qué tengo en cuenta o qué soy capaz de hacer!’. ¿Es este un carácter arrogante? ¿Cuál es la principal característica de un carácter arrogante? ¿Cuál es el objetivo que desean alcanzar? (Hacer que la gente los tenga en alta estima). El propósito de hacer que la gente los tenga en alta estima es proveerles de un estatus en la mente de esas personas” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Meditando las palabras de Dios entendí que, entre mostrar una fachada y hacer mal las cosas, es peor la fachada. Como nadie es perfecto, es completamente normal encontrarse con preguntas y equivocarse en el deber, pero tras la fachada están las actitudes satánicas de ser arrogante, astuto y malvado. Lo que más detesta Dios es que siempre ocultes tus imperfecciones y dejes ver solamente tu lado bueno para que te respeten y admiren. Una persona realmente prudente sabe afrontar bien sus defectos y, con ello, compensar sus carencias. Es una oportunidad de madurar. Sin embargo, los necios e ignorantes, que no se conocen, jamás pueden aceptar sus faltas. Simplemente fingen, por lo que los problemas nunca se resuelven y ellos nunca maduran en la vida. Recordando mi conducta, yo era uno de los necios arrogantes delatados por Dios. Cuando empecé a hacerlo bien en el deber, creía que, en realidad, no era mala y que estaba a la altura de un líder de equipo. Como sabía resolver problemas, me enaltecía enormemente y me daba mucha importancia. Por ello, ante cosas que no sabía manejar, era cauta e indecisa, pues me preocupaba decir lo que no era y hundir mi buena imagen, y decidí expresar menos opiniones y preguntar menos. Incluso cuando sí pedía ayuda, elegía preguntas más difíciles para exhibir mis habilidades porque no quería que todos vieran en qué tenía dificultades. Incluso jugaba a repartir las preguntas entre la gente para que no se fijaran en mí. Era muy arrogante, astuta y carente de autoconocimiento y fingía de varias maneras para que la gente me admirara. Vaya necia que era, para disgusto de Dios y de la gente. Ocultaba mis fallos para proteger mi reputación y estatus, con lo que dejaba sin resolver los problemas en el deber. Retrasaba el trabajo de la casa de Dios. ¿En qué estaba pensando? Qué despreciable y malvada era. Podría aferrarme al puesto a corto plazo a base de fingir, pero Dios lo examina todo y antes o después me habría eliminado por engañarlo, por demorar la labor de la iglesia. Los anticristos valoran el estatus en especial y por él no tienen clemencia ni siquiera hacia los intereses de la casa de Dios. ¿En qué se diferenciaban mi carácter y mis perspectivas de búsqueda y los de un anticristo? Pensándolo en serio, ¿en qué me beneficiaba ese puesto a mí? Me hizo renuente a reconocer o afrontar mis fallos y perdí la razón. Ante los problemas, no quería buscar, sino fingir, y era cada vez más astuta. Terminaría en la senda de un anticristo, para disgusto de Dios, que me eliminaría. Eso dañaría la labor de la casa de Dios y me destruiría. Me di cuenta entonces del peligro de ir por ese camino. Era una alerta para que no continuara cumpliendo así con el deber.
Leí más palabras de Dios con una senda de práctica y me resultaron aún más liberadoras. Dios dice: “La iglesia promueve y nutre a algunas personas, se trata de una gran oportunidad. Se puede decir que han sido elevadas y agraciadas por Dios. Entonces, ¿cómo deben cumplir con su deber? El primer principio al que deben atenerse es el de comprender la verdad. Cuando no entiendan la verdad, deben buscarla, y si después de buscarla siguen sin entenderla, pueden hallar a alguien a quien pedirle para hablar. Deben aprender a trabajar en armonía con los demás, a hacer más preguntas, a buscar más. Solo entonces serán capaces de resolver correctamente los problemas y de resultar beneficiosos para los escogidos de Dios y la obra de la iglesia. Apenas te encuentras en la etapa de promoción y cultivo. No lo entiendes todo. Así que no finjas que lo entiendes, pues esa es una manera estúpida de hacer las cosas. Si no lo entiendes, puedes preguntar o hablar con los demás o consultar a lo Alto. No tiene nada de vergonzoso hacer tales cosas. Aunque no preguntes, lo Alto sabe que no eres nada, que no tienes nada. Lo que deberías hacer es buscar y comunicar. Este es el sentido que debería hallarse en la humanidad normal, y el principio que deberían seguir los líderes y los obreros. No tiene nada de vergonzoso hacer estas cosas. Si siempre tienes la sensación de que, ahora que eres líder, resulta vergonzoso no entender los principios y estar constantemente preguntando a los demás y a lo Alto; y si, a consecuencia de ello, finges que entiendes, que sabes, que eres capaz de hacer este trabajo, que eres bueno en él y que no necesitas las indicaciones y la comunicación de los demás, ni tampoco la provisión y el apoyo de nadie, entonces eso resulta peligroso. Tarde o temprano serás reemplazado, porque esto contraviene las condiciones de la casa de Dios para promover y nutrir. Te crees capaz, pero debes darte cuenta de que, en realidad, no eres capaz de nada y solo estás en la etapa de aprendizaje y formación. Este es el sentido que debes tener. Lo que debes practicar es la búsqueda y la comunicación” (La Palabra, Vol. 5. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Medité sobre esto y descubrí que la casa de Dios promueve y cultiva a la gente para darle la oportunidad de practicar. Eso no implica que comprenda la verdad, sepa resolver cualquier problema y sea apta para que Dios la use. En la práctica encontrará todo tipo de problemas reales, y si sigue buscando y compartiendo, poco a poco empezará a entender distintos aspectos de los principios. Luego podrá resolver problemas y cumplir bien con el deber. Sabía que tenía que afrontar debidamente mis fallos y saber quién era, buscar más verdades, debatir y hablar más con los demás cuando surgiera algo e ir a por todas. Entonces, incluso si un día quedara claro que realmente no tenía aptitud, que no daba la talla, al menos tendría la conciencia limpia. Sentí gran alivio con esa reflexión. No tenía que continuar fingiendo y llevando una máscara, sino ser honesta y afrontar directamente mis fallos y defectos.
En nuestros debates posteriores en grupo, procuraba opinar honestamente. Al principio dudaba un poco por temor a decir algo equivocado y mostrar una comprensión superficial y poca aptitud. Sobre todo cuando había problemas de los que no estaba muy segura, mis opiniones no estaban muy claras. Se ponía a palpitarme el corazón: “¿Van a descubrirme todos estos?”. Sin embargo, me recordaba que ese era mi nivel real y que no pasaba nada si me menospreciaban. Lo importante es ser una persona honesta ante Dios y mi deber es expresar mis ideas y participar en los debates. Esa es la única manera de vivir tranquila. Después, cuando tenía preguntas en el deber, iba y preguntaba a los demás por sus ideas. De vez en cuando aún me preocupaba que me menospreciaran, pero, cuando pensaba que era probable que ocultar mis fallos para proteger mi orgullo dañara la labor de la casa de Dios, me esforzaba por apartarme de aquel impulso y pedir ayuda. Así comencé a entender cosas que antes no entendía y sentía más calma, más paz. A veces, los hermanos y hermanas tenían una comprensión más precisa que yo y empezaba a preguntarme si todos pensaban que yo no servía, pero entendí que esa no era la forma correcta de enfocarlo. Tenía que aprender de los puntos fuertes de otros para compensar mis puntos débiles. ¿Eso no es un don? Pensándolo así, no me inquietaba, y con el tiempo comencé a sentirme cada vez más libre. Agradezco a Dios que me guiara y dejara experimentar lo libre y gozoso de ser honesta, y ahora tengo más fe para poner en práctica Sus palabras.